El baño duró unos diez minutos. Cuando Adó terminó el vaso de agua de azahar, don César, con la piel húmeda aún, echó los bracitos hacia atrás y la sirvienta le ayudó a ponerse el albornoz. Luego, le entregó el agua de cebada y se retiró.
Don César volvió al despacho y se dejó caer en su silla.
—Este calor es infernal. Me mata. Si no fuera por estos relajos… ¿Y bien? —preguntó cambiando de tono—. ¿Ha tomado alguna decisión?
—Me temo que aún no…
—Anímese, nombre. No se arrepentirá —dijo satisfecho—. ¡Y no se avergüence! Si yo le contara… Hay familias que pagan fortunas por rectificar algún hecho turbio de su pasado, incluso llegan a borrar de su genealogía a un antepasado juzgado por la Inquisición.
—Tengo que pensarlo —dije aún indeciso.
—Claro, no hay prisa. El sacristán no se va a ir a ninguna parte —dijo guiñándome un ojo.
Parecía de buen humor, expansivo. Me dije que algo debía de haberle salido bien últimamente y que no era mala la ocasión para sacarle una ayudita en el asunto de Avellaneda, así que, como el que no quiere la cosa, le pregunté qué sabía de don Rodrigo Téllez Girón.
—¿Desde cuándo le interesa la casa de Osuna? —me preguntó sorprendido.
—¡Bah! Mera curiosidad —respondí poco convincente.
—No estará metido en algún asunto relacionado con Nápoles —dijo él receloso.
—En absoluto —me defendí—. En mi vida he visto ni la sombra de don Pedro.
—Es venenosa… —afirmó don César cerrándose el albornoz como si de pronto tuviera frío.
Por un momento pensé olvidar el asunto. Si, como parecía, don César era contrario a Osuna, poco sacaría que fuera de utilidad a Lope. Pero luego vi las ventajas de escuchar a alguien dispuesto a hablar de los Girón de la forma más cruda posible. Para echar almíbar me bastaba yo sólito.
—Me han contado que Lope de Vega está escribiendo una obra inspirada en don Rodrigo Téllez Girón, y me preguntaba sobre qué versaría —dije intentando sonar trivial—. Don Rodrigo fue el fundador de la casa, el primer duque de Osuna, ¿no?
Don César aún hizo esperar un poco su respuesta.
—No, el título ducal tardaría en llegar —contestó a regañadientes. Esperó un poco y luego añadió—: Pero fue uno de los primeros del linaje, digno heredero de su padre.
—¿De qué época hablamos?
—Segunda mitad del siglo XV, más o menos.
—Según parece don Rodrigo era un gran caballero, noble y además maestre de la Orden de Calatrava… ¿Hay algún motivo por el que el actual duque pueda no estar del todo orgulloso de su antepasado?
Creo que fue en ese momento cuando don César sintió que me tenía cogido, porque sonrió abiertamente antes de cambiar de tema.
—Entonces, ¿seguiremos adelante con nuestro negocio? —preguntó dedicándome una mirada de soslayo.
Le devolví la sonrisa. No sé cómo se dio cuenta, pero reconozco que un momento antes había decidido en mi fuero interno llegar hasta el final en el asunto de la ejecutoria. Así de sencillo. Era lo mejor. Claro que una cosa era pensarlo y otra hacerlo. Después de la entrega que acababa de hacer, mi numerario volvía a estar por los suelos, pero ya vería el modo de pasar ese puente cuando llegara.
—De acuerdo —le dije—, adelante.
—¡Perfecto! Me alegro de que haya tomado esa decisión, a la nobleza se llega por coraje, y lo que usted está dispuesto a hacer requiere mucho coraje, se lo digo yo, tanto como ganar una batalla.
—Se lo agradezco, don César, pero no es necesario…
—Traición —dijo interrumpiéndome.
—¿Cómo?
—Traición, amigo mío, eso es lo que debe preocupar a don Pedro Girón de su pariente don Rodrigo.
—¿A qué se refiere?
—Don Rodrigo vivió una época turbulenta. Era maestre de la Orden de Calatrava a los dieciséis años, durante la guerra civil que a la muerte de Enrique IV libraron su hija doña Juana, apodada la Beltraneja, e Isabel, nuestra Isabel I la Católica, hermana del difunto. Doña Juana estaba casada con don Alfonso, rey de Portugal, e Isabel con Fernando, rey de Sicilia y príncipe de Aragón.
—Recuerdo bien todo eso.
—Pues el joven don Rodrigo, aconsejado por sus parientes el marqués de Villena y el conde de Ureña, tomó partido por la Beltraneja y encabezó el ejército que tomó a sangre y fuego la noble y fiel villa de Ciudad Real…
¡Ahí está!, pensé. ¡De eso se trata! Traición… Don Rodrigo se equivocó de bando, apostó por la Beltraneja y ahora su heredero, don Pedro Téllez Girón, el gran Osuna, teme que alguien airee el asunto para dejarle fuera de la carrera por el virreinato de Nápoles. Curioso el fluir de la sangre en los linajes, igual se heredan los honores que las vergüenzas.
—Don César —dije sintiéndome aliviado—, no descuide a nuestro amigo el sacristán, que yo me las arreglaré para conseguir su óbolo.