Vino Almansa a recibirme jugando con sus guantes sahumados con ámbar. Era evidente que estaba a punto de salir. Expelía un aroma delicioso mezcla de perfume y jabón napolitano, se adornaba con un vaporoso cuello de lechuguilla, se había teñido las sienes y engomado el bigote. Además observé que bajo las calzas lucía unas piernas bien torneadas, por lo que no tuve más remedio que dar la razón a los que decían que se ponía relleno en los gemelos.
—Siento ser inoportuno —dije al verlo tan compuesto.
—No te preocupes, es temprano. Me han invitado a una velada al palacio de Oñate —dijo recalcando lo de Oñate—. Villamediana acaba de volver de Nápoles.
—¡Villamediana en Madrid! —exclamé haciéndome el sorprendido. No sé por qué fingí, pero no me pareció oportuno contarle el episodio del burdel, y además pensé que sería de mal efecto decir que ya lo sabía.
—Nos ha citado a los amigos para una tertulia —dijo orgulloso de formar parte de un grupo tan exclusivo, así que me alegré más de no haber soltado prenda. No le habría gustado saber que antes de organizar la tertulia el conde ya había llamado a otros amigos más íntimos, entre los cuales evidentemente no estaba, para irse de putas.
—También irá don Luis de Góngora a jugar unas manos, le gusta el naipe más que las alcaparras. Según me han dicho piensa felicitarme por las apostillas que he escrito en defensa de sus Soledades.
—Estará encantado de contar con semejante paladín —dije, y me avergoncé. No es que me parezca mal dar coba, pero no se debe notar. Sin embargo, o no fue tan evidente o Almansa estaba crecido, porque aceptó el cumplido con naturalidad.
—Pse, anda un poco bajo, le vendrá bien animarse.
—¿Qué le sucede?
—Qué te voy a contar… Ya sabes cómo es la Corte. Ha contratado a un mediador para que le consiga una entrevista con el duque de Lerma, pero parece que lleva ya librados tres adelantos sin ningún resultado, le dice que sí, que pronto, le da largas, pero nada.
Me mordí la lengua para no soltar una inconveniencia. ¿Pues no me había dicho que Góngora era amigo del marqués de Sieteiglesias, del duque de Uceda y hasta del mismo fray Luis de Aliaga? ¿Para qué tantos contactos de altura si luego tenía que recurrir a un topo de memoriales? ¿Es que no eran ciertas tantas y tan altas amistades?
—La Corte está llena de sinvergüenzas —me limité a decir, y Andrés asintió con expresión de cuánta razón tienes.
—¿Para qué me buscabas? —preguntó luego.
—Un par de cosas. ¿Te suena de algo el nombre de Osorio?
—¿Osorio? No.
—Tuvo algo que ver con Lope de Vega.
—¡Hombre!, sí, Elena Osorio. Pero de eso hace más de veinte años.
—¿La conociste?
—No, cuando lo de la Osorio yo no había nacido —dijo coqueto.
—¿Qué pasó?
—¿No te lo conté ayer?
—No lo recuerdo. No creo.
Almansa suspiró.
—A ver cuándo me vienes tú a mí con algún cuento jugoso, que empiezo a sentirme como un limón.
—Sabes que en eso no puedo competir —dije yo agachando la cabeza.
—Bueno, es igual —dijo él satisfecho con mi declaración de humildad—. Elena Osorio fue un amor juvenil de Lope de Vega. Era hija y esposa de comediante. El joven Lope se enamoró, la hizo su amante y se convirtió en el proveedor oficial de comedias del padre. También se podría decir al revés; que Velázquez, padre de Elena, en connivencia con el marido que se pasaba la vida viajando, le puso a Lope la muchacha en bandeja a cambio de que sólo escribiera para ellos. Lope no tendría por entonces más de veinte años y estaba encantado, se representaban sus comedias y encima dormía con la hija del jefe, ¿qué más podía pedir? Pero un imprevisto iba a trastocar ese equilibrio. A Elena le surgió un admirador, un indiano llamado Francisco no sé qué, un conde, de Cantecroix creo recordar, no me hagas mucho caso, que alteró la inclinación de la familia por el poeta. Los Osorio eran ambiciosos, y aunque el arreglo con Lope no era malo, prefirieron cobrar los favores de la muchacha en metálico antes que en comedias. No les culpo. De todos modos tuvieron a Lope engañado un tiempo, y luego, cuando ya no pudieron ocultar más al rival, lo convencieron de que compartiese a su enamorada. Creo que Lope, a pesar del desespero que le producía la creciente frialdad de su amante, se avino al acuerdo. Pero cada vez resultaba más evidente que había pasado a ser un simple comparsa en la vida de la bella, que lo soportaba por el interés del padre en su trabajo. Despechado, Lope empezó a dar sus comedias a Porres, competidor de Velázquez, y escribió varios romances burlescos y otras sátiras, que circularon por toda la ciudad, aludiendo a la deshonestidad de Elena, de Ana, su sobrina, y de una amiga de ambas, una tal Juana de Ribera. Los Osorio le pusieron pleito por injurias y Lope fue condenado a ocho años de destierro. Era el peor castigo que le podían imponer. En el momento de la partida raptó a Isabel de Urbina, con la que luego se casaría y a la que abandonaría en el tálamo para alistarse en la Invencible. ¿Seguro que no te conté esto el otro día?
—Me suena eso del destierro y lo del rapto de Isabel y la Invencible.
—O sea, todo.
—No, fue en relación al Entremés de los romances, lo recuerdo, pero te saltaste el motivo del destierro.
—Las injurias.
—Exacto. Ahora entiendo el comentario de Medinilla.
—¿Qué te ha contado?
—Que difícilmente puede ser Lope Avellaneda porque, desde el asunto de la Osorio, tiene mucho cuidado con lo que escribe.
—Tiene cuidado con las injurias, pero Avellaneda no incurre en injurias, ¿no? —preguntó.
Depende de cómo se lea, pensé. Hay cosas que sí podían considerarse decididamente injuriosas, pero preferí no extenderme al respecto. Me limité a asentir con la cabeza y aproveché para cambiar de tema.
—Y, ¿sabes algo de don Rodrigo Téllez Girón?
Andrés se encogió de hombros. Ni siquiera me miró. Me puso una mano en el hombro y con la otra me invitó a seguirlo a la calle. Andaba delante de mí dándose tironcitos del herreruelo, golpecitos en el sombrero y ajustándose el tahalí.
—¿El primer Osuna? ¿Por qué te interesa?
—Me han dicho que Lope de Vega escribe una obra de teatro sobre algo relacionado con él.
—Pues entonces espera un par de meses y lo verás en escena.
—Creo que es un encargo de don Pedro.
Ese detalle pareció interesarle.
—¿Algo de familia?
Almansa andaba y se detenía a intervalos regulares. Daba unos pasos, se detenía, me encaraba, decía algo y arrancaba de nuevo. Su espada era larga y fina y con el pomo damasquinado en oro. En un par de ocasiones, mientras bajábamos la escalera de forma tan atropellada, me golpeó la espinilla con la puntera de acero de la funda.
—Eso creo, pero me extraña que Lope haya aceptado el encargo. ¿No es acaso secretario del duque de Sessa? —pregunté.
—¿Secretario? Psi… no, je, je, je —se burló Almansa.
—Cómo que no. ¿Cuándo lo ha dejado?
—Nunca, lo que ocurre es que no es exactamente su secretario. Eso quisiera él.
—¿Entonces?
—Digamos que es empleado de su excelencia. Le escribe cartas, hace de mensajero…
—Pues eso es un secretario.
—Sessa lo usa sólo para temas amorosos. Las cosas importantes, los asuntos de gobierno y administración de su Casa los lleva otro.
Me quedé perplejo. A pesar de haber tenido conocimiento en otras ocasiones de la tercería de Lope en favor de su señor el duque, nunca pensé que ése fuera su único cometido.
—¿Y Lope está conforme?
Almansa se encogió de hombros.
—¿Conforme? Ji, ji, ji —volvió a reír—. Dicen que por eso se ha metido cura, para ver si así el duque lo nombra capellán de su casa, pero me parece que ni por ésas. Lo tiene difícil.
Cogí el latigazo con pinzas. Ese «dicen» en boca de Almansa era tan peligroso como una alcancía rellena de almagre. Hasta podía habérselo inventado allí mismo sobre la marcha. Almansa es de los que disfrutan soltando infundios en San Felipe para ver cuánto tardan en volver inflados y distorsionados.
—De todos modos, ¿no es raro que escriba para Osuna? —insistí.
—No será la primera vez, ya le dedicó La Arcadia hace unos años. A Lope nada le impide escribir para quien quiera, y así cumple dos objetivos. Por una parte se abre posibilidades para el futuro, la estrella de Osuna está en alza, y además presiona a Sessa, que ve que otros grandes se interesan por su trabajo. Ten en cuenta que su gran sueño es obtener el título de Cronista Real, y Sessa no está suficientemente bien situado en la Corte como para procurárselo.
—Sessa es uno de los grandes.
—Sí, pero políticamente está desahuciado. ¿No recuerdas que fue desterrado hace tres o cuatro años?
—Aquello fue por agredir a un alguacil, ¿no?
—¿Por agredir a un alguacil? Tendría que haberse comido sus tripas en la calle Mayor. No se destierra a un duque por abofetear a un alguacil. La verdad es que querían quitárselo de en medio porque se estaba acercando demasiado al príncipe.
—¿Quiénes querían quitárselo de en medio?
—Eso no lo sé seguro, pero dicen que fue orden de Lerma. Recuerda que él llegó a valido tras la muerte de Felipe II gracias a haber sido ayo del entonces príncipe.
—No lo entiendo, ¿no es Lerma padrino del primogénito de Sessa?
—¡Oh!, sí. Y Sessa se mantiene fiel, a pesar de todo. Que esto no salga de aquí, pero la verdad es que el duque nunca ha sido muy listo.
—Según eso, ¿debo pensar que Lope intenta colocarse para el futuro?
—Como cualquiera, busca amigos, todos necesitamos amigos.
—Ya, pero ¿por qué Osuna? Lope trabajó en otro tiempo para el conde de Lemos, el actual virrey.
—¡Que si trabajó! Y lo adoraba. Hasta se vanagloriaba de haber dormido a sus pies como un perro. Pero debes tener en cuenta al actual secretario de Lemos, Lupercio Leonardo de Argensola. Lope lo desprecia. Aún no se le ha olvidado el memorial que elevó al rey «la Lupe», como lo llama en privado, solicitando que se deshiciera de los comediantes, que eran un atajo de sabandijas, inmorales, vacuos y rufianes de los que sólo se podían esperar males.
—Es absurdo, él mismo ha escrito unas cuantas comedias.
Almansa no replicó inmediatamente. Por un momento se entregó a la contemplación de su esclavo que encendió el farol de paseo, ajustó los vidrios y lo colgó de la punta de una pértiga. Cuando todo estuvo preparado salió Carranza a la calle, luego yo y por último Andrés, que cerró la puerta con llave. El negro parecía un coloso bajo la luz. Me dio la impresión de que llevaba puesto un coleto de piel de búfalo bajo el atuendo morisco con que gustaba vestirlo su amo, y un broquel oculto bajo el capote. Aunque está prohibido, aprobé la precaución y envidié a Andrés el contar con semejante escolta.
—Mira —dijo al fin a modo de despedida—, hace años que no hay más autor de comedias que Lope de Vega, por simples que sean sus versos, y eso te lo puede confirmar el mismo Cervantes, bien que le pese. En cuanto si trabaja para uno o para otro, no te apures, que ya se las arreglará Lope para recuperar el favor de Lemos si le molesta que colabore con Osuna. Además, el secretario de Osuna es Quevedo, con quien Lope parece llevarse bastante bien, y quita que no haya partido de él la idea del encargo.