8

Me despertaron los mazazos. ¿Es que no iban a acabar nunca? Un mes era más que suficiente para cambiar tres muros de sitio, pero aquello parecía no tener fin. Y eso que la buhardilla era un espacio diminuto bajo cubierta pensado para orear la matanza y poco más. Apenas cabía en él una persona de pie. Cañamares debía de haber enloquecido. Además, la de entonces era la tercera cuadrilla que contrataba, lo que me hacía suponer que, aunque los alarifes fueran un gremio de cuidado, algo andaba mal en el proyecto para que ninguno consiguiera rematar la faena.

Escondí la cabeza bajo la almohada. A los golpes siguieron las voces, y luego un tanguillo se coló por el balcón entreabierto. Cualquier otro día habría insultado con saña a los ruidosos, pero aquella mañana me vino bien el jaleo para despejarme. Isabel se había ido, ni idea de cuándo. Habíamos estado festejando hasta más de las cuatro, y luego me dormí. A decir verdad, me alegré, no me apetecía verla en aquel momento, aún guardaba un regusto amargo por el modo en que me había arrancado el compromiso de cenar en su casa al día siguiente con sus tíos. Odio el protocolo, aunque sea en torno a un plato de tajadas y morcillas.

Me levanté diligentemente, dadas las circunstancias. Me puse la camisa y oriné de pie en el orinal. Confieso que me salí bastante, más de lo normal, suelo tener buen pulso pero me traicionó la premura, así que en cuanto acabé pasé un rato extendiendo los salpicones con el pie como si tal cosa. A esas horas el orinal estaba ya terciado, porque había olvidado vaciarlo antes de echarme a dormir. Eso es algo que me pasa a menudo, incluso lo olvido durante días en las ocasiones en que no duermo en casa, y entonces el olor parece que cala las paredes. Aquel día pensé vaciarlo en el patio trasero antes de irme, a través del ventanuco del descansillo. A las gallinas no les importaba, ya lo había hecho otras veces, pero antes de salir me asomé al balcón y como vi la calle vacía, lo vacié allí mismo sin aviso de «agua va» que, por otra parte, habría sonado raro por la mañana.

—Jefe, no son horas —dijo una voz sobre mi cabeza.

Miré hacia arriba. El tipo estaba a contraluz, con medio cuerpo asomando por entre las tejas. Parecía estar levantando un poco el alero para encajar un ventanuco.

—¿Y a usted qué más le da? —pregunté poniéndome de visera la mano que no sostenía el orinal.

—Hombre, si paso por debajo…

—Pero usted está arriba.

—Pero si paso por debajo… Eso se hace por la noche. ¿No oye los pregones?

La conversación no tenía ningún viso de mejorar, así que le di la razón y me encomendé a su benevolencia. Suelo hacerlo cuando veo a alguien manejar con soltura una alcotana, y siempre cuando de ese alguien depende que no entre agua en mi casa.

—Es que me encuentro un poco enfermo —me disculpé—. Fiebre, ya sabe. Por cierto, volverá a poner esas tejas donde estaban ¿verdad?

—Sí que tiene mala cara —dijo él sin responder a mi pregunta.

Aunque no tengo espejo, sabía que aquel tipo también tenía razón en lo de la mala cara. Me sentía un poco caliente, me faltaba sueño y no tenía ganas de hablar, así que asentí, me metí en casa y cerré la ventana dispuesto a olvidar el incidente y a concentrarme en lo que tenía que hacer.

Me planté en el vano que separaba mis dos habitaciones y me quedé un momento contemplando el dormitorio. Todas mis posesiones se abarcaban de un vistazo. La cama, un viejo catafalco con un dosel de techo de madera, era la misma en la que habían muerto mis padres. El colchón era nuevo, claro, y las colgaduras. El fuego acabó con todos los objetos de uso diario de los apestados, pero la cama se salvó, cosa tan absurda, y en cuanto pude entrar de nuevo en la casa la lavé con cal viva y me la traje a Madrid. Lo demás eran restos de lo que en su día fue mi ajuar de estudiante: una estera de esparto, una jofaina con su jarra, un pebetero, un brasero de bronce y el arcón repujado donde guardaba la muda. En el fondo, entre saquitos de espliego y romero, almacenaba las colgaduras de la cama y las mantas hasta la llegada del invierno. En la pared había clavado un grabado defectuoso de una serie que sacó Cuesta con motivos mitológicos. Se trataba de una reproducción del cuadro de Tiziano en el que aparece Dánae toda lánguida recostada en unos almohadones dispuesta a recibir a su amante, con la salvedad de que en vez de una lluvia de oro, lo que Cupido ve caer sobre la mujer parece un cubo de tinta.

Vamos allá, me dije para darme ánimos. Lo primero que hice fue poner a buen recaudo el dinero. Lo saqué de debajo del colchón y me fui al otro cuarto. Tras comprobar que estaba echado el cerrojo, y siempre con un ojo en la ventana, corrí la mesa, levanté el ladrillo que tenía preparado, metí en el hueco la bolsa y lo volví a colocar tal como estaba sujetándolo con la pata de la mesa. Hecho esto me volví a quitar la camisa, llené el jarro de agua, metí la cabeza en la jofaina y me vertí el agua por la nuca. Aquello me despejó en el acto. Me sequé torpemente con un paño que olía a pimientos, y luego mojé dos dedos en el vasito que guardo con agua de azúcar y me los pasé por los bigotes afinando la punta. Saqué mi camisa limpia y me la puse con un suspiro de placer. Llevaba bastante tiempo sin usarla y había cogido el aroma de las hierbas del baúl. Luego me puse también mi par de calzas limpias, los valones y el jubón. Les quité el polvo a los zapatos con el mismo paño con el que me acababa de secar y luego repasé sus grietas y rozaduras con un poco de aceite y carbonilla de la cocina.

Ya a medio vestir me serví un vaso de aguardiente y rebusqué en uno de los estantes de la rinconera hasta que encontré un par de frutas escarchadas. Eran las últimas, así que tendría que comprar una caja de letuario, como le llamaban los confiteros, si no quería que me faltara desayuno. Con la tripa caliente me puse la ropilla, me ceñí el tahalí con la espada y la vizcaína y guardé en mi tubo de plomo la nota con la dirección de Felipe Roberto. Eché un último vistazo a la habitación, hice un petate con la camisa y las calzas sucias y salí a la escalera dispuesto a comerme el mundo.