Al ocioso lector

El mismo día que acabé de transcribir el manuscrito de Isidoro Montemayor encontrado por azar entre los documentos del archivo de la Casa de Cameros, decidí darme una vuelta por el estudio de Fernando Marañón. Por una de esas casualidades del destino, daba él la última pincelada a un magnífico retrato de un grupo de escritores hispanohablantes ataviados con mallas negras. Alabé la obra, Fernando preparó café y se interesó a su vez por mi trabajo. Al rato le pregunté si ya había pensado en cómo llamar al cuadro, y me contestó sin dudar: Ladrones de tinta. Bonito título, le dije. Caímos entonces en la cuenta de que ambos habíamos dedicado los últimos meses a trabajar sobre sendos grupos de escritores. ¿Y cómo se titula el manuscrito?, preguntó interesado. Me temo que Montemayor nunca esperó que sus memorias llegaran a ver la luz, contesté yo, y a mí en este tiempo no se me ha ocurrido nada.

Pasamos el resto de la tarde dando vueltas al asunto, pero descartamos todos los títulos que se nos pasaban por la cabeza, ninguno sonaba tan bien como el del cuadro. Cuando estábamos ya con la mente en blanco y a punto de separarnos, Fernando hizo una última propuesta: ¿Y por qué no lo llamas igual? ¿Igual a qué?, pregunté yo. Al cuadro, respondió; Ladrones de tinta.

Así que ya saben, si la historia les gusta, agradézcanselo a Montemayor por haber registrado los sucesos de aquel mes, si el título les parece acertado, feliciten a Fernando Marañón, y si encuentran alguna falta cúlpenme a mí por no haber sabido subsanarla.

Alfonso Mateo-Sagasta