108
Nuevas luchas
Con Buda ya muerto, durante siglos se siguió enseñando su sombra en una cueva: una sombra enorme y horrible. Dios ha muerto: pero, tal y como son los hombres, seguirá habiendo, quizá durante milenios, cuevas en las que se enseñe su sombra. Y nosotros, ¡nosotros tenemos que vencer aún a su sombra!
109
¡Guardémonos!
Guardémonos de pensar que el mundo es un ser vivo. ¿Hacia dónde iba a extenderse? ¿De qué iba a alimentarse? ¿Cómo podría crecer y multiplicarse? Sabemos más o menos qué es lo orgánico: ¿vamos acaso a reinterpretar lo indeciblemente derivado, tardío, raro y casual que percibimos solamente sobre la corteza de la tierra en lo esencial, universal, eterno, como hacen los que llaman organismo al universo? Repugnancia me produce. Guardémonos ya de creer que el universo sea una máquina; es seguro que no está diseñado con vistas a una finalidad concreta, con la palabra «máquina» le tributamos un honor demasiado elevado. Guardémonos de presuponer en general y por doquier algo tan pleno de forma como los movimientos cíclicos de nuestras estrellas vecinas; ya una mirada a la Vía Láctea suscita dudas acerca de si no habrá allí movimientos mucho menos elaborados y mucho más contradictorios, asimismo estrellas que sigan eternamente una trayectoria rectilínea y otras cosas semejantes. El orden astral en el que vivimos es una excepción; ese orden y la duración, bastante larga, que ha producido posibilitan a su vez la excepción de las excepciones: la formación de lo orgánico. Por el contrario, el carácter total del mundo es el de un caos eterno, caos no en el sentido de la falta de necesidad, sino en el de la falta de orden, estructura, forma, belleza, sabiduría y comoquiera que llamemos a nuestras humanidades estéticas. Juzgando desde nuestra razón, los intentos fallidos son, con mucho, la regla, las excepciones no son el objetivo oculto, y todo el mecanismo de la caja de música repite eternamente su melodía, a la que nunca le es lícito llevar el nombre de melodía, y al cabo incluso el término «intento fallido» es ya un antropomorfismo que incluye en sí un reproche. Ahora bien, ¡cómo podría sernos lícito reprender o elogiar al universo! Guardémonos de achacarle dureza de corazón y sinrazón, o sus opuestos: ¡no es perfecto, ni bello, ni noble, y no quiere llegar a ser nada de eso, no aspira en modo alguno a imitar al hombre! ¡No lo afecta ninguno de nuestros juicios estéticos y morales! No tiene tampoco instinto de conservación ni ningún otro instinto; tampoco conoce ley alguna. Guardémonos de decir que hay leyes en la naturaleza. Hay solo necesidades: no hay nadie que mande, nadie que obedezca, nadie que transgreda. Cuando sabéis que no hay fines sabéis también que no hay casualidad: pues solo en referencia a un mundo de fines tiene sentido la palabra «casualidad». Guardémonos de decir que la muerte se contrapone a la vida. El ser vivo es solo una especie del muerto, y una especie muy escasa. Guardémonos de pensar que el mundo crea eternamente cosas nuevas. No hay sustancias eternamente persistentes; la materia es un error, igual que lo es el Dios de los eleáticos. ¡Cuándo dejaremos de pensar que algo cuida de nosotros o nos ampara! ¿Cuándo cesarán de oscurecernos todas esas sombras de Dios? ¡Cuándo habremos desdivinizado la naturaleza por entero! ¡Cuándo nos será lícito empezar a naturalizarnos, a nosotros los hombres, con la naturaleza pura, nuevamente encontrada, nuevamente redimida!
110
Origen del conocimiento
Durante periodos de tiempo enormes el intelecto no ha engendrado más que errores; algunos de ellos resultaron útiles para conservar la especie: quien cayó en ellos, o los recibió por herencia, libró su lucha a favor de sí mismo y de sus descendientes con mayor fortuna. Tales artículos de fe erróneos que se fueron heredando, y que al final se convirtieron casi en el patrimonio básico de la especie humana, son, por ejemplo, estos: que hay cosas permanentes, que hay cosas iguales, que hay cosas, sustancias, cuerpos, que una cosa es aquello en calidad de lo cual aparece, que nuestra voluntad es libre, que lo que es bueno para mí es bueno también en y por sí mismo. Fue muy tarde cuando salieron a escena los negadores y dudadores de esos artículos, muy tarde cuando salió a escena la verdad, que es la forma de conocimiento menos vigorosa que existe. Parecía que no se podía vivir con ella, nuestro organismo estaba configurado para lo opuesto a ella; todas sus funciones elevadas, las percepciones de los sentidos y todo tipo de sensación en general, trabajaban con aquellos antiquísimos errores fundamentales asimilados. Es más: aquellos artículos se convirtieron incluso, dentro del conocimiento, en las normas con arreglo a las que se medía lo «verdadero» y lo «no verdadero», hasta llegar a las más apartadas regiones de la lógica pura. Así pues, el vigor de los conocimientos no reside en su grado de verdad, sino en su edad, en su haber sido asimilados, en su carácter como condición de la vida. Allí donde la vida y el conocimiento parecían contradecirse, nunca se luchaba seriamente; allí la negación y la duda se consideraban demencia. Aquellos pensadores de excepción, como los eleáticos, que a pesar de ello establecieron y fijaron lo opuesto a los errores naturales, creían que es posible vivir también ese contrario: inventaron el sabio como hombre de la inmodificabilidad, de la impersonalidad, de la universalidad de la intuición, como uno y todo a la vez, con una capacidad propia para aquel conocimiento inverso; creían que su conocimiento era a la vez el principio de la vida. Para poder afirmar todo eso, tuvieron que engañarse sobre su propio estado: tuvieron que arrogarse injustificadamente impersonalidad y permanencia sin cambios, malentender la esencia del que conoce, negar el poder de las pulsiones en el conocimiento y, en general, la razón como actividad totalmente libre y surgida de sí misma; mantenían los ojos cerrados para el hecho de que también ellos habían llegado a sus principios contradiciendo lo válido, o llevados del deseo de calma, o de posesión exclusiva, o de dominio. El desarrollo de la sinceridad y del escepticismo hacia una mayor finura terminó por hacer imposibles también a esos hombres; también su vivir y juzgar se revelaron como dependientes de las viejísimas pulsiones y de los viejísimos errores fundamentales de toda existencia sentiente. Aquella fina sinceridad y aquel fino escepticismo surgían dondequiera que dos principios opuestos parecían aplicables a la vida porque ambos se compadecían con los errores fundamentales, dondequiera, así pues, que se podía discutir sobre su mayor o menor grado de utilidad para la vida; dondequiera, asimismo, que nuevos principios se mostraban, aunque no útiles para la vida, al menos tampoco dañinos para ella, como expresiones de un gusto por el juego intelectual, e inocentes y felices igual que todo juego. El cerebro humano se fue llenando paulatinamente de esos juicios y convicciones, y así surgió en esa mezcolanza fermentación, lucha y concupiscencia de poder. En la lucha por las «verdades» tomaron partido no solo la utilidad y el placer, sino también todo tipo de pulsiones; la lucha intelectual se convirtió en ocupación, estímulo, profesión, deber, dignidad: el conocimiento y la tendencia hacia lo verdadero terminaron por incluirse como necesidades en el orden de las demás necesidades. A partir de ese momento no solo la fe y la convicción, sino también el examen, la negación, la desconfianza, la contradicción eran un poder, todos los «malos» instintos quedaron subordinados al conocimiento y puestos a su servicio, y recibían el brillo de lo permitido, honrado, útil, y finalmente el ojo y la inocencia de lo bueno. El conocimiento se convirtió, pues, en un trozo de la vida misma, y en tanto que vida en un poder que crecía constantemente: hasta que los conocimientos y aquellos viejísimos errores fundamentales terminaron chocando entre sí, ambos como vida, ambos como poder, ambos en la misma persona. El pensador: es ahora el ser en el que la pulsión hacia la verdad y aquellos errores conservadores de la vida luchan su primera lucha, una vez que también la pulsión hacia la verdad ha demostrado ser un poder conservador de la vida. En comparación con la importancia de esta lucha todo lo demás es indiferente: la última pregunta por la condición de la vida queda planteada aquí, y aquí se hace el primer intento de responder a esa pregunta con el experimento. ¿Hasta qué punto la verdad tolera la asimilación? Esta es la pregunta, este es el experimento.
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Procedencia de lo lógico
¿De dónde ha surgido la lógica que hay en la cabeza humana? Seguro que de la falta de lógica, cuyo reino tiene que haber sido originalmente enorme. Pero muchos, incontables seres que inferían de otro modo que como nosotros lo hacemos ahora, sucumbieron: ¡su inferencia siempre podría haber sido aún más verdadera! Quien, por ejemplo, no sabía encontrar con suficiente frecuencia lo «igual», en lo tocante a la alimentación o en lo tocante a los animales que le eran hostiles, quien, así pues, subsumía demasiado despacio, quien era demasiado precavido en la subsunción, tenía menos probabilidades de seguir viviendo que el que ante cualquier parecido daba enseguida con la igualdad. Y es la tendencia predominante a tratar lo parecido como igual, una tendencia poco lógica —pues no hay en sí nada igual—, la que ha puesto los fundamentos de la lógica. Igualmente, para que surgiese el concepto de sustancia, que es imprescindible para la lógica, aunque en el sentido más estricto no le corresponde nada real, fue necesario que durante largo tiempo lo cambiante de las cosas no fuese visto, no fuese sentido; los seres que no veían con exactitud tenían una ventaja sobre aquellos que veían todo «fluyendo». Todo grado elevado de precaución en el inferir, toda tendencia escéptica, son ya, en sí mismos y por sí mismos, un gran peligro para la vida. No se habría conservado ningún ser vivo si no hubiese sido cultivada —hasta llegar a ser extraordinariamente fuerte— la tendencia opuesta, la tendencia a antes afirmar que suspender el juicio, antes errar e inventar que esperar, antes aprobar que negar, antes juzgar que ser justo. El discurrir de pensamientos y conclusiones lógicos en nuestro actual cerebro equivale a un proceso y lucha de pulsiones que, tomadas cada una por separado, son en sí mismas todas ellas muy ilógicas e injustas; usualmente experimentamos solo el resultado de la lucha: tan rápida y escondidamente se desarrolla ahora en nosotros ese viejísimo mecanismo.
112
Causa y efecto
A lo que nos eleva sobre los niveles del conocimiento y de la ciencia anteriores a los nuestros lo llamamos «explicación», pero es «descripción». Describimos mejor, pero explicamos igual de poco que cuantos nos precedieron. Allí donde, en culturas anteriores a la nuestra, el hombre e investigador ingenuo solo veía dos cosas, «causa» y «efecto», como solía decirse, nosotros hemos descubierto una sucesión múltiple; hemos perfeccionado la imagen del devenir, pero no hemos ido más allá de la imagen, ni tampoco hemos llegado a lo que pueda haber detrás de ella. La serie de las «causas» está mucho más completa ante nosotros en todo caso, e inferimos así: esto y esto otro tiene que preceder para que aquello otro siga. Pero nada hemos comprendido con ello. La cualidad, por ejemplo en todo devenir químico, aparece hoy, al igual que antaño, como un «milagro», y lo mismo todo movimiento local; nadie ha «explicado» el choque. ¡Cómo íbamos a poder hacerlo! Operamos con puras cosas que no hay, con líneas, superficies, cuerpos, átomos, tiempos divisibles, espacios divisibles: ¡cómo va a ser posible la explicación, si empezamos haciendo de todo una imagen, nuestra imagen! Es suficiente contemplar la ciencia como humanación de las cosas lo más fiel posible, aprendemos a describirnos a nosotros cada vez con mayor exactitud cuando describimos las cosas y su sucesión. Causa y efecto: una dualidad tal no la hay probablemente nunca, en realidad tenemos ante nosotros un continuum del que aislamos un par de trozos, al igual que nunca percibimos un movimiento de otro modo que como puntos aislados, y así pues propiamente no lo vemos, sino que lo inferimos. La subitaneidad con la que muchos efectos se destacan nos extravía, pero es solamente una subitaneidad para nosotros. En ese segundo de la subitaneidad hay una cantidad infinita de procesos que se nos escapan. Un intelecto que viese la causa y el efecto como continuum, no, a nuestro modo, como un estar dividido y troceado arbitrariamente, que viese el flujo del devenir, rechazaría el concepto de causa y efecto y todo estar condicionado por otra cosa.
113
Sobre la doctrina de los venenos
Para que surja el pensamiento científico hace falta que concurran muchísimas cosas: ¡y todas esas fuerzas necesarias tienen que ser inventadas, ejercitadas y cuidadas cada una por separado! Sin embargo, cuando estaban separadas tenían con mucha frecuencia un efecto enteramente distinto del que tienen ahora que dentro del pensamiento científico se limitan y mantienen a raya recíprocamente: han actuado como venenos, por ejemplo, la pulsión que pone en duda, la pulsión que niega, la pulsión que espera, la pulsión que colecciona, la pulsión que disuelve. ¡Muchas hecatombes de personas se han ofrecido antes de que esas pulsiones aprendiesen a comprender que están unas junto a otras y a sentirse unas con otras como funciones de un mismo poder organizador de una misma persona! ¡Y qué lejos nos encontramos aún de que al pensamiento científico se le sumen las fuerzas artísticas y la sabiduría práctica de la vida, de que se forme un sistema orgánico más elevado, en comparación con el cual el erudito, el médico, el artista y el legislador, tal y como los conocemos ahora, tendrían que aparecer como precarias antigüedades!
114
Volumen de lo moral
Construimos una nueva imagen, e inmediatamente, con ayuda de todas las experiencias antiguas que hemos hecho, la vemos según el grado de nuestra sinceridad y justicia. No hay otras vivencias que vivencias morales, tampoco siquiera en el área de la percepción sensorial.
115
Los cuatro errores
El hombre ha sido educado por sus errores: en primer lugar, nunca se veía de otro modo que incompleto; en segundo lugar, se atribuía propiedades inventadas; en tercer lugar, se sentía en un rango equivocado respecto del animal y la naturaleza; en cuarto lugar, inventaba siempre nuevas tablas de bienes y las tomaba durante un cierto tiempo como eternas e incondicionadas, de modo que ya esta, ya aquella pulsión humana y aquel estado humano ocupaban el primer puesto y eran ennoblecidos a consecuencia de esa estimación. Si se elimina del cálculo los efectos de esos cuatro errores, queda eliminada también toda idea elevada acerca de la condición humana, la humanidad y la «dignidad del hombre».
116
Instinto gregario
Allí donde encontramos una moral encontramos una estimación y jerarquía de las pulsiones y acciones humanas. Estas estimaciones y jerarquías son siempre expresión de las necesidades de una comunidad o de un rebaño: lo que más les conviene a ellos, y lo segundo y lo tercero en esa misma escala, es también el criterio supremo para medir el valor de todos los individuos. Con la moral se instruye al individuo para que sea función del rebaño, y solo como función se atribuya valor a sí mismo. Dado que las condiciones de la conservación de una comunidad dada son muy diferentes de las de otras comunidades, ha habido morales muy diferentes, y si tenemos en cuenta las esenciales transformaciones futuras de los rebaños y de las comunidades, de los Estados y de las sociedades, se puede profetizar que habrá aún morales muy divergentes. La moralidad es el instinto gregario del individuo.
117
Remordimientos de conciencia gregarios
En las más largas y lejanas épocas del género humano había remordimientos de conciencia enteramente distintos de los actuales. Hoy nos sentimos responsables solamente de lo que queremos y hacemos, y ponemos nuestro orgullo en nosotros mismos: todos nuestros jurisconsultos parten de esta sensación de sí mismo y de placer que tiene el individuo, como si aquí hubiese brotado desde siempre la fuente del Derecho. Pero durante la más larga época del género humano no ha habido nada más terrible que sentirse individuo. Estar solo, notar cosas uno mismo, no obedecer ni dominar, significar un individuo, eso no era entonces un placer, sino un castigo; se había sido condenado «a ser un individuo». La libertad de pensamiento estaba considerada como lo intranquilizador por excelencia. Mientras que nosotros sentimos la ley y la inserción en un orden como coacción y merma, el egoísmo se sentía antes como algo penoso, como una auténtica precariedad. Ser uno mismo, estimarse con arreglo a una medida y a un peso propios: esto era en aquel entonces de mal gusto. La inclinación a ello habría sido sentida como locura: pues con la soledad estaba vinculada toda miseria y todo miedo. En aquel entonces la «voluntad libre» tenía la mala conciencia en su más próxima vecindad: y cuanto menos libremente se actuaba, cuanto más hablaba por boca de la acción el instinto gregario y no el sentido personal, tanto más moral se estimaba uno a sí mismo. Todo lo que perjudicaba al rebaño, lo hubiese querido o no el individuo, le daba en aquel entonces al individuo remordimientos de conciencia, ¡y además a su vecino, incluso al rebaño entero! En este punto es donde más hemos aprendido y cambiado.
118
Benevolencia
¿Es virtuoso que una célula se transforme en una función de una célula más fuerte? Tiene que hacerlo. Y ¿hay maldad en que la más fuerte asimile la primera? Tiene que hacerlo también, y le es necesario, pues tiende a que la célula que la sustituya sea más rica que ella, y quiere regenerarse. Conforme a ello, hay que distinguir en la benevolencia la pulsión de apropiarse y la pulsión de someterse, según sea el fuerte o el débil quien sienta benevolencia. Goce y apetito van de la mano en el fuerte, que quiere transformar algo para que sea una función de él mismo; goce y querer ser apetecido en el débil, al que le gustaría convertirse en función. La compasión es esencialmente lo primero, un movimiento agradable de la pulsión de apropiación al ver al débil, si bien hay que tener en cuenta que «fuerte» y «débil» son conceptos relativos.
119
¡Nada de altruismo!
Veo en muchas personas una fuerza y un placer sobreabundantes en querer ser función; lo buscan con ahínco y tienen el más fino olfato para todos aquellos lugares en los que precisamente ellas pueden ser función. Entre esas personas se cuentan las mujeres que se transforman precisamente en la función de un hombre que en él está débilmente desarrollada, y que de esa manera llegan a ser su bolsa de dinero, o su política o su trato social. Cuando mejor se conservan esos seres es cuando anidan en un organismo ajeno; si no lo consiguen, se enfadan, se irritan y se devoran a sí mismos.
120
Salud del alma
Para que la popular fórmula moral médica (cuyo autor es Aristón de Quíos) según la cual «la virtud es la salud del alma» fuese utilizable tendría que ser modificada al menos en este sentido: «tu virtud es la salud de tu alma». Pues una salud en sí no existe, y todos los intentos de definir tal cosa han salido lamentablemente mal. Al objeto de determinar qué significa salud para tu cuerpo lo decisivo es tu meta, tu horizonte, tus fuerzas, tus impulsos, tus errores, y especialmente los ideales y fantasmas de tu alma. Hay, así, incontables saludes del cuerpo, y cuanto más se permita a la persona individual e incomparable levantar su cabeza, cuanto más se eche en olvido el dogma de la «igualdad del hombre», tanto más perderán nuestros médicos también el concepto de salud normal, junto al de dieta normal y al de transcurso normal de la enfermedad. Y solo entonces habrá llegado, quizá, el momento de reflexionar sobre la salud y la enfermedad del alma y de situar la peculiar virtud de cada uno en su salud: la cual, ciertamente, en unas personas podría tener el mismo aspecto que lo contrario de la salud en otras. En último término quedaría abierta aún la gran pregunta de si podríamos prescindir de la enfermedad, precisamente para desarrollar nuestra virtud, y de si especialmente nuestra sed de conocimiento y autoconocimiento no tendrá tanta necesidad del alma enferma como de la sana: la pregunta, en suma, de si la voluntad exclusiva de salud no será un prejuicio, una cobardía y quizá un trozo de la más fina barbarie y del más fino atraso.
121
La vida no es un argumento
Nos hemos moldeado un mundo en el que podemos vivir, con la suposición de cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos, movimiento y reposo, forma y contenido: ¡sin estos artículos de fe nadie soportaría ahora vivir! Pero no por eso quedan ya demostrados. La vida no es un argumento; entre las condiciones de la vida podría estar el error.
122
El escepticismo moral en el cristianismo
También el cristianismo ha efectuado una gran contribución a la ilustración: enseñó el escepticismo moral de un modo muy penetrante y eficaz: acusando, amargando, pero con incansable paciencia y finura: aniquiló en todas y cada una de las personas la fe en sus «virtudes»: hizo desaparecer para siempre de la tierra aquellos grandes virtuosos que no escaseaban en la Antigüedad, aquellos hombres populares que en la fe en su perfección se paseaban con la dignidad de un héroe del toreo. Cuando ahora, educados en esa escuela cristiana del escepticismo, leemos los libros morales de los antiguos, por ejemplo los de Séneca y Epicteto, sentimos una entretenida superioridad, disponemos de una clave secreta para comprenderlos desde dentro y en su conjunto y nos parece como si un niño hablase ante un hombre viejo o una joven bella y entusiasmada ante La Rochefoucauld: ¡conocemos mejor la virtud! Al cabo, hemos terminado aplicando ese mismo escepticismo también a todos los estados y procesos religiosos, como el pecado, el arrepentimiento, la gracia y la santificación, y hemos dejado al gusano horadar tan bien que ahora al leer todos los libros cristianos tenemos la misma sensación de sutil superioridad y penetración: ¡conocemos mejor también los sentimientos religiosos! Y ya es hora de conocerlos bien y describirlos bien, pues también los devotos de la vieja fe se extinguen: ¡salvemos su imagen y su tipo al menos para el conocimiento!
123
El conocimiento, más que un medio
También sin esta nueva pasión —me refiero a la pasión del conocimiento— se fomentaría la ciencia: la ciencia ha crecido y se ha hecho mayor hasta ahora sin ella. La buena fe en la ciencia, el prejuicio favorable a ella por el que nuestros Estados se hallan dominados ahora (antes lo estaba incluso la Iglesia), descansa, en el fondo, en que aquella tendencia e ímpetu incondicionados se han revelado en ella muy rara vez, y en que la ciencia está considerada precisamente no como una pasión, sino como un estado y un «ethos». Es más, con frecuencia basta ya amour-plaisir del conocimiento (curiosidad), basta amour-vanité, acostumbramiento a él mientras ocultamente se busca la honra y el pan, basta incluso para muchos el hecho de que con una sobreabundancia de ocio no saben hacer otra cosa que leer, coleccionar, ordenar, observar, contar a otros; su «pulsión científica» es su aburrimiento. En cierta ocasión (en el breve a Beroaldo), el papa León X cantó las alabanzas de la ciencia: la caracterizó como el más bello adorno y el mayor orgullo de nuestra vida, como una noble ocupación en la dicha y en la desdicha; «sin ella», termina diciendo, «todas las empresas humanas carecerían de firme asidero, ¡incluso con ella son no poco cambiantes e inseguras!». Pero este papa pasablemente escéptico se calla, como todos los demás panegiristas eclesiásticos de la ciencia, su juicio último sobre ella. Por más que de sus palabras pueda deducirse —lo que no es poco llamativo en tal amigo del arte— que pone la ciencia por encima del arte, en último término es solo cortesía lo que lo lleva aquí a no hablar de lo que pone muy por encima de toda ciencia: la «verdad revelada» y la «salvación eterna del alma». ¡Qué son para él, en comparación con esas dos cosas, el adorno, el orgullo, el mantenimiento, el aseguramiento de la vida! «La ciencia es cosa de segundo rango, no algo último, incondicionado, objeto de la pasión»: ¡este juicio, que es el juicio propiamente cristiano sobre la ciencia, se quedó guardado en el alma de León! En la Antigüedad, la dignidad y el reconocimiento de la ciencia estaban disminuidos por el hecho de que incluso entre sus más celosos discípulos la tendencia a la virtud iba delante, y de que se creía haber tributado al conocimiento su más alto elogio cuando se lo celebraba como el mejor medio para la virtud. Es algo nuevo en la historia que el conocimiento quiera ser más que un medio.
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En el horizonte de lo infinito
¡Hemos abandonado la tierra y nos hemos embarcado! ¡Hemos volado los puentes, es más, hemos volado la tierra que dejábamos atrás! ¡Ahora, barquito, ten cuidado! Junto a ti está el océano; es verdad que no siempre brama, y que a veces extiende su manto horizontal de seda y oro y como soñado por la bondad. Pero vendrán horas en las que conocerás que es infinito y que no hay nada más terrible que la infinitud. ¡Oh, el pobre pájaro que se sintió libre y que ahora choca con las paredes de esta jaula! ¡Ay, cuando la nostalgia de la tierra se apodera de ti, como si allí hubieses disfrutado de más libertad, pero te encuentras con que ya no hay «tierra»!
125
El hombre loco
¿No habéis oído de aquel hombre loco que una luminosa mañana encendió un farol, corrió al mercado y se puso a gritar incesantemente: «¡Estoy buscando a Dios!, ¡estoy buscando a Dios!»? Justo allí se habían juntado muchos de los que no creían en Dios, por lo que levantó grandes carcajadas. ¿Acaso se te ha extraviado?, dijo uno. ¿Se ha perdido como un niño?, dijo otro. ¿O es que se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado?, ¿habrá emigrado?: así gritaban y se reían todos a la vez. El hombre loco se puso de un salto en medio de ellos y los taladró con sus miradas. «¿Adónde se ha marchado Dios?», exclamó, «¡os lo voy a decir! Lo hemos matado, ¡vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hemos hecho cuando hemos soltado la cadena que unía esta Tierra con su sol? ¿Hacia dónde se mueve ella ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Nos vamos alejando de todos los soles? ¿No estamos cayendo sin cesar? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia delante, hacia todos los lados? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No vamos errando como a través de una nada infinita? ¿No notamos el hálito del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene continuamente la noche, y más y más noche? ¿No es necesario encender faroles por la mañana? ¿No oímos todavía nada del ruido de los enterradores que están enterrando a Dios? ¿No olemos todavía nada de la pudrición divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Dios seguirá muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo consolarnos, nosotros asesinos de todos los asesinos? Lo más santo y más poderoso que el mundo poseía hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, ¿quién nos limpiará de esta sangre? ¿Con qué agua podríamos purificarnos? ¿Qué ceremonias expiatorias, que juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de esta hazaña demasiado grande para nosotros? ¿No tenemos que convertirnos nosotros mismos en dioses para parecer dignos de ella? No ha habido nunca hazaña mayor, ¡y quienquiera que nazca después de nosotros formará parte, por causa de esta hazaña, de una historia superior a toda la transcurrida hasta ahora!». Aquí el hombre loco se quedó callado y volvió a dirigir la vista a sus oyentes: también estos callaban y lo miraban extrañados. Finalmente tiró su farol al suelo, de modo que se hizo pedazos y se apagó. «He venido demasiado pronto», dijo después, «no es todavía mi momento. Este acontecimiento enorme está todavía viniendo y de camino, y no ha llegado aún a oídos de los hombres. El relámpago y el trueno necesitan tiempo, la luz de las estrellas necesita tiempo, las hazañas necesitan tiempo, también después de hechas, para ser vistas y oídas. Esta hazaña sigue siendo para ellos más lejana que las más lejanas estrellas, ¡y sin embargo la han hecho!». Se cuenta además que ese mismo día el hombre loco se metió en diferentes iglesias y que en ellas entonó su requiem aeternam deo[27]. Llevado fuera e interrogado, se dice que solo repuso esto: «¿Qué otra cosa son aún estas iglesias que tumbas y estelas funerarias de Dios?».
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Explicaciones místicas
A las explicaciones místicas se las considera profundas; pero la verdad es que no son ni siquiera superficiales.
127
Repercusiones de la más vieja religiosidad
Todo el que piensa poco, cree que la voluntad es lo único que actúa; que querer es algo sencillo, dado sin más, inderivable, comprensible de suyo. Está convencido de que cuando hace algo, por ejemplo cuando da un golpe, es él quien ha golpeado, y que él ha golpeado porque quería golpear. No ve ahí absolutamente nada de problemático, sino que le basta la sensación de voluntad, no solo para suponer la causa y el efecto, sino también para creer entender su relación. Del mecanismo del suceder y del céntuple trabajo fino que tiene que ser realizado para llegar al golpe, así como de la incapacidad de la voluntad en sí de hacer siquiera la parte más pequeña de este trabajo, nada sabe. La voluntad es para él una fuerza que actúa mágicamente: la fe en la voluntad en tanto que causa de efectos es la fe en fuerzas que actúan mágicamente. Pues bien, dondequiera que veía un suceso, el hombre creía originalmente en una voluntad como causa y en seres personalmente volentes que actuaban en el trasfondo: el concepto de mecánica le quedaba bien lejos. Y dado que el hombre, durante épocas enormes, solo ha creído en personas (y no en materias, fuerzas, cosas, etc.), la fe en la causa y el efecto se ha convertido para él en la fe fundamental, que él emplea dondequiera que algo sucede, y también ahora lo sigue haciendo instintivamente y como un pedazo de atavismo de la más antigua procedencia. Los principios «no hay efecto sin causa», «todo efecto es a su vez causa», aparecen como generalizaciones de principios mucho más estrechos: «allí donde se actúa, se ha querido», «solo se puede actuar sobre seres volentes», «nunca se sufre un efecto puramente y sin consecuencias, sino que en todos ellos hay una excitación de la voluntad» (hacia el acto, la defensa, la venganza, el pago en la misma moneda), pero en las épocas primigenias del género humano estos y aquellos principios eran idénticos, y los primeros no generalizaciones de los segundos, sino los segundos aclaraciones de los primeros. Al suponer que todo lo que existe es siempre algo volente, Schopenhauer elevó al trono una viejísima mitología; parece no haber intentado nunca un análisis de la voluntad, porque, igual que todo el mundo, creía en la sencillez e inmediatez de toda voluntad, mientras que, en realidad, querer no es más que un mecanismo tan bien ajustado que casi se escapa al ojo que lo observa. Frente a él, establezco los siguientes principios. Primero: para que surja voluntad es necesaria una representación de placer y displacer. Segundo: que un estímulo fuerte se sienta como placer o displacer, es cosa del intelecto interpretante, si bien la mayor parte de las veces este trabaja de un modo inconsciente para nosotros, y uno y el mismo estímulo puede ser interpretado como placer o displacer. Tercero: solo en los seres intelectuales hay placer, displacer y voluntad; la enorme mayoría de los organismos no tiene nada de eso.
128
El valor de la oración
La oración ha sido inventada para las personas que propiamente nunca tienen ideas por sí mismas y para las que una elevación del alma es cosa desconocida o que transcurre sin ser advertida: ¿qué pintan esas personas en lugares sagrados y en todas las situaciones importantes de la vida, que exigen calma y una especie de dignidad? ¡Para que al menos no molesten, la sabiduría de todos los fundadores de religiones, de los pequeños igual que de los grandes, les ha recomendado encarecidamente las fórmulas de la oración, como un largo trabajo mecánico de los labios, combinado con el esfuerzo de la memoria y con una misma posición establecida de manos, pies y ojos! Entonces, ya pueden, igual que los tibetanos, rumiar incontables veces su «om mane padme hum», o, como en Benarés, ir contando por los dedos el nombre del dios Ram-Ram-Ram (y así sucesivamente, con o sin gracia), o bien honrar a Visnú en sus mil advocaciones, o a Alá en las noventa y nueve que tiene, o bien servirse de las ruedas de oración o de los rosarios; lo principal es que con ese trabajo ya tienen ocupación por un tiempo y ofrecen un espectáculo soportable: su especie de oración ha sido inventada en beneficio de los devotos que conocen por propia experiencia ideas y elevaciones. E incluso estos últimos tienen sus horas de cansancio, en las que una serie de palabras y sonidos venerables y una mecánica piadosa les hacen bien. Sin embargo, aceptando que esas personas poco comunes —en toda religión la persona religiosa es una excepción— saben qué hacer, aquellos pobres de espíritu no lo saben, y prohibirles el ruido de latas de la oración significa quitarles la religión: así lo manifiesta el protestantismo cada vez más. De los tales lo único que quiere la religión es precisamente que estén tranquilos, con ojos, manos, piernas y órganos de todo tipo: ¡de esa manera son embellecidos temporalmente y se hacen… más semejantes al hombre!
129
Las condiciones de Dios
«Dios mismo no puede subsistir sin hombres sabios», dijo Lutero, y con mucha razón; pero «todavía menos puede subsistir Dios sin hombres poco sabios»: ¡eso no lo dijo el buen Lutero!
130
Una decisión peligrosa
La decisión cristiana de encontrar el mundo feo y malo ha hecho el mundo feo y malo.
131
Cristianismo y suicidio
El cristianismo hizo del deseo de suicidarse, que en el momento de su surgimiento era enorme, una palanca de su poder: solo dejó dos formas de suicidio, las disfrazó con la máxima dignidad y las más altas esperanzas y prohibió todas las demás de una forma terrible. Pero el martirio y el lento suicidio del asceta estaban permitidos.
132
Contra el cristianismo
Ahora es nuestro gusto, ya no nuestras razones, quien decide en contra del cristianismo.
133
Principio
Una hipótesis inevitable en la que el género humano tiene que caer una y otra vez es a la larga más poderosa que la fe mejor creída en algo no verdadero (tal es la fe cristiana). A la larga: esto significa aquí a cien mil años vista.
134
Los pesimistas como víctimas
Allí donde un profundo displacer por la existencia adquiere la primacía, salen a la luz las repercusiones de un gran error dietético del que un pueblo se ha hecho culpable durante largo tiempo. En efecto: la difusión del budismo (río su surgimiento) depende en buena parte de la excesiva y casi exclusiva alimentación de los indios con arroz y del debilitamiento general causado por ello. Quizá se deba considerar el descontento europeo de la época reciente desde el punto de vista de que nuestros antepasados, toda la Edad Media, estaban entregados a la bebida gracias al influjo de las inclinaciones germánicas sobre Europa: Edad Media, es decir, la intoxicación alcohólica de Europa. El displacer alemán por la vida es esencialmente una grave enfermedad invernal, incluidos los efectos del aire de sótano y del veneno de las estufas de las habitaciones alemanas.
135
Procedencia del pecado
El pecado, tal y como ahora es sentido dondequiera que el cristianismo domina u otrora dominó, es un sentimiento judío y un invento judío, y en lo relativo a este trasfondo de toda la moralidad cristiana el cristianismo estaba en verdad encaminado a «ajudiar» el mundo entero. Hasta qué grado lo consiguió en Europa es algo que se aprecia con la mayor nitidez en lo ajena que la Antigüedad griega —un mundo sin sentimientos de pecado— resulta aún para nuestro modo de sentir, a pesar de toda la buena voluntad de acercamiento y asimilación de la que generaciones enteras y muchos individuos excelentes no han carecido en modo alguno. «Solo si te arrepientes Dios será clemente contigo»: esto es para un griego motivo de carcajada y de irritación; él diría: «eso es lo que pensarán los esclavos». Ahí se está presuponiendo alguien poderoso, más que poderoso, y sin embargo vengativo: su poder es tan grande que es absolutamente imposible infligirle un daño, salvo en lo tocante al honor. Todo pecado es una violación del respeto debido, un crimen laesae majestatis divinae, ¡y nada más! Contrición, pérdida de la dignidad, revolcarse en el polvo: esta es la primera y última condición a la que se vincula su gracia: ¡la reparación de su honor divino, por tanto! Si con el pecado se produce algún otro daño, si con él se ha plantado alguna desgracia profunda y creciente que se apodera de una persona tras otra y la asfixia como una enfermedad: eso le es indiferente a ese oriental que está en el cielo y es tan celoso de su honor; ¡el pecado es un delito contra él, no contra el género humano! A quien él concede su gracia, le concede también esa indiferencia por las consecuencias naturales del pecado. Dios y el género humano están aquí pensados como tan separados, como tan contrapuestos, que en el fondo es estrictamente imposible pecar contra el segundo: todo acto debe contemplarse atendiendo solamente a sus consecuencias sobrenaturales, y no a sus consecuencias naturales, así lo quiere el sentimiento judío, para el que todo lo natural es lo indigno en sí. A los griegos, en cambio, les resultaba más cercana la idea de que hasta el crimen más execrable podía tener dignidad, incluso el hurto, como en el caso de Prometeo, incluso el sacrificio del ganado en manifestación de una enloquecida envidia, como en el caso de Áyax: en su necesidad de atribuir y asimilar dignidad a lo más execrable inventaron la tragedia, un arte y un placer que a los judíos, a pesar de todas sus dotes literarias y de su inclinación a lo sublime, les ha sido siempre ajeno en su más profunda naturaleza.
136
El pueblo elegido
Los judíos, que se sienten como el pueblo elegido entre los pueblos, concretamente porque son el genio moral entre los pueblos (en virtud de la capacidad que han tenido de despreciar más profundamente que ningún otro pueblo al hombre que llevan en sí), los judíos, digo, experimentaban con su monarca y santo divino un disfrute parecido al que experimentaba la nobleza francesa con Luis XIV. Esta nobleza se había dejado quitar todo su poder y su condición de señora de sí y había llegado a ser despreciable: para no notarlo, para poder olvidarlo, necesitaba el brillo de la realeza, una autoridad y plenitud de poder propios de reyes y sin igual, y a los que solo la nobleza tuviese libre acceso. Cuando, de conformidad con ese privilegio, se elevaban hasta la altura de la corte y mirando desde allí veían todo por debajo de uno mismo, todo como despreciable, su conciencia se sustraía a toda irritabilidad. Así iban elevando a propósito la torre del poder del rey cada vez más, hasta que llegaba a las nubes, y ponían en ella las últimas piedras del propio poder.
137
Hablando metafóricamente
Un Jesucristo solo era posible en un paisaje judío: en un paisaje, quiero decir, sobre el que continuamente pendiese la tenebrosa y sublime nube de tormenta del Jehová colérico. Solo allí se sintió como un milagro del «amor», como el rayo de la más inmerecida «gracia», el raro y repentino brillar de un único rayo de sol a través del día-noche horrible, general y permanente. Solo allí pudo Cristo soñar su arco iris y su escala por la que Dios descendió desde el cielo hacia los hombres; en todos los demás lugares el buen tiempo y el sol se consideraban demasiado como la regla y lo cotidiano.
138
El error de Cristo
El fundador del cristianismo pensaba que nada hace sufrir tanto a los hombres como sus pecados: ¡fue su error, el error de quien se sentía sin pecado, de quien carecía de experiencia en este punto! ¡Así, su alma se llenó de aquella conmiseración maravillosa y fantástica que tenía por objeto unas necesidades que incluso en su pueblo, el inventor del pecado, rara vez eran unas necesidades grandes! Pero los cristianos han sabido darle la razón a posteriori a su maestro y sanar su error convirtiéndolo en una «verdad».
139
Color de las pasiones
Naturalezas como la del apóstol Pablo miran con malos ojos las pasiones; de ellas solo aprenden lo sucio, lo que deforma y rompe el corazón; su ímpetu ideal se encamina, por ello, a la aniquilación de las pasiones: en lo divino ven lo que está completamente puro de ellas. De modo enteramente distinto que Pablo y los judíos, los griegos dirigieron su ímpetu ideal precisamente a las pasiones y las amaron, elevaron, doraron y divinizaron; es patente que en la pasión se sentían no solo más felices, sino también más puros y divinos que fuera de ella. ¿Y los cristianos? ¿Quisieron llegar a ser judíos en este punto? ¿Llegaron quizá a serlo?
140
Demasiado judío
Si Dios quisiese llegar a ser objeto de amor, habría tenido que renunciar primero a juzgar y a la justicia: un juez no es objeto de amor, ni siquiera un juez clemente lo es. El fundador del cristianismo no sintió en este punto con la suficiente finura: era judío.
141
Demasiado oriental
¿Cómo? ¡Un Dios que ama a los hombres si creen en él, y que lanza terribles miradas y amenazas contra quien no crea en ese amor! ¿Cómo? ¡Un amor sometido a cláusulas considerado como lo que siente un Dios todopoderoso! ¡Un amor que no se ha enseñoreado ni siquiera del sentimiento de honra y de la excitada sed de venganza! ¡Qué oriental es todo esto! «Si te amo, ¿a ti qué te importa?» es ya una crítica suficiente del cristianismo entero.
142
Sahumerio
Buda dice: «¡no adules a tu bienhechor!». Dígase este dicho en una iglesia cristiana: inmediatamente limpiará el aire de todo lo cristiano.
143
La mayor utilidad del politeísmo
Que el individuo establezca su propio ideal y que de él derive su ley, sus alegrías y sus derechos: es probable que este haya sido considerado hasta ahora como el más enorme de todos los extravíos humanos y como la idolatría en sí; de hecho, los pocos que se atrevieron a él han necesitado siempre a sus propios ojos una apología, y esa apología rezaba habitualmente: «¡no yo!, ¡no yo!, ¡sino un dios a través de mí!». El maravilloso arte y la maravillosa fuerza de crear dioses —el politeísmo— era aquello en lo que esa pulsión podía lícitamente descargarse, aquello en lo que se limpiaba, perfeccionaba y ennoblecía; pues originalmente era una pulsión vulgar y poco grata a la vista, emparentada con la obstinación, la desobediencia y la envidia. Ser enemigo de esa pulsión al propio ideal: esta era antes la ley de toda moralidad. Había entonces una sola norma: «el hombre», y todo pueblo creía tener esta única y última norma. Pero por encima de sí y fuera de sí, en un lejano mundo superior, era lícito ver una pluralidad de normas: ¡un dios no era la negación del otro dios o la blasfemia contra él! Aquí estuvieron permitidos por primera vez los individuos, aquí se honró por primera vez el derecho de los individuos. La invención de dioses, héroes y superhombres de todo tipo, así como de seres paralelos al hombre y de subhombres, de enanos, hadas, centauros, sátiros, genios y diablos, fue el inestimable ejercicio previo a la justificación del egocentrismo y la jactancia del individuo: la libertad que se concedía al dios respecto de los otros dioses se daba en último término a uno mismo respecto de las leyes y costumbres y vecinos. El monoteísmo, en cambio, esta rígida consecuencia de la doctrina de un solo hombre ajustado a norma —así pues, la fe en un dios ajustado a norma, mientras que todos los demás son dioses falsos y de mentira—, ha sido quizá el mayor peligro que ha corrido el género humano hasta ahora: implicaba la amenaza de aquella detención prematura que, en lo que podemos ver, la mayor parte de las demás especies animales ya han alcanzado hace mucho, por cuanto todas ellas creen en un solo animal ajustado a norma y que constituye el ideal de su especie, y han traducido la eticidad de la costumbre, de modo definitivo, en carne y hueso. En el politeísmo estaba prefigurada la libertad de espíritu y la pluralidad de espíritus del hombre: la capacidad de hacerse ojos nuevos y propios, y una y otra vez nuevos y cada vez más propios, de tal manera que el hombre es el único entre todos los animales para el que no hay horizontes y perspectivas eternos.
144
Guerras de religión
El mayor progreso de las masas ha sido hasta ahora la guerra de religión: pues demuestra que la masa ha empezado a tratar los conceptos con veneración. Las guerras de religión solo surgen cuando la razón general está refinada por las finas disputas de las sectas: de modo que hasta el populacho llega a ser sutil y atribuye importancia a pequeñeces, es más, tiene por posible que la «salvación eterna del alma» dependa de las pequeñas diferencias de los conceptos.
145
Peligro de los vegetarianos
El predominante y enorme consumo de arroz empuja a la utilización de opio y de otros narcóticos, de igual modo que el predominante y enorme consumo de patatas empuja al aguardiente, aunque también, en una repercusión más delicada, empuja a modos de pensar y sentir que tienen efectos narcotizantes. Con ello concuerda que quienes fomentan modos de pensar y sentir narcotizantes, como aquellos maestros de la India, elogian y desean convertir en ley de la masa precisamente una dieta que es puramente vegetariana: quieren así suscitar y aumentar la necesidad que ellos son capaces de satisfacer.
146
Esperanzas alemanas
No olvidemos que los nombres de los pueblos suelen ser nombres insultantes. Los tártaros, por ejemplo, son por su nombre «los perros»: así fueron bautizados por los chinos. «Alemanes» significa en su origen «paganos»: así llamaron los godos tras su conversión a la gran masa de sus parientes de tribu no bautizados, guiándose por su traducción de los Setenta, en la que se designa a los paganos con la palabra que en griego significa «los pueblos»: ver Ulfilas. Aún sería posible que los alemanes hiciesen a posteriori de su viejo nombre insultante un nombre honorífico, convirtiéndose en el primer pueblo no cristiano de Europa: Schopenhauer consideraba que los honraba tener muy buenas disposiciones para ello. Así llegaría a su plenitud la obra de Lutero, quien les enseñó a ser y hablar no romanamente: «¡Aquí estoy yo! ¡Yo no puedo obrar de otro modo!».
147
Pregunta y respuesta
¿Qué es lo primero que los pueblos salvajes toman ahora de los europeos? Aguardiente y cristianismo, los narcóticos europeos. ¿Y qué es lo que los hace sucumbir más rápidamente? Los narcóticos europeos.
148
Donde surgen las Reformas
En la época de la gran corrupción de la Iglesia, donde menos corrupta estaba la Iglesia era en Alemania: por eso surgió aquí la Reforma, en señal de que ya los comienzos de la corrupción se sentían como insoportables. Y es que, en proporción, ningún pueblo ha sido nunca más cristiano que los alemanes en la época de Lutero: justo en ese momento su cultura cristiana estaba a punto de producir una espléndida y céntuple floración, faltaba una sola noche, pero esta trajo la tormenta que puso fin a todo.
149
Fracaso de las Reformas
Habla a favor de la superior cultura de los griegos, incluso en épocas bastante tempranas, que los intentos de fundar nuevas religiones griegas fracasaron varias veces; habla a favor de que en Grecia tiene que haber existido ya muy pronto una gran cantidad de individuos de diferentes tipos cuya indigencia de diferentes tipos no se podía solucionar con una única receta de fe y esperanza. Pitágoras y Platón, quizá también Empédocles, y ya mucho antes los espíritus delirantes órficos, iban en pos de fundar nuevas religiones; y los dos mencionados en primer lugar tenían tan auténticas almas y talentos de fundadores de religiones que nunca nos extrañaremos lo suficiente de su fracaso: solo llegaron al nivel de las sectas. Cada vez que fracasa la Reforma de todo un pueblo y solo sectas levantan su cabeza, es lícito inferir que el pueblo ya es muy pluriforme en sí y que comienza a separarse de los toscos instintos gregarios y de la eticidad de la costumbre: un estado intermedio lleno de significado que estamos acostumbrados a injuriar como ruina de las costumbres y corrupción, mientras que anuncia la maduración del huevo y que el cascarón está a punto de romperse. Que la Reforma de Lutero tuviese éxito en el Norte, es señal de que el Norte se había quedado atrasado respecto del Sur de Europa y de que sus necesidades todavía eran bastante uniformes y monocromas; no se habría dado cristianización alguna de Europa si la cultura del viejo mundo del Sur no hubiese sido barbarizada paulatinamente por una excesiva adición y mezcla de sangre bárbara germana y no hubiese perdido su preponderancia cultural. Cuanto más general e incondicionado es el modo en que un individuo o la idea de un individuo pueden actuar, tanto más uniforme y más baja tiene que ser la masa sobre la que actúe, mientras que las tendencias contrarias dejan traslucir necesidades interiores contrarias que también quieren satisfacerse e imponerse. Y, a la inversa, es lícito inferir una altura real de la cultura siempre que las naturalezas poderosas y ávidas de dominio no llegan a producir más que un efecto pequeño y ejercen su influencia solamente sobre una secta, y esto mismo se puede aplicar también a las distintas artes y a los distintos terrenos del conocimiento. Allí donde se domina, hay masas; allí donde hay masas, hay una necesidad de esclavitud. Allí donde hay esclavitud, hay pocos individuos, y estos tienen los instintos gregarios y la conciencia en su contra.
150
Crítica de los santos
Para tener una virtud, ¿es acaso necesario querer tenerla justo en su forma más brutal? Así es como la querían y necesitaban los santos cristianos, quienes solo soportaban la vida con la idea de que al ver su virtud se apoderaba de todos el desprecio de sí. Pero una virtud con tal efecto la denomino yo brutal.
151
Del origen de la religión
La necesidad metafísica no es el origen de las religiones, como pretende Schopenhauer, sino solo un retoño de las mismas. Bajo el dominio de las ideas religiosas nos hemos acostumbrado a la representación de «otro mundo» (o de un mundo situado detrás, por debajo, por encima de este) y ante la aniquilación de la ilusión religiosa sentimos un vacío y una carencia incómodos: de esa sensación brota de nuevo «otro mundo», pero ahora solamente un mundo metafísico y ya no religioso. Pero eso, que en épocas muy antiguas llevó sencillamente a la suposición de «otro mundo», no era una pulsión y una necesidad, sino un error en la interpretación de determinados procesos naturales, una perplejidad del intelecto.
152
El mayor cambio
¡La iluminación y los colores de todas las cosas han cambiado! Ya no entendemos del todo cómo sentían los hombres antiguos lo más cercano y frecuente, por ejemplo el día y el estado de vigilia: dado que los antiguos creían en los sueños, la vida en estado de vigilia tenía otras luces. E igualmente la vida entera, con la luz que reflectan la muerte y el significado de esta: nuestra «muerte» es una muerte enteramente distinta. Todas las vivencias lucían de otro modo, pues un dios brillaba desde ellas; lo mismo sucedía con todas las decisiones y perspectivas encaminadas al futuro lejano: pues se tenía oráculos e indicios secretos y se creía en la predicción. La «verdad» se sentía de otro modo, pues en aquel entonces el loco podía ser considerado su portavoz, lo que a nosotros nos hace estremecernos o reír. Toda injusticia actuaba de otra manera sobre el sentimiento, pues se temía un castigo divino, y no solo una pena y deshonra civiles. ¡Qué era la alegría en una época en la que se creía en los diablos y en los tentadores! ¡Qué la pasión, cuando se veía acechar a los demonios en la cercanía! ¡Qué la filosofía, cuando la duda se sentía como un pecado del más peligroso tipo, concretamente como un crimen execrable contra el amor eterno, como desconfianza hacia cuanto era bueno, elevado, puro y misericordioso! Hemos dado un nuevo color a las cosas, seguimos pintando sobre ellas, pero ¡qué podemos hacer ahora en comparación con el esplendor de los colores de aquel viejo maestro!, (me refiero al género humano antiguo).
153
Homo poeta
«Yo, que he hecho esta tragedia de las tragedias —aunque aún esté sin acabar— enteramente con mis propias manos; yo, que primero até el nudo de la moral a la existencia y lo apreté tanto que solo un dios puede soltarlo —¡así lo exige Horacio!—, yo mismo me he cargado en el cuarto acto a todos los dioses, ¡por moralidad! ¡Qué va a ser ahora del quinto! ¡De dónde tomar aún la solución trágica! ¿Tengo que ir pensando en una solución cómica?».
154
Diferente peligrosidad de la vida
No sabéis en modo alguno qué estáis experimentando, corréis como borrachos por la vida y de vez en cuando os caéis rodando por las escaleras. Pero gracias a vuestra embriaguez no os rompéis la crisma: ¡vuestros músculos están demasiado flojos y vuestra cabeza demasiado ofuscada para que encontréis las piedras de esta escalera tan duras como nosotros los demás! Para nosotros la vida es un gran peligro: somos de cristal, ¡ay, si nos golpeamos! ¡Y todo está perdido si nos caemos!
155
Lo que nos falta
Amamos la gran naturaleza y la hemos descubierto: ello se debe a que en nuestra cabeza faltan los grandes hombres. Con los griegos sucede a la inversa: su sentimiento de la naturaleza es distinto del nuestro.
156
El más influyente
Que un hombre preste resistencia a toda su época, que la detenga en la puerta y que le pida cuentas, ¡esto tiene que ejercer influencia! Que él quiera hacerlo, es indiferente; que pueda, es lo importante.
157
Mentiri[28]
¡Prestad atención! Está reflexionando: en seguida tendrá preparada una mentira. Este es un nivel de cultura en el que se han encontrado pueblos enteros. ¡Piénsese qué expresaban los romanos con mentiri!
158
Característica incómoda
Encontrar profundas todas las cosas; esta es una característica incómoda: hace que uno fuerce constantemente la vista y que al final encuentre siempre más de lo que deseaba.
159
Toda virtud tiene su momento
A quien ahora es inflexible, su sinceridad le produce frecuentemente remordimientos de conciencia: pues la inflexibilidad y la sinceridad son virtudes de épocas distintas.
160
En el trato con virtudes
Se puede perder la dignidad y caer en la adulación también en el trato con una virtud.
161
A los amantes de la época
El sacerdote que ha colgado los hábitos y el preso que ha salido de la cárcel van poniendo caras continuamente: lo que quieren es una cara sin pasado. Pero ¿habéis visto ya a esas personas que saben que el futuro se refleja en su rostro, y que son tan corteses con vosotros, los amantes de la «época», que ponen una cara sin futuro?
162
Egoísmo
El egoísmo es la ley de la perspectiva de la sensación, y conforme a esa ley lo próximo aparece grande y pesado, mientras que hacia lo lejos todas las cosas pierden tamaño y peso.
163
Tras una gran victoria
Lo mejor de una gran victoria es que le quita al vencedor el miedo a una derrota. «¿Por qué no salir derrotado alguna vez?», se dice, «pues ahora soy lo bastante rico para ello».
164
Los que buscan la calma
Reconozco los rostros que buscan la calma en los muchos objetos oscuros que colocan a su alrededor: quien quiere dormir, pone su habitación a oscuras o se arrastra a una cueva. ¡Una señal para los que no saben qué es realmente lo que más buscan, y querrían saberlo!
165
De la felicidad de los que hacen renuncia
Quien se priva de algo a fondo y para largo tiempo, estará cerca de pensar, si casualmente vuelve a encontrarlo, que lo ha descubierto, ¡y qué felicidad tiene todo descubridor! Seamos más prudentes que las serpientes que están demasiado tiempo echadas al mismo sol.
166
Siempre en compañía de nosotros mismos
Cuanto es como yo, en la naturaleza y en la historia, me habla, me elogia, me impulsa hacia delante, me consuela: lo demás no lo oigo o lo olvido enseguida. Nunca estamos en otra compañía que la de nosotros mismos.
167
Misantropía y amor
Uno solo dice que está harto de las personas cuando ya no las puede digerir y sin embargo aún tiene el estómago lleno de ellas. La misantropía es la consecuencia de una filantropía y de un «canibalismo» demasiado ávidos, pero ¿quién te mandaba engullir personas como si fuesen ostras, mi príncipe Hamlet?
168
De un enfermo
«¡Mal va!». ¿Qué le pasa? «Sufre del apetito de ser alabado y no encuentra alimento para él». ¡Incomprensible! ¡Todo el mundo lo celebra, y no solo lo llevan en palmitas, sino que también está en boca de todos! «Sí, pero tiene mal oído para el elogio. Cuando lo elogia un amigo, le suena como si este se elogiase a sí mismo; cuando lo elogia un enemigo, le suena como si este quisiese ser elogiado por ello; cuando, finalmente, lo elogia quien no es lo uno ni lo otro —¡no hay muchos que no sean lo uno ni lo otro, tan famoso es!—, lo ofende que no se lo quiera tener como amigo o como enemigo; suele decir: ¿qué interés puedo tener en alguien que encima está en condiciones de dárselas de ser justo conmigo?».
169
Enemigos abiertos
La valentía ante el enemigo es cosa muy peculiar: con ella se puede seguir siendo un cobarde y tener una cabeza confusa e indecisa. Así juzgaba Napoleón en lo relativo a «la persona más valiente» que conocía, Murat: de donde resulta que los enemigos abiertos son imprescindibles para algunas personas, en el caso de que se deban elevar al nivel de su virtud, de su hombría y jovialidad.
170
Con la masa
Hasta ahora corre con la masa y es su panegirista: ¡pero un día será su adversario! Pues la sigue con fe en que su pereza saldrá recompensada: ¡todavía no ha experimentado que la masa no es lo bastante perezosa para él!, ¡que siempre empuja hacia delante!, ¡que a nadie permite quedarse parado! ¡Y a él le gusta tanto quedarse parado!
171
Fama
Cuando el agradecimiento de muchos hacia uno solo arroja de sí toda vergüenza, entonces surge la fama.
172
El que quita el gusto por las cosas
A: «Tú quitas el gusto por las cosas, ¡es lo que se dice en todas partes!».
B: «¡Sin duda! Le quito a todo el mundo el gusto por su partido: ningún partido me lo perdona».
173
Ser profundo y parecer profundo
Quien se sabe profundo, se esfuerza por ser claro; quien desea parecer profundo a la gran masa, se esfuerza por ser oscuro. Pues la gran masa considera profundo todo aquello cuyo fondo no puede ver: tan temerosa es y tan poco le gusta entrar en el agua.
174
Al margen
El parlamentarismo, es decir, el permiso público de elegir entre cinco opiniones políticas fundamentales, se hace querer, mediante la adulación, por los muchos que gustan de parecer independientes e individuales y desean luchar por sus opiniones. Pero, en último término, es indiferente que al rebaño se le mande una sola opinión o se le permitan cinco. Quien se separa de las cinco opiniones públicas y se hace a un lado tiene siempre al rebaño entero en su contra.
175
De la elocuencia
¿Quién ha poseído hasta ahora la elocuencia más convincente? El redoble del tambor: y mientras los reyes lo tienen en su poder, siguen siendo los mejores oradores y agitadores.
176
Compadecer
¡Pobres príncipes gobernantes! ¡Todos sus derechos se convierten ahora, visto y no visto, en pretensiones, y todas esas pretensiones suenan pronto a injustificadas! Y cuando dicen solamente «nosotros», o «mi pueblo», sonríe ya la vieja y malvada Europa. Verdaderamente, un maestro de ceremonias del mundo moderno no gastaría muchas ceremonias con ellos; quizá decretase: «les souverains rangent auxparvenus[29]».
177
Sobre «el sistema educativo»
En Alemania a la persona superior le falta un gran instrumento educativo: las carcajadas de las personas superiores; estas no se ríen en Alemania.
178
Sobre la ilustración moral
A los alemanes hay que quitarles de la cabeza su Mefistófeles: y su Fausto también. Hay dos prejuicios morales contra el valor del conocimiento.
179
Ideas
Las ideas son las sombras de nuestras sensaciones, siempre más oscuras, vacías y sencillas que estas.
180
La buena época de los espíritus libres
Los espíritus libres se toman sus libertades también con la ciencia, y por el momento se les conceden, ¡mientras la Iglesia siga en pie! En ese sentido, tienen ahora su buena época.
181
Seguir y preceder
A: «De los dos, uno siempre seguirá, el otro siempre precederá, dondequiera que el destino los lleve. Y, sin embargo, ¡el primero, por su virtud y por su espíritu, está por encima del segundo!».
B: «¿Y sin embargo? ¿Y sin embargo? Eso está dicho para los demás, ¡no para mí, no para nosotros! Fit secundum regulam[30]».
182
En la soledad
Cuando se vive solo, no se habla demasiado alto, y tampoco se escribe demasiado alto: pues se teme la hueca reverberación del sonido, la crítica de la ninfa Eco. ¡Y en la soledad todas las voces tienen un sonido distinto!
183
La música del mejor futuro
El primer músico sería para mí aquel que solo conociese la tristeza de la más profunda felicidad, y por lo demás ninguna otra tristeza: un músico tal no lo ha habido hasta ahora.
184
Administración de justicia
Mejor dejarse robar que estar rodeado de espantapájaros: este es mi gusto. Y es, en cualquier caso, cuestión de gusto, ¡y nada más!
185
Pobre
Hoy es pobre; pero no porque se le haya quitado todo, sino porque lo ha arrojado todo: ¿qué le importa? Está acostumbrado a encontrar. Son los pobres quienes malentienden la pobreza voluntaria que él ha elegido.
186
Mala conciencia
Todo lo hace ahora como es debido, y sin embargo tiene una mala conciencia. Pues lo extraordinario es su tarea.
187
Lo ofensivo en el modo de exponer
Este artista me ofende por el modo en que expone sus ocurrencias, sus muy buenas ocurrencias: de manera tan dilatada y enfática, y con tan groseras artimañas de la persuasión, como si se dirigiese al populacho. Estamos siempre, tras haber dedicado algún tiempo a su arte, como «con malas compañías».
188
Trabajo
¡Qué cerca tiene ahora, hasta el más ocioso de nosotros, el trabajo y los trabajadores! La cortesía de reyes que se encierra en el aserto «¡todos somos trabajadores!» habría sido todavía bajo Luis XIV un cinismo y una indecencia.
189
El pensador
Es un pensador: es decir, sabe tomar las cosas por más sencillas de lo que son.
190
Contra los que elogian
A: «¡A uno solamente lo alaban los que son como él!».
B: «¡Sí! Y quien te elogia, te está diciendo: ¡eres como yo!».
191
Contra algunas defensas
El modo más pérfido de perjudicar una cosa es defenderla premeditadamente con razones defectuosas.
192
Los bondadosos
¿Qué distingue a aquellos bondadosos, cuyo rostro irradia benevolencia, de las demás personas? Se sienten bien en presencia de una persona nueva y rápidamente se enamoran de ella; la quieren bien por eso, su primer juicio es «me gusta». En ellos estas cosas vienen una detrás de otra: deseo de apropiación (no son demasiado escrupulosos al valorar al otro), rápida apropiación, alegría en la posesión y actuación en beneficio del poseído.
193
La socarronería de Kant
Kant quería demostrar de un modo irritante para «todo el mundo» que «todo el mundo» tiene razón: esta era la socarronería secreta de esta alma. Escribía contra los eruditos a favor del prejuicio del pueblo, pero escribía para eruditos y no para el pueblo.
194
«El que tiene el pecho de cristal»
Es probable que aquella persona siempre actúe conforme a razones que se calla, pues siempre tiene en la boca razones comunicables y casi las lleva en la palma de la mano.
195
¡Para echarse a reír!
¡Mirad!, ¡mirad! Se aleja de los hombres corriendo, pero estos lo siguen, porque corre delante de ellos: ¡a tal punto son rebaño!
196
Límites de nuestro sentido del oído
Oímos solo las preguntas a las que somos capaces de encontrar respuesta.
197
¡Por eso, cuidado!
Nada nos gusta tanto comunicar a otros como el sello de la confidencialidad… junto con lo que está bajo él.
198
Irritación del orgulloso
El orgulloso se irrita incluso con quienes lo llevan hacia delante: mira mal a los caballos de su coche.
199
Generosidad
Con frecuencia, la generosidad de los ricos no es más que una especie de timidez.
200
Reír
Reír significa alegrarse del mal ajeno, pero con buena conciencia.
201
En el aplauso
En el aplauso hay siempre una especie de ruido: incluso en el aplauso que nos tributamos a nosotros mismos.
202
Un dilapidador
No tiene todavía aquella pobreza del rico que ya se ha gastado una vez su tesoro entero; dilapida su espíritu con la sinrazón de esa dilapidadora que es la naturaleza.
203
Hic niger est[31]
Usualmente no tiene ideas, aunque para la excepción le vienen malas ideas.
204
Los mendigos y la cortesía
«No es descortés quien llama con una piedra a la puerta que carece de tirador», piensan los mendigos y los necesitados de todo tipo, pero nadie les da la razón.
205
Carencia
La carencia está considerada como la causa del surgimiento: en realidad, con frecuencia es solo un efecto de lo surgido.
206
Cuando llueve
Está lloviendo, y me acuerdo de la pobre gente que se aglomera ahora, con sus muchas preocupaciones y sin estar ejercitada en ocultarlas, cada uno dispuesto a hacer daño al otro y con la buena voluntad de hacérselo y de conseguir también con mal tiempo una lamentable sensación de bienestar. ¡Esto, solo esto es la pobreza de los pobres!
207
El envidioso
Es un envidioso, y no se le debe desear hijos; les tendría envidia porque él ya no puede ser niño.
208
¡Gran hombre!
De que uno sea «un gran hombre» no es lícito inferir ya que sea un hombre; quizá sea solo un niño, o un camaleón de todas las edades de la vida, o una mujercilla embrujada.
209
Una manera de preguntar por razones
Hay una manera de preguntarnos por nuestras razones en la que no solo olvidamos nuestras mejores razones, sino que también sentimos despertar en nosotros resistencia y repugnancia contra las razones en general: ¡un modo de preguntar muy entontecedor, y sobre todo una artimaña de personas tiránicas!
210
Mesura en la diligencia
No debemos pretender superar la diligencia de nuestro padre: eso pone enfermo.
211
Enemigos secretos
Mantener a un enemigo secreto como quien mantiene a una querida: este es un lujo para el que la moralidad de hasta los espíritus de más altas miras no suele ser lo suficientemente rica.
212
No dejarse engañar
Su espíritu tiene malos modales, es precipitado y tartamudea siempre de pura impaciencia, por lo que apenas nos hacemos idea de en qué alma de largo aliento y amplio pecho tiene su casa.
213
El camino que lleva a la felicidad
Un sabio preguntó a un bufón cuál es el camino que lleva a la felicidad. Este respondió sin demora, como alguien a quien se le pregunta el camino hacia la ciudad más cercana: «¡Admírate a ti mismo y vive en la calle!». «Alto ahí», exclamó el sabio, «exiges demasiado, ¡basta ya con admirarse a sí mismo!». El bufón repuso: «Pero ¿cómo se puede admirar constantemente, sin despreciar constantemente?».
214
La fe da la bienaventuranza
La virtud da felicidad y una especie de bienaventuranza solamente a quienes tienen buena fe en su propia virtud, pero no a aquellas almas más delicadas cuya virtud consiste en su profunda desconfianza hacia sí mismas y hacia toda virtud. ¡En último término, también aquí es la fe —y, notadlo bien, no la virtud— quien «da la bienaventuranza»!
215
Ideal y material
Ahí tienes a la vista un ideal noble: pero ¿eres tú una piedra tan noble que de ti pudiese esculpirse la imagen de un dios? Y, de no ser así, ¿no es todo tu trabajo un bárbaro arte escultórico? ¿Una blasfemia contra tu ideal?
216
Peligro en la voz
Cuando se tiene una voz muy alta casi se es incapaz de pensar cosas delicadas.
217
Causa y efecto
Antes del efecto se piensa en causas distintas que después del efecto.
218
Mi antipatía
No me gustan las personas que para hacer efecto tienen que reventar, igual que bombas, y en cuya cercanía siempre se corre peligro de perder repentinamente el oído, o algo más.
219
Finalidad del castigo
El castigo tiene la finalidad de hacer mejorar al que lo aplica: este es el último refugio para los defensores del castigo.
220
Sacrificios
Sobre los conceptos de víctima y de sacrificio los animales sacrificados no piensan lo mismo que los espectadores: pero nunca se les ha dejado tomar la palabra.
221
Respeto
Los padres y los hijos se respetan entre sí mucho más que las madres y las hijas.
222
Poetas y mentirosos
El poeta ve en el mentiroso un hermano de leche a quien él le ha bebido la leche, de modo que ha quedado enclenque y no ha llegado ni siquiera a la buena conciencia.
223
Vicariato de los sentidos
«Los ojos también sirven para oír», decía un viejo confesor que se había quedado sordo, «y en el país de los ciegos el que tiene las orejas más largas es el rey».
224
Crítica de los animales
Mucho me temo que los animales contemplan al hombre como un ser de su mismo tipo que, de modo sumamente peligroso, ha perdido el sano sentido común de los animales: lo contemplan como el animal loco, el animal que ríe, el animal que llora, el animal infeliz.
225
Los naturales
«¡Lo malo ha tenido siempre a su favor que hace mucho efecto! ¡Y la naturaleza es mala! ¡Seamos, pues, naturales!»: así infieren en secreto los grandes buscadores de hacer efecto del género humano, que con demasiada frecuencia han sido contados entre los grandes hombres.
226
Los desconfiados y el estilo
Decimos las cosas más fuertes escuetamente, presuponiendo que a nuestro alrededor hay personas que creen en nuestra fortaleza: un entorno como ese educa para la «sencillez del estilo». Los desconfiados hablan enfáticamente; los desconfiados hacen enfático.
227
Conclusión errónea, conclusión errónea
Él no puede dominarse: y de ello infiere aquella mujer que será fácil dominarlo, y le echa el lazo; la pobre, que en breve será su esclava.
228
Contra los mediadores
Quien quiere mediar entre dos pensadores resueltos lleva la marca del mediocre: no tiene ojos para ver lo único; verlo todo parecido e igualarlo todo es señal de que se tiene la vista débil.
229
Obstinación y fidelidad
Es por obstinación por lo que sigue sirviendo a una causa cuyo trasfondo ha entrevisto; pero lo llama «fidelidad».
230
Poco reservado
Nada en su forma de ser persuade: eso es porque nunca ha callado una buena acción que haya hecho.
231
«Los que llegan hasta el fondo»
Los lentos del conocimiento piensan que la lentitud forma parte del conocimiento.
232
Soñar
No se sueña en absoluto, o se sueña cosas interesantes. Hay que aprender a velar también así: o no velar en absoluto, o cosas interesantes.
233
El más peligroso punto de vista
Lo que yo haga u omita ahora es tan importante para todo lo venidero como el mayor acontecimiento del pasado: en esta enorme perspectiva del efecto todas las acciones son igual de grandes e igual de pequeñas.
234
Consuelo de un músico
«Tu vida no resuena en los oídos de los hombres: para ellos, vives una vida muda, y toda la delicadeza de la melodía, toda la tierna resolución en el seguir o el preceder, permanece escondida para ellos. Es verdad, no avanzas por una ancha avenida con música de regimiento, pero no por ello tienen esas buenas personas derecho a decir que a tu forma de vida le falta música. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
235
Espíritu y carácter
Algunos alcanzan su cima como carácter, pero su espíritu no está a esa altura, y a otros les pasa al revés.
236
Para mover a la gran masa
¿No tiene que ser, quien desee mover a la gran masa, el actor de sí mismo? ¿No tiene que empezar traduciéndose a sí mismo a lo grotesco-nítido y exponer oralmente toda su persona y su asunto en esa forma más basta y simplificada?
237
El cortés
«¡Es tan cortés!». Sí, tiene siempre consigo un pastel para el Cerbero, y es tan temeroso que considera a todo el mundo el Cerbero, también a ti y a mí: esta es su «cortesía».
238
Sin envidia
Carece por entero de envidia, pero eso no tiene mérito: pues quiere conquistar un país que nadie ha poseído aún y que casi nadie ha visto siquiera.
239
El cenizo
Un solo cenizo es suficiente para producir permanente malhumor y ensombrecer el cielo en una casa entera; ¡y que falte es un milagro! La felicidad no es, ni de lejos, una enfermedad tan contagiosa, ¿por qué será?
240
Junto al mar
Nunca me construiría una casa (¡y forma parte de mi felicidad no ser propietario de una casa!). Pero si tuviese que hacerlo, yo, igual que algún romano, la construiría tal que se metiese en el mar: me gustaría bastante compartir algunos secretos del hogar con ese bello monstruo.
241
Obra y artista
Este artista es ambicioso, y nada más: en último término, su obra es solo un cristal de aumento que él ofrece a cuantos miran hacia él.
242
Suum cuique[32]
Por grande que sea la codicia de mi conocimiento, no puedo sacar de las cosas nada más que lo que ya me pertenece; las posesiones de otros se quedan en las cosas. ¡Cómo es posible que un hombre sea ladrón o salteador de caminos!
243
Origen de «bueno» y «malo»
Una mejora la inventa solo el que sepa sentir: «Esto no es bueno».
244
Ideas y palabras
Tampoco las propias ideas se pueden reproducir del todo mediante palabras.
245
Elogio en la elección
El artista selecciona sus asuntos: esa es su manera de elogiar.
246
Matemáticas
Queremos introducir en todas las ciencias la finura y el rigor de las matemáticas —en la medida en que ello sea posible— no con la fe de que por esa vía conoceremos las cosas, sino con la finalidad de, así, fijar nuestra relación humana con las cosas. Las matemáticas son solo el instrumento del conocimiento general y último del ser humano.
247
Costumbre
Toda costumbre hace nuestra mano más viva y nuestro ingenio menos.
248
Libros
¿Qué importancia puede tener un libro que ni siquiera nos lleva más allá de todos los libros?
249
El suspiro del que conoce
«¡Oh, mi codicia! En esta alma no habita el desprendimiento de sí, sino, más bien, un sí mismo que apetece todo, que a través de muchos individuos quisiera ver como a través de sus propios ojos y agarrar como con sus propias manos: ¡un sí mismo que recoge también todo el pasado, que no quiere perder absolutamente nada que pudiera pertenecerle! ¡Oh, esta llama de mi codicia! ¡Oh, si yo volviese a nacer en cien seres!». Quien no conozca por propia experiencia este suspiro, no conoce tampoco la pasión del que conoce.
250
Culpa
Aunque los más perspicaces jueces de las brujas, e incluso las brujas mismas, estaban convencidos de que la brujería implicaba culpa, sin embargo no había en ella culpa alguna. Eso es lo que sucede con toda culpa.
251
Dolientes a los que se ha malentendido
Las naturalezas grandiosas sufren de otro modo que como se imaginan quienes las veneran: lo que más las hace sufrir son las innobles y ruines palpitaciones de algunos malos momentos, su duda de la propia grandiosidad, en suma, y no los sacrificios y martirios que su tarea exige de ellas. Mientras Prometeo tiene compasión con los hombres y se sacrifica a ellos, es feliz consigo mismo y se siente grande; pero cuando se hace envidioso de Zeus y de la pleitesía que le rinden los mortales, ¡sufre!
252
Es preferible deber
«Es preferible quedar a deber que pagar con una moneda que no lleve nuestra efigie»: así lo quiere nuestra soberanía.
253
Siempre en casa
Un día alcanzamos nuestra meta: y a partir de ese momento señalamos con orgullo qué largos viajes hemos hecho para ello. En realidad no notábamos que estábamos viajando. Pero de esa manera hemos llegado tan lejos que en todos los sitios nos figurábamos estar en casa.
254
Contra la perplejidad
Quien siempre está profundamente ocupado, ha superado toda perplejidad.
255
Imitadores
A: «¿Cómo? ¿No quieres imitadores?».
B: «No quiero que nadie me imite, quiero que todos, imitándose a sí mismos, hagan lo que yo hago».
A: «¿Así que…?».
256
Epidermicidad
Todas las personas profundas ponen su felicidad en parecerse a los peces voladores y en jugar sobre las más extremas puntas de las olas; estiman como lo mejor de las cosas que tengan una superficie: su epidermicidad, sit venia verbo[33].
257
Desde la experiencia
Más de uno no sabe lo rico que es hasta que se entera de qué ricas personas se hacen ladronas por robarle a él.
258
Los negadores del azar
Ningún vencedor cree en el azar.
259
Del paraíso
«Bueno y malo son los prejuicios de Dios», dijo la serpiente.
260
Uno por uno es uno
Uno solo nunca tiene razón: pero con dos empieza la verdad. Uno solo no puede demostrarse a sí mismo, pero a dos ya no se los puede refutar.
261
Originalidad
¿Qué es la originalidad? Ver algo que todavía no tiene nombre, que todavía no puede ser nombrado, aunque está a ojos de todos. Tal y como suelen ser las personas, una cosa no se torna visible para ellas hasta que recibe un nombre. Las personas originales han sido la mayor parte de las veces las que han puesto los nombres.
262
Sub specie aeterni[34]
A: «Te alejas de los vivos cada vez más deprisa: ¡pronto te tacharán de sus listas!».
B: «Es el único medio de participar del privilegio de los muertos».
A: «¿De qué privilegio?».
B: «Ya no morir».
263
Sin vanidad
Cuando amamos, queremos que nuestros defectos permanezcan escondidos, no por vanidad, sino porque el ser querido no debe sufrir. Es más, al que ama le gustaría parecer un dios, y tampoco esto por vanidad.
264
Lo que hacemos
Lo que hacemos nunca es entendido, sino —siempre— solo elogiado y reprendido.
265
Escepticismo último
¿Qué son, en último término, las verdades del hombre? Son los errores irrefutables del hombre.
266
Donde hace falta crueldad
Quien tiene grandeza, es cruel con sus virtudes y consideraciones de segundo rango.
267
Con una gran meta
Quien tiene una gran meta es superior incluso a la justicia, no solo a sus propios actos y a sus jueces.
268
¿Qué nos hace heroicos?
Dirigirnos al mismo tiempo a nuestro más alto sufrimiento y a nuestra más alta esperanza.
269
¿En qué crees?
En esto: en que es necesario fijar de nuevo los pesos de todas las cosas.
270
¿Qué dice tu conciencia?
«Llega a ser el que eres».
271
¿Dónde radican tus mayores peligros?
En tener compasión.
272
¿Qué amas en otros?
Mis esperanzas.
273
¿A quién llamas malo?
A quien siempre quiere avergonzar.
274
¿Qué es para ti lo más humano?
Ahorrarle vergüenza a alguien.
275
¿Cuál es el sello de la libertad alcanzada?
Ya no avergonzarse ante uno mismo.