A Goethe
¡Lo imperecedero
es solamente tu metáfora!
Dios el insidioso
es una ilegítima adquisición de los poetas…
Rueda del mundo que va rodando
roza meta tras meta:
necesidad, lo llama el rabioso
y juego el insensato…
Juego de mundos, despótico,
mezcla ser y apariencia:
lo eterno-insensato
¡nos mete a nosotros en la mezcla!…
Vocación de poeta
Cuando hace poco, para solazarme,
estaba sentado bajo oscuros árboles,
oía un tictac, un callado tictac,
bonito, como según ritmo y medida.
Me enfadé, puse cara larga,
pero al final cedí,
hasta que, igual que un poeta,
empecé a hablar también con un tictac.
Cuando al ir yo haciendo versos
iba saltando delante de mí sílaba tras sílaba
tuve que reírme de repente, reírme,
durante un cuarto de hora.
¿Tú, un poeta?, ¿tú, un poeta?
¿Tan mal estás de la cabeza?
«Sí, señor mío, usted es un poeta».
Se encoge de hombros el pájaro carpintero.
¿A quién estoy esperando aquí en el matorral?
¿A quién acecho yo, bandido?
¿Es un dicho?, ¿una imagen? Visto y no visto
le ha saltado encima mi rima.
A todo lo que se esconde y salta, el poeta
inmediatamente lo pincha en un verso.
«Sí, señor mío, usted es un poeta».
Se encoge de hombros el pájaro carpintero.
Las rimas, digo yo, ¿serán como flechas?
¡Cómo sacude al aire sus patas, tiembla y salta,
cuando la flecha penetra
en sus órganos vitales, el cuerpecillo de la lagartija!
¡Ay, morís por su causa, pobres diablos,
o bien os balanceáis como ebrios!
«Sí, señor mío, usted es un poeta».
Se encoge de hombros el pájaro carpintero.
¡Dicho pequeño y oblicuo lleno de prisa,
palabrita borracha, cómo trata de abrirse paso!
Hasta que todos vosotros, línea a línea,
colgáis de la cadena del tictac.
¿Y hay una cruel canalla
a la que esto alegra?, ¿son malos los poetas?
«Sí, señor mío, usted es un poeta».
Se encoge de hombros el pájaro carpintero.
¿Te burlas, pájaro? ¿Estás de broma?
Si ya no está bien mi cabeza,
¿estaría peor mi corazón?
¡Teme, teme mi rabia!
Pero el poeta rimas teje,
incluso con rabia, mal que bien.
«Sí, señor mío, usted es un poeta».
Se encoge de hombros el pájaro carpintero.
En el Sur
Así pendo de una rama torcida
y columpio mi cansancio.
Un pájaro me invitó,
es en un nido donde reposo.
Pero ¿dónde estoy? ¡Ay, lejos!, ¡ay, lejos!
El blanco mar yace dormido,
y purpúrea se alza una vela sobre él.
Roca, higuera, torre y puerto,
idilio todo alrededor, balido de ovejas,
¡inocencia del Sur, acógeme!
Paso a paso, esta no es vida,
siempre un pie delante de otro hace alemán y pesado.
Mandé al viento elevarme hacia arriba,
aprendí a cernerme con los pájaros,
hacia el Sur volé cruzando el mar.
¡Razón! ¡Enfadoso negocio!
¡Nos lleva demasiado pronto a la meta!
Volando aprendí lo que me imitaba,
ya siento ánimo y sangre y jugos
para nueva vida, nuevo juego…
A pensar en solitario lo llamo sabio,
pero cantar en solitario, ¡sería estúpido!
Oíd, pues, una canción en alabanza vuestra
y colocaos tranquilos alrededor de mí en círculo,
¡vosotros pajarillos malos, alrededor de mí!
Tan jóvenes, tan falsos, tan errabundos,
me parecéis hechos totalmente para amar,
¿y para todo bello pasatiempo?
En el Norte —lo confieso temblando—
amé a una mujercilla, tan vieja que daba miedo:
«la verdad» se llamaba esa vieja…
La devota Beppa
Mientras siga siendo bello mi cuerpecillo,
compensa ser devota.
Se sabe que Dios ama a las hembras,
y a las guapas, además.
Perdonará gustoso, sin duda,
al pobre monjecillo,
que, al igual que a más de un monjecillo,
le guste tanto estar conmigo.
¡No un cano padre de la Iglesia!
No, joven aún y con frecuencia rojo,
con frecuencia, a pesar de la más horrible resaca,
lleno de celos y de necesidades.
No amo a los ancianos,
él no ama a las viejas:
¡qué asombrosa y sabiamente
lo ha dispuesto Dios!
La Iglesia sabe vivir,
examina corazón y rostro.
Siempre quiere perdonarme,
¡sí, quién no me perdona!
Se susurra con la boquita,
se hace una reverencia y se sale,
y con el nuevo pecadillo
se extingue el antiguo.
Loado sea Dios en la tierra,
que ama a chicas guapas
y alteraciones del corazón como esas
gustoso se perdona a sí mismo.
Mientras siga siendo bello mi cuerpecillo
compensa ser devota:
cuando sea una vieja mujercilla tambaleante
¡que me pretenda el diablo!
El batel misterioso
Ayer por la noche, cuando todo dormía,
y el viento apenas con inciertos
suspiros corría por las calles,
no me daba descanso la almohada,
ni la adormidera, ni lo que por lo general hace dormir profundamente:
una buena conciencia.
Al final sacudí de mí el sueño
y corrí a la playa.
La luna brillaba y se estaba bien,
encontré un hombre y una barca sobre la cálida arena,
con sueño ambos, pastor y oveja:
con sueño se separó de tierra la barca.
Una hora, fácilmente también dos,
¿o fue un año? Entonces se me hundieron
el sentido y los pensamientos súbitamente
en una uniformidad eterna,
y un abismo sin barreras
se abrió: ¡y pronto había pasado todo!
La mañana llegó: sobre negras profundidades
está una barca y descansa y descansa…
¿Qué ha pasado? Así se gritaba, así gritaron
cientos pronto: ¿qué ha ocurrido?, ¿sangre?
¡Nada ha sucedido! Hemos dormido, hemos dormido
todos: ¡ay, tan bien!, ¡tan bien!
Declaración de amor
(pero al expresarla el poeta se cayó en una zanja)
¡Oh milagro! ¿Vuela aún?
¿Él sube, y sus alas descansan?
¿Qué lo eleva y lo lleva?
¿Qué es ahora para él meta y tirón y rienda?
Igual que las estrellas y la eternidad
vive él ahora en alturas que la vida rehuye,
compasivo incluso con la envidia:
¡y alto voló, quien alcanza a verlo cernerse!
¡Oh, pájaro albatros!
Hacia la altura me siento impulsado con eterno impulso.
Pensé en ti: y entonces me brotó
lágrima tras lágrima, ¡sí, te amo!
Canción de un pastor de cabras teocrítico
Ahí yago con mis entrañas enfermas,
me comen las chinches.
¡Y del otro lado todavía luz y ruido!
Lo oigo, están bailando…
Ella quería a esta hora
llegar a escondidas hasta mí.
Yo espero como un perro,
pero no hay señal alguna.
¿La cruz, cuando ella lo prometió?
¿Cómo pudo mentir?
¿O es que va detrás de cualquiera,
como mis cabras?
¿De dónde procede su falda de seda?
¡Ah, orgullosa mía!
¿Todavía vive algún macho cabrío
en ese bosque?
¡Qué complicado y venenoso hace
el esperar enamorado!
Así crecen en las noches de bochorno
setas venenosas en el jardín.
El amor me consume
igual que siete males.
No quiero comer absolutamente nada.
¡Que os vaya bien, cebollas!
La luna se metió ya en el mar.
cansadas están todas las estrellas,
gris se acerca el día,
y yo querría morirme.
«A estas almas inciertas»
A estas almas inciertas
les tengo una horrible rabia.
Todo su honrar es un atormentar,
toda su alabanza es irritación con uno mismo y vergüenza.
Porque no soy de su cuerda
en mi paso por el tiempo:
por ello me saluda en sus miradas
una envidia venenosamente dulce y sin remedio.
¡Ojalá me maldijesen cordialmente
y al hacerlo arrugasen la nariz!
El desvalido buscar de estos ojos
seguirá en mí eternamente caminos errados.
Bufón desesperado
¡Ay! Lo que yo escribí en la mesa y en la pared
con corazón de bufón y mano de bufón,
¿iba a adornar mesa y pared?…
Pero vosotros decís: «Manos de bufón ensucian,
¡y hay que purgar mesa y pared,
hasta que desaparezca hasta la última huella!».
¡Permitidme! Voy a echaros una mano,
he aprendido a manejar la esponja y la escoba,
como crítico, como genio de las aguas.
Pero, cuando esté terminado el trabajo,
me gustaría veros, requetesabios,
embadurnar mesa y pared con la m…[68] de vuestra sabiduría.
Rimus remedium
o bien: cómo se consuelan los poetas enfermos
De tu boca,
salivante bruja tiempo,
gotea despacio una hora tras otra.
De nada sirve que toda mi repugnancia grite:
«¡Maldito, maldito sea el abismo
de la eternidad!».
El mundo… es de metal.
Un toro ardiente no oye ningún grito.
Con dagas voladoras escribe el dolor
en mis huesos:
«¡El mundo no tiene corazón,
y estupidez sería tomárselo a mal!».
¡Riega todas las amapolas,
riégalas, fiebre! ¡Vierte veneno en mi cerebro!
Ya llevas demasiado tiempo examinando mi mano y mi frente.
¿Qué preguntas? ¿Qué? «¿Para obtener qué pago?».
¡Ah, maldice a la ramera
y a su sarcasmo!
¡No!, ¡vuelve!
Fuera hace frío, oigo cómo llueve.
¿Debería tratarte con más delicadeza?
¡Coge! Aquí hay oro: ¡cómo brilla la moneda!
¿Llamarte «felicidad»?
¿Bendecirte a ti, fiebre?
¡La puerta se abre violentamente!
¡La lluvia salpica mi cama!
El viento apaga la luz, ¡las desgracias se acumulan!
Quien no tuviese ahora cien rimas,
¡apuesto, apuesto a que
perecería!
«¡Mi felicidad!»
Vuelvo a ver las palomas de San Marcos:
la plaza está silenciosa, la mañana descansa sobre ella.
En el suave aire frío lanzo hacia el azul,
igual que bandadas de palomas, canciones ociosas.
Y las atraigo para que vuelvan,
para colgar una rima más en su plumaje
¡mi felicidad, mi felicidad!
Silencioso techo del cielo, azul y luminoso, de seda,
cómo te ciernes, protector, por encima del polícromo edificio,
al que yo —¿qué estoy diciendo?— amo, temo, envidio…
¡En verdad, le sorbería con gusto el alma!
¿Se la devolvería alguna vez?
¡No, calla, maravilla para mis ojos!
¡mi felicidad, mi felicidad!
¡Severa torre, con qué ímpetu de león
te alzas aquí, victoriosa, sin esfuerzo!
Con tu profundo son llenas la plaza:
en francés, ¿serías su accent aigu[69]?
Si me quedase atrás igual que tú,
sabría de qué coacción suave como la seda…
¡mi felicidad, mi felicidad!
¡Fuera, fuera, música! ¡Deja primero que las sombras se oscurezcan
y crezcan hasta la noche parda y tibia!
Para ese tono es demasiado temprano, todavía no centellean
los adornos de oro con esplendor de rosas,
todavía queda mucho día,
mucho día para escribir, adentrarse subrepticiamente, murmurar solitariamente
¡mi felicidad, mi felicidad!
Tras nuevos mares
Hacia allí quiero ir; y me fío
de mí y de mi mano.
Abierto está el mar, hacia lo azul
se desliza mi barco genovés.
Todo brilla para mí nuevo y más nuevo,
el mediodía duerme en espacio y tiempo:
solo tu ojo, enorme,
¡me mira, infinitud!
Sils-Maria
Aquí estaba sentado, esperando, esperando, pero a nada,
más allá del bien y del mal, disfrutando
ya de la luz, ya de la sombra, enteramente y solo juego,
enteramente lago, enteramente mediodía, enteramente tiempo sin meta.
De repente, ¡amiga!, uno se convirtió en dos,
y Zaratustra pasó de largo a mi lado…
Al mistral
Una canción de baile
Viento mistral, cazador de nubes,
asesino de la tribulación, limpiador del cielo,
hirviente, ¡cómo te amo!
¿No somos nosotros dos las primicias
de un solo seno, de una sola suerte,
predeterminados eternamente?
Aquí sobre resbaladizos caminos de rocas,
me acerco a ti danzando,
danzando, como tú silbas y cantas:
tú, que sin barco ni remo,
el más libre hermano de la libertad
saltas sobre mares salvajes.
Apenas despierto, oí tus llamadas,
me arrojé hacia los escalones tallados en la roca,
hacia la pared amarilla junto al mar.
¡Salve!, ya venías tú
igual que luminosos y diamantinos torrentes
victorioso desde las montañas.
Por las llanas eras del cielo,
vi correr a tus corceles,
vi el carro que te lleva,
vi agitarse tu mano
cuando sobre el lomo del caballo
como un relámpago hace restallar la fusta.
Te vi saltar del carro,
más rápidamente bajar de él,
te vi, como acortado en una flecha,
golpear vertical hacia la profundidad,
igual que un rayo de oro se arroja
a través de la rosas de las primeras auroras.
Danza sobre mil espaldas,
espaldas de olas, malicias de olas,
¡salve al creador de nuevas danzas!
Dancemos con mil melodías,
¡libre sea llamado nuestro arte,
gaya nuestra ciencia!
¡Cojamos de cada flor
un capullo para fama nuestra
y dos hojas para una guirnalda!
¡Dancemos igual que trovadores
entre santos y rameras,
entre Dios y mundo la danza!
Quien no puede danzar con los vientos,
quien tiene que envolverse en vendas,
atado, anciano y tullido,
quien se parezca a los hipocritillas,
tontos de la honra, gansos de la virtud,
¡que se vaya de nuestro paraíso!
Arremolinemos el polvo de las calles
en la nariz de todos los enfermos,
¡ahuyentemos toda esa prole de enfermos!
¡Libremos la costa entera
del aliento de pechos secos,
de los ojos sin ánimo!
Persigamos a los enturbiadores del cielo,
a los que pintan de negro el mundo y atraen las nubes,
¡iluminemos el reino de los cielos!
Hirvamos… ¡oh, espíritu
de todos los espíritus libres, con ti a dúo
hierve mi felicidad igual que la tormenta!
¡Y que sea eterna la memoria
de tal felicidad!, ¡sube aquí con su legado,
con su guirnalda!
Lánzala más arriba, más lejos, más allá,
sube por la escala para asaltar el cielo,
¡cuélgala de las estrellas!