Los grandes idealistas alemanes, preocupados por el Absoluto, por la relación entre lo finito y lo infinito y por la vida del espíritu, tuvieron que conceder gran importancia a la religión en cuanto ésta expresa la relación del espíritu finito con la realidad divina. Todos ellos eran profesores de filosofía y, tanto Fichte como Schelling y Hegel, construyeron sus propios sistemas filosóficos. Por ello, es lógico que interpretaran la religión según los principios fundamentales de sus sistemas. Fichte tendía a reducir la religión a la ética,[238] de acuerdo con su sistema de idealismo ético; por el contrario, Hegel tendía a ver en ella sobre todo una forma de conocimiento. Incluso Schelling cuyo pensamiento, como acabamos de ver, se iba volviendo cada vez más religioso, al insistir en la necesidad humana de un Dios personal, se inclinaba a interpretar la historia de la conciencia religiosa como el desarrollo de un conocimiento superior. Sin embargo, en Schleiermacher hallamos una consideración casi teológica de la filosofía de la religión, como podría hacerlo un teólogo quien, a pesar de sus intereses filosóficos, conservara viva su piedad, y, por tanto, se preocupara por dejar bien clara la distinción entre la conciencia religiosa y la metafísica y la ética.
Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher nació en Breslau el 21 de noviembre de 1768. Sus padres encomendaron su educación a los Hermanos Moravos. A pesar de haber dejado de creer en algunas doctrinas fundamentales del cristianismo, empezó a estudiar teología en Halle, y en sus dos primeros años de universidad se interesó más por Spinoza y Kant que por la teología propiamente dicha. En 1790 se licenció en Berlín y aceptó un puesto de tutor en una familia. Desde 1794 hasta finales de 1795 ejerció de pastor en Landsberg, cerca de Frankfurt am Oder, y, desde 1796 hasta 1802, tuvo un empleo eclesiástico en Berlín.
Durante su permanencia en Berlín, Schleiermacher sostuvo una relación continuada con el círculo romántico y, más concretamente, con Schlegel. Como todos ellos, sentía una profunda admiración por Spinoza. Pero, desde un principio, se sintió atraído por la visión platónica del mundo, como imagen visible del verdadero ser ideal de las cosas. Schleiermacher concebía la naturaleza de Spinoza como la realidad que se revela a sí misma en el mundo fenoménico, pero como admirador de Spinoza, estaba obligado a reconciliar la visión filosófica con la religión que predicaba. No se trataba tan sólo de satisfacer su conciencia profesional de clérigo protestante, pues era un hombre sinceramente religioso que mantenía viva la piedad de su familia y de sus primeros maestros. Por ello tenía necesidad de elaborar un marco intelectual para la conciencia religiosa, tal y como él la concebía. En 1799, publicó sus Reden ueber die Religion (Discursos sobre la religión) que conocieron varias ediciones.
En 1800 publicó sus Monologen (Monólogos) en los que trata de los problemas suscitados por la relación entre el individuo y la sociedad y, en 1801, publicó su primera colección de sermones. Sin embargo, Schleiermacher no era lo que suele entenderse por un teólogo protestante ortodoxo. Desde 1802 a 1804 había dejado su ministerio. En 1803, publicó Grundlinien einer Kritik der bisherigen Sittenlehre (Ensayos de crítica de la doctrina moral hasta el presente). También tradujo al alemán los diálogos de Platón. En 1804 apareció la primera parte, y en 1809, y en 1828 las segunda y tercera, todas ellas acompañadas de notas e introducciones.
En 1804 aceptó una cátedra en la Universidad de Halle. Cuando Napoleón ordenó el cierre de la universidad, Schleiermacher continuó en la ciudad como predicador. En 1807 volvió a Berlín, donde participó en la vida política y colaboró en la fundación de la nueva universidad. En 1810 fue nombrado profesor de teología en la universidad y ocupó esta cátedra hasta 1834, año en que murió. En 1821-1822 publicó Der christliche Glaube nach den Grundsaetzen der evangelischen Kirche (La fe cristiana según los principios de la iglesia evangélica), cuya segunda edición apareció en 1830-1831. Publicó también una colección de sermones. Sus conferencias en la universidad, que trataban no sólo de teología sino también de filosofía y pedagogía, fueron publicadas después de su muerte.
Schleiermacher sostiene que el pensamiento y el ser son correlativos, pero hay dos caminos por los que el pensamiento puede entrar en relación con el ser. En primer lugar, el pensamiento puede adecuarse al ser, tal y como ocurre en el conocimiento científico. El ser que corresponde a todos nuestros conceptos y juicios científicos se llama naturaleza. En segundo lugar, el pensamiento puede encontrar una manera de adecuar el ser a sí mismo. Esto se verifica en el acto de pensar, que sustenta la actividad moral. Por medio de la acción moral, buscamos una forma de realizar los ideales y propósitos éticos y, de esta manera, adecuamos el ser a nuestras ideas y no a la inversa. «El pensamiento que pretende el conocimiento se relaciona a sí mismo con un ser que presupone; el pensamiento que reside en la raíz de nuestras acciones se relaciona a sí mismo con un ser que ha de llegar a ser a través de nosotros.»[239] La totalidad de lo que se expresa por la acción dirigida por el pensamiento se llama espíritu.
A primera vista parece como si estuviéramos frente a un dualismo. Por una parte está la naturaleza y, por otra, el espíritu. A pesar de que el espíritu y la naturaleza, pensamiento y ser, sujeto y objeto, sean distintos y el pensamiento conceptual nos dé de ellos nociones diferentes, este dualismo no es absoluto. La realidad última es la identidad del espíritu y la naturaleza en el universo o Dios. El pensamiento conceptual no puede aprehender esta identidad; sin embargo, puede ser sentida, y este sentimiento es lo que Schleiermacher enlaza con la conciencia de sí mismo. Esta conciencia no es una conciencia autoreflexiva que aprehende la identidad del yo en la diversidad de sus momentos o fases. En la base de la autoconciencia reflexiva se halla una «autoconciencia inmediata que equivale al sentimiento».[240] Dicho de otra forma, hay una inmediatez fundamental del sentimiento a cuyo nivel la distinción y la oposición del pensamiento conceptual todavía no ha surgido. Esto puede ser equivalente a la intuición, pero, en este caso, debemos tener en cuenta que no se trata de una intuición intelectual sino de un sentimiento básico de la autoconciencia que no puede separarse de la conciencia del yo. Es decir, el yo no goza de la intuición intelectual de la totalidad divina como objeto directo y único, pero se siente a sí mismo dependiente de la totalidad que trasciende todas las oposiciones.
Este sentimiento de dependencia (Abhängigkeitsgefühl) es «la parte religiosa»[241] de la conciencia del yo: y de hecho es «un sentimiento religioso».[242] La esencia de la religión no es «un pensamiento ni una acción sino una intuición y un sentimiento. La religión busca una forma de intuir el universo…».[243] El universo, en el sentido en que Schleiermacher emplea esta palabra, es la realidad infinita de Dios. Por ello, la religión es fundamentalmente el sentimiento de dependencia de lo infinito.
Por tanto se impone distinguir entre, por una parte, la religión y, por otra, la metafísica y la ética. Estas últimas tienen «el mismo objeto que la religión, concretamente el universo y la relación del hombre consigo mismo».[244] Pero sus vías de aproximación son muy diferentes. Schleiermacher, haciendo una clara alusión al idealismo de Fichte, dice que la metafísica «elabora desde sí misma la realidad del mundo y sus leyes».[245] La ética «desarrolla un sistema de deberes partiendo de la naturaleza del hombre y de su relación con el universo; ordena y prohíbe los actos…».[246] Pero la religión no se ocupa de la deducción metafísica ni recurre al universo para derivar de él un código de deberes. No es ni conocimiento ni moralidad: es sentimiento.
Puede decirse, por tanto, que Schleiermacher vuelve la espalda a la tendencia de Kant y Fichte a reducir la religión a la moral, precisamente por su cerrada negativa a reconocer la esencia de la religión como una forma de conocimiento teórico y, por el contrario, siguiendo a Jacobi, insiste en que la base de la fe está en el sentimiento. Sin embargo, hay una diferencia importante entre Schleiermacher y Jacobi, pues mientras este último basa todo el conocimiento en la fe, Schleiermacher se esfuerza por mantener una diferencia entre conocimiento teórico y fe religiosa, siendo esta última la que encuentra en el sentimiento su fundamento específico. Podemos añadir que, aunque para Schleiermacher la conciencia religiosa esté más cerca de la conciencia estética que del conocimiento teórico, la conciencia religiosa se basa en el sentimiento, concretamente en el sentimiento de dependencia de lo infinito que es propio de ella. Schleiermacher se preocupa de evitar la confusión entre conciencia religiosa y conciencia estética, que es una de las características del romanticismo.
De lo dicho no debe deducirse que para Schleiermacher no haya relación alguna entre la religión y la metafísica. Por el contrario, en cierto modo la metafísica y la ética necesitan la religión. La metafísica sin la intuición religiosa fundamental de la totalidad infinita quedaría suspendida en el aire como una construcción puramente conceptual, y la ética sin religión nos daría una idea del hombre muy inexacta. Desde un punto de vista puramente ético, el hombre aparece como un ser libre y autónomo. La intuición religiosa le revela su dependencia de la totalidad infinita, su dependencia de Dios.
Ahora bien, cuando Schleiermacher afirma que la fe religiosa se basa en el sentimiento de dependencia de lo infinito, debe entenderse que la palabra «sentimiento» designa la inmediatez de esta conciencia de dependencia y que no excluye la actividad intelectual. Como ya hemos visto, Schleiermacher habla también de «intuición», pero esta intuición no consiste en la aprehensión de Dios como un objeto claramente concebido sino que es una conciencia del yo como esencialmente dependiente del ser infinito, de una forma indeterminada y no conceptual. Por ello, el sentimiento de dependencia requiere una interpretación a nivel conceptual y en esto consiste la misión de la teología filosófica. Se puede argüir que Schleiermacher, al referirse a la experiencia religiosa básica, incluye en cierto modo una interpretación de la misma y que, después de haber rechazado el moralismo de Kant y la especulación metafísica de Fichte, inspirado por el pensamiento del «santo y renegado Spinoza»,[247] identifica aquello de lo que el yo se siente depender con la totalidad infinita, con el universo divino. «Religión es el sentimiento y el sabor de lo infinito»;[248] y de Spinoza podemos decir que «lo infinito era su principio y fin; el universo era su único y eterno amor…».[249] Así puede decirse que el sentimiento religioso de dependencia está inspirado en Spinoza tal y como fue entendido por los románticos. Sin embargo, no debe sobreestimarse la influencia de Spinoza, ya que éste ponía el «amor intelectual de Dios» como punto culminante de la ascensión del intelecto, y Schleiermacher descubre el sentimiento de dependencia del infinito en la base de la visión religiosa del mundo. Surge, por tanto, la pregunta sobre cómo hemos de pensar o concebir esta conciencia inmediata de dependencia.
La primera dificultad aparece enseguida. El sentimiento religioso básico es un sentimiento de dependencia de un infinito en el que no hay oposiciones, la totalidad idéntica a sí misma. El pensamiento conceptual introduce distinciones y oposiciones, y la unidad infinita se aleja de Dios y del mundo al ser pensados. El mundo es la totalidad de las oposiciones y diferencias, pero, Dios se concibe como unidad simple, como negación de cualquier distinción u oposición.
El pensamiento conceptual tiene que concebir a Dios y al mundo como correlativos. Es decir, tiene que concebir la relación entre Dios y el mundo como una de las mutuas implicaciones y no como una mera copresencia, o como una relación unilateral de dependencia, esto es, como si sólo el mundo dependiera de Dios. «Sin Dios no hay mundo y no hay Dios sin mundo.»[250] Estas dos ideas no pueden identificarse entre sí, «no se puede dar una completa identificación ni una completa separación de las dos ideas».[251] Dicho de otra forma, el pensamiento conceptual no debe confundir las dos ideas porque necesariamente tiene que concebir el universo a través de ellas. La unidad del universo del ser ha de concebirse como una correlación y no como una identificación.
A primera vista al menos, esto puede hacernos suponer que para Schleiermacher la distinción entre Dios y el mundo sólo existe por la reflexión humana y que, en realidad, no hay tal distinción. Sin embargo, Schleiermacher procura evitar tanto la reducción del mundo a Dios como la reducción de Dios al mundo. Por una parte, una teoría acosmista que se limita a negar la realidad de lo finito es infiel a la conciencia religiosa básica, pues, si nada queda de lo que se pueda decir que es dependiente, traiciona esencialmente su pensamiento. Por otra parte, una simple identificación con el sistema espacio-temporal de las cosas finitas no dejaría lugar para la unidad indiferenciada subyacente, y, por ello, la distinción entre Dios y el mundo ha de ser algo más que la expresión de un fallo en el pensamiento conceptual. Es cierto que el pensamiento conceptual es incapaz de comprender la totalidad, el universo divino. Sin embargo, puede y debe corregir su tendencia a separar la idea de Dios y la idea del mundo, concibiéndolas como dos ideas correlativas, y considerando el mundo con respecto a Dios como la relación del consecuente al antecedente, como la automanifestación necesaria de una unidad indiferenciada, o en términos spinozistas, como la relación de la Natura naturata con la Natura naturans. Es decir, el pensamiento conceptual debe moverse en este sentido para evitar la separación y la identificación totales. La realidad divina trasciende en sí misma el alcance de nuestros conceptos.
El rasgo más interesante y significativo de la filosofía de la religión de Schleiermacher es, precisamente, que ésta consista en la explicación de una experiencia religiosa fundamental. Al interpretar esta experiencia aparece claramente la influencia de Spinoza. Schleiermacher insiste también en que Dios trasciende todas las categorías humanas. Como Dios es la unidad sin diferenciación u oposición, no pueden aplicársele ninguna de las categorías del entendimiento humano ya que éstas son finitas. Al mismo tiempo, no se concibe a Dios como una substancia estática sino como vida infinita que re revela necesariamente a sí misma en el mundo. En este aspecto, Schleiermacher se acerca más a la última filosofía de Fichte que al sistema de Spinoza, mientras que la teoría de Dios o del Absoluto como entidad indiferenciada, para la que el mundo es lo que el consecuente al antecedente, recuerda las especulaciones de Schelling. El gnosticismo posterior de este filósofo no hubiera podido ser aceptado por Schleiermacher. Para éste la religión es la apropiación del sentimiento básico de dependencia de lo infinito, y esto atañe más al corazón que al entendimiento, es un asunto de fe más que de conocimiento.
Schleiermacher, a pesar de negarse a atribuir a Dios una personalidad, excepto en un sentido simbólico, insiste en el valor de la persona individual cuando considera al ser humano como agente moral. La totalidad, lo universal, es inmanente en todos los seres finitos y, por esta razón, el mero egoísmo que implica una deificación del ser finito, no puede ser el ideal moral del hombre. Por otra parte, cada individuo es una manifestación particular de Dios y tiene sus propias dotes o talentos, su particularidad propia (Eigentuemlichkeit) y está obligado a desarrollar sus talentos individuales. La educación debe contribuir al desarrollo pleno y a la integración armoniosa de la personalidad individual. El hombre combina dentro de sí el espíritu y la naturaleza y su desarrollo moral requiere la armonía de ambos. El espíritu y la naturaleza son uno, considerados desde un punto de vista metafísico y, por ello, la personalidad humana no puede desarrollarse debidamente si se distingue de una manera tan radical entre la razón y el impulso natural de manera que la moralidad no pueda ser más que el dominio de todos los impulsos naturales. El ideal moral no es conflicto sino armonía e integración. Dicho de otra forma, Schleiermacher siente muy poca simpatía por la rigurosa moral kantiana y por su tendencia a afirmar una antítesis entre razón e inclinación o impulso. Si Dios es la negación positiva de todas las diferencias y oposiciones, la misión moral del hombre consistirá en la expresión de la naturaleza divina en una forma finita, armonizando la voluntad y el impulso dentro de una personalidad racional integrada.
Pero, aunque Schleiermacher insista en el desarrollo de la personalidad individual, no deja de recordar que individuo y sociedad no son conceptos contradictorios. La particularidad «sólo existe en relación con los demás».[252] Por una parte, el elemento humano de singularidad, que distingue un hombre de otro, presupone una sociedad humana y, por otra, la sociedad presupone diferencias individuales ya que es una comunidad de individuos distintos. El individuo y la sociedad se implican entre sí. La autoexpresión o el desarrollo de uno mismo no sólo exigen el desarrollo de los talentos individuales de cada persona, sino también el respeto a las demás personas. Dicho de otra forma, cada ser humano tiene una misión moral singular pero ésta sólo puede cumplirse dentro de la sociedad, es decir, sólo puede ser cumplida por un miembro de una comunidad.
Si nos preguntamos cuál es la relación entre moralidad tal y como la ha descrito el filósofo, y la moral específicamente cristiana, la respuesta es que su formulación es diferente pero que el contenido es el mismo. El contenido de la moralidad cristiana no contradice el contenido de la moralidad «filosófica», aunque tiene una formulación propia que viene dada por los elementos de la conciencia cristiana que hacen que se separe de la conciencia religiosa en general. La nota específica de la conciencia cristiana es que «toda comunión con Dios está condicionada por el acto redentor de Cristo».[253]
La posición de Schleiermacher respecto a las religiones históricas es un tanto compleja. Por una parte, rechaza la idea de una religión natural universal que haya sido substituida por las religiones históricas; sólo existen estas últimas, y la primera es una ficción. Por otra parte, Schleiermacher ve en la sucesión de las religiones en la historia una revelación progresiva de un ideal que nunca se alcanzará totalmente. Los dogmas son necesarios en cuanto que son expresiones simbólicas concretas de la conciencia religiosa. Pero, al mismo tiempo, éstos pueden convertirse en un obstáculo para el libre movimiento del espíritu. Una religión histórica como el cristianismo debe su origen a un genio religioso, en todo semejante a un genio artístico; su vida se perpetúa gracias al caminar de la misma en un movimiento vital y no por la fijación de una serie de dogmas. Es cierto que a medida que pasaban los años Schleiermacher fue concediendo más importancia a la idea de iglesia, pero, sin embargo, continuó siendo lo que suele llamarse un teólogo liberal. Así pudo ejercer una considerable influencia en los círculos protestantes alemanes, aunque su influencia haya sido rechazada con el renacimiento de la ortodoxia protestante.
Schleiermacher, al tratar de interpretar lo que llamaba conciencia religiosa básica, quiso desarrollar una filosofía sistemática, pero, en realidad, su pensamiento es muy contradictorio. La influencia del Spinoza romantizado, el hombre poseído de la pasión de infinito, le llevó por el camino del panteísmo. Pero, por otra parte, la naturaleza del sentimiento fundamental o intuición que se proponía interpretar militaba en contra del monismo spinozista y exigía establecer una distinción entre Dios y el mundo. ¿De qué manera puede hablarse del ser finito en cuanto es consciente de su dependencia de lo infinito? Sólo podemos hacerlo si postulamos esta distinción. El aspecto panteísta del pensamiento de Schleiermacher era difícilmente conciliable con la libertad personal, pero, en su teoría moral y sus reflexiones sobre las relaciones entre los seres humanos, Schleiermacher recurre profusamente a la idea de libertad. Dicho de otra forma, el elemento panteísta de la metafísica de Schleiermacher, en sus escritos sobre doctrina moral y sobre la sociedad, queda en un segundo plano ante su insistencia en el individuo. No se refería a la teoría del universo divino reflejada en un totalitarismo político, sino que, por el contrario, aparte de su admisión de la iglesia como sociedad distinta del Estado, insistía en el concepto de «asociaciones libres» como la organización que permite expresar libremente el carácter de cada personalidad individual.
Las dificultades de Schleiermacher no son nada características, ya que toda filosofía que trate de combinar la idea de la totalidad divina con la de libertad personal y que postule su identidad profunda tropieza con análogos problemas. Schleiermacher trata de resolver el conflicto diciendo que lo universal sólo existe en lo particular. Estaba obligado a justificar el sentimiento de dependencia de una realidad que no podía ser identificada con el mundo espacio-temporal. Tiene que existir algo «detrás» del mundo. Pero el mundo no puede ser nada fuera de Dios. Por ello, en este sentido, continuaba la línea de pensamiento de Schelling. Quizá pueda argüirse que Schleiermacher tenía una conciencia casi mística del Uno que subyace y se expresa en lo múltiple y que éste es el fundamento de su filosofía. Cuando trató de dar una expresión teórica a esta conciencia aparecieron las dificultades. Sin embargo, había partido de la afirmación de que no se podía llegar a una teoría adecuada. Dios es el objeto del «sentimiento» y, más que objeto de conocimiento, es objeto de la fe. La religión no es ni metafísica ni moral; la teología es simbólica. Schleiermacher tenía muchas concomitancias con los grandes idealistas pero no era un racionalista. La religión era elemento básico de la vida espiritual del hombre, y ésta se fundamenta en el sentimiento intuitivo e inmediato de dependencia. Este sentimiento de dependencia absoluta era para Schleiermacher el alimento de la reflexión filosófica. Esta visión no debe despreciarse como si sólo fuera un prejuicio de atribuir un significado cósmico a los sentimientos piadosos que no pudiera mantenerse ante la razón reflexiva. De todas formas, la metafísica especulativa es una explicitación de la aprehensión de la dependencia de lo múltiple respecto del Uno, aprehensión que, por no disponer de una palabra adecuada, hemos de llamar intuición.