Otra vez transportado y sin saber la hora, me acaricio la muñeca, extraña dignidad residual, no la pregunto, no quiero hablar con nadie y aun en la calma de la libertad ansiada me da cierto pánico el trasponer el espacio de puerta a puerta, de la ambulancia a casa, las calles de Eibain están desiertas, ciudad entre dormida y rota sin mi presencia tumultuaria, la que provoca el acumulo de sombras vivas, personas alrededor del portal desbordando en contraste por la plaza, sin saber cómo las de paisano se habrán enterado y espero envuelto en la manta, a no sé qué, a que por arte de magia me incorpore al hogar, espero inmóvil y noto la enredadera de la tensión oprimiéndome el brazo izquierdo, es el temor a desfallecer en público, sostiene el rescoldo del miedo entre flashes de fotos, rumor de voces y aplausos de palmas agradecidas.
—Cuando usted quiera.
—Pues ahora o nunca.
—¡Joshemari!
—¡Bienvenido!
—¡Enhorabuena!
De cabeza, en zambullida atravieso los gritos y el tumulto, la cabeza gacha, sin bracear hasta el refugio de unos brazos, abrazo fraterno, muy prieto, desde niños no lo habíamos repetido y alrededor rostros conocidos, estoy en el familiar recibidor con las escaleras, la verja, el paragüero, igual a sí mismo, miro en torno mío recreándome en el refugio de lo cotidiano, todavía sin atreverme a soltar las riendas de los sentimientos, aparento, doy la fachada apuntando con el índice, avergonzándome de mi propia estupidez, pero convencido de la reclamación.
—Iñaki, tienes que demandarme a los del timbre de alarma.
—Sube, no pienses ahora en nada concreto.
—Cuidado, despacio.
—Relájate.
Alrededor de la mesa camilla, abrazado a Libe, lloro, nunca habíamos llorado juntos, ahora lloramos sin podernos contener rodeados de rostros amigos que fuerzan el gesto para dar una sensación de calma que sus bocas de hablar apretado desmienten, luchan para que no se produzca el silencio que mi boca hermética puede provocar, y les animo con la mirada, es confortable el sonido de vuestra conversación, seguid, es el calor humano de vuestro aliento lo que necesito, ánimo, adelante, me hace falta y no quiero confesarlo, seguid, no me dejéis en evidencia.
—Te voy a preparar un sopicaldo del que te gusta, necesitarás algo caliente, con una yema.
—Un baño le sentaría.
—Después le reconoceré, el aspecto no es malo, cansado, eso sí, agotado, es lo natural.
—Haz café para todos y saca unas pastas, por ahí habrá.
—Te presento al señor Santamarina, es el jefe de policía, se ha portado estupendamente.
—Le dejo aquí un cuestionario, es un test de recordatorio, se lo he preparado yo mismo para no fatigarle, lo va estudiando con calma, tómese su tiempo, ya lo comentaremos, a veces un detalle puede dar la pista.
—Oiga, doctor, ¿necesita algo más?
—No, para un primer vistazo tengo lo necesario.
—Parece en forma, ¿eh?
—Ya te lo decía yo, no hay quien pueda con un «Jenti».
—A los periodistas es mejor liquidarlos de golpe con una rueda de prensa colectiva, a eso no te puedes negar, pero cuando quieras, cinco vaguedades y fuera.
—Eres más famoso que el tato.
—No han parado de llegar cartas, telegramas, conferencias, hasta de Estados Unidos llamó hoy el Turner ese interesándose por ti, estuvo muy amable.
—Y un pliego de firmas con la adhesión de todos los empleados.
—Se acabó la huelga. Mañana entra el primer turno completo. Con ganas, ¿eh?
—No parece roto, luxación quizá, te lo inmovilizaré hasta que pueda hacerte la radiografía.
—Ahora lo mejor es dejarles solos.
—Eso, que descansen.
—Te metes en la cama y duermes. Toma este comprimido, uno solo, de momento lo que más te conviene es dormir a pierna suelta.
Algo no marcha cuando el objetivo humano se reduce al deseo de conseguir el sueño con lo que de renuncia tiene, el dormir como voluntad vital es algo decadente, próximo al suicidio pero sin un ánimo revanchista, sin su carácter de venganza, uno se suicida contra alguien y se duerme contra sí mismo, filosofías, estoy cansado, les doy la razón con movimientos de cabeza, sí, a todas las proposiciones sí, dejándome arrullar en los brazos de Libe me abandono y no es el descanso para reanudar la actividad, sabia medida que nunca empleé, es el intento de recuperación para decidir sobre mi promesa de abandono, si mañana entran conforme lo pactado tengo que planificar el futuro, pero gravitando en las consideraciones sociales del rapto las piezas no encajan y no estoy en las mejores condiciones para solucionar el puzzle, pasatiempo que nunca me atrajo, ni los jeroglíficos, ni las adivinanzas, y sin solucionarlo sé que soy incapaz de seguir, no estoy hecho para volar, el vacío me aterra, jamás elegiría ser águila, tigre sí, las patas firmes en el suelo, las garras, los colmillos, el salto poderoso, no temo la lucha a pie firme, en el vacío sí y floto como en la proposición de los de Bayona, instalarse al otro lado de la frontera es un salto en el vacío, en qué lugar y a qué lado habré dormido estos días de abismo, la pieza ausente del puzzle, noto las manos de Libe acariciando mi piel desnuda y es el mejor sedante, nuestras pieles rugosas de años trabajados no se conocen tan bien como debieran, no llegaron a conocer la ternura juvenil, la pasión de los años mozos, pero reconfortan, es lo más confortable que jamás conseguí y he necesitado el fracaso de mi concepto patriarcal de la existencia para darme cuenta de ella, de que ella existe para mí, no por mí y debo esforzarme en existir para ella si todavía soy capaz, dormido noto su tacto y voz que me consuelan, me asienta sobre el cálido colchón de lana, bajo las frescas sábanas de hilo, a mi lado, haciéndonos el único amor que conocemos, la mutua compañía.
—Duerme, bihotz[49], duerme, como de pequeño, amonak dio, ene potxolo[50]…
—¿Qué hora es?
—Qué importa la hora, Joshe, duerme, te conviene.
—Se oye gente.
—Es la una, están saliendo y hoy parece fiesta porque hay trabajo. Se ríe. Se canta. Voy a cerrar la ventana.
—No, ábrela, quiero oír los ruidos de la calle, ver el cielo, ¿te acuerdas de los buenos tiempos? Volvía a casa del tajo, sucio, cansado, pero feliz.
—Tenía que fumigarte la ropa, lo mismo que la que te quité ayer, de un pringue de miedo, no merece la pena ni llevarla a la tintorería, y un olor malo, me recordó al de los tiempos del horno, cuando los carboneros, menuda peste.
Así debió posarse la paloma sobre el cráneo de los apóstoles, en un instante la luz, la iluminación del aire familiar de personas y cosas, del parece que le conozco, del yo he estado aquí antes, podía ser, inverosímil pero podía ser, ingenioso y dramático, tenía que comprobarlo, tras el reposo lo comprobaría, calma, si encajaba la pieza en el rompecabezas la decisión renunciadora sería afirmativa, sobre todo sería triste, la demostración de que no merecía la pena seguir, estaba seguro, conocía la pieza sin necesidad de visitarla, pero de todas formas iría, muy triste.
—¿Olía tan mal?
—Ama birgiña, lo mismito o peor, como si te hubieras metido en un estercolero.
—Pues ni cuenta.
—Anda, descansa, duerme otro rato.
—Prefiero despejarme, hay mucho que hacer.
—Duerme.
—Se me habría atrofiado la nariz, se acostumbra uno a todo.
—Anda, duerme.
Es duro acostumbrarse al inexorable desmoronamiento de facultades que acompaña al paso de los años, al fallo de la fortaleza física en el intento de fuga y aún peor al deterioro de los sentidos, tenía ojo de magnífico cubero y nariz que parecía un espectrógrafo de gases y sin embargo no lo detectaron, lo voy a comprobar de inmediato, en cuanto pueda sacudirme la jauría de curiosos que montan guardia a la puerta, el carácter organoléptico de las materias primas y las variables del proceso de fabricación habían sido mi fuerte y algo me quedará, no puedo estar acabado cuando siento como me siento, capaz de reorganizar mi vida al derecho o al revés, pasan alegres los ruidos familiares de la calle, ahora un grupo de jóvenes canta desafiante, cruzando la plaza, lo que todos alguna vez hemos tarareado, me siento uno de ellos.
—Escucha.
—Déjate de músicas, anda, duerme.
—Tengo que entenderles.
—Te la sabes de memoria, tonto.
Geurea da ta, geurea da
Geurea da ta, geurea da
Geurea da ta geurea
Geurea da ta, da ta, Euskalherria
Askatasuna eskatzen dugu
herri hontako alkate jaunari
eta berak ematen ez badigu
eskatuko diogu Patxi zaharrari[51]
Claro que me la sé de memoria, la creía racialmente vasca y es la misma canción que entonan en la iglesia, fue un descubrimiento, otro, y le seguí la pista con curiosidad patriótica, con un ritmo más lento, más tranquilo, reclamando siempre una paz y una patria intangibles, la celestial, desde el coro las voces blancas imploran, la paz sea con nosotros, Señor danos la paz, y libertad, los judíos la cantaban en yidish marchando hacia el estreno de Israel, un origen más ecuménico de lo esperado, es una canción folk, un blue negro americano sin emancipar, añoranza de lo porvenir mientras varía, cambia, muta en el largo camino, intercambia savias en el entramado de sus raíces dispares, acaso un himno más desafiante que victorioso, y esta diferencia es la que quiero entender, si la cantan conmigo o contra mí, circunstancia que debo aclarar antes de la decisión final, la actividad es mi único refugio, en el pensamiento me descorazono.
—Diles que suban.
—¿Quién?
—Los periodistas, los que quieran verme, voy a quitármelos de encima.
—Abad te tiene preparadas unas cosas, quiere estar presente por, como dice, relaciones públicas, ya sabes, lo diplomático, es por arroparte y me parece bien, no estás acostumbrado a estas tonterías, no te van, mira, mejor levántate tranquilo y después de comer los recibes.
—De acuerdo, me los pones de postre y tú a mi lado, no te separes nunca.
—Siempre estoy a tu lado, Joshe.