El mugido berrendo de una ballena herida suspende la comida, el agonioso de muerte y el chapoteo por librarse de los arpones y el remolino de arena le estremeció el alma, notó el arrebujo del corazón y pensó en el cachalote embarrancado en Zumaya que fueron a ver todos los niños de Guipúzcoa, él de la mano de su padre, dos ruidos superpuestos en un motor con veinte toneladas cuesta arriba, el agonioso del freno y el chapoteo de las velocidades, susto, sorpresa del primer sonido diferenciable del exterior desde hacía cuántos días, años, en que iban de excursión a Ulía y desde la Peña de los Balleneros Vascos la imaginación vislumbra el clásico chorrito por los escudos de Fuenterrabía, Motrico, Lequeitio, Bermeo y las costas de Terranova, trepaban ilusionados y el aita señalando el horizonte con el anacrónico rebenque contaba sus aventuras, cuando cruzamos el charco, jamás lograron divisar cetáceo alguno, sintió los incontables latidos tan apiñados en la garganta que el trago de agua mineral con gas se le atragantó y tosió de modo espectacular para el crítico momento.
—¡Calla, coño!
—¡Chisst!
—Silencio. Atención. Esto es una alarma. Tírese al suelo. No haga ruido. No hable. Quieto hasta que no se le ordene lo contrario. Puede morir. ¿Comprende?
La cabeza de arriba abajo es sí, lo entienden en casi todo el mundo menos los rumanos que hacen al revés, ya son ganas de diferenciarse, los indios con el blanco de luto, los ingleses circulando por la izquierda, y las regiones con idiomas conflictivos, más vale limitarse al momento presente, bai, oui, yes, de acuerdo, suspendió la comida y se arrojó al suelo, con cuidado, maniobrando entre las agujetas y el dolor de espalda, si descubrieran el refugio y un montón de eslabones condicionales más quizá recobrara la libertad.
—No se mueva, el menor intento de fuga o rescate y es usted hombre muerto, ¿comprendido?
Se evaporó la tenue esperanza, el negro orificio de la Parabellum de Abelbat, gemelo del de las otras dos armas pero menos ominoso por su íntimo control, se prolongaba en aquel ser humano que no apeaba el tratamiento de usted dándole un aire menos siniestro a las amenazas, pues apuraría al máximo el margen para disparar, pero también lo haría llegado el caso, se encontró tumbado, de cubito prono, forzando vista y sentidos para percibir algo, habían apagado el flexo y nueva sorpresa, todavía empuñaba el cuchillo diminuto de los elementales cubiertos camperos con que le sentaban a la mesa de conservas, repasó el filo con peladura de manzana, meditando.
—Silencio.
—Calla tú.
Se escuchó el silencio de la palabra pronunciada fuera del receptáculo por el vigilante intuido y después el audible paso de un ángel incapaz de levantar el menor susurro, nada, el vital golpeteo en el esternón, en las sienes y en los pulsos al forzar el giro de la poderosa muñeca, los dedos insuficientes en número eran sobrados para provocar la huella que buscaba, el indicio tangible con movimientos cortos, lentos, poderosos de sierra, con la breve navaja cortó el suelo de lona, ahogando el rumor del rasgueo con los temores de la sudoración, del picor de poros infectados en el cuello, con la suciedad acumulada por simples lavajes con una toalla húmeda, con los escozores de ropas íntimas sin posible cambio de muda, rasgó lo suficiente para la toma de muestra, un centímetro, cambio de posición dentro de la amplia palma, de lo fino a lo agudo y clavarlo, intentar el giro en barrena del cuchillo, en vano, apenas un pinchazo, pues ante la resistencia del desconocido sustrato la hoja amenaza con romperse por flexión sobre la dura roca, cemento, terrazo, no tan consistente, ya gira y la barrena produce las ansiadas virutas, parece serrín, migas de sueños empalmados con otros sueños, la sensación tantas veces flotante parece sedimentar en un último sueño imposible de existir, el de yo he estado aquí antes, ocurre en los sitios más inverosímiles, en el viaje al país antípoda, en la visita al personaje desconocido y de repente, al entrar en una habitación, uno lo siente con seguridad inquietante, es como si ya se hubiera estado allí, ahora aquí, en otra imposible ocasión y uno se resiste a la imposibilidad y busca en el desván de los sueños infantiles, inefable archivo que siempre defrauda, hasta que se convence, mientras resoba la viruta, de que no da con la pista y sin embargo la sensación es innegable, es un hálito, algo tan real y remoto como un jeroglífico sin descifrar, un rótulo en japonés, lo mismo es el significado de los sueños, las interpretaciones son complicadas, poco fiables y menos en boca de especialistas próximos al esoterismo psicoanalítico, FARE tendría también algún significado, ¿si eran ETA por qué firmaban FARE? La contradicción en sigla deforma el significado, el contenido, le da una cotidianidad enmascarante, RIP se dice fácil y sin demasiadas connotaciones lúgubres, F de fuerza, de federal, de fusión, A de asociación, de armada, de activista, R, de revolución, seguro, de república, de rebelde, E de España, de Euskadi, de Eibain, ¿en qué idioma se tendría que leer FARE? Hoy el mundo no se entiende, como mucho se sobreentiende comido por estas abreviaturas que se autoprocrean cancerígenas, de prácticas pasan a obnubilantes difuminando significados, desviándolos hacia bastardos intereses, es el torrente incontenible de BB, CC, LD, DT, TWA, USA, CÍA, CEDA, CECA, ASTM, ALSI, TIR, ITT, CNT, UGT, PNV, RTVE, UHP, HP, RH, PH, PENS, PCE, FET, JONS, TOP, OAS, OMS, SOS, DNS, SA, SL, SCI, SARL, GMBH, MGM, MMM, FMI, FBI, ICC, CCI, BIRD, OIT, OPEP, FC, CIF, FOB, UNO, INI, UNE, UNÍ, INP, VIP, MIL, AFNOR, DIN, CEE, TTT, EFTA, GATT, SEAT, IHA, SIS, JIS, NASA, FASA, SS, CCOO, SOE, PSOE, USO, BOF, SKF, RENFE, RPM, EPM, en propia mano, para que no se pierda, así deben entregarse los mensajes íntimos, no en jeroglífico de rótulo japonés, la sensación de haber estado antes aquí, en contacto con estas migajas que al apretar pinchan, son diminutas astillas de un suelo de madera, cualquier conclusión puede estar provocada por el deseo y es mala norma operativa, acientífica, incluso para alguien que presume de percepciones tecnificadas, acostumbrado a diagnosticar sobre material, espesor, temperatura, tiempos, caracteres humanos, virtud ahora aprovechable por si urge o se provoca, por si se quiere forzar la ocasión.
—Pasó el peligro.
—¡Chist!
Un silbido corto y otro largo fue la señal, pasó el peligro, no retiró la pistola pero dejó de apuntar, de ser un dedo más, tumbado en el suelo, balanceando la palma abierta, le indica que conserve la posición, que no se levante.
—¿Lo ve? Nos salvamos juntos. Por colaborar. La unión es eficaz en todas las circunstancias.
—A la fuerza ahorcan.
—Siempre hay objetivos comunes, la vida en este caso.
—La cogestión en general, ¿no? Supongo será partidario.
Provoca la charla, es sencillo enredar la madeja de las discusiones socioeconómicas, se ha acostumbrado a los nuevos hábitos del encierro y resultan mejor que el incontable conteo de segundos, latidos, cadáveres, son temas que jamás discutió ni en público ni en privado, ni siquiera consigo mismo, pero hay que distraerle, esta vez no para pasar el tiempo, sino para poder guardar la navaja en un bolsillo, si no la echan en falta bueno y si lo hacen da igual, no va a empeorar su situación, variar sí ha variado, el mugido del exterior lo ha variado en algún sentido aún por determinar.
—Está legislada y todo, si hasta algunas empresas sientan un obrero a la mesa del consejo, es la campaña de Navidad, ¿recuerda? Siente un pobre a su mesa.
—Algo es algo. Le dejarán hablar y además de la opinión es un voto.
—No es nada, es el subterfugio de la técnica neocapitalista más sofisticada, las relaciones humanas, se utilizan como la música clásica en las granjas supertecnificadas, no para hacer felices a las vacas, para que den más leche.
—Pues si no es co, auto; las cooperativas funcionan en autogestión, ¿tampoco le gustan?
—Marx veía en las cooperativas la prefiguración del socialismo, lo dice en El Capital, ¿lo ha leído?, ¿ha llegado hasta ahí?
Va bien, un empujón más y oculta lo que todavía sobresale del mango en el bolsillo, lo hace suave, sin alterar la charla en falsete, aguanta el pinchazo del muslo, le cuesta la dualidad, con lo sencillo que sería hilvanar con el tiempo, lleva demasiado sin llover, o con la cocina, si prefiere las angulas de lomo negro a las francesas de plástico, continúa improvisando ingeniosidades sin ofenderse por la opinión contraria.
—Lo que usted no ha leído en ninguna parte es que los empresarios de buen corazón, cuando están al borde de la quiebra, socializan las pérdidas transformando la industria en sociedad cooperativa. Bonito truco, ¿eh?
—Parece que asimila. No es ése el problema, el fundamental, vaya, lo que ocurre es que una cooperativa de producción, en un régimen capitalista, reproduce los defectos del sistema, para subsistir no le queda más remedio que explotar a los asalariados no miembros y en definitiva a los clientes consumidores.
—Ya, ni Mondragón, ni Suecia les valen, los suecos no quieren pero explotan a otros países con sus multinacionales, el socialismo no admite la pequeña escala, ha de ser global, ¿he comprendido bien?
—Muy bien.
—Pues les queda un largo recorrido.
—Se andará, se andará, usted tranquilo.
—Una vez socializada la Tierra alguien tendrá que seguir haciendo de gerente, de director, ¿no? Si hubiera nacido en esa situación también sabría dirigir esas empresas, es mi oficio.
—¿Sin ser dueño de los medios productivos?
—¿Por qué no? Y el oficio sería más cómodo, créame.
—Está equivocado, usted no valdría, su capacidad es meramente especulativa, no creadora.
Vaya por Dios, también éste con su creatividad a vueltas como el petimetre que asomé en volandas por la ventana de la sala de juntas, ¿qué son esas naves y chimeneas?, ¿barro? Del susto se le salieron los faldones de la camisa, los extremos se tocan, transformar toneladas de acero al año no es creatividad, es pasividad para la carne joven de ejecutivos y terroristas, ya tengo el cuchillo a buen recaudo, ¿para qué seguir la conversación?, estoy ofendido y de buena gana le agitaría como al publicitario, poner en duda una capacidad avalada por los hechos no es buena referencia, señor, ¿hasta cuándo?, hasta las heces estoy apurando el cáliz para que mis nervios no se desflequen.
—La madre que los parió.
—¿Ya se han ido?
Es Abelbi furioso el que entra sin precauciones, el arma en la mano, los pasos rápidos hacia la mesa con restos de comida.
—Habla normal, coño, no hay nadie. Vamos a recoger, hay que estar preparados por si acaso.
—Bien.
—De buena gana le pegaba un tiro y asunto concluido.
Lo hará como descubra lo de la navaja, le inunda el sudor, eterno compañero del exilio, es el torpe hocico del miedo hurgando en su integridad física, contempla la iracunda mano por el tablero de la mesa arrojando plato, vaso, cubiertos, sin mirar, a una bolsa de cuero, está muy excitado, mal asunto, se siente egoísta, no le preocupa Libe, no le preocupa nada salvo su vida, crack, ha sido una sensación de golpe, lo presiente, el rapto acabará mal y antes de que el energúmeno utilice la Parabellum deberá utilizar el cuchillo, negro porvenir, en la oscuridad, sin la luz del flexo, no hay resquicio para el optimismo, es una evidencia, son muchos años, si fuera a los veinte cuando levantaba piedras la lucha sería más equilibrada, en cuanto pueda, el cerebro ofrece más posibilidades que la fuerza bruta, lo importante es sobrevivir, abandonar la madriguera, después Dios dirá, no es lógico levantar hipótesis de futuro improbable.
—¿Por qué habla siempre en erdera[34]?
—Porque me da la gana. Cállate, cabrón.
Porque uno de los tres no sabe vascuence y no quieren revelarlo, el enfrentamiento es tan inevitable como necesario ya que algo no marcha, lo presiente. Abelbi ha perdido todo comedimiento, un punto más de lo habitual, está demasiado nervioso y no debo excitarle más, su compañero así lo entiende también.
—Cálmate, tú, hola…
—¿Qué hola, di, joder, qué hola?
—La tuya, Abelbi.
—Me estás cabreando.
—Atención. Calmaos los dos. Es una orden. Y mucho cuidado, por la boca muere el pez.
—El clan Lizarraga es la hostia, se están repartiendo la herencia y de soltar la pasta nada.
—No será tan roña, ¿verdad?
Ahora tengo que volver a argumentar mi defensa con nueva palabrería, prefiero hablar del tiempo, huir, por lo menos callarme, pero es necesario hablar, maldita sea, estoy agotado por la tensión.
—Sostengo la ikastola de Eibain, soy socio protector de revistas, editoriales, ochotes y el lauburu en pleno, pero cincuenta millones tardan en reunirse. ¿Cómo va el plazo?
—Como no te importa.
—Mal.
—Les agradeceré que se calmen, el primer interesado en que todo salga bien soy yo, me juego la vida.
—No lo dude.
—Venga, reanuda el turno y a otra cosa.
—¿Puedo dormir? Estoy agotado.
—Al saco pues.
—Descansa en paz, hermano, la vida es más breve de lo que uno se imagina.
Me queda el cuchillo contra un augurio que no llega a materializarse, lamentable consuelo de intimista desvarío y sin embargo lo noto cierto, es el extremo del cable que se desfleca, si tuviera la serenidad de un estado de ánimo tranquilo, de espectador imparcial, descifraría su fórmula y alma de acero atando los cabos sueltos que no puedo controlar ante lo inmediato, el temblor perentorio de qué estará haciendo el medio seminarista de mi hermano con sus remilgos jurídicos y la hijoputa de la monja con todo el claustro rezando por mi salvación espiritual y Libe, ¿qué hace Libe?, dulce esclava a punto de liberarse del amo, no es razonable que se retrasen por la minucia de localizarlos en billetes usados y prolonguen esta triste situación capaz de incidir en una vida de esfuerzos descomunales, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para quién? El monumento funerario de la número dos puede dar trascendencia al esfuerzo, la inmortalidad de un símbolo con un S.A. terminándolo, la cebada al rabo, si se convirtiese en pira funeraria a ver quién lo lamentaba más, a quién le amargaban más las cenizas, si a nadie le interesan, si salgo de ésta lo prometo por lo más sagrado, se acabó, liquidación y retiro, demostración infalible de quién es el que beneficia a quién, ni seguir, ni ampliar, se acabó, ni producción, ni plusvalía, ni puestos de trabajo, ni cerdo capitalista, todos contentos en el bucólico rincón, a segar, a plantar puerros, con las ovejas, a triscar por el monte, por los hierbajos de entre las naves abandonadas, pero si el retiro es posible pensándolo desde aquí, encerrado, ahora, no lo es en una hipotética reencarnación, si volviera a nacer volvería a ser el mismo Lizarraga, pero si salgo de ésta por lo más sagrado que cierro y así comprenderán los recalcitrantes, por fortuna no se vuelve a nacer, tendré que intentarlo a la desesperada.