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«… Las sumas de dinero sólo se distinguen por su magnitud. Por tanto el proceso D —> M —> D no debe su contenido a ninguna diferencia cualitativa. El proceso acaba siempre sustrayendo a la circulación más dinero del que a ella se lanzó. El algodón comprado por 100 libras esterlinas se vende, por ejemplo, por 100 más 10, o sea, por 110 libras esterlinas. La fórmula completa de este proceso es, por tanto: D —> M —> D’, donde D’ = D + AD, o lo que es lo mismo, igual a la suma de dinero primeramente desembolsado más un incremento o excedente que queda después de cubrir el valor primitivo es lo que yo llamo plusvalía (surplus value). Por tanto, el valor primeramente desembolsado no sólo se conserva en la circulación, sino que su magnitud de valor experimenta, dentro de ella, un cambio, se incrementa con una plusvalía, se valoriza. Y este proceso es el que lo convierte en capital. Como agente consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en capitalista. El punto de partida y de retorno del dinero se halla en su persona o, por mejor decir, en su bolsillo. El contenido objetivo de este proceso de circulación, la valorización del valor, es su fin subjetivo, y sólo actúa como capitalista, como capital personificado, dotado de conciencia y de voluntad, en la medida en que sus operaciones no tienen más motivo propulsor que la apropiación progresiva de riqueza abstracta. El valor de uso no puede, pues, considerarse jamás como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el apetito insaciable de ganar. Este afán absoluto de enriquecimiento, esta carrera desenfrenada en pos del valor, hermana al capitalista y al atesorador, pero mientras que éste no es más que el capitalista trasnochado, el capitalista es el atesorador racional. El incremento insaciable de valor que el atesorador persigue, pugnando por salvar a su dinero de la circulación, lo consigue, con más inteligencia, el capitalista, lanzándolo una y otra vez, incesantemente, al torrente circulatorio…»

Me sigo aburriendo.

En la vida he leído tanto y entendido menos, y no porque no se entienda en líneas generales la obsesión cientifista de dejar todo demostrado bajo un ángulo dialéctico, veleta que indica dócil hacia donde el poderoso soplo del supercerebro Marx la oriente, sino el cómo puede perdurar a través de los años, cuando puso el huevo de pie no existía el télex, la cibernética, la colada continua y sin embargo siguen adorándole, ahí está el truco, es la biblia del materialismo, sin la fe nada perdura, hay algo de misticismo trascendente y la prueba es que me obliga a pensar en el tema con su argot tendencioso, estoy quemándome las pestañas con este flexo de tercer grado para no pensar en lo que de veras me preocupa, en la ausencia de noticias que según dicen en Francia, si es que estoy en Francia, son buenas noticias, pero preferiría saber algo concreto por ramplón que parezca.

—¿Cómo va esa lectura?

—Inacabable y eso que me ha dejado una edición abreviada. Entero no se lo ha leído nadie, seguro.

—¿Qué le parece?

—No será un chequeo, ¿eh?

—Es una charla. Si le molesta la dejamos.

—Se lo agradezco, los otros parecen de piedra, hay turnos en que no abren la boca.

—Disculpe, los vascos no son buenos charlatanes.

—¿De veras cree que todos los componentes del FARE, etistas o comunistas o lo que sean, han leído este mamotreto?

—Yo sí.

—¿Y por qué le da tanta importancia? En pura teoría económica está desfasado, hoy en día las condiciones son muy diferentes. Como profeta me parece un fracaso.

—Bueno, históricamente marca un punto de inflexión. Copérnico dijo que la Tierra no era el centro del Universo y aunque sus cálculos estén superados, su idea revolucionaria ahí queda, ¿no?

Por los siglos de los siglos, en busto de barba mesiánica sobre pedestal marmóreo en el cementerio de Highgate, van tantas peregrinaciones como a Lourdes o a La Meca, a adorarle, a pedirle gracias, de vez en cuando algún exaltado lo destroza a martillazos, pero se restaura como si fuera una obra de Miguel Ángel, es la mitificación de los mass media que diría el pedante del marketiniano Izquierdo, es el santo del día y sin aura religiosa no se entiende su éxito revolucionario, bautizan a los niños con su nombre, San Carlos Marx, ora pro nobis, a mí también me pone el san por delante algún que otro descreído, el sambenito de su desgracia particular.

—No se vive de la historia.

—Vamos, señor Lizarraga, no diga eso, usted está viviendo de sus rentas desde hace tiempo.

—¿Qué rentas? Expliqúese.

—Lo sabe usted mejor que yo, aún vive de los frutos del invernadero proteccionista, cupos, licencias, estraperlo, hornos del tiempo de maricastaña.

—El tren de la número dos es el más moderno de Europa. Somos exportadores de chapa y redondo.

—No competitivos.

—Pero vendemos.

—Haciendo dumping.

—Ya salió el complejo.

—Sí, y en cuanto se habla de la liberalización mercadocomunitaria el tinglado nacional se derrumba. Curioso, ¿verdad?

—Ése es un problema de macroestructura, no pretenderá que también me responsabilice de él, ¿o quizá sí?

—El capital ni se crea ni se destruye, sólo se acumula. Para usted y muchos otros como usted es la única ley científica que cuenta, el abrir mercados, ponerse al día, investigar son músicas celestiales. Con el proteccionismo más salvaje que recuerda la historia ni siquiera han conseguido uno solo de los frutos más preciados del capitalismo, la empresa multinacional.

—No dice nada, esas cosas no se improvisan y nos llevan demasiados años de ventaja.

—¿Años? Siglos. Recuerde al poeta, «el hierro vizcaíno, que os encargo, es corto en palabras, pero en obras largo», más bien parece una incapacidad congénita, nunca fueron nuestras obras demasiado largas, no pasaron de la buena copia.

—Por…

… favor muchacho, eso es historia, ¿qué tenéis los jóvenes aparte de ser la generación que más cosas ha tenido en este país desde el principio de los tiempos? Os preocupa el pasado, lo único que os preocupa es el qué pasó político, un continuo pedir cuentas a los que nada decidimos entonces, lo único que ocupó y ocupa mi vida es el trabajo y eso de forma independiente a la situación política, superándola por así decir, no faltaría más, naciendo en Norteamérica por supuesto que hubiera engendrado mi multinacional, sería un Ford, el Turner de la Union Steel y me seguiríais acosando con que el único trabajo rentable es el de los demás, será así, pero yo siempre trabajo, trabajé en las condiciones que podía y algo habré ayudado a los demás a levantar cabeza, no sé hacerlo de otra forma ni conozco otra de arreglar el mundo, no soy revolucionario ni estadista y me deprime tanta contradicción, me preocupa más el futuro que a vosotros y eso me deprime, estoy haciendo planes para el futuro, ¿para qué?, ¿no sería mejor mandarlo todo a paseo? Vosotros no hacéis más que preguntarme por el pasado, el hierro vizcaíno, siempre hemos sido homo faber, en ese tiempo difícil y heroico que tildáis de invernadero parecía que el ser vasco fuera la probabilidad más alta para llegar a dirigir una empresa de cierta importancia y por algo sería, el fallo quizá esté en la religión, nos equivocamos de santo, pero San Karl no estaba para muchos trotes y los protestantes tampoco, somos demasiado católicos, una época extraña en que parecía también que para ser internacional bastaba con jugar en el Athletic de Zarra y compañía, el PNV clamaba por la creación de riquezas y me preocupa esta lucidez retrospectiva, la riqueza es el fundamento de la nacionalidad, el nacionalismo considera a sus detentadores, sean cuales sean sus ideas políticas, como elemento intangible de la nacionalidad, sin ella no tienen eficacia los derechos de la ciudadanía, por eso Dios y sus Viejas Leyes estaban equivocados, el protestante es el pragmático del éxito, quizá si hubiéramos sido protestantes no estaríamos, yo al menos, en esta encrucijada inexplicable, ¿qué pasó para que el grito de los mártires variase tanto?, del «Gora Euskadi Askatuta, Jaungoikoagan bakarrik lotuta![28]» de los gudaris de Dueso al «Gora Euskadi Askatuta, Iraultza ala hil![29]» de los etistas de Burgos, del País Vasco únicamente unido a Dios, a la Revolución o la Muerte, con la pérdida de Dios hemos perdido el rumbo, la religión del éxito material como justificación nos hubiera asentado a los dos niveles, en una verdad compartida y comprendida, es más que una depresión, es para tirar la toalla, tanto análisis histórico para no comprender que mi quinta es la de Uzcudun y la vuestra la de Urtain, menuda diferencia, como hay Dios, en el que ya no sé si creo, que abandono…

—¿Le pasa algo?

—Me había distraído.

—Hablábamos de la siderurgia.

—Ya sé, ya sé.

—Mucho presumir de ferrares y al final dependemos de las divisas que produce el sudor ajeno, el del coño de las turistas y la frente de los emigrantes.

—No reniegue de los ancestros.

—Son ustedes los que reniegan pagando a las multinacionales para que nos exploten, al final las decisiones sobre Eibain se tomarán en Pittsburgh y mucho más duras que allí, por supuesto.

—Con vuestro extraño sistema de diálogo no me extrañaría.

—Denos tiempo y se sorprenderá de los resultados.

—Seguro.

—La especulación fue el campo propiciatorio, ahí sí que nos mostramos eficaces los vascos, ¿no? La banca española es nuestra, podemos sentirnos orgullosos.

—No es coherente, una persona tan leída como usted no debía caer en el mismo error que el poeta del hierro vizcaíno, la banca sí es vizcaína, el Bilbao, el Vizcaya, pero no guipuzcoana, el industrial guipuzcoano es de origen obrero y no entiende de finanzas.

—Angelicales criaturas.

La ironía sin obras no me sirve, yo al menos hice algo y no me vais a obligar que me arrepienta de ello, me siento orgulloso de mi obra, otros en mejores condiciones ¿qué han hecho aparte de amontonar dinero?, ¿qué necesidad tenía de meterme en la número dos? A lo que sí me vais a obligar es al abandono del terreno de juego, a ver después qué hacéis los listos, los grandes teóricos que nunca faltan, tras el luchador viene el filósofo, en la victoria para justificarle, en la derrota para criticarle, os equivocáis de categoría ontológica, yo no luché por tener sino por ser, no tener algo sino ser alguien, y lo soy, dejo una huella tangible, sólo el burgués se deja definir como propietario, yo soy lo que pomposamente llaman en los homenajes un capitán de empresa, no lucho por la seguridad institucional, al contrario, me la he jugado a las chapas en múltiples ocasiones, mi miedo es otro. A propósito, en confianza.

—¿Se sabe algo?

—¿De qué?

—¿De qué va a ser? ¿Qué cree usted que me puede preocupar aquí encerrado?

—Me lo figuro.

—¿Entonces?

—Nada.

Un miedo tan indefinible como ese nada, quizá a la libertad, a la depresión que me provoca el haber llegado a este encierro, la angustia de no saber, de no decidir, quizá ésa fuera mi gran ambición, la meta de mi lucha, decidir, ser yo en persona quien decidiera mis cosas, y aquí estoy sin ni siquiera saber lo que ocurre a mi alrededor ni por qué se han producido estos hechos, sin dar con el quid del fallo, cuando todo falla, el sistema de seguridad incluido, eso sí, no se preocupe, es el malestar físico de la ignorancia, la impotencia, el vago aire familiar de objetos y personas alrededor no hacen más que acentuar la náusea del tiempo inmóvil, del miedo desperezándose para atacar, del silencio audible en los latidos de mi corazón.

—¿Puedo seguir leyendo?

—Por supuesto.

—A ver si me entra sueño con este rollo.

«… durante una etapa del proceso de trabajo, el obrero se limita a producir el valor de su fuerza de trabajo, es decir, el valor de sus medios de subsistencia. Pero como se desenvuelve en un régimen basado en la división social del trabajo, no produce sus medios de subsistencia directamente, sino en forma de una mercancía especial, hilo, por ejemplo, es decir, en forma de un valor igual al valor de sus medios de subsistencia o al dinero con que los compra. La parte de la jornada de trabajo dedicada a esto será mayor o menor según el valor normal de sus medios diarios de subsistencia o, lo que es lo mismo, según el tiempo de trabajo que necesite, un día con otro, para su producción. Si el valor de sus medios diarios de subsistencia viene a representar una media de seis horas de trabajo materializadas, el obrero deberá trabajar un promedio de seis horas diarias para producir ese valor. Si no trabajase para el capitalista, sino para sí, como productor independiente, tendría forzosamente que trabajar, suponiendo que las demás condiciones no variasen, la misma parte alícuota de la jornada, por término medio, para producir el valor de su fuerza de trabajo, y obteniendo con él los medios de subsistencia necesarios para su propia conservación y reproducción. Pero como durante la parte de la jornada en que produce el valor diario de su fuerza de trabajo, digamos 3 chelines, no hace más que producir un equivalente del valor ya abonado a cambio de ella por el capitalista, como, por tanto, al crear este nuevo valor, no hace más que reponer el valor del capital variable desembolsado, esta producción de valor presenta el carácter de una mera reproducción. La parte de la jornada de trabajo en que se opera esta reproducción es la que yo llamo tiempo de trabajo necesario, dando el nombre de trabajo necesario al desplegado durante ella. Necesario para el obrero, puesto que es independiente de la forma social de su trabajo. Y necesario para el capital y su mundo, que no podría existir sin la existencia constante del obrero. La cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista…»