Capítulo 22

Supongamos que sales con ella durante un tiempo. Si no te agrada, simplemente lo dices. No existe ningún compromiso.

Tôru acudió a cenar una noche, ya iniciadas las vacaciones de verano. Tras la cena y a una indicación de su madre de que podía mostrarle su habitación, Momoko Hamanaka le llevó escaleras arriba. Era una amplia estancia al estilo occidental, femenina del uno al otro rincón, la primera experiencia que Tôru tenía de algo profundamente femenino.

De un rosa exuberante. Había feminidad en cada detalle del empapelado de las paredes, en las muñecas, en los accesorios. Exhalaban un seductor encanto juvenil. Tôru se sentó en un sillón. El grueso abigarrado cojín era un obstáculo a la posición sedente.

Momoko tenía una apariencia de madurez y sin embargo era indudable que todos aquellos detalles se debían a su elección. La fría palidez, un tanto descolorida, se acomodaba a sus rasgos anticuados no demasiado pronunciados. Su solitaria ansiedad la convertía en el único objeto que desentonaba de aquel encanto seductor. Su belleza parecía formalmente perfecta en exceso y como en la perfección formal de una cigüeña de papel había en ella algo ominoso.

Su madre trajo el té y se retiró. Los dos se habían visto antes en varias ocasiones pero se hallaban solos por vez primera. Este hecho no produjo nuevas tensiones. Momoko se sentía segura en el convencimiento de haber obedecido unas instrucciones. Tôru pensó que debía despertarla al peligro.

Le había repelido todas las solemnes atenciones durante la cena. Pero su disgusto estaba a punto de abandonarle. Se llevaba a cabo un emparejamiento. Un amor delicado tomado con pinzas y coloreado. El pastel estaba ya en el horno. Para Tôru tanto daba que hubiese ido por su propia voluntad o que hubiera sido puesto allí. No tenía razones para sentirse descontento de sí mismo.

Lo primero que hizo Momoko cuando se quedaron solos fue escoger un álbum entre cuatro o cinco numerados y entregárselo a Tôru. Así él pudo ser consciente de su mediocridad esencial. Lo abrió sobre sus rodillas y vio a un bebé con un babero, bien abiertas las piernas. Los pañales hinchaban las bragas hasta darle la apariencia de un caballero flamenco. La boca tenía, aun sin dientes, un tono rosáceo oscuro. Tôru preguntó quién podía ser aquel bebé.

La consternación de Momoko fue portentosa. Echó una mirada al álbum, puso una mano sobre la fotografía y le arrebató el álbum. Aferrándolo contra su pecho, se volvió hacia la pared, respirando con fuerza.

—Es verdaderamente horrible. Los números estaban equivocados. No pretendía que vieras éste. ¿Qué haré ahora?

—¿Es un secreto que hubo un tiempo en que eras un bebé?

—Qué frío eres. Como un médico.

Después de haberse calmado, Momoko devolvió el álbum a su lugar. Tras su equivocación, Tôru estaba seguro de que en el siguiente álbum vería a Momoko a los diecisiete años.

Pero el siguiente álbum contenía unas fotografías, en verdad anodinas, de un reciente viaje. Cada foto mostraba cuán popular era Momoko. Era un archivo de tediosa felicidad. Mucho más que por las fotografías de un reciente viaje a Hawaii, Tôru se sintió atraído por una imagen de Momoko en el jardín y junto a una hoguera. Había sido tomada en una noche del otoño anterior. La hoguera poseía unos vivos y sensuales tonos bermejos. Acurrucada junto al fuego, Momoko poseía la grandeza de una bruja.

—¿Te gusta el fuego? —preguntó.

Captó el titubeo en sus ojos. Experimentó la extraña seguridad de que se hallaba menstruando cuando miraba al fuego. ¿Y ahora?

¡Cuán pura y abstracta hubiese sido su malicia si se hubiera hallado libre de la atracción sexual! Advirtió que este nuevo reto no resultaría tan fácil como había sido deshacerse de su profesor. Pero tenía confianza en su frialdad, por mucho que pudiera ser amado. Radicaba en el reino añil dentro de él.