Siento que he crecido. La soledad, el acercamiento a la tierra me han hecho crecer. Es lo de siempre, no hay nada extraordinario en ello, le pasa a todo el mundo antes o después. Quizá a algunos solo les pase cuando están a punto de morirse, yo por lo menos he conseguido algo: crecer antes de morir y no sentir nostalgia por el pasado. Estoy en mis plenas facultades tanto físicas como mentales, es el mejor momento de mi vida. Ni siquiera pienso mucho en ello. No creo en dios, no creo en la ciencia, en la política, en la humanidad. Solo creo en mí mismo. He olvidado o desechado mis intenciones pueriles de escribir una tesis acerca de ¿qué? A veces acaricio o tecleo algo en la máquina de escribir pero es puro juego, puro pensamiento automático, el único que sirve. Me gustaría transmitirle esta sensación a la mujer que amo, pero es imposible, el camino ha de ser solitario. Nada de lo que diga al respecto de esto la haría sentirse igual que yo, en todo caso alumbraría sus propias debilidades. Así debe ser, cada uno en su trinchera. En la mía los muros son simbólicos, soy capaz de mirar al horizonte y no ahogarme en lástima.
Puede que Ivana me haya ayudado a llegar. Quizá no Ivana como mujer sino como idea. La presencia femenina ayuda al proceso de maduración si se traspasan los límites del movimiento de maternidad. Yo nunca he sido muy exigente en todo lo relativo al amor, conocí a Nadia y la quise a pesar de las dificultades de su corazón y de las diferencias que nos separaban; a través de ella aprendí a vivir acompañado y a recuperar los referentes de familia y hogar, tan erráticos en mi caso; mis padres eran mayores cuando me tuvieron y desde pequeño asumí que morirían pronto y que me dejarían solo, me centré en mis estudios y cuando llegó Nadia a mi vida me mantuve centrado en ellos, para mí era demasiado difícil seguirle el ritmo, me parecía suficiente tenerla junto a mí en las condiciones que fueran. Eso no significa que no haya luchado por nosotros, pero a lo mejor no en la forma en la que otros lo hubieran hecho. Le he permitido un basculante alejamiento durante todos estos años, luego invertí las fuerzas en traerla a mi lado y aquí está.
Después llegaron Ivana y Zhenia. Noté una admiración codiciosa de Zhenia hacia mí que provocó un efecto grandioso. Quizá es porque siempre me he sentido como un niño y lo que transmitían sus ojos cuando me miraban me convertía directamente en un adulto. No estoy acostumbrado a tratar con niños, mucho menos con niñas. Ivana me deseó desde el primer día y no solo me di cuenta sino que acepté el juego de inmediato. No estoy acostumbrado a tratar con mujeres, mucho menos con mujeres mayores que yo. El deseo de Ivana me confirmaba y me liberaba. Me deseaba con sus ojos verde hoja. A mí me gustan casi todas las mujeres pero seguramente por miedo o por apatía nunca las he considerado posibilidades. Ivana era una posibilidad real, fuera de todo límite. Nunca se pronunció al respecto porque para ella no había trato, ella experimenta el deseo y se hace con él en el momento en que puede, si esto ocurre es que el círculo vital se ha cumplido, si no ocurre no hay complicaciones, su deseo es como la fermentación, es algo químico que nada tiene que ver con la mente. No hay palabras, no sirve de nada negociar.
La primera vez tuve un gatillazo. ¿Estaba asustado por cometer una infidelidad, yo, que era un neófito, o por la implacable presencia de Ivana? ¿No estaba lo suficientemente excitado? Sí, sí lo estaba. Acompañé a Zhenia a casa y cuando llegamos Ivana la esperaba en la parte delantera, tomando algo. Había arreglado algunas macetas, desordenadas encima de la mesa, con la tierra de los tiestos recién removida y fresca. Bebía una infusión mezclada con alcohol. La niña estaba cansada y se fue a dormir rápido. Intercambiamos algunas frases y me senté en una silla de metal, la noche llevaba un viento seco y yo necesitaba anestesiarme la garganta, en aquella casa había una especie de tregua. No sé cuándo decidí quedarme un rato más.
El cuerpo de Ivana sobre su cama era obsceno, atrayente como cuando alguien deja una colilla aplastada encima de unas sábanas blancas. Su sudor me llegaba hasta el cerebro, me adormecía; es el olor de un mamífero, agresivo, sin matices, una cosa que te envuelve y te rinde, su sudor tiene la constancia de los olores íntimos, esos que solo olemos cuando estamos solos, que aspiramos en todo su candor desagradable para reafirmarnos, o quizá por instinto. Recuerdo que en las uñas de sus manos había tierra negra por haber arreglado las plantas, y ese detalle me emocionó, también había tierra en mis uñas a causa del huerto. Supongo que actué como un torpe, con violencia y nerviosismo, no lo sé, ella estaba tranquila, me había llevado hacia su habitación, hacia su cuerpo, y ahora se dejaba hacer, me espiaba, creo que esperaba con paciencia a que tras mis abruptos movimientos yo encontrara el lugar adecuado. La erección que dócilmente me había acompañado hasta esa cama, mirándola desnudarse sin pudor, enseñándome sus muslos celulíticos, contrastados la piel y los pezones, la piel y el triángulo de pelo en el pubis, rizado, hirsuto, su cabello negro de alga que parece una red sobre sus pechos y encima de las sábanas, esa erección me abandonó cuando quise penetrarla. No sentí vergüenza ni frustración, ni siquiera me sorprendió, mi corazón seguía agitado y doliéndome entre las costillas. Mi impotencia inicial parecía parte de su plan. Cuando un rato más tarde me masturbé con la cara enterrada entre sus nalgas, la nariz hundida en el culo dúctil y frío, y me corrí manchando mi propio vientre, ya me habían cautivado el poder de su carne, sus ojos verde hoja siempre abiertos, la serenidad del interior de su coño, su respiración quieta y babeante. Ivana es un lugar sin pensamiento, el sexo con ella es como el sexo con uno mismo, no hay barreras. No hay nada. Te hace sentir invencible.
No sé qué haré a partir de ahora. Dejaré pasar un tiempo. No tengo ningún lazo emocional con ella, pero la comodidad que me transmite, la irracionalidad de su entrega física y ese pequeño espacio que compartimos algunas veces los echaré de menos. Nadie había enjabonado nunca mi cuerpo como si fuera el suyo propio. Estar con Ivana significa que todo es posible, que el mundo es capaz de detenerse para que tengan sentido las moscas zumbando, las chicharras desgarrándose y el tintineo de las pulseras en sus muñecas, mientras nosotros dos, quizá yo más que ella, nos hundimos muy abajo, abajo del todo, donde solo hay luz y dientes.