Alguien ha sustraído la máquina de escribir de su sitio habitual. Ahora el armatoste descansa sobre una manta de leopardo. A su lado hay varias páginas arrancadas de un libro: 214, 216, 217… Quien rasgó tomó cuidado, casi parece que utilizó un cúter, pero no, con unos dedos finos y un poco amoratados, acostumbrados a los trabajos manuales, raaas, raaas, fue quedándose con las hojas, 224, 225, perfectamente cortadas. El Imperio le fue devuelto a su dueño, que nunca se percató del robo, y descansa en una estantería que es como un árbol. Las páginas huérfanas se escondieron durante un tiempo bajo el colchón, ahora están junto a la máquina de escribir, sobre la cama, igual que un plano del tesoro descansaría junto al machete.

Los dedos finos comienzan a teclear. Elige bien las frases y los párrafos. Copia:

Debajo de las alas del avión se desliza una superficie blanca e inmóvil, marcada aquí y allá por oscuras manchas de bosques, un espacio monótono y desierto, suaves colinas en forma de macizos túmulos allanados: nada en que posar la vista, nada que atraiga la atención. Es Kolymá. (…)

Magadán es la capital de la Liberia nororiental, llamada Kolymá, el nombre del río que fluye por estas tierras, tierras de frío, de nieves eternas, de oscuridad; territorio yermo, casi sin presencia humana, visitado tiempo ha tan solo por pequeñas tribus nómadas: chukchas, evencos o yakutios. (…)

Llegamos al golfo de Nogáiev y nos detuvimos junto al agua, al lado de unas barcas de pesca oxidadas y abandonadas. Es un lugar-símbolo, un lugar-documento, de un significado comparable con la entrada en el campo de Auschwitz o la rampa del ferrocarril de Treblinka. (…)

El golfo ofrece el aspecto de un gran lago gris marronáceo de superficie apacible. La entrada en él, desde el mar de Ojotsk, que lo separa del Japón, es tan estrecha que los lugareños dicen que incluso en la época de los temporales el oleaje es suave. Por todas partes se ven colinas de un gris oscuro, casi negro, de faldas suaves, desnudas, sin rastro de verdor, como si se tratara de montañas de carbón o escoria abandonadas hace tiempo. Un mundo lóbrego, monótono, muerto. Sin árboles, sin pájaros. No se ve movimiento alguno, no se oye ningún ruido. (…)

Este era el golfo por el que entraban barcos que llevaban presos en sus bodegas, hacinados y medio muertos de hambre y faltos de aire. Los que aún podían moverse bajaban a la orilla por las pasarelas. Era cuando por primera vez veían el golfo. La primera impresión, anotada en miles de diarios de memorias: de aquí ya no se vuelve.