He soñado con flamencos. Creo que nunca en la vigilia hubiera recordado a ese animal. La curvatura de su cuello ocupaba toda mi mente en el sueño. Se ondulaban hacia abajo y apoyaban en el pecho su gran pico, formando un lazo. Caminaban alrededor de mi casa, donde todo eran charcos, con esas patas largas de articulaciones abultadas. Yo estaba asustado. ¿Cómo puedo asustarme, aunque sea en sueños, por unos pájaros gigantes de alas fucsia a los que nunca he visto más que en fotografías o dibujos? Pero mientras dormía tenía miedo. Desde la ventana de la cocina, podía ver a un flamenco andando en círculos con esa elegancia ridícula, muy cerca del membrillo. El tronco del árbol estaba enterrado en fango hasta la mitad pero aun así el flamenco gigante no se hundía. Levantaba las patas con ligereza y retorcía el cuello. De pronto todos echaron a volar y yo salí de la casa con un dolor intenso en las rodillas para mirar el cielo. En el aire, los flamencos eran flechas, líneas rectas cruzando el cielo, misiles. La flexibilidad de sus cuerpos se había convertido en una geometría perfecta. Pude verlo con claridad: la cabeza de uno de los flamencos era la cabeza de mi mujer, que me miraba desde el cielo, suplicante. Y la de otro, la cabeza de Nadia. En su expresión había desafío. No puede ser otra cosa, es la señal de que están cerca.