Su versión: un peligroso pájaro vino volando desde las profundidades de la nada y arremetió contra él. Dicho de otro modo: un peligroso pájaro quiso hacerle daño. Pero regresamos juntos adonde nunca estuvimos. Esa es la diferencia entre él y yo. Él piensa que teníamos que venir a este lugar para continuar nuestra vida. Pero yo ya no estaba con él, estaba a punto de dejarlo. Por eso esta decisión fue tan drástica y por eso me anuló. Venir fue volver a él, pero sin estar a su lado, porque no esperé a estar junto a él y luego emprender el viaje, no, fue más bien como si me lanzara contra un muro, como si me reventara la cabeza contra el cristal delantero de un coche que viaja a toda velocidad.

Yo iba a dejarlo. Me estaba muriendo por dentro. Me estaba quedando sin tripas. Su miedo, su obsesión reconcomida con todo esto, la vida allí cada vez más difícil, más llena de soborno, y él planteándose este viaje, esta mudanza total y esta regresión. Lo externo lo cegaba tanto que no podía pensar en otra cosa que en reinventar su futuro tomando una de las opciones que le habían propuesto, y yo, mientras, ajena y con los ojos cerrados para el mundo. Nunca se dio cuenta. Y al final vine. Y pensé, que esto acabe conmigo. Quizá me estoy engañando, y lo he hecho porque he creído en él o porque el terror a enfrentarme sola a lo demás ha podido con mis dudas. Estoy aquí porque creo que no tengo más opciones, pero vine en contra de mi voluntad. Yo pensaba abandonarlo y quedarme hubiera sido la forma más fácil, pero no fui capaz de decírselo. Ya no te quiero, esto se ha terminado, lo mejor es que te vayas tú solo y me olvides. Hay tantas palabras que no me creo dentro de esa frase que no me atreví a pronunciarla. Quiero, terminado, olvides. Conjugadas de mil formas no existen. Sí, son necesarias, pero conforme pasa el tiempo su valor real se contamina y pierde su esencia.

Fui a buscar una máquina de escribir antigua y para ello recorrí la ciudad hasta lo más lejos, hasta donde no me llevaba ningún autobús que conociera, esas líneas que aparecen en los planos de las marquesinas, en las que nunca te fijas. Pero la encontré. A un precio absurdo igual que todo últimamente, cada vez más absurdos e ilógicos los precios de las cosas, la gran esquizofrenia de nuestro sistema económico y social. La máquina es preciosa. Reluciente, con teclas de hierro y plástico duro, los dedos se me resbalaban en sus huecos cada vez que los pulsaba con demasiada fuerza y me hacía daño, pero lo conseguí, la compré y probé en la misma tienda su milagroso funcionamiento, esa tinta mojada imprimiéndose en el blanco, por si se va la luz, recta la línea de palabras, y el ruido de la rueda enrollando el papel, fue delicioso. Me dio tanta vida esa máquina vieja que de pronto contenía mi futuro. Era algo irracional; ninguno de los dos ha tenido nunca la necesidad de escribir como salida para matar el tiempo, pero me daba la sensación de que con ella podíamos hacer algo nuevo, algo que nunca hubiéramos hecho, sin sentido alguno.

Aquí no tengo nada de lo que no quiero. Y lo tengo a él. A él lo quiero porque sé que no hay nada mejor. Y eso es a su vez lástima y abnegación y por otra parte victoria. Si no hay nada mejor es que lo que tengo es lo mejor a pesar de que no me sea suficiente para ser feliz, y en este punto de las cosas ser feliz es una cuestión de estética, como el piso lleno de arte moderno que he dejado atrás, o los vestidos color púrpura suave que abandoné en el armario, con finos cinturones de charol o de leopardo, y la colección de libros de fotografía y los amigos estéticos con sus conversaciones sobre estética. Se acabó la estética.

Volví a casa y Martín no estaba. Tras despedirme de Damián, hice la última parte del camino corriendo, porque tenía la sensación de que si no empezaba ya con todo iba a quedarme suspendida en el estado de los locos, los que no saben salir de sí mismos. Y quedarme sola es lo que más miedo me da, por encima de la auténtica desaparición del amor o lo demás, quedarme sola me da más miedo que morirme de hambre o de frío. Aquí las mentiras dan lo mismo, y esa ha sido mi liberación: tengo una máquina donde puedo escribir mentiras en un lugar donde la mentira no importa y en una casa donde ya todo es mentira. Martín no estaba y me asusté.

Salí de nuevo afuera, el coche seguía en su sitio, Martín no había ido a buscarme a la carretera. No esperaba, entonces, encontrarme como un puntito oscuro y lejano en el arcén izquierdo, terca como esos pingüinos que querían suicidarse y se marchaban en soledad hacia las montañas blancas de la Antártida, posiblemente ni por un momento se le ocurrió que yo quisiera regresar. Había ido al pueblo a buscar algo, y volvía por el camino de tierra que hay detrás, yo lo alcancé corriendo y lo abracé o me choqué con él, y él soltó la mochila que llevaba, que pesaba mucho y se desplomó a sus pies levantando polvo, porque estaba llena de unos tomates rojos e irregulares y de otras hortalizas que aún tenían tierra en sus raíces mojadas y en sus tallos. Sentí sus huesos contra los míos a través de la ropa, me dijo por qué vas tan abrigada, ya no hace tanto frío, y el sol nos brillaba a los dos en la frente y yo sudaba y decidí partir su boca en dos con la mía y Martín sabía a algo distinto o a lo mejor a algo que yo no recordaba, había comido y pude notar el sabor del aceite y de la quemadura; yo juraría que hicimos el amor allí mismo con la mochila a nuestro lado mostrando esos colores que me parecían obscenos bajo la luz del mediodía y también juraría que oí los pasos de Damián junto a mi oreja cuando me corría por primera vez en aquel lugar en el medio del mundo mientras el mundo se abalanzaba sobre nosotros como yo me había abalanzado sobre Martín en el camino, y la arena blanquecina y polvorienta se me metía entre las nalgas y resecaba los dedos de Martín abriéndose paso en mi vagina dolorida y espasmódica pero cuando pude abrir los ojos ya Damián estaría en el pueblo, lejos de mi vista, y solo había el azul del cielo y un águila enorme volando en círculos sobre nosotros, como si en lugar de un águila fuera un buitre, pero no lo era.

Yo juraría que hicimos el amor allí mismo, pero no fue así. La cama rechinaba bajo nuestros movimientos, luego bajo los suyos cuando yo me quedé quieta, sollozando y con los ojos abiertos.