Una vieja muy terca. Así son las viejas, ¿no? Inamovibles. Esta no lo es más que otras, sentadas frente al televisor como única actividad, encubriendo su profunda indiferencia con lamentos. Las viejas son los más eficaces generadores de indiferencia con los que cuenta cualquier sistema. Es raro que Damián no venga hoy. Lo vi bajar por el camino al mediodía. Iba bien abrigado y sonriente y esta vez llevaba su palo de andar y una bolsa de tela atada al cinturón, como si el viaje fuera a ser más largo. Él tiene sus propios ritmos, la soledad se convierte siempre en anarquía. Pero ella es una vieja desagradable, asida a sus pensamientos como a una cruz. Rascas y es imposible. A veces dudo de su postura antirreligiosa, eso que me fascinó de ella cuando la conocí. La ingenuidad fue mía: no es que sea una rebelde, es que sus pensamientos no vuelan más alto del lomo de los puercos.
El día que fui a llamarla para que ayudara a la joven, salió de su huerto rauda y entró en casa a preparar los potingues para los ungüentos antes de que yo acabara de contarle la situación. Durante el camino anduvo rápido, impaciente, pero su rostro encajaba los pasos en silencio. Ella vive bien pensando que nadie es capaz de interpretarla, se siente a salvo así, yo la respeto. Callé hasta que llegamos a la casa, donde no saludó al chico siquiera, sino que se dirigió al cuerpo de la joven igual que un vampiro se cerniría sobre su presa. Me gusta observarla cuando trabaja, la boca se le entreabre y deja ver ese pozo que tiene dentro. Vieja cabezona, incluso sus cerdos son más tolerantes. Que nunca me alcance uno de sus esputos. A la vuelta hizo lo mismo, callarse durante todo el camino. Al día siguiente y al otro, se entretuvo arreglando el huerto hasta que llegué a buscarla, hizo ademán de que la interrumpía y de que le fastidiaba tener que dejar su actividad para ir adonde los niñatos, como masculló, pero lo tenía todo tan preparado detrás de la puerta, los potingues y las cacerolas de sopa, que supe que estaba esperándome, removiendo una y otra vez la tierra con rabia, por si acaso yo no iba. Ella sola no habría ido. Hay que rogarle, pero en el fondo está anhelante, como un saltamontes que no ve la hora de que llegue la amenaza para cambiarse de rama porque esta le aburre.
Damián es distinto. Últimamente hace viajes largos y no quiere que lo sigan ni que le pregunten. Cada vez está más menudo, se encoge. Sale cuando el sol está alto y al alejarse parece un adolescente en busca del futuro. Qué bien me viene un poco de aire fresco, oír otras voces aparte de las de estas dos rocas que tengo por vecinos. No les queda nada más que ellos mismos: si al menos se manosearan entre sí. Yo espero que la chica salga rápido del letargo; está envejecida, algo le come el cerebro, y aunque Martín parece tener energía suficiente para ambos, posiblemente sea una energía mal enfocada. Pronto los necesitaré aquí para sacar adelante este vino antes de que termine de picarse. Las reservas están llegando con retraso, las comunidades tienen ralentizada la producción y con el frío hay menos reparto. Pero esta tierra es aún invencible, y los que la trabajan son inquebrantables como hormigas o como topos. Empiezo a tener frío y no quiero poner más leña, nadie va a venir hoy; Damián, definitivamente, esta noche no volverá.