Nota

Es evidente, como habrán advertido los lectores que conozcan la obra de los tratadistas del «arte de la memoria» —Giulio Camillo, Giordano Bruno, Robert Fludd—, si no de manera directa, al menos por mediación de Frances A. Yates (cuyos estudios fundamentales sobre Giordano Bruno y la tradición hermética y El arte de la memoria se han traducido al italiano), que he empleado expresiones como «teatro de la memoria» y «memoria artificial» con cierta impropiedad. Sin embargo, fuera del dominio de los estudios, al que Yates ha hecho la más vasta e inteligente contribución (sin olvidar tampoco el Clavis universales. Arti mnemoniche e logica combinatoria da Lullo a Leibniz de Paolo Rossi), nos vemos en la misma situación que Jorge Luis Borges ha ideado de manera incomparable en su relato Pierre Menard, autor del Quijote, quiero decir, en la imposibilidad de hablar de la memoria sin tener en cuenta a Marcel Proust y, en otro sentido, a Luigi Pirandello.

Sin embargo, esta advertencia es tal vez ociosa. Ociosamente también quiero añadir que contar la historia del «desmemoriado de Collegno» ha sido para mí una pura diversión, un verdadero recreo, que me ha compensado de un trabajo nada divertido en el que llevo más de dos años enfrascado.