La escena se desarrolla en el interior de una típica casa en la campiña al sur de Gales. La obra se desarrolla en el estudio. Se escuchan algunos esporádicos ladridos de perros y el triste ulular de un ave nocturna. Es de noche, con una intensa niebla. En la contraventana, se divisa apareciendo la figura de hombre. Atisba el interior. Al no percibir ruidos ni movimientos, golpea en el cristal. No hay respuesta. Al cabo de unos instantes ingresa en la habitación, sumida en la oscuridad.
Una vez dentro, se queda inmóvil a la escucha de ruidos o movimientos.
Michael:
¿Hola?… ¿Hay alguien? (Alumbra la habitación con la linterna y comprueba que se trata de un estudio bien amoblado, con las paredes cubiertas de libros. En el centro de la estancia, divisa a un hombre joven, en una silla de ruedas, frente a los ventanales, con una manta en su regazo. Parece estar dormido).
Michael:
¡¡Ah, hola!! No pretendía asustarle, lo siento. Es esta endiablada niebla. He acabado con el coche dentro de una cuneta y no tengo la menor idea de dónde me encuentro. ¡¡Ah!!, perdone, he dejado la puerta abierta. (Cierra la puerta y corre las cortinas). Supongo que me desvié de la carretera principal en algún momento, hace más de una hora que circulo por estos caminos llenos de curvas. (Silencio). ¿Está dormido? (Alumbra el rostro con la linterna, el hombre no se mueve. Cuando lo toca para despertarlo, el cuerpo se derrumba hacia un costado)… ¡¡Santo Dios!! (Ilumina la estancia con la linterna y descubre un interruptor de luz. Cruza la estancia y lo enciende. Es un hombre de estatura mediana, rubio, de unos 40 años. Viste traje de tweed, abrigo y bufanda. Deja la linterna sobre el escritorio, y sin dejar de mirar la silla de ruedas, enciende un segundo interruptor. Se sobresalta al descubrir a una atractiva mujer, de unos 35 años, vestida de cocktail con una chaqueta al tono, de pie, junto a una estantería. Los brazos le cuelgan inertes al costado del cuerpo. No se mueve ni habla).
Michael:
¡¡Está… muerto!!
Laura:
(Sin expresión en su rostro). Sí.
Michael:
¿Lo sabía ya?
Laura:
Sí.
Michael:
Le han disparado en la cabeza. ¿Quién…? (Enmudece cuando la mujer revela la mano derecha, hasta entonces oculta en los pliegues del vestido. Tiene una pistola. El hombre contiene el aliento. Cuando se da cuenta que no le está amenazando, se acerca y con suavidad, le quita la pistola de la mano). ¿Le ha disparado?
Laura:
(Al cabo de unos segundos). Sí.
Michael deposita el arma en una mesa, junto a la silla de ruedas, contempla el cadáver unos instantes y mira alrededor.
Laura:
(Señalando el escritorio con la cabeza). El teléfono está allí.
Michael:
(Sorprendido). ¿El teléfono?
Laura:
Por si quiere llamar a la policía.
Michael:
(Desconcertado). Unos minutos más o menos, no cambian nada. De todos modos, no les será fácil llegar hasta aquí con esta niebla; antes quisiera saber algo más… (Interrumpiéndose y señalando el cadáver). ¿Quién es?
Laura:
Mi marido. Se llama Richard Warwick. Yo soy Laura Warwick.
Michael:
Vaya… ¿no será mejor que se siente? (La mujer se dirige con paso vacilante a un extremo del sofá). ¿Puedo ofrecerle algo para beber… alguna otra cosa? Debe haber sido un shock para usted.
Laura:
(Con tono irónico). ¿Disparar a mi marido?
Michael:
Sí, supongo que sí. ¿O es que se trataba de un juego?
Laura:
(Impertérrita). Sí, era un juego. De todos modos, aceptaré esa bebida. (El hombre sirve un coñac de la licorera situada en la mesa, junto a la silla de ruedas. Se lo ofrece a la mujer, que lo bebe. Pasados unos minutos, pregunta):
Michael:
Bien, ¿qué le parece si me lo cuenta todo?
Laura:
(Lo mira). ¿No sería mejor que llamara a la policía?
Michael:
Cada cosa a su tiempo. No pasa nada, si tenemos una pequeña charla antes, ¿verdad? (Se saca los guantes que guarda en el bolsillo de la chaqueta).
Laura:
(Empezando a perder la compostura). Yo no… ¿Quién es usted?… ¿Por qué ha venido aquí esta noche? ¡¡Por el amor de Dios!! ¡¡Dígame quién es usted!!
Michael:
Muy bien. Me llamo Michael Starkwedder, desde luego, un apellido inusual. Soy ingeniero, trabajo para la Compañía Anglo-Iranian y acabo de regresar del Golfo Pérsico. (Pausa). Hace unos días que estoy aquí, en Gales, visitando viejos lugares. La familia de mi madre, era de esta parte del mundo y me estaba planteando la posibilidad de comprarme una casita. (Sacude la cabeza y sonríe). Llevaba dos horas dando vueltas por estos tortuosos caminos del sur de Gales, cuando el coche se atascó en una cuneta. A mi alrededor no había más que niebla espesa, pero caminé a tientas hasta la casa con la esperanza de encontrar un teléfono, o incluso, con suerte, hospedaje para esta noche. La puerta no estaba cerrada, así que entré y me encontré con… (Gesto hacia el cadáver).
Laura:
(Con ojos inexpresivos). Llamó a la puerta varias veces.
Michael:
Sí; pero no contestó nadie.
Laura:
No, no respondí.
Michael:
(La mira, da un paso hacia el cadáver y se vuelve hacia ella). Como iba diciendo, la contraventana no estaba cerrada, así que entré.
Laura:
(Bajando la vista hacia la copa de coñac y habla como si citara un texto). La puerta se abrió, y entra una visita inesperada. (Tiembla ligeramente). De niña, siempre me había asustado ese dicho, «una visita inesperada». (Echa la cabeza hacia atrás, observa a su huésped inesperado y exclama): ¿Por qué no llama a la policía y acabamos esto de una vez?
Michael:
(Se acerca al cadáver). Todavía no. Dentro de un momento, quizás. ¿No me quiere decir por qué le disparó?
Laura:
(Con tono irónico nuevamente). Podría darle muy buenas razones para ello: en primer lugar, bebía en exceso. Por otro lado, era cruel, insoportablemente cruel. Le odiaba desde hace años. (Al ver que el hombre la observa con severidad). ¿Qué esperaba que le dijera?
Michael:
(Acercándose al cadáver con lentitud, murmura). ¿Hacía años que le odiaba? Pero algo especial sucedió esta noche, ¿verdad?
Laura:
Tiene razón. Sí, algo muy especial sucedió esta noche, así que tomé la pistola y…, y le disparé. Tan simple como eso. Pero ¿de qué sirve hablar de todo ello? Al fin y al cabo, lo único que podrá hacer es llamar a la policía, no tengo escapatoria.
Michael:
(Mirándola). No es tan fácil como usted cree.
Laura:
¿Por qué no?
Michael:
(Acercándose a ella y hablando en forma pausada). No es tan fácil hacer, lo que usted me está empujando a hacer. Es una mujer, una mujer muy atractiva.
Laura:
(Mirándolo largamente). ¿Supone eso alguna diferencia?
Michael:
(Respondiendo con ligereza). En la teoría no, pero en la práctica, sí. (Se sitúa de nuevo frente al cadáver).
Laura:
(Con indiferencia). ¡¡Ah!!, ¡¡así que estamos hablando de caballerosidad!!
Michael:
Llámelo curiosidad, si prefiere. Quisiera saber qué ha sucedido aquí.
Laura:
(Guardando silencio un instante). Ya se lo he dicho.
Michael:
(Comienza a caminar alrededor del cadáver, observándolo como fascinado). Me ha contado los hechos desnudos, tal vez. Pero nada más que eso.
Laura:
También le he proporcionado un móvil. No hay nada más que contar. De todos modos, ¿por qué tendría que creer en mis palabras? Podría inventar lo que se me diera la gana. Sólo tiene mi palabra de que Richard era un hombre cruel, que bebía y me hacía la vida imposible. Y de que le odiaba.
Michael:
Sin duda, que puedo aceptar esta última afirmación, que le odiaba, sin ninguna discusión. Después de todo, hay varios indicios que dan prueba de ello. (Acercándose al sofá y mirando a Laura). Pero aún así, ¿no cree que la solución es un poco drástica? Dice que le odiaba desde hace años. ¿Por qué no lo dejó? Hubiera sido más sencillo.
Laura:
(Titubeando). No… no tengo dinero propio.
Michael:
Mi querida Señora, si hubiera podido probar que era un hombre cruel, adicto a la bebida y todo lo demás, podría haberse divorciado de él y haber obtenido una pensión o como se le llame. (Laura, si saber qué decir, se levanta y dándole la espalda se acerca a la mesa y deja el vaso).
Michael:
¿Tiene hijos?
Laura:
No, gracias a Dios
Michael:
Entonces, ¿por qué no lo dejó?
Laura:
(Volviéndose, confusa). Bueno… heredaré todo el dinero.
Michael:
Se equivoca. La ley no va a permitir que se aproveche del resultado de un crimen. ¿O acaso pensaba que…? (Titubea). ¿Qué es lo que pensaba?
Laura:
No sé qué quiere decir.
Michael:
(Sentándose en el sillón). Usted no es una mujer estúpida. Incluso si heredara todo el dinero de su marido, no le serviría de mucho si se pasa el resto de su vida entre rejas. Supongamos, que yo no hubiera venido aquí esta noche. ¿Qué hubiera hecho?
Laura:
¿Acaso importa?
Michael:
Quizás no, pero me interesa. ¿Cuál hubiese sido su versión de los hechos si yo no hubiese llegado y le hubiera pillado con las manos en la masa? ¿Hubiera alegado que había sido un accidente? ¿Un suicidio?
Laura:
(Parece desesperada, cruza la estancia y se sienta en el sillón sin mirar a Michael). No lo sé. No tengo ni idea. Lo cierto es que… no he tenido tiempo de pensarlo.
Michael:
No, quizás no… pero no creo que se tratara de una acto premeditado, sino que actuó por impulso. (Se levanta del sillón y se acerca a la pared). De hecho, creo que se debió a algo que debe haber dicho su marido. ¿Qué fue?
Laura:
No importa
Michael:
¿Qué dijo? ¿Qué fue lo que dijo?
Laura:
(Mirándolo fijo). Eso es algo que no revelaré jamás a nadie.
Michael:
(Volviendo al sofá y colocándose detrás de ella). Se lo preguntarán en el juicio.
Laura:
No contestaré, no pueden obligarme.
Michael:
Pero su abogado tendrá que saberlo. Quizá eso, suponga una gran diferencia para usted en el juicio.
Laura:
(Volviéndose hacia él). ¿Es que no lo entiende? No tengo ninguna esperanza, estoy preparada para lo peor.
Michael:
¿Por qué? ¿Sólo porque entré por la ventana? Si no lo hubiera hecho…
Laura:
¡Pero lo hizo!
Michael:
Sí, lo hice, y por eso, usted va a cargar con el muerto. ¿Eso es lo que piensa? (Laura no responde, Michael va a un extremo del sofá, saca un cigarrillo le ofrece uno a Laura y toma otro para sí). Tome. Bien, ahora vamos a retroceder un poco en el tiempo. Hacía años que usted odiaba a su marido, y esta noche dijo algo que colmó su paciencia, tomó la pistola y… (Se detiene en seco, se dirige a la mesa que estaba junto a la silla de ruedas y miró la pistola). Por cierto, ¿qué hacía aquí sentado con una pistola al lado? No es algo muy normal.
Laura:
Ah, eso. Es que solía dispararle a los gatos.
Michael:
(Mirándola con sorpresa). ¿A los gatos?
Laura:
(Resignada). Bien, supongo que tendré que contarle ciertas cosas.
Michael:
(Confundido). ¿Y bien?
Laura:
(Respira hondo y mira al frente). A Richard le gustaba la caza mayor, así es como nos conocimos en Kenia. Por entonces, era diferente, o quizás mostraba sus virtudes y no sus defectos. Tenía buenas cualidades, ¿sabe?, era generoso y valiente. Muy valiente; resultaba atractivo para las mujeres.
Michael:
Prosiga
Laura:
Nos casamos poco después de conocernos. Pero dos años más tarde, sufrió un accidente terrible: le atacó un león. Tuvo suerte de salir con vida, pero desde entonces, fue un inválido, no podía caminar. (Se echa hacia atrás, más relajada. Michael se sienta en el escabel, delante de ella. Laura da una honda calada a su cigarrillo y exhala el humo). Dicen que las desgracias mejoran el carácter, pero no fue así en el caso de Richard. En lugar de ello, se acentuaron todos sus defectos: el rencor, una vena sádica, la bebida… Hacía la vida imposible a todos los habitantes de la casa, pero se lo permitíamos porque, ya sabe, todos decían: «pobre Richard, es tan triste ser un inválido». No deberíamos haberlo aguantado, por supuesto, ahora soy consciente de ello. Lo único que conseguimos con eso, fue fomentarle pensar que podía hacer lo que quisiera. (Se acerca a la mesa junto al sofá, para tirar la ceniza del cigarrillo en el cenicero). Lo que más le gustaba, era la caza. Desde que nos mudamos a esta casa, se sentaba aquí cada noche cuando todos dormían y Angell, su mayordomo y protector, le traía el coñac y una de sus pistolas. Después, ordenaba abrir los ventanales y se sentaba aquí, al acecho del brillo de los ojos de una gato, de un conejo o incluso de un perro. También les disparaba durante el día… y a los pájaros.
Michael:
¿No se quejaban los vecinos?
Laura:
Por supuesto. (Se sienta de nuevo en el sofá). Sólo hace un par de años que estamos aquí. Antes vivíamos en Norfolk, donde entre las víctimas de Richard hubo dos o tres animales domésticos y recibimos muchas quejas. Por eso nos mudamos aquí, porque es una casa aislada y sólo tenemos un vecino en varios kilómetros a la redonda. Por otra lado, abundan las ardillas, los pájaros y los gatos abandonados. (Hace una pausa y prosigue). En realidad, el problema en Norfolk, se debió a una mujer que vino un día a casa a recolectar dinero para la fiesta del pueblo. Cuando se marchó calle abajo, Richard comenzó a disparar a diestro y siniestro y, según nos explicó después entre carcajadas, la mujer se asustó como un cervatillo. Dijo que le temblaba el trasero como una gelatina. La mujer acudió a la policía y se produjo un revuelo.
Michael:
(Lacónico). Ya lo imagino.
Laura:
No obstante, Richard salió airoso. Tenía el permiso en regla de todas sus armas y, además aseguró a la policía que sólo las utilizaba para cazar conejos. Justificó las quejas de aquella mujer, diciendo que era una solterona que se imaginaba cosas. Juró que jamás se le habría ocurrido dispararle. Richard era una persona muy convincente, y no tuvo problemas en conseguir que la policía le creyera.
Michael:
(Levantándose del escabel y acercándose al cadáver). Al parecer, su marido tenía un sentido del humor bastante perverso. (Mirando la mesa junto al cadáver). Así que, tener una pistola a su lado era una rutina nocturna; pero no es posible que esperara cazar algo esta noche, no con esta niebla.
Laura:
Todas las noches, siempre, pedía que le trajeran una pistola. Era como un chico con su juguete. A veces, disparaba a la pared y hacía dibujos. (Señalando el ventanal). Allí, fíjese. A la izquierda, detrás de las cortina.
Michael:
(Levantando la cortina). ¡Dios Santo!, marcó sus iniciales «R.W.» en la pared con agujeros de bala. Increíble. (Volviendo hacia Laura). Debo admitir que tenía muy buena puntería. Debía de ser terrible vivir con él.
Laura:
Lo era. Pero… ¿es necesario que continuemos hablando de todo esto? No hacemos más que postergar lo inevitable. Tiene que llamar a la policía, no hay otra opción. ¿No ve que sería más clemente por su parte hacerlo de una vez por todas? ¿O es que quiere que lo haga yo? ¿Es eso? (Se acerca al teléfono). Pues bien, lo haré.
Michael:
(Sujetándole la mano cuando levanta el auricular). Primero tenemos que hablar.
Laura:
Ya hemos hablado. De todos modos, no hay nada de qué hablar.
Michael:
Sí que lo hay. Quizás sea estúpido por mi parte, pero tenemos que encontrar una salida.
Laura:
(Incrédula). ¿Una salida? ¿Para mí?
Michael:
Sí, para usted. (Se aleja unos pasos y vuelve hacia ella). ¿Es usted valiente? ¿Sería capaz de mentir, si fuese necesario? ¿Mentir de forma convincente?
Laura:
(Mirándolo). Está loco.
Michael:
Probablemente
Laura:
(Sacudiendo la cabeza perpleja). No sabe lo que está haciendo.
Michael:
Sé muy bien lo que estoy haciendo. Me estoy convirtiendo en su cómplice.
Laura:
Pero ¿por qué? ¿Por qué?
Michael:
¿Por qué?, por una razón muy simple supongo. Es usted una mujer muy atractiva y me horroriza la idea de que pase los mejores años de su vida entre rejas. Es tan duro como estar colgado de una soga y no morir. Además, la situación no parece muy prometedora para usted. Su marido, era un inválido, por lo que cualquier alegato de provocación por su parte, se basaría sólo en su palabra y, como no parece muy dispuesta a darla, no creo que un jurado la absuelva.
Laura:
(Mirándolo). Usted no me conoce. Quizá sea todo mentira lo que le he dicho.
Michael:
(En tono alegre). Quizá. Y quizá yo sea un idiota. Pero le creo. (Laura se sienta en el escabel, de espaldas a él. Luego de unos minutos, se vuelve hacia él con mirada esperanzada).
Laura:
Sí. Puedo mentir si es necesario.
Michael:
Bien. Ahora dígame. (Se acerca a la mesa y echa la ceniza en el cenicero). ¿Quién hay en la casa? ¿Quién vive aquí?
Laura:
Está la madre de Richard. Y está Benny… la Señorita Bennet, una mezcla de ama de llaves y secretaria. Una exenfermera. Hace años que está con nosotros y siente devoción por Richard. Después está Angell, ya lo he mencionado antes, creo. Podríamos decir que es el enfermero y mayordomo. Suele cuidar a Richard.
Michael:
(Se sienta en el brazo del sofá). ¿Vive algún sirviente en la casa?
Laura:
No. Ninguno se queda a dormir, todos vienen durante el día. Y también Jan, claro.
Michael:
¿Jan? ¿Quién es Jan?
Laura:
Es el medio hermano pequeño de Richard. Él… él vive con nosotros.
Michael:
(Se acerca al escabel). Cuéntemelo todo. ¿Qué es lo que no quiere decirme de Jan?
Laura:
(Titubea). Jan es un encanto, es muy cariñoso pero no es como las demás personas. Es… lo que llaman un retrasado.
Michael:
Entiendo. Pero usted le aprecia mucho, ¿verdad?
Laura:
Sí. Le aprecio mucho, ésa es la verdadera razón por la cual no podía abandonar a Richard. Por Jan. Si Richard se hubiese salido con la suya, hubiera enviado a Jan a un manicomio.
Michael:
(Da una vuelta al cuerpo mientras lo mira pensativo). Ya veo. ¿Con eso la amenazaba? ¿Qué si lo dejaba, iba a enviar a ese chico al manicomio?
Laura:
Sí. Si yo hubiera creído que podía ganar lo suficiente para mantenernos a Jan y a mí… pero no sabía cómo. Además, claro está, Richard era el tutor legal de Jan.
Michael:
¿Richard era amable con él?
Laura:
A veces.
Michael:
¿Y las otras veces?
Laura:
A menudo le decía que iba a mandarlo fuera. Le decía: «Serán muy amables contigo. Además, estoy seguro de que Laura te visitará una o dos veces al año». Jan se ponía muy nervioso y empezaba a tartamudear, rogándole que no lo hiciera. Al final, Richard se echaba atrás en la silla y reía a carcajadas.
Michael:
Comprendo… comprendo.
Laura:
(Se levanta y va hasta la mesa para apagar el cigarrillo). No tiene por qué creerme. No tiene que creer ni una palabra de lo que le digo, quizás me lo esté inventado todo.
Michael:
(Sentándose de nuevo en el brazo del sofá). Ya le he dicho que correría ese riesgo. Y bien, ¿qué clase de mujer es Benny?, ¿es astuta?, ¿lista?
Laura:
Es muy eficiente y competente.
Michael:
(Chasquea los dedos). Explíqueme una cosa: ¿cómo es posible que nadie en la casa haya oído el disparo?
Laura:
Bueno, la madre de Richard es bastante mayor y está algo sorda. La habitación de Benny se halla en el otro extremo de la casa, y el dormitorio de Angell está bastante alejado, separado por una puerta de doble paño. Jan duerme en el dormitorio, encima de esta habitación, pero siempre se acuesta temprano y tiene un sueño muy profundo.
Michael:
Todo muy conveniente.
Laura:
¿Qué sugiere? ¿Qué hagamos que parezca un suicidio?
Michael:
(Volviendo a mirar el cadáver) No. Me temo que no hay posibilidad de que parezca un suicidio. Supongo que era diestro, ¿no?
Laura:
Sí.
Michael:
Me lo temía. En ese caso, no pudo haberse disparado a sí mismo de este ángulo. (Mientras señala la sien izquierda del cadáver). Además, no hay rastros de quemadura. (Piensa unos segundos). No, la pistola tuvo que ser disparada desde cierta distancia. El suicidio queda descartado. Pero existe la posibilidad del accidente, por supuesto. (Tras un silencio). Digamos, por ejemplo, que yo llegué esta noche, tal como ocurrió en realidad y que tropecé y entré de golpe por la puerta ventana. (Se dirige a la puerta ventana y finge dar un tropiezo). Richard pensó que era un ladrón y me disparó a ciegas. Por lo que me ha explicado de sus costumbres, sería algo muy posible. Entonces, yo me acerqué a él (se dirige rápidamente al cuerpo inerte en la silla de ruedas) y le quité la pistola.
Laura:
Y el arma se disparó durante el forcejeo, ¿no es eso?
Michael:
Sí. (Se corrige). No, eso no sirve. Como ya he dicho, la policía se dará cuenta enseguida de que el arma no fue disparada desde tan cerca. (Piensa). Digamos que le quité el arma… (Sacude la cabeza y dejar caer los brazos en síntoma de frustración). No, eso tampoco sirve. Si ya le había quitado el arma, ¿por qué tenía que matarlo? No es fácil. Bueno, vamos a considerarlo un asesinato, un simple y llano asesinato. Pero tiene que ser un asesinato cometido por una persona o personas desconocidas. (Se acerca a la ventana y mira hacia fuera).
Laura:
¿Tal vez, un ladrón?
Michael:
Bueno, supongo que podría ser un ladrón, pero eso es un poco artificial. (Calla) ¿Qué tal si fuera un enemigo? Suena un poco melodramático, pero, por lo que me ha contado, su marido parece el tipo de personas que tiene enemigos. ¿Me equivoco?
Laura:
Supongo que no. Supongo que Richard tenía enemigos, pero…
Michael:
(Interrumpiéndola). Ahora no importan los peros. Cuénteme todo sobre los enemigos de Richard. El número uno sería, supongo, la señorita del trasero de gelatina, la mujer a la que le disparó. Aunque, de todos modos, no es probable que sea una asesina; seguro que sigue viviendo en Norfolk, así que es difícil de creer que viniese a Gales para matar a Richard. (Se sienta en el extremo del sofá). ¿Quién podría tener algo contra él?
Laura:
(Parece dubitativa). Bueno, había un jardinero, hace cosa de un año… Richard lo despidió y se negó a darle una autorización. El hombre se lo tomó muy mal y lo amenazó.
Michael:
¿Quién era?, ¿un hombre de la zona?
Laura:
Sí, era de Llanfechan, a unos seis kilómetros de aquí.
Michael:
No me convence el jardinero. Apuesto a que tiene una buena coartada: que estaba en casa. Y si no la tiene, o sólo puede corroborarla su mujer, quizá el pobre hombre acabe en prisión por un crimen que no ha cometido. No, no nos sirve. Lo que necesitamos, es un enemigo del pasado, alguien que no resulte fácil de rastrear. (Laura se pasea alrededor del sofá, intentando pensar). ¿Y si alguien que conociera Richard en sus tiempos de cazador de tigres y leones? ¿Alguna persona de Kenia, de Sudáfrica o de la India? De algún lugar que la policía no pueda investigar con facilidad.
Laura:
(Con desesperación). Si pudiera pensar en alguien… Si pudiera recordar alguna de esas historias que me contaba Richard…
Michael:
Tampoco disponemos de ninguna prueba a mano. Ya sabe, un turbante hindú, un cuchillo maorí o una flecha envenenada. (Se lleva las manos a la frente intentando concentrarse). ¡¡¡Maldita sea!!! Lo que queremos es una persona con un motivo, alguien al que Richard humillara. (Se acerca a Laura). ¡¡Piense!!, ¡¡vamos!!, ¡¡piense!!
Laura:
No… no puedo pensar.
Michael:
Me ha explicado qué clase de tipo era su marido, seguro que hubo algún incidente, alguna persona… ¡¡Dios Santo!!, tiene que haber alguien. Alguien que le amenazara, que le amenazara con razón.
Laura:
(Volviéndose de golpe hacia él). Sí, hubo alguien, acabo de acordarme… Un hombre. Richard atropelló a su hijo.
Michael:
(Mirando a Laura). ¿Richard atropelló a un niño? (Exaltado). ¿Cuándo ocurrió?
Laura:
Hace unos dos años, cuando vivíamos en Norfolk. El padre de la criatura le amenazó varias veces.
Michael:
(Se sienta en el escabel). Bien, ésa podría ser una posibilidad. Explíqueme todo lo que recuerde del caso.
Laura:
Richard regresaba a casa desde Cromer. Había bebido mucho, cosa habitual en él. Atravesó un pequeño pueblo a más de cien kilómetros por hora; haciendo eses, aparentemente. El niño salió corriendo a la carretera desde una fonda. Richard lo atropelló y el chico murió instantáneamente.
Michael:
¿Su marido podía conducir pese a la discapacidad?
Laura:
Sí, podía. Construyeron un coche especial, con los mandos a su alcance. Sí, podía conducir ese vehículo.
Michael:
Entiendo. ¿Qué pasó con lo del niño? La policía podría haberlo arrestado por homicidio.
Laura:
Hubo una investigación, por supuesto. (Amargamente). Pero Richard fue eximido de toda culpa.
Michael:
¿Hubo algún testigo?
Laura:
Bueno, estaba el padre del chico, que lo vio todo, y una enfermera, la enfermera Warburton, que acompañaba a Richard en el coche. Tuvo que declarar, pero según ella, Richard no conducía a más de cincuenta kilómetros por hora, y, además sólo había bebido una copita de jerez. Según su versión, el accidente había sido inevitable: el niño se había lanzado a toda carrera contra el coche. Le creyeron a ella, no al padre del chico, que dijo que Richard conducía en forma temeraria y a gran velocidad. Tengo entendido que el pobre hombre, no ocultó su rabia al expresar sus sentimientos. (Se traslada al sillón). Cualquiera habría creído a la enfermera, era la viva imagen de la honestidad, la verdad, la moderación y todas esas cosas.
Michael:
¿No iba usted en el coche?
Laura:
No. Yo estaba en casa.
Michael:
Entonces, ¿cómo sabe que lo que dijo aquella enfermera, no era verdad?
Laura:
(Se sienta en la butaca. En tono amargo). Oh, Richard hablaba del asunto con la mayor tranquilidad del mundo. Recuerdo que cuando volvieron del interrogatorio, le dijo a la enfermera: «Bravo, Warbie, fantástica actuación. Seguramente, me has librado de una buena condena». A lo que ella respondió: «No merece haberse librado, señor Warwick. Usted sabe que conducía muy rápido, lo de ese pobre niño es terrible». Pero Richard respondió: «¡¡Olvídese de ello!! Ya la he recompensado muy bien. De todos modos, qué más da un mocoso más o menos en este mundo superpoblado. Le aseguro que no tendré problemas para conciliar el sueño».
Michael:
(Levantándose del escabel, mirando por sobre del cadáver y en tono severo). Cuanto más oigo hablar de su marido, estoy más dispuesto a creer, que lo que ocurrió esta noche fue un homicidio justificado más que un asesinato. (Acercándose a Laura). Ahora bien, ese hombre cuyo hijo fue atropellado, ¿cómo se llama?
Laura:
Tenía un apellido escocés, me parece. Mac, Mac algo, ¿MacLeod?, ¿McCrae? No lo recuerdo.
Michael:
Intente recordarlo. ¿Vive aún en Norfolk?
Laura:
No, no. Sólo estaba aquí de visita. Para ver a los parientes de su mujer, creo. Era de Canadá, si no recuerdo mal.
Michael:
Canadá… eso sí está lejos. Tomaría tiempo encontrarle. (Se coloca detrás del sofá). Sí, creo que tiene posibilidades. Pero, por Dios, intente recordar su nombre. (Saca los guantes de su bolsillo y se los pone, mirando alrededor). ¿Hay algún periódico por aquí?
Laura:
(Sorprendida). ¿Periódico?
Michael:
Uno que no sea de hoy. De ayer o anteayer sería mejor.
Laura:
(Caminando a una alacena, detrás de la butaca). Aquí hay algunos viejos. Los guardamos para encender la chimenea.
Michael:
(Saca un diario y revisa la fecha). Éste servirá. (Lleva el periódico al escritorio y toma unas tijeras).
Laura:
¿Qué piensa hacer?
Michael:
(Abriendo y cerrando las tijeras). Vamos a crear algunas pruebas.
Laura:
(Confundida). Pero suponga que la policía logre encontrar a ese hombre. ¿Qué pasaría?
Michael:
(Sonriendo). Si aún vive en Canadá, les tomará su tiempo. Y, cuando lo encuentren, sin duda tendrá una coartada para esta noche; el encontrarse a varios miles de kilómetros de distancia, será más que suficiente y, para entonces, ya será un poco tarde para investigar las cosas por aquí. De todas maneras, no podemos hacer mucho más, pero al menos nos dará un respiro.
Laura:
(Preocupada). No me gusta.
Michael:
Mi querida joven, no puede darse el lujo de escoger. Lo que tiene que hacer ahora, es recordar el apellido de ese hombre.
Laura:
No lo consigo recordar.
Michael:
¿McDougall, tal vez?… ¿O Mckintosh?
Laura:
(Exclamando). ¡¡Basta!! No hace más que confundirme. Ya ni siquiera estoy segura de que fuera Mac algo.
Michael:
Bueno, si no puede recordarlo, no puede. Tendremos que arreglar esto sin el nombre. ¿No recuerda la fecha, por casualidad, o algún otro dato que pudiera ser útil?
Laura:
Sí, la fecha sí. Fue el quince de mayo.
Michael:
(Sorprendido). Muy bien, y ¿cómo diablos se acuerda de eso?
Laura:
(Amargamente). Porque era el día de mi cumpleaños.
Michael:
Ya… Bien, con eso resolvemos un pequeño problema. Además, parece que hemos tenido suerte… Este periódico es del día quince. (Recortando la fecha).
Laura:
Pero es del quince de noviembre.
Michael:
Sí, pero son los números los que más cuestan. Ahora MAYO. Mayo es una palabra corta. Aquí hay una M, ahora una A, una Y y una O.
Laura:
¿Qué diablos está haciendo?
Michael:
(Sentándose en la silla frente al escritorio). ¿Tiene pegamento? (Laura se dispone a tomar un pote de pegamento, pero él la detiene). No toque nada. No queremos dejar sus huellas. (Toma el pote con la mano enguantada y quita la tapa). Cómo convertirnos en criminales en un día… ¡¡Ah!!, aquí un block de papel de esos que se encuentran en todas partes. (Comienza a pegar las letras en el papel). Ahora mire esto, es un poco engorroso con los guantes… pero, aquí lo tiene: «15 DE MAYO. CUENTA SALDADA». Ya está, ¿qué le parece? (Arranca la hoja del block y se la enseña, después de levanta, se acerca al cadáver). Lo meteremos en el bolsillo de su chaqueta. (Mientras lo hace, un encendedor cae de la chaqueta del cadáver). ¿Qué es esto?
Laura:
(Emitiendo un lamento. Mientras Michael lo examina). ¡¡Démelo, es mío!!… ¡¡Démelo!! (Michael sorprendido se lo da). Es… mi encendedor.
Michael:
Muy bien, de modo que es su encendedor. No es motivo para alterarse así. No estará perdiendo la calma, ¿verdad?
Laura:
(Alejándose hacia el sofá. Por el camino frota el encendedor contra su falda para borrarle las huellas, procurando que Michael, no la viera) No. Por supuesto, que no.
Michael:
(Comprueba que el mensaje esté bien sujeto en la chaqueta del cadáver, se dirige al escritorio, tapa el pote de pegamento y se quita los guantes). Ya está. Listos para el próximo paso. ¿Dónde está la copa de la que bebía hasta ahora? (Laura toma la copa de la mesa, deja el encendedor sobre la mesa y entrega la copa a Michael. Éste se dispone a borrar las huellas, pero se detiene en seco). No… Sería una estupidez.
Laura:
¿Por qué?
Michael:
Bueno, tiene que haber alguna huella, tanto en la copa como en la licorera. Las del asistente, para empezar, y probablemente las de su marido. Si no las hubiera, la policía sospecharía. (Bebe un sorbo de la copa). Ahora tengo que encontrar una manera de explicar las mías. No es fácil ser un criminal, ¿verdad?
Laura:
¡¡Oh!!, no lo haga. No se involucre en esto. Podrían sospechar de Usted.
Michael:
(Divertido). Soy un hombre bastante respetable, muy por encima de toda sospecha. Además, en cierto sentido, ya estoy involucrado. Mi coche, está allí, fuera, atascado en el barro. No se preocupe, lo único que podrán presentar en mi contra, es un poco de perjurio y unas pequeñas inexactitudes sobre el elemento tiempo, pero no lo harán, si usted desempeña bien su papel. (Laura permanece asustada sentada sobre el escabel, de espaldas a él). ¿Y bien?… ¿Está lista?
Laura:
¿Lista?… ¿Para qué?
Michael:
Venga, tiene que recuperar la compostura.
Laura:
Me siento… estúpida. No… no puedo pensar.
Michael:
No tiene que pensar. Sólo obedecer órdenes. ¿Hay en casa algún tipo de caldera o chimenea?
Laura:
¿Una caldera? Bueno, está la caldera del agua.
Michael:
¡¡Magnífico!! (Toma el periódico, recoge los trozos de papel y se los entrega a Laura). Lo primero que hará, es ir a la cocina y meter esto en la caldera. Luego subirá, se quitará la ropa y se pondrá una bata, o un negligée o lo que sea que use. (Hace una pausa). ¿Tiene aspirinas?
Laura:
(Desconcertada). Sí.
Michael:
(Como si hablara y planeara al mismo tiempo). Bien, arrójelas al inodoro del baño. Luego vaya a lo de su suegra o, ¿cómo se llama?, ¿la Señorita Bennet? Y diga que tiene jaqueca y que necesita una aspirina. Mientras esté con ella, deje la puerta abierta. ¡¡Ahh!!, por cierto, escuchará un disparo.
Laura:
¿Qué disparo?
Michael:
(Se dirige a la mesa y toma la pistola). Yo me ocuparé de eso. (Examina el arma). Mmm, parece extranjera. Un recuerdo de guerra, ¿no es así?
Laura:
No lo sé. Richard tenía varias pistolas extranjeras.
Michael:
(Como para sí mismo). Me pregunto si estará registrada.
Laura:
(Se sienta en el sofá). Richard tenía licencia, un permiso para las armas de su colección.
Michael:
Supongo que debía de tener uno, pero eso no significa que estuviesen todas registradas a su nombre. Las personas suelen ser bastantes descuidadas con estas cosas. ¿Hay alguien que pudiera saberlo con certeza?
Laura:
Tal vez Angell. ¿Es importante?
Michael:
Bueno, dada la manera que estamos construyendo esta historia, lo más probable es que el viejo Mac no sé qué, el padre del niño atropellado, irrumpiera en el estudio hecho una furia empuñando su propia arma. Pero también podría haber ocurrido a la inversa. Ese hombre entra de repente. Richard, que está medio dormido, toma su pistola, pero el hombre se la quita y dispara. Admito que suena un poco fantástico, pero no tenemos muchas opciones; es inevitable correr ciertos riesgos. (Deposita el arma sobre la mesa, junto a la silla de ruedas). Bien, ¿hemos pensado en todo? Espero que sí. Cuando llegue la policía, no se percatarán del hecho de que le hayan disparado quince o veinte minutos más temprano. Por esta carretera, y con la niebla que hay, tardarán bastante. (Se dirige al ventanal y corre la cortina). «R.W.», muy bonito, intentaré añadir el punto final. (Suelta la cortina, regresa al sofá y se sienta). Cuando oiga el disparo, debe mostrase alarmada y traer aquí abajo a la señorita Bennet y a todos los que pueda traer. Su versión, es que no sabe nada. Fue a dormir, se despertó con un intenso dolor de cabeza, fue a buscar una aspirina… y eso es todo lo que sabe. ¿Lo comprende? (Ella asiente). Muy bien, yo me ocupo del resto. ¿Se siente mejor?
Laura:
Creo que sí.
Michael:
Entonces haga lo que tiene que hacer.
Laura:
(Vacilando). Usted… no tiene por qué hacer esto. No tiene que hacerlo, no debe involucrarse.
Michael:
No volvamos otra vez con lo mismo. Todos, tenemos nuestra propia manera de… ¿cómo diría?… de divertirnos. Usted se ha divertido disparando a su marido y ahora me divierto yo. Digamos que siempre he querido comprobar cómo me las arreglaría con una historia de detectives en la vida real. (Sonríe para tranquilizarla). Bien, ¿puede hacer lo que le pido? (Laura asiente). Bien, veo que lleva reloj. ¿Qué hora tiene? (Laura le muestra su reloj, él ajusta el suyo). Poco menos de diez minutos para… Le daré tres, no, cuatro minutos. Cuatro minutos para ir a la cocina, quemar ese periódico en la caldera, subir al piso de arriba, cambiarse e ir a buscar a la Señorita Bennet. (Sonriendo). ¿Podrá hacerlo? (Laura vuelve a asentir). Bien, exactamente a las doce menos cinco oirá un disparo. En marcha. (Laura comienza a caminar insegura). ¿No me defraudará, verdad?
Laura:
No. (Sale de la habitación).
Michael:
Muy bien. (Cuando Laura se dispone a abandonar la habitación, Michael ve la chaqueta sobre el brazo del sofá. La llama y le entrega la chaqueta con una sonrisa. Ella sale de la habitación).
Michael repasa mentalmente lo que tiene que hacer. Consulta el reloj y extrae un cigarrillo. Ve una foto de Laura en un estante, la toma sonríe y la vuelve dejar en su lugar. Toma el encendedor de la mesa y enciende el cigarrillo. Deja el encendedor sobre la mesa, extrae un pañuelo y comienza a limpiara las huellas en los brazos del sillón y el retrato. Coloca la silla en su lugar, retira la colilla de Laura. Limpia la superficie del escritorio, coloca las tijeras en su lugar, acomoda el secante. Echa un vistazo alrededor, recoge del suelo un pedacito de papel que ha caído y lo guarda en su bolsillo. Toma la pistola, la limpia con el pañuelo. Mira de nuevo su reloj se coloca el sombrero, el abrigo y los guantes.
Apaga las luces. Toma la pistola y dispara hacia el exterior. Entra a dejar la pistola, mientras se escuchan voces, sale rápidamente por la puerta ventana, vuelve a entrar toma la linterna y sale a la carrera.
Señora Warwick:
(Es una anciana alta, imponente, viste bata y camina apoyada sobre un bastón). ¿Qué ocurre Jan?… ¿qué es todo este jaleo en medio de la noche?… Benny, dime qué ocurre. ¿Han perdido la cabeza?… Laura, ¿qué pasa?… ¿Me va a decir alguien qué sucede en esta casa?
Jan:
(Un muchacho que aparenta diecinueve años, pero su voz y sus maneras son las de un niño). Apuesto a que es Richard. Debe estar disparando contra la niebla. (Irritado). Díganle que no debería despertarnos así. Estaba durmiendo y también lo estaba Benny. ¿No es verdad, Benny? Ten cuidado Laura, Richard es peligroso.
Laura:
La niebla es muy espesa afuera. Miré desde la ventana y apenas se distingue el camino. No sé a qué le dispara con esta niebla. Es absurdo. Además, me pareció oír un grito.
Benny:
(Es la primera en entrar al estudio. Mujer madura, canosa, alerta, activa). No veo por qué te vas a alterar así, Laura. Seguro que es Richard divirtiéndose como de costumbre. Además, yo no he oído ningún disparo. Estoy segura de que no pasa nada. Aún así, es un hombre muy egoísta y se lo diré. (Entrando). ¡¡Richard!! Richard ¿sabes qué hora es?… ¡¡Nos has asustado!! (Laura, vestida con una bata, entra en el estudio detrás de Benny. Enciende la luz y se acerca al sofá, seguida por Jan. El chico mira a Benny que contempla a Richard).
Jan:
¿Qué pasa, Benny? ¿Qué ocurre?
Benny:
(Extrañamente serena). Es Richard. Se ha suicidado.
Jan:
(Señalando la mesa). ¡¡Miren, ha desaparecido su pistola!!
Michael:
(Desde el jardín). ¿Hola?… ¿Todo bien ahí dentro?
Jan:
(Mira por la ventana). ¡¡Hay alguien afuera!!
Benny:
¿Fuera?…¿Quién? (Se aproxima a la puerta-ventana cuando Michael entra por ella. Benny da un paso atrás alarmada).
Michael:
(Apremiante). ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué ha pasado? (Mira el cadáver). ¡¡Ese hombre está muerto!!… Le han disparado.
Benny:
¿Quién es usted?… ¿de dónde ha salido?
Michael:
Se me ha atascado el coche en una cuneta. Llevo horas perdido, y he subido hasta la casa para pedir ayuda. Oí un disparo, y alguien salió corriendo por la puerta ventana. Ha chocado conmigo (mostrando el arma) y se le ha caído esto.
Benny:
¿Hacia dónde iba ese hombre?
Michael:
¿Cómo diablos voy a saberlo con esta niebla?
Jan:
(Que ha permanecido delante del cadáver de Richard mirándolo, grita). Alguien ha matado a Richard.
Michael:
Eso parece. Convendría llamar a la policía. (Deja el arma sobre la mesa, toma la licorera y se sirve una copa de coñac). ¿Quién es?
Laura:
(Mientras se sienta en el sofá, inexpresivamente). Mi esposo.
Michael:
(Preocupado). Beba esto. (Laura lo mira). Ha sufrido un shock. El coñac le hará bien. (Le dirige una sonrisa mientras le alarga la copa. Se saca el sombrero alejándose de ella y observa a Benny que se inclina sobre el cadáver). No toque nada, señora. Esto parece un asesinato y, si es así, no debemos tocar nada.
Señora Warwick:
(Entrando en el estudio). ¿Qué ha ocurrido?
Jan:
(Parece entusiasmado). ¡¡Han matado a Richard!!
Benny:
¡¡Silencio, Jan!!
Señora Warwick:
¿Qué has dicho?
Benny:
(Señalando a Michael). Dice que lo han asesinado.
Señora Warwick:
¡¡Richard!!
Jan:
(Acercándose al cadáver). ¡¡Miren, tiene un papel en el pecho!!, y hay algo escrito.
Michael:
(Al ver que Jan estira el brazo para tomar el papel). ¡¡No lo toques!! Ni se te ocurra. (Se inclina sobre el cuerpo y lo lee). «Quince de mayo, cuenta saldada».
Benny:
(Colocándose detrás del sofá). ¡¡Dios Mío!!, MacGregor.
Señora Warwick:
(Laura se pone de pie). ¿Quieres decir aquel hombre… el padre del niño que fue atropellado?
Laura:
(Volviéndose a sentar). ¡¡Claro!!… MacGregor.
Jan:
Miren, está hecho de recortes de periódico. (Extiende el brazo para tocarlo).
Michael:
¡¡No lo toques!! Hay que dejar todo como está para la policía. (Se dirige al teléfono). ¿Les parece bien si…?
Señora Warwick:
No. Lo haré yo. (Se arma de valor y va al escritorio y comienza a marcar).
Jan:
(Jan, nervioso se arrodilla en el escabel, a Benny). El hombre que salió corriendo… ¿crees que…?
Benny:
SShh, Jan.
Señora Warwick:
(Por teléfono). ¿Es la comisaría? Le llamo de la casa del Señor Richard Warwick. El señor Richard Warwick acaba de ser encontrado… muerto. Lo han asesinado. (Los demás la escuchan atentamente). No. Fue encontrado por un desconocido. Un hombre cuyo coche se ha averiado cerca de la casa, creo. Sí, se lo diré. Llamaré a la fonda. ¿Podrá llevarlo uno de sus coches cuando hayan terminado aquí?… Muy bien. (Colgando el teléfono, anunció). La policía estará aquí tan pronto como se lo permita la niebla. Mandarán dos coches, uno de los cuales regresará inmediatamente para llevar a este caballero (señalando a Michael) a la fonda del pueblo. Quieren que pase la noche allí para hablar con él mañana.
Michael:
Bueno, puesto que de todos modos no puedo hacer nada con el coche en la zanja, no tengo inconveniente.
Angell:
(Entra un hombre de cuarenta y tantos años, cabello oscuro, abrochándose la bata). ¿Ocurre algo Señora? (Mirando más allá, ve el cadáver). ¡¡Dios Mío!!
Señora Warwick:
Me temo que se ha producido una horrible tragedia, Angell. Han matado al Señor Richard, y la policía está en camino. (Se vuelve hacia Michael). Éste es Angell, el asistente de Richard.
Angell:
(Responde con una leve inclinación de cabeza, sin dejar de mirar el cadáver). ¡¡Dios Mío!!
APAGÓN