A partir de ese día, estuve más pendiente de Kellan. No pude evitar darme cuenta de lo que encantador que era. Su forma de saludar a todo el mundo con un simpático gesto de la cabeza cuando entraba en el bar; la forma en que me miraba a veces cuando cantaba y me sonreía; la charla que teníamos cada mañana mientras nos bebíamos el café; la satisfacción que me producía cuando cantaba para mí en casa. Cada día me sentía más unida a él, lo cual al mismo tiempo me complacía y me preocupaba. Pero, aunque estuviera mal, el hecho de estar pendiente de él evitaba que echara de menos a Denny. Seguía esperando con impaciencia sus llamadas telefónicas, pero, cuando pasaban un par de días sin recibir ninguna, llenaba mi soledad pasando el rato con Kellan. A él no parecía molestarle que estuviera siempre a su alrededor. De hecho, parecía fomentarlo.
Proseguimos con nuestro amigable flirteo que habíamos iniciado en Bumbershoot. Cuando hacía buen tiempo, nos sentábamos en el jardín y nos tumbábamos en la hierba, leyendo y gozando del sol. Kellan solía quitarse la camiseta para broncearse, y yo, tumbada junto a él, sentía que los latidos de mi corazón se aceleraban un poco. Al cabo de un rato, él se quedaba dormido y yo me volvía de costado para contemplar su rostro perfecto en reposo. Un día, mientras lo observaba, él, que no estaba dormido, abrió un ojo y me sonrió, haciendo que me sonrojara y me tumbara boca abajo para esconder el rostro mientras él se reía de mí con dulzura.
A veces, las noches que yo libraba, él regresaba a casa después de ensayar en lugar de irse con los chicos al bar de Pete, y cenábamos juntos y luego nos sentábamos en el sofá para ver una película. A veces, me rodeaba los hombros con el brazo y me acariciaba suavemente el mío con las yemas de los dedos. En ocasiones, me cogía la mano, jugando con mis dedos y esbozando esa media sonrisa tan increíblemente sexy.
Las noches que yo trabajaba, nos sentábamos muy juntos en el sofá, leyendo o viendo la televisión antes de que yo fuera a trabajar. Él dejaba que me relajara contra él y apoyara la cabeza sobre su hombro. Un día en que yo estaba agotada después de pasar la noche en vela pensando en Denny y echándolo de menos, nos sentamos en el sofá y él me atrajo con suavidad hacia él para que apoyara la cabeza sobre sus rodillas. Yo me quedé dormida en esa postura, con la cabeza ligeramente vuelta hacia él, mientras él tenía una mano apoyada sobre mí en un gesto protector y me acariciaba el pelo con la otra. En un apartado recoveco de mi mente, yo sabía que, con probabilidad, Denny no lo aprobaría, pero era reconfortante y agradable. Confieso que me inquietaba un poco lo bien que lo pasaba junto a él…, pero no podía dejar de hacerlo.
Una noche entre semana, alguien puso una canción bailable en la gramola, y Griffin, que lucía muy ufano su camiseta de los Douchebags, decidió sacar a bailar a todas las chicas disponibles que estaban sentadas en una mesa cercana. Como es natural, todas se mostraron más que dispuestas. Pero, de pronto, Griffin me vio y echó a andar hacia mí contoneándose de forma insinuante. Como no me apetecía sentir sus manos revoloteando alrededor de mi cuerpo, extendí los brazos frente a mí y empecé a retroceder. Evan soltó una carcajada y agarró a Jenny, sujetándola por la cintura, y la inclinó hacia atrás, haciendo que se riera. Matt se sentó en la mesa, riéndose de todos.
Griffin casi me había alcanzado cuando, de pronto, alguien me agarró y se puso a bailar conmigo alrededor de la pista. Riéndose de la cara de chasco que había puesto Griffin, Kellan me hizo girar varias veces conduciéndome hacia el otro extremo de la sala. Yo sonreí mientras daba vueltas, y, al cabo de un momento, me besó en la mano y me soltó. De inmediato, lo rodearon media docena de mujeres que anhelaban bailar con su dios del rock. Kellan pasó el resto de la velada bailando con un grupo de mujeres que se iban turnando, ejecutando unos movimientos increíblemente sexy. Se movía airoso al ritmo de la música, y era fascinante observarlo. Mientras trabajaba, mi vista se posó en él varias veces.
Yo seguía pensando en el cuerpo de Kellan contoneándose al son de la música cuando abrí la puerta de nuestro apartamento después del trabajo. Al entrar, oí que sonaba el teléfono. Sonriendo y pensando que a esas horas de la noche debía de ser Denny quien llamaba, me llevé un pequeño sobresalto al reconocer la voz al otro lado del hilo telefónico.
—Hola, hermanita.
—¡Anna! Hace mucho que no hablamos… ¿Cómo estás? ¿Por qué me llamas a estas horas?
—He recibido hoy el paquete que nos mandaste a cobro revertido… —Yo había enviado a mis padres y a Anna unas fotografías de la ciudad: mi universidad, el bar y una foto en que aparecíamos Kellan, Denny y yo—. ¡Santo cielo! ¿Quién es ese tipo tan impresionante y por qué no me hablaste de él en cuanto llegaste allí?
Debí de suponer que Kellan suscitaría la curiosidad de mi hermana.
—Es Kellan, mi compañero de piso.
—¡Maldita sea! Ahora puedes estar segura de que iré a visitarte.
Mi hermana y Kellan juntos en la misma habitación… Sería muy interesante. De pronto, comprendí que no quería de ninguna manera que mi hermana se acercara a él.
—Bueno, en realidad no es… Oye, ¿y Phil?
—Uf…, Phil, por favor… ¿Comparado con tu compañero de piso? Lo siento, no hay color. —Mi madre me había contado que, a las dos semanas de conocer al tal Phil, mi hermana se había ido a vivir con él. Por lo visto, la luna de miel había terminado.
—Ahora no es buen momento. Las clases empezarán pronto y Denny aún está fuera…
—¿Denny se ha marchado?
—Caray, Anna, ¿no hablas nunca con mamá y papá? —Suspiré, pues no quería volver a tener esa conversación con otro miembro de la familia.
—No si puedo evitarlo. ¿Qué ha pasado?
—Es por su trabajo. Ha ido a pasar una temporada a Tucson. La frase «una temporada» sonaba como una eternidad, y ese día tampoco me había llamado.
—Aaah, ¿de modo que ha ido a darse una vuelta por el desierto y te ha dejado en casa sola con ese tipo tan impresionante? —Casi me pareció oír su sonrisa socarrona a través del teléfono.
—Dios, Anna…, no es eso. —Suspiré. Nuestra amistad era algo más… íntima… que antes, pero desde luego no era en absoluto lo que mi hermana se figuraba.
Ella se rió.
—Anda, cuéntamelo… Se llama Kellan, ¿no? ¿Cómo es?
—Él…, pues… —¿Cómo describir a Kellan?—. Es… muy agradable. —Miré hacia arriba confiando en que él estuviera durmiendo. Se había marchado del bar de Pete hacía unas horas, bostezando tres veces seguidas mientras hablaba con Jenny. Supongo que el hecho de ser al mismo tiempo madrugador y trasnochar acaba haciéndote polvo.
—Vaya por Dios…, ¿de modo que es gay? Todos los tipos más chachis son gays. —Mi hermana soltó un melodramático suspiro.
Yo me reí. No, por lo que había visto y oído hasta la fecha, no cabía duda de que Kellan era heterosexual.
—No, estoy segura de que no lo es.
—¡Menos mal! Bueno, ¿cuándo quieres que venga? —Su tono se animó ante la perspectiva.
Suspiré mentalmente. Anna no estaba dispuesta a dejar el tema.
—De acuerdo, ¿qué te parece durante las vacaciones de invierno? Podríamos ir todos a una discoteca. —Supongo que la imagen de Kellan bailando seguía impresa en mi memoria. No obstante, era una actividad agradable en que podíamos participar todos juntos.
—Aaah…, me encanta la idea. Acalorada y sudorosa en la pista de baile con él. Claro que podría arrancarle la camiseta, para ayudarlo a despojarse de ella, ya me entiendes… Más tarde, podría acurrucarme junto a él en su cama para entrar en calor durante la larga y fría noche invernal.
—¡Caray, Anna! Tengo que convivir con ese tío. —No me gustaba la imagen que mi hermana había suscitado en mi imaginación. Riendo para mis adentros, se me ocurrió una variante muy distinta—. Si crees que Kellan está que quita el hipo, deberías de ver a su amigo Griffin.
—¿En serio?
—¡Te lo aseguro!
Durante el resto de la conversación, traté de convencerla de los numerosos atributos de Griffin. Jamás había dicho tantas mentiras en mi vida.
Al día siguiente por la tarde, Denny me llamó por fin después de una ausencia de dos días. Tuve la sensación de que no había hablado con él desde hacía una eternidad. Ansiaba verlo, abrazarlo. La conversación fue breve, y parecía distraído, como si me hubiera llamado más por obligación que porque deseara hablar conmigo. Al cabo de unos minutos, se disculpó, diciendo que lo llamaban para asistir a una reunión. Sentí un frío helado en la tripa y el corazón se me encogió al despedirme de él y colgar. Me quedé mirando el teléfono durante veinte minutos, preguntándome si volvería a llamarme…, preguntándome por qué sus llamadas eran cada vez menos frecuentes
Esa noche me desperté aterrorizada, sintiendo que el corazón me latía con furia. Había tenido una pesadilla, estaba segura de ello. No recordaba el sueño, sólo el terror que encerraba. Sentí deseos de romper a llorar, de gritar, aunque no sabía por qué. Me incorporé en la cama y me rodeé las rodillas con los brazos, tratando de estabilizar mi respiración y el ritmo de mis latidos. No quería volver a cerrar los ojos. Miré alrededor de la habitación a oscuras, tratando de aferrarme a lo real. La cómoda, el televisor, la mesita de noche, el lado vacío de la cama que solía ocupar Denny… Sí, todo resultaba dolorosamente real.
Sentí el acuciante deseo de hablar con Denny. No estaba segura, pero tenía la impresión de que el sueño se refería a él. Me pregunté si era demasiado tarde para llamarlo a la habitación del hotel. Me senté en el borde de la cama y miré el reloj: las tres y media de la mañana. No, era demasiado tarde para llamarlo, demasiado temprano para despertarlo. Tendría que esperar unas horas y tratar de pillarlo antes de que se fuera a trabajar.
Curiosamente, me pareció oír unos ruidos abajo. Había alguien haciendo zapping con los canales de la televisión. Supuse que Kellan se había despertado y que podría hablar con él, de modo que me levanté y bajé la escalera. Cuando doblé la esquina y divisé el cuarto de estar, comprobé que no estaba solo. Sentí deseos de dar media vuelta y regresar a mi cuarto, pero era demasiado tarde.
—¡Kiera! ¡Hola, adorable gatita! —Griffin estaba de pie en el cuarto de estar bebiéndose una cerveza, sosteniendo el mando a distancia—. Bonito pijama. —Me guiñó el ojo y yo me sonrojé.
Kellan me miró desde el sofá con gesto de disculpa y bajé los últimos escalones.
—Hola, lo siento. No pretendíamos despertarte. —Matt me miró desde la butaca y sonrió. No vi a Evan por ninguna parte.
—No me habéis despertado… He tenido una pesadilla —respondí encogiéndome de hombros.
Kellan me miró medio sonriendo.
—¿Una cerveza? —preguntó, sosteniendo en alto la suya.
—Sí. —En cualquier caso, no quería volver a acostarme hasta dentro de un rato.
Kellan fue a la cocina en busca de una cerveza para mí, mientras yo permanecía de pie detrás de la butaca que ocupaba Matt. Griffin siguió haciendo zapping con el mando a distancia. Matt se volvió para mirar también la televisión. Kellan reapareció al cabo de un minuto y, después de entregarme la cerveza, señaló el sofá. Yo lo seguí.
Griffin se sentó en un extremo del sofá, cerca de la mesa. Depositó su cerveza sobre ella, arrugando ligeramente el ceño. Al parecer, no encontraba lo que buscaba. Sonriéndome y negando con la cabeza, Kellan se sentó en el centro, junto a mí, lo cual me hizo sonreír. Me acerqué a él, apretujándome contra su costado, con los pies apoyados sobre el sofá y las rodillas vueltas hacia él. Me había acostumbrado a acurrucarme junto a él y se había convertido en un hábito. Él me miró sonriendo, apoyó el brazo sobre mis muslos y frotó su hombro contra el mío en plan afectuoso. Yo apoyé la cabeza en su hombro y le devolví la sonrisa.
Griffin, que seguía mosqueado, comentó:
—He estado pensando. —Matt gimió en voz alta y me reí de él. Griffin siguió sin hacernos caso—: Cuando esta banda se separe… —Levanté la cabeza arqueando las cejas, y Kellan me sonrió—. Creo que me convertiré en un dios del rock.
Sin querer, escupí el sorbo de cerveza que había ingerido. La mayor parte cayó de nuevo dentro del botellín, pero me atraganté con el resto. Kellan sonrió mientras bebía un trago de la suya. Miró a Griffin sacudiendo la cabeza y puso cara de resignación.
Matt se volvió, con su moderno corte de pelo de punta, y miró a Griffin con incredulidad.
—¿Tú un dios del rock…? ¿Lo dices en serio?
Griffin sonrió, sin dejar de hacer zapping.
—¡Sí! ¡Todas esas vírgenes imponentes y cachondas…! ¿Bromeas? —Sonrió pícaro mientras yo seguía atragantándome con la cerveza.
Por fin, sonrió y dejó de hacer zapping, pues al parecer había encontrado lo que buscaba. Tragué saliva varias veces y bebí un largo trago de cerveza para aliviar el escozor que sentía en la garganta.
En ocasiones, Griffin decía unas cosas muy extrañas. Era perfecto para Anna. Suspirando al pensar en eso, me volví hacia el televisor y vi el canal que había sintonizado. Parecía una película porno…, o un programa de televisión por cable muy semejante al porno. Sentí que me sonrojaba y bajé la mirada, fijándola en mi botellín. Matt y Griffin se repantigaron en sus asientos y Kellan me miró con curiosidad.
Traté de conservar la compostura. Si me levantaba y me iba, al día siguiente, cuando me topara con Griffin en el bar, éste se lo pasaría en grande a mi costa. Si me quedaba sentada aquí y fingía mirar la televisión un rato con ellos, Griffin probablemente se olvidaría del tema. Sin embargo, los ruidos procedentes del televisor no contribuían a que mi sonrojo se disipara. ¿Por qué miraban los hombres estas cosas? ¿Y por qué no dejaba de observarme Kellan?
Al fin, se inclinó hacia mí y me susurró al oído:
—¿Te sientes incómoda?
Yo negué con la cabeza. No quería darle la impresión de ser más remilgada de lo que probablemente pensaba. De hecho, si dejara de estar pendiente de mí y en lugar de eso se dedicara a mirar la película porno, me habría sentido muy aliviada. Me pregunté cuánto tiempo tenía que quedarme allí hasta poder retirarme con discreción, sin que los chicos se dieran cuenta. Aceptando mi respuesta, Kellan se inclinó ligeramente hacia delante, impidiendo que yo viera a Griffin y éste a mí. Sonreí agradecida y observé su rostro. Tenía los ojos fijos en el televisor, y la expresión de su cara me intrigó. Yo no tenía el menor deseo de ver la película, pero era fascinante observar a Kellan.
Al principio, se limitó a mirar, pero, al cabo de un rato, sus ojos mudaron de expresión, mostrando una intensidad cautivadora. Bebió un trago de cerveza, su boca deteniéndose unos segundos sobre el botellín. Tenía los labios entreabiertos y su respiración era más acelerada. Sin apartar la vista de la pantalla, se pasó la lengua con lentitud por el labio inferior y deslizó los dientes aún más lentamente sobre ellos.
Era un gesto tan increíblemente sexy que emití un leve gemido y contuve el aliento. El sonido del televisor sofocó mi gemido, pero Kellan, al estar tan cerca de mí, lo percibió. Sus ojos azules y abrasadores se clavaron en los míos. Comprendí por qué ninguna mujer era capaz de resistirse a esa mirada. Sentí que mi respiración se aceleraba. No imaginaba a ninguna mujer negándose a sus deseos. ¿Lo haría yo, si él intentaba algo? ¿En qué estaba pensando él en esos momentos? No tenía la menor idea…
Su respiración se aceleró de manera notable en respuesta a la mía. De pronto, su mirada se fijó en mis labios y lo supe. Supe exactamente en qué estaba pensando. No debía pensar en eso. Yo no debía desear que pensara en eso. Volvió a pasarse la lengua por el labio inferior y me miró de nuevo a los ojos durante un segundo. Sus ojos mostraban una expresión ardiente. Los fijó de nuevo en mis labios y empezó a inclinarse sobre mí. Sentí que el corazón me latía con furia. Sabía que debía rechazarlo, pero estaba tan confundida que no recordaba por qué. No podía moverme.
Cerré los ojos mientras sentía que se acercaba a mí. Yo era superconsciente de la proximidad de su cuerpo al mío, de su costado apretado contra el mío, de su brazo sobre mis muslos, de su mano sobre mi pierna. Esa sensación, junto con los sonidos apasionados que emitía el televisor, hizo que un escalofrío me recorriera la espalda. Al cabo de unos instantes que se me antojaron una eternidad, Kellan me tocó por fin, pero no como yo esperaba. Su frente rozó la mía y apoyó la nariz contra la mía. Sentí su respiración, queda pero intensa, sobre mi rostro. Instintivamente, alcé la barbilla hacia sus labios, dejando escapar un gemido ronco.
Un microsegundo antes de que nuestras bocas de unieran por fin, cuando sentí el calor de su piel, el roce de sus labios, él deslizó su nariz sobre mi mejilla. Al sentir ese contacto, contuve el aliento. Él resoplaba sobre mi cuello, dejando que un sugestivo sonido escapara de sus labios, provocándome un escalofrío. Permaneció así, respirando trabajosamente, mientras yo me fundía sin darme cuenta contra su cuerpo. Mis rodillas lo tocaron; la mano que tenía sobre mi regazo se posó en su muslo. Volví la cabeza hacia sus labios. Olía divinamente…
De pronto, él me sujetó la mano que había apoyado en su muslo y me la apretó con tal fuerza que casi me lastimó. Acercó los labios a mi oído y susurró con voz ronca:
—Ven conmigo.
Sin saber muy bien qué pensaba hacer, sin saber muy bien lo que yo iba a hacer, me levanté y lo seguí. Matt y Griffin, de cuya presencia incluso me había olvidado, no nos miraron cuando pasamos junto a ellos. Curiosamente, Kellan me condujo a la cocina. Yo no sabía qué pensaba hacer cuando llegáramos allí. Supuse que, cuando los chicos no pudieran vernos, me abrazaría y me besaría de forma ardiente y apasionada. Me imaginé sus manos enredándose en mi pelo, estrechándome con fuerza. Imaginé todo su cuerpo apretado contra el mío. Cuando llegamos a la cocina, yo estaba jadeando.
Kellan, sin embargo, mostraba un aspecto perfectamente compuesto. Me soltó la mano en cuanto entramos en la cocina, depositó su cerveza en la encimera y se sirvió un vaso de agua. Confundida, y un poco mosqueada por su súbito cambio de talante, me pregunté si había imaginado ese cuasi incidente que se había producido en el cuarto de estar. Había tenido la sensación de que se había producido una descarga eléctrica entre nosotros. Él había estado a punto de besarme, de eso estaba convencida. Y yo había estado también a punto de besarlo, lo cual me preocupaba. Era… desconcertante.
Sonrió de manera afectuosa, como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. Después de ofrecerme un vaso de agua, tomó mi cerveza de mis manos y la dejó en la encimera junto a la suya. Yo respiré hondo, para calmar mi cuerpo. De pronto, me sentí muy estúpida. Por supuesto que no había ocurrido nada. Kellan era un chico normal que, de vez en cuando, miraba una estúpida película porno, como haría cualquier chico, y yo lo había interpretado como que me deseaba precisamente a mí. Dios, debía de parecer una idiota con los ojos cerrados, esperando que me besara. Sentí un profundo bochorno y me bebí el vaso de agua, alegrándome de tener una excusa para no mirarlo.
—Lamento la elección de la película… —Yo lo miré cuando me habló. Él sonrió y se rió un poco—. Griffin es… Griffin. —Se encogió de hombros. Cambiando de tema, añadió—: Antes, cuando bajaste la escalera, parecías disgustada. ¿Querías hablarme sobre tu sueño? —Se apoyó en la encimera, cerca del frigorífico, y cruzó los brazos, perfectamente compuesto y relajado.
Sintiéndome todavía como una estúpida, murmuré:
—No lo recuerdo… Sólo sé que era horrible.
—Ya —respondió él en voz baja y con gesto serio.
Deseando haberme quedado en la cama, dejé mi vaso de agua casi vacío e hice ademán de marcharme.
—Estoy cansada… Buenas noches, Kellan.
Sonrió cuando pasé junto a él.
—Buenas noches, Kiera —musitó.
Evitando mirar a Matt, a Griffin y la interminable película erótica que ambos miraban, atravesé el cuarto de estar y me volví para mirar la ventana posterior de la cocina. El cristal estaba lo bastante iluminado para que viera a Kellan con toda claridad. Seguía apoyado en la encimera, pero con gesto abatido, pellizcándose el caballete de la nariz. Parecía como si le doliera la cabeza. Eso me chocó, pero subí la escalera con rapidez, pues no quería que me viera observándolo a través de la ventana. Y deseaba dejar de oír los sonidos de esa estúpida película.
A la mañana siguiente, cuando me encontré con Kellan, me sonrojé un poco, pero él se limitó a sonreír y me ofreció una taza de café. No hizo ningún comentario sobre mi embarazosa metedura de pata, y yo tampoco quise sacarla a colación. Al sentarme a la mesa frente a él, observé que lucía de nuevo su camiseta de los Douchebags. Al verla, arrugué el entrecejo, y él palideció un poco.
—¿Qué? —preguntó en voz baja, un poco nervioso.
Sin comprender su reacción, señalé su camisa.
—Aún no me has conseguido una —respondí procurando adoptar un tono despreocupado.
Él se relajó visiblemente.
—Ah… Tienes razón —contestó asintiendo con la cabeza.
Luego, se encogió de hombros, se levantó y se quitó la camiseta. Yo lo miré sorprendida al verlo darle la vuelta y entregármela. Me quedé estupefacta. No podía apartar la vista de su cuerpo mientras él trataba de enfundármela. Ni siquiera era capaz de ayudarlo. Tuvo que meterme los brazos por las mangas como si yo fuera una niña de dos años.
—Puedes quedarte con la mía. —Sonrió, de pie frente a mí, sin importarle lo más mínimo el hecho de estar medio vestido.
Sentí que me ruborizaba y estaba convencida de que me había puesto roja como un tomate.
—No me refería a que… No era necesario que tú… —Ni siquiera podía articular una frase completa.
Él se rió.
—No te preocupes. Puede conseguir más. Es increíble la cantidad de camisetas que Griffin mandó hacer. —Soltó otra carcajada y se volvió para marcharse. Yo contemplaba como hipnotizada su espalda musculosa y sus anchos hombros, que se estrechaban un poco a la altura del torso, y un poco más en su esbelta cintura, obligándome a bajar la vista hacia la parte inferior de su cuerpo. Al llegar a la puerta, Kellan se volvió y vio que lo observaba fijamente. Bajó la mirada y esbozó su típica media sonrisa—. Enseguida vuelvo. —Me miró de nuevo, sonriendo de forma adorable, y yo volví a sonrojarme.
Entonces, me asaltó el olor. Era tan potente y maravilloso que cerré los ojos. Tomé la parte inferior de la camisa y aspiré hondo. No sé si era su jabón, su costoso champú, el detergente que utilizaba para su colada, una colonia o su olor natural, pero siempre olía increíblemente bien, y ahora yo estaba saturada de su olor. Estaba sentada a la mesa, aspirando el olor su camisa como una idiota, cuando él entró de nuevo en la estancia.
Ladeó la cabeza y me miró sonriendo con curiosidad al tiempo que yo dejaba caer el extremo de su camiseta. De pronto, deseé no haberme despertado esa mañana. ¿De cuántas formas podía hacer la idiota en veinticuatro horas? Él se sentó de nuevo en su silla y apuró su café, luciendo una camiseta de un color azul vivo que realzaba el azul de sus ojos. Tragué saliva y me bebí el café.
Ambos continuamos con nuestra rutina diaria. Yo hice la colada, él lavó los platos. Yo pasé el aspirador, él tocó la guitarra. Pero no dejé de sentirme avergonzada durante todo el día. La noche anterior había sido humillante. Había decido mantenerme alejada de él. Era lo que había decidido, pero, como es natural, cuando él se sentó a ver la televisión un rato antes de salir para ir a reunirse con los chicos, yo miré el sofá con nostalgia. Él se percató y extendió un brazo, dando una palmada sobre el cojín con la otra mano. No pude evitarlo. Sonreí y me senté de inmediato junto a él, apoyando la cabeza en su hombro. Se había convertido en una adicción.
El fin de semana transcurrió entre arrumacos y manitas, sentados muy juntos en el sofá, prolongados abrazos en la cocina, apoyando yo la cabeza sobre sus rodillas y tumbándonos al sol en el jardín trasero, pero no volvieron a producirse más incidentes embarazosos como el cuasi beso que no llegamos a darnos hacía unas noches. Antes de que me diera cuenta, llegó el lunes por la mañana y al día siguiente empezaban las clases en la universidad.
Esa tarde, recibí una llamada telefónica que me irritó… y me alteró los nervios.
—Hola, cielo. —Por lo general, el acento de Denny me hacía sonreír, pero esa vez arrugué el ceño, enojada todavía por sus llamadas telefónicas cada vez más breves, como si fueran una mera formalidad—. ¿Kiera?
Me di cuenta de que aún no le había respondido.
—Hola —murmuré.
Él suspiró.
—¿Estás enfadada?
—Quizá… —Sí, lo estaba.
—Lo siento… Sé que últimamente he estado distraído con otras cosas. No es por ti, te lo prometo. Es que estoy muy liado.
Sus excusas no contribuían a mitigar mi irritación.
—Da lo mismo, Denny.
Él suspiró de nuevo.
—Tengo tiempo… ¿Quieres que hablemos de tus clases que empiezan mañana?
Sonreí un poco al comprobar que se acordaba, pero arrugué de nuevo el ceño al recordar yo la fatídica fecha. Me puse nerviosa al pensar en el día siguiente.
—Ojalá estuvieras aquí… Estoy hecha un manojo de nervios.
Él se rió, probablemente recordando que era yo quien solía ayudarlo a tranquilizarse.
—Cielo…, no sabes cuánto me gustaría estar contigo en estos momentos. Te echo de menos.
Al oír eso, sonreí complacida.
—Yo también te echo de menos…, bobo.
Él se rió con alegría.
—Ahora cuéntame qué has hecho. Quiero oír tu voz.
Me reí y pasé una hora contándole todo lo que se me ocurrió. Bueno, quizás omití algunos pequeños detalles sobre lo buenos amigos que nos habíamos hecho Kellan y yo, y cierto momento de intimidad que habíamos compartido en el sofá, pero le conté todo lo demás. No era un método tan eficaz como el que empleaba para calmarle los nervios, pero conseguí tranquilizarme… Más tarde, me fui a trabajar, y, cuando regresé, logré conciliar el sueño sintiendo sólo un pequeño nudo en el estómago.
A la mañana siguiente, bajé a la cocina para tomarme mi café sintiendo un nudo algo más fuerte en el estómago. Las clases empezaban al cabo de unas horas. Odiaba la perspectiva del primer día de clase en una nueva universidad más que el primer día en un nuevo trabajo. Cuando vi a Kellan sirviéndose el café, me quedé perpleja. Mientras se preparaba el desayuno, canturreaba una de sus canciones con una pequeña sonrisa en los labios. Cuando la tocaba la banda, esa canción sonaba más rápida, pero él la cantaba lenta y suavemente, convirtiéndola en una balada… Era preciosa.
Nada más entrar en la cocina, me detuve, apoyándome en la encimera para escucharlo. Él me miró, sin dejar de cantar, y su sonrisa se hizo más amplia. Quizá se percató de mi melancolía, quizás a esas alturas me conocía lo suficiente para saber que no me apetecía ir a clase o quizás estaba aburrido. Fuera lo que fuere, alargó el brazo, me tomó la mano y me atrajo hacia él. Yo lo miré sorprendida, pero me eché a reír cuando me ciñó por la cintura con la otra mano y empezó a bailar conmigo lentamente.
Él se puso a cantar más alto, exagerando nuestros movimientos, soltándome para que diera una vuelta y atrayéndome de nuevo hacia él. Luego, me sujetó por la cintura y me inclinó hacia atrás, y volví a reírme, olvidando por un momento lo nerviosa que estaba ante la idea de empezar las clases. Después, me ayudó a incorporarme y me ciñó por la cintura con ambos brazos. Suspiré satisfecha y le rodeé el cuello con los brazos, escuchando la hermosa canción que cantaba con suavidad.
De improviso, dejó de cantar y me miró. Me di cuenta de que había empezado a acariciarle el pelo de la nuca, enroscándolo alrededor de mis dedos. Era increíblemente agradable, pero retiré enseguida las manos y las apoyé en sus hombros.
Sin soltarme, dijo en voz baja:
—Ya sé que preferirías que fuera Denny el que estuviera aquí contigo… —Me tensé un poco al oírle mencionar a Denny—. Pero ¿quieres que te lleve a la universidad el primer día de clase? —me preguntó sonriendo con dulzura.
El corazón me dio un vuelco, debido a su intenso atractivo y el clima de intimidad que se había instaurado entre nosotros. Traté de adoptar un aire despreocupado y murmuré:
—Me conformo contigo.
Él se rió y me dio un achuchón antes de soltarme.
—No estoy acostumbrado a que las mujeres me digan eso —murmuró mientras sacaba una taza del armario.
Pensando que lo había ofendido, me apresuré a decir:
—Lo siento, no pretendía…
Él se rió de nuevo y me miró mientras me servía el café.
—Es broma, Kiera. —Vertió el café en mi taza con la mirada fija en la cafetera—. Bueno, más o menos —añadió riendo por lo bajinis.
Yo me sonrojé.
—Ah…, vale…, gracias… —dije atropelladamente, y él volvió a reírse.
Me vestí nerviosa procurando elegir la ropa adecuada para la universidad y dediqué un rato excesivamente largo a cepillarme el pelo y pintarme. Mis esfuerzos no incrementaron mi atractivo, pero al menos sentí que tenía mejor aspecto y confié en que ello me ayudara a superar el momento de las presentaciones. Decidí ocultarme al fondo del aula durante toda la semana, hasta que me sintiera más cómoda entre mis compañeros.
Cogí la bolsa y metí en ella los libros, toneladas de lápices y un par de blocs de notas. Ese día sólo tenía una clase, de lo cual me alegré. Microeconomía. Arrugué el ceño al pensar en esa asignatura… Ésa era la preferida de Denny, la que me pediría que le relatara con todo lujo de detalles. De hecho, probablemente tendría que rogarle que dejara de hablar del tema. Sonreí. Quizá me llamaría más tarde y podríamos hablar de ello durante horas… o de cualquier cosa con tal de oír su voz.
Bajé a la hora convenida, y, al verme, Kellan sonrió desde el sofá.
—¿Estás lista?
Suspiré desanimada cuando se acercó a mí.
—No.
Él me tomó la mano y, esbozando esa media sonrisa que me ponía nerviosa por motivos muy distintos, me condujo hacia la puerta. Guardamos silencio durante el trayecto en coche a la universidad mientras yo sentía una opresión en la boca del estómago. «No hay para tanto», dije una y otra vez a mi cuerpo… Pero éste se negaba a hacerme caso.
El apartamento de Kellan estaba cerca de la universidad, de modo que no tardamos en llegar. Antes de que me diera cuenta, entró en el aparcamiento. El corazón me latía a una velocidad absurda. Supuse que estaba pálida…, o que parecía enferma…, cuando Kellan aparcó el coche. Me miró preocupado, abrió la puerta y se bajó. Confundida, lo observé rodear el coche y abrir la puerta de mi lado.
Sonreí con cierto desdén.
—Creo que soy capaz de hacerlo yo misma —dije al tiempo que me levantaba del asiento.
Él se rió y me tomó de nuevo la mano. Deleitándome con su reconfortante calor, se la apreté con fuerza y él sonrió.
—Anda, vamos —dijo, señalando el imponente edificio de ladrillo donde asistiría a clase.
Cuando echamos a andar en dirección a éste, miré a Kellan intrigada.
—¿Adónde vas?
Él me miró riéndose de nuevo.
—Te acompaño a clase…, como es natural.
Puse los ojos en blanco, sintiéndome como una estúpida por el hecho de que él se creyera en la obligación de hacerlo. Yo era más que capaz de afrontar… ese bochorno.
—No es necesario. Puedo ir yo sola.
Él me apretó la mano para darme ánimos.
—Quizá desee hacerlo. —Aparté la vista de su rostro cuando nos acercamos al edificio y él abrió la puerta para que yo pasara—. A fin de cuentas, no puede decirse que por las mañanas esté muy ocupado. Probablemente, me habría quedado en la cama durmiendo. —Sonrió irónicamente cuando lo miré de nuevo y me reí.
—Entonces ¿por qué te levantas tan temprano?
Él también se rió cuando echamos a andar por el pasillo; más de una mujer se volvió para observar a ese magnífico ejemplar masculino cuando pasamos junto a ella.
—No lo hago porque quiera…, te lo aseguro. Prefiero quedarme a dormir que funcionar con cuatro o cinco horas de sueño.
—Entonces vete a casa y échate una siesta —dije cuando nos aproximamos al aula.
—Lo haré. —Kellan sonrió al abrir la puerta del aula y me pregunté si iba a acompañarme hasta mi asiento. Pero debió de ver mi gesto de extrañeza y sonrió—. ¿Quieres que entre contigo?
Le solté la mano y lo aparté de un pequeño empujón.
—No —contesté con tono de guasa. Caminar junto a él me había ayudado a tranquilizarme. Me sentía más relajada. Ladeé la cabeza y lo observé en la puerta un momento.
—Gracias, Kellan. —Me incliné hacia él y le besé con dulzura en la mejilla.
Me miró arqueando las cejas, con una pequeña sonrisa en los labios.
—De nada. Te recogeré más tarde.
Empecé a protestar:
—No es necesario…
Pero me interrumpió con una expresión irónica, de modo que cerré la boca y sonreí.
—De acuerdo… Hasta luego.
Paseó la vista por el aula antes de volverse de nuevo hacia mí.
—Que te diviertas. —Acto seguido, dio media vuelta y se marchó, y no pude evitar contemplar su trasero durante unos instantes. Por desgracia, se volvió y me pilló mirándolo de nuevo. Sonrió y se despidió con la mano, pero yo me puse roja como un tomate, sintiéndome como una cretina.
En serio, a veces Kellan estaba de un guapo subido que era demasiado. Cuando entré en el aula, comprobé que no era la única que pensaba eso. La mayoría de las chicas que estaban cerca seguían con la vista clavada en la puerta, quizá preguntándose si Kellan iba a regresar al aula. Algunas se reían como tontas y charlaban entre sí, señalando el pasillo. Otras me señalaban a mí.
De no haberme puesto colorada cuando él me había pillado observándolo, me habría sonrojado por haberme convertido de pronto en el centro de atención. Un desagradable efecto colateral de aparecer junto a Kellan era que, cuando él se iba, la gente se preguntaba quién era yo. Comprendí que mi plan de sentarme al fondo para que nadie se fijara en mí no daría resultado. Pasé con prisas junto a un grupo de chicas mientras dos me miraban como si fueran a pedirme que me sentara junto a ellas…, seguramente para cotillear sobre Kellan. Yo no estaba de humor para ponerme a charlar con gente que no conocía, de modo que me instalé en un asiento al fondo del aula, junto a tan sólo un par de personas. Algunas mujeres tomaron nota de dónde me sentaba, pero no me siguió ninguna.
La clase fue muy interesante y, antes de que me diera cuenta, concluyó. Sonreí al pensar en lo agradable que había sido la experiencia y que me había preocupado de forma innecesaria. Era una buena estudiante. Mi hermana siempre me decía que era más intelectual que inteligente en el sentido práctico. Yo no estaba muy segura de si eso era una ofensa, pero Anna tenía razón. Los estudios y los exámenes se me daban mucho mejor que tratar con la gente. No sabía muy bien qué opciones de carrera ofrecía eso. Aún no había decidido si debía especializarme en algo, pero me inclinaba por el inglés. De nuevo, no estaba segura de qué tipo de trabajo obtendría con eso. A veces, envidiaba la certeza que tenía Denny con respecto a su vida. Siempre había sabido lo que quería hacer, y lo hacía. Yo no tenía ni pajolera idea.
Fiel a su palabra, cuando salí Kellan me esperaba junto a la puerta. Al verlo sonreí, aunque no era preciso llamar la atención sobre su persona. Cuando me acerqué, me tomó la mano. Un par de mujeres que se habían fijado antes en él salieron en ese momento del aula. Les dirigió una media sonrisa, y ellas se rieron tontamente. Puse cara de resignación y sacudí la cabeza, reprochándole su incesante afán de flirtear.
—Vamos, don Juan —murmuré, alejándolo de las chicas que se reían como tontas.
Él arrugó el ceño, pero luego se echó a reír.
—¿Qué te ha parecido la clase?
—¡Fantástica! —Hizo un gesto con la cabeza ante mi entusiasmo. Al parecer, una clase de Economía no le parecía tan interesante como a mí. Sonreí al imaginarlo asistiendo a clase, muerto de aburrimiento—. ¿Te echaste la siesta?
Sonrió y asintió con la cabeza.
—Sí, durante una hora. Puedo aguantar hasta las tres de la mañana.
Lo miré perpleja.
—¿Cómo lo consigues?
Se rió cuando salimos del edificio.
—Es un don…, una maldición.
Durante el resto de la semana, me llevó cada día a la universidad y vino a recogerme después de clase, lo cual era innecesario, puesto que Denny me había dejado su preciado Honda; pero era agradable, porque yo detestaba conducir un coche con el cambio de marchas manual. Charlábamos y reíamos animados. Él me preguntaba sobre mis clases y los aspectos que me gustaban más y menos de ellas. Cada mañana, insistía en acompañarme a pie hasta el aula de mi primera clase, lo cual tampoco era necesario pero sí muy amable por su parte. Al verlo, las chicas guardaban silencio, prácticamente babeando, mientras él se despedía de mí cada mañana. Como es natural, él era muy consciente de la atención que despertaba y correspondía guiñándoles el ojo. Después de clase, me esperaba junto a la puerta o en el aparcamiento, en una ocasión con un espresso, lo cual me hizo muy feliz.
Kellan hizo que esa primera semana en la universidad fuera una agradable transición para mí, cuando yo me había temido lo peor. Le estaba muy agradecida por ello. De hecho, sólo hubo una cosa en toda la semana que me disgustó…, y no era una insignificancia. Denny.
Cuando llegó el fin de semana, mi mosqueo con él había aumentado de forma exponencial. Al principio de ausentarse, me llamaba todos los días. Al cabo de un tiempo, empezó a llamarme cada dos días. Pero esa semana hacía cinco días que no sabía nada de él, ¡nada en absoluto! La última conversación que habíamos tenido había sido la víspera de que empezaran las clases. Me molestó que no me hubiera llamado para preguntarme cómo me había ido. Dejé un mensaje en su hotel, pero estaba tan ocupado con su nuevo trabajo que apenas paraba allí. De modo que el domingo por la noche, después de ponerme el pijama y prepararme para meterme en la cama, decidí volver a llamarlo. Cuando por fin me comunicaron con su habitación, me sentí eufórica… al principio.
—Hola, cielo. —Su cálido acento me llenó de felicidad, pero su voz sonaba cansada.
—¡Hola! ¿Estás bien? Te noto muy cansado. Si quieres, puedo llamarte mañana. —Me mordí el labio, confiando en que no me pidiera que lo hiciera. Me apoyé contra la encimera de la cocina y crucé los dedos.
—No, me alegro de que me hayas llamado. Tengo que hablar contigo. —De pronto, deseé que me hubiera pedido que lo llamara mañana. El pánico se apoderó de mí, produciéndome una opresión en el estómago.
—¿Sobre qué? —pregunté, procurando que mi voz sonara normal.
Él se detuvo y el corazón me empezó a latir con furia.
—He hecho algo que creo que no te gustará.
Al instante, se me ocurrió una larga lista de cosas que pudo haber hecho que me disgustarían. Pensé brevemente en Kellan, y lo que pudo haber ocurrido entre nosotros mientras veíamos aquella estúpida película. A Denny desde luego no le habría gustado. Sentí un nudo en la garganta, y pregunté con voz ronca:
—¿El qué?
Denny hizo una larga pausa y de pronto sentí deseos de gritarle que me lo dijera de una vez.
—El martes por la noche, después del trabajo… —Se detuvo de nuevo y en mi aterrorizada mente irrumpió mi peor pesadilla—. Mark me ofreció un trabajo permanente aquí…
Sentí un profundo alivio; había imaginado algo mucho más terrorífico.
—Denny, me habías asustado…
Él me interrumpió.
—He aceptado.
Mi mente no reaccionó. Tardé un segundo captar el significado de sus palabras. Cuando lo comprendí, dejé de respirar.
—De modo que… ¿no vas a regresar?
—Es la oportunidad de mi vida, Kiera. Nunca ofrecen cargos de responsabilidad a becarios en prácticas. —Su voz temblaba a través del teléfono. Era evidente que le costaba decírmelo. Odiaba herirme—. Por favor, trata de entenderlo.
—¿Entenderlo? ¡Lo dejé todo para venir aquí contigo! ¿Y ahora me dices que vas a abandonarme aquí? —Las lágrimas afloraron a mis ojos, pero las reprimí. No era el momento de perder el control.
—Son sólo dos años… Cuando termines la universidad, puedes venir a reunirte aquí conmigo —dijo con tono implorante—. Pronto volveremos a estar juntos. Tucson te gustará tanto como a mí.
Sentí que el alma se me caía a los pies. ¿Dos años? Vivir unas semanas sin él había sido brutal. ¿Cómo podría soportar una ausencia de dos largos años? Jamás habíamos estado separados tanto tiempo.
—No, Denny.
Él no respondió de inmediato. El silencio era ensordecedor.
—¿Qué quieres decir?
—¡No! ¡Quiero que vuelvas! Que te quedes conmigo, que busques otro trabajo. Eres brillante, no tardarás en encontrar otra cosa. —Ahora era yo quien le imploraba a él.
—Esto es lo que quiero… —murmuró.
—¿Más que a mí? —En cuanto lo dije, comprendí que era una pregunta injusta, pero estaba furiosa.
—Kiera… —Pronunció mi nombre con voz entrecortada—. Sabes que no es eso…
—¿Ah, no? —La ira me dominaba—. Pues, al parecer, has elegido tu trabajo en lugar de a mí, que me dejas. —Una pequeña parte de mi cerebro quería detener esa espantosa conversación, dejar de herirlo, pero no pude.
—Cariño, son sólo dos años. Iré a visitarte siempre que pueda… —Lo intentó de nuevo débilmente, con un marcado acento cargado de emoción.
Estaba furiosa. Dos años…, ¡dos malditos años! Sin meditarlo, sin dignarse siquiera a consultármelo, había aceptado una carrera en una ciudad a miles de kilómetros de allí, ¡y me había ocultado la noticia durante dos días! Me había quedado en Seattle. Mis padres se habían mostrado bastante comprensivos con el hecho de que me mudara de ciudad, principalmente debido a la beca. ¡No dejarían que me trasladara a otra universidad en otro Estado! Se negarían a correr con los gastos, y yo no podía costearme dos años de universidad. Esa beca que había conseguido era la oportunidad de mi vida. Estaba convencida de que el destino no volvería a ofrecerme una oportunidad como esa.
Tendría que quedarme hasta que terminaran las clases…, y él lo sabía.
¡Lo sabía! Furiosa, mi mente llegó a la conclusión más probable: Denny quería que me quedara allí. Quería que estuviéramos separados. Quería abandonarme. Quería romper conmigo. Sentí como si un fuego me abrasara la tripa. No estaba dispuesta a dejar que fuera él quien tomara la iniciativa.
—¡No te molestes en venir a visitarme, Denny! ¡Has hecho tu elección! ¡Espero que seas feliz con tu trabajo! —Pronuncié la última palabra con aspereza—. Yo me quedaré aquí y tú allí. Hemos terminado… Adiós.
Después de colgar el teléfono bruscamente, lo desenchufé. No quería que me volviera a llamar. Estaba tan furiosa que no quería volver a hablar con él. La idea de no volver a verlo nunca más me produjo tal desesperación que apenas podía respirar. Empecé a boquear y la cabeza me daba vueltas. Me senté en el suelo mientras las lágrimas caían por mis mejillas, incapaz de reprimir los sollozos.
Al cabo de lo que me parecieron horas de experimentar un dolor lacerante, me levanté. Me acerqué al frigorífico para ponerme un vaso de agua, pero en la parte interior de la puerta había una botella de vino que aún no habíamos descorchado. La tomé en vez del agua y bebí un trago de la misma botella. Sabía que era una estupidez tratar de resolver mi desesperación de esa forma, pero necesitaba algo. Necesitaba algo que embotara mis sentimientos. Ya resolvería el problema más tarde.
Tomé un vaso de agua en lugar de una frágil copa, lo llené de vino hasta el borde y empecé a beber. El alcohol me escocía la garganta. El vino no debía beberse así, pero yo ansiaba aliviar mi dolor.
Tardé tan sólo unos momentos en apurar el vaso y rellenarlo de inmediato. Los sollozos habían cesado, aunque me seguían rodando algunas lágrimas por las mejillas. Veía el rostro de Denny en mi mente, sus hermosos y cálidos ojos castaños, su sonrisa de despistado, su atractivo acento, su risa fácil, su cuerpo, su corazón. Sentía que el mío estaba destrozado y bebí otro largo trago de vino.
Esto no es real, me repetía. Era imposible que las cosas hubieran terminado así, era imposible que hubiéramos roto. Él me decía siempre que yo era su corazón, y uno no abandona a su corazón. No puedes vivir sin tu corazón.
Apuré el segundo vaso de vino y empecé a servirme el tercero, y desgraciadamente el último, cuando oí que se abría la puerta principal.
Debía de ser muy tarde, o muy temprano, según como se mire, y Kellan había regresado a casa después de pasar la velada en el bar de Pete con los chicos. Entró en la cocina y arrojó sus llaves sobre la encimera. Al verme allí, se detuvo. Yo no solía estar despierta a esas horas las noches que no trabajaba.
—Hola.
Me volví hacia él sin dejar de beber. Al moverme, noté que la cabeza empezaba a darme vueltas. Mejor.
Lo observé en silencio. Sus ojos azules estaban un poco vidriosos. Supuse que se habría tomado un par de copas, o más, con la banda. Lucía el atuendo básico que prefería: una camiseta bastante ajustada, unos vaqueros azules desteñidos y unas botas de trabajo de color negro. Quizá fuera el vino, o quizá mi dolor, pero esa noche me pareció que estaba espectacular. Su pelo, alborotado y desgreñado, tenía un aspecto muy sexy. Caray, pensé con la parte de mi cerebro que aún era capaz de pensar. Mirarlo me reconfortaba más que el vino.
—¿Estás bien? —Kellan ladeó la cabeza un poco y me miró extrañado. Estaba increíblemente atractivo, y dejé de beber durante unos instantes.
No. —La palabra sonó lenta a mis oídos; el vino circulaba a través de mi organismo. Estaba lo bastante sobria para apresurarme a añadir—: Denny no piensa volver… Hemos terminado.
Al instante, en su hermoso rostro se reflejó un profundo pesar y se acercó a mí. Durante un segundo, pensé que iba a abrazarme. Mi corazón empezó a latir de forma acelerada. Pero, en lugar de abrazarme, se apoyó contra la encimera, poniendo las manos en el borde de la misma. Yo seguí bebiendo mi vaso de vino y observando cómo me observaba él a mí.
—¿Quieres hablar de ello?
Me detuve antes de responder:
—No.
Él miró la botella vacía sobre la encimera y el vaso que yo estaba apurando.
—¿Te apetece una copa de tequila?
Por primera vez en lo que me parecieron años, sonreí.
—Por supuesto.
Él abrió la alacena sobre el frigorífico y rebuscó entre un montón de bebidas alcohólicas que yo ni siquiera sabía que estaban allí. Al levantar el brazo, su camisa se arremangó de forma muy seductora, mostrando unos centímetros de piel sobre su cintura. Los dolorosos pensamientos sobre Denny empezaron a remitir mientras observaba a ese hombre increíblemente atractivo. ¡Qué sexy era el condenado!
Cuando localizó lo que buscaba, se volvió hacia mí. Yo suspiré cuando su camisa descendió de nuevo. De pronto, una sensación de profunda soledad invadió mi cerebro saturado de alcohol. Me había quedado sola. Había viajado hasta allí para estar con Denny, y me había quedado completamente sola. Observé el cuerpo de Kellan moverse de manera sugerente debajo de su ropa mientras cogía dos vasos, sal y unas limas. Mi sensación de soledad se disipó, dando paso a algo muy distinto.
Kellan llenó las copas sonriendo de un modo cautivador y me dio la mía.
—Un remedio para las penas, según dicen.
Al tomar la copa, mis dedos rozaron los suyos. Ese leve roce hizo que sintiera un calor abrasador en la mano y pensé distraídamente que ése era sin duda el mejor remedio.
Había visto a muchas personas en el bar beberse unos chupitos de tequila. Yo misma había tomado un chupito en alguna ocasión. Pero la forma en que lo hacía Kellan era de lo más sexy. Al observarlo, me sentí sucia. El vino que circulaba por mi organismo convertía cada movimiento que él hacía en algo erótico. Utilizó un dedo empapado en alcohol para humedecer el dorso de su mano y luego la mía. A continuación, derramó un poco de sal sobre ellas; me sorprendió el calor que irradiaba la parte de mi mano que él había tocado. Lo observé lamer con la lengua la sal en el dorso de su mano, el movimiento que hacía su pronunciada mandíbula mientras se bebía el chupito de tequila, frunciendo los labios al chupar la lima. Sentí que se me cortaba la respiración.
Traté de recobrar la compostura y me bebí el tequila, cuyos efectos sentí de inmediato. Si el vino me había escocido la garganta, esto me la abrasaba. Torcí el gesto y Kellan se rió de mí, convirtiendo su sonrisa en algo maravilloso.
Se apresuró a preparar otros dos tragos. No dijimos nada. Yo no tenía ganas de conversar en esos momentos, y él pareció darse cuenta. Bebimos en silencio nuestro segundo chupito y esa vez no torcí el gesto.
Cuando íbamos por nuestro tercer tequila, sentí una agradable sensación de calor y un cosquilleo. Me costaba mantener la mirada enfocada, pero seguía observando cada movimiento de Kellan con gran atención. De haber estado en su lugar, me habría sentido muy incómoda ser el objeto de una atención constante, pero ni siquiera parecía darse cuenta. Recordé a sus enloquecidas admiradoras en el bar y supuse que estaba acostumbrado a ello.
Al cuarto chupito, observé que sus ojos mostraban un aspecto aún más vidrioso. Sonreía con facilidad y naturalidad. Al llenar nuestros vasitos de tequila, derramó unas gotas del licor, y se rió al tomar la lima. Lo observé mientras la chupaba y sentí el absurdo e intenso deseo de chuparla junto con él.
Al quinto tequila, toda la desesperación, soledad y dolor que había sentido al principio de la velada se había transformado en otra cosa: deseo. Concretamente, el deseo de acostarme con ese hombre semejante a un dios que estaba ante mí. Recordé la descarga eléctrica que se había producido entre nosotros unas noches atrás, y, ya fuera real o no, deseé sentir de nuevo esa pasión.
Sin pensar, hice lo que había deseado hacer desde que me había bebido el primer chupito. Le sujeté la mano en el momento en que inclinó la cabeza para lamer la sal. Oprimí ligeramente la lengua contra el dorso de su mano, gozando con la grata mezcla de la sal y el sabor de su piel. Él contuvo el aliento mientras me observaba tomarme mi chupito de tequila. Dejé rápidamente el vasito sobre la encimera e introduje la rodaja de lima en su boca entreabierta. Acerqué mis labios a los suyos. Chupé la rodaja de lima un poco, apretando los labios ligeramente contra los suyos. Sentí un fuego que me abrasaba el cuerpo.
Me aparté lentamente, llevándome la rodaja de lima con la boca. Su respiración se hizo más acelerada y trabajosa. Me saqué la rodaja de lima de la boca y la dejé sobre la encimera, lamiéndome los dedos. Kellan apuró su vasito de tequila de un trago, sin apartar los ojos de los míos. Lo depositó de forma brusca sobre la encimera, se pasó la lengua por el labio inferior, me agarró por el cuello y me besó en la boca.