5
Sola

Esa primera semana fue la más larga de mi vida. Como las clases no habían comenzado aún y no tenía nada que hacer en todo el día, empecé a pensar de forma obsesiva en ello. Sentía cómo transcurría lentamente cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día.

Kellan hacía lo que podía para distraerme. Charlaba conmigo mientras tomábamos café, me enseñó a tocar la guitarra (que yo hacia espantosamente mal), y un día me llevó a correr con él. No tardé en desarrollar una profunda antipatía hacia Seattle, una ciudad muy bonita pero no apta para corredores que preferían un terreno llano y ovalado a unas colinas que te hacían polvo las piernas. Tuve que detenerme a mitad de la carrera para darme media vuelta y regresar a casa a pie. Kellan se rió, pero se ofreció a acompañarme a casa caminando. Me sentía sin fuerzas y un tanto estúpida, y le dije que terminara su carrera y me fui a casa para regodearme en mi desgracia.

Kellan me acompañó a la tienda de ultramarinos cuando mis provisiones empezaron a agotarse. Fue divertido pero al mismo tiempo bochornoso. Por suerte, no necesitaba comprar artículos típicamente femeninos, pues me habría avergonzado hacerlo en presencia de Kellan. De todos modos, hizo que me ruborizara al arrojar una caja de condones dentro del carro. Tomé la caja mientras miraba con discreción a mi alrededor horrorizada y se la devolví apresuradamente como si me quemara en las manos. Al principio, él se negó a aceptarla, mirándome con una sonrisa irónica pintada en la cara. Pero, a medida que mi expresión y mis ademanes se hacían más frenéticos, por fin tomó la caja de mis manos y volvió a dejarla en el estante, riéndose de mi turbación.

Después de superar rápidamente el incidente, empujé el carro por el pasillo de la tienda mientras Kellan, canturreando en voz baja las canciones horteras que sonaban como música de fondo (se las sabía todas), metía algunos objetos —sólo los que yo aprobaba— en el carro. Sonreí al contemplar su atractivo y risueño semblante. Habíamos recorrido la mitad de la tienda y enfilamos el pasillo de los cereales cuando de pronto la canción que cantaba dio paso a un dueto. Me miró con aire interrogante, esperando que yo hiciera el papel de la chica, y me ruboricé. No era una cantante.

Él se rió al ver mi expresión de desgana, y cantó su parte más fuerte, retrocediendo y haciendo unos gestos como si me dedicara la canción. Era muy embarazoso y algunas personas sonreían al pasar junto a nosotros, divertidos con las tonterías que hacía Kellan. Pero él no hizo caso y siguió dándome una serenata, observando cómo mi rostro se ponía rojo como un tomate. Sus ojos chispeaban de gozo al observar mi bochorno.

Extendiendo las manos en un gesto como diciendo «venga, ánimo» y arqueando una ceja, esperó de nuevo a que yo cantara el papel de la chica. Yo me negué sacudiendo la cabeza con obstinación, y le golpeé suavemente en el brazo, confiando en que dejara de mortificarme. Él se rió y me tomó la mano, obligándome a girar en círculo en medio del pasillo. Después de hacerme dar un par de vueltas, me atrajo hacia él. Incluso me sujetó por la cintura y me inclinó hacia atrás, sin dejar de cantar. Una pareja mayor que pasó junto a nosotros nos miró sonriendo.

Me ayudó a incorporarme, riendo, y por fin empecé a cantar en voz baja el papel de la chica. Él sonrió de forma encantadora y luego, entre risas, me soltó. Terminamos nuestras compras… y la canción. A partir de entonces, cada vez que me pedía que cantara yo lo complacía. Era demasiado embarazoso negarme.

Más bien para matar el tiempo que otra cosa, llamé de mala gana a mis padres sin mucho entusiasmo. No pensaba decirles que Denny había abandonado a su hijita sola en una ciudad extraña, pero se me escapó, y tuve que soportar durante una hora un sermón trufado de comentarios como «ya sabía yo que era un indeseable, que acabaría haciéndote daño». Por enésima vez, les dije que pensaba quedarme en Seattle, que me sentía a gusto allí. En todo caso, me sentiría a gusto cuando Denny regresara. Les aseguré reiteradamente que no debían preocuparse por mí.

Denny llamaba dos o tres veces al día, y su llamada se convirtió en el momento más importante de mi jornada. Yo permanecía cerca de la cocina, esperando a que el teléfono sonara para hablar con él. Al cabo de unos días, eso empezó a irritarme. No era una niña. Podía soportar que transcurriera un día sin hablar con él, suponiendo que me llamara y yo no estuviera en casa. En todo caso, unas horas. Traté de no obsesionarme demasiado…, pero, como es natural, atesoraba cada llamada que recibía de él.

—Hola, cielo.

Yo era consciente de que sonreía como una idiota cuando hablaba con él por teléfono, pero no podía evitarlo. Añoraba su voz.

—Hola —dije pronunciando la palabra casi como un suspiro—. ¿Cómo estás? ¿Vas a regresar pronto a casa? —Me estremecí al darme cuenta de que sonaba como mis padres.

Denny también se dio cuenta y se echó a reír.

—Estoy perfectamente, cansado pero perfectamente. Aún falta mucho para que terminemos el trabajo…, lo siento. —Su voz denotaba que lo sentía realmente y no pude evitar sonreír.

—No te preocupes… Pero te echo mucho de menos.

Él volvió a reírse.

—Yo también te echo de menos.

Ésta era prácticamente nuestra rutina cotidiana. «¿Vas a volver pronto a casa?» «No». «Te echo de menos». «Yo también te echo de menos». Sonreí al comprender lo mucho que quería a ese bobo.

—Iba a comer algo y luego a acostarme. ¿Qué vas a hacer en tu noche libre? —Denny emitió un leve gemido como si acabara de dejarse caer en una silla, agotado.

Yo suspiré.

—Nada, y esta noche la banda de Kellan toca en Razors, de modo que me quedaré sola aquí… —El último comentario lo dije apresuradamente mientras echaba un vistazo alrededor del apartamento, que de pronto se me antojó enorme. ¿Cómo pude haber pensado que era pequeño?

—¿Por qué no vas? —me preguntó Denny bostezando un poco.

Miré el teléfono, perpleja.

—¿Qué?

—Con Kellan… ¿Por qué no vas a oír tocar a la banda? Al menos te distraerás… —Denny bostezó de nuevo suavemente, y, por el ruido que hizo, me pareció que acababa de tumbarse en la cama.

—Estás hecho polvo, ¿verdad? —pregunté. Me sentía fatal por mantenerlo despierto, pero no quería colgar todavía.

—Sí, pero no te preocupes. —Lo oí sonreír a través del teléfono—. Me quedaré despierto para hablar contigo.

Sentí que unas empecinadas lágrimas afloraban a mis ojos. Lo echaba mucho de menos.

—No quiero impedir que descanses. Podemos hablar por la mañana, antes de que vayas a trabajar. Desayunaremos juntos. —Traté de que mi voz sonara alegre ante esa perspectiva, pero, en realidad, deseaba romper a llorar y suplicarle que regresara a casa.

Él bostezó de nuevo.

—¿Estás segura? No me importa…

No, quería hablar con él toda la noche.

—Sí, anda, come algo, vete a la cama y regresa pronto junto a mí.

—Te amo, Kiera.

—Yo también te amo… Buenas noches.

Bostezó por última vez y colgó.

Contemplé el auricular durante un minuto mientras la obstinada lágrima rodaba por mi mejilla. Sólo habían pasado nueve días y estaba hecha un mar de lágrimas, sintiéndome sola. Eso me irritó. Puede que Denny tuviera razón y debía salir. Al menos, conseguiría que la noche transcurriera más deprisa. Antes de que me diera cuenta, sería la hora de desayunar. Ese pensamiento me animó. Me enjugué las lágrimas y subí a la habitación de Kellan.

Llamé a la puerta, que estaba cerrada, y él respondió de inmediato:

—Pasa.

En cuanto entré, me puse como un tomate; Kellan aún no estaba del todo vestido. Estaba de pie junto a la cama, de cara a la puerta, abrochándose los vaqueros. Su camiseta limpia estaba sobre la cama y su increíble cuerpo, musculoso y definido, estaba aún ligeramente húmedo porque acababa de salir de la ducha.

Me miró con curiosidad y preguntó:

—¿Qué ocurre?

Me di cuenta de que estaba en el umbral, mirándolo boquiabierta. Me apresuré a cerrarla.

—Esto… Me preguntaba si… podía acompañarte a Razors…, para escuchar a la banda… —Con cada palabra que surgía de mis labios me sentía más como una idiota. De pronto, deseé haber abierto la puerta de mi habitación, en lugar de la suya, para pasar la noche despotricando contra todo.

Sonriendo de oreja a oreja, Kellan cogió su camiseta de la cama.

—¿En serio? ¿No estás harta de oírme cantar y tocar la guitarra? —Me guiñó el ojo mientras se enfundaba la camiseta sobre su fabuloso cuerpo.

Tragué saliva. No podía evitar mirarlo fijamente. Al caer en la cuenta de que lo miraba de nuevo boquiabierta, volví a cerrarla.

—No…, aún no. De todos modos, así me distraeré. —Enseguida me arrepentí de haber dicho eso, pues probablemente sonaba muy descortés.

Él emitió una deliciosa carcajada mientras se pasaba los dedos por su espesa y húmeda cabellera; luego, después de tomar algo de su tocador, se pasó de nuevo las manos por el pelo, atusándoselo hasta dejarlo maravillosamente alborotado. Yo lo observé intrigada. No había visto nunca a nadie peinarse de esa forma. Ni siquiera se miró en el espejo, sabía instintivamente cómo atusarse el pelo de modo que quedara perfecto, fabulosamente sexy.

Yo pestañeé cuando me habló.

—De acuerdo, estoy casi listo. —Se sentó en la cama para calzarse sus botas de trabajo y dio una palmadita en el espacio junto a él. Me senté y lo observé, sintiéndome como una tonta por haber ido a su habitación—. ¿Era Denny el que llamó?

—Sí…

Kellan se detuvo y me miró unos instantes.

—¿Tiene idea de cuándo regresará? —preguntó, tomando su otra bota.

—No —suspiré.

Él me miró sonriendo deliciosamente.

—Estoy seguro de que no tardará mucho en volver. —Se levantó y cogió la más nueva de sus dos guitarras, que guardó en un estuche que estaba abierto sobre la cama—. El tiempo pasa volando… De veras. —Me sonrió de forma tan reconfortante que le devolví la sonrisa—. ¿Estás lista? —me preguntó, cerrando el estuche y colgándose la correa del hombro.

Asentí con la cabeza y bajamos la escalera. Kellan cogió sus llaves, yo tomé mi carné de identidad y algo de dinero de las propinas, y nos marchamos.

La noche en Razors resultó, para mi sorpresa, divertida. Era un bar más pequeño que el de Pete. Consistía en un local alargado y rectangular, con una pequeña zona destinada a la banda en la parte delantera y una barra larga adosada a la pared, y el resto del espacio estaba ocupado por mesas y sillas. Kellan me instaló en la mesa más cercana, para que pudiera ver de cerca la actuación de la banda.

Esa noche, tocaron extraordinariamente bien, desde luego, pero con un sonido más suave. Parecía casi una actuación en privado, dedicada a mí y a una veintena de mis amigos más íntimos. Kellan se sentó en un taburete mientras cantaba y rasgueaba su guitarra, y, puesto que el grupo de rendidas admiradoras casi había desaparecido, apenas tenía nadie con quien flirtear. Lo cual no significa que las chicas y los tíos que estaban presentes no lo aplaudieran y jalearan, pero eran sobre todo clientes del local que habían venido esa noche por casualidad, no las enloquecidas fans que lo acosaban constantemente en el bar de Pete, donde la banda tocaba prácticamente cada noche.

Yo estaba fascinada por la actuación de Kellan, escuchando con atención la letra de las canciones y el timbre de su voz, e incluso coreando en voz baja algunas canciones, y él, al darse cuenta, me dirigió una sonrisa maravillosa. Denny había tenido una idea genial, y la velada en efecto pasó volando. Antes de que me diera cuenta, los chicos recogieron sus cosas y Kellan se despidió de algunas personas que conocía allí…, besando de forma solícita a algunas mujeres en la mejilla. Luego, nos montamos en su coche y regresamos a casa.

Durante el trayecto, sonrió y canturreó suavemente la última canción que había tocado la banda, marcando el ritmo con los pulgares sobre el volante. Se daba la circunstancia de que era la canción que me había conmovido tanto la noche que llegamos a Seattle, la canción que me había permitido atisbar el interior de Kellan. Me recliné en el asiento y me volví para mirarlo. Al notar que yo lo observaba detenidamente, sonrió a través de la letra de la canción.

—Esta canción me encanta —dije sonriendo también. Él asintió sin dejar de cantar—. Parece importante para ti. ¿Significa algo? —No pretendía hacerle esa pregunta. Pero era demasiado tarde.

Él dejó de cantar y me miró con curiosidad.

—Mmm —respondió, dejando de tamborilear sobre el volante y fijando de nuevo la vista en la carretera.

—¿Qué? —pregunté con timidez, confiando en no haberlo ofendido.

Pero él me miró sonriendo, sin dar muestra de sentirse molesto.

—Nadie me lo había preguntado antes. Al menos, nadie fuera de la banda.

Se encogió de hombros y escrutó mi rostro. Me sonrojé y volví la cabeza, preguntándome si me consideraba una idiota por habérselo preguntado.

—Sí… —dijo en voz baja.

Pestañeé y me volví de nuevo hacia él, pensando que quizás había vuelto a expresar en voz alta mis pensamientos y que él estaba de acuerdo con que era una idiota. Pero sonrió con dulzura y añadió:

—Significa mucho para mí…

No dijo nada más. Me mordí el labio y tomé la decisión de no hacerle más preguntas, por más que lo deseara. Por la forma en que miraba fijamente la carretera, y por la forma en que de vez en cuando me observaba por el rabillo del ojo, deduje que no quería seguir hablando más sobre el tema. Me costó bastante esfuerzo, pero respeté sus deseos y no le pregunté nada más.

Al día siguiente, durante nuestra conversación teléfonica-desayuno, conté a Denny mi velada y se alegró de que me hubiera divertido sin él. Eso no me hizo mucha gracia, pues quería divertirme con él, pero supongo que tenía razón. Necesitaba salir más y pasármelo bien en su ausencia. Era inútil obsesionarme con mi desgracia.

De modo que empecé a salir más con Jenny. De hecho, el domingo por la tarde vino a nuestra inhóspita casa. Se mostró tan sorprendida como me había mostrado yo al comprobar lo poco acogedora que era. Dedicamos la tarde a visitar todas las tiendas de la ciudad que vendían objetos rebajados y de segunda mano, en busca de artículos económicos pero decorativos que alegraran el apartamento.

Adquirimos un par de bonitos objetos art déco para el cuarto de estar, un par de grabados paisajísticos para mi habitación, unos pósteres de café y, por supuesto, uno de té para la cocina, y una interesante fotografía de una cascada para el baño. Incluso encontré unos viejos pósteres de los Ramones que supuse que le gustarían a Kellan, ya que su habitación estaba tan desnuda como el resto de la casa.

Compré un montón de marcos y llevé a revelar unas fotografías que habíamos tomado con la cámara de Denny la primera semana en Seattle. En algunas aparecíamos Denny y yo, en un par aparecían sólo los chicos y en unas cuantas, incluyendo mi favorita, que quería compartir con mi familia, aparecíamos los tres. Como es natural, compramos varios artículos típicamente femeninos: unas cestas, unas plantas decorativas y unas bonitas toallas para el baño. Incluso adquirí un contestador automático a buen precio, para no estresarme tanto por la posibilidad de perderme una llamada telefónica.

No sabía si a Kellan le gustaría que diéramos un toque femenino a su apartamento, pero cuando regresamos de nuestras compras no estaba en casa. Nos apresuramos, riendo como tontas, a colocarlo todo antes de que regresara. Justo estábamos terminando de decorar la cocina cuando apareció.

Al vernos a Jenny y a mí colgando el último póster de café en la cocina, sonrió, moviendo un poco la cabeza. Luego, dio media vuelta, riéndose, y subió a su habitación. Jenny y yo interpretamos su reacción como un comentario al estilo de «queda bien», de modo que, riendo de gozo, nos apresuramos a concluir nuestro proyecto de decoración.

Al poco rato, cuando Jenny tuvo que marcharse para comenzar su turno, le di las gracias por distraerme y ayudarme a decorar nuestra casa. Ella se despidió de Kellan desde el pie de la escalera, y, al oírlo responder «adiós», se despidió de mí agitando la mano y se fue. Pensando que a Kellan quizá no le había gustado el nuevo aire que habíamos dado al apartamento, subí la escalera sigilosamente.

La puerta de su habitación estaba entornada y lo vi sentado en el borde de la cama, con los ojos fijos en el suelo y una extraña expresión en el rostro. Picada por la curiosidad, llamé a la puerta. Él alzó la mirada cuando la abrí y me indicó que pasara.

—Oye, mira…, lamento haber colocado estas cosas aquí. Si no te gusta, lo quitaré todo. —Sonreí con gesto de disculpa y me senté a su lado en el borde de la cama.

Él sonrió y meneó la cabeza.

—No, está bien. Supongo que esto estaba un poco… vacío. —Señaló sobre su hombro el póster que yo había colgado en la pared—. Eso me gusta…, gracias.

Le miré sonriendo.

—Sí, pensé que te gustaría… De nada. —Preguntándome en qué había estado pensando antes, le dije de sopetón—: ¿Estás bien?

Él me miró perplejo.

—Sí, estoy bien…, ¿por qué?

De pronto me sentí avergonzada y no supe qué decir.

—Por nada… Es que parecías… Déjalo, lo siento.

Él me miró con aire pensativo unos momentos, como si no supiera si debía decirme algo o no. Contuve el aliento bajo la intensidad de sus ojos de un azul increíble. De repente sonrió y, sacudiendo un poco la cabeza, me preguntó:

—¿Tienes hambre? ¿Te apetece que vayamos al bar de Pete? —Me dirigió una sonrisa deslumbrante—. Hace mucho que no vamos allí.

Aunque era temprano, el bar estaba abarrotado. Kellan y yo nos sentamos a su mesa habitual, y Jenny nos sonrió al acercarse para tomar nuestro pedido. Pedimos un par de hamburguesas y dos cervezas, y, mientras esperábamos nuestras bebidas, me entretuve observando a la multitud. Me parecía raro estar sentada a una mesa sola con Kellan en público, especialmente en el lugar donde trabajaba. Rita nos observó intrigada y traté de rehuir su mirada. Ella siempre tendía a pensar lo peor sobre nosotros.

Sin embargo, Kellan parecía sentirse totalmente cómodo. Estaba repantigado en su silla, con un pie apoyado sobre una rodilla, observándome. De pronto, se me ocurrió que había pasado todo el día de compras con Jenny, y luego decorando el apartamento, y ahora estaba en el bar de Pete. Hoy no había hablado con Denny. Al recordarlo fruncí el ceño. No habíamos pasado nunca un día sin hablar por teléfono. Me disgustó tanto que estuve a punto de pedir a Kellan que me llevara a casa en coche.

Al observar mi gesto de disgusto, me preguntó:

—¿Te pasa algo?

Al darme cuenta de que me comportaba como una tonta, y que podía escuchar la voz de Denny en nuestro nuevo contestador automático si me telefoneaba estando yo ausente, sonreí y me encogí de hombros.

—Sí, echo de menos a Denny. Pero estoy bien.

Kellan pensó en ello unos instantes y luego asintió con la cabeza.

Jenny nos trajo las cervezas y él se bebió la suya en silencio, sin dejar de observarme con atención. Empecé a sentirme algo incómoda y me alegré cuando, al cabo de unos minutos, Jenny nos trajo las hamburguesas. La tensión entre nosotros pasó, y nos pusimos a comer y charlar animadamente. Comimos, charlamos y nos bebimos nuestras cervezas durante… no recuerdo exactamente cuánto tiempo, pero al cabo de un rato ya no estábamos solos a la mesa.

El resto de los D-Bags aparecieron por el bar de Pete como prácticamente cada noche. Se sentaron a nuestra mesa sin imaginar siquiera que no les habíamos invitado a hacerlo. A mí no me importó. Eran unos tipos divertidos, excepto Griffin, pero, mientras se abstuviera de ponerme las manos encima, podía tolerar su presencia.

Por suerte, se sentó junto a Kellan, en el extremo opuesto a mí. Como era de esperar, le dio un golpecito en el hombro y dijo «muy bonito, tío» mientras me dirigía una mirada cargada de significado. Yo puse los ojos en blanco y Kellan se rió. Matt se sentó a mi lado, y Evan acercó una silla y se sentó en el extremo de la mesa.

Jenny se apresuró a traerles a todos sus cervezas, y, de pronto, comprendí que esa noche yo era el quinto miembro de la banda. Era interesante observar a los chicos tan de cerca, y, dado que el local estaba abarrotado, tuve numerosas oportunidades de observarlos relacionarse con otra gente. Principalmente con mujeres, claro está. La diferencia en la forma con que se relacionaban con sus fans no dejaba de ser interesante. Por supuesto, todos lo hacían, incluso el discreto Matt y el encantador Evan. Todos parecían disfrutar de su pseudoestrellato, aunque de diversa forma y en distinto grado.

En un extremo de la mesa estaba Griffin, que, de habérsele ocurrido, se habría tatuado la lista de sus conquistas en los brazos. No cesaba de relatar una y otra vez sus aventuras amorosas a cualquiera que quisiera escucharlo. A mí me parecía nauseabundo y procuraba no hacerle ni caso. Pero a los otros les parecía divertido, lo cual es muy típico de los chicos. Algunas mujeres se detenían junto a la mesa y casi babeaban de gozo al escuchar sus procaces historias. Casi me las imaginaba sustituyendo a la mujer que esa noche estaba sentada a la mesa de la banda.

Asimismo, Griffin parecía estar enzarzado en una extraña competencia con Kellan. Le preguntaba continuamente si había estado con esa u otra chica. En honor suyo debo decir que Kellan se mostraba sorprendentemente discreto sobre sus escarceos amorosos. Nunca respondía a Griffin directamente. Cambiaba con diplomacia de tema, sin revelar nunca si se había acostado con la susodicha de turno. De hecho, al recordar el tiempo que pasamos juntos allí, si Kellan había estado con una mujer, o con más de una, yo jamás lo había visto. Sólo lo había visto flirtear. Con montones de mujeres. No cabía duda que le gustaba seducir a una mujer. Yo había oído muchas historias sobre sus conquistas, pero principalmente por boca de las mujeres que trabajaban en el bar, los chicos de la banda o a través de los nauseabundos mensajes en las paredes de los lavabos. Me chocaba que un hombre tan atractivo no tuviera algún que otro ligue, y me pegunté dónde iba a buscarlos.

Incluso ahora, Kellan estaba charlando con una morena, apartándole el pelo del hombro e inclinándose sobre ella para susurrarle al oído mientras la chica se reía y deslizaba la mano sobre su torso. Al volverme, vi a Evan sentado en el borde del escenario.

Evan era un tipo exuberante y divertido…, y un seductor. Por lo que me habían contado, solía fijarse en una mujer durante poco tiempo y luego, cuando la cosa empezaba a ponerse seria, la dejaba y se dedicaba a otra. Cuando se enamoraba, lo hacía hasta las trancas, pero nunca permanecía enamorado mucho tiempo de la misma mujer. Se enamoraba con frecuencia. En esos momentos, parecía estar rendidamente enamorado de una rubia de voluminosos pechos que lucía un pantalón corto.

Sonreí y me volví hacia Matt, el único miembro de la banda que se dedicaba sólo a observar al personal, como yo. Él me devolvió la sonrisa mientras se bebía la cerveza tranquilo y en silencio.

Matt se mostraba tímido con las chicas. Nunca lo había visto acercarse a ninguna. Siempre eran ellas las que se aproximaban a él. Cuando lo hacían, dejaba que fueran ellas las que flirtearan con él y sostuvieran el peso de la conversación. Yo comprendía perfectamente a Matt y su timidez. En algunos aspectos, nos parecíamos mucho. Pero, antes de que terminara la velada, incluso Matt había captado la atención de una bonita joven, la cual acercó una silla y se sentó junto a él.

Yo puse cara de resignación, bebí un trago de mi cerveza y seguí observando a la gente, mejor dicho, a la banda. Los superficiales coqueteos que observaba a mi alrededor de pronto hicieron que sintiera una profunda añoranza por Denny. Mientras miraba mi cerveza, abatida, sentí que alguien se acercaba a mí. Al levantar la mirada, vi a Kellan, sonriendo y tendiéndome la mano. Confundida, la tomé y él me ayudó a levantarme.

—Vamos a echar una partida de billar, ¿quieres acompañarnos? —Señaló a Griffin, que apuraba el resto de su cerveza.

No me apetecía tener un trato más cercano con Griffin, pero Kellan me sonreía con afecto y al fin asentí con la cabeza. Apoyó la mano en mi espalda y nos dirigirnos a la sala de billar. Observé que la mujer con la que había estado flirteando nos seguía con un par de amigas suyas. Griffin echó a andar tras ellas con una expresión claramente libidinosa en sus ojos azul claro.

Griffin inició la partida mientras Kellan permanecía junto a mí, sosteniendo el taco. Me miró sonriendo cuando Griffin erró la primera jugada. Luego, se inclinó sobre la mesa de billar y, mirándome con una sonrisa arrogante, hizo su jugada. Yo me reí por lo bajinis cuando su bola no chocó con la otra. Kellan miró la mesa arrugando el ceño, luego me miró a mí y se rió, encogiéndose de hombros y enderezándose. La mujer con la que había estado flirteando le apoyó una mano en el estómago como para consolarlo, pero él ni siquiera la miró.

Griffin le dio una palmada en la espalda al pasar junto a él.

—¡Estupendo! ¡Gracias!

Griffin metió las dos bolas siguientes en las troneras mientras Kellan se sentaba en una banqueta a mi lado, junto a su conquista, que lo miraba como si se dispusiera a sentarse en cualquier momento sobre sus rodillas. Él le acarició distraído la parte posterior de la rodilla con el pulgar, introduciendo los dedos unos centímetros por debajo de su falda mientras observaba a Griffin darle a la bola.

Haciendo caso omiso de su flirteo, por más que hacía que me sintiera incómoda, hice un comentario sobre su forma de jugar.

—El billar no se te da muy bien —dije sonriendo jovialmente.

Él me miró riendo.

—Cierto. Gracias por fijarte. —Miró a Griffin mientras la morena le pasaba la mano por el pelo sobre la oreja—. Creo que por eso a Griffin le gusta jugar conmigo. —Se rió de nuevo y sonrió a la chica, que soltó una risita tonta.

Yo lo miré poniendo los ojos en blanco.

—Quizá si te concentraras más…

Él se volvió entonces hacia mí, fingiendo sentirse ofendido, y solté una carcajada.

Me observó unos segundos con gesto insólitamente serio, y luego rompió a reír sacudiendo la cabeza.

—Sí…, es posible.

Yo desvié la mirada y observé a Griffin meter otras dos bolas en las troneras. Lo cierto es que jugaba muy bien. Kellan rompió a reír de nuevo, como si le divirtiera algo, y lo miré. Me observaba con una sonrisa irónica mientras yo observaba a Griffin jugar.

—Jugarás con el vencedor —dijo, tocándome la rodilla ligeramente con la mano con que sostenía el taco.

Al oír eso, abrí los ojos como platos. Yo era una pésima jugadora de billar…, y él tampoco lo hacía muy bien. Más alarmada todavía, miré a Griffin, quien, entre jugada y jugada, trataba de levantarle la falda a una chica con el taco. ¡Me negaba en redondo a jugar al billar con él! Kellan se rió de manera estrepitosa al observar mi expresión, que indicaba claramente lo que pensaba.

Kellan terminó de jugar (perdió por muchos tantos contra Griffin y dijo que se retiraba) y besó a la morena, que de pronto se puso muy triste, en la mejilla. A continuación, nos despedimos de Jenny, del resto de la banda y de Rita, que nos miró con expresión divertida, y me llevó a casa en coche. Pese a lo sola que me sentía, la velada había resultado muy divertida. Pero, a pesar de haberlo pasado bien, lo primero que hice cuando Kellan y yo entramos en casa fue comprobar si tenía algún mensaje de Denny en el contestador.

Nada…, no había ninguno. Suspiré de manera entrecortada y subí a acostarme.

Después de no haber sabido nada de él la noche anterior, la llamada telefónica de Denny la noche siguiente me irritó profundamente. Él se disculpó repetidas veces, jurando que había estado muy liado con el trabajo, que no había tenido ocasión de hacer una pausa para comer y menos aún para telefonearme. Se inventó un par de creativos argumentos por haberme fallado, que me hicieron reír y aplacaron un poco mi enfado. Pero al cabo de unas noches volvió a suceder, y de nuevo unas noches más tarde.

Aparte de la preocupación y las dudas que eso me provocaba, había llegado el momento de inscribirme para estudiar en la universidad. Denny se había ofrecido a mostrarme el nuevo campus. No es que lo conociera mejor que yo, pero habíamos planeado dedicar una jornada a este menester: habíamos decidido ir un domingo por la mañana a que me inscribiera para asistir a las clases (Denny era un as a la hora de organizarme el programa perfecto), echar un vistazo a la librería, hacer la visita guiada del campus y otras cosas… juntos. Pero se había marchado, por tiempo indefinido, y tendría que arreglármelas solas.

Un miércoles por la tarde, cuando examinaba con gesto malhumorado un montón de folletos, catálogos de cursos y un mapa del gigantesco campus, Kellan entró en la cocina. Enojada de nuevo por la partida de Denny, al cabo de unos minutos derribé todos los papeles que había sobre la mesa al tiempo que soltaba unas palabrotas con tono melodramático. Por supuesto, no me había percatado de que Kellan estaba a mi espalda; de lo contrario, no habría hecho un gesto tan teatral. Lo cierto es que no me apetecía pasearme por la universidad sola, como una idiota.

Kellan se rió de mi arrebato de furia y, sorprendida, me volví hacia él.

—Me muero de ganas de contárselo a Griff. —Kellan sonrió de oreja a oreja, gozando con la situación. Yo me sonrojé y protesté al imaginar la expresión divertida que se pintaría en la cara de Griffin. Genial.

—¿De modo que las clases están a punto de comenzar? —preguntó Kellan indicando con la cabeza los folletos diseminados por el suelo.

Suspirando, me agaché para recogerlos.

—Sí, y aún no he ido al campus. No tengo idea de dónde está nada. —Me enderecé y lo miré—. Es que… Denny se había ofrecido a acompañarme. —Me irritó cómo sonaba, como si yo fuera incapaz de funcionar como un ser humano normal sin él. Iba a ser muy embarazoso tener que averiguarlo todo por mí misma… Pero supuse que sería capaz de hacerlo. Al pensar en ello, arrugué el ceño—. Hace casi un mes que se fue.

Kellan me observó fijamente, demasiado fijamente, y desvié la mirada.

—Los D-Bags tocamos de vez en cuando en el campus. —Me volví y él sonrió de una forma que me chocó—. Lo conozco bastante bien. Si quieres, puedo enseñártelo yo.

Sentí un gran alivio ante la perspectiva de tener un guía.

—Sí, por favor. —Esforzándome por recobrar la compostura, añadí—: Es decir, si no te importa.

Él esbozó su adorable media sonrisa.

—No, Kiera, no me importa…

Sin prestar atención al curioso tono de su voz al pronunciar la última parte de la frase, agregué:

—Mañana tengo que ir a inscribirme. ¿Podrías llevarme y acompañarme el domingo para echar un vistazo al campus?

Él sonrió complacido.

—Me parece genial.

Al día siguiente, Kellan, que parecía de excelente humor, me llevó a la universidad y me acompañó a la secretaría, que sabía exactamente dónde se encontraba.

—Mil gracias, Kellan.

Él despachó mi gratitud con un ademán.

—No tiene importancia.

—Pero te estoy muy agradecida…, y no tengo idea de cuánto tiempo tendré que esperar hasta que me toque el turno, de modo que no te preocupes en venir a recogerme. Tomaré el autobús de regreso a casa.

Él me miró con una expresión rara y contestó sonriendo:

—Suerte.

Esperé junto a otros estudiantes, tan nerviosos como yo, en la sala de espera. Fijé la vista en mis manos, repasando mentalmente las clases que quería tomar, hasta que una mujer se acercó a mí y me indicó una puerta abierta que daba acceso a la secretaría.

Era una estancia cálida y acogedora, lo cual me relajó un poco. Había dos estanterías gigantescas repletas de gruesos volúmenes de tapa dura. Había también múltiples archivadores y una amplia y ordenada mesa frente a la ventana que daba a la residencia estudiantil, de un color cereza oscuro que armonizaba a la perfección con el color beis de las paredes. Había plantas por doquier. La persona que ocupaba ese despacho sin duda tenía buena mano con las plantas; yo era incapaz de mantenerlas vivas durante más de tres días.

La mujer que estaba sentada ante la mesa alzó la vista y me miró cuando su ayudante, una joven de edad universitaria, me invitó a pasar a través de la puerta abierta. Tenía un aspecto muy profesional, y, de pronto, me sentí poca cosa e incómoda hasta el extremo. Deseé que Kellan estuviera allí. Sabía que él se sentiría muy cómodo acercándose a esa mujer, dirigiéndole una tímida sonrisa y obteniendo lo que quisiera de ella. Habría hecho con ella lo que quisiera. Sentí una punzada de envidia. Supuse que la vida era muchísimo más fácil cuando uno era increíblemente atractivo.

Suspiré para mis adentros y enderecé la espalda cuando me acerqué a ella. Quizá no tuviera un aspecto que llamara la atención, me dije, pero era inteligente, y, en un lugar como este, la inteligencia contaba más. Le tendí la mano, tratando de imaginar lo que Denny habría hecho en esa situación.

—Hola, me llamo Kiera. Este año he decidido trasladarme de universidad y quiero inscribirme aquí. —Sonreí, pensando que hasta ahora iba bastante bien.

Ella sonrió y me estrechó la mano.

—Encantada de conocerte, Kiera. Bienvenida a U-Dub. ¿En qué puedo ayudarte?

Sonreí y me senté. De momento había resultado más fácil de lo que había supuesto. Conversamos sobre los cursos que había dado en la Universidad de Ohio y las asignaturas que necesitaba para graduarme. Hablamos sobre mi programa y los pormenores de las asignaturas, y hallamos unas cuantas que encajaban en lo que yo precisaba. Ese semestre sólo necesitaba tres, lo cual era magnífico, pues tendría tiempo de sobra para estudiar… y dormir, puesto que la mayoría de las noches trabajaba hasta tarde.

Al término de la reunión, ya había decidido las tres clases que tomaría. Literatura Europea, con todos los grandes clásicos: las hermanas Brontë, Austen, Dickens. Era una asignatura que me ilusionaba. Microeconomía, que Denny me había aconsejado que tomara, insistiendo en que él me ayudaría con esa asignatura. Yo le había dicho que podía arreglármelas sola, pero él se había mostrado deseoso de enseñarme. Y, por último, una clase de Psicología. Era una asignatura que me apetecía mucho, pero el único curso abierto que encajaba en mi programa era Sexualidad Humana. Un tanto turbada, me inscribí en ese curso. Podía sentarme al fondo del aula y no abrir la boca. Además, cuando regresara Denny, podría ayudarme también con esa materia…

Cuando abandoné la secretaría, al cabo de largo rato, pestañeé sorprendida al ver a Kellan apoyado contra la pared frente a la puerta, con un pie apoyado en ella y sosteniendo un espresso en cada mano. Al verme, sostuvo un vaso de cartón en alto y arqueó una ceja. No pude evitar sonreír con alegría mientras me dirigía hacia él.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, aceptando encantada el café que me ofrecía—. Te dije que no era necesario que vinieras a recogerme.

—Pensé que preferirías volver a casa en coche… y beberte una reconfortante taza de café. —Alzó la suya y bebió un sorbo.

Yo lo miré atónita unos segundos, antes de darle por fin un beso en la mejilla.

—Gracias, Kellan…, por todo.

Él me miró, sonriendo, y meneó la cabeza.

—Anda, vamos —dijo suavemente—. Vamos a casa. Luego me contarás lo de tus clases. —Volvió a mirarme y sonrió.

Pensando en mi clase de Psicología, sentí que me ruborizaba. Kellan se rió.

El domingo, Kellan me condujo en una visita guiada por el campus. Vimos un sorprendente número de personas paseando por él, que o estaban a punto de reanudar sus clases o habían venido, como yo, a echarle un vistazo. Era un campus inmenso, más parecido a una pequeña ciudad que a una universidad. Como es natural, lo primero que me enseñó Kellan fue un pequeño bar situado frente a la librería de la universidad. Lo miré sonriendo y meneando un poco la cabeza, y entramos para tomar un rápido tentempié y una cerveza antes de emprender nuestra pequeña aventura. Luego, nos dirigimos a la librería, donde encontré todos los libros que necesitaba. Casi todos los que adquirí eran de segunda mano, con lo cual me ahorré un montón de dinero, pues los libros son caros. Mientras hacía cola, sonreí al ver a Kellan hojeando un libro sobre anatomía humana y charlando con dos chicas de edad universitaria que no dejaban de reírse. Era un seductor impenitente.

Cruzamos la calle para entrar en el campus. Era una maravilla. Los senderos que conducían a los edificios de ladrillo atravesaban el campus perfectamente diseñado y el cuidado césped. Por doquier crecían cerezos japoneses; supuse que en primavera el campus ofrecería un aspecto impresionante. Personas de diversas edades y etnias estaban sentadas sobre la hierba, gozando del espléndido día.

Kellan me miró sonriendo y me condujo frente a los imponentes edificios. No sólo conocía el nombre de todos ellos, sino que sabía qué asignaturas enseñaban en allí: en Gowen Hall, Literatura Asiática y Ciencias Políticas; en Smith Hall, Historia y Geografía; en Savery Hall, Filosofía, Sociología y Económicas (donde yo asistiría a la clase de Microeconomía); en Miller Hall se hallaba la secretaría, el único lugar del campus que yo ya conocía; en Raitt Hall, Comunicación a través del lenguaje y Ciencias Nutricionales…

Kellan me explicó con todo detalle lo que representaba cada cosa. Yo tenía unos folletos, pero él apenas les echó un vistazo. Parecía saberlo todo de memoria. Era el mejor guía que pude haber deseado, y cada vez me sentía más agradecida por su amable ofrecimiento de acompañarme, no sólo porque parecía conocer cada rincón del campus, lo cual me chocó, puesto que había supuesto que sólo lo había visitado un par de veces cuando había venido a actuar con la banda.

No, principalmente me sentía agradecida porque, por el mero hecho de caminar junto a él por los senderos y las salas de la universidad, hizo que yo resultara prácticamente invisible. Kellan atraía las miradas de prácticamente todo el mundo como un imán. Las mujeres —y algunos hombres— lo miraban sin disimulo. Los hombres que no lo miraban observaban perplejos a las mujeres, como si no lo entendieran. Desde la marcha de Denny, yo me había sentido muy sola y bastante deprimida. Caminábamos entre multitud de gente que yo no conocía, que hoy no me apetecía conocer, y me alegraba de ser invisible.

Kellan era una compañía agradable y conversaba educado conmigo. Hizo contacto visual con varias chicas con las que nos cruzamos en el edificio principal, y curiosamente evitó hacerlo con otras. Eso suscitó mis sospechas. Recorrimos gran parte del campus y visitamos algunos edificios y salas. Se afanó en mostrarme los edificios donde asistiría a clase, me indicó las aulas en las que estudiaría y las rutas que debía seguir para llegar a ellas en el menor tiempo posible.

La tarde había discurrido sin novedad, aparte de las miradas que Kellan atraía, cuando de pronto nos topamos con alguien que nos sorprendió a los dos. Caminábamos por un pasillo hacia el aula donde asistiría a mi clase de Literatura Europea, cuando oímos detrás de nosotros:

—¡Cielo santo! ¡Kellan Kyle!

Kellan se detuvo, desconcertado, cuando una pelirroja menuda, con el pelo ondulado y la cara llena de pecas, se acercó apresuradamente a nosotros. En el rostro de Kellan se pintó una expresión de pánico, y durante unos segundos pensé que iba a echar a correr. Pero, antes de que pudiera hacer nada, la joven menuda le arrojó los brazos al cuello y lo besó con voracidad.

Yo pestañeé, atónita y profundamente turbada. La chica separó brevemente los labios de los de Kellan y dijo suspirando extasiada:

—No puedo creer que hayas venido a visitarme a la universidad.

Kellan pestañeó, mirándola boquiabierto, pero no dijo nada.

La chica me miró y arrugó el ceño.

—Ah, veo que estás ocupado. —Sacó de un pequeño bolso un pedazo de papel y un bolígrafo, escribió algo y lo introdujo, con un gesto bastante insinuante, en el bolsillo delantero de Kellan. Él hizo un gesto nervioso, con una expresión extraña pintada en la cara.

—Llámame —musitó la joven, besándolo apasionadamente de nuevo antes de echar a andar por el pasillo.

Y desapareció tan de repente como había aparecido.

Kellan echó a andar de nuevo, como si no hubiera ocurrido nada remotamente insólito, y me apresuré para alcanzarlo. No pude evitar mirarlo incrédula. Se comportaba como si el hecho de que una chica se abalanzara sobre él fuera la cosa más normal. Al cabo de un momento, se volvió y me miró.

—¿Quién era esa chica? —pregunté.

Él hizo un mohín adorable, confundido y como tratando de hacer memoria.

—No tengo la menor idea. —Se llevó la mano al bolsillo y sacó la nota—. Mmm…, era Candy.

Sus ojos adquirieron una expresión chispeante al reconocer el nombre de la joven. Sonrió y miró hacia el lugar donde la chica había desaparecido. Yo puse los ojos en blanco, irritada. Mis anteriores sospechas se habían visto confirmadas.

Me sorprendió verlo arrugar la nota y arrojarla a una papelera. Me pregunté a qué venía eso, y noté que mi enojo remitía. Había imaginado que Candy no tardaría en recibir una llamada suya. No pude reprimir una sonrisa. Pobre chica. ¡Con lo eufórica que se había mostrado!

Una semana más tarde, un alegre y soleado domingo por la mañana, me hallaba sentada frente al televisor haciendo zapping distraída, absorta en mis reflexiones. La noche anterior, Denny tampoco había telefoneado. Empezaba a ser cada vez más frecuente, y mi paciencia empezaba a agotarse. Traté de recordarme una y otra vez que dentro de unas semanas estaría de regreso en casa, que el purgatorio habría terminado. Pero nada conseguía animarme. Ese día había decidido recrearme en mi autocompasión. En todo caso, ése era mi plan.

Acababa de emitir el milésimo suspiro cuando Kellan apareció de improviso en el cuarto de estar y se detuvo entre el televisor y yo.

—Vamos —dijo tendiéndome la mano.

Alcé la vista y lo miré confundida.

—¿Qué?

—No permitiré que pases otro día gimiendo y suspirando tumbada en el sofá. —Me miró sonriendo—. Ven conmigo.

Sin moverme, y molesta por su aire jovial, le pregunté hoscamente:

—¿Adónde vamos?

Él esbozó su encantadora media sonrisa.

—A Bumbershoot.

—¿Bumper… qué?

Él se rió un poco y su sonrisa se hizo más ancha.

—Bumbershoot. No te preocupes, te encantará.

Yo no tenía idea de qué era, y sonreí de forma guasona.

—Pero eso dará al traste con un día perfecto dedicado a la autocompasión.

—Exactamente. —Me miró sonriendo, y su impresionante atractivo me cortó el aliento. Mmm, aquello podía ser interesante.

—De acuerdo —respondí suspirando. Sin hacer caso de su mano extendida, me levanté y, exagerando mi irritación, subí la escalera para cambiarme mientras él se reía de mí.

Kellan iba vestido de modo informal con unos shorts y una camiseta. De modo que lo imité y elegí un pantalón muy corto y una camiseta sin mangas. Me observó cuando bajé la escalera y luego desvió la mirada, sonriendo para sí.

—¿Estás lista? —me preguntó, tomando sus llaves y su cartera.

—Sí. —Seguía sin tener idea de en qué lío me había metido.

Curiosamente, Kellan me llevó al bar de Pete.

—¿Bumbershoot está en el bar de Pete? —pregunté con tono socarrón.

Kellan sonrió y puso los ojos en blanco.

—En el bar de Pete están los chicos.

De pronto, sentí que el alma se me caía a los pies.

—Ah. ¿De modo que ellos vienen también?

Kellan aparcó el coche y me miró arrugando el ceño al observar mi decepción.

—Sí…, ¿te parece bien?

Preguntándome por qué me había molestado que vinieran con nosotros, negué con la cabeza.

—Por supuesto. De todos modos, soy una intrusa.

Él ladeó la cabeza con un gesto adorable.

—No eres una intrusa, Kiera.

Sonreí y miré por la ventanilla, y sentí de nuevo que el alma se me caía a los pies. Salir con los chicos comportaba algo que me disgustaba profundamente y que en esos momentos se dirigía hacia nosotros. Griffin. Suspiré, y Kellan se percató de lo que había captado mi atención. Se rió y se inclinó hacia mí para susurrarme al oído:

—No te preocupes, yo te protegeré de Griffin.

Me ruboricé un poco ante su inesperada proximidad, pero respondí con una sonrisa. Griffin golpeó la ventanilla, sobresaltándome, y oprimió los labios contra el cristal, moviendo la lengua de forma obscena y golpeteando el cristal con su piercing. Torcí el gesto y aparté la vista.

Matt abrió la puerta posterior del lado de Kellan y me sonrió; sus ojos azul pálido mostraban una expresión de auténtica satisfacción al verme.

—Hola, Kiera. ¿De modo que vienes con nosotros? Genial. —Se montó en el coche y cerró la portezuela mientras yo asentía con la cabeza.

—Hola, Matt.

Evan abrió la puerta posterior de mi lado e indicó a Griffin que se instalara en el asiento del medio.

—Ni hablar. No pienso sentarme en ese maldito asiento. Siéntate tú —replicó Griffin a Evan meneando la cabeza.

—De eso nada, tío. Tengo que sentarme junto a la ventanilla; de lo contrario, me mareo. —Evan suspiró, manteniéndose en sus trece, y le indicó de nuevo que se sentara. Griffin puso los ojos en blanco y miró a Matt. Matt sonrió, sin moverse. Griffin se cruzó de brazos, sin hacer tampoco ademán de moverse. Evan y Kellan suspiraron.

—Por el amor de Dios —murmuré yo, tras lo cual me deslicé con cuidado sobre el asiento delantero para ocupar el «maldito asiento», como lo había descrito Griffin tan gráficamente.

—¡Eres un encanto! —Griffin se apresuró a sentarse junto a mí y cerró la puerta en las narices de Evan. De inmediato, me arrepentí de mi decisión y miré a Kellan, que se encogió de hombros. Suspiré de nuevo y me corrí hacia Matt, mientras Griffin procuraba aproximarse a mí tanto como era físicamente posible en el amplio asiento posterior.

Evan se sentó delante, me saludó con un gesto de la mano y partimos hacia donde fuera que nos dirigíamos. Por suerte, fue un trayecto corto. Sólo tuve que golpear a Griffin en la mano tres veces para que la retirara de mi muslo y empujarlo una vez para que se apartara de mi cuello. Kellan nos observaba de vez en cuando por el retrovisor, pero yo no veía su rostro con la suficiente claridad para comprobar si se mostraba irritado o divertido.

Resultó que Bumbershoot era un festival de música y arte que se celebraba a en el Seattle Center. Kellan dejó el coche en el aparcamiento al otro lado de la calle y esperó para tomarme de la mano, un gesto que me pareció muy amable de su parte. Cuando entramos en el Center, comprobé que era también un gesto práctico, pues el lugar estaba abarrotado. Kellan compró mi entrada, insistiendo en que me había invitado y debía pagarla él, y penetramos en el gigantesco campus.

Era increíble. Había exposiciones de arte y artistas por doquier. Al entrar, pasamos cerca de la Aguja del Espacio, y Kellan me atrajo hacia él diciendo que si queríamos podíamos subir a ella más tarde. A medida que lo recorríamos, comprobé que era un lugar impresionante. Había aproximadamente una docena de escenarios montados en el exterior y casi otra docena de teatros vallados en los que tocaban distintos tipos de bandas musicales. Todos los estilos de música estaban representados, desde el reggae hasta el rock. Incluso había unas actuaciones cómicas. Había una tonelada de comida y casetas en las que vendían merchandising, e incluso un parque de atracciones. Yo no sabía hacia dónde dirigirme en primer lugar.

Por suerte, Griffin y Matt parecían saber exactamente adónde querían ir, de modo que los seguimos a través del gentío. Cuando nos aproximamos a uno de los escenarios al aire libre, comprobamos que estaba rodeado por una nutrida multitud. Apreté la mano de Kellan y él sonrió y me atrajo hacia él. Aún añoraba a Denny, pero era agradable salir con Kellan. Hacía que me sintiera… feliz.

Griffin, Matt y Evan se acercaron a un grupo de admiradores que no dejaban de jalear a un grupo de rock del que yo no había oído hablar. Me pareció un ambiente algo violento para mi gusto, por lo que me sentí aliviada cuando Kellan se detuvo a cierta distancia del caos. Mientras los escuchábamos, Kellan coreó algunas de las canciones sin soltarme la mano. Me apretujé contra él mientras la gente detrás de nosotros me empujaba sin miramientos, tratando de pasar. Al percatarse de que me zarandeaban de un lado a otro, Kellan me rodeó la cintura con los brazos y me colocó frente a él, a salvo de los empujones. A diferencia de lo ocurrido con Griffin, no lo aparté bruscamente. Sus brazos eran cálidos, reconfortantes.

Observé a la banda durante un rato —aunque en mi opinión me parecía que la de Kellan era mejor—, y luego me dediqué a observar a la tumultuosa multitud. No vi a los otros D-Bags (el nombre de la banda aún me hacía reír). Miré a mi alrededor y por fin los localicé algo apartados de nosotros, junto a un pequeño círculo de personas que se pasaban unos cigarrillos. Aunque tuve la sensación de que no eran precisamente eso.

Kellan se volvió y dirigió la vista al lugar que había captado mi atención. Alcé los ojos y vi cómo observaba a sus amigos. Sentí curiosidad por ver si se acercaría a ellos o no. Sus ojos azules relucían iluminados por el sol, y, al cabo de un momento, fijó la vista en mis ojos curiosos y se encogió de hombros, sonriéndome un poco. Luego, volvió a contemplar la actuación de la banda.

Me alegré de que hubiera preferido quedarse conmigo. Empecé a cuestionarme mi reacción, pero decidí que Kellan era muy agradable y superatractivo, lo cual me bastó de momento como respuesta. Además, últimamente me había sentido muy sola y, para bien o para mal, su presencia mitigaba esa sensación de soledad.

Relajándome por primera vez en muchas semanas, me volví y le pasé el brazo alrededor de la cintura, apoyando la cabeza en su pecho. Noté que se tensaba un poco al sentir que me apoyaba contra él, pero luego se relajó también, acariciándome suavemente la espalda con el pulgar. Al sentir la calidez de sus brazos, suspiré satisfecha, aunque sin saber muy bien por qué.

Pasamos buena parte del día visitando los distintos escenarios para escuchar los diversos estilos de música. Griffin y Matt nos conducían a través de la multitud. Griffin dirigía unos silbidos de admiración a todas las chicas monas con las que se cruzaba; algunas respondían, otras lo miraban ofendidas. De vez en cuando, Matt le daba un codazo para captar su atención y cambiar de rumbo. Evan caminaba junto a Kellan y a mí, observando a la muchedumbre y mirando con curiosidad a Kellan, que seguía llevándome de la mano. Cuando nos acercábamos a un escenario, los chicos desaparecían, aproximándose al mismo tanto como podían, mezclándose con los espectadores más agresivos, mientras que Kellan y yo permanecíamos un tanto alejados, felices y contentos. Yo me sentía un poco culpable de que Kellan se perdiera lo que los chicos consideraban «divertido», pero me encantaba tenerlo cerca, de modo que no dije nada.

Hacia el mediodía, nos detuvimos ante uno de los numerosos puestos de comida y compramos unas hamburguesas y patatas fritas. Kellan tomó mi plato de comida y, sonriendo, señaló con la cabeza un lugar desierto en el césped. Matt y Evan se sentaron y Matt tomó una botella de agua y vertió algo en sus refrescos. Griffin se sentó frente a él y le pasó su bebida para que la rellenara. Yo no estaba segura de qué era, pero deduje que era una bebida alcohólica. Arrugué el ceño y suspiré. ¡Hombres!

Matt me ofreció la botella educado. Yo me senté junto a él y negué con la cabeza. Él se encogió de hombros y miró a Kellan, quien, para mi sorpresa, hizo lo mismo. Sonreí y bebí un sorbo de mi refresco con una caña. Me alegré de que Kellan no sintiera la necesidad de «animarse» más. Matt volvió a encogerse de hombros y, tras beber un rápido trago de su botella, la guardó en su bolsa.

Griffin, que estaba sentado junto a Matt, se levantó para instalarse junto a mí, pero Kellan se le adelantó sentándose a mi lado, tan cerca que nuestros cuerpos se rozaban. Yo me apretujé satisfecha contra él, y Kellan frotó su hombro contra el mío en un gesto afectuoso. Tras fulminar a Kellan con la mirada, Griffin fue a sentarse junto a Evan, al otro lado de Matt.

Me reí al observar su frustración y al comprobar que estábamos sentados sobre el césped en fila en lugar de agrupados. Pero, a medida que capté el intríngulis de la historia que Griffin relataba a Evan, me sentí especialmente aliviada. Matt se volvió para escucharlo, pero, al oír las palabras «friki» y «jodidamente increíble», me volví rápidamente hacia Kellan, que sonrió y puso cara de circunstancias. Procurando no prestar atención a lo que decía Griffin, me concentré en conversar con Kellan.

Por supuesto, las mujeres que había allí no eran distintas que en otros sitios por lo que se refería a Kellan. Incuso sentado en el césped, comiendo y charlando conmigo, las atraía. Pero, por primera vez, observé que pasaba olímpicamente de ellas. Por lo general, como mínimo les sonreía y hacía contacto visual con ellas, pero ese día parecía contentarse con permanecer sentado a mi lado y conversar conmigo. Los chicos estaban más que dispuestos a suplir la falta de atención de su colega hacia las mujeres, y algunas, al observar su indiferencia, se mostraron más que dispuestas a trasladar su admiración a los otros chicos. Nuestra fila terminaba en un extraño e irregular óvalo formado por mujeres ávidas de flirtear. Yo me sentía curiosamente maravillosa de que, al menos hoy, hubiera logrado acaparar la atención de Kellan.

Después de comer, los chicos decidieron visitar el pequeño parque de atracciones. Evan, Matt y Griffin, que evidentemente no experimentaban la menor angustia, decidieron montarse en una atracción que me pareció terrorífica. No sólo por el hecho de que la montaña rusa oscilaba vertiginosamente de un lado a otro mientras ascendía más y más en el aire, sino que, al llegar a la cima, daba la vuelta, de modo que permanecías un buen rato boca abajo. No me hacía ninguna gracia. Apreté la mano de Kellan cuando nos acercamos a ella, y él me miró con gesto pensativo. Se detuvo a unos metros de distancia mientras los chicos se ponían en la cola. Yo lo miré con gesto interrogante, pero él sonrió con calma. Me apretujé contra su brazo y apoyé la cabeza en su hombro, alegrándome de que al parecer no íbamos a montar en esa atracción.

Los otros tres chicos, acompañados por unas jóvenes que no se despegaban de ellos, se lo pasaron en grande con el diabólico artilugio. Cuando alcanzaron la cima, volví la cabeza. Kellan se rió al ver mi reacción, tras lo cual me condujo hacia unas atracciones menos espeluznantes. Al final, tras lanzar unas bolas contra unas dianas, ganó un osito de peluche que me regaló, y yo le di un beso rápido en la mejilla.

En el momento en que nos disponíamos a abandonar la sección de los juegos, una niña rompió a llorar frente a nosotros cuando se le cayó el cono de helado sobre el tórrido pavimento. Su madre trató de consolarla, pero la niña no se tranquilizaba. Cuando pasamos junto a ellas, Kellan miro a la atribulada madre y a la niña, que tenía la carita arrebolada. Yo lo observé con curiosidad al ver que contemplaba el osito que me había regalado.

—¿Te importa? —me preguntó, señalando con la cabeza a la niña que seguía llorando junto al charquito en que se había convertido su helado.

Sonreí complacida ante ese gesto tan amable y le entregué el osito.

—No. Dáselo.

Él se excusó y se acercó a la niña. Después de preguntar a la madre si podía dárselo, la cual sonrió y asintió con la cabeza, Kellan se acuclilló junto a la niña y le regaló el animal de peluche. La pequeña lo estrechó contra su pecho y dejó de llorar. Agarrando tímidamente la pierna de su madre con un brazo y su nuevo regalo con el otro, dio las gracias a Kellan en voz baja y se puso a reír. Kellan le revolvió el pelo y se enderezó frente a la madre, que se lo agradeció de corazón. Kellan asintió y, sonriendo afablemente, dijo que no tenía importancia. Yo lo miré complacida mientras se dirigía de nuevo a mí.

Le tendí la mano, esbozando una media sonrisa, y él la tomó y entrelazamos nuestros dedos.

—Eres un buenazo —dije.

Él miró a su alrededor con timidez.

—No se lo digas a nadie. —Luego, sonrió y se echó a reír. Mirándome, preguntó—: ¿Quieres que gane otro peluche para ti?

Convencida de que ningún juguete podía suplantar el dulce recuerdo que acababa de dejar grabado en mi memoria, sonreí y negué con la cabeza.

—No es necesario.

Él me miró sonriendo con dulzura y me condujo de nuevo al lugar donde habíamos dejado a los chicos.

Cuando empezó a oscurecer y yo estaba tan cansada que apenas podía dar un paso, regresamos al coche. Decidí que no estaba dispuesta a soportar de nuevo a Griffin y me senté en el centro del asiento delantero, entre Kellan y Evan. No pudo evitar sonreír al ver a Griffin instalarse en el asiento posterior con gesto enfurruñado.

Al cabo de un rato, el bamboleo del coche me produjo somnolencia, y apoyé la cabeza en el hombro de Kellan. Después de pasar todo un día cogidos de la mano y sintiendo que me rodeaba con sus brazos, me sentía cómoda con él. Me resultaba curiosamente agradable tocarlo. Casi me había quedado dormida cuando sentí que el coche se detenía y que se abrían las puertas. Quise abrir los ojos y dar las buenas noches a los chicos, pero no conseguí que mi cuerpo respondiera.

—Eh, Kellan, nos vamos al bar de Pete. ¿Vienes?

No pude descifrar quién le había hecho esa pregunta… Quizá fuera Evan.

Sentí que Kellan se movía un poco, como si hubiera bajado la cabeza para mirarme, que seguía media dormida sobre su hombro.

—No, esta noche paso. La ayudaré a acostarse.

Se produjo una larga pausa mientras la puerta seguía abierta.

—Ten cuidado, Kellan… No te metas en otro lío como el de Joey… Denny es amigo tuyo.

Quise replicar a ese comentario; mi irritación me impulsaba a hacerlo, pero mi cerebro no logró concentrarse el tiempo suficiente para responder.

Kellan hizo una larga pausa.

—No se trata de eso, Evan. Yo jamás… —Pero no terminó la frase, y me pregunté intrigada que quería decir—. No te preocupes. Quizá me pase más tarde.

—De acuerdo, hasta luego. —La puerta se cerró sin hacer ruido.

Kellan suspiró profundamente, arrancó y salimos del aparcamiento. Durante el trayecto de regreso a casa, me desperté y volví a dormirme varias veces. Deseaba tumbarme sobre sus rodillas pero supuse que eso sería forzar los límites de nuestra amistad. Al cabo de unos minutos, el coche se detuvo de nuevo.

Kellan aguardó unos momentos dentro del vehículo en penumbra, en silencio, y sentí su mirada sobre mí. Me pregunté si debía levantarme y entrar en casa, para que él pudiera ir al bar de Pete, pero tenía curiosidad por averiguar qué haría, y lo cierto es que me sentía muy relajada. El silencio se intensificó mientras permanecíamos dentro del coche. El corazón me empezó a latir de forma acelerada, haciendo que me sintiera incómoda, de modo que bostecé y me desperecé un poco.

Al levantar la vista, comprobé que sus hermosos ojos azules estaban fijos en mí.

—Hola, dormilona —murmuró—. Empezaba a pensar que tendría que transportarte en brazos.

—Lo siento. —Al pensarlo me ruboricé.

Él se rió un poco.

—No te preocupes. No me habría importado. —Se detuvo unos segundos—. ¿Lo has pasado bien?

Pensé en todo lo que habíamos hecho ese día y me di cuenta de que lo había pasado muy bien.

—Sí, mucho. Gracias por invitarme.

Él esbozó una media sonrisa y desvió la mirada, casi tímidamente.

—De nada.

—Siento que tuvieras que quedarte conmigo y no pudieras irte con los chicos —dije riendo.

Él soltó una carcajada y me miró.

—No lo sientas. Prefiero estar con una chica guapa que amanecer mañana cubierto de moratones. —Sonrió como si se sintiera un poco turbado. Yo bajé la vista. Era absurdo que un tipo tan impresionante como él dijera que yo era guapa, pero en cualquier caso me complació—. Vamos, te ayudaré a bajarte del coche y a entrar en casa.

Yo negué con la cabeza.

—No es necesario. Me las arreglaré sola. Vete al bar de Pete.

De pronto me miró alarmado. Entonces comprendí que Kellan había supuesto que durante la conversación que había mantenido con Evan yo estaba dormida.

Yo traté de disimular diciendo:

—Imagino que los otros D-Bags habrán ido allí.

Kellan se relajó visiblemente.

—Sí, pero no es necesario que vaya. Me refiero a que no quiero dejarte sola. Podemos pedir una pizza, ver una película o algo por el estilo.

De repente, me sentí famélica y la idea de una pizza me pareció genial. El ruido de mis tripas lo confirmaba. Me reí, un poco abochornada.

—De acuerdo, creo que mi estómago se decanta por la segunda opción.

—Perfecto —dijo Kellan sonriendo.

Pedimos una pizza gigante de pepperoni y nos la comimos de pie en la cocina, riéndonos de las tonterías que Griffin y los chicos habían hecho ese día. Después, me senté cómodamente en la butaca mientras él se tumbaba en el sofá y sintonizaba un canal en el que ponían La princesa prometida. Tuve un vago recuerdo de la escena del niño hablando con su abuelo antes de quedarme dormida como un tronco. Me desperté cuando Kellan me depositó sobre mi cama y me cubrió con las mantas.

—Kellan… —murmuré.

Él se detuvo.

—¿Qué?

Lo miré, aunque apenas podía ver sus rasgos en la oscuridad.

—Olvidamos subir a la Aguja del Espacio.

Él sonrió y terminó de arroparme.

—La próxima vez.

Cuando terminó, se detuvo, inclinado sobre mí. Yo no alcanzaba a descifrar la expresión de sus ojos en la oscuridad, pero, curiosamente, me miraba de una forma que hizo que sintiera mariposas en el estómago. Al cabo de un segundo, sonrió y murmuró:

—Buenas noches, Kiera. —Y salió.

Yo me relajé y sonreí al recordar esa jornada y que, durante casi todo el rato, apenas había echado de menos a Denny.