26
Amor y soledad

Corría el mes de marzo, y en el fresco ambiente se percibían los últimos coletazos del invierno, pero también se palpaba una renovación. Los cerezos habían florecido en la universidad, y el campus estaba tachonado de flores rosáceas que aliviaban mi angustiado corazón cada vez que pasaba por él.

Había sido un invierno duro para mí. No me gustaba estar sola, y de un tiempo a esa parte había tenido que soportar muchos ratos de soledad. A mi hermana le chiflaba salir y no había tardado en reunir a un buen número de atractivas camareras de Hooters con las que ir de fiesta. Yo había oído decir que se habían postulado para ser las «Chicas Hooters» del calendario del próximo año.

De vez en cuando, Jenny trataba de obligarme a salir con ella, pero nuestros horarios eran distintos y era complicado quedar una noche en que ambas libráramos y yo no tuviera que preparar un examen. No obstante, de vez en cuando íbamos al cine o nos tomábamos un café antes de que ella comenzara su turno, pero no con tanta frecuencia como me habría gustado.

Los estudios me mantenían ocupada, al igual que el trabajo, e incluso el hecho de seguir en contacto con Denny me mantenía ocupada. Dado que nuestros husos horarios eran tan distintos, nuestras llamadas telefónicas me costaban un dineral. Pero estaba decidida a mantenerme ocupada para no pensar en Kellan, lo cual no era posible.

Nuestra separación, que duraba ya tres meses, había supuesto para mí una especie de rehabilitación forzada, pero en el fondo aún estaba enganchada a él, como una adicción que fluía por mis venas. Casi me parecía oír su nombre con cada latido de mi corazón, y cada día me reprochaba mi estúpido error. ¿Cómo era posible que me hubiera sentido tan aterrorizada y hubiera sido tan idiota de alejar de mí a un hombre tan maravilloso?

Una noche, mi hermana, sin pretenderlo, hizo que aflorara de nuevo ese dolor. Estaba en el baño, arreglándose para ir a la discoteca con unas amigas. Se estaba secando su sedosa cabellera, con la cabeza inclinada hacia delante, para que el secador proporcionara mayor volumen a su perfecta melena. Yo pasé frente a la puerta del baño en el momento en que alzó la cabeza y se ahuecó el pelo. Lucía un top sin espalda y unas tiras en triángulo en la parte delantera, algo poco adecuado para la temperatura que hacía fuera, pero no fue eso lo que me llamó la atención. Fue el destello que vi alrededor de su cuello.

Me paré en seco. La miré atónita mientras los ojos se me llenaban de lágrimas.

—¿Dónde conseguiste eso? —pregunté sin apenas poder articular las palabras.

Ella me miró confundida durante unos instantes, y entonces se percató que yo miraba el collar que lucía alrededor del cuello.

—Ah, eso. —Se encogió de hombros y el collar se deslizó hacia arriba y hacia abajo sobre su cremosa piel—. Lo encontré entre mis cosas. No sé de dónde ha salido. Pero es bonito, ¿verdad?

Me quedé de nuevo atónita mientras contemplaba incrédula la cadena con la guitarra de plata que Kellan me había dado con tanto amor al despedirse de mí. El vistoso diamante brillaba bajo las luces del cuarto de baño, y mi nublada visión amplió el destello hasta que un arco iris pasó frente a mis ojos.

Mi hermana debió de percatarse de que estaba a punto de desmoronarme.

—¡Cielo santo! ¿Es tuyo, Kiera?

Pestañeé y mi visión se aclaró al tiempo que unas lágrimas rodaban por mis mejillas. Mi hermana se llevó enseguida las manos a la nuca para desabrocharse el collar.

—No lo sabía. Lo siento. —Se lo quitó de inmediato y prácticamente me lo arrojó.

—No tiene importancia —murmuré—. Pensé que lo había perdido. —O que Kellan se lo había llevado.

Ella asintió y me abrazó, colocándome el collar alrededor del cuello, puesto que yo parecía reacia a tocarlo. Después de asegurar el cierre, preguntó en voz baja:

—¿Te lo regaló Kellan?

Cuando se apartó, yo asentí mientras más lágrimas resbalaban por mis mejillas.

—La noche que iba a marcharse, cuando nos descubrieron. —Acaricié la cadena de plata, cuyo tacto era gélido y al mismo tiempo me abrasaba.

Mi hermana observó mi rostro durante un minuto y luego me acarició el pelo.

—¿Por qué no vas a verlo, Kiera? Siempre está en el bar de Pete, y sigue tan…

Sacudí la cabeza y no la dejé terminar.

—No he hecho más que hacerlo sufrir. Él necesitaba… espacio. —La miré y suspiré entrecortadamente—. Por una vez, trato de hacer lo mejor para él. Además, estoy segura de que ya habrá rehecho su vida.

Mi hermana sonrió con tristeza mientras me recogía un mechón detrás de la oreja.

—Eres una idiota, Kiera —dijo suavemente, pero con cariño.

Yo la miré sonriendo también con tristeza.

—Lo sé.

Ella negó con la cabeza y pareció tragarse su emoción.

—Bueno, ¿por qué no sales al menos con nosotras? —Empezó a contonear sus caderas de forma sugestiva—. Ven a bailar conmigo.

Suspiré, recordando la última vez que había ido a bailar con Anna.

—No. Me quedaré aquí, tumbada en el sofá.

Ella torció el gesto mientras se inclinaba sobre el espejo del baño para maquillarse.

—Genial…, menuda novedad —murmuró con tono sarcástico.

Yo puse los ojos en blanco y me alejé.

—Diviértete…, y ponte una chaqueta.

—De acuerdo, mamá —gritó con tono socarrón mientras yo me dirigía por el pasillo hacia el cuarto de estar.

Fuera llovía, y observé las gotas sesgadas que batían en la ventana y se deslizaban por ella como lágrimas. La lluvia siempre me recordaba a Kellan, parado en medio de la calle, dejando que el chaparrón lo calara hasta los huesos. Furioso y dolido, procurando mantenerse alejado de mí para no emprenderla conmigo. Locamente enamorado de mí, a pesar de que yo lo había rechazado por otra persona. No podía imaginar siquiera lo que debió sentir.

¿Cómo podía ir a verlo… después de todo lo que le había hecho? Pero sentía un dolor en el pecho. Estaba cansada de estar sola. Estaba cansada de tratar de mantenerme ocupada para no pensar en él, aunque no lo conseguía. Y, ante todo, estaba cansada de la borrosa versión de él que guardaba en mi memoria. Por encima de todo, deseaba contemplar ante mí una versión nítida, clara y perfecta de él.

Sin pensarlo, me senté en su butaca. No solía sentarme en ella. Era demasiado doloroso para mí sentarme en algo que le había pertenecido. Me hundí en los cojines y apoyé la cabeza en el respaldo. Imaginé que me apoyaba sobre su pecho, y sonreí suavemente. Acaricié el collar que había perdido y recuperado y cerré los ojos. De esa forma lo veía con más claridad. Casi podía percibir su olor.

Volví la cara para oprimirla contra el tejido de la butaca y me sobresalté al comprobar que percibía en efecto su olor. Tomé el cojín junto a mi cabeza y lo acerqué a mi rostro. No emanaba el maravilloso y potente olor de su piel, pero sí el leve olor a su persona que flotaba en su casa. Olía como su casa, y ese olor era para mí más potente que todas las sensaciones de mi infancia que había percibido en casa de mis padres.

Él era mi hogar…, y lo añoraba terriblemente.

Anna salió del baño mientras yo aspiraba el olor de la butaca y, sintiéndome como una estúpida, dejé caer las manos sobre mi regazo y me puse a mirar de nuevo a través de la ventana.

—¿Estás bien, Kiera? —preguntó con tono quedo.

—Perfectamente, Anna.

Ella se mordió sus perfectos labios pintados de rojo y me miró como si quisiera decir algo. Luego meneó la cabeza y dijo:

—Puesto que vas a quedarte aquí, ¿te importa prestarme el coche?

—No. —Se lo dejaba a menudo cuando lo necesitaba, y, aparte de cogerlo para ir al trabajo y a la universidad, yo apenas lo utilizaba.

Ella suspiró y, acercándose, me besó con dulzura en la cabeza.

—No te pases toda la noche regodeándote en pensamientos tristes.

Alcé la vista y le sonreí con afecto.

—De acuerdo, mamá.

Ella se rió de forma encantadora y tomó las llaves de la encimera de la cocina. Luego, me dio las buenas noches apresuradamente y salió sin coger una chaqueta. Mientras la observaba sacudiendo la cabeza con gesto de desaprobación, pasé los dedos sobre el tejido de la butaca, preguntándome qué debía hacer.

Pensé por un momento en llamar a Denny. La diferencia horaria entre Brisbane y nosotros es de diecisiete horas de adelanto allí, y Denny estaría en plena tarde del sábado. Probablemente atendería la llamada a esa hora, pero yo no tenía muchas ganas de hablar con él. No es que tuviera ningún problema en llamarlo; hablábamos con frecuencia y habíamos alcanzado la fase de exnovios amigos. No, lo que me hacía dudar era el hecho de que el mes pasado me había dicho que salía con una chica. Al principio, me dolió; luego, me sorprendió que me contara algo tan personal, pero por fin me alegré por él. Era natural que saliera con chicas. Que fuera feliz. Era demasiado maravilloso para no encontrar la felicidad.

En sus siguientes llamadas me había contado algunos detalles de su relación con esa chica, y la semana anterior seguían juntos y todo iba viento en popa. Yo sabía que le convenía, y en parte me alegré por él, pero esa noche me sentía sola y no quería que el tono alegre de su voz me recordara lo desdichada que me sentía. Por lo demás, no le convenía recibir llamadas de su exnovia en fin de semana si salía con otra chica. Y probablemente estaría en ese momento con ella, jugando en el mar o tumbados en la playa. Durante unos instantes, me pregunté si en ese momento se estarían besando. Luego, pensé en si se habrían acostado juntos. Sentí una patada en el estómago y traté de no pensar en ello. Daba lo mismo si se acostaban o no, puesto que él y yo habíamos roto como pareja. Aunque eso no significaba que la idea me hiciera gracia.

Terminé instalándome en la butaca de Kellan cubierta con una mullida manta, mirando una película tristísima en la que el protagonista muere y todo el mundo le llora, pero lo soportan con estoicismo para que el sacrificio del héroe tenga sentido. Yo estaba deshecha en lágrimas antes de la escena de su muerte.

Tenía los ojos enrojecidos y llorosos y la nariz me moqueaba como un grifo cuando de golpe la puerta de mi apartamento se abrió. Me volví rápidamente hacia la puerta, alarmada, y fruncí el ceño, perpleja, cuando vi entrar a mi hermana.

—¿Estás bien, Anna? —Se acercó a mí y, sin decir palabra, me obligó a levantarme de la butaca—. ¡Anna! ¿Pero qué…?

Me detuve mientras me arrastraba hacia el cuarto de baño. Me lavó la cara, me pintó los labios y me cepilló el pelo, mientras yo balbucía una pregunta tras otra y trataba de detenerla. Pero mi hermana no se rendía fácilmente, y antes de que pudiera darme cuenta me había maquillado y peinado y me empujaba hacia la puerta de entrada.

Cuando abrió la puerta, comprendí que me estaba raptando. Protesté y me agarré al marco de la puerta. Ella suspiró y la miré irritada. Por fin, se inclinó hacia mí y dijo con firmeza:

—Quiero que veas algo.

Sus palabras me confundieron hasta el punto de que dejé caer las manos. Por fin, consiguió sacarme del apartamento y me condujo hacia el Honda de Denny mientras yo protestaba y hacía un mohín de disgusto. No quería ir a bailar con ella. Quería regresar a mi cueva de perpetuo duelo y terminar de ver la lacrimógena película. Al menos, en comparación con ésta mi vida parecía de lo más alegre.

Ella me obligó a sentarme en el coche y me ordenó que no me moviera. Yo suspiré y me recliné contra el asiento que me resultaba tan familiar, deseando que me recordara a Denny, y alegrándome de que hubiera desaparecido del vehículo todo rastro de él. Ahora estaba repleto de barras labiales, cajas de zapatos vacías y un uniforme de repuesto de Hooters.

Crucé los brazos y puse cara de pocos amigos mientras mi hermana se sentaba al volante y partíamos. No tomó por ninguna de las calles que llevaban hacia el Square, donde se hallaban la mayoría de los clubes, y empecé a preguntarme adónde diantres íbamos. Cuando enfilamos una calle que me resultaba tan familiar que sentí un dolor en el pecho, el pánico se apoderó de mí. Sabía exactamente adónde me llevaba esa noche de viernes.

—No, Anna, por favor. No quiero ir allí. No quiero verlo, no quiero escucharlo. —La agarré del brazo y traté de girar el volante, pero ella me apartó de un manotazo.

—Cálmate, Kiera. Recuerda que ahora me encargo yo de pensar por ti, y quiero que veas algo. Algo que debí enseñarte hace tiempo. Algo que incluso yo espero que un día… —No terminó la frase y siguió mirando a través del parabrisas, casi con gesto de nostalgia.

La expresión de su rostro era tan chocante que dejé de protestar. Sentí de nuevo un dolor en el pecho cuando entramos en el aparcamiento del bar de Pete. Ella apagó el motor y yo contemplé el Chevelle negro que me era tan familiar. El corazón me latía con furia.

—Tengo miedo —murmuré en el silencio del coche.

Ella me tomó la mano y me la apretó.

—Estoy aquí contigo, Kiera.

Me volví y contemplé su rostro increíblemente bello y sonreí al ver el cariño que traslucían sus ojos. Asentí con la cabeza, abrí la puerta con mano temblorosa y me bajé del coche. Ella se colocó junto a mí al instante y, tomándome de la mano con fuerza, me condujo a través de la puerta de doble hoja que nos invitaba a entrar.

Yo no sabía qué iba a encontrarme. En parte, supuse que todo habría cambiado en mi ausencia, que quizá las paredes estarían pintadas de negro y que la alegre iluminación sería grisácea y mortecina Pero al entrar me llevé una sorpresa y comprobé que todo seguía igual…, incluso la gente.

Rita se quedó estupefacta al verme, me guiñó un ojo con picardía y sonrió maliciosamente. Todo indicaba que estaba al corriente de lo ocurrido, y, desde que me había incorporado al club de las mujeres que se habían acostado con Kellan Kyle, estábamos hermanadas. Kate me saludó con la mano desde la barra, mientras esperaba que le sirvieran una copa para un cliente, su perfecta coleta agitándose de alegría. Y Jenny se acercó a mí casi al instante y me abrazó con fuerza, riendo de gozo y diciendo lo mucho que se alegraba de verme aquí. Al decir eso, dirigió la vista hacia el escenario, y yo cerré los ojos para no verlo. Pero no pude evitar oírlo. Su voz me penetró hasta la médula.

Al observar mi reacción, Jenny me susurró al oído a través de la música:

—Todo irá bien, Kiera…, ten fe.

Abrí los ojos y vi que me sonreía con afecto. Sentí que Anna me tiraba de la mano y Jenny, al darse cuenta de lo que mi hermana pretendía hacer, me tomó de la otra. Ambas me condujeron a través del gentío que abarrotaba el local los fines de semana, cuando actuaba la banda, mientras yo me resistía instintivamente.

Pero siguieron obligándome a avanzar de forma implacable. Mientras nos abríamos paso entre la multitud, mantuve la vista fija en mis pies, pues aún no quería verlo. Había pasado mucho tiempo… Y más tiempo desde que había oído su voz, que me penetraba por los oídos y me recorría la columna vertebral hasta alcanzar las puntas de los pies.

Contuve el aliento cuando empezó a cantar la siguiente canción, mientras seguíamos abriéndonos camino lentamente a través del abarrotado local. Era una canción lenta y evocadora, rebosante de emoción. Su voz tenía un deje de dolor que me llegó al alma. Miré de refilón a las personas junto a las que pasábamos, observando que coreaban la canción con gesto solemne. La conocían, por lo que no era una novedad. Sin mirar al escenario, dejé que su timbre de voz incidiera en cada célula de mi cuerpo. De pronto, comprendí que la letra se refería a la fatídica noche en el aparcamiento. Sobre lo que me necesitaba y la vergüenza que le producía. Sobre su intentos de dejarme y el sufrimiento que le causaba. Sobre las lágrimas que había derramado cuando nos habíamos despedido por última vez con un beso… Luego, la letra versaba sobre lo que sentía en ese momento.

Entonces alcé la vista y lo miré.

Kellan tenía los ojos cerrados. Aún no me había visto aproximarme al escenario. Después de tantos meses sin verlo, me resultaba casi imposible asimilar de golpe su perfección, como si tuviera que asimilarla por partes para no quedarme ciega. Tan sólo sus vaqueros, esos vaqueros desteñidos y perfectamente cortados, que parecían algo más gastados de lo habitual. Tan sólo su camiseta negra preferida, sin adornos ni perifollos, sencilla, negra, que se ajustaba a él a la perfección. Tan sólo sus brazos maravillosamente musculosos —el izquierdo sin la escayola, puesto que el hueso ya se había soldado—, rematados por unas manos fuertes que asían el micrófono mientras cantaba. Tan sólo su pelo increíblemente sexy y alborotado, algo más largo que antes, pero mostrando su habitual aspecto desgreñado, insinuando múltiples momentos de intimidad que resonaban en mi cabeza y en mi cuerpo. Tan sólo su mandíbula de estrella de cine, que por primera vez estaba cubierta por una incipiente barba, como si hubiera renunciado a presentar un aspecto aliñado, la cual realzaba el pronunciado ángulo recto de su mandíbula e incrementaba su impresionante atractivo, por raro que pareciera. Tan sólo sus labios carnosos, en los que no se adivinaba ni rastro de la sexy sonrisa que solía esbozar mientras cantaba. Tan sólo sus pómulos perfectos. Tan sólo las largas pestañas de sus párpados cerrados, que ocultaban el extraordinario azul de sus ojos.

Al principio, tuve que asimilar cada uno de sus rasgos por separado; era demasiado perfecto para absorberlo todo de golpe. Cuando me sentí con fuerzas, me di cuenta de que su perfección seguía intacta. Su rostro había cicatrizado por completo, sin mostrar huella del trauma físico que había sufrido. Pero contemplar su rostro en su totalidad me afectó de forma inesperada. Empecé a respirar con dificultad y sentí que el corazón me daba un vuelco mientras Jenny y Anna me arrastraban inexorablemente hacia él.

Él aún tenía los ojos cerrados y su cuerpo se mecía suavemente al son de la música, pero su rostro mostraba una expresión casi… desolada. Sus palabras estaban en consonancia con su expresión, mientras cantaba sobre la lucha que representaba para él el día a día, sobre el dolor físico que le producía no ver mi rostro. Decía que mi rostro era su luz, que sin él se sentía envuelto en la oscuridad. Después de esa última estrofa, las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

Jenny y Anna consiguieron situarme en un lugar directamente frente a él. Unas admiradoras enloquecidas manifestaron su disgusto, pero mi hermana no se andaba con contemplaciones, y, después de dedicarles varios epítetos poco amables, nos dejaron en paz. Yo apenas reparé en el incidente, mientras contemplaba su perfección semejante a la de un dios.

Con los ojos aún cerrados, Kellan cantó sobre el hecho de estar junto a mí, aunque yo no pudiera verlo ni oírlo. Cantó sobre su temor de no volver a tocarme, de no volver a sentir lo que había existido entre nosotros. A esa última estrofa siguió una larga sección instrumental, y él, sin abrir los ojos, siguió meciéndose de un lado a otro, mordiéndose el labio. Unas chicas que estaban a mi alrededor se pusieron a chillar, pero estaba claro que él no trataba de seducir a nadie. Sufría. Me pregunté si desfilaban ante sus ojos imágenes de mí, de la época en que estábamos juntos, como desfilaban ante los míos.

Deseaba alargar la mano y tocarlo, pero estaba demasiado alejado, y Jenny y Anna seguían sujetándome, quizá por temor a que saliera huyendo. Pero no podía moverme. No cuando él llenaba mis ojos, mis oídos, mi corazón. Tan sólo podía mirarlo embelesada.

Ni siquiera me fijé en los otros miembros de la banda, e ignoraba si ellos se habían percatado de mi presencia. Apenas reparé en la multitud mientras lo observaba a él, y, al cabo de un minuto, apenas me di cuenta de que Jenny y mi hermana tenían los ojos clavados en mí. Ni siquiera sentí sus manos sujetándome, ni me pregunté si al fin me soltarían.

Cuando la sección instrumental concluyó, él abrió por fin sus ojos de una belleza sobrenatural. Se dio la circunstancia de que tenía la vista dirigida hacia mí, y lo primero que vio al abrirlos fue mi rostro. Incluso desde donde me hallaba, sentí la conmoción que sacudió su cuerpo. En sus ojos azules e intensos se reflejó el estupor, y al instante se humedecieron. Abrió la boca y su cuerpo dejó de moverse. Parecía totalmente aturdido, como si se hubiera despertado en un universo distinto. Me miró a los ojos mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas.

Cantó la siguiente estrofa con el ceño fruncido, como si estuviera seguro de estar soñando. Durante esa sección, el resto de la banda permaneció en silencio, y la voz de Kellan resonó con nitidez a través del local, a través de mi alma. Repitió la estrofa referente a que yo era su luz, con una expresión en su rostro de reverencia. Su voz seguía el ritmo de la música, pero su expresión de asombro no lo abandonó.

Yo no sabía cómo reaccionar, aparte de con lágrimas. Me enjugué unas cuantas al darme cuenta de que tenía las manos libres. Ahora comprendía lo que Anna había querido que viera. Era la canción más bella y conmovedora que jamás había oído, más intensa y emotiva que todas las que le había oído cantar. Todo mi cuerpo vibraba con la necesidad de consolarlo. Pero seguimos mirándonos a los ojos, él sobre el escenario, yo en el suelo frente a él.

Las admiradoras se movían impulsadas por su nerviosa energía, mientras los chicos esperaban a que Kellan anunciara la próxima canción. Pero no lo hizo. Un extraño silencio cayó sobre el bar mientras él y yo seguíamos mirándonos sin decir palabra. Por el rabillo del ojo, vi a Matt inclinarse hacia Kellan, darle una ligera palmada en el hombro y murmurarle algo. Kellan no reaccionó, sino que siguió mirándome con la boca entreabierta. Yo estaba convencida de que muchas de sus admiradoras me miraban preguntándose quién sería esa chica que había conseguido captar toda su atención, pero, por una vez, no me importó. Lo único que me importaba era él.

Por fin, la voz de Evan sonó a través de los altavoces.

—Hola a todos. Vamos a hacer una pausa. Hasta entonces… ¡Griffin os invita a todos a una ronda!

El local estalló en aplausos al tiempo que algo pasó volando por detrás de Kellan hacia donde estaba sentado Evan frente a la batería. Las personas que me rodeaban prorrumpieron en carcajadas, pero yo apenas las oí.

La multitud se dispersó un poco, mientras tres de los D-Bags saltaron del escenario y se fundieron con ésta. Pero Kellan no se movió. Me miró fijamente con el ceño fruncido. Los nervios se apoderaron de mí. ¿Por qué no saltaba del escenario y me tomaba en sus brazos? Su canción parecía indicar que me quería con locura, pero su comportamiento parecía desmentirlo.

Avancé un paso hacia él, decidida a aproximarme aunque tuviera que saltar sobre el escenario junto a él. Él desvió la vista y miró a la multitud que se había dispersado, y observé que su rostro registraba diversas emociones. Era casi como leer un libro: confusión, alegría, furia, dolor, felicidad y luego de nuevo confusión. Miró brevemente hacia abajo, se sorbió la nariz, bajó con cuidado del escenario y se situó ante mí. Mi cuerpo vibraba por el esfuerzo de no tocarlo. Se acercó, y nuestras manos, extendidas frente a nuestros cuerpos, se rozaron levemente. Sentí una especie de descarga eléctrica, y él contuvo el aliento.

Mirándome con una expresión entre sorprendido y angustiado, me enjugó con ternura una lágrima con el nudillo. Al sentir el contacto de su piel, cerré los ojos y dejé escapar un pequeño sollozo. No me importaba el atroz aspecto que probablemente presentaba, con los ojos hinchados y enrojecidos debido a las noches que había pasado en vela, el pelo alborotado, por más que mi hermana había tratado de arreglármelo, y vestida aún con mi atuendo de quedarme en casa recreándome en mi desdicha, consistente en un viejo pantalón de chándal y una camiseta de manga larga deshilachada. Nada de eso me importaba…, porque él me había tocado, y su caricia me hizo el efecto que me hacía siempre. Me tocó la mejilla y se acercó más, hasta que nuestros cuerpos se rozaban. Yo apoyé una mano en su pecho y emití un suspiro de alivio al comprobar que su corazón latía tan aceleradamente como el mío. Eso confirmaba que sentía lo mismo que yo.

Algunas de las fans que nos rodeaban no se percataron que estábamos compartiendo un momento íntimo y debieron de pensar que tenían todo el derecho de entrometerse. Abrí los ojos al sentir que algunas de las chicas me empujaban. Kellan me rodeó los hombros con un brazo para sostenerme y me condujo a un lugar alejado de la multitud de admiradoras. La mayoría de éstas respetaron su gesto y lo dejaron en paz. Pero una rubia que estaba muy bebida lo interpretó como una oportunidad para acercarse a él con gesto agresivo y tomar su rostro en sus manos como si fuera a besarlo. Yo me enfurecí, pero, antes de que pudiera reaccionar, Kellan se inclinó hacia atrás y retiró las manos de la descarada joven de su rostro. Acto seguido la apartó de un empujón.

Yo me volví para mirarlo y él me miró a mí. Jamás lo había visto apartar a nadie de un empujón, y menos con tanta rudeza. A la chica no le hizo ninguna gracia. Observé de refilón que miraba a Kellan con rabia y, cegada por el alcohol, levantó la mano en una maniobra que me resultó más que familiar. Extendí la mano automáticamente y la sujeté por la muñeca antes de que pudiera propinar un bofetón a Kellan. Sorprendido, él se volvió hacia ella, percatándose de que había estado a punto de volver a ser abofeteado.

La mujer me miró atónita, con una cómica expresión de sorpresa. Supuse que quizá se abalanzaría sobre mí, pero se sonrojó hasta la raíz del pelo y se soltó con brusquedad. Claramente avergonzada por lo que había estado a punto de hacer, retrocedió con timidez y desapareció entre la multitud.

Oí a Kellan reírse por lo bajo junto a mí y, al volverme, observé la pequeña sonrisa que se pintaba en sus labios y la expresión de ternura en sus ojos. Hacía tanto tiempo que esa expresión había desaparecido de mi vida que al verla experimenté una punzada de dolor. Lo miré sonriendo y la ternura en sus ojos se intensificó. Luego indicó con la cabeza el lugar por el que la chica había desaparecido y comentó con tono burlón:

—Nadie puede abofetearme excepto tú.

—Desde luego —declaré con vehemencia. Él se rió de nuevo y sacudió la cabeza con un gesto adorable. Luego me puse seria y pregunté—: ¿No podemos ir a algún sitio donde no haya tantas… admiradoras tuyas?

Él también se puso serio y me tomó de la mano. Me condujo hacia el pasillo, sorteando con gran habilidad al resto de las admiradoras que se agolpaban a su alrededor, y entramos en él. Me puse nerviosa temiendo que quisiera llevarme al cuarto del personal. Éste contenía demasiados recuerdos. Estaba demasiado aislado, era demasiado discreto. Entre nosotros había demasiada pasión. En esa habitación podían pasar muchas cosas, y teníamos demasiadas cosas de que hablar.

Quizá intuyó mi reticencia, quizá comprendió que teníamos que hablar, quizá no se había propuesto conducirme allí; sea cual fuere el motivo, se detuvo en el pasillo, antes de alcanzar la puerta del cuarto, y yo me apoyé en la pared, aliviada y perpleja.

Él se situó frente a mí, con las manos perpendiculares al cuerpo, observándome de arriba abajo. Me sentí abochornada bajo su intensa mirada. Al cabo de unos instantes, sus ojos se posaron en mi collar —el que él me había dado— y extendió la mano para tocarlo con dedos temblorosos. Cuando tocó el frío metal, uno de sus dedos me rozó la piel, y cerré los ojos.

—Te lo has puesto. No pensé que te lo pondrías —murmuró.

Abrí los ojos y suspiré al tiempo que los suyos, tan azules e intensos, se clavaban en los míos. Hacía tanto tiempo…

—Por supuesto, Kellan. —Me llevé la mano al collar y me sorprendió el efecto que el breve contacto me produjo—. Por supuesto —repetí.

Quise entrelazar mis dedos con los suyos, pero él retiró la mano y miró a un lado y al otro del pasillo. Siempre había gente en el pasillo, entrando y saliendo de los lavabos, pero en esos momentos estaba relativamente tranquilo. Kellan meneó la cabeza ligeramente, antes de mirarme de nuevo a los ojos.

—¿Por qué has venido, Kiera?

Su pregunta me partió el corazón. ¿Era cierto que no quería volver a verme nunca más? Confundida, respondí:

—Fue cosa de mi hermana.

Él asintió, como si eso respondiera a todos los interrogantes que pudiera plantearse, y se volvió como si se dispusiera a alejarse. Yo lo sujeté del brazo y lo obligué a retroceder.

—He venido por ti…, por ti.

Mi voz denotaba cierto pánico, y él me miró entrecerrando los ojos.

—¿Por mí? Lo elegiste a él, Kiera. Al final, lo elegiste a él.

Yo negué con la cabeza y lo agarré del brazo con fuerza mientras él avanzaba un paso hacia mí.

—No…, no es así. Al final no lo elegí a él.

Kellan arrugó el ceño.

—Te oí decirlo, Kiera. Yo estaba allí, ¿recuerdas? Te oí con claridad…

Me apresuré a interrumpirlo.

—No… Estaba asustada. —Le tiré del brazo para que se acercara más y apoyé la otra mano en su pecho—. Estaba asustada, Kellan. Tú eres… tan… —De pronto, no sabía cómo explicárselo, por más que intentaba hallar las palabras adecuadas.

Él se acercó más, hasta que nuestras caderas se tocaron.

—¿Qué soy? —murmuró.

Al sentirlo tan cerca, un fuego me recorrió el cuerpo, y dejé de devanarme los sesos tratando de explicárselo y dije lo primero que se me ocurrió.

—Jamás había sentido tal pasión como la que siento cuando estoy contigo. Jamás había sentido un fuego tan abrasador. —Le acaricié el pecho y luego le toqué el rostro. Él me observó fijamente, con los labios entreabiertos, resoplando—. Tenías razón, yo temía romper…, pero temía romper con él para estar contigo, no a la inversa. Él me procuraba una sensación de confort y seguridad y tú… Yo temía que la pasión se consumiera… y que me dejaras por otra mujer que te atrajera más…, y entonces yo no tendría nada. Habría rechazado a Denny para vivir una pasión que se habría consumido antes de que me diera cuenta, y me quedaría sola. Un fuego fugaz.

Él inclinó la cabeza mientras oprimía su cuerpo contra el mío; su torso también tocaba el mío.

—¿Eso crees que había entre nosotros? ¿Un fuego fugaz? ¿Pensaste que te abandonaría si ese fuego se extinguía? —Lo dijo como si la mera idea le pareciera ridícula.

Apoyó la cabeza contra la mía e introdujo una pierna entre las mías. Empecé a respirar aceleradamente y casi se me cortó el aliento al oírle decir:

—Tú eres la única mujer a la que he amado en mi vida. ¿Cómo puedes pensar que te abandonaría? ¿Crees que existe alguien en este mundo que pueda compararse contigo ante mis ojos?

—Ahora lo sé, pero estaba asustada. Estaba aterrada… —Alcé el mentón hasta que nuestros labios entreabiertos se rozaron.

Él retrocedió un paso. Mi mano le sujetó el brazo con fuerza para impedir que se alejara. Él bajó la mirada y luego me miró de nuevo; sus ojos reflejaban la lucha que sostenía consigo mismo entre su deseo y su rechazo hacia mí.

—¿No crees que a mí también me asusta? —preguntó sacudiendo la cabeza—. ¿Crees que ha sido fácil para mí amarte…, o a veces siquiera agradable?

Lo miré y tragué saliva. Supuse que el hecho de amarme le había ocasionado más de un problema. Sus siguientes palabras lo confirmaron.

—Me has hecho sufrir tanto que creo que debo de estar loco por estar hablando ahora contigo.

Una lágrima rodó por mi mejilla y me volví para marcharme. Pero él me agarró por los hombros y me inmovilizó contra la pared. Alcé la vista y lo miré al tiempo que otra lágrima resbalaba por mi mejilla. Después de enjugármela con el pulgar, me tomó la cara en sus manos y me obligó a mirarlo.

—Sé que lo que hay entre nosotros es muy intenso. Sé que es aterrador. Yo también lo siento, te lo aseguro. Pero es real, Kiera. —Se tocó el pecho; luego me tocó el mío y de nuevo el suyo—. Esto es real y profundo, y jamás se habría… consumido. Estoy cansado de encuentros sin sentido. Te deseo a ti. Jamás te traicionaría con otra mujer.

Alcé las manos para tomar su rostro, para atraerlo hacia mí, pero él volvió a retroceder antes de que pudiera tocarlo. Sus ojos mostraban una tristeza casi insoportable mientras me miraba, a un paso de distancia.

—Pero no puedo volver contigo. ¿Cómo puedo estar seguro de que…? —Fijó los ojos en el suelo y bajó la voz hasta que apenas podía oírlo debido a la algarabía en el pasillo—. ¿De que algún día no me abandonarás tú a mí? Por más que te echo de menos, ese pensamiento me impide acercarme a ti.

Avancé un paso hacia él y lo cogí de las manos.

—Kellan, lo siento…

Él me miró y se apresuró a interrumpirme.

—Me dejaste por él, Kiera, aunque fuera una reacción automática porque la idea de elegirme a mí te aterrorizaba. —Arrugó el ceño en un gesto de disgusto—. Estabas decidida a dejarlo por mí. ¿Cómo sé que no volverá a ocurrir?

—No ocurrirá…, jamás te abandonaré. Estoy cansada de estar separada de ti. No quiero seguir negándome lo que tenemos. Estoy cansada de estar asustada. —Mi tono era insólitamente sereno, y me sorprendió un poco comprobar que yo también me sentía serena. Lo había dicho con total sinceridad; jamás le había hablado con tanta sinceridad.

Él movió la cabeza con tristeza.

—Yo aún tengo miedo, Kiera. Todavía necesito ese minuto…

Apoyé la mano en su estómago y él bajó la vista y la miró, pero no la apartó.

—¿Aún me quieres? —murmuré. Contuve el aliento mientras esperaba su respuesta. Por su expresión y la letra de la canción que había cantado antes, confiaba en que fuera así, pero necesitaba oírselo decir.

Él suspiró y me miró a la cara. Asintió lentamente.

—No sabes hasta qué punto.

Me acerqué más a él y apoyé la mano en su pecho; él cerró los ojos al sentir el contacto de mi mano. Deslicé los dedos sobre su corazón, y él levantó la mano para sostener mis dedos sobre él.

—Nunca te dejé… Siempre te tuve aquí. —Yo lo interpreté como una frase simbólica, hasta que recordé la conversación que Matt había tenido con Anna en la cocina. Matt había dicho: «sobre su corazón…». En esos momentos, había supuesto que Kellan había tenido un gesto romántico hacia otra mujer, pero ¿y si él…?

Deslicé mis dedos hasta el cuello de su camiseta y tiré de ella hacia abajo. Él suspiró suavemente, pero dejó caer la mano y no me detuvo. Yo no estaba segura de qué era lo que buscaba, pero entonces vi las marcas negras sobre su inmaculada piel. Confundida, le bajé aún más el cuello de la camiseta. De pronto, me quedé estupefacta. En cierta ocasión, Kellan me había dicho que no quería tener nada grabado permanentemente en su piel, y en ese momento contemplé mi nombre escrito con decorativas letras, justamente sobre su corazón. Me había llevado literalmente en su corazón. Sentí que el mío se partía mientras pasaba el dedo sobre las vistosas y floridas letras.

—Kellan… —Mi voz se quebró y tuve que tragar saliva.

Él apoyó su mano sobre la mía y retiró mis dedos de su piel, ocultando de nuevo el tatuaje. Luego, entrelazó nuestros dedos y los oprimió de nuevo sobre su pecho al tiempo que apoyaba su frente en la mía.

—De modo que… sí, aún te quiero. Nunca he dejado de quererte. Pero… Kiera…

—¿Has estado con alguna otra mujer? —musité, aunque no estaba segura de querer conocer la respuesta.

Él se apartó un poco y me miró como si acabara de preguntarle algo que le parecía inconcebible.

—No… No he deseado… —Movió la cabeza en sentido negativo y preguntó—: ¿Y tú?

Me mordí el labio y negué también con la cabeza.

—No. Yo… sólo te deseo a ti. Estamos hecho el uno para el otro, Kellan. Nos necesitamos.

Ambos avanzamos al mismo tiempo, hasta que cada centímetro de nuestros cuerpos se tocaba, de la cabeza a los pies. Él apoyó su otra mano en mi cadera mientras yo lo abrazaba por la cintura. Sin pensar, nos atrajimos el uno al otro aún más. Mis ojos no se apartaban de sus labios, y, por fin, los alcé para mirarlo a los ojos. Él también me miraba la boca, y, cuando se pasó la lengua por el labio inferior y luego se pasó los dientes lentamente sobre éste, mis ojos se fijaron de nuevo en sus labios y dejé de tratar de apartar la vista de ellos.

—Kiera —volvió a decir mientras agachaba la cabeza hacia mí y yo la alzaba hacia él—. Pensé que podría abandonarte. Pensé que la distancia borraría mis sentimientos hacia ti, que me resultaría más fácil, pero no fue así. —Negó con la cabeza y empecé a sentirme abrumada por el maravilloso olor que emanaba y me envolvía—. El estar separado de ti me está matando. Me siento perdido sin ti.

—Yo también —murmuré.

Él suspiró de manera entrecortada. Nuestras bocas casi se rozaban. Nuestros dedos entrelazados sobre su pecho se soltaron y apoyé los míos sobre su hombro. Él movió los suyos lentamente hasta detenerse de nuevo en mi collar. Murmuró:

—No he dejado de pensar en ti un solo día. —Contuve el aliento mientras las yemas de sus dedos descendían hasta mi pecho y mi sujetador—. Sueño contigo todas las noches.

Sus dedos siguieron descendiendo sobre mis costillas, mientras los míos le rodeaban el cuello para enroscarse en el pelo de su cogote. Ambos seguíamos acercándonos más y más mientras hablábamos, atraídos mutuamente, casi de forma inconsciente.

—Pero… no sé cómo dejar que vuelvas a formar parte de mi vida. —Su mano apoyada sobre mi cadera ascendió por mi espalda y la mía descendió por la suya. Sus ojos, fijos en mi rostro, traslucían nerviosismo, ansiedad, incluso temor. Su expresión reflejaba lo contrario de lo que sentía yo. Sus labios se acercaron más a los míos, hasta que prácticamente sentí el calor que exhalaban. Mi corazón se aceleró y cerré los ojos cuando murmuró—: Pero tampoco sé cómo permanecer alejado de ti.

En ese momento, alguien lo empujó por detrás. Durante una fracción de segundo, creí oír la risa gutural de mi hermana, pero no pude concentrarme lo suficiente para estar segura. Mis pensamientos racionales habían desaparecido. Quienquiera que lo había empujado contra mí había cerrado la distancia entre nosotros, y los labios de Kellan se oprimieron contra los míos. Durante diez segundos, permanecimos inmóviles, y luego dejamos de negar lo que ambos deseábamos y empezamos a movernos simultáneamente, besándonos con ternura, unos besos dulces, suaves, persistentes, que me abrasaban los labios y hacían que mi respiración se acelerara. No ofrecí ninguna resistencia, sino que me entregué a él sin reservas. En cualquier caso, era suya…

—Dios —musitó él con los labios sobre los míos—. Echaba de menos… —Se apretó más contra mí y gemí al sentir su cuerpo—. No puedo… —Su mano ascendió sobre mi pecho y me tomó por el cuello—. Yo no… —Nuestros labios se separaron y metió su lengua en mi boca, apenas rozando la mía—. Deseo… —Emitió un profundo gemido y yo hice lo propio—. Dios…, Kiera.

Alzó las manos hacia mi rostro, acariciando suavemente mis mejillas, por las que caía un río de lágrimas, antes de estrecharme contra él. Se apartó un poco para mirarme a los ojos. Le devolví su intensa mirada, respirando trabajosamente. Sus ojos me abrasaban de tal forma que me sentí débil.

—Me matas —gimió, oprimiendo sus labios con fuerza contra los míos.

Era como si alguien hubiera accionado en nosotros un resorte. Me empujó contra la pared, apretando su cuerpo con fuerza contra el mío. Alcé las manos y enrosqué los dedos en su pelo, mientras él las deslizaba sobre mis pechos hasta posarlas en mis caderas. Yo estaba segura de que habíamos superado las simples muestras de cariño, y, aunque sabía que aún había algunas personas en el pasillo, entre ellas posiblemente mi hermana, el hecho de sentir las manos, el cuerpo y la lengua de Kellan hacía que me olvidara de todo y ni siquiera me sentía abochornada.

Saboreé su calor, su pasión, la aspereza de su incipiente barba sobre mi delicada piel, y los sonidos guturales que emitía de vez en cuando, tan seductores y sensuales. Me apreté contra él, deseando que estuviéramos solos en el cuarto del personal. Cuando sus manos me rodearon la cintura, jugueteando con la depresión en la parte baja de mi espalda que tanto lo atraía, comprendí de pronto que eso era lo que yo había querido evitar al principio cuando Anna me había llevado allí. No es que no deseara tener un contacto físico con él, pues lo anhelaba con cada célula de mi cuerpo, pero ése no era el momento adecuado.

El contacto físico nunca había sido nuestro problema. Era el temor a que nuestra pasión se enfriara, a mantener con él una relación seria, lo que me había inducido a cometer un estúpido error. Con firmeza, pero suavemente, apoyé las manos en sus hombros y lo aparté. Él me miró perplejo, con ojos centelleantes, pero no protestó. En sus ojos vi casi de inmediato dolor, como si de pronto lo comprendiera. Yo estaba segura de que estaba equivocado, por lo que me apresuré a decir:

—Te quiero. Te he elegido a ti. Esta vez será distinto, todo será distinto. Quiero que nuestra relación funcione.

Él se relajó, me miró los labios; luego los ojos y de nuevo mis labios.

—¿Cómo vamos a conseguirlo? Siempre estamos igual, nuestra relación es un continuo vaivén: me deseas, lo deseas a él, me amas, lo amas a él. Me quieres, me odias, me deseas, no me deseas, me amas…, me abandonas. Hemos cometido tantos errores en el pasado…

Apoyé una mano en su mejilla y me miró. Entonces lo vi: la confusión, la constante amargura, el rechazo, el dolor y, debajo de todo ello, una profunda inseguridad. Tenía muchos conflictos internos. Dudaba de sí mismo. Dudaba de su bondad, y yo tenía la culpa, yo y nuestra tumultuosa relación. Estaba cansada de complicarle la vida, de hacerle polvo. Quería ser buena con él. Aportarle alegría. Quería que tuviésemos un futuro juntos. Pero, por más que él lo negara, si seguíamos así acabaríamos quemándonos.

—Kellan, soy ingenua e insegura. Tú eres un artista temperamental. —Al oír eso torció el gesto, pero sonreí suavemente y continué—: Nuestra historia es un amasijo de emociones contrapuestas, celos y complicaciones; nos hemos hecho daño y atormentado mutuamente…, y a otros. Ambos hemos cometido numerosos errores. —Me aparté de él y sonreí más animada—. ¿Qué te parece si nos lo tomamos con calma? ¿Por qué no nos limitamos a… salir juntos… para ver cómo nos va?

Durante un momento, me miró sin comprender, tras lo cual se pintó en su rostro una expresión maliciosa. Era una expresión que hacía tanto tiempo que no veía que me produjo un agradable pellizco en el corazón. Me sonrojé y noté que la temperatura de mi cuerpo aumentaba cinco veces al recordar lo que Kellan interpretaba como «salir juntos».

Bajé la vista, abochornada.

—Me refiero a salir juntos simplemente, Kellan. Como hacían las parejas antes.

Él se rió de mi ocurrencia y lo miré. Su sonrisa se suavizó dando paso a una expresión sosegada al tiempo que decía con ternura:

—Eres la persona más adorable que conozco. No imaginas cuánto te he echado de menos.

Yo sonreí también mientras le acariciaba su incipiente barba.

—Entonces, ¿estás dispuesto a salir conmigo? —pregunté con un tono insinuante, y él arqueó una ceja.

Esbozó una sonrisa socarrona.

—Me encantaría… salir contigo. —Luego se puso serio y añadió—: Lo intentaremos…, intentaremos no lastimarnos mutuamente. Nos lo tomaremos con calma. Iremos despacio.

Yo no pude más que asentir en respuesta.

De una forma que jamás habría imaginado que era posible con Kellan, avanzamos con extraordinaria lentitud. Yo seguía viviendo con mi hermana en nuestro apartamento. Anna gozaba contándole a la gente que nos había «empujado» literalmente para que volviéramos juntos. Kellan seguía viviendo solo en su casa, pues no había vuelto a alquilar la habitación. Nuestra primera cita oficial fue ese domingo por la noche, cuando ambos librábamos. Fuimos a cenar. Me tomó de la mano cuando me recogió en la puerta y, cuando me acompañó a casa al término de la velada, me besó en la mejilla. Fue una velada tan casta que yo no salía de mi estupor. Pero, aunque nuestro contacto físico fue limitado, no tratamos de reprimir otras emociones. Nos pasamos la velada mirándonos a los ojos y sonriendo como unos tortolitos.

En nuestra próxima cita, me llevó a bailar. Nos acompañaron mi hermana —que no desaprovechaba ocasión de asestar a Kellan una colleja por mentir al decirme que se había acostado con ella, y yo dejaba que lo hiciera sonriendo divertida—; Jenny; su compañera de piso; Rachel, y, por supuesto, los otros chicos de la banda. Fue una especie de cita en grupo.

Sonreí al ver al tímido Matt ruborizarse cuando sus pálidos ojos contemplaron la exótica belleza de Rachel. Se pasaron buena parte de la noche juntos, conociéndose en un apartado rincón al fondo del local. El resto permanecimos juntos en la atestada pista, bailando en grupo. Cuando bailábamos un lento, Kellan se limitaba a enlazarme por la cintura, apoyando los dedos en la depresión en la parte baja de mi espalda. Yo sonreía ante su dominio de sí y apoyaba tímidamente la cabeza sobre su hombro, decidida a mostrar el mismo autocontrol.

Con mirada lánguida y satisfecha, observé a Anna y a Griffin comportarse de forma tan obscena en la pista de baile que dirigí rápidamente la vista hacia Evan y Jenny, que parecían compartir un momento de ternura. Di un golpecito a Kellan en el hombro y él me miró sonriendo. Les señalé con la cabeza. Estaban bailando un lento, con la frente de uno apoyada en la del otro, Jenny mirando a Evan con expresión arrobada, Evan jugueteando con un largo mechón rubio de Jenny. Kellan me miró de nuevo encogiéndose de hombros mientras una alegre sonrisa se pintaba en su maravilloso rostro. A partir de ese momento, atrapada por sus ojos perfectos, dejé de fijarme en Jenny.

Kellan no me besó hasta nuestra tercera cita. Fuimos a ver una comedia romántica que él insistió en que no le apetecía ver, pero, siguiendo un rito iniciático habitual en una cita, lo obligué a ir. Al final de la película, observé que tenía lágrimas en los ojos. Después me acompañó hasta la puerta de casa y me preguntó educadamente si podía besarme. No pude evitar sonreír ante su intento de comportarse como un caballero y le dije que sí. Él me besó brevemente en la mejilla, pero yo lo agarré por el cuello y lo besé profunda y apasionadamente, hasta que ambos nos quedamos sin resuello. Confieso que no siempre conseguía controlar mis impulsos con Kellan, y, como mi hermana había comentado acertadamente, estaba como para…

A veces, Kellan venía a recogerme a la universidad y hablábamos sobre mis nuevas clases. Por desgracia, compartía una clase con Candy, y, aunque al principio eso me hirió y me molestó, ahora que Kellan y yo manteníamos una relación seria, comprobé que esa chica me importaba un bledo. Bueno, reconozco que gozaba observando la cara de envidia que ponía cuando me despedía de él con un beso, pero era el único sentimiento que me inspiraba. Kellan pasaba de ella por completo.

Cuando el tiempo se hizo más cálido, con frecuencia almorzábamos en nuestro parque. Kellan no era el mejor cocinero del mundo, y yo tampoco era una gran cocinera, pero preparaba unos sándwiches y nos los comíamos a la sombra de un gigantesco árbol, con nuestras espaldas apoyadas contra el tronco, las piernas enlazadas, cómodos, relajados, como si siempre nos hubiéramos sentido así.

Al cabo de un tiempo, presenté la dimisión en mi nuevo trabajo y recuperé mi turno en el bar de Pete. Emily, que trabajaba de día, había ocupado mi puesto y se mostró más que dispuesta a volver a su horario habitual. Me dijo que era incapaz de bregar con los estúpidos borrachos que acudían las noches de los fines de semana, pero tuve la impresión de que lo cierto era que se sentía atraída por uno de esos estúpidos borrachos. Un estúpido borracho que seguía quedándose a dormir con frecuencia en casa, con mi hermana, aunque no parecían mantener una relación estrictamente monógama. Mi hermana recibía de vez en cuando a otros amigos, mientras que Griffin seguía contando a todo el mundo sus sórdidas conquistas, unas historias que yo procuraba no escuchar. En cualquier caso, la relación entre mi hermana y él se basaba en un mutuo acuerdo.

Hacía mucho que habían cesado los chismorreos sobre nuestro complicado triángulo amoroso, aunque los primeros días la gente me observaba con curiosidad. La mayoría de los colegas suponían que las lesiones que habíamos sufrido Kellan y yo habían sido causadas por un grupo de punkis que nos habían asaltado, aunque algunos me miraban con recelo, induciéndome a pensar que habían averiguado la verdad.

Sin embargo, el asunto no había quedado enterrado. Teniendo en cuenta que Denny había abandonado el país y yo mi trabajo en el bar, sumado al talante malhumorado y arisco de Kellan durante mi ausencia, no había que ser un genio para adivinar lo ocurrido, y la mayoría de los clientes asiduos no habían tardado en hacerlo. Los que aún estaban en la inopia lo descubrieron la noche que me presenté en el bar de Pete y Kellan y yo… resolvimos nuestras diferencias en el pasillo. Y, por si no había quedado bastante claro —creo que el único que a esas alturas aún no lo había captado era Griffin—, el hecho de que Kellan me besara cada vez que entraba en el bar era prueba más que suficiente.

Cuando las miradas y los murmullos cesaron, me alegré de volver a trabajar en el bar de Pete, especialmente para poder oír tocar de nuevo a la banda. Kellan siempre cantaba la emotiva canción mirándome directamente a mí, y siempre hacía que los ojos se me llenaran de lágrimas. Si las palabras fueran caricias, se diría que Kellan me hacía el amor cada vez que la cantaba. Algunas chicas situadas en la primera fila se desmayaban cuando él la cantaba, probablemente imaginando que eran el objeto de su amor. De vez en cuando, las más atrevidas lo perseguían después del espectáculo, y yo sonreía al verlo apartarlas con delicadeza o evitar que trataran de asaltarlo con los labios. No niego que me sentía un poco celosa, pero tenía la certeza de que su corazón me pertenecía. ¿Cómo podía dudarlo cuando había grabado mi nombre sobre él?

En cuanto al tatuaje…, lo contemplaba con frecuencia. Cuando nuestra relación pasó al estadio en el que él ya se quitaba la camiseta con frecuencia, estuvimos así un tiempo, y yo solía deslizar los dedos sobre las letras mientras nos besábamos tumbados en su sofá. Le dije que podía tatuarme su nombre, pero él insistía en que bastaba con que luciera su collar —que no me quitaba nunca— y que mi piel «virgen» era perfecta tal cual. Yo me ruborizaba cuando me decía eso, pero no podía dejar de contemplar lo que había hecho mientras habíamos estado separados. Debido a su historial, había supuesto que buscaría consuelo en la nutrida colección de chicas que estaban más que dispuestas a acostarse con él, pero no lo había hecho. Había hallado consuelo en mí, en mi nombre tatuado en su piel. Yo no podía ignorar la profunda belleza que contenía ese gesto.

Me dijo que se lo había hecho la noche antes de que nos despidiéramos de Denny en el aeropuerto. Había decidido hacérselo el día en que Denny y Anna habían sacado mis cosas de su casa, con el fin de conservarme junto a él, porque necesitaba que estuviera siempre cerca de él. Yo no había imaginado que mi nombre pudiera ser tan hermoso, pero había pocas cosas en el mundo tan maravillosas para mí como esas letras escritas con tinta negra sobre su pecho. Bueno, quizá su sonrisa…, o su pelo…, o sus ojos que me miraban con adoración…, o su corazón…

Una noche me confesó que seguía manteniendo frecuente contacto con Denny. Eso me sorprendió. Suponía que la última vez que habían hablado había sido en el aeropuerto. Me dijo que, cuando Denny regresó a casa, él había llamado a sus padres a diario. Por fin, su paciencia había dado resultado, y había conseguido hablar con Denny. Al principio no tenían gran cosa que decirse, pero Kellan siguió intentándolo. Su relación no avanzó mucho hasta que Kellan le confesó que él y yo habíamos roto.

Denny nunca me había preguntado directamente sobre Kellan, y yo le hablaba de él, pues no quería sacar a colación un tema tan doloroso cuando tratábamos de ser amigos. Denny había supuesto que habíamos vuelto a ser pareja después de marcharse él. De modo que se llevó una sorpresa cuando Kellan le informó de que no era así. Y lo más sorprendente era que Denny le había dicho que era un idiota por romper conmigo. Me quedé atónita cuando Kellan me lo contó.

Cuando al cabo de unos días hablé con Denny, él mismo me lo confirmó. Dijo que después de todo lo que había ocurrido, le parecía una lástima que no siguiéramos juntos. Yo me reí y le dije que era un buenazo. Él se mostró de acuerdo y se rió también. Se sentía feliz. Su trabajo era fantástico, e iban a promoverle. Su relación con esa chica iba viento en popa, y Abby se estaba convirtiendo en algo más que una simple amiga. Durante unos momentos, eso me escoció, pero luego me alegré por él. Merecía ser feliz.

Mi propia relación progresaba también a las mil maravillas. Kellan se comportaba como un novio irreprochable, y le divertía que nos tomáramos las cosas tan despacio. De hecho, gozaba provocándome hasta que estaba a punto de estallar y luego me tranquilizaba diciendo que debíamos tomárnoslo con calma. Le gustaba tomarme el pelo. Pero sus ojos mostraban casi siempre una expresión despreocupada y serena, y sonreía de forma relajada y espontánea.

Eso no significaba que nuestra relación no tuviera sus altibajos. No todo era un camino de rosas. De vez en cuando discutíamos. Generalmente a cuenta de una mujer con la que Kellan se había acostado. Una incluso se presentó en su casa, vestida con un abrigo que llevaba desabrochado, luciendo unas prendas interiores tan provocativas que me puse roja como un tomate. Yo había ido a visitarlo antes de ir a trabajar cuando de pronto había aparecido esa golfa. Kellan se había apresurado a despedirla con cajas destempladas, pero en mi fuero interno no pude evitar preguntarme qué habría hecho él si yo no hubiera estado allí, y si era habitual que se presentaran en su casa mujeres medio desnudas. No dudaba de su amor, pero soy una mujer de carne y hueso, una mujer que a menudo se sentía poco atractiva junto a un novio que era un Adonis, y esa mujer era muy hermosa… y tenía un cuerpo fabuloso.

Ése fue un incidente. Hubo otros. Chicas con las que Kellan había estado que se acercaban a él en el bar, o incluso en mi universidad, con el propósito de reiniciar su relación con él. Kellan siempre las rechazaba, asegurándome que no significaban nada para él, y por lo general ni siquiera recordaba sus nombres, lo cual no me servía de gran consuelo, pero yo seguía teniendo mis inseguridades, y eso me dolía. Nuestras charlas también ponían de relieve sus inseguridades; por ejemplo, insistía en que yo no había dejado de amar a Denny y que en realidad deseaba estar con él. Kellan seguían pensando que era un premio de consolación, por más que yo tratara de disuadirlo.

Ambos tratábamos de asegurarnos que estábamos juntos en el mismo barco, y que nos éramos fieles, pero el hecho de saber que la persona con la que estás ha traicionado antes a su pareja aumenta las inseguridades, aunque tú seas la persona con la que la ha traicionado. Y los dos teníamos que afrontar nuestra historia sabiendo que habíamos compartido momentos de intimidad con otras personas estando enamorados el uno del otro. A veces, era duro superar los recuerdos de haber tenido que oír esos momentos íntimos, y de, en cierta ocasión, haber visto yo a Kellan con otra mujer.

Un día, Kellan me echó en cara el haberme acostado con Denny después de haber pasado él y yo una larga y apasionada tarde. Se había sentido traicionado por mi conducta, y me confesó lo mucho que le había dolido y que había influido de forma decisiva en su decisión de marcharse esa fatídica noche. Había procurado ocultar lo mucho que le molestaba que yo estuviera con Denny, y lo mucho que le había afectado el que yo me acostara con él después del maravilloso día que Kellan y yo habíamos pasado juntos. No tuvo reparos en manifestarme el dolor que le había causado. Pero luego, casi al instante, se arrepintió de haberme gritado y sepultó la cabeza entre las manos. Al principio, se resistió, pero al fin dejó que lo rodeara con mis brazos, susurrándole al oído lo mucho que lo sentía mientras él derramaba algunas lágrimas.

Los dos nos habíamos herido en lo más profundo. Pero procurábamos no dejar que el otro permaneciera encerrado en su dolor o su ira. Hablábamos de ello, aunque significara mantener una noche una charla de dos horas en el aparcamiento del bar de Pete, cuando yo, deshecha en lágrimas y sin medir las consecuencias, le eché en cara el trío que se había montado un día, y él me reprochó el haberme visto abandonar apresuradamente el club con Denny sabiendo exactamente cómo acabaría la noche y quién ocupaba realmente mi pensamiento. Pero al fin resolvimos nuestras diferencias, y seguíamos haciéndolo.

Nos llevó un tiempo, pero hallamos cierto equilibrio entre amistad, amor y pasión. Kellan me abrazaba cada vez que entrábamos en el bar de Pete y me besaba sin inhibiciones después de cada actuación, lo cual me abochornaba y a la vez me encantaba. Permanecía cerca de mí sin agobiarme, y me concedía el espacio que necesitaba sin distanciarse.

Jenny me decía repetidamente que hacíamos buena pareja y que nunca había visto a Kellan tan pendiente de una mujer como lo estaba de mí. Yo la creí, dado que Jenny lo conocía desde hacía tiempo y conocía también su faceta negativa. No dejaba de sorprenderle que Kellan fuera capaz de estar sólo con una mujer. Asimismo, empezó a flirtear en serio con Evan, y una noche me llevé cierta sorpresa al sorprenderlos besándose apasionadamente en el cuarto del personal. Evan se sonrojó al igual que había hecho cuando nos sorprendió a Kellan y a mí. Pero Jenny se echó a reír, al igual que había hecho Kellan. Avergonzada, pero sonriendo complacida al comprobar que su relación iba a las mil maravillas, cerré rápidamente la puerta y corrí a contarle a Kellan la noticia. Él sacudió la cabeza y, riendo, me dijo que Matt mantenía una discreta relación con Rachel. Todo indicaba que los D-Bags empezaban a sentar cabeza.

Cuando Kellan me besó con ternura, mi hermana, que nos observaba desde la mesa de los chicos, dijo que envidiaba nuestra relación, dirigiendo de paso a Griffin una mirada cargada de significado que él ignoró por completo. No pude evitar preguntarme si mi hermana lograría domar a ese D-Bag, o quizá se domarían mutuamente. Cuando la noche siguiente vi a Griffin tocarle el culo a otra chica, y mi hermana trajo a casa a un modelo de Calvin Klein (juro que es cierto), supuse que no era probable.

En cualquier caso, no me importaba. Yo tenía a mi hombre y él me tenía a mí. Tardamos otros tres meses, pero al fin me tuvo toda para él. La primera vez que estuvimos juntos como novios legítimos coincidió con la fecha en que, hacía exactamente un año, yo había visto a Kellan cantar en el bar de Pete por primera vez. Nos tomamos nuestro tiempo, saboreando cada momento y cada sensación.

Él cantó mi canción en voz baja mientras se desnudaba y me desnudaba a mí, con voz grave, ronca y llena de emoción. Yo traté de reprimir las lágrimas. Cuando llegó la parte de la larga sección instrumental, y sus caricias se hicieron más… intensas, ambos nos olvidamos del resto de la canción y quedó muy claro que seis meses de separación y abstinencia no habían conseguido sofocar nuestro ardor. En todo caso, la espera lo había potenciado, y significó más para ambos. Lo significaba todo.

Nuestro reencuentro en el plano sexual fue intenso y profundamente emotivo, como lo había sido buena parte de nuestra relación. Él no dejó de murmurar palabras tiernas mientras hacíamos el amor: lo bonita que era yo, lo mucho que me había echado de menos, lo mucho que me necesitaba, lo vacío que se había sentido, lo mucho que me amaba. Yo no podía articular palabra y decirle que sentía lo mismo que él, pues estaba demasiado conmovida por la emoción que denotaba su voz. De pronto, dijo algo que se me clavó en el alma.

—No te vayas…, no quiero estar solo. —Al mirarme vi que tenía lágrimas en los ojos—. No quiero volver a estar solo. —A pesar de la intensidad de las sensaciones que estaba experimentando en esos momentos, sentí la profunda soledad que transmitía.

Tomé su rostro en mis manos, sin dejar de movernos.

—Yo… jamás… —Lo besé con furia para tranquilizarlo, y él se volvió hacia mí, mientras permanecíamos tumbados en la cama de costado, sin perder el contacto, moviéndonos al unísono, haciéndonos el amor.

Tenía los ojos llenos de lágrimas y los cerró mientras movía la mano que tenía apoyada en nuestras caderas y la subía por mi costado, abrazándome con fuerza, como si no soportara estar separado ni unos centímetros de mí.

—No quiero estar sin ti —murmuró.

—Estoy aquí, Kellan. —Tomé la mano y la coloqué sobre mi corazón, que latía con furia—. Estoy contigo…, a tu lado. —Mis ojos también se humedecieron, y los cerré al sentir la emoción que me embargaba.

Lo besé de nuevo y él apoyó su mano sobre mi corazón, casi como si temiera que al retirarla yo dejaría de ser real. Yo apoyé mi mano sobre su corazón, sobre el tatuaje, y ambos sentimos la vida que latía en el otro. Abrí los ojos y escruté su rostro mientras lo besaba una y otra vez con ternura. Él se relajó un poco cuando mis besos y los latidos de mi corazón aliviaron su angustia, pero no abrió los ojos.

En ese momento me perdí, observándolo, observando la emoción y el placer, e incluso los momentos de dolor que dejaba entrever su rostro. Los acompasados latidos de su corazón empezaron a acelerarse, junto con su respiración, y lo besé con dulzura al tiempo que los gemidos guturales que emitía hacían que mi respiración se acelerara también. Sabía que él estaba a punto de alcanzar el orgasmo, pero estaba tan fascinada observándolo que casi dejé de prestar atención a las maravillosas cosas que ocurrían en mi cuerpo. No podía concentrarme en nada más que en la expresión de su rostro y el dolor que denotaba su voz.

En el preciso momento en que comprendí que estaba a punto de correrse, abrió los ojos y me tocó la mejilla con la mano que había tenido apoyada sobre mi corazón.

—Por favor —murmuró con vehemencia—. Estoy a punto, Kiera. —Inspiró entre dientes y gimió suavemente—. No quiero… no quiero hacerlo solo. —Aún tenía los ojos húmedos, como si en cualquier momento fuera a resbalar una lágrima sobre su mejilla, y mis ojos se humedecieron también.

—Estoy aquí, Kellan. No estás solo…, jamás volverás a estar solo.

Dejé de concentrarme en lo que le hacía y empecé a prestar atención a lo que él me hacía a mí. Ese pequeño cambio mental bastó para que alcanzara el clímax. Lo abracé con fuerza y me entregué sin reservas, asegurándole que estaba con él, y él alcanzó el orgasmo al mismo tiempo que yo. Luego, cuando ambos alcanzamos juntos la cumbre, nos miramos a los ojos y dejamos simultáneamente de respirar, dejamos de hablar, y, en silencio, experimentamos algo increíblemente profundo… juntos.

Nuestros labios se encontraron mientras el fuego nos abrasaba a los dos; al principio con intensidad, mientras nos besábamos profunda y apasionadamente, y luego amainando lentamente hasta dar paso a unas dulces caricias, sin apenas tocarnos, al tiempo que el fuego en nuestro interior remitía y se convertía en unas ascuas dispuestas a prender de nuevo cuando llegara el momento adecuado.

Él se acomodó frente a mí, rodeándome con sus brazos y estrechándome con fuerza. Después de volver a besarme con ternura, murmuró: «Gracias», y yo me sonrojé, pero lo abracé con fuerza. Él apoyó la cabeza en el hueco entre mi cuello y el hombro y, meciéndose contra mi piel, dijo suavemente: «Lo siento».

Me retiré un poco y él alzó la cabeza para mirarme. Parecía satisfecho, aunque un poco avergonzado.

—No pretendía… comportarme casi como una nenaza. —Negó con la cabeza y me miró mientras yo soltaba una breve carcajada al recordar el día en que lo acusé de eso.

Le acaricié la mejilla y él alzó la cabeza para observarme.

—¿Qué puedo hacer para asegurarte de que no lo eres?

Sonrió con dulzura ante mi comentario.

Su sonrisa dio paso a un leve gesto de preocupación y me miró de nuevo.

—Ha pasado mucho tiempo, y hubo una época en que pensé que nosotros jamás… —Se encogió de hombros mientras buscaba las palabras adecuadas—. Supongo que me sentí un tanto… agobiado, y lo lamento. —Me miró al tiempo que en su rostro se pintaba una adorable sonrisa—. Confieso que perdí los nervios. Y me siento avergonzado.

—No tienes nada de que sentirte avergonzado. —Esbozó una breve y maliciosa sonrisa y me ruboricé al comprender la interpretación que había dado a mis palabras. Tras soltar una carcajada, le acaricié el pelo y lo besé durante largo rato. Luego, me aparté, deslicé los dedos sobre su mejilla y, procurando adoptar un tono de voz lo más tranquilizador posible, dije—: No debes arrepentirte nunca de decirme lo que realmente sientes… o temes.

Cambiamos de postura, de forma que yo estaba boca arriba y él prácticamente tumbado sobre mí. Tomé su rostro en mis manos mientras él sonreía satisfecho.

—No me ocultes nada. Quiero saber…, quiero saber lo que sientes, aunque creas que no lo deseo, aunque te cueste decirlo. —Apartó los ojos de los míos pero yo lo obligué con ternura a volver la cabeza y mirarme de nuevo—. Te amo. Jamás te abandonaré.

Él asintió y se relajó sobre mí, sus brazos debajo de mi espalda, su frente apoyada en mi cuello. Suspiré y le empecé a pasar los dedos una y otra vez a través de su pelo, volviéndole a veces la cabeza para besarlo, y él suspiraba y me abrazaba con fuerza. Y así, nuestra primera noche juntos, en el sentido figurado y literal del término, concluyó mientras yo lo estrechaba entre mis brazos y lo consolaba. Y eso me produjo una sensación de profunda y emotiva compenetración con él. Mientras mis dedos le acariciaban el pelo, tranquilizándolo hasta que se quedó dormido, no dejó de estrecharme contra él, y comprendí que nunca dejaría de hacerlo. El amor que sentíamos el uno por el otro, aunque no había sido planeado ni previsto, como nunca lo es el amor, nos había marcado a ambos de forma irreversible hasta la médula. No podía desvanecerse. No podía transferirse a otra persona. Probablemente no sería siempre fácil…, pero existiría siempre…, siempre. Y, cuando sentí que el sueño me vencía, al mismo tiempo experimenté una profunda sensación de paz.