19
Eres mío

La fiesta del Día de Acción de Gracias llegó y transcurrió rápidamente. Denny preparó una cena realmente fabulosa y Kellan salió después de decir «disfrutad de la cena», sin molestarse en compartirla con nosotros. No volvimos a verlo hasta la noche. Denny había cocinado un pequeño pavo glaseado, como había visto hacer en un programa de cocina en la televisión, relleno con arándanos y acompañado con puré de patatas. Yo preparé la ensalada…, que fue lo único que me dejó que le ayudara a hacer. Me senté en la encimera y le hice compañía durante todo el día mientras trajinaba en los fogones. Denny no dejaba de sonreír y de besarme, y parecía muy contento. Yo procuré mostrarme tan animada como él. Traté de no preocuparme de adónde había ido Kellan…, o con quién podía estar.

Mientras Denny recogía después de cenar (era un novio ideal), llamé a mi familia para manifestarles mi cariño, evitando hablar directamente con mi hermana. Aún no me sentía con ánimos de afrontar ese problema. Sabía que era ridículo. Algún día tendría que volver a hablar con ella, pero aún no, no cuando las cosas estaban tan tensas entre Kellan y yo. Mis padres me preguntaron si iría en Navidad. Ya habían comprado los pasajes para los dos —la indirecta no podía ser más directa—, y habían preparado mi habitación para Denny y para mí. Eso me sorprendió. Nunca habían permitido que conviviéramos bajo su techo. Supuse que debían de echarme mucho de menos. Con tono compungido, les dije que Denny quería que fuera con él a Australia, aunque aún no había decidido lo que iba a hacer. Y, conociendo a Denny, probablemente también había comprado nuestros billetes…, por si acaso.

Mis padres se mostraron claramente disgustados por la noticia, y, aunque la conversación tomó otros derroteros, comprendí que durante los próximos días no dejarían de hablar de ello. Colgué lamentando haberles dado ese disgusto. Aún no le había dicho a Denny lo que pensaba hacer, aunque me lo había preguntado en varias ocasiones. Todavía no lo sabía. No sabía qué decisión tomar, a quién herir… Odiaba ese tipo de decisiones. Era una situación ingrata, pues alguien resultaría inevitablemente lastimado, mis padres o Denny. En cuanto a Kellan…, aunque su última crueldad conmigo haría que me resultara más fácil dejarlo, no dejaba de disgustarme.

Mi enojo hacia él iba en aumento, como había sucedido con nuestro flirteo no hacía mucho. Tan sólo unas semanas atrás, Kellan y yo éramos casi inseparables, pero él se había hecho ahora inseparable de casi medio Seattle… y de Candy. Ésta había seguido el consejo que yo le había dado, y poco después del Día de Acción de Gracias se había presentado en el bar de Pete. Al reconocerla, y dirigiéndome una mirada que indicaba con claridad «sé que tú también la has reconocido», Kellan había pasado toda la noche pegado a ella. Y cuando digo toda la noche, me refiero a toda la noche. Tuve que escuchar una y otra vez la «admiración» que sentía Candy por las habilidades de Kellan a través de los delgados tabiques de nuestro apartamento.

Su expresión satisfecha cuando me topé con ella en los pasillos de la universidad el lunes por la mañana creo que fue la gota que colmó el vaso. Era una expresión que decía «tomé lo que sé que deseas en secreto, y gocé cada segundo que estuve con él».

Eso me hizo polvo. Esa noche, por fin estallé.

Pete, y supongo que Griffin o Kellan, habían decidido convertir la noche de los lunes en la noche de las mujeres, con copas a dos dólares hasta medianoche. Por tanto, el bar estaba abarrotado de mujeres en edad universitaria que bebían hasta emborracharse. Los chicos de la banda estaban allí, como es natural, y pasándolo en grande con su nutrido harén de mujeres bebidas.

Kellan se comportaba con descaro. Tenía a una putilla con un corte de pelo como un casquete sentada de forma provocativa en sus rodillas, chupándole el cuello. Él se divertía de lo lindo acariciándole el muslo. Ninguno de los otros chicos les prestaban la menor atención; todos tenían sus propias mujeres. La chica señaló el cuarto del personal con gesto provocador. Kellan sonrió y negó con la cabeza. Era natural. ¿Por qué iba a follársela ahora, cuando podía llevarla a casa más tarde y subirla a su habitación, para fastidiarme toda la noche con los ruidos que hacían? Esa idea me enfureció. ¿Por qué me importaba tanto lo que hiciera?

Mientras restregaba furiosa con un trapo una mesa que estaba limpia, lo vi pasar junto a mí. Antes de pensar en lo que decía, solté:

—Podrías tener la decencia de mantener la bragueta abrochada, Kyle.

Él avanzó unos pasos antes de asimilar la estupidez que yo acababa de decir. Se volvió y me miró indignado.

—Esto tiene gracia. —Soltó una carcajada con una expresión que se me antojó arrogante.

—¿Qué? —pregunté secamente.

Se dirigió hacia donde me hallaba junto a la mesa vacía, y se acercó hasta apretar su cuerpo contra el mío. Me agarró del brazo y me atrajo hacia él. Mi corazón empezó a latir como loco al sentir su proximidad. Hacía mucho tiempo que no me tocaba, y su inesperado gesto me dejó atónita.

Se acercó más y me susurró al oído:

—¿Cómo es posible que la mujer que vive con su novio, con la que me he acostado en dos ocasiones, se atreva a darme una lección sobre abstinencia?

Sentí que me sonrojaba de ira. Lo fulminé con la mirada y traté de apartarme, pero él me sujetó del brazo con fuerza y la mesa que tenía a mi espalda me impedía huir. Su repentina furia no se había agotado, y acercó de nuevo los labios a mi oído.

—Si te casas con él, ¿podré seguir follándote?

El incidente que se produjo a continuación fue conocido por todos como «la bofetada que se oyó en todo el bar».

La mano que tenía a mi espalda salió disparada, como si tuviera vida propia, y lo abofeteó con diez veces más fuerza de lo que jamás le había abofeteado. Kellan retrocedió a causa del impacto y contuvo el aliento. Sobre su piel aparecieron unas marcas rojas, donde yo le había propinado la bofetada. Me miró estupefacto.

—¡Hijo de puta! —le grité, olvidando por un momento que estábamos en un bar repleto de testigos.

Pese a que la mano me escocía, me sentía aliviada de haber desahogado mi rabia. Alcé la mano para propinarle otra bofetada, pero él me agarró de la muñera y me la retorció dolorosamente. Sus ojos se clavaron en los míos. Mostraban una furia análoga a la mía. Me revolví, tratando de obligarlo a soltarme la muñeca, que me dolía, deseando volver a abofetearlo…, deseando hacerle daño.

—¿Qué coño te pasa, Kiera? ¿A qué viene esto? —me gritó.

Me sujetó la otra mano para que no pudiera golpearlo, de modo que traté de asestarle un rodillazo, confiando en derribarlo al suelo. La mano me dolía cuando la sangre volvió por fin a fluir a por ella. Sin poder contener la furia que había acumulado, retrocedí de inmediato y me abalancé de nuevo sobre él. Unos brazos musculosos me sujetaron por la cintura, mientras me revolvía, irritada y confundida, para soltarme.

—Cálmate, Kiera. —La dulce voz de Evan penetró a través de la bruma de mi ira.

Me sujetó por detrás, tratando de apartarme de Kellan. Sam tenía la mano apoyada en el torso de Kellan, que estaba que echaba chispas y me miraba con rabia. Matt y Griffin se habían acercado por detrás de Kellan. Matt parecía preocupado, Griffin mostraba una expresión tremendamente divertida. Jenny se había interpuesto entre Kellan y yo, extendiendo ambos brazos, como si una persona tan menuda como ella pudiera impedir que nos atacáramos de nuevo. Aparte de la risita de Griffin, todo el bar había enmudecido. Sam parecía no saber qué hacer. En otras circunstancias, habría arrojado con cajas destempladas a cualquiera que hubiera organizado el follón, pero nosotros trabajábamos allí… y éramos amigos.

Al fin, fue Jenny quien, mirando alrededor del bar lleno de gente que nos observaba con curiosidad, tomó la mano de Kellan y luego la mía. Frunciendo el ceño y sin mirarnos directamente a ninguno de los dos, murmuró: «Venid conmigo» y nos llevó a rastras hasta el cuarto del personal. Kellan y yo nos ignoramos mutuamente y a la multitud, mientras dejábamos que Jenny nos arrastrara de la mano. Observé que Evan miraba a Matt al tiempo que asentía con la cabeza; el otro hizo otro tanto y sujetó a Griffin, que estaba muy mosqueado, obligándolo a quedarse donde estaba. Evan nos siguió de cerca.

Cuando llegamos al pasillo, Evan pasó junto a nuestro enfurecido trío y abrió la puerta del cuarto del personal para que entráramos. Después de echar un vistazo a un lado y a otro del pasillo, cerró la puerta a nuestras espaldas y se apostó frente a ella, reteniéndonos en la habitación y evitando que entrara cualquier cliente curioso. Cruzó sus tatuados brazos mientras vigilaba la puerta, cuya cerradura seguía rota, exhibiendo un par de llamas perfectas que reptaban por sus antebrazos. Mi estado de ánimo estaba tan enardecido como esas llamas.

—De acuerdo —dijo Jenny, soltándonos las manos—. ¿Qué ocurre?

—Ella…

—Él…

Kellan y yo empezamos a hablar al mismo tiempo y Jenny, que se había interpuesto entre nosotros, alzó las manos.

—De uno en uno.

—No necesitamos a una mediadora, Jenny —le espetó Kellan, mirándola enojado.

Sin dejarse amedrentar por su expresión de furia, ella respondió con calma:

—¿Ah, no? Pues yo creo que sí. —Señaló el interior del bar—. La mitad de la gente que está ahí fuera opina como yo. —Lo miró de arriba abajo con recelo—. Sé un par de cosas sobre vuestras peleas. No te dejaré solo con ella.

Kellan la miró sorprendido y luego se volvió para mirarme a mí con rabia.

—¿Se lo has contado…? ¿Lo sabe? —Yo me encogí de hombros y miré a Evan, que seguía mostrando una expresión confundida y preocupada—. ¿Se lo has contado todo? —inquirió Kellan, sin salir de su estupor.

Volví a encogerme de hombros.

Kellan soltó una exclamación de protesta y se pasó la mano por el pelo.

—Qué interesante. Y yo que creía que no íbamos a hablar de ello. —Miró a Evan—. Bueno, ya que al parecer ha dejado de ser un secreto, ¿por qué no nos ponemos todos al día? —Extendió las manos hacia mí en un gesto melodramático, sin dejar de mirar a Evan—. He follado con Kiera… aunque me advertiste que no lo hiciera. ¡Y no una, sino dos veces!

Todos se pusieron a hablar al mismo tiempo. Jenny regañó a Kellan por su grosero lenguaje, Evan le recriminó su conducta y yo le grité que se callara. Kellan nos miró a todos con cara de pocos amigos y añadió:

—¡Y le dije que era una puta!

—¡Eres un gilipollas! —dije, apartando la vista de él. Las lágrimas afloraron a mis ojos y sentí que me sonrojaba de vergüenza. Evan no sabía nada de eso. Y no tenía por qué haberse enterado.

Kellan me miró incrédulo cuando me volví de nuevo hacia él.

—¿Un gilipollas? ¿De modo que soy un gilipollas? —Avanzó un paso hacia mí, furibundo, y Jenny se apresuró a apoyarle una mano en el pecho para detenerlo—. ¡Fuiste tú quien me abofeteó! —dijo señalándose la cara, donde aún eran visibles unas manchas rojas—. ¡De nuevo!

Evan intervino, mirando enojado a Kellan.

—Joder, tío. ¿En qué estabas pensando…, suponiendo que pensaras?

Kellan lo miró irritado.

—Ella me imploró que lo hiciera. Soy humano.

Yo emití una exclamación de indignación, incapaz de expresarme con coherencia. ¿Era necesario que todos los presentes en la habitación conocieran esos detalles tan íntimos? Me asombraba que Kellan me hiciera quedar como una golfa, como si él fuera inocente y yo lo hubiera seducido. ¡Qué cara más dura!

Kellan volvió a mirarme.

—¡Tú me lo imploraste, Kiera! En ambas ocasiones, ¿lo recuerdas? —Me señaló irritado y Jenny lo apartó de un empujón—. Sólo hice lo que me pediste. Es lo único que he hecho, ¡lo que tú me pediste! —Extendió los brazos hacia los costados, exasperado.

Eso hizo que se me soltara la lengua al tiempo que la indignación y el bochorno se apoderaban de mí. Rara vez hacía Kellan lo que yo le pedía. Tenía una larga lista de palabras en mi mente, pero ante todo recordaba la que había utilizado hacía un momento.

—¡No te pedí que me llamaras «puta»!

Él avanzó hacia mí y Jenny lo detuvo apoyándole ambas manos en el pecho.

—¡Y yo no te pedí que me abofetearas de nuevo! ¡Deja de golpearme, joder!

—Cuidadito con el lenguaje —le amonestó Jenny, pero Kellan no le hizo caso.

Evan le dijo que «se calmara», pero Kellan tampoco le hizo caso.

—¡Te lo tenías merecido, gilipollas! —Ninguna mujer habría consentido que le dijera esas cosas. Prácticamente me había invitado a que lo hiciera—. Ya que nos estamos sincerando delante de ellos —le espeté furibunda—, ¿por qué no les cuentas lo que me dijiste? —Avancé hacia él y Jenny apoyó una mano sobre mi hombro. Lo único que impedía que nos abalanzáramos el uno sobre la otra era la atractiva y menuda mujer que se interponía entre nosotros.

—Si me hubieras dado dos segundos, iba a pedirte perdón por eso. ¡Pero ahora no pienso hacerlo! —Se encogió de hombros y sacudió la cabeza—. No me arrepiento de haberlo dicho. —Me señaló indignado—. ¡Fuiste tú quien se pasó de la raya! ¡Estás cabreada porque salgo con otras mujeres!

Mis ojos lanzaban chispas.

—¿A eso le llamas tú salir con otras mujeres? ¡Querrás decir que te las tiras! Ni siquiera te molestas en averiguar sus nombres. ¡Eso no está bien! —Meneé la cabeza—. ¡Te comportas como un perro! —le espeté.

Evan intervino de nuevo antes de que Kellan pudiera replicar.

—Tiene razón, Kellan.

—¿Qué? —Kellan y yo lo miramos atónitos—. ¿Tienes algo más que decirme, Evan? —le soltó Kellan, apartándose de Jenny, que le retiró la mano del pecho.

El rostro de Evan, habitualmente jovial, se ensombreció.

—Puede que sí. Puede que ella tenga razón. Y puede que tú también lo sepas. —Kellan palideció pero no dijo nada—. ¿Por qué no le explicas por qué te comportas de forma tan… impúdica? Quizá lo entendería.

Kellan se cabreó y avanzó un paso hacia Evan.

—¿Y tú que coño sabes?

—Deja de soltar tacos, Kellan —le reprendió Jenny de nuevo.

En ese preciso momento, estallé.

—¿De qué estáis hablando? —pregunté, irritada por ese extraño toma y daca entre ambos.

Kellan no nos hizo caso a ninguna de las dos y miró a Evan con frialdad. Evan sostuvo su mirada unos segundos y luego suspiró.

—Como quieras, tío…, allá tú.

Kellan soltó un bufido.

—Exacto. Lo que yo haga no os incumbe —añadió señalándonos a todos—. Como si quiero follarme a todo el bar, vosotros…

—¡Prácticamente lo has hecho! —grité, interrumpiéndolo.

—¡No! ¡Te follé a ti! —contestó gritando también, y, en el repentino silencio que se produjo a continuación, oí a Evan recriminarle de nuevo su conducta y a Jenny suspirar suavemente—. Y dijiste que te dolía traicionar a Denny. —Se inclinó sobre la cabeza de Jenny y ella le apoyó de nuevo la mano sobre el pecho para detenerlo—. Te sientes culpable por haber tenido una aventura sentimental, pero…

Yo le interrumpí.

—¡Nosotros no hemos tenido una aventura sentimental! ¡Cometimos un error, dos veces…, eso es todo!

Él soltó un bufido.

—¡Vamos, Kiera! ¡Eres una ingenua! Puede que hayamos practicado sexo sólo en dos ocasiones, ¡pero por supuesto que hemos tenido una aventura sentimental durante todo el tiempo!

—¡Esto no tiene sentido! —le grité.

—¿De veras? ¿Entonces por qué tratas desesperadamente de ocultárselo a Denny? Si todo fue tan inofensivo e inocente, ¿por qué no nos comportábamos con naturalidad delante de los demás? —Señaló la puerta con un brazo, indicando el mundo exterior.

Tenía razón. Sólo dejábamos que los demás vieran una mínima parte de la estrecha relación que manteníamos. No podía replicarlo.

—Yo… yo…

—¿Por qué no podemos tocarnos siquiera? —Se me cortó el aliento. Su pregunta, que formuló con voz exageradamente ronca, no me gustó—. ¿Qué sientes cuando te toco, Kiera? —Su tono, casi gutural, resultaba tan insinuante como sus palabras, y Jenny retrocedió un paso, retirando de nuevo la mano de su pecho.

Se pasó la mano por la camiseta al tiempo que respondía a su propia pregunta.

—El pulso se te acelera, al igual que tu respiración. —Se mordió el labio y empezó a fingir que jadeaba, sin apartar los ojos de los míos—. Te pones a temblar, separas los labios, tus ojos muestran un fuego abrasador. —Cerró los ojos y espiró al tiempo que emitía un leve quejido; luego, volvió a abrirlos e inspiró entre dientes de forma sensual. Con voz deliberadamente entrecortada, siguió hostigándome—: Te duele todo el cuerpo.

Volvió a cerrar los ojos y emuló a la perfección los gemidos roncos que yo emitía cuando estaba con él. Se pasó la mano por el pelo. Enroscando los dedos en él, como yo solía hacer sin parar, mientras deslizaba la otra mano por su pecho, de una forma que me resultaba más que familiar. Su rostro mostraba una expresión muy íntima, y el efecto era tan intensamente erótico, a la vez que familiar, que me sonrojé hasta la raíz del pelo. Él tragó saliva y emitió un ruido seductor al extremo mientras entreabría los labios fingiendo jadear.

—Dios…, por favor… —susurró con voz ronca mientras sus manos descendían por su cuerpo, hacia sus vaqueros…

—¡Basta! —grité.

Profundamente avergonzada, miré a Jenny. Estaba tan pálida como yo colorada. Se volvió hacia mí y apoyó una mano en mi hombro para tranquilizarme, más que para contenerme. Oí murmurar a Evan desde la puerta:

—Joder, Kellan.

Kellan abrió los ojos, enfurecido, y soltó:

—¡Eso es justamente lo que pensé! ¿Os suena eso inocente? —preguntó mirando a los presentes—. ¿A cualquiera de vosotros? —Me miró de nuevo furioso—. Tú hiciste tu elección, ¿recuerdas? Elegiste a Denny. Pusimos fin a… lo nuestro —añadió señalándonos a él y a mí—. No sentías nada por mí. No querías estar conmigo, pero ahora no quieres que esté con otra mujer, ¿no es cierto? —Sacudió la cabeza—. ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué me quede completamente solo? —Su voz se quebró al final de la frase debido a la indignación.

Mi rostro, encendido aún de vergüenza, se puso aún más colorado a causa de la furia que sentía.

—Jamás dije eso. Dije que, si querías salir con alguien, lo comprendería…, ¡pero, Dios, Kellan, Evan tiene razón, deberías mostrar un poco de decoro! —Se hizo el silencio en la habitación, mientras todos nos mirábamos irritados unos a otros. Por fin, no pude soportarlo más—. ¿Acaso tratas de hacerme daño? ¿Pretendes demostrar algo?

Él me miró de arriba abajo.

—¿A ti? ¡Nada!

Retrocedió un poco frente a Jenny y yo avancé hacia ella. Jenny apoyó ambas manos sobre mis hombros, para detenerme.

—¿Acaso no tratas de hacerme daño de forma deliberada? —le espeté.

—No. —Se pasó de nuevo la mano por el pelo y sacudió la cabeza.

Estaba tan furiosa con él que perdí los estribos. ¡Pues claro que pretendía herirme! De lo contrario, ¿por qué se acostaba con todas las mujeres que se cruzaban en su camino? ¿Por qué había incumplido su promesa?

—¿Entonces por qué te enrollaste con mi hermana?

Él gimió y fijó la mirada en el techo.

—¡Dios! ¡Y dale!

Evan avanzó un paso para ayudar a Jenny, que apenas lograba contenerme. Yo estaba rabiosa y trataba de soltarme. Jenny miró a Evan y, sin decir una palabra, meneó la cabeza. Él se quedó donde estaba, junto a la puerta.

—¡Sí! ¡Y dale! ¡Me lo prometiste! —chillé, señalándolo.

—¡Está claro que mentí, Kiera! —respondió gritando también—. ¡Es lo que suelo hacer, por si no lo habías notado! ¿Qué más da? Ella me deseaba, tú no. ¿Qué te importa que yo…?

—¡Porque eres mío! —grité sin querer. Por supuesto, no era realmente mío…

El silencio que se hizo de golpe en la habitación era ensordecedor. Kellan se puso pálido, y luego, lentamente, su furia fue en aumento hasta que me espetó:

—¡No lo soy! ¡DE ESO SE TRATA JUSTAMENTE!

—¡Kellan! —le reprendió Jenny de nuevo, y él la miró irritado.

Sentí que me sonrojaba aún más debido al bochorno por haber soltado ese comentario sin pensar.

—¿Por eso lo hiciste? ¿Por eso te acostaste con ella, cabrón? ¿Para demostrar algo? —Mi voz se quebró debido a la ira que me embargaba.

Por fin, Jenny terció.

—Kellan no se acostó con ella, Kiera —dijo con calma.

Kellan le dirigió una mirada gélida.

—¡Jenny!

—¿Qué? —pregunté a Jenny, y ella retiró las manos de mis hombros.

Haciendo caso omiso de la fría mirada de Kellan, dijo de nuevo con calma:

—No fue Kellan quien se acostó con ella.

Kellan avanzó un paso hacia Jenny con gesto amenazador, y Evan avanzó un paso hacia él. Kellan se detuvo clavando la vista en Evan.

—¡Esto no te incumbe, Jenny, de modo que no te metas!

Irritada con él, Jenny sostuvo su mirada.

—¡Ahora sí me incumbe! ¿Por qué has mentido a Kiera? ¡Dile la verdad! Por una vez, dile la verdad.

Él cerró la boca y crispó la mandíbula. Evan lo miró enojado, y Jenny arrugó el ceño. Yo no pude soportarlo más y grité:

—¿Quiere alguien hacerme el favor de aclarármelo?

Jenny se volvió hacia mí.

—¿No escuchas nunca lo que dice Griffin? —me preguntó con calma.

Irritado, Kellan terció:

—No, evita hablar con él. —Luego, añadió suavizando el tono—: Yo contaba con eso.

Fruncí el ceño, confundida.

—Espera… ¿Griffin? ¿Mi hermana se acostó con Griffin?

Jenny asintió con cara de circunstancias.

—No ha dejado de hablar de ello. Se lo ha contado a todo el mundo… «¡El mejor polvo de mi vida!» —Jenny puso cara de asco.

Kellan crispó de nuevo la mandíbula.

—Ya basta, Jenny.

Yo la miré sin dar crédito, y luego miré a Evan. Él se encogió de hombros, asintió y miró a Kellan con curiosidad. Jenny le miró también. Al igual que yo.

—¿Me mentiste? —murmuré.

Él se encogió de hombros en un gesto evasivo.

—Tú lo diste por sentado. Yo simplemente… dejé que lo pensaras.

La furia volvió a apoderarse de mí.

—¡Me mentiste! —grité.

—¡Ya te he dicho que suelo hacerlo! —contestó cabreado.

—¿Por qué? —pregunté.

Kellan desvió la vista sin responder.

—Responde, Kellan —dijo Jenny. Él se volvió hacia ella y ella lo miró arqueando una ceja. Kellan arrugó el ceño, pero no dijo nada.

Los recuerdos se agolparon en mi mente.

—La pelea en el coche…, la lluvia…, todo empezó porque yo estaba cabreada porque te habías acostado con ella. ¿Por qué dejaste que pensara…?

Él me miró enojado.

—¿Por qué lo supusiste automáticamente…?

—Ella me lo dijo. En todo caso, me lo dio a entender… —Cerré los ojos. No había querido oírlo. Nunca había dejado que mi hermana me explicara claramente lo que había sucedido esa noche. Lo único que ella había dicho sobre Kellan era que quería que yo le diera las gracias de su parte. Yo había supuesto que deseaba que le diera las gracias por… eso. Quizá se refería a que le diera las gracias por lo bien que lo había pasado con él, por bailar con ella toda la noche, por llevarla a casa de Griffin, por haberla acompañado a casa en coche, o… ¡Dios, por cualquier otra cosa!

Abrí de nuevo los ojos y lo miré, suavizando mi mirada y el tono de mi voz.

—Lamento haber supuesto… ¿Pero por qué dejaste que pensara eso durante tanto tiempo?

Su mirada y su voz también se suavizaron.

—Quería hacerte daño…

—¿Por qué? —murmuré avanzando un paso hacia él. Al ver que los dos nos habíamos calmado, Jenny me dejó pasar. Kellan desvió la mirada y no respondió. Me acerqué a él y le apoyé una mano en la mejilla. Él cerró los ojos al sentir mi mano sobre su rostro—. ¿Por qué, Kellan?

Sin abrir los ojos, murmuró:

—Porque tú me hiciste daño… repetidas veces. Y yo quería hacerte daño a ti.

Mi furia se disipó. Kellan, cuya furia también se había desvanecido, abrió los ojos poco a poco; su rostro reflejaba sin duda el dolor que sentía. Me miró en silencio. Oí vagamente a Jenny acercarse a Evan y decirle que debían concedernos unos momentos. Luego, oí que la puerta se abría y se cerraba, y Kellan y yo nos quedamos solos.

—Jamás quise hacerte daño, Kellan…, ni a ti ni a él. —El silencio del cubículo reverberó hacia mí y caí de rodillas, en el centro de la habitación. Estaba agotada debido a la vorágine de emociones que me había invadido: la culpa, la excitación, el dolor, la emoción y la ira. Apenas recordaba lo perfecto que me había parecido todo al principio, antes de que yo lo estropeara.

Kellan se arrodilló en el suelo frente a mí y tomó mis manos en las suyas.

—Ya no importa, Kiera. Las cosas son como deben ser. Tú estás con Denny y yo…, yo… —Tragó saliva.

Añoraba cómo había sido todo, lo tierna que había sido nuestra relación antes de que Kellan me demostrara primero frialdad, luego una pasión al rojo vivo y ahora… No sabía lo que me demostraba ahora. Dije sin pensar:

—Te echo de menos —musité.

Él contuvo el aliento y le oí tragar saliva.

—Kiera…

Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas; sólo quería recuperar a mi amigo. Para mi sorpresa, Kellan me abrazó, como solía hacer antes, hacía mucho tiempo. Lo estreché con fuerza, pues necesitaba sentirlo cerca. Él me acarició la espalda mientras yo sollozaba con la cabeza apoyada en su hombro. Tan sólo anhelaba dejar de experimentar tal cúmulo de emociones. En mi cabeza se agolpaban los remordimientos, la ira, el deseo y el dolor.

Él murmuró algo con los labios apretados contra mi hombro que sonó casi como un «lo siento, cielo». Mi corazón se aceleró al pensar que había pronunciado esas palabras.

Se sentó sobre los talones, estrechándome con fuerza, de forma que me senté sobre su regazo, con mis rodillas a ambos lados de él. Empezó a acariciarme el pelo y me relajé contra él. Me abrazó durante largo rato. Mis lágrimas remitieron poco a poco, y volví la cabeza para mirarlo.

Curiosamente, estaba cabizbajo, con los ojos cerrados. Parecía muy triste. Traté de levantarme, pero él me abrazó con fuerza, sin abrir los ojos.

—No, por favor…, quédate —murmuró.

Al instante, comprendí lo peligrosa que era nuestra situación. Aparte de nuestra respiración, el silencio que reinaba en la habitación, la fuerza con la que me abrazaba, el tiempo que había pasado desde la última vez que nos habíamos abrazado. Abrió los ojos despacio y se volvió para mirarme, y vi que él también era consciente del peligro. Entreabrió los labios y su respiración se aceleró. Vi en sus ojos la nostalgia y el dolor que le producía el deseo que sentía por mí. Kellan tenía razón: había motivos más que fundados para que no nos tocáramos.

Pensando sólo en decirle que no podía seguir haciéndole eso a Denny, murmuré:

—Te echo mucho te menos. —Eso no era lo que iba a decirle. ¿Qué diantres me pasaba?

Cerró los ojos y apoyó su frente en la mía. Vi con claridad el esfuerzo que debía hacer para reprimirse, y yo no quería…

—Kiera, no puedo… —Tragó saliva de nuevo—. Está mal, no eres mía.

Me alegré al oírle decir la palabra «mía», y me odié por ello. Sintiendo que en mi fuero interno estaba de acuerdo con él, murmuré:

—Sí lo soy. —Un momento, eso tampoco era lo que quería decir…

Él emitió un sonido extraño y empezó a respirar de forma entrecortada.

—¿Estás…? —Musitó tan bajito que apenas le oí. Me miró y vi que la pasión ardía de nuevo en sus ojos—. Te deseo tanto…

Sentí un gran dolor por haber perdido la magnífica amistad que nos unía, un profundo sentimiento de culpa por las veces que había traicionado a Denny y la apremiante necesidad de sentir que me rodeaba con sus brazos; y ése fue el sentimiento que se impuso sobre los demás. Lo había echado mucho de menos, y, ahora que estaba junto a mí, no quería que me abandonara nunca más.

—Yo también te deseo —murmuré, y, por primera vez, dije lo que quería decir.

Se movió de forma que me tendí en el suelo y se oprimió contra mí. Respirando con suavidad, se detuvo, casi rozando mis labios. Permaneció unos minutos así, y vi en sus ojos la lucha interna que sostenía consigo mismo. No estaba seguro de que yo deseara realmente aquello.

Antes de darme cuenta de lo que decía, dije de manera atropellada:

—No sabes cuánto te he deseado. Deseaba tocarte, deseaba abrazarte. Hace tiempo que te deseo. Te necesito Kellan…, siempre te he necesitado.

Permaneció inmóvil, rozando mis labios con los suyos, y sus ojos me escrutaron con intensidad para comprobar si mentía.

—No… no dejaré que vuelvas a jugar conmigo, Kiera. Prefiero poner fin a esto que dejar que vuelvas a lastimarme. No puedo.

Busqué la verdad dentro de mí…, pero lo único que hallé dentro de mi cuerpo fue una dolorosa soledad y el deseo de estar con él. No soportaba que pasara un día más con otra mujer. No soportaba la idea de que sus labios besaran otros labios que no fueran los míos. Ni siquiera pensé en lo que eso significaba para Denny y para mí. Sólo pensaba en que necesitaba que Kellan fuera mío…, sólo mío.

Tomé suavemente su rostro en mis manos.

—No me dejes. Eres mío…, y yo soy tuya. Te deseo…, puedes tomarme. No quiero que sigas estando con esas…

Él se apartó.

—No. No quiero estar contigo porque sientas celos.

Acerqué su rostro al mío e imité uno de sus gestos que hacía un tiempo me enloquecía: deslicé la lengua debajo y encima de su labio superior. El efecto que tuve sobre él fue idéntico al que me producía a mí. Cerró los ojos y se estremeció, conteniendo el aliento.

—Kiera…, no. No vuelvas a hacerme eso…

Me detuve.

—No lo haré, Kellan. Lamento haberte rechazado antes, pero no volveré a decirte que no.

Deslicé de nuevo la lengua sobre su piel deliciosamente embriagadora. Pero, cuando alcancé el centro de su labio, él oprimió su boca contra la mía. Se detuvo un segundo mientras me besaba, retirándose, respirando con dificultad. De pronto me miró; parecía muy agitado.

—Estoy enamorado de ti —murmuró, escrutando mis ojos. Estaba muy pálido y parecía muy asustado y… esperanzado.

—Kellan, yo… —No sabía qué decir. Las lágrimas volvían a aflorar a mis ojos.

No me dejó terminar la frase. Me acarició la mejilla y volvió a besarme, pero con ternura, dulcemente, un beso lleno de emoción.

—Estoy muy enamorado de ti, Kiera. Te he echado mucho de menos. Lo siento. Siento haber dicho esas cosas tan horribles. Siento haberte mentido sobre tu hermana… No la toqué. Te prometí que no lo haría. No podía decirte… cuánto te adoraba…, el daño que me hacías.

Era como si al confesármelo se liberara al fin de todas las emociones que había ocultado en su interior y no pudiera detenerse.

Hablaba de forma atropellada mientras me besaba con ternura.

—Te amo. Lo siento. Lo siento. Las mujeres… Tenía miedo de tocarte. Tú no me querías… No soportaba el dolor. Lo siento… Te amo. Cuando estaba con ellas, sentía que estaba contigo. Lo siento mucho… Te amo.

Las lágrimas rodaban por mis mejillas mientras lo escuchaba en silencio, estupefacta. Sus sentidas palabras, sus dulces labios, hacían que me sintiera más débil y que mi corazón latiera con furia.

Sus labios no cesaban de moverse sobre los míos, sus palabras no cesaban de fluir entre ellos.

—Perdóname…, por favor. Traté de olvidarte. Pero no pude… Sólo conseguí desearte más. ¡Dios, cuánto te he echado de menos! Lamento haberte hecho daño. Jamás he deseado a nadie como te deseo a ti. En cada mujer te veo a ti. Sólo te veo a ti…, eres cuanto deseo. Te deseo tanto… Te deseo para siempre. Perdóname… Te quiero con locura.

Seguía sin poder asimilar lo que decía, el temor y la esperanza que veía reflejados en sus ojos. Hacía que lo deseara más, que respirara con dificultad. Él me besó con mayor intensidad en respuesta a mi excitación.

—Dios, te amo. Te necesito. Perdóname. Quédate conmigo. Dime que tú también me necesitas… Dime que también me deseas. Por favor…, sé mía.

Al instante, dejó de besarme y se detuvo, mirándome de nuevo aterrorizado, como si hubiera comprendido por fin lo que estaba diciendo.

—¿Kiera…? —La voz le temblaba. Sus ojos relucían mientras escrutaba los míos.

Me di cuenta de que yo no había dicho nada desde hacía mucho rato. Él me había confiado sus sentimientos, y yo no había dicho una palabra. Claro está que no me había dado la oportunidad de decir nada, pero, a juzgar por el terror que mostraban sus ojos, no creo que se percatara de ello. Lo único que veía eran mis lágrimas y mi silencio.

La emoción me atenazaba la garganta y cerré los ojos, concediéndome un minuto para asimilarlo todo. ¿Me amaba? ¿Me adoraba? ¿Me amaba? ¿Me quería… para siempre? ¿Me amaba? ¿Quería que estuviera con él? ¿Me amaba? De pronto, me embargaron unos sentimientos hacia él que me había esforzado en desterrar. Todo cuanto habíamos pasado, las lágrimas, las alegrías, los celos… ¿Me había amado todo el tiempo?

Sentí que se apartaba de mí, y me di cuenta de que seguía tendida en el suelo, en silencio, con los ojos cerrados. Los abrí y miré su apenado y aterrorizado semblante. Lo sujeté del brazo para impedir que se alejara de mí. Él me miró a los ojos mientras una lágrima rodaba finalmente por su rostro. Se la enjugué con el pulgar y le acaricié la mejilla. Lo atraje hacia mí y lo besé con ternura.

—Kiera… —murmuró entre mis labios, retirándose ligeramente.

Tragué saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta.

—Tú tenías razón, no somos amigos. Somos mucho más. Quiero estar contigo, Kellan. Quiero ser tuya. Soy tuya. —Era cuanto sentía en ese momento, lo único que se me ocurrió decir. En ese instante, él constituía todo mi mundo. Nada existía para mí salvo él, y no quería seguir resistiéndome a él. Estaba cansada de luchar contra estos sentimientos. Deseaba ser suya… en todos los sentidos.

Él se colocó de nuevo sobre mí y acercó sus labios a los míos. Emitió un leve suspiro y me besó profundamente, como si hiciera años que no nos besábamos. Emanaba una pasión casi abrumadora, todo su cuerpo temblaba. Se movió y estrechó su cuerpo contra el mío, emitiendo un sonido gutural que me excitó.

Le pasé las manos por la espalda y él se estremeció. Sentí el borde de su camiseta y, agarrándolo, deslicé los dedos sobre su piel desnuda al tiempo que le subía la camiseta. Se la quité con suavidad, contemplando durante un segundo su increíble perfección, antes de que él me besara en los labios.

Él se movió un poco sobre mí y deslizó las manos sobre mi cuello, mis pechos, y debajo de mi camiseta. Las manos le temblaban cuando me subió la camiseta y me la quitó. Su cuerpo no dejaba de temblar mientras me besaba. Comprendí que se estaba reprimiendo, esforzándose en proceder con lentitud, esforzándose en no perder el control, por si yo cambiaba de parecer. Al pensar en lo mucho que me deseaba, y en lo inseguro que se sentía con respecto a mis sentimientos, un fuego abrasador me recorrió el cuerpo.

Deslicé mis manos por su espalda desnuda, sintiendo cada músculo, cada línea definida. Él gimió suavemente cuando apoyé las manos sobre su pecho y le pasé los dedos sobre la leve cicatriz que tenía en las costillas, la cicatriz que había recibido debido a mí…, porque me amaba. Sus labios no se separaron de los míos, sus manos resbalaron sobre mis hombros, mis brazos, mi sujetador, hasta detenerse en mi cintura. Suspiré feliz al sentir se nuevo sus caricias; hacía mucho tiempo que no las sentía. Él volvió a moverse un poco y deslizó sus temblorosas manos hasta mis vaqueros. Sus dedos juguetearon con la cinturilla, casi sin atreverse a…

Separé los labios de los suyos y le murmuré al oído:

—Soy tuya… no te detengas. —Empecé a moverme debajo de él de forma sensual.

Al escucharme, Kellan suspiró y se relajó, y no se detuvo. Empezó a desabrocharme los vaqueros y, mordiéndome el labio, yo empecé a desabrocharle los suyos. Él se apartó y me miró fijamente. Había dejado de temblar. Parecía convencerse, por fin, de que yo no iba a rechazarlo de nuevo. Terminé de desabrocharle el pantalón en el momento en que él empezaba a bajarme el mío. Mirándome a los ojos con intenso amor, murmuró: «Te amo, Kiera», y empezó a besarme en el cuello.

Su rostro, sus palabras, me impactaron con tal intensidad que se me cortó el aliento. De repente, sentí que aquello estaba mal, que era sucio. No estaba en consonancia con sus tiernas palabras, y no pude seguir adelante.

—Kellan, espera…, un minu… —dije con indecisión.

—Kiera… —El dejó de bajarme los vaqueros y soltó un gruñido de protesta. Sentí todo el peso de su cuerpo sobre el mío al tiempo que él apoyaba la cabeza en mi hombro—. Dios…, ¿lo dices en serio? —preguntó moviendo la cabeza de un lado a otro sobre mi hombro—. Por favor, no vuelvas a hacerlo. No lo soporto.

—No, yo no…, pero…

—¿Pero? —Se apartó para mirarme, jadeando; sus ojos azules, que antes rebosaban deseo, ahora me miraban irritados—. ¿Te das cuenta de que, si sigues haciendo esto a mi cuerpo, jamás podré tener hijos? —me espetó.

Me reí de su comentario, involuntariamente cómico. Él se apartó un poco más y me miró arrugando el ceño.

—Me alegro de que te parezca divertido…

Riéndome por lo bajinis, pasé un dedo por su mejilla, consiguiendo al fin que sonriera.

—Si vamos a hacer esto…, si voy a estar contigo… —miré el cochambroso suelo en el que yacíamos—, no quiero que sea en el suelo del cuarto del personal del bar de Pete.

Arrugó el ceño, pero enseguida mudó de expresión y me besó.

—¿Ahora pones reparos a acostarte conmigo porque el suelo está cochambroso? —murmuró.

Volví a reírme de su referencia a nuestra aventura en el quiosco de café y al comprobar que había recuperado su sentido del humor. Hacía mucho tiempo que no le oía hacer un comentario jocoso.

Me besó de nuevo y, luego, retirándose, me miró con gesto ceñudo.

—¿Has hecho que te confíe mis sentimientos para volver a verme desnudo? —Me miró arqueando una ceja de un modo encantador.

Solté una carcajada y tomé su rostro dulcemente en mis manos.

—Dios, cuánto te he echado de menos. Cuánto lo he echado de menos.

—¿El qué? —me preguntó, mirándome a los ojos y acariciando con cariño mi vientre desnudo.

—A ti…, tu sentido del humor, tu sonrisa, tus caricias, tu… todo. —Lo miré a los ojos con ternura.

Se puso serio.

—Yo también te he echado mucho de menos, Kiera.

Asentí con la cabeza, tragando saliva para aliviar la emoción que me atenazaba la garganta, y él me besó de nuevo. De pronto, se retiró y, contemplando mi cuerpo medio desnudo debajo de él, se mordió el labio y arqueó una ceja.

—Hay otras opciones en esta habitación aparte del suelo.

—¿Ah, sí? —pregunté, gozando con sus divertidos comentarios.

—Sí… —Miró alrededor de la habitación, sonriendo—. Mesa…, silla…, estante… —Me observó sonriendo con malicia—. ¿Pared?

Me reí y le pasé la mano por el pecho, maravillada de la rapidez con que mis emociones mudaban cuando estaba con Kellan. Hacía unos minutos nos habíamos atacado ferozmente, y ahora bromeábamos sobre detalles íntimos.

—Bésame —le dije meneando la cabeza.

—Sí, señora. —Sonrió y empezó a besarme con intensidad—. Eres una provocadora —murmuró, deslizando sus labios sobre mi cuello.

—Puta —murmuré yo, sonriendo y besándolo en la mejilla que había abofeteado sin compasión hacía un rato. Él emitió una risa gutural y deslizó los labios por la base de mi cuello.

De pronto, oímos una suave pero persistente llamada a la puerta, pero ni Kellan ni yo hicimos caso.

—Mmm… —Cerré los ojos mientras él deslizaba suavemente la lengua por mi cuello en sentido ascendente. Dios, cómo me gustaba que me hiciera eso.

Empezó a deslizar la lengua sobre mi mentón cuando los inoportunos golpes a la puerta que ambos habíamos ignorado cesaron y la puerta se abrió de golpe. Reprimí una exclamación de asombro y alcé la cabeza, sintiendo que el corazón me latía como loco. Kellan dirigió la vista hacia la puerta.

—¡Joder, Evan…, me has dado un susto de muerte! —exclamó Kellan riendo.

Yo no tenía ganas de reírme. No me gustaba que alguien me sorprendiera en esa situación. En honor de Evan, debo decir que se tapó los ojos. Cerró la puerta de inmediato tras él y apartó la vista.

—Lo siento, tío. Sé que vosotros…, tengo que hablar contigo, Kellan.

Evan parecía sentirse abochornado, pero no más que yo. Kellan se colocó sobre mí, cubriéndome para que Evan no me viera, aunque no miraba hacia nosotros.

—Tienes un sentido de la oportunidad pésimo —dijo Kellan arrugando el ceño.

Sin querer, Evan se volvió hacia nosotros y al instante desvió de nuevo la vista. Abracé a Kellan con fuerza, deseando hallarme en cualquier lugar que no fuera aquél.

—Lo siento…, pero dentro de diez segundos darás las gracias a mi sentido de la oportunidad.

Kellan sonrió de oreja a oreja.

—Evan, tío, ¿no podías haber esperado diez…? —Le di un codazo en las costillas y me miró, tras lo cual miró de nuevo a su colega—. ¿Veinte minutos?

—Denny está aquí —dijo Evan.

Dejé de reírme por lo bajinis.

—¿Qué? —pregunté en voz baja.

Kellan se incorporó, sentándose a horcajadas sobre mí.

—Mierda.

Me pasó mi camiseta, que me enfundé enseguida. Él permaneció sentado sobre mí, reflexionando.

Evan nos miró por fin sin desviar la mirada.

—A menos que queráis que esta noche se ponga aún… más interesante, es preciso que Kiera se vaya y tú te quedes para hablar conmigo.

Kellan asintió y, tras localizar su camiseta, se la puso.

—Gracias… —dijo mirando a Evan.

Éste esbozó una media sonrisa.

—¿Lo ves? Ya sabía que acabarías dándome las gracias.

Sentí un frío que me helaba los huesos cuando Kellan se levantó y me ayudó a incorporarme. Terminamos de vestirnos y empecé a respirar con dificultad. Kellan apoyó una mano sobre mi hombro.

—Tranquila…, todo irá bien.

El pánico se apoderó de mí.

—Pero todo el bar… Todos vieron lo ocurrido, hablarán de ello. Él se enterará.

Kellan negó con la cabeza.

—Sabrá que nos peleamos…, nada más. —Miró a Evan, que parecía impaciente por que yo me marchara—. Debes irte antes de que venga aquí en tu busca.

—De acuerdo…

—Kiera… —Kellan me sujetó del brazo cuando me disponía a salir. Luego, me abrazó y me dio un último beso.

Cuando salí al pasillo, me costaba respirar.