18
Adicto al sexo

Después de varias noches sin pegar ojo, una mañana bajé la escalera con Denny. De un tiempo a aquella parte esperaba a que él estuviera vestido antes de bajar a beberme un café. Denny insistía en que siguiera durmiendo, que no era necesario que me levantara con él, pero me había habituado a levantarme temprano para pasar un rato con Kellan por las mañanas y no conseguía abandonar esa costumbre.

El hecho de que Kellan hubiera alterado mi fisiología me irritaba, pero, al entrar en la cocina con Denny y verlo allí, me irrité aún más. No fueron sus ojos azules y absurdamente perfectos, que se fijaron en nosotros cuando entramos; no fue su pelo absurdamente perfecto, revuelto y desgreñado; no fue su cuerpo cincelado y absurdamente perfecto, y no fue la estudiada sonrisa y absurdamente perfecta que nos dirigió. ¡Fue su estúpida camiseta!

Estaba apoyado contra la encimera, esperando a que el café estuviera listo, con ambas manos a la espalda, haciendo que las vistosas letras sobre su camiseta destacaran aún más. Decían simplemente: «Canto a cambio de sexo». En él quedaba extraño. Era un tipo de prenda más propia de Griffin, lo cual me hizo sospechar de dónde la había sacado. Era grosera. Obscena. ¡Me cabreó!

Denny sonrió al verla.

—¡Caray! ¿Es verdad que…?

Me apresuré a interrumpirlo.

—Como se te ocurra pedirle una, dormirás en el sofá durante un mes. —Mi tono era algo más áspero de lo que merecía una hortera camiseta, pero no pude evitarlo.

Sin embargo, a Denny mi reacción le pareció divertida. Esbozó su sonrisa de despistado y ladeó la cabeza.

—No pensaba hacerlo, cielo. —Me dio un beso rápido en la mejilla y se acercó a Kellan y le dio una palmadita en el hombro antes de sacar dos tazas de la alacena, una para mi café y otra para su té. Volviéndose hacia mí, que seguía mirándolo mosqueada, se rió y dijo:

—Además, sabes que no sé cantar.

Kellan, que nos había estado observando en silencio con una sonrisa de regocijo, se rió por lo bajinis y reprimió una carcajada.

Furiosa con los dos, arrugué el ceño y dije fríamente:

—Cuando el café esté listo, estaré arriba. —Di media vuelta y salí furiosa de la cocina, escuchando las incontenibles carcajadas de ambos mientras subía la escalera. ¡Hombres!

Horas más tarde, mientras trabajaba presa de una profunda indignación por el incidente de esa mañana, me interrumpió una dulce voz.

—Has vuelto a hacerlo, Kiera. —Jenny se inclinó sobre una mesa y me sonrió.

—¿Qué? —pregunté, sacudiendo un poco la cabeza para salir de una especie de trance en el que estaba sumida.

Me costaba concentrarme. Kellan había empezado a hacer algo que no había hecho en todos los meses que Denny yo llevábamos viviendo con él. Había empezado a salir con mujeres, según decía. Cada noche traía a una chica distinta a casa, y cada noche yo tenía que oír a su cita a través de los delgados tabiques del apartamento. En este contexto, cabe interpretar el término «cita» de forma muy generalizada, puesto que a ninguna de esas mujeres parecía interesarle Kellan como persona. Estaban más enamoradas de su pequeña porción de fama, y, por supuesto, de su fabuloso cuerpo. Nunca veía a la misma mujer dos veces en nuestra casa, y Kellan parecía tener una colección infinita de amigas. Me ponía enferma. Resultaba imposible conciliar el sueño. Por fin, una noche me desmayé debido al agotamiento. Pero esa situación, junto con la constante y dolorosa crispación que sentía en el vientre, empezaba a pasarme factura.

—Estás mirando furiosa a Kellan. ¿Os habéis peleado? —Jenny me miró con curiosidad.

Me sobresalté, comprendiendo que llevaba unos minutos mirándolo furibunda sin darme cuenta, absorta en mis pensamientos. Confié en que nadie más se hubiera percatado. Me esforcé en adoptar una sonrisa que pareciera natural.

—No, estamos bien…, perfectamente.

—¿No sigues enfadada con él por las mujeres que invitó a su fiesta? —Sentí una crispación que me abrasó el vientre cuando Jenny hizo que evocara ese doloroso recuerdo. Estuve a punto de doblarme hacia delante y agarrarme la tripa de tanto que me dolía. Pero me aguanté, tratando de mantener mi forzada sonrisa—. Ya sabes como es. Siempre ha sido así y no va a cambiar. —Jenny se encogió de hombros.

—No. Me tiene sin cuidado lo que haga. —Recalqué las palabras «lo que haga» de forma un tanto exagerada, y Jenny se dio cuenta. Empezó a decir algo, pero la interrumpí soltando lo primero que se me ocurrió—. ¿Habéis tenido tú y Kellan alguna…? —Me detuve al darme cuenta de lo que iba a preguntarle. En realidad, no quería saberlo.

Pero ella lo captó y, sonriendo, meneó la cabeza.

—No, jamás. —Se volvió y lo miró sentado a su mesa.

Kellan tenía a una adorable jovencita asiática sentada en el borde de la misma, a la cual le susurraba al oído cuando no le besuqueaba el lóbulo de la oreja, para gozo de la chica. Se había puesto su maldita camiseta para venir al bar, consiguiendo con ella el efecto deseado. Hacía un rato, un grupo de mujeres se había agolpado alrededor de su mesa, mirándolo con adoración, y él les había recompensado dedicándoles unas estrofas. Al fin, había seleccionado a una. Sentí que mi rostro se encendía de ira, sabiendo lo que más tarde vería… y oiría.

Jenny me miró, sin dejar de sonreír.

—Por más que él lo intentó.

Pestañeé, sorprendida, pero entonces comprendí que no tenía por qué sorprenderme. Jenny era una chica muy guapa.

—¿Te echó los tejos?

Ella asintió con la cabeza, rodeando la mesa y acercándose a mí.

—Mmm…, no dejó de perseguirme durante la primera semana que trabajé aquí. —Cruzó los brazos y permaneció junto a mí, observándolo con su jovencita asiática—. Un día tuve que decirle sin rodeos que «no», pero que podíamos ser amigos si dejaba de tratar de acostarse conmigo. —Se echó a reír y me miró—. A él le pareció muy divertido y dejó de darme la lata, y desde entonces no hemos tenido ningún problema.

Me esforcé por borrar la incredulidad de mi rostro. ¿Ella lo había rechazado… reiteradamente? Yo lo había hecho tan mal que me chocaba que alguien fuera capaz de no caer rendida en sus brazos.

—¿Por qué lo…?

Jenny me miró con gesto pensativo.

—Sabía desde el principio cómo era. No me interesa un rollete de una noche, y no creo que Kellan sea capaz de ofrecer a una mujer algo más. —Meneó la cabeza—. Al menos, todavía no. Quizá madure algún día, pero —se encogió de nuevo de hombros— a mí no me interesaba.

Me sonrojé y desvié la vista, sintiéndome como una estúpida. Jenny tenía razón. Kellan era un seductor. Pero no quería comprometerse. Nunca lo había hecho, y nunca lo haría. Observé con tristeza cómo le hacía arrumacos a su ligue. Jenny me miró con curiosidad.

—¿Por qué me lo preguntas, Kiera?

Comprendí que no tenía una buena razón para preguntarle sobre Kellan.

—Por nada. Simple curiosidad.

Ella me miró con detenimiento unos segundos, y me pregunté cómo podía alejarme sin ofenderla.

—¿Te ha tirado a ti los tejos?

Palidecí y traté de conservar la compostura.

—No, claro que no. —Lo cual era cierto… Al menos, no lo hacía de forma continuada.

Pero ella no creyó mi respuesta.

—Si necesitas hablar conmigo, Kiera, sobre lo que sea, puedes hacerlo. Lo comprenderé.

Asentí con la cabeza y sonreí, como si no tuviera ningún problema en mi vida.

—Lo sé. Gracias, Jenny. Debo regresar al trabajo, veo a unos clientes que parecen sedientos. —Traté de reírme, pero mi risa sonó hueca y forzada.

Ella me observó alejarme con evidente suspicacia, y luego se volvió y miró a Kellan, con no menos suspicacia. Dios, eran amigos… ¿Hablaría ella con él? ¿Le contaría él algo?

Aunque desde el principio lo había visto flirtear con mujeres, y a pesar de que había dejado de hacerlo al cabo de un tiempo…, ahora lo veía flirtear más de lo que me habría gustado. Lo veía hacerlo en todas partes. No podía huir de ello. Cuando tenía la noche libre, él traía a una mujer a casa, y, a menudo, tenía que soportar oírlos besarse en la cocina antes de subir. Las noches en que trabajaba, cuando regresaba y subía a mi habitación, él ya estaba en plena sesión con la chica de turno. A aquellas mujeres les tenía sin cuidado que Kellan tuviera compañeros de piso. De hecho, creo que ni siquiera les importaba que tuviera vecinos. Quizá partían de la falsa premisa de que Kellan ofrecía una recompensa a la que hiciera más ruido…, la que mostrara más entusiasmo…, la que fuera capaz de exclamar «¡Dios!», más veces en una noche. Aunque, claro está, el muy cretino era muy capaz de recompensarlas por ello.

Por lo demás, me estaba hartando de oír a esas mujeres gritar el nombre de Kellan. ¡Por favor! Lo que es seguro es que debía de conocer su nombre de memoria. De hecho, probablemente el suyo era el único nombre que conocía de cuantos se hallaban presentes en la habitación.

Ni siquiera podía huir de él en el trabajo. Siempre aparecía por algún lado, metiéndole la lengua a una mujer en la boca hasta la garganta. En cierta ocasión, incluso lo vi tratar de ayudar a una chica a jugar al billar americano, lo cual hizo que soltara una risita de satisfacción, pues sabía que no era un buen jugador. Pero el hecho de verlo ayudar a otra mujer a inclinarse sobre la mesa… reconozco que me dolió un poco. El hecho de ver cómo ambos fallaban la jugada y cómo la chica le echaba los brazos al cuello y casi lo violaba… Eso me dolió mucho.

Al fin, cuando Kellan llegó a su quinta cita consecutiva en una semana, perdí los estribos. Me revolví furiosa en la cama, tratando de ignorar las risas y los sonidos eróticos procedentes del otro lado del pasillo.

—¡Denny! —dije secamente.

Él se volvió, apartando los ojos del televisor, cuyo volumen estaba demasiado alto, al que miraba con gran interés.

—¿Qué?

Lo miré irritada.

—¡Esto es absurdo! ¡Haz algo! ¡Maldita sea, necesito dormir! —¡Y que Kellan no se comportara como un adicto al sexo! Nuestro último beso en la cocina había sido tan increíblemente tierno y dulce… Pero ahora me parecía tan falso como los exagerados ruidos de entusiasmo que procedían de su habitación.

Denny me miró alarmado y un tanto turbado.

—¿Qué quieres que haga? ¿Qué llame a su puerta y le pida que no haga tanto ruido?

¡Sí! Eso era justamente lo que quería que hiciera… ¡Y de paso echar a la putilla de turno!

—No lo sé… ¡Haz algo!

—Él tiene que aguantarnos a nosotros —contestó riendo—. Quizá lo haga para vengarse.

Aparté la cabeza antes de que mis ojos delataran el dolor que sentía. Por supuesto que lo hacía para vengarse, no eran imaginaciones de Denny.

Después de reflexionar un momento, Denny dijo:

—Es muy extraño. Kellan nunca ha tenido problemas con las mujeres, pero cuando nos mudamos aquí estuvo un tiempo en dique seco. —Meneó la cabeza—. Por lo visto, las cosas han vuelto a la normalidad. —Me miró con expresión tímida—. No es que yo lo apruebe, pero… Kellan es así —concluyó encogiéndose de hombros.

Más contrariada de lo que hubiera debido sentirme por ese comentario, le espeté:

—¿Qué quieres decir con que «nunca tuvo problemas con las mujeres»? Lo conociste durante un año en el instituto, y era… ¿un estudiante de primer año, de segundo? No creo que a esa edad fuera muy activo en ese sentido.

Un tanto extrañado por mi reacción, Denny se encogió de hombros.

—Bueno, digamos que Kellan… empezó pronto. —Se rió al recordarlo—. Un día, cuando sus padres se habían ausentado, trajo a casa a unas gemelas… —Se detuvo al ver la mirada gélida y furibunda que le dirigí.

—No para mí. Se metieron en su habitación. Yo no vi nada. No las toqué, te lo prometo. —Sonrió con timidez y no dijo nada más.

Mi mirada gélida persistió. No se me había ocurrido que las hubiera tocado. No era eso lo que me había cabreado. Entonces ¿por qué estaba tan furiosa? De modo que Kellan siempre había sido un mujeriego. Por la forma en que se comportaba con las mujeres, ¿de qué me sorprendía? No era mío. Yo no era suya. Tenía que olvidarme del tema.

Reprimí las lágrimas y me esforcé en expresarme con tono normal.

—Habla con él, por favor.

Denny me miró detenidamente unos segundos antes de decir por fin:

—No.

Lo fulminé de nuevo con la mirada.

—¿Por qué?

Me observó con gesto pensativo y respondió con calma:

—Lo siento, pero creo que exageras.

Me incorporé sobre los codos, irritada con él. No solía negarme nada.

—¿Que exagero?

Denny también se incorporó.

—Siento decírtelo, Kiera, lo sabes, pero… este piso es suyo y, si quiere traer a chicas aquí cada noche, tiene todo el derecho de hacerlo. Deja que nos alojemos aquí por un precio muy económico. En estos momentos, no podemos permitirnos mudarnos a otro lugar. Lo siento, pero tendrás que procurar ignorarlo.

Su tono, pese a su acento encantador, era tajante. No estaba dispuesto a capitular. No era un tono que yo estuviera habituada a oír. No me gustaba.

—De acuerdo —le espeté, tumbándome de nuevo sobre mis almohadas.

Él se incorporó sobre un codo, ladeando la cabeza, observándome. Deslizó los dedos sobre mi brazo en un gesto insinuante.

—Podríamos tratar de hacer más ruido que ellos.

Yo no estaba de humor. Le golpeé en el pecho con mi almohada y me volví de lado, dándole la espalda. Él suspiró, irritado, y siguió mirando la televisión, subiendo más el volumen, mientras los ruidos procedentes del otro lado del pasillo aumentaban prodigiosamente.

—De acuerdo. ¿Puedo seguir viendo el programa?

—Como quieras. —Me mordí el labio y rogué que me venciera el sueño.

Unos días más tarde, nada había cambiado. Denny se negaba a hablar con Kellan sobre algo que consideraba que no nos incumbía. Yo no estaba de acuerdo, pero no podía explicarle el verdadero motivo. Me sentía a punto de estallar. Decidí hablar yo misma con Kellan, de forma menos diplomática que Denny.

Después de despedirme de Denny con un besito rápido sin molestarme siquiera en levantarme de la cama, lo cual indicaba con toda claridad que «no estoy satisfecha contigo, colega», me vestí y entré en el baño para prepararme para mi jornada. Tenía un aspecto horrible. Tenía unas profundas ojeras debido a la falta de sueño y el cabello enmarañado por culpa de las vueltas que había dado en la cama. La nueva actitud de Kellan acabaría haciéndome enloquecer. Me desenredé el pelo dando unos tirones brutales, imaginando en cada nudo el rostro perfecto de Kellan.

Antes de lo que habría deseado, vi su rostro real, que era aún más perfecto que en mi imaginación, lo cual, en aquel momento, me sentó como un tiro.

—Buenos días.

No dije nada, irritada por sus ojos risueños, su tono encantador y su pelo perfectamente revuelto y desgreñado. Me juré en silencio que ese día no le dirigiría la palabra. Si yo tenía que soportar no dejar de oírlo, él no oiría una palabra de mis labios.

—¿Kiera?

Persistiendo en mi obstinado silencio, tomé una taza y me serví un café, haciendo caso omiso de su tono zalamero y de lo increíblemente bien que olía, incluso a cierta distancia.

—¿Estás enfadada conmigo? —Lo preguntó en un tono que indicaba que le divertía la idea.

Rompiendo mi voto de silencio, lo miré indignada y respondí escuetamente:

—No.

—Me alegro, porque no tienes motivos para estarlo. —Al hablar, se le borró la sonrisa de la cara.

—No lo estoy… —Me di cuenta de que me expresaba con desdén, pero no podía evitarlo. Si quería oírme esa mañana, como mínimo me dirigiría a él con tono hosco—. ¿Por qué iba a estarlo?

—Los dos pusimos fin a nuestra relación, cuando empezó a… desmadrarse. —Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.

—Lo sé. Yo estaba allí. —Mi voz sonaba decididamente gélida, y al percatarse frunció el ceño.

—Sólo hago lo que me pediste que hiciera. Me dijiste que querías saberlo si salía con alguien. —Su tono empezaba también a ser hosco. Estaba claro que no le gustaba mi actitud esa mañana.

Me tenía sin cuidado. A mí no me gustaba su… conducta.

—No quería que hubiera secretos entre nosotros…, pero —sacudí la cabeza enérgicamente mientras lo miraba enojada— ¡no tengo por qué presenciarlo!

Entrecerró más los ojos y me miró con frialdad.

—¿Dónde quieres que…? —Se detuvo y respiró hondo para tranquilizarse—. Yo tengo que presenciarlo…, oírlo. Vosotros tampoco hacéis el amor en silencio. ¿Crees que me gusta oírlo? ¿Qué me hace gracia…? —Volvió a respirar hondo y se levantó mientras yo me sonrojaba de vergüenza—. Pero trato de comprenderlo. Tú podrías hacer lo mismo. —Y, sin volver a mirarme, salió de la habitación.

Tomé el bus a la universidad, como venía haciendo desde que Kellan había empezado a salir con otras mujeres. ¿De modo que quería yo lo comprendiera? ¿Acaso tenía que aprobar que saliera con una puta tras otra? Sí, me había oído cuando estaba con mi novio, pero no sabía muy bien qué tenía que ver una cosa con la otra, porque lo que había entre Denny y yo era totalmente distinto a follar con alguien por el mero hecho de hacerlo. Era nauseabundo. Odiaba cada segundo de cada día.

Suspiré mientras atravesaba el campus para ir a clase; el aire frío hacía que los otros estudiantes se apresuraran hacia los edificios resguardados. Echaba de menos a Kellan todos los días. Incluso lo echaba de menos en ese momento. Mi síndrome de abstinencia no era menos doloroso porque estuviera cabreada con él. En todo caso era peor. El hecho de que me hubiera sustituido por otras agravaba el tema. Suspiré de nuevo cuando entré en el edificio para asistir a mi clase de Literatura, y, de pronto, me quedé helada. Al otro lado del pasillo, vi una cabeza cubierta de rizos rojizos que me era familiar. Unos rizos que no me apetecía ver más de cerca, unos rizos que se dirigían hacia mí, unos rizos que, incluso de lejos, parecían agitados.

Candy se detuvo frente a mí cuando traté de alejarme de la puerta.

—¿Eres la novia de Kellan?

Me lo soltó de sopetón. Sin siquiera saludarme. Nadie me había presentado a esa chica.

Suspiré y pasé de largo, encaminándome hacia el aula. Ella me siguió de cerca, su cabello rojo tan encendido como su talante.

—No, ya se lo dije hace meses a tus espías. Es mi compañero de piso.

—Pues la gente me dice que os han visto en el campus… besuqueándoos. —Su tono era decididamente cortante.

Al decir «gente», supuse que se refería a sus dos amigas. Me sonrojé, sabiendo que Kellan y yo nos habíamos comportado con cierta indiscreción en el campus…, aunque no puede decirse que nos besuqueáramos. Apreté el paso, confiando en perderla de vista dentro del aula. Pero ella me alcanzó y me miró con frialdad, aguardando una explicación.

—No sé qué decirte. Tengo novio y no es Kellan. —Un novio al que estaba decidida a serle fiel. Un novio que no se desabrochaba la bragueta ante cada mujer con la que se cruzara y estuviera dispuesta a acostarse con él. La irritación me produjo un nudo en el estómago, y dije algo que no debí decir—. Si tienes tantas ganas de ligártelo, pásate por el bar de Pete. Siempre está allí.

Ella dejó de seguirme cuando alcancé la puerta de mi santuario.

—Puede que lo haga —contestó con tono arrogante en el momento en que entré en el aula.

Genial…

Para rematar ese aciago día, de regreso a casa, el estúpido autobús se averió. Nos hicieron esperar dentro del mismo hasta que apareció otro para recogernos. Ni siquiera nos dejaron apearnos a los que quisimos hacerlo. Supuse que el conductor había tenido un día tan malo como yo y había decidido ejercer su autoridad sobre unas pobres personas impotentes. Como es natural, algunos de los pasajeros más agresivos lograron apearse del autobús, pero yo no tengo un carácter avasallador, y el conductor me imponía cierto respeto, por lo que me quedé sentada dentro del autobús, refunfuñando.

Me había quedado hasta tarde en la universidad, estudiando —y, para ser sincera, retrasando el momento de volver a casa—, de modo que iba a llegar tarde a trabajar. Debí ir directamente al bar, pero había confiado en llegar a casa a tiempo para darme una reconfortante ducha. Había sido un día muy largo que me había alterado emocionalmente.

Vi el coche de Kellan en la entrada cuando me dirigí deprisa hacia el portal. Odiaba tener que pedirle un favor, y no me apetecía otro viajecito en coche lleno de tensiones, pero pensé si pedirle que me llevara en coche al bar de Pete. Mi turno comenzaba al cabo de diez minutos. Si tenía que tomar otro autobús, llegaría con mucho retraso…

Entré rápidamente en mi habitación y dejé el bolso. Me quité la blusa y recogí mi camiseta del bar de Pete del suelo, donde la había arrojado la víspera cuando llegué de trabajar. Me la enfundé a toda prisa y busqué por la habitación una cinta elástica. Tras hallar una entre la cama y la mesita de noche, me apresuré a recogerme el pelo en una coleta. Volví a ponerme la chaqueta, tomé de nuevo mi bolso y salí al pasillo.

Me estaba preguntando dónde se había metido Kellan cuando oí una música suave procedente de su habitación y vi que su puerta estaba entornada. Pensando que iba a llegar muy tarde y que necesitaba su ayuda, me acerqué a la puerta y asomé la cabeza sin pensarlo, abriéndola un poco más. Al mirar a través de la rendija de la puerta, me quedé helada. Sentí un nudo en la boca del estómago y náuseas. Mi mente se negaba a asimilar lo que veía.

Kellan estaba sentado en el borde de su cama. Tenía la cabeza agachada, los ojos cerrados, se mordía el labio inferior y estrujaba las sábanas con la mano. Por más que mi mente se resistiese, el resto de la imagen cobró una dolorosa nitidez. Una mujer estaba arrodillada en el suelo, frente a él, con la cabeza inclinada sobre su entrepierna. Al contemplar la escena en su conjunto, no cabía la menor duda de lo que estaba haciendo.

Enfrascados en lo que hacían y gozando con ello, no creo que se percataran de mi presencia junto a la puerta entornada. Me sentí enferma. Deseaba salir corriendo, alejarme tanto como fuera posible antes de ponerme a vomitar allí mismo. Pero no podía moverme, no podía dejar de mirarlos horrorizada.

Supongo que la mujer sintió al fin la presencia de otra persona e hizo ademán de levantarse del suelo. Kellan no reparó en mi presencia, o bien no le importó. Tenía los labios entreabiertos, respiraba de forma acelerada, y, torciendo ligeramente el gesto, alzó automáticamente la mano para impedir a la mujer que se moviera. Ésta continuó con afán; estaba claro que gozaba como una loca. Yo, sin embargo, sentí el sabor de la bilis en la boca.

Cuando por fin pude moverme, eché a correr escaleras abajo. Pensando sólo en escapar, con la respuesta de lucha o huida activada, cogí a toda prisa las llaves del coche de Kellan de la mesa en la entrada y salí dando un portazo. Si él no se había percatado aún de que yo había regresado a casa, no tardaría en darse cuenta.

Rebusqué entre las llaves mientras me dirigía deprisa y corriendo hacia el coche, y me detuve al localizar la llave de arranque. Nunca cerraba con llave su bebé, de modo que abrí la puerta, me senté al volante y arranqué de inmediato. Sentí una perversa emoción cuando el coche se puso en marcha con un rugido, sabiendo que él lo oiría y al instante se daría cuenta de que me había llevado su coche. Observé la puerta de la casa durante medio segundo, pero no lo vi salir. Metí la marcha atrás y salí a toda pastilla para alejarme de él. Observé la casa por el retrovisor, pero la puerta principal no se abrió. Quizás estaba demasiado ocupado gozando de su cita para importarle que me hubiera llevado su coche.

Cometí media docena de infracciones de tráfico para llegar a tiempo al trabajo, pero lo conseguí. Sonreí cuando aparqué el coche en el aparcamiento del bar de Pete. Era muy divertido conducirlo, y disfruté pensando en el cabreo que pillaría Kellan al comprobar que alguien se había llevado su coche. Mejor. No quería ser la única persona en casa que estaba cabreada. Sonriendo con malicia, sintonicé la radio en una emisora que tocaba música de baile de salón y subí el volumen a tope antes de apagar el motor. Fue una broma pueril, lo sé, pero me sentí más animada y atravesé el aparcamiento sonriendo de oreja a oreja.

—Te veo muy contenta hoy —exclamó Jenny cuando entré, sonriendo todavía de gozo por haberle birlado el coche a Kellan.

—¿Sí? No es por nada en particular… —La miré sonriendo mientras guardaba las llaves del Chevelle en el bolsillo de mis vaqueros.

Durante mi turno, mi euforia se fue apagando, dando paso a la tristeza por haber contemplado sin querer esa escena en casa. Una cosa era oír a una de las chicas que traía Kellan, y otra muy distinta verla. Me sentía muy abatida cuando, una hora más tarde, la puerta del local se abrió bruscamente.

Cuando lo vi entrar, me estremecí. Kellan tenía un aspecto decididamente más compuesto que la última vez que lo había visto. Y también parecía furioso. Sus centelleantes ojos azules se clavaron al instante en los míos. Matt lo seguía de cerca y trató de apoyar una mano sobre su hombro. Kellan se volvió rápidamente hacia él, apartándose con brusquedad, y le espetó algo. Matt levantó enseguida las manos en el aire, como si se rindiera.

Mi corazón empezó a latir con furia, presa del pánico. Retrocedí un par de pasos. Llevarme su coche no había sido una buena idea. ¿En qué había estado pensando? ¿Debía arrojarle las llaves y salir corriendo? De pronto, sentí una profunda irritación y respiré hondo. ¡No! Sabía que no me lastimaría físicamente. Si ese cretino quería sus llaves, que se acercara a cogerlas.

Kellan se dirigió hacia mí. Las personas que se interponían entre nosotros se quitaron de su camino al ver la expresión de su rostro. Tenía sus hermosos y enfurecidos ojos azules entornados, los labios apretados con firmeza, las manos crispadas en puños, y su pecho se agitaba debido a su acelerada respiración; hasta furioso estaba increíblemente atractivo.

Se acercó a mí y extendió la mano.

Esperaba una reacción más airada, por lo que dije con tono hosco:

—¿Qué quieres?

—Las llaves —contestó rabioso.

—¿Qué llaves? —No sabía muy bien por qué lo estaba provocando. Quizás el hecho de verlo me había hecho perder los estribos.

Kellan respiró hondo para calmarse.

—Kiera…, mi coche está aquí —dijo señalando el aparcamiento—. Te oí llevártelo…

—Si me oíste, ¿por qué no trataste de detenerme? —repliqué.

—Estaba…

Le clavé un dedo en el pecho, interrumpiéndolo.

—Estabas… —alcé los dedos y tracé unas comillas en el aire—… con tu cita.

Su rostro palideció visiblemente. Al parecer, no se había dado cuenta de que yo lo había visto. Su expresión mudó, adoptando un gesto adusto, y recobró el color.

—¿Y qué? ¿Eso te da derecho a birlarme el coche?

Tenía razón, por supuesto, aunque no estaba dispuesta a reconocerlo ante él.

—Lo tomé prestado. Los amigos se prestan sus cosas, ¿no? —le pregunté con tono arrogante.

Él volvió a respirar hondo y metió la mano en el bolsillo de mis vaqueros.

—¡Eh! —protesté, tratando de apartarla de un manotazo, pero él ya había recuperado las llaves.

Las sostuvo frente a mí y dijo furioso:

—No somos amigos, Kiera. Nunca lo fuimos. —Acto seguido, dio media vuelta y se marchó.

Sus hirientes palabras hicieron que me pusiera colorada y, volviéndome, salí corriendo al pasillo para refugiarme en el lavabo. Me apoyé contra la pared, jadeando por la boca, procurando no romper a llorar. Sentí que estaba mareada, desencajada. Tenía el corazón partido en mil pedazos.

El sonido de la puerta al abrirse penetró en mi conciencia, mientras permanecía sentada resoplando con fuerza.

—¿Kiera…? —preguntó Jenny con dulzura. No fui capaz de responder. Sólo pude alzar la cabeza con mirada ausente. Ella se acercó y se arrodilló junto a mí—. ¿A qué venía eso? ¿Estás bien?

Sacudí la cabeza débilmente. Luego, rompí a llorar, emitiendo unos sollozos desgarradores y atormentados. Ella se sentó de inmediato a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo.

—¿Qué te pasa, Kiera?

Entre sollozo y sollozo, dije, de manera entrecortada:

—He cometido un tremendo error…

Me acarició el pelo y me estrechó contra ella.

—¿Qué ocurre?

De pronto, no sólo deseé contarle lo del coche, sino todo. Pero tenía un nudo en la garganta que me impedía hablar. ¿Cómo podía contárselo? Me odiaría, no lo comprendería…

Ella me miró.

—Puedes contármelo, Kiera. No le diré nada a Denny, si no quieres que lo sepa.

Mis sollozos remitieron y la miré pestañeando, sorprendida. ¿Acaso ya lo sabía? Le dije sin pensar:

—Me he acostado con Kellan. —Contuve el aliento, estupefacta ante lo que acababa de hacer.

Ella suspiró.

—Me lo temía. —Me abrazó con fuerza—. Todo se arreglará. Cuéntame qué ocurrió.

Estaba tan atónita que sólo atiné a decir:

—¿Lo sabías?

Ella se apoyó contra la pared, colocando la mano sobre su regazo.

—Lo sospechaba. —Se miró la mano en silencio durante unos segundos, jugueteando con el anillo que lucía en el dedo—. He observado ciertas cosas, Kiera. Las miradas que le dirigías cuando creías que nadie se fijaba. Las sonrisas que él te dirigía a ti. Lo he visto acariciarte de forma discreta, intentando que nadie se diera cuenta. He observado la expresión de tu rostro cuando canta. Tu reacción ante la fiesta que dio… Hace tiempo que lo sospechaba.

Cerré los ojos. Jenny había visto demasiado. ¿Y los demás?

—¿Cuándo ocurrió? —me preguntó con tono quedo.

Rompí de nuevo a llorar y cuando por fin cesaron mis sollozos, me desahogué con ella y se lo conté todo. Fue un gran alivio poder hablar al fin con alguien. Ella me escuchó en silencio, asintiendo de vez en cuando, sonriendo o mirándome con gesto comprensivo. Le hablé sobre nuestras primeras e inocentes caricias. Nuestra primera vez, cuando estábamos borrachos, durante la ausencia de Denny. La frialdad de Kellan después de lo ocurrido. Mi reacción de pánico cuando él amenazó con marcharse, y que me indujo a acostarme con él por segunda vez. Nuestro flirteo nada inocente. Lo de la discoteca. Aunque omití lo que le hice a Denny y lo que Kellan hizo con mi hermana; no podía hablar de ello todavía. La disputa en el coche, que hizo que Jenny exclamara asombrada: «¿Eso te dijo?». Mis celos de las otras mujeres…, el recuerdo de la última, que estaba grabada a fuego en mi mente. El último comentario de Kellan que me había herido en lo más hondo…

Jenny me rodeó con ambos brazos y me abrazó con fuerza.

—Dios, Kiera…, lo siento mucho. Sabía cómo se comportaba con las mujeres. Quizá debí advertirte antes. Él es así.

Me apoyé contra ella, agotada tras la turbulenta velada, y ella me abrazó hasta que cesaron mis sollozos.

—¿Qué vas a hacer? —me preguntó, apartándose para mirarme.

—¿Aparte de matarlo? —No estaba segura de si bromeaba o no—. No lo sé…, ¿qué puedo hacer? Amo a Denny. No quiero que lo averigüe jamás, no quiero hacerle daño. Pero Kellan… No soporto a esas mujeres. Me ponen enferma. Siento…

—¿Estás enamorada de él? —inquirió Jenny.

—¡No!

—¿Estás segura, Kiera? Si no estuvieras furiosa, ¿qué responderías?

No contesté. No podía, no estaba segura. A veces sentía… algo por él.

De improviso, se abrió la puerta del lavabo. Kate se detuvo en el umbral, observándonos sentadas en el suelo.

—Ah, hola…, por fin doy con vosotras. Esta noche no damos a basto. ¿Podéis salir y echar una mano, por favor?

—Sí —respondió Jenny—, enseguida salimos. Danos un par de minutos.

Kate me dirigió una mirada de lástima cuando se me escaparon unas lágrimas, que me apresuré a enjugar.

—De acuerdo, no hay ningún problema —dijo mirándome con dulzura, tras lo cual se marchó.

—Gracias, Jenny. —La miré agradecida por haberme escuchado sin juzgarme.

Rodaron unas cuantas lágrimas más por mis mejillas y ella las enjugó.

—Todo se arreglará, Kiera. Ten fe.

Durante el resto de mi turno, apenas hablé, afanándome en resolver los sencillos problemas de mis clientes. Lo cual me ayudó. Cuando llegó la hora de cerrar, al menos ya no sentía deseos de llorar. Ni de irme a casa. No sabía si Kellan habría terminado de… divertirse con una chica por hoy. Quién sabe, quizá se había quedado sin leche y había ido a la comprarla a la tienda y se había encontrado allí con otra golfa. Estaba segura de que, a las personas tan atractivas como él, ese tipo de cosas les ocurrían cada dos por tres en el lugar más impensado, como un delicatessen o una panadería. Sí, me llevaré medio kilo de jamón y a la morena de tetas grandes.

Suspiré y me acerqué a la barra, donde Kate y Jenny estaban conversando con Rita. Pete se había ido temprano. Por lo general, era el último en marcharse, horas después que el resto del personal, pero esa noche había cogido su chaqueta a la hora de cerrar y le había dicho a Rita que cerrara ella. Aprovechando que Pete no estaba, Rita nos había puesto unas copas a las chicas. Cuando me acerqué y me detuve junto a Jenny, depositó un chupito de un licor oscuro frente a mí. Suspiré de nuevo. Al menos no era tequila.

—De acuerdo, chicas —dijo Rita, sosteniendo su copa en alto—, la penúltima. —Todas alzamos nuestras copas, entrechocándolas, y las apuramos rápidamente. Kate y Jenny se rieron cuando hice una mueca. Fuera lo que fuese, me había abrasado la garganta. Rita se la bebió sin inmutarse y nos sirvió otra ronda—. La última.

Kate y Jenny se miraron torciendo el gesto, pero dejaron que nos sirviera otra copa a todas. Yo no puse ningún reparo, pues no tenía que conducir y había sido un día muy largo. Miré a Jenny, que me dirigió una sonrisa tranquilizadora, mirándome con expresión afectuosa con sus ojos azul claro. Era una persona maravillosa. Cada noche se ofrecía a llevarme a casa en coche y, aunque me sentía mal aceptando, ella no admitía una negativa si no había nadie más que pudiera acompañarme. Insistía en que todas las noches pasaba frente a mi calle, de modo que no le costaba nada, lo cual hacía que me sintiera un poco mejor.

Rita terminó de servirnos una segunda copa y nos miró con una media sonrisa picarona.

—Si pudierais pasar una noche… con cualquier hombre…, sin compromiso alguno, sin complicaciones…, ¿a quién elegiríais? —Me miró con gesto más que elocuente—. No vale elegir al novio.

Nos miró a cada una de nosotras mientras Kate y Jenny se echaban de nuevo a reír. Pensando en mi respuesta, me sonrojé sin querer. Rita suspiró y dijo:

—De acuerdo, para mí es muy fácil: a Kellan. —Suspiró con expresión arrobada mientras yo palidecía—. Dios, volvería a acostarme con ese chico sin pensármelo dos veces…

Kate soltó una risita nerviosa y me miró de una forma que me chocó. Durante una fracción de segundo, me pregunté si sospechaba lo mismo que había sospechado Jenny, y palidecí aún más. Meneó la cabeza delicadamente y se encogió de hombros.

—A Kellan…, sin dudarlo.

Ella y Rita cruzaron una mirada cargada de complicidad y se volvieron hacia mí, esperando mi respuesta. Tenía la garganta seca y me sentía mal. Traté de pensar en otra persona, cualquiera…, alguien inocuo, pero tenía la mente en blanco y sólo se me ocurría un nombre. Y era el único nombre que no me atrevía a pronunciar precisamente allí.

Jenny se colocó junto a mí.

—Denny —dijo con tono jovial.

Kate y Rita se volvieron para mirarla, luego a mí, y de nuevo a ella, como si se le hubiera escapado un desliz. Sentí deseos de darle un beso. Con una simple palabra, había alejado la atención de mí persona y mi estúpida respuesta, que era, como es lógico, Kellan. Las otras la miraron sin dar crédito; mejor dicho, Kate la miró sin dar crédito. Rita mostraba una expresión divertida y quizás incluso de admiración, mientras que yo arrugué el ceño en un gesto de fingido asombro.

—Salud —dijo Jenny con su tono jovial, y todas apuramos nuestro segundo chupito, olvidando que yo no había respondido a la estúpida pregunta de Rita—. ¿Estás lista para que nos vayamos? —me preguntó con calma.

—Sí —respondí con desgana, aunque sentí deseos de abrazarla.

Rita se echó a reír y Kate me dio un breve abrazo de consolación. Cuando salimos y las otras no podían oírnos, di profusamente las gracias a Jenny.

A la mañana siguiente, bajé un poco antes que Denny. Nuestra casa había estado muy silenciosa la noche anterior. Al parecer, a Kellan le bastaba hacerlo una vez al día. Al menos tenía sus límites. Pero el silencio no había aliviado mi dolorido corazón. Arrugué el ceño cuando lo vi sentado a la mesa, con un codo apoyado en ella y los dedos enredados en su pelo. Tenía la vista fija en la superficie de la mesa, absorto en sus pensamientos. Cuando me oyó entrar, alzó la mirada y abrió la boca como si fuera a decir algo. Pero la cerró de inmediato al ver entrar a Denny al cabo de unos segundos.

El hiriente comentario que había hecho la víspera seguía escociéndome, y, sintiéndome un tanto beligerante, me volví hacia Denny.

—Veo que ya estás vestido —dije pasando una mano sobre su camisa y apoyando los dedos en su cinturón—, pero ¿no quieres subir y darte una ducha rápida? —Incliné la cara para que Kellan pudiera verme arquear las cejas de forma insinuante y morderme el labio.

Miré a Kellan de refilón mientras Denny se reía. Kellan parecía disgustado y se concentró con demasiada energía en la superficie de la mesa. Mejor.

Denny me besó con ternura.

—Ojalá pudiera, cielo, pero no debo llegar tarde. Max está muy liado con las próximas fiestas.

—Vaya —respondí, exagerando mi tono de decepción—. Podrías darte una ducha muy rápida. —Volví a morderme el labio y miré de nuevo a Kellan de refilón. Lo vi crispar la mandíbula y reprimí el deseo de sonreír.

Denny sonrió de oreja a oreja.

—No puedo, de veras. Esta noche, ¿de acuerdo? —me murmuró al oído, pero yo estaba convencida de que Kellan lo había oído.

Lo besé profundamente, deslizando las manos sobre cada centímetro de su cuerpo. Denny parecía un tanto sorprendido ante mi entusiasmo, pero me besó con pasión. Mientras nos besábamos, observé a Kellan por el rabillo del ojo. Se levantó, sin mirarme, dio un respingo y entró en el cuarto de estar. Me separé de Denny, sonriéndole de manera cariñosa, cuando oí a Kellan cerrar la puerta de su habitación de un portazo. Sonreí para mis adentros con gesto de venganza. Yo también podía jugar a ese juego.