14
El punto de inflexión

Decidimos pasar juntos nuestro sábado libre tomando un tren al norte. Yo no había viajado nunca en ferrocarril y, al principio, me sentí un poco nerviosa, hasta que Kellan me cogió de la mano. Entonces, me relajé apoyándome contra él en el asiento y observando el paisaje que desfilaba ante la ventanilla con el balanceo del tren. La vista era espectacular, con las montañas coronadas de nieve a lo lejos y el verdor de los frondosos árboles de hoja perenne que pasaban volando frente a nosotros. Ese lugar me encantaba. Sólo llevaba allí unos pocos meses, pero me encantaba ese Estado. Nos apeamos en una pequeña población turística y paseamos por ella cogidos de la mano. Sin temor a que alguien que conocíamos nos viera, nos sentíamos más unidos y nos comportábamos con menos prudencia de lo habitual cuando estábamos juntos.

Nos detuvimos con frecuencia para contemplar el río que discurría junto a nosotros o para visitar una tienda de curiosidades, y él me estrechaba con fuerza contra su pecho. Yo me volvía hacia él deleitándome con su calor y su ternura. Después de lo ocurrido anoche en su cama, algo había cambiado entre nosotros (una vez más). No estaba segura de qué era. Sólo que nos mirábamos más a los ojos y nuestras caricias eran más íntimas, aunque él se esforzaba en no volver a romper mis reglas. Las líneas empezaban a hacerse borrosas. Y eso era algo que me preocupaba y me excitaba a la vez.

Al fin, tomamos un tren de regreso al sur porque yo tenía que ir a trabajar. Suspiré cuando divisé de nuevo Seattle. Había sido una liberación estar con él sin tapujos, sin temor a ser descubiertos. Había disfrutado de nuestra pequeña excursión… y sabía que probablemente no volveríamos a hacer algo así en mucho tiempo. Miré su rostro mientras él contemplaba el paisaje a través de la ventanilla. Sus labios carnosos estaban algo fruncidos y me pregunté si pensaba en lo mismo que yo. Observé cómo el sol se reflejaba en sus ojos, modificando el azul intenso en un tono más claro. Sonreí al comprobar lo increíblemente hermosos que eran sus ojos. De pronto me miró y sonrió al comprobar que lo observaba. Sentí el acuciante deseo de besarlo, y tuve que volver la cabeza y cerrar los ojos.

—¿Te sientes bien? —me preguntó.

—Un poco mareada por el movimiento del tren… Ya se me pasará. Dame un minuto. —No estaba segura de por qué le había mentido. Él lo habría entendido si le hubiera dicho la verdad. Lo cierto es que lo habría entendido demasiado bien, y después de anoche no estaba segura de que no tratara de aprovecharse de ello en lugar de concederme espacio. Y, en esos momentos, lo que yo necesitaba era espacio.

Mantuve los ojos cerrados hasta que el tren se detuvo por completo. Reconozco que era absurdo lo atraída que me sentía por él. Cuando nos apeamos, él me llevó directamente al bar de Pete. Se quedó conmigo hasta que llegaron los D-Bags e iniciaron su actuación. Kellan no se había equivocado sobre el espectáculo que había dado anoche; el local estaba abarrotado, y me pasé toda la noche atendiendo a un cliente tras otro, tomando sus pedidos. Cuando terminé mi turno, estaba agotada. Jenny me acompañó a casa en coche en lugar de Kellan, y, a juzgar por la cara que puso cuando le dije que me llevaría ella, deduzco que se sintió un tanto herido. Pero supuse que Denny ya habría regresado a casa, aunque probablemente estaría durmiendo, y no quería que me viera llegar con Kellan. Después de nuestro maravilloso fin de semana juntos, temí que Denny intuyera lo que había pasado entre nosotros, y no podía arriesgarme a que eso ocurriera. Confié en que Kellan no estuviera demasiado disgustado.

Cuando llegué, comprobé que Denny ya estaba en casa. Pero Kellan aún no había regresado, lo cual hizo que arrugara el ceño cuando subí la escalera. Denny estaba sentado en la cama, mirando la televisión como si me estuviera esperando.

—Hola, cielo —dijo cariñosamente, con acento más marcado debido al cansancio, mientras extendía los brazos hacia mí.

Procuré ignorar la crispación que sentí en la boca del estómago al pensar que mi tiempo libre con Kellan había terminado (y, por cierto, ¿dónde se había metido?), y, sofocando un suspiro, me tendí en la cama para acurrucarme en los brazos de Denny. Él me acarició la espalda mientras me contaba su viaje. Me quedé dormida apoyada contra su pecho, vestida, mientras él me hablaba de su conferencia y del gilipollas de su jefe. Antes de que me venciera el sueño, me pareció oírlo pronunciar mi nombre con tono interrogante, pero estaba demasiado cansada después de mi fin de semana para resistir la somnolencia que me invadió, y sucumbí a ella. Confié en que a Denny no le doliera demasiado que me hubiera quedado dormida.

Un par de días más tarde, Kellan y yo pasamos un rato juntos después de mis clases, antes de que me fuera a trabajar. Nos sentamos sobre la hierba en una zona aislada de lo que considerábamos nuestro parque, cerca de la universidad. Nos encontrábamos allí a menudo entre clase y clase, y a veces después. Si llovía, nos quedábamos sentados en su coche escuchando la radio, y, si hacía buen tiempo, sacábamos una manta del maletero y nos sentábamos sobre la hierba. Aquél era un día soleado, aunque fresco, y nuestro parque estaba casi desierto. Nos sentamos muy juntos sobre la manta, en el césped, enfundados en nuestras chaquetas y después de habernos bebidos unos espressos, gozando del frescor del ambiente y de nuestra mutua y cálida presencia.

Kellan jugueteaba con mis dedos, con una pequeña sonrisa en sus labios. La curiosidad se impuso sobre mi sentido común y le pregunté con tono quedo:

—Esa canción que cantaste el fin de semana pasado, la que tiene una letra bastante intensa, en realidad no se refiere a una mujer, ¿verdad?

Él me miró sorprendido.

—Denny me contó lo que ocurrió cuando estaba alojado en casa de tu familia —le expliqué—. La canción se refería a ti y a tu padre, ¿no?

Kellan asintió con la cabeza y desvió la mirada, contemplando en silencio el apacible parque.

—¿Quieres hablar de ello? —pregunté tímidamente.

Sin mirarme, respondió suavemente:

—No.

Sentí un dolor en el corazón al observar la profunda tristeza que traslucían sus ojos. Me odié por lo que iba a decir, pero deseaba desesperadamente que confiara en mí.

—¿Lo harás alguna vez?

Se sorbió la nariz y fijó la vista en el césped. Arrancó una brizna de hierba y se puso a juguetear con ella. Se volvió lentamente hacia mí. Yo me tensé, temiendo que se hubiera enfadado. Pero, cuando me miró a los ojos, lo único que vi en los suyos fueron años de tristeza.

—No hay nada de que hablar, Kiera —dijo en tono quedo, pero rebosante de emoción—. Si Denny te contó lo que vio, lo que hizo por mí, sabes tanto como nosotros.

Resistiéndome a abandonar el tema, dije:

—No tanto como tú. —Él me observó en silencio, sus ojos implorándome que no le hiciera más preguntas. Pero yo insistí, aunque me odiaba por ello—. ¿Te pegaba con frecuencia?

Sin apartar los ojos de los míos, tragó saliva y asintió.

—¿Con violencia? —«Como si una pequeña bofetada no fuera ya bastante grave», pensé, irritada por haberle hecho esa pregunta. Él guardó silencio durante largo rato, y pensé que no iba a responderme, pero luego asintió levemente con la cabeza.

—¿Desde que eras pequeño? —Él asintió de nuevo; observé que tenía los ojos húmedos.

Tragué saliva, esforzándome en dejar de hacerle unas preguntas dolorosas a las que estaba claro que no quería responder.

—¿Tu madre no trató nunca de detenerlo…, de ayudarte?

Él negó con la cabeza mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

Sentí que se me humedecían los ojos, a punto de romper a llorar. «Por favor, déjalo ya», me rogué, «le haces daño».

—¿Cesaron las palizas cuando Denny se marchó? —murmuré, odiándome aún más.

Tragó saliva y negó de nuevo con la cabeza.

—Fue peor…, mucho peor. —Por su mejilla rodó otra lágrima que relucía bajo el sol.

Preguntándome cómo era posible que un padre le hiciera eso a un niño, cómo era posible que una madre lo consintiera, que no estuviera dispuesta a sacrificar su propia vida para salvar a su único hijo, pregunté sin pensar:

—¿Por qué?

—Eso tendrías que preguntárselo a ellos —murmuró Kellan con ojos inexpresivos.

Rompí a llorar, y él observó las lágrimas que rodaban por mis mejillas. Le eché los brazos al cuello y lo estreché contra mí.

—Lo siento mucho, Kellan —le susurré al oído mientras él me rodeaba con sus brazos, pero sin fuerza.

—No te preocupes, Kiera —dijo con voz entrecortada—. Ocurrió hace años. No han vuelto a lastimarme en mucho tiempo.

Por su reacción, no lo creí. Lo abracé, sintiendo que su cuerpo temblaba contra el mío. Cuando me retiré, vi que tenía las mejillas húmedas. Se las enjugué y tomé su rostro en mis manos, mirándolo a los ojos y tratando de imaginar lo desgraciada que había sido su infancia, tratando de imaginar su dolor. Pero no pude. Yo había tenido una infancia feliz y llena de recuerdos maravillosos. Mis padres eran unas personas excesivamente protectoras, sí, pero tiernas y cariñosas.

Me miró con tristeza, derramando otra lágrima que rodó por su mejilla. Me incliné hacia él y lo besé para enjugarle la lágrima. Cuando me aparté, volvió la cabeza y nuestros labios se rozaron.

Sintiendo una profunda compasión por él, embriagada por su repentina proximidad, dejé que posara los labios en los míos. Mis manos seguían apoyadas en sus mejillas. Estábamos sentados muy juntos sobre la hierba. Nuestros labios se rozaban pero ninguno de los dos nos movimos. Yo ni siquiera estaba segura de que respirásemos. Debíamos de ofrecer una imagen muy rara, suponiendo que nos estuviera viendo alguien.

Al cabo de un rato, él inspiró por la boca, entreabriendo los labios un poco sobre los míos. Mi reacción fue involuntaria, instintiva e inmediata: lo besé. Moví mis labios sobre los suyos y sentí su calor, su suavidad, su aliento.

Él no vaciló en devolverme el beso, oprimiendo sus labios con ternura sobre los míos. Movido por su pasión, me tomó del cuello y me besó profundamente. Su lengua rozó la mía una vez. Yo gemí de placer, de deseo, pero lo aparté. Traté de no enfadarme con él. Yo misma había iniciado lo que había pasado.

Se disculpó de inmediato.

—Lo siento, lo siento. Pensé… pensé que habías cambiado de parecer. —Sus ojos mostraban temor.

—No…, yo he tenido la culpa. —Las cosas se precipitaban entre nosotros; las líneas eran cada vez eran más borrosas. Incluso en esos momentos, mientras observaba la ansiedad que reflejaba su rostro, el corazón me latía aceleradamente y mis labios ardían con el recuerdo de los suyos—. Lo lamento, Kellan. Esto no funciona.

Se inclinó hacia mí y me sujetó del brazo.

—No, por favor. Trataré de controlarme, seré más fuerte. Por favor, no pongas fin a esto. Por favor, no me dejes…

Me mordí el labio; su ruego desesperado y su atormentado semblante me desgarraban el corazón.

Kellan…

—Por favor. —Sus ojos escrutaron mi rostro. Sentí deseos de volver a besarlo, de hacer lo que fuera con tal de aliviar su dolor.

—Esto no es justo. —Una lágrima rodó por mi mejilla, e impedí que me la enjugara—. No es justo para Denny. No es justo para ti. —Sentí que estaba a punto de romper a llorar—. Soy cruel contigo.

Él se incorporó sobre sus rodillas y tomó mis manos entre las suyas.

—No…, no eres cruel conmigo. Me das más que… No pongas fin a esto.

Lo miré atónita.

—¿Qué consigues con esto, Kellan?

Bajó la vista sin responder a mi pregunta.

—Por favor…

Por fin, su voz y su expresión me obligaron a rendirme. No podía hacerle daño.

—De acuerdo…, de acuerdo, Kellan.

Alzó la vista y sonrió de forma encantadora. Yo me puse de rodillas y le rodeé el cuello con los brazos, abrazándolo con fuerza, confiando en saber lo que hacía.

Aparté de mi mente todo pensamiento referente al parque mientras llevaba a cabo mis tareas en el bar de Pete. Mejor dicho, aparté de mi mente el beso, aunque aún sentía un agradable hormigueo en los labios, lo cual me preocupaba. Pero no, no quería pensar en eso.

Sin embargo, no conseguí apartar la horrible conversación que habíamos tenido. Mi egoísta necesidad de averiguarlo todo sobre él había abierto viejas heridas. No dejé de observarlo durante mi turno, preguntándome si se sentía bien. Parecía estar bien, riendo con los colegas de la banda, bebiéndose una cerveza, con un pie apoyado sobre la rodilla. Se mostraba tan relajado como de costumbre. Yo arrugué el ceño, preguntándome si ese aire desenfadado era auténtico, si su actitud no era una reacción condicionada al dolor que había experimentado en su vida.

Pensé en ello mientras lo observé acercarse a la barra para hablar con Sam. Se reclinó hacia atrás y Rita le sirvió otra cerveza. Él la miró sonriendo con afecto y asintiendo con la cabeza. Al cabo de un minuto, Sam se fue. Y Kellan se quedó, bebiéndose tranquilamente su cerveza en la barra. Se apoyó cómodamente en ella y se volvió hacia mí cuando me acerqué para pasar a Rita un pedido.

—¿De modo que el sábado tendremos a tu hermana en casa? —Se reclinó hacia atrás, apoyado sobre los codos, un gesto que ponía de relieve su torso y los centímetros de piel que mostraba sobre la cinturilla del pantalón. Sentí el repentino deseo de deslizar mis dedos sobre su camiseta y sentir su piel desnuda. Rita lo devoraba con la mirada mientras preparaba las bebidas sin apresurarse, pensando, al parecer, en lo mismo que yo, a juzgar por la expresión en su rostro excesivamente bronceado. Yo odiaba esa expresión.

El rostro de Rita, unido a la inminente visita de mi hermana, estropeó el grato espectáculo que me ofrecía el cuerpo de Kellan.

—No tengo la menor idea —respondí malhumorada. Había olvidado que venía a visitarme este fin de semana. Lo cierto es que llevaba un tiempo un poco… distraída.

Kellan se rió al observar mi expresión.

—Todo irá bien, Kiera. Lo pasaremos en grande, te lo prometo. —Lo miré arqueando una ceja y frunciendo el ceño—. No en ese sentido, te lo juro —añadió sonriendo de forma socarrona.

Griffin se acercó de pronto por detrás y me rodeó por la cintura con los brazos. Le propiné un fuerte codazo en las costillas, haciendo que soltara un gruñido de dolor, y Kellan se echó a reír.

—Dios, Kiera…, ¿es que no me quieres? —preguntó Griffin indignado. Puse los ojos en blanco y pasé de él olímpicamente.

—Eh, Griff, ¿hay algún club divertido aquí cerca? —le preguntó Kellan. Yo lo miré, alarmada. El concepto que pudiera tener Griffin de un club divertido probablemente no coincidía con el mío.

—Aaah, ¿de modo que vamos de fiesta? —Se sentó en el taburete junto a Kellan, observándolo con curiosidad. Sus pálidos ojos casi relucían de entusiasmo. Se recogió el pelo detrás de las orejas—. Hay un club de striptease en Vancouver, en el que las chicas hacen una cosa con…

—No, no —se apresuró a decir Kellan, interrumpiéndolo—. No me refiero a nosotros —añadió señalando a Griffin, a él mismo y luego a mí—. Va a venir la hermana de Kiera y queremos llevarla a bailar.

Griffin sonrió y me miró asintiendo con gesto de aprobación.

—Tu hermana… ¡Fantástico!

—Griff…

Éste se volvió de nuevo hacia Kellan y dijo escuetamente:

—Spanks.

Al parecer, Kellan sabía a qué se refería Griffin. Asintió y me miró con gesto pensativo.

—Sí, es buena idea. —Se volvió hacía Griffin y le dio una palmada en el brazo—. Gracias.

Griffin sonrió de oreja a oreja.

—¿Cuándo queréis que vayamos?

Yo empecé a protestar, pero Kellan sonrió tranquilamente y respondió:

—Adiós, Griffin. —Éste parecía ofendido, pero se marchó.

Empecé a sentirme un tanto intranquila al observar a Griffin acercarse a una chica y meterle la mano debajo de la falda, lo cual le valió un puñetazo en el brazo. No me apetecía ir a ningún lugar que a él le pareciera divertido. Y Spanks[5] no sonaba precisamente… divertido.

—¿Spanks? No pienso ir a un club de sexo —dije en voz baja, sonrojándome un poco al ver la expresión divertida con que me miraba Kellan.

Él se rió y sacudió la cabeza.

—Me encanta cuando tu mente se pone a elucubrar automáticamente. —Soltó otra carcajada—. Es una discoteca. —Lo miré recelosa y él trazó una X en mi pecho, a la altura del corazón—. Te lo prometo.

Se rió de nuevo y, durante unos momentos, sólo me fijé en su atractiva sonrisa. De pronto, Rita me dio un golpecito en el hombro, tratando de atraer mi atención.

—Toma…, aquí tienes tu pedido. —Miró a Kellan mientras me sonrojaba, tomaba mi bandeja y retomaba apresuradamente mis tareas.

Kellan tenía la facultad de distraerme. Debía estar atenta a eso.

Los siguientes días, después del episodio en el parque, pasaron volando, y, afortunadamente, sin que se produjeran más incidentes incómodos; pero seguía sintiendo el tacto de los labios de Kellan sobre los míos. También debía estar atenta a esa historia. Era una estupidez. Yo era una estúpida. Debía poner fin a esa historia. Pero él era tan… Suspiré. Aún no podía poner fin a nuestra relación. Me sentía demasiado atraída por él. Mi adicción era demasiado fuerte.

Como muchas noches, traté de no observar a Kellan mientras trabajaba, y, como muchas noches, no pude evitar mirarlo de vez en cuando disimuladamente. Esa noche estaba sentado de forma relajada en su silla, haciendo girar un botellín en las manos. Matt le contaba algo y Kellan se reía con él. Su sonrisa espontánea y despreocupada era increíble. Era impresionantemente atractivo; de eso no cabía duda. Algunas mujeres que estaban sentadas cerca trataban de hacer acopio del suficiente valor para acercarse a hablar con él, y me pregunté cuál de ellas lo haría. ¿Se mostraría él interesado? ¿Flirtearía con ella? La verdad es que desde que nosotros habíamos empezado a flirtear coqueteaba menos con las mujeres que pululaban a su alrededor. Eso me preocupaba bastante. Era lógico que flirteara. Tenía derecho a obtener más de lo que obtenía de mí. Pero ese pensamiento me partía el corazón.

Me di cuenta de que lo observaba con el ceño fruncido en el preciso momento en que él me miró. Traté de cambiar rápidamente de expresión, pero él se había percatado. Se levantó pausadamente y se acercó; en esos momentos yo estaba limpiando una mesa. Las mujeres, que parecían al fin dispuestas a abordarlo, se mostraron profundamente decepcionadas.

Se acercó a mí en el abarrotado bar y dijo:

—Hola. —Apoyó la mano junto a la mía sobre la mesa, dejando que nuestros dedos se tocaran.

—Hola. —Alcé la vista y lo miré con una sonrisa, deseando poder rodearlo con un brazo. Me conformé con enderezarme y aproximarme más a él, de forma que nuestros cuerpos se rozaban.

Él sonrió, acariciando ligeramente con el dedo la pernera de mi pantalón mientras yo me apretujaba contra él.

—Parecías pensar en algo… desagradable. ¿Quieres hablar de ello? —En sus ojos se reflejó de pronto una expresión de tristeza y casi de… esperanza. Era muy curioso. Yo no sabía cómo interpretarlo.

Cuando me disponía a responderle, Griffin se acercó desde la barra y dio una palmada a Kellan en el hombro. Éste se separó de inmediato de mí.

—Colega, tienes que ver a esa tía buena que está sentada en la barra. —Griffin se mordió el nudillo—. Está loca por mí… ¿Crees que podría tirármela en el cuarto del personal? —Lo sopesó unos instantes mientras yo ponía cara de disgusto y me volvía para observarla. Era mona, pero parecía estar más pendiente de Kellan que de Griffin.

Griffin también se percató.

—¡Joder, tío! ¿Ya te la has follado? Dios, me revienta recoger siempre tus sobras. Las mujeres no paran de hablar de… —Kellan le propinó un contundente puñetazo en el pecho, impidiéndole que aclarara de qué no paraban de hablar las mujeres.

—¡Griff!

—¿Qué, tío? —Griffin parecía confundido.

Kellan extendió las manos hacia mí, señalándome. La irritación se apoderó de mí. ¿Había estado Kellan con esa mujer? De inmediato, me invadió un sentimiento de culpa. Sólo éramos amigos, no me pertenecía. ¿Por qué me preocupaba?

—Ah, hola, Kiera —dijo Griffin como si no hubiera reparado en mi presencia hasta ese momento, y como si no hubiera dicho nada remotamente grosero u ofensivo. Y, probablemente, según él no había dicho nada malo. Dio otra palmada a Kellan en el hombro y regresó junto a la mujer que estaba sentada en la barra, al parecer dispuesto a tratar de llevársela a la cama.

Kellan me miró tímidamente, dio media vuelta, sin decir palabra, y regresó a su mesa.

Pasé el resto de mi turno preguntándome si Kellan había estado con esa chica. Preguntándome si yo era otra más en una larga lista de chicas. Preguntándome qué era aquello de lo que las mujeres no dejaban nunca de hablar. Preguntándome a qué se debía el silencio de Kellan después de que Griffin se alejara. Preguntándome sobre la extraña expresión en su rostro antes de que Griffin apareciera. Preguntándome si me comportaba como una cretina dejando que nuestro flirteo continuara. Preguntándome por qué no había dejado de sentir una crispación en el estómago durante toda la noche. Preguntándome por qué pasaba tanto tiempo pensando en Kellan.

Con una sensación rara al finalizar mi turno, pedí a Jenny que me acompañara a casa en coche en lugar de Kellan, quien, por supuesto, se había ofrecido amablemente a quedarse hasta que yo terminara de trabajar. Sin embargo, había bostezado un par de veces al abandonar el bar, dirigiéndome una breve sonrisa antes de salir apresuradamente, por lo que supuse que cuando yo llegara a casa ya estaría dormido. Me llevé una gran sorpresa cuando, nada más entrar en el apartamento, Kellan me tomó la mano y me condujo con prisa a su habitación. Al parecer, se había quedado levantado para verme.

Cerró la puerta sin hacer ruido y me acorraló contra ella en plan de broma. A continuación, apoyando las manos contra la puerta a ambos lados de mi cuerpo, se inclinó sobre mí hasta que nuestros labios casi se rozaban. Permaneció así, con la boca ligeramente entreabierta, respirando con suavidad sobre mi rostro.

—Lamento lo de Griffin —murmuró—. A veces, se comporta como un… cretino —dijo esbozando una sonrisa espectacular.

Yo no podía articular palabra. No podía pensar con la suficiente claridad para responder. Deseaba preguntarle sobre la chica, pero el deseo me mantenía clavada en el sitio. Ni siquiera podía mover el brazo para apartarlo. Estaba acorralada contra la puerta, inmovilizada por su cuerpo sensual, y mi cuerpo funcionaba a mil revoluciones. Era como si hubiera consumido una sobredosis de mi adicción. Él estaba demasiado cerca…, peligrosamente cerca. Yo necesitaba un minuto. Pero no se me ocurrían las palabras para decirlo.

—¿En qué estabas pensando antes? —murmuró a pocos centímetros de mi rostro.

Traté de hablar, de decirle que se apartara, de que me concediera el suficiente espacio para volver a pensar con claridad, pero estaba helada, muda. Estaba tan cerca de mí…, olía tan bien. Mi respiración se aceleró y él se percató de ello.

—Kiera, ¿en qué piensas ahora mismo? —Su aliento, que me rozaba la piel, hizo que me estremeciera—. ¿Kiera?

Me miró de arriba abajo y oprimió su cuerpo con firmeza contra el mío. Contuve el aliento, pero seguía sin poder articular palabra. Sus manos se deslizaron desde mis hombros hasta mi cintura y se detuvieron en mis caderas. Sus labios se entreabrieron y su respiración se aceleró mientras me miraba a los ojos con creciente pasión. Yo también entreabrí los labios y traté de controlar mi respiración. Tenía que poner fin a eso, tenía que hablar…

—Kiera…, di algo. —Sus palabras se hacían eco de mis pensamientos.

Durante una fracción de segundo sus ojos parecieron reflejar una lucha interna. Luego inclinó la frente y la apoyó contra la mía, respirando suave pero intensamente sobre mí. Introdujo una rodilla entre las mías, cerrando cualquier rendija que hubiera entre nosotros. Dejé escapar un gemido, pero seguía sin poder articular palabra. Él emitió un sonido gutural al tiempo que se mordía el labio y metió las manos debajo de mi camiseta. Aquello había dejado de ser un inocente flirteo. No tenía nada de inocente.

—Por favor…, di algo. ¿Quieres…? ¿Quieres que yo…?

De improviso, espiró aire con brusquedad e inclinó la cabeza ligeramente para pasar la lengua sobre mi labio superior. Deslizó las manos sobre mi sujetador; luego sobre mi espalda. Suspiré entrecortadamente y cerré los ojos. Tras emitir otro sonido gutural, me besó el labio superior, introduciendo su lengua en mi boca. Yo me estremecí y contuve el aliento, y él perdió todo control. Espiró de nuevo una bocanada de aire con intensidad, apoyó una mano en mi cuello y me besó en la boca mientras me estrechaba contra él.

Sus labios oprimidos contra los míos eran como una descarga de adrenalina que me alcanzó el corazón; por fin noté que podía moverme. Jadeando, lo aparté bruscamente. Eso contravenía todas mis reglas y no tenía nada de inocente. Y era demasiado tarde. Ignoraba en qué se había convertido, pero yo deseaba más.

Kellan alzó las dos manos, como temiendo que yo lo abofeteara.

—Lo siento. Pensé… —murmuró.

Me acerqué a él, apoyé una mano sobre su pecho y la otra en su cuello y lo estreché contra mí. Él calló y contuvo el aliento. Incluso retrocedió un paso, confundido, antes de que lo atrajera de nuevo hacia mí con fuerza. Empecé a respirar con dificultad contra él, mordiéndome el labio. Observé que en sus ojos se reflejaba el pánico, seguido de la confusión y luego de la pasión. Perfecto, me deseaba. Me sentí poderosa al verlo entreabrir los labios y empezar a respirar de nuevo aceleradamente como yo. Comprendí que podía tumbarlo sobre la cama y hacer lo que quisiera con él.

Pasé las manos sobre su torso increíblemente duro, introduje los dedos en las trabillas de sus vaqueros y tiré de él hasta que nuestras caderas se tocaron.

—¿Kiera…? —preguntó con voz entrecortada, dirigiendo la vista hacia mi habitación, donde Denny dormía. Seguía sosteniendo las manos en alto, como si se rindiera ante mí.

Al percibir el tono interrogante de su voz mi firmeza empezó a flaquear. Nuestro inocente flirteo había ido sistemáticamente en aumento, y yo estaba a punto de alcanzar el punto de no retorno. O me acostaba con él ahora mismo, traicionando a Denny, que dormía en la habitación de al lado, o tenía que acabar con esa historia.

Haciendo acopio de las fuerzas que me quedaban, dije con voz ronca respirando sobre su boca:

—No vuelvas a tocarme. No soy tuya. —Acto seguido lo empujé con fuerza, arrojándolo sobre la cama, y salí corriendo de la habitación antes de cambiar de parecer.

Cuando al cabo de unos minutos me metí en la cama, Denny me tendió los brazos. Medio dormido, trató de atraerme hacia él, pero yo me tensé y me aparté bruscamente, pues no deseaba su proximidad ni la de nadie. En todo caso, es lo que me decía una y otra vez.

—¿Estás bien? —murmuró con voz somnolienta en la oscuridad.

—Sí. —Confié en que mi voz sonara serena, aunque a mí me parecía que temblaba.

—Bien —respondió él, acercándose para besarme en el cuello. Yo me tensé de nuevo y volví la cabeza—. Kiera… —dijo con voz ronca, moviendo los dedos sobre mi cuerpo, rodeándome con las piernas, estrechando con los labios el lóbulo de mi oreja.

Reconocí su tono, reconocí sus movimientos. Sabía lo que deseaba de mí, pero… me sentía incapaz. Mi mente era un caos. No dejaba de pensar en Kellan y en que habíamos estado a punto de… En lo mucho que deseaba que él… No podía estar con Denny en ese momento. No era a él a quien mi cuerpo deseaba.

—Estoy muy cansada, Denny. Vuelve a dormirte, por favor. —Traté de expresarme con voz suave y somnolienta, no irritada y agitada, como me sentía en realidad.

Él suspiró y se acurrucó contra mí. Sus dedos dejaron de moverse sobre mi cuerpo y se detuvieron sobre mi vientre. Cerré los ojos confiando en conciliar pronto el sueño, antes de que mi fuerza de voluntad se viniera abajo y regresara apresuradamente a la habitación de Kellan.

Denny respiraba con suavidad sobre mi cuello y supuse que se había vuelto a dormir, pero de pronto empezó a moverse de forma sensual al tiempo que introducía la mano debajo de mi camiseta sin mangas, abrazándome con fuerza. Yo me rebelé contra su insistencia.

—Denny, lo digo en serio… Esta noche no.

Él suspiró y se tumbó boca arriba.

—¿Dónde he oído ese tono antes? —masculló, irritado.

—¿Qué? —repliqué enojada.

Me miró y suspiró.

—Nada.

Pero yo estaba de mal humor y no quería abandonar el tema, como seguramente debí hacer.

—No… Si tienes algo que decirme, adelante. —Me incorporé sobre un codo y lo miré enfadada.

Me miró no menos enojado.

—Nada… Sólo que… —Desvió la vista—. ¿No te das cuenta del tiempo que hace que no hemos…? —Se volvió de nuevo hacia mí y se encogió de hombros como avergonzado.

Me tragué mi intempestiva respuesta y traté de pensar en cuánto tiempo hacía que no estábamos juntos. No me acordaba…

Denny captó mi expresión dubitativa.

—Ni siquiera te acuerdas. —Desvió de nuevo la vista, irritado—. Fue en la ducha, Kiera. No suele pasar tanto tiempo sin que nosotros… —Me miró de nuevo y dejó la frase sin completar, mientras yo sentía que me ruborizaba—. No es que haga tanto tiempo. A veces ha pasado más tiempo sin que…, y no me importó. —Sus ojos escudriñaron mi rostro—. Lo malo es que no parece importarte. Es como si no lo echaras de menos.

Fijó la vista en el techo.

—Cuando regresé de Portland creí que las cosas serían distintas. —Me miró—. Pensé que te abalanzarías sobre mí en cuanto llegara. Pero no lo hiciste… Últimamente te noto…, no sé…, distante.

Su irritación remitió y me miró con tristeza mientras me acariciaba el brazo.

—Te echo de menos. —Su marcado acento parecía realzar el significado de sus palabras.

Al instante, los remordimientos se apoderaron de mí y me acurruqué contra él, tratando de besarlo, de abrazarlo, de hacerle el amor… Pero él me apartó. Sorprendida, lo miré sin comprender.

—No —dijo moviendo la cabeza, de nuevo irritado—. No quiero que tengas sexo conmigo sólo porque te sientes culpable. Quiero que… —escrutó de nuevo mi rostro—… me desees.

—Te deseo, Denny, de veras… Es sólo que…

No sabía explicarle cómo me había sentido últimamente. No había caído en la cuenta de que llevábamos muchos tiempo sin… No había caído en la cuenta de que había estado distante con él. Había estado preocupada, y no había caído en la cuenta de que él se había percatado de ello. Pero no podía explicarle el motivo. No podía contarle qué ocupaba mis pensamientos.

Me incorporé sobre el brazo y lo miré.

—Lo siento.

Tras mirarme un momento, suspiró y dio una palmadita sobre el espacio debajo de su hombro. Me acurruqué de nuevo contra él aspirando su penetrante olor, tratando de serenar mi mente y mi corazón.

—Te amo, Kiera —murmuró, besándome en la cabeza.

Yo asentí y me acurruqué contra su pecho, rodeándole el cuerpo con mis brazos y mis piernas. Una lágrima se deslizó por mi nariz y cayó sobre su camiseta.

—Yo también te amo, Denny. —Lo abracé con fuerza, rogando que las cosas se resolvieran entre nosotros. Había hecho bien en poner fin a mi relación con Kellan. Por fin había tomado la decisión acertada.

No obstante, creo que para atormentarme a mí misma esa noche soñé con Kellan. Es decir, cuando por fin concilié el sueño en mi caótico torrente de emociones, soñé que me había quedado junto a él, que le había arrancado la ropa, le había arrojado sobre su cama y le había hecho el amor. Fue un sueño maravilloso…, fue un sueño horrible.

A la mañana siguiente, Kellan se encontró conmigo en la puerta de la cocina y se apresuró a apoyar la mano sobre mi hombro.

—Lo siento, Kiera. Fui demasiado lejos. Me portaré bien.

Aparté la mano con brusquedad. Debí quedarme en la cama con Denny, pero tenía que resolver aquello. Kellan tenía que saber, aceptar, que lo nuestro se había acabado definitivamente.

—No, Kellan. Hace tiempo que nuestro flirteo dejó de ser inocente. No podemos dar marcha atrás. Los dos hemos cambiado. Fue una estupidez intentarlo.

—Pero…, por favor, no pongas fin a esto —protestó, escrutando mi rostro.

—Debo hacerlo, Kellan. Denny se ha dado cuenta de que hay algo que no va bien. No creo que sospeche que…, ni de ti…, pero sabe que últimamente he estado distraída. —Me mordí el labio y bajé la vista—. Hace tiempo que Denny y yo… no hacemos nada y se siente dolido. Le estoy haciendo daño —murmuré.

Kellan también bajó la vista.

—No debes hacerlo. Nunca te he pedido que… no estés con él. Sé que es normal que vosotros… —Restregó el suelo con los pies, mostrándose visiblemente incómodo—. Te dije que lo comprendía.

—Lo sé, Kellan, pero he estado tan preocupada, pendiente de ti… —Suspiré profundamente—. Apenas le he hecho caso.

Me sujetó del brazo y me atrajo hacia él. Sus ojos escudriñaron los míos casi frenéticamente.

—De modo que has estado pendiente de mí. ¿Qué quiere decir eso, Kiera? Que deseas estar conmigo. Deseas que seamos algo más que amigos. Una parte de ti también me desea.

Cerré los ojos y traté de borrar la imagen de su rostro implorante.

—Por favor, Kellan, no me atormentes. No puedo… seguir así. —Traté de calmar mi respiración. Traté de reprimir las lágrimas que afloraban a mis ojos. Tuve que mantenerlos cerrados. Si los abría, si veía su rostro perfecto, sus ojos implorantes, me derrumbaría de nuevo.

—Mírame, Kiera, por favor. —Su voz tembló al final de la frase, pero me negué a abrir los ojos.

—No puedo, ¿comprendes? Esto no está bien, no me siento bien. No quiero seguir así contigo. Por favor, no vuelvas a tocarme.

—Kiera, sé que no sientes lo que dices. —Me atrajo hacia él con fuerza y me susurró al oído con voz ronca—: Sé que sientes algo…

Abrí los ojos, pero mantuve la mirada fija en su pecho mientras lo apartaba con firmeza. Necesitaba que me dejara en paz, y sabía que tendría que herirlo para conseguirlo.

—No. No te deseo. Quiero estar con él. Estoy enamorada de él. —Lo miré a los ojos y al instante me arrepentí de haber dicho aquello. Estaba dolido. Sus ojos rebosaban de dolor. Estuve a punte de derrumbarme, pero tenía que acabar con aquello. Me esforcé en decirlo…, y me odié por ello—. Me siento atraída por ti…, pero no siento nada por ti, Kellan.

Él dejó caer los brazos y se marchó, sin añadir otra palabra.

No lo vi durante el resto del día. No lo vi en el bar de Pete. No lo vi cuando regresé a casa del trabajo. De hecho, no lo vi hasta la mañana siguiente. Cuando por fin lo vi, experimenté una mezcla de alivio y culpabilidad. Alivio de que hubiera dejado de esconderse de mí, y culpabilidad por haberlo herido hasta el extremo de obligarlo a esconderse de mí.

Cuando entré en la cocina, estaba sentado a la mesa, bebiéndose su café. Parecía cansado. Perfecto…, pero cansado. Alzó la vista y me miró, pero no dijo nada cuando me senté frente a él. Me pregunté si volvería a mostrarse frío conmigo, como hacía un tiempo.

—Hola —dije en voz baja.

Las comisuras de la boca se le curvaron levemente hacia arriba.

—Hola —murmuró.

Bueno, al menos se dignaba hablarme. Resistí la tentación de enlazar mis dedos con los suyos cuando depositó la taza sobre la mesa. Habíamos estado tan unidos durante un tiempo que era más natural que deseara tocarlo que no hacerlo. Movió los dedos sobre la mesa, nervioso, y ocultó las manos debajo de ella. Lo miré a los ojos, preguntándome si mantenía también una lucha consigo mismo para evitar tocarme.

La tensión se palpaba en el ambiente debido al esfuerzo que ambos hacíamos para evitar tocarnos.

—Mi hermana llega mañana —dije de sopetón—. Denny y yo iremos a recogerla al aeropuerto por la mañana.

—Ah…, vale —respondió con tono quedo—. Puedo ir a dormir a casa de Matt. Tu hermana puede instalarse en mi habitación.

—No hace falta que lo hagas. No es necesario. —Sentí una profunda tristeza—. Me disgusta cómo han quedado las cosas entre nosotros, Kellan.

Él ladeó la cabeza y contempló la mesa con gesto inexpresivo.

—Ya…, a mí también.

Resistí de nuevo la tentación de tocarlo, de acariciarle la mejilla.

—No quiero que haya… esta tensión entre nosotros. ¿No podemos seguir siendo amigos? ¿Tan sólo amigos?

Alzó la vista y me miró con gesto satisfecho.

—¿Vas a largarme el discursito de «seamos amigos»?

Sonreí.

—Supongo que sí.

Él se puso serio y sentí un doloroso nudo en el estómago. De pronto no quise oír su respuesta a mi pregunta, de modo que cuando iba a contestar me apresuré a interrumpirlo.

—Creo que debo ponerte sobre aviso con respecto a mi hermana.

Él pestañeó, confundido. Luego, su semblante se relajó y sonrió suavemente.

—Ya me acuerdo…, está loca por mí —dijo señalándose.

—No…, quiero decir sí, pero no pensaba en eso.

—¿Ah, no?

Yo desvié la mirada, un poco abochornada.

—Es…, esto… —Suspiré—. Es muy guapa. —Y una coqueta impenitente, segura de sí misma, atractiva, interesante…

—Lo suponía —respondió sin más, y lo miré intrigada. Al cabo de unos instantes añadió—: A fin de cuentas, está emparentada contigo.

El hecho de que me comparara con mi hermana era ridículo, pero lo cierto es que aún no la había visto. Suspiré. No estaba bien que me mirara de esa forma.

—Kellan…

—Lo sé —murmuró—: amigos.

La expresión que reflejaba su rostro hizo que me compadeciera de él.

—¿Vendrás con nosotros al club?

Él apartó la vista.

—¿Aún quieres que vaya?

Enlacé mis manos para no tocarlo.

—Sí, por supuesto. Seguimos siendo amigos, Kellan, y mi hermana confía en que… —No terminé la frase.

Me miró de nuevo como si intuyera lo que iba a decir.

—De acuerdo, no queremos que tu hermana se ponga a hacer preguntas indiscretas. —Su voz denotaba un tono áspero.

—Kellan…

—Allí estaré, Kiera. —Apuró su café y se levantó.

—Gracias —murmuré. Cuando se disponía a marcharse, me invadió el pánico—. ¡Kellan! —Mi tono, aunque quedo, denotaba también aspereza. Él se detuvo en la puerta y se volvió hacia mí—. Recuerda tu promesa. —No pude reprimir la vehemencia de mi tono.

Me miró un segundo con aire pensativo, y temí que se enojara conmigo. Pero sus ojos mostraban un mayor cansancio que antes, y, negando con la cabeza, respondió en voz baja:

—No he olvidado nada, Kiera.