Era el trayecto en coche más largo que había hecho en mi vida. Lo cual no significa gran cosa, ya que nunca me había alejado más de cien kilómetros de mi ciudad natal. No obstante, se mire como se mire, el viaje era absurdamente largo. Según MapQuest, mi mapa interactivo, el trayecto en coche duraba más o menos treinta y siete horas y once minutos. Eso suponiendo que tengas súperpoderes y no necesites hacer ninguna parada para poner gasolina.
Mi novio y yo habíamos partido de Athens, Ohio. Yo había nacido y crecido allí, al igual que todos los miembros de mi familia. Nunca hablábamos de ello en nuestro pequeño grupo de cuatro personas, pero era un hecho sabido desde nuestro nacimiento que mi hermana y yo estudiaríamos y nos graduaríamos en la Universidad de Ohio. Por consiguiente, se había producido una tremenda tragedia familiar cuando, hacía unos meses, durante mi segundo año en la universidad, había decidido mudarme de lugar en otoño. Lo que más había disgustado a mi familia, si eso era posible, era el hecho de que fuera a trasladarme a cuatro mil kilómetros, a Washington. Concretamente, a la Universidad de Washington, en Seattle. Había conseguido una magnífica beca, lo cual había contribuido a convencer a mis padres. Pero sólo en parte. A partir de ese momento, las reuniones familiares fueron… pintorescas, por decirlo suavemente.
El motivo de mi traslado iba sentado junto a mí, conduciendo su destartalado Honda. Lo miré y sonreí. Denny Harris. Era un bellezón. Sé que no es la forma más varonil de describir a un chico, pero era el calificativo que yo utilizaba con más frecuencia mentalmente y el que encajaba con él a la perfección. Denny provenía de una pequeña población de Queensland, Australia, y, debido a que se había pasado la vida en el mar en ese exótico lugar, tenía un cuerpo bronceado y musculoso, aunque no en plan macizo. Era un cuerpo más bien natural, proporcionado y atlético. No era excesivamente alto para ser un chico, pero sí más que yo, incluso cuando me ponía tacones, lo cual a mí me bastaba. Tenía el pelo castaño oscuro, y le gustaba lucir un corte irregular pero ordenado. A mí me encantaba cortárselo, y él dejaba que lo hiciera mientras me miraba con adoración, suspirando y quejándose todo el rato, amenazando con que el día menos pensado iba a raparse la cabeza. Pero le encantaba que yo se lo cortara.
Tenía unos ojos cálidos y profundos, de color marrón oscuro, que en estos momentos me miraban con expresión risueña.
—Hola, cielo. Ya falta menos, unas dos horas.
La forma en que su acento se deslizaba sobre sus palabras me causaba un curioso efecto embriagador. Nunca dejaba de producirme una pequeña sensación de gozo, por extraño que parezca.
Por suerte para mí, Denny tenía una tía a la que hacía tres años habían ofrecido un puesto en la Universidad de Ohio y se había trasladado allí. Denny, que era un cielo, había decidido acompañarla y ayudarla a instalarse. Había cursado un año de instituto en Estados Unidos, durante el cual se había sentido muy a gusto, por lo que no le había costado ningún esfuerzo tomar la decisión de trasladarse a la Universidad de Ohio, lo cual, a ojos de mis padres, lo había convertido en el candidato ideal para ser mi novio, es decir, hasta que me había llevado con él a Seattle. Suspiré, confiando en que se les pasara pronto el disgusto por haberme mudado de universidad.
Pensando que mi suspiro respondía a su comentario, Denny añadió:
—Ya sé que estás cansada, Kiera. Pasaremos un momento por el bar de Pete y luego nos iremos a casa a descansar.
Asentí y cerré los ojos.
Al parecer, el bar de Pete era un sitio muy popular donde nuestro nuevo compañero de piso, Kellan Kyle, era una estrella local del rock. Aunque íbamos a convertirnos en sus nuevos huéspedes permanentes, no sabía mucho sobre él. Sabía que durante su primer año de instituto en el extranjero, Denny se había alojado en casa de Kellan y sus padres, y sabía que Kellan tocaba en una banda. Sí, bueno, sabía un par de cosas sobre nuestro nuevo y misterioso compañero de piso.
Abrí los ojos y miré por la ventanilla, observando cómo las borrosas siluetas de los enormes y verdes árboles desfilaban frente a mí. Las numerosas farolas de la autopista arrojaban un extraño resplandor naranja sobre ellos. Por fin, habíamos atravesado el último puerto de montaña; por un momento, había temido que el viejo coche de Denny no fuera capaz de conseguirlo. En estos instantes, circulábamos en zigzag frente a frondosos bosques, rocosas cascadas y enormes lagos que resplandecían a la luz de la luna. Incluso en la oscuridad de la noche, me di cuenta de que éste era un lugar bellísimo. Empecé a comprender que se abría ante mí una nueva vida en este pintoresco Estado.
Nuestra partida, dejando atrás mi confortable vida en Athens, había comenzado hacía varios meses, con la inminente graduación de Denny en la Universidad de Ohio. Era un chico brillante, y yo no era la única persona que lo pensaba. Sus profesores solían decir que era «extremadamente inteligente». Le habían escrito numerosas cartas de recomendación, y Denny había empezado a enviar su currículo a todas partes en busca de trabajo.
Yo no soportaba la idea de estar separada de él, ni siquiera durante los dos años que faltaban para que terminara mis estudios, de modo que había solicitado mi ingreso en las universidades y los colegios mayores donde Denny se había postulado para un trabajo o un puesto de becario. A mi hermana, Anna, le había parecido extraño. No era el tipo de chica que sigue a un tío por todo el país, ni siquiera a uno tan atractivo como Denny. Pero yo no podía evitarlo. No soportaba la idea de prescindir de su sonrisa de despistado.
Al ser tan brillante, Denny había conseguido un puesto ideal de becario en Seattle. Iba a trabajar para una compañía que, según él, era una de las principales agencias publicitarias del mundo, y que había creado el jingle de una cadena de restaurantes de comida rápida internacional cuyo nombre ostentaba un arco dorado. Recalcaba ese dato a todo el que quisiera escucharlo, y lo decía con una curiosa expresión de reverencia, como si hubieran inventado el aire o algo por el estilo. Al parecer, los puestos de becario en esa empresa son poco comunes. Y no sólo en cuanto a los años de trabajo que ofrecen, sino en hasta qué punto permiten que sus becarios se involucren en los proyectos de la compañía. Denny no iba a ser un mero chico de reparto, sino que iba a formar de inmediato parte del equipo. Se había mostrado eufórico e impaciente por trasladarse a Seattle.
Yo me había sentido aterrorizada y nerviosa como un flan. Había ingerido medio frasco de Pepto al día, hasta que por fin había recibido la carta de admisión a la Universidad de Washington. ¡Perfecto! Encima había obtenido una beca que cubría casi toda mi matrícula. No era tan brillante como Denny, pero tampoco era tonta. ¡Doblemente perfecto! El hecho de que Denny tuviera amigos en Seattle, y que uno de ellos dispusiera de una habitación libre para nosotros a un precio mucho más económico de lo habitual, hacía que todo el proyecto pareciera predestinado.
Sonreí al mirar los nombres de las carreteras, parques y pequeñas poblaciones que pasaban volando ante nosotros. Éstas se sucedían cada vez con más frecuencia a medida que nos alejábamos de las imponentes montañas, las cuales había dejado de ver a nuestras espaldas en la oscuridad. Unas gotas de lluvia salpicaron las ventanillas del coche cuando nos aproximamos a una importante población con un letrero que indicaba el camino a Seattle. Nos estábamos acercando. Pronto comenzaría nuestra nueva vida. Yo no sabía prácticamente nada sobre nuestra nueva ciudad, pero no tardaría en aprender a orientarme por ella junto a Denny. Le tomé la mano y él sonrió con dulzura.
Denny se había graduado hacía una semana con una doble licenciatura en Empresariales y Mercadotecnia —mi maravilloso genio—, y habíamos hecho las maletas para marcharnos. Su nuevo empleo requería que estuviera allí el próximo lunes. A mis padres les había disgustado separarse tan pronto de mí. Después de que por fin aceptaran mi decisión de marcharme, les ilusionaba pensar que permanecería con ellos durante un verano más. Aunque sabía que iba a echarlos mucho de menos, Denny y yo habíamos vivido separados durante casi dos largos años, él en casa de su tía y yo en la de mis padres, y yo estaba impaciente por consolidar nuestra relación. Había procurado poner cara solemne cuando me había despedido de ellos con un beso, pero en mi fuero interno estaba entusiasmada ante la idea de emanciparme al fin.
El único aspecto de nuestra marcha contra el que había protestado enérgicamente era por el hecho de ir en coche. Unas pocas horas de avión en lugar de varios días sentada en un coche… No me apetecía lo más mínimo. Pero Denny sentía un extraño apego por su vehículo y se negaba a desprenderse de él. Supuse que nos vendría bien disponer de un coche en Seattle, pero me pasé medio día con cara larga. Luego, Denny me había presentado el viaje como una aventura tan divertida que dejé de quejarme, y, por supuesto, había hallado el medio de hacer que su coche resultara muy… confortable. Hicimos dos paradas en ruta que están grabadas para siempre entre mis recuerdos más gratos.
Sonreí complacida al recordarlas y me mordí el labio, excitada de nuevo ante la idea de vivir juntos. El viaje había sido en efecto muy divertido y lleno de momentos felices, pero lo habíamos hecho de un tirón. Pese a lo contenta que me sentía, estaba hecha polvo. Y, aunque Denny había logrado que su coche resultara sorprendentemente acogedor, no dejaba de ser un coche y yo soñaba con acostarme en una cama como Dios manda. Mi sonrisa dio paso a un suspiro de satisfacción cuando las luces de Seattle aparecieron por fin ante nosotros.
Denny había averiguado las señas del bar de Pete antes de llegar, por lo que no tardamos en localizarlo. Encontró un espacio libre en el aparcamiento, que estaba lleno porque era viernes por la noche, cuando todos los jóvenes salen de copas, y consiguió aparcar el coche en él. En cuanto apagó el motor, salté del vehículo y me puse a hacer unos ejercicios de estiramiento durante un minuto. Denny se rió de mí, pero hizo otro tanto. Nos tomamos de la mano y echamos a andar hacia la puerta del bar, que estaba abierta. Habíamos llegado más tarde de lo previsto, la banda estaba tocando y la música llegaba hasta el aparcamiento. Entramos en el local y Denny echó rápidamente un vistazo alrededor de la sala. Señaló a un tipo alto y fornido que estaba apoyado contra la pared lateral, observando al público, que en su mayoría estaba pendiente de la banda, y nos abrimos paso hacia él a través de la abarrotada sala.
Mientras nos dirigíamos hacia allí, alcé la vista y miré a los cuatro chicos que tocaban sobre el escenario. Todos parecían tener más o menos mi edad, veintipocos años. Tocaban una música rock rápida, percusiva, y la voz del vocalista encajaba con ella a la perfección: áspera pero muy sexy. «Caray, qué buenos son», pensé, mientras Denny sorteaba con habilidad el montón de pies y codos.
No pude evitar fijarme primero en el vocalista del grupo. Era imposible no hacerlo, pues era guapo de morirse. Tenía unos ojos intensos que no cesaban de escrutar a la multitud de mujeres que estaban agolpadas frente al escenario, contemplándolo con adoración. Su pelo castaño claro y espeso estaba tan alborotado que apenas se apreciaba el corte que lucía, más largo en la parte superior, con unas capas degradadas alrededor de la cabeza. El chico no dejaba de pasarse la mano por el pelo en un gesto que me pareció adorable. Como habría dicho Anna, tenía «un cabello de cama». Bueno, ella habría utilizado una expresión más explícita —mi hermana se expresaba a veces con bastante crudeza—, pero lo cierto es que parecía como si acabaran de violarlo en el camerino. Me sonrojé al pensar que quizá fuera cierto… En cualquier caso, le daba un aspecto peligrosamente atractivo. No todo el mundo puede lucir ese tipo de look.
Llevaba un atuendo sorprendentemente básico, como si supiera que no era necesario realzar su tremendo atractivo. Lucía una sencilla camiseta de color gris, con las mangas largas arremangadas hasta los codos. Era lo suficientemente ajustada para insinuar el fabuloso cuerpo que se ocultaba debajo. Llevaba unos gastados vaqueros negros y unas pesadas botas también negras. Sencillo, pero fantástico. Parecía un dios del rock.
Aparte de esos detalles, lo que más me flipó de él, aparte de su voz seductora, fue su sonrisa increíblemente sexy. Sólo mostraba unos atisbos de ella a través de las palabras que cantaba, pero era suficiente. Una lánguida media sonrisa de vez en cuando, un flirteo con el público… Absolutamente cautivador.
Era un tipo de lo más sexy. Por desgracia, lo sabía.
Miraba a cada una de sus rendidas admiradoras a los ojos, las cuales enloquecían cuando él posaba sus ojos en ellas. Al observarlo más de cerca, me di cuenta de que sus medias sonrisas eran tan desconcertantes como seductoras. Prácticamente desnudaba con los ojos a todas las mujeres que se habían agolpado alrededor del escenario. Mi hermana también utilizaba una ingeniosa frase para describir ese tipo de ojos.
Al verlo seducir al montón de seguidoras que lo contemplaban, me sentí incómoda, y me fijé en los tres componentes restantes de la banda.
Los dos chicos que flanqueaban al vocalista eran tan parecidos que supuse que estaban emparentados, probablemente serían hermanos. Parecían más o menos igual de altos, algo más bajos que el vocalista, y más delgados, y no tan… cachas. Tenían la misma nariz afilada y labios delgados. Uno tocaba la guitarra solista y el otro el bajo, y ambos eran bastante interesantes. Es posible que, de no haberme fijado primero en el vocalista, me habrían parecido más atractivos.
El guitarra solista llevaba unos shorts de color caqui y una camiseta negra con el nombre y el logotipo de la banda estampada en el pecho. Tenía el pelo rubio, corto y peinado de punta. Tocaba el complicado instrumento con gran concentración, paseando de vez en cuando sus ojos claros sobre el público y fijándolos de nuevo en sus manos.
Su pariente, también rubio y de ojos claros, llevaba el pelo más largo, hasta la barbilla, y recogido detrás de las orejas. Lucía también unos shorts, y al fijarme en su camiseta me reí. Decía simplemente: «Soy miembro de la banda». Tocaba el bajo con expresión casi de aburrimiento y miraba constantemente al guitarrista, que podía ser su hermano gemelo. Tuve la impresión de que hubiera preferido tocar ese instrumento.
El último chico estaba oculto detrás de la batería, por lo que apenas alcanzaba a verlo. Me sentí aliviada de que estuviera vestido, porque muchos baterías parecían sentir la necesidad de tocar casi desnudos. Pero tenía el rostro más bondadoso del mundo, con unos ojos grandes y oscuros y el pelo castaño cortado casi al cero. Lucía unos orificios en las orejas de algo más de un centímetro de diámetro. A mí no me entusiasmaban, pero a él le sentaban bien. Tenía los brazos cubiertos de pintorescos tatuajes, como un artístico mural, y ejecutaba las complicadas florituras en la batería con toda facilidad, observando al público con una sonrisa de oreja a oreja.
Denny sólo me había comentado que nuestro nuevo compañero de piso, Kellan, tocaba en esta banda. No me había dicho qué instrumento tocaba o si era el vocalista. Confié en que fuera el chico grandullón con aspecto de oso de peluche que estaba al fondo. Parecía tener buen carácter.
Denny consiguió por fin abrirse camino a través de la multitud hasta llegar al tipo fornido. Cuando vio que nos acercábamos, miró a Denny sonriendo.
—¡Hola, colega! Me alegro de volver a verte —gritó por encima de la música tratando de imitar el acento de Denny, aunque él conseguía destrozarlo.
Sonreí para mis adentros. Todo el mundo trataba de imitarlo cuando lo oían hablar. Por lo general, nadie lo conseguía. Era uno de esos acentos que suenan falsos a menos que hayas vivido en Australia. Denny siempre trataba de convencerme para que lo utilizara, porque le divertía que la gente tratara de imitarlo. Yo sabía que era incapaz, de modo que me negaba a darle esa satisfacción. No quería hacer el ridículo.
—Hola, Sam, hace mucho que no nos vemos. —Durante el año que Denny había pasado en Seattle como estudiante de intercambio en el instituto, había conocido a Kellan. Dado que Sam aparentaba tener la edad de Denny, supuse que lo había conocido también en el instituto. Sonreí complacida al ver que se daban un rápido abrazo de colegas.
Sam era un tipo grandullón. Tenía un cuerpo fornido y lucía una camiseta roja y ajustada que ponía de relieve sus músculos. Llevaba la cabeza completamente rapada, y de no ser por su sonrisa, no me habría atrevido a acercarme a él. Tenía un aire amenazador, que, en cuanto me fijé en el nombre del bar estampado en su camiseta, me pareció muy apropiado. Era evidente que era el gorila del local.
Sam se inclinó hacia nosotros, para no tener que alzar la voz.
—Kellan me dijo que llegarías esta noche. ¿Vas a alojarte con él? —Se volvió hacia mí, que estaba junto a Denny—. ¿Es tu chica? —preguntó, antes de que Denny pudiera responder a su primera pregunta.
—Sí, ésta es Kiera, Kiera Allen. —Denny me miró sonriendo. Me encantaba la forma en que su acento se deslizaba sobre mi nombre—. Kiera, te presento a Sam. Éramos compañeros en el instituto.
—Hola —dije sonriendo, sin saber qué hacer.
Detestaba el momento en que me presentaban a alguien. Siempre me sentía un tanto incómoda y nerviosa. No me consideraba especialmente mona. No es que me considerara fea; más bien nada del otro mundo. Tenía el pelo castaño y largo, y, afortunadamente, espeso y ligeramente ondulado. Mis ojos eran de color avellana y, según decían, muy expresivos, lo cual yo interpretaba siempre como que eran excesivamente grandes. Era de estatura mediana para una chica, un metro sesenta y cinco centímetros, y bastante delgada, gracias a las carreras que echaba en la universidad. Pero, en términos generales, me consideraba una chica del montón.
Sam me saludó con un gesto de la cabeza y se volvió de nuevo hacia Denny.
—Antes de empezar su actuación, Kellan me dejó una llave para vosotros por si no os apetecía quedaros, debido al largo viaje en coche. —Sam sacó una llave del bolsillo de sus vaqueros y se la dio a Denny.
Era muy amable por parte de Kellan. Yo estaba hecha polvo y tenía ganas de llegar a casa y dormir dos días de un tirón. No quería tener que esperar a que Kellan terminara su actuación, que Dios sabe lo que duraría, para conseguir la llave e irnos a casa.
Miré de nuevo a la banda. El vocalista seguía desnudando mentalmente a todas las mujeres que veía. De vez en cuando, inspiraba aire, exagerando el sonido para conseguir un tono casi íntimo. Se inclinaba sobre el micrófono y alargaba una mano para acercarse más a sus rendidas admiradoras, haciendo que chillaran de gozo. La mayoría de los hombres que había en el bar estaban más apartados del escenario, pero algunos chicos no se despegaban de sus novias, observando al vocalista con evidente inquina. No pude evitar pensar que algún día alguien iba a partirle la cara.
Cada vez estaba más convencida de que el «colega» de Denny era el chico con aspecto amable que estaba al fondo. El batería parecía el tipo de persona de carácter abierto y despreocupado que haría buenas migas con Denny. Éste seguía charlando con Sam, preguntándole a qué se dedicaba ahora. Cuando terminaron de contarse sus cosas, nos despedimos de él.
—¿Estás lista para marcharte? —preguntó Denny, sabiendo lo cansada que estaba.
—Desde luego —respondí, muriéndome de ganas de acostarme en una cama. Por suerte, Kellan había informado a Denny de que el último inquilino había dejado algunos muebles.
Denny soltó una risita y miró a la banda. Vi que trataba de captar la atención de su amigo. A Denny le gustaba lucir un ligero vello facial en la barbilla y el labio superior. No mucho, ni muy tupido; parecía como si acabara de llegar de una larga acampada. Daba a su cara de niño un aspecto más maduro y curtido. Era suave, y me gustaba su tacto cuando me besaba en el cuello. Además, era increíblemente sexy. Comprendí que tenía ganas de marcharme por más de un motivo.
Mientras observaba a Denny atentamente, lo vi alzar la mano con la que sostenía la llave y hacer un gesto con el mentón. Por lo visto, había logrado captar la atención de Kellan, indicándole que nos marchábamos a casa. Yo estaba tan absorta en mis ensoñaciones que no me fijé en la persona a quien había hecho esa indicación. Aún no estaba segura de quién era Kellan. Alcé la vista, pero ninguno de los cuatro miembros de la banda nos miraba.
Cuando echamos a andar hacia la puerta, miré a Denny y le pregunté:
—¿Quién es Kellan?
—¿Qué? Ah, es cierto, no te lo he dicho. —Denny se volvió hacia la banda—. Es el vocalista.
Sentí una pequeña decepción. Claro, no podía ser otro. Me detuve y me volví, y Denny se detuvo también, observando a la banda. Durante los breves instantes en que nos habíamos dirigido hacia la puerta, la canción había cambiado. El ritmo era ahora más lento, y la voz de Kellan sonaba más grave y envolvente, más sexy aún, suponiendo que eso fuera posible. Pero no fue eso lo que hizo que me detuviera a escucharlo.
Fue la letra de la canción. Era preciosa, incluso conmovedora. Era una declaración poética de amor y pérdida, inseguridad e incluso muerte. De desear que una persona a la que había abandonado lo recordara como una buena persona, una persona digna de que lo echara de menos. Las insípidas chicas, cuyo número se había multiplicado, seguían metiendo bulla para captar su atención. Ni siquiera parecían apreciar el cambio que se había producido en el tono de la música. Pero Kellan se había transformado.
Sujetaba el micrófono con ambas manos, observando al público con mirada ausente, absorto en la música. Todo su cuerpo estaba inmerso en la letra de la canción, que parecía surgir de lo más profundo de su alma. A diferencia de las otras canciones, que habían sido divertidas, ésta era profundamente personal. Estaba claro que significaba algo para él. Al escucharlo, se me cortó el aliento.
—Caray —dije cuando recuperé el habla—. Es… impresionante.
Denny respondió señalando el escenario con la cabeza:
—Sí, siempre ha sido muy bueno. Incluso la banda que tenía en la escuela era estupenda.
De pronto, sentí deseos de quedarme allí toda la noche, pero Denny estaba tan cansado como yo, si no más, puesto que había conducido durante buena parte del viaje.
—Vámonos a casa. —Lo miré sonriendo, deleitándome con el sonido de esas palabras.
Él me tomó la mano y me condujo a través del público. Me volví una vez más para mirar a Kellan antes de que abandonáramos el local. Para mi sorpresa, él me estaba mirando. Me estremecí al comprobar que su rostro perfecto estaba sólo pendiente de mí. Su potente canción seguía conmoviéndome, y volví a sentir deseos de quedarme para oírla hasta el final.
Parecía muy distinto de la primera vez que me había fijado en él. A primera vista, me había parecido tremendamente… sensual. Todo en él parecía proclamar a gritos «voy a tomarte aquí mismo y hacer que te olvides incluso de tu nombre». Pero ahora me dio la impresión de ser una persona profunda, incluso espiritual. Quizá mi primera impresión había sido equivocada. Quizá Kellan era una persona que merecía que se la conociera mejor.
Convivir con él iba a ser… interesante.
Denny localizó nuestro nuevo apartamento con facilidad; no estaba lejos del bar. Estaba situado en una pequeña calle lateral tan repleta de vehículos que era casi una calle de una sola dirección. La entrada parecía ser lo suficiente amplia para que cupieran sólo dos coches, de modo que Denny aparcó en el espacio más alejado de la puerta de principal.
Tomó tres de nuestras bolsas del asiento posterior mientras yo tomaba las otras dos; luego, entramos en el apartamento. Era pequeño, pero encantador. En la entrada, había unos ganchos para las chaquetas, todos ellos desocupados, y una mesa en forma de media luna sobre la que Denny arrojó las llaves. A nuestra izquierda, había un pequeño pasillo que terminaba en una puerta. ¿Un baño quizá? Junto al pasillo, vislumbré una encimera, y deduje que era la cocina. Justo enfrente de nosotros estaba el cuarto de estar, presidido por un televisor de pantalla gigante. «¡Hombres!», pensé. A nuestra derecha, había una escalera de caracol que conducía al piso superior.
Subimos la escalera y nos detuvimos delante de tres puertas. Denny abrió la de la derecha; la cama desordenada y la vieja guitarra apoyada en un rincón indicaba que era el dormitorio de Kellan. La cerró y abrió la puerta de en medio, riéndose un poco con nuestro pequeño juego de tratar de adivinar cuál era nuestra habitación. No, ése era el baño. De modo que sólo quedaba la puerta número tres. Sonriendo, la abrió de par en par. Empecé a echar un vistazo a mi alrededor, pero enseguida me fijé en la cama, impresionantemente grande, colocada en mitad de la pared. No queriendo desaprovechar la oportunidad que se nos presentaba, agarré a Denny por la camiseta y lo atraje de forma insinuante hacia la cama.
No solíamos estar solos con frecuencia. Por lo general, estábamos rodeados de multitud de personas: su tía, mi hermana o incluso mis padres. Los ratos a solas eran muy preciados, y, al inspeccionar nuestro nuevo y pequeño hogar, enseguida comprendí que no íbamos a gozar de tantos momentos así como deseábamos, y menos en el piso de arriba; observé que los tabiques eran muy delgados, lo cual ofrecía escasa intimidad. De modo que arrojamos las bolsas en una esquina de la pequeña habitación y aprovechamos la circunstancia de que nuestro compañero de piso trabajaba de noche. Ya sacaríamos más tarde el resto de nuestras pertenencias del coche. Algunas cosas eran demasiado importantes para demorarlas.
A la mañana siguiente, me desperté todavía grogui del largo viaje, pero descansada. Denny estaba acostado en su lado de la cama, mostrando un aspecto demasiado apacible para despertarlo. Experimenté una pequeña alegría al despertarme junto a él. Pocas veces podíamos pasar toda la noche juntos, pero a partir de ahora serían así todas las noches. Procurando no despertarlo, me levanté y salí al pasillo.
Nuestra puerta daba justo enfrente a la habitación de Kellan, y su puerta estaba entornada. El baño se hallaba entre las dos pequeñas habitaciones y la puerta estaba cerrada. Mi familia nunca cerraba la puerta del baño a menos que hubiera alguien dentro. No vi ninguna luz debajo de la puerta, pero el resplandor que penetraba del exterior era lo suficientemente potente para que no fuera necesario encender la luz.
¿Debía llamar a la puerta? No quería sentirme como una idiota, llamando a la puerta de mi propio cuarto de baño, pero Kellan y yo aún no habíamos sido presentados y no quería toparme con él en el baño ni invadir en ningún momento su intimidad. Miré la puerta de su habitación y agucé el oído con tal concentración que creí que iba a estallarme una vena en la sien. Me pareció oír la leve respiración de alguien en su habitación, pero quizá fuera la mía. Anoche no lo había oído llegar, pero parecía el tipo de persona que no vuelve a casa hasta las cuatro de la mañana y que duerme hasta las dos de la tarde, de modo que, haciendo acopio de valor, giré el pomo de la puerta.
Sentí un gran alivio al comprobar que el baño estaba vacío. Alivio y un intenso deseo de quitarme la mugre acumulada durante el viaje. Después de asegurarme que la puerta estaba bien cerrada —tampoco quería que Kellan me sorprendiera en el baño—, abrí el grifo de la ducha.
La noche anterior había rebuscado apresuradamente en mi maleta el pijama antes de tumbarme en la cama y quedarme como un leño. Me quité el pantalón del pijama y la camiseta sin mangas y me metí debajo del chorro de agua casi hirviendo. Era una maravilla. De pronto, deseé que Denny estuviera despierto. Deseé que estuviera aquí conmigo. Tenía un cuerpo magnífico, y más aún cuando estaba mojado. Pero entonces recordé lo cansado que estaba la noche anterior. Mmm…, quizás en todo momento.
Me relajé debajo del chorro de agua caliente y suspiré. En mis prisas por entrar en el baño, había olvidado de coger el champú, pero por suerte había una pastilla de jabón en la ducha. No era la mejor manera de lavarme el pelo, pero no quería utilizar el costoso champú de Kellan. Permanecí en el cuarto de baño más tiempo de lo debido, gozando del calor del agua, sin pensar que quizás otras personas quisieran relajarse también con una ducha caliente. Pero no podía evitarlo; era maravilloso volver a sentirme limpia.
Por fin, cerré el grifo y me sequé con la única toalla que había. Era delgada y demasiado pequeña; la próxima vez debía acordarme de coger mi amplia y confortable toalla de ducha. Me envolví deprisa en la diminuta toalla y me dispuse a salir al frío pasillo. En mi afán por ducharme y volver a sentirme limpia, había olvidado mi bolsa de aseo, además de una muda. Mientras trataba de recordar qué bolsa en nuestro caótico montón de pertenencias contenía mis artículos de aseo, observé que la puerta del cuarto de Kellan estaba ahora abierta… y que había alguien delante.
Kellan estaba en el umbral, bostezando perezosamente y rascándose el torso desnudo. Por lo visto, prefería dormir sólo con sus boxers. No pude evitar distraerme unos instantes al verlo. Una noche de descanso no había influido en sentido negativo en su alborotado cabello, que seguía deliciosamente desgreñado. Pero fue su cuerpo lo que me llamó la atención. Era tan fabuloso como había sospechado. En comparación con el de Denny, que era magnífico, el de Kellan era increíble. Era alto, un palmo más que Denny, y tenía unos músculos largos y nervudos, como los de un corredor. Y claramente definidos, hasta el punto de que habría podido trazar cada línea de su cuerpo con un bolígrafo.
Era… impresionante.
Sus increíbles ojos, azules e intensos, me observaron risueños al tiempo que ladeaba la cabeza en un gesto delicioso.
—Debes de ser Kiera. —Tenía la voz grave y algo ronca debido a que acababa de despertarse.
Me sentí turbada al darme cuenta de que nuestro primer encuentro no era muy distinto de lo que había temido. Al menos, los dos estábamos vestidos… más o menos. Reprochándome mentalmente no haberme puesto la camiseta y el pantalón de chándal con los que había dormido antes de salir del baño, le tendí con timidez la mano en un absurdo intento de formalizar nuestra presentación.
—Sí…, hola —farfullé.
En su rostro se pintó una adorable media sonrisa mientras me estrechaba la mano. Al parecer, encontraba muy divertida mi reacción. No parecía importarle lo más mínimo que ninguno de los dos estuviésemos vestidos como Dios manda. Sentí que me sonrojaba y deseé con urgencia huir a mi habitación, pero no sabía cómo librarme con educación de este extraño encuentro.
—¿Tú eres Kellan? —pregunté. Una pregunta idiota. Era evidente que lo era, puesto que allí sólo vivíamos los tres.
—Mmm… —Asintió con la cabeza sin dejar de observarme detenidamente. Más detenidamente de lo que me apetecía que me observara un extraño estando medio desnuda.
—Lamento lo del agua. Creo que he consumido toda el agua caliente. —Me volví para asir el pomo de nuestra puerta, confiando en que él captara la insinuación.
—No tiene importancia. Me ducharé esta noche, justo antes de marcharme.
Me pregunté un momento adónde iba, pero murmuré «hasta luego entonces», tras lo cual entré con prisas en mi habitación. Me pareció oír una discreta risita a mi espalda cuando cerré la puerta.
Qué humillante. Aunque supongo que pudo haber sido peor. Precisamente por eso odiaba el primer encuentro con una persona a la que no conocía. Solía quedar como una idiota, y ese día no había sido una excepción. Denny afirmaba que nuestro primer encuentro había sido encantador. Mi recuerdo le asignaba un calificativo muy distinto. Me estremecí al pensar en la cantidad de veces que me ocurriría eso durante los próximos meses. Confié que en los próximos encuentros estuviera al menos más vestida.
Apoyé la cabeza contra la puerta cerrada y esperé a que se me pasara la turbación.
—¿Estás bien? —La voz marcadamente acentuada de Denny irrumpió a través de mis pensamientos. Abrí los ojos y lo vi incorporado en la cama sobre un codo, observándome con curiosidad. Aún parecía cansado y confié en no haberlo despertado.
—Acabo de conocer a nuestro nuevo compañero de piso —le expliqué malhumorada.
Denny me conocía tan bien que no le sorprendió mi exagerada reacción ante algo tan insignificante. Sabía lo avergonzada que debí de sentirme al toparme con alguien a quien no conocía envuelta en una pequeña toalla.
—Ven, acércate. —Denny me tendió los brazos y me apresuré a meterme en la cama.
Me acurruqué entre sus cálidos y reconfortantes brazos y él me estrechó contra su cuerpo. Me besó con dulzura en la cabeza, que aún tenía húmeda, y emitió un largo suspiro.
—¿Estás segura de esto, Kiera?
Yo lo golpeé cariñosamente en el hombro.
—Ya estamos aquí. ¿No es un poco tarde para eso? —Me aparté para mirarlo a la cara—. Me niego rotundamente a regresar a casa en coche —dije en son de guasa.
Él sonrió un poco, pero su rostro estaba serio.
—Sé que has tenido que renunciar a tu familia y a tu hogar para venir aquí conmigo. No estoy ciego; sé que los echas de menos. Sólo quería asegurarme de que no te arrepentías.
Apoyé la mano en su mejilla.
—No vuelvas a dudarlo. Claro que echo de menos a mi familia, y mucho. Pero tú mereces cualquier sacrificio que tenga que hacer. —Le acaricié la mejilla con ternura—. Te amo. Quiero estar contigo.
Él sonrió, más convencido.
—Perdona que me ponga un poco cursi, pero sabes que eres mi corazón. Yo también te amo. —Me besó profundamente y empezó a quitarme la toalla que llevaba sujeta alrededor de la cintura, la cual de pronto me pareció un engorro.
Tuve que recordarme una y otra vez que los tabiques eran muy delgados…