4
Cotilleo

A la mañana siguiente, me desperté mucho más temprano de lo que quería. Las mariposas de mi estómago me indicaban que acabaría haciendo algo posiblemente vergonzoso ese día. Dejé a un lado la sensación mientras me incorporaba. A diferencia del sueño que acababa de tener, no iba a tropezar delante de toda la clase. No. La única clase de vergüenza que iba a tener era la provocada por caminar por los pasillos con una estrella del rock. Estaba bastante segura de que Kellan sentiría la necesidad de acompañarme a mi primera clase, como si yo fuera una niña salida de la guardería que iba a su primera clase en el colegio, pero eso no me parecía mal. Tenerlo a mi lado haría que toda la atención se centrase en él, y a él no le importaba ser el centro de atención de todo el mundo.

Miré a mi alrededor, al dormitorio vacío, y me pregunté dónde estaría la estrella del rock. Me levanté y me puse la ropa interior antes de robarle una de sus camisetas de su cajón. Noté un olor maravilloso mientras me la deslizaba por la cabeza, y por un momento pensé en llevarla puesta a la facultad. Mi primera clase del día era Literatura Inglesa, con especial énfasis en el feminismo de principios de siglo, pero seguro que esas escritoras de ideas avanzadas y muertas hacía ya mucho tiempo comprenderían la atracción que suponía la ropa de Kellan Kyle.

Sabía que me había despertado demasiado pronto, varias horas antes de lo que debía para estar preparada, así que bajé hacia donde probablemente estaría mi novio. No me sorprendió encontrarlo en la cocina, con un aspecto relajado y perfecto, vestido con unos vaqueros gastados y una camiseta de tela ligera. Estaba apoyado en la encimera mientras esperaba a que se hiciera el café. El olor del café se entremezclaba de un modo maravilloso con el suyo. Sonreí y me dirigí hacia él mientras me sonreía.

Antes de que me diera tiempo a decir nada, pronunció dos de mis palabras favoritas.

—Buenos días.

Le rodeé la cintura con los brazos y me acomodé sobre su pecho.

—Buenos días.

Seguía siendo demasiado temprano, así que bostecé después de mi saludo matutino. Se echó a reír y me masajeó la espalda.

—No tienes que despertarte conmigo. Puedes dormir hasta que comiencen las clases.

Apoyé la barbilla en su pecho y levanté la mirada hacia su cara. Sus ojos de color azul oscuro parecían completamente descansados, con una expresión intensa y llena de una pasión que simplemente esperaba que la encendieran, justo debajo de la superficie.

—Si tú estás levantado, yo quiero estar levantada. —Fruncí el entrecejo—. ¿Por qué te levantas tan temprano si no tienes que ir a ningún sitio?

Suspiró suavemente y apartó la mirada.

—Digamos que ciertas cosas de mi infancia hacían que me levantara al amanecer. —Volvió a mirarme y se encogió de hombros—. Era mejor que me despertara yo solo a que me despertaran. —Meneó la cabeza antes de volver a hablar—. Supongo que me acostumbré a eso, y ahora no puedo dejar de levantarme muy temprano.

Me mordí el labio. Odiaba lo que le habían hecho siendo tan niño, odiaba que todavía le afectara, tantos años después, incluso una vez que esos maltratadores hubieran muerto y desaparecido. Noté que su mirada quedaba cargada de nuevo por una melancolía de antaño, y sacudí la cabeza antes de obligarme a sonreír de oreja a oreja.

—Bueno, pues me alegro de que lo hagas. Estas mañanas tranquilas contigo son de los mejores recuerdos que tengo.

Su sonrisa triste se transformó en un gesto de tranquilidad mientras me peinaba el cabello con los dedos.

—A mí me pasa lo mismo —me susurró—. Siempre esperaba impaciente que bajaras a verme. —Se encogió de hombros—. Aunque sólo fuera por poco tiempo, eso me hacía sentir como si estuviéramos… juntos.

Su sonrisa comenzó a desvanecerse y subí las manos para tomarle de la cara.

—Lo estábamos, Kellan. Estábamos juntos… aunque fuera por poco tiempo.

Mientras le tocaba la cara, me invadió una oleada de recuerdos de todos los momentos robados: las risas, las conversaciones en voz baja, cuando le abrazaba, cuando me abrazaba, cuando me enfadaba con él, cuando me volvía loca de celos por alguna ramera con la que se había acostado la noche anterior, aunque no tuviera derecho a estarlo. Enamorarme de él… Casi todo había comenzado en su cocina, mientras esperábamos que terminara de hacerse el café.

Perdida en mis recuerdos, perdida en la profundidad de sus ojos azul oscuro que me miraban fijamente, casi di un salto cuando sonó el teléfono. Kellan se rió de mí al ver que el corazón me latía a un millón de kilómetros por hora. Le di una palmada en el pecho mientras se separaba para dirigirse hacia el molesto objeto. El agudo sonido se detuvo cuando tomó el auricular.

—¿Dígame? —preguntó sonriéndome mientras yo inspiraba profundamente varias veces para tranquilizarme. Luego se puso a mirar por la ventana al oír la voz—. Hola, Denny. Cuánto tiempo…

Abrí los ojos de par en par al escuchar a mi novio saludar a mi antiguo ex. Era… extraño. Sabía que todavía se hablaban, igual que yo, pero apenas ocurría cuando yo estaba en la misma habitación. Agaché la cabeza y pensé en dejar a solas a Kellan para que tuviera una conversación privada con el hombre al que él seguía considerando parte de su familia, a pesar de todo lo que había ocurrido.

Empecé a volverme, pero la voz de Kellan me detuvo.

—Sí… Está aquí… Espera.

Me giré y agarré el auricular del tosco teléfono verde que Kellan sostenía ante mí. Se encogió un poco de hombros y habló con voz calmada.

—Ha llamado aquí preguntando por ti.

Me lo dijo con voz y gesto tranquilos, pero me pareció ver una leve arruga en su frente, y me pregunté qué le parecía realmente que hablara con Denny. Sabía que no tenía nada de lo que preocuparse, porque Denny y yo habíamos roto por completo, por no mencionar el hecho de que estábamos separados varios miles de kilómetros, ya que él había vuelto a Australia, así que le sonreí para tranquilizarlo y tomé el auricular. Kellan se quedó donde estaba, y no se molestó en apartarse para dejarme algo de privacidad, cosa que comprendí.

Noté un nudo en la garganta cuando me llevé el auricular al oído. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que había hablado con Denny, unos dos meses, de hecho. Ese periodo de tiempo tan prolongado me hacía sentir nerviosa a la hora de hablar de nuevo con él. Bueno, eso, y que Kellan estuviera a menos de un metro de mí. Me recordé a mí misma que Denny seguía siendo un buen amigo de los dos, así que me relajé y lo saludé.

—Buenos días, Denny.

Se echó a reír, y ese sonido me trasladó de inmediato a las incontables tardes perezosas que habíamos pasado juntos en Ohio. Se me encogió un poco el corazón. A pesar de lo ocurrido, seguía echándolo de menos.

—La verdad es que aquí está anocheciendo. ¿Te he despertado?

Su acento sonaba más cerrado por haber vuelto a su casa. Era agradable, y sonreí por su comentario, y recordé la tremenda diferencia horaria entre ambos.

—No, Kellan y yo ya estábamos levantados.

Me mordí el labio al recordar que me había llamado a casa del propio Kellan, y que había preguntado si yo estaba despierta, lo que indicaba que suponía que habría pasado la noche allí, lo que a su vez implicaba que había dormido con Kellan, al menos, en un sentido figurado. Y tenía razón al pensarlo. Odiaba que pensara sobre eso, tanto como odiaba pensar en él y en su nueva novia, una chica muy dulce llamada Abby que llevaba ya cierto tiempo viviendo con él, más tiempo del que Kellan y yo llevábamos saliendo oficialmente.

Pero no reaccionó ante la idea de que durmiera con el hombre que me había separado de él. Kellan, en cambio, estaba sonriendo de un modo travieso.

—Vale. ¿Me lo he perdido? —me preguntó Denny con cierta angustia.

Fruncí el entrecejo y negué con la cabeza.

—¿Perderte el qué?

Kellan repitió mi gesto y me encogí de hombros. Denny me lo aclaró de inmediato.

—Tu primer día de clases. ¿Es hoy, o me lo he perdido?

Abrí la boca al darme cuenta de por qué llamaba.

—¿Sólo has llamado para desearme buena suerte en mi primer día de clase?

Noté que se me saltaban las lágrimas al ver que seguía siendo tan dulce conmigo. No debería serlo, no después de todo lo que le había hecho. Debería maldecir mi nombre y jurarme venganza eterna, pero Denny… no era así.

Le oí carraspear y me lo imaginé pasándose la mano por el cabello oscuro con una sonrisa tímida en su hermoso rostro.

—Bueno, sí… Es que sé lo nerviosa que te pones con esas cosas. —Se quedó callado, y se me secó la garganta. Estaba asombrada y aturdida por semejante capacidad de perdón. Kellan entrecerró los ojos al ver mi reacción, pero no dijo nada. Denny siguió hablando tras un breve silencio—. Kiera, ¿hago mal en llamar? ¿Te resulta… extraño?

Tragué saliva varias veces y negué con la cabeza.

—No, no. Lo siento. Sí, por supuesto que puedes llamarme. Y no, no te lo has perdido, y sí, estoy un poco nerviosa.

No me gustó la tensión que se había creado, así que dije todo lo anterior muy deprisa.

Kellan se cruzó de brazos e inclinó la cabeza hacia un lado, pero Denny se echó a reír.

—Ah, vale, vale. Bueno, sólo quería desearte buena suerte, y que supieras… que hoy pensaba en ti.

Carraspeó para aclararse la garganta a la vez que yo contenía las lágrimas. Dios, era demasiado buena persona. A veces me llamaba idiota a mí misma por haberle hecho daño. Vale. Siempre me llamaba idiota a mí misma por haberle hecho daño.

—Gracias, Denny… por acordarte. Ha sido un gesto muy bonito por tu parte.

Noté que se me enrojecía la cara al mismo tiempo que miraba de reojo a Kellan. Mi novio inspiró profundamente y apartó la vista con rapidez. Noté la vieja sensación de culpabilidad, y justo cuando creía que no volvería a sentirme culpable.

Denny me respondió con voz suave.

—Por supuesto, Kiera. Sé que Kellan… —Tragó saliva después de decir el nombre—, probablemente estará haciendo todo lo posible para ayudarte hoy, así que seguro que no hace falta que yo te lo diga, pero… buena suerte.

No supe qué otra cosa responder.

—Gracias, Denny —le susurré.

Kellan se apartó un paso sin mirarme, pero lo agarré de inmediato de un brazo. Se detuvo, pero siguió sin mirarme.

Denny soltó una breve risa.

—Ah, y pídele perdón a tu hermana de mi parte. Llamé antes a tu casa, y estoy seguro de que la he despertado.

Sonreí y solté otra breve risa en respuesta. A Anna no le gustaba que la despertaran temprano.

—No te preocupes, lo haré.

Noté que el brazo de Kellan se tensaba, pero no se movió. Continuó mirando a la cafetera como si fuera lo más importante del universo. Odiaba que le incomodara la conversación, pero no debería ser así. Denny y yo ya no teníamos nada, y él lo sabía.

Le acaricié el brazo con el pulgar en un gesto tranquilizador mientras Denny se reía.

—Bueno, Abby y yo estamos en una fiesta de trabajo, así que tengo que irme. Se enfadará si me quedo toda la noche al teléfono.

Le respondí también entre risas.

—Vale. Salúdala de mi parte, y pasadlo bien. —Me respondió que lo harían, y me giré para apartar la cara de la vista de Kellan—. Oye, Denny, muchas gracias por acordarte. Significa mucho para mí. Lo siento, Denny, lo siento por todo —añadí antes de que pudiera responderme.

Inspiró profundamente y se quedó callado un momento.

—Sí, lo sé, Kiera. Que tengas un buen primer día de clase. Te llamo luego. Adiós.

Cerré los ojos y exhalé.

—Adiós.

Colgué el teléfono y mantuve los ojos cerrados mientras me giraba hacia Kellan. Cuando los abrí, él seguía mirando fijamente el líquido oscuro de la cafetera. Aunque no movía ni un solo músculo de la cara, por sus ojos pasaban un millar de emociones. Pasó otro largo segundo, y se volvió hacia mí.

Le sonreí con gesto de ánimo y me quité un mechón de cabello que tenía sobre la frente.

—Eh, ¿estás bien?

Asintió, y su rostro brilló con una sonrisa perfecta, que no le llegó a los ojos.

—Claro que estoy bien. Denny ha llamado para desearte suerte. Qué amable de su parte.

No había rastro alguno de celos o de sarcasmo en su voz, pero lo noté de todas maneras.

Suspiré y lo abracé a la altura del cuello.

—Sabes que eso no significa nada, ¿verdad? Sabes que te amo, y que Denny ya no es más que un amigo ahora mismo. —Lo miré a los ojos mientras su sonrisa se borraba—. Lo sabes, ¿verdad?

Comenzó a girar la cara para mirar otra vez la cafetera, pero le puse una mano en la mejilla y le obligué a mirarme. Su sonrisa apareció de nuevo de un modo perfectamente natural.

—Sí, lo sé, Kiera —me contestó. Luego siguió hablando en voz baja—. Sé exactamente lo que sois tú y Denny.

No tuve muy claro qué quería decir con eso, así que decidí aceptarlo sin más. Alcé un poco la cabeza y lo besé con suavidad.

—Bien, porque aunque Denny es importante para mí, tú eres mucho más importante, y no quiero que te haga daño que hable con él.

Abrió los ojos de par en par sin dejar de mirarme, como si realmente se sintiera muy sorprendido de oírme decir eso. Me dolió un poco que todavía no lo entendiera: lo había elegido a él, lo amaba. Le besé de nuevo antes de seguir hablándole en susurros.

—Sé lo que piensas, y te equivocas. No eres un segundo plato. Podría haberme marchado con él, pero me quedé contigo. No podía vivir sin ti. Te elegí a ti. Te amo a ti.

Tragó saliva y se le humedecieron los ojos.

—Me sigue pareciendo… un sueño. No estoy acostumbrado a que… me amen. Tengo miedo de despertar.

Me mordí el labio y negué con la cabeza.

—Ya nos acostumbraremos. No pienso marcharme, Kellan.

Tras un desayuno abundante, Kellan y yo nos preparamos para ir a clase. Mejor dicho: Kellan se quedó tumbado en la cama mirándome mientras yo me vestía. Ya le había dicho que no me podía ayudar en la ducha. Le indiqué con firmeza que se quedara tumbado mientras me abrochaba el sujetador por debajo de la toalla. Kellan puso los ojos en blanco y meneó la cabeza.

—Sabes que ya te he visto desnuda, ¿no?

Me sonrojé y me di la vuelta a la vez que murmuraba.

—Lo sé, pero que te quedes mirando así es… distinto.

Soltó un bufido, y le vigilé por encima del hombro mientras me ponía unas bragas limpias, también por debajo de la toalla.

Sonrió con malicia y alzó una ceja.

—Sólo es piel, Kiera. —Se incorporó y se deslizó hasta el borde de la cama, desde donde podía alcanzarme. Me puso una mano en la rodilla y comenzó a subirla—. Y es demasiado bonita como para dejarla tapada.

Me encantaron los estremecimientos que me provocó por todo el cuerpo, pero sabía que, por desgracia, no podía quedarme con él todo el día en la cama, así que me aparté y volví a señalar las almohadas.

—No creo que haga falta que te ponga más caliente de lo que sueles estar con un espectáculo porno.

Me puse los vaqueros con movimientos expertos sosteniendo la toalla con las axilas, y le vi sonreír mientras se tumbaba de nuevo.

—Vale —dijo con voz hosca—. Lo recordaré la próxima vez que tú estés mirando mi cuerpo.

Dejé de sacar la blusa de la bolsa y lo miré a los ojos. Sabía que lo cierto era que lo miraba bastante, así que dejé escapar un suspiro y solté la toalla para que cayera al suelo. Me miró con una sonrisa magnífica y con una ojeada que abarcó todo el sujetador sencillo de color crema. Aparté la vista avergonzada y un poco excitada por su atención.

Conté mentalmente hasta cinco. Supuse que sería tiempo más que suficiente como para que se le quedara una imagen en condiciones para el resto del día. Luego me puse la blusa de botones hasta el cuello y me saqué el cabello de la espalda. Todavía lo tenía bastante húmedo, y puse los ojos en blanco cuando vi la expresión excitada en sus ojos, que todavía no se habían apartado de mi pecho ya cubierto. Hombres.

Carraspeé, y eso hizo que por fin apartara la vista. Cuando cruzamos las miradas, sonrió travieso.

—Bueno, pues ahora me he puesto cachondo y no te puedes ir. Vas a tener que quedarte todo el día conmigo.

Me eché a reír y me incliné sobre él para darle un beso. Él creyó que con eso le estaba dando permiso, así que me agarró para tirar de mí y ponerme sobre él. Me seguí riendo con mi boca pegada a la suya mientras nos movíamos el uno contra el otro. Agradecí que su humor hubiera mejorado desde la conversación que habíamos tenido a primera hora de la mañana. No me gustaba que se sintiera amenazado por Denny, sobre todo porque no tenía motivo para sentirse así, pero le entendía. Le había hecho daño muchas veces mientras todavía estaba con él. Se lo había hecho a los dos. No tenía deseo alguno de volver a herir a ningún hombre.

Nuestro beso se volvió más intenso, y el cuerpo de Kellan empezó a indicarme que no estaba de broma en lo que se refería a sus ganas. Me aparté a regañadientes de su boca.

—Ojalá pudiera quedarme. —Fruncí el ceño—. La verdad es que no estoy de humor para ir hoy.

Suspiró y me tomó la cara entre las manos para mirarme fijamente a los ojos.

—Algún día, haré que te sientas como esa mujer llena de confianza que ayer estuvo bailando en bragas, y que te sientas así todo el tiempo. —Me pasó la mano por el cabello—. Eres una mujer inteligente y guapa, con un novio que te adora. No tienes nada que temer… nunca.

Sonreí sonrojada y aparté la vista.

—Para ti es fácil decirlo, estrella del rock.

Me levanté y busqué el cepillo del pelo. Empecé a cepillarme, y vi que se volvía a reír mientras se incorporaba.

—Me pongo nervioso.

Le sonreí con una mueca irónica y dejé de cepillarme. Sí, claro. Kellan Kyle jamás se ponía nervioso. No por la gente. No por su cuerpo o su aspecto. Exudaba confianza en casi todo lo que hacía.

Se encogió de hombros.

—De verdad. Al principio me ponía muy nervioso en el escenario.

Dejé de fruncir el ceño y terminé de desenredarme los mechones de cabello.

—Déjame adivinar… ¿Te imaginabas al público desnudo?

Se puso en pie con una risita.

—No, tuve que dejar de hacerlo… Me ponía cachondo.

Lo empujé hacia atrás poniéndole la mano en el pecho cuando se me acercó, y no pude evitar reírme.

—Eres imposible —le dije mirando al techo, y él se limitó a sonreír y a encogerse de hombros.

—Todos tenemos nuestras debilidades —murmuró con voz juguetona mientras se colocaba a mi espalda para abrazarme con fuerza—. Lo harás muy bien, y te llevaré en coche todos los días si quieres. Puede que incluso vaya a una o dos clases —añadió.

Solté una carcajada ante la imagen de Kellan aburrido en clase a mi lado.

—No creo que al profesor le gustase oírte roncar en su clase.

Soltó otra risita y me besó el cuello.

Suspiré y apoyé la cabeza húmeda en su hombro. Cerré los ojos y dejé que su olor tranquilizador me envolviera. Había decidido no llevar su camiseta a la facultad, pero quizá podría lograr que mi ropa se impregnara de su olor, irme impregnada de su aroma al menos. Dios, ¿qué había dicho de que no me absorbiera por completo? No podía evitarlo. Así era él… absorbente.

El momento de ir a clase llegó mucho antes de lo que me hubiera gustado. Tal y como me había prometido, Kellan me llevó en coche. Condujo con expresión tranquila, con una mano sobre mi muslo y la otra manteniendo el control del volante. Parecía alguien que volviera a realizar una actividad agradable después de una larga ausencia. Me hizo sonreír que llevarme en coche le resultara una experiencia tan agradable. Creía que a la mayoría de las personas les cansaría después de un par de semanas, pero a Kellan no. Nunca se quejó de todos los sitios a los que tuve que ir. Era otra de sus muchas maneras de mostrarme su afecto. No dejaba de sorprenderme lo buen novio que era, a pesar de no haberlo sido nunca antes. Bueno, lo cierto era que Kellan era muy bueno en casi todo lo que probaba… excepto al billar. Y desde la noche anterior, también sabía que tampoco se le daba bien el póker.

Sonreí al evocar su imagen Kellan en aquellos calzoncillos cortos negros con un trozo de pizza en la mano mientras me hacía bailar por la cocina, y no me di cuenta de que nos habíamos detenido. Parpadeé y miré a mi alrededor cuando apagó el coche.

La Universidad de Washington, situada al otro lado del lago Union, separada del centro de Seattle, era un campus gigantesco, casi una ciudad pequeña. Muchos de los negocios locales de la zona sobrevivían únicamente por la llegada de alumnos que entraban y salían de las facultades cada año.

Ya conocía bastante bien la zona por todo el tiempo que había pasado allí. No estaba muy nerviosa por saber dónde se encontraba cada cosa, aunque mi curso de ética se daba en un edificio al que no había tenido que ir hasta el momento. Lo que más me ponía nerviosa era entrar en una estancia llena de desconocidos. No me gustaba mucho ser el centro de atención, lo que hacía que caminar junto a Kellan fuera al mismo tiempo una bendición y una maldición.

Era una bendición porque me encantaba tenerlo cerca de mí, pero, sobre todo, porque cuando estaba a mi lado, la gente solía mirarlo a él. Tenía esa clase de aura. La cara, el cabello, el cuerpo, el contoneo al andar… todo hacía que la gente se fijara en él. Y cuando se trataba de chicas, solían fijarse bastante rato.

Y era una maldición porque, como novio oficial, se había convertido en un torrente de afecto. Lo que el año anterior habían sido roces con las manos, ahora era caminar juntos abrazados por la cintura. Se rió en voz alta cuando le conté un comentario que habían hecho mis padres la semana anterior acerca de que tenía que buscarse un trabajo de verdad para ganarse la vida, ya que tocar en un grupo no era una carrera profesional para el individuo que estaba saliendo con su hija. Esa risa provocó que muchas miradas se centrasen en él, y luego en mí. Al igual que me ocurría en el bar, tuve la sensación de que me juzgaban al pasar, y valoraban si merecía estar al lado de aquel dios del rock. Y como el propio Kellan afirmaba sobre la falta de confianza en mí misma, yo no podía evitar pensar que no daba la talla a los ojos de la gente.

Levanté la barbilla y me obligué a dejar a un lado esos pensamientos. ¿Qué importaba si un puñado de desconocidos pensaba que no me merecía a Kellan? Él sí lo creía, ¿qué otra opinión necesitaba?

Seguí riéndome a su lado y casi me di de bruces con un pequeño gentío que se había formado en el pasillo.

Kellan me detuvo antes de que me estampara con un tipo que parecía medir casi dos metros de alto. A él le sacaba una cabeza, aunque medía más de un metro ochenta. El chico de cabello oscuro sonrió de oreja a oreja y le señaló.

—Eh, ¿tú no eres ese tío? ¿El cantante de ese grupo? ¡Los D-Bags!

El rostro de Kellan pasó de mostrar una expresión cautelosa a sonreír de forma natural, y no pude evitar preguntarme si había pensado que aquel chico había estado a punto de enzarzarse en una pelea con él. Hubo una época en la que a Kellan no le importaban las otras relaciones que tenían las chicas.

—Sí, soy Kellan… Soy un D-Bag.

Se echó a reír después de decirlo, divertido por el nombre de su propio grupo.

Meneé la cabeza mientras lo miraba, pero el chico y su grupo de amigos, también muy altos, se agolparon alrededor ansiosos por hablar con aquel tipo medio famoso con el que se habían tropezado. Aquel admirador de aspecto imponente alargó una mano y le estrechó la suya a Kellan.

—¡Tío, estuviste genial en Bumbershoot!

El resto del grupo se unió entonces a los halagos, y todos empezaron a hacerle preguntas.

Siguieron con la charla, hasta que temí llegar tarde a clase si tardaban mucho más. Kellan contestó todas las preguntas y les dio las gracias de un modo educado por todas las alabanzas para luego conseguir despedirse de un modo hábil y decir adiós con la mano mientras hacía que los dos diéramos la vuelta para alejarnos del grupo. Para cuando nos fuimos, ya lo habían invitado a tres fiestas distintas.

Todavía me reía meneando la cabeza mientras nos dirigíamos a la clase. Me miró y me dio un empujoncito en el hombro.

—¿Qué?

Incliné la cabeza hacia un lado y lo miré con malicia.

—Fíjate. Al final has conseguido unos cuantos admiradores masculinos.

Me contestó con una risa mientras me abría la puerta. Negó con la cabeza.

—Siempre he tenido admiradores y admiradoras, Kiera. —Alzó una ceja—. Lo que ocurre es que tú sólo te fijabas en las mujeres.

Me rocé contra su cuerpo al pasar y me detuve para acercar mucho la cara a la suya.

—Bueno, eso es porque ellas se fijan en ti —le susurré con la boca a escasos centímetros de la suya.

Se mordió el labio y dejó escapar un pequeño gruñido.

—Fíjate… te has convertido en una seductora —me contestó con otro susurro.

Me sonrojé y me aparté de inmediato de él.

Oí su risa a mi espalda, pero no me volví. Me puso las manos en las caderas y me besó con suavidad en la mejilla.

—Pásalo bien —me susurró al oído.

Deseé suspirar y apoyarme por completo en él, pero unas risas femeninas me recordaron que no nos encontrábamos en mi dormitorio. No, estaba delante de toda una clase, así que no era un comportamiento apropiado con mi novio. Al menos había conseguido que no me pusiera nerviosa al entrar en clase.

Le di un breve beso con las mejillas encendidas por la vergüenza de que nuestra pequeña despedida fuera tan pública y le dije que lo pasaría bien. Luego fui en línea recta hacia los asientos de la parte central, lejos de las mujeres que se reían en voz baja al mismo tiempo que le miraban el trasero a Kellan mientras éste se despedía con la mano.

Tras un animado debate sobre la influencia del sexismo en la literatura femenina antigua, me sentí otra vez de maravilla en la facultad. Sabía que ocurriría. Una vez que empezaba, todo iba sobre ruedas. Lo que me destrozaba los nervios era el proceso de llegar hasta ahí. Después de clase de literatura tenía la de ética. Ya me sentía más cómoda, así que comencé a buscarla, aunque estaba segura de que también iba a tener que buscar mucho en mi alma en esa asignatura. La ética y yo nos habíamos cruzado hacía poco, y no estaba segura de haberme comportado del modo correcto. No, no era verdad. Estaba segura de haberme comportado de un modo miserable. Tanto Kellan como yo. Quizá podría escribir un trabajo sobre ello. Sería algo catártico.

Mientras me acercaba al edificio de ladrillo antiguo, que era tanto una obra de arte como una estructura funcional, me encontré con alguien a quien no había visto desde hacía bastante tiempo, alguien a quien no tenía ningunas ganas de ver otra vez. Delante de la puerta principal distinguí una pelirroja conocida con unos rizos saltarines bien recogidos, y que estaba charlando con unas amigas. Las reconocí a las tres: Candy y sus dos amigas cotillas. Ya me habían acosado por Kellan. Sobre todo Candy, que era la que disfrutaba acostándose con él.

Bueno, esa diversión se le había acabado, y tenía que buscársela en otro sitio. Las seguí por el pasillo con una leve sonrisa mientras ellas se reían. Se me escapó un suspiro cuando las tres entraron en la misma clase a la que iba yo. Ya había asistido a la misma clase que Candy, la primavera anterior, cuando Kellan y yo por fin nos habíamos reunido. Tenía que haber adivinado que volvería a coincidir con ella y, por supuesto, que tenía que ser una clase a la que debería asistir a diario. Además, la clase de ética. Vaya alegría. Seguro que el universo se estaba partiendo de risa.

Entré en la clase meneando la cabeza, mirando al techo, y con mariposas en el estómago. Se me calmaron en cuanto la gente que ya estaba sentada levantó la vista, y luego la bajó. Bueno, todos menos tres. Candy y sus amigas me siguieron mirando mientras me dirigía a una sección apartada de ellas. Noté los ojos clavados en la espalda mientras me sentaba y sacaba un cuaderno para ponerme a garabatear como una loca.

Esperé a sentir en cualquier momento la presencia de Candy, sentándose a mi lado. Y cuando por fin noté cómo se acercaba un cuerpo, me encogí un poco y levanté la vista, pero sólo era un tipo de aspecto formal. Me miró como si pensara «bien, no parece una charlatana, no me distraeré a su lado», y luego se sentó a mi lado. Seguí dibujando garabatos, satisfecha de que al menos el antiguo rollo de Kellan no me molestara a la hora de aprender.

Estaba repasando mentalmente las explicaciones del profesor sobre las diferencias entre la ética y la moral, y por eso no me di cuenta de que se me acercaba. No me fijé en ella hasta que me tuvo rodeada junto a sus dos amigas. Cuando vi que salían de la clase a mi lado, solté un suspiro calmado y recé para que Kellan me estuviera esperando en el coche, y no en la puerta principal.

Candy se pegó a mí e inclinó la cabeza para hablarme.

—Se dice que tú y Kellan estáis juntos. Ahora, de verdad.

La miré y por un momento pensé en detenerme y ofrecerle la mano para presentarme de un modo formal, porque nunca lo habíamos hecho. Pero no lo hice, y me limité a encogerme de hombros antes de contestar.

—Sí.

Soltó un bufido de desprecio, y sus imitadoras se rieron.

—Así que no te importa que se vaya con cualquiera, como un prostituto.

Me detuve en seco, la miré fijamente y me pregunté si podría soltar una bofetada a una chica en mitad del pasillo de la facultad sin meterme en un problema. Estábamos en la universidad, ¿no? Se supone que había libertad de expresión, ¿verdad?

—No es así. No vuelvas a llamarle eso.

Noté la ira en mi tono, y me sentí un poco orgullosa de que no me temblara la voz.

Se puso las manos en las caderas y sus amigas se colocaron detrás de ella, como un coro de cantantes o algo parecido.

—Bueno, creo que tienes razón. —Se inclinó hacia mí y abrió mucho los ojos—. Si fuera prostituto cobraría. Él lo hace por diversión.

Tuve que agarrarme literalmente a mis vaqueros para no derribarla de un empujón. Vaya. Que me detuvieran por agresión no era el mejor modo de empezar el curso, así que di media vuelta y caminé con paso rápido hacia la salida. Por supuesto, me siguió.

—¿Qué? ¿No puedes enfrentarte a la verdad? Sólo quería avisarte de que sigue acostándose con todas las chicas que puede. —Se rió, pero de un modo desagradable—. No te creas que lo has convertido milagrosamente en un buen chico. Los hombres son como son, y Kellan es un adicto al sexo.

Me giré hacia ella con lágrimas de rabia.

—No lo conoces en absoluto. No sabes nada de todo por lo que ha pasado. —Me incliné hacia ella, y ahora fui yo quien abrió mucho los ojos—. Sé que te has acostado con él, pero no confundas el sexo con una relación personal.

Me sentí irritada conmigo misma por haber permitido que sus palabras me afectaran, porque sabía muy bien que lo que quería era sacarme de quicio. Abrí las puertas de un empujón. Por suerte, Kellan no estaba allí.

Siguió pegada a mis talones mientras me replicaba.

—Eh, que te estoy haciendo un favor. ¿De verdad crees que ha cambiado de repente, que ya es un hombre fiel, de una sola mujer? ¡Un tigre no cambia de manchas!

Bufé sin dejar de bajar los escalones y le contesté por encima del hombro.

—Los tigres no tienen manchas. Recita bien las metáforas.

Se puso a caminar a mi lado con gesto remilgado.

—Lo que tú digas, pero que sepas que Tina… —Y señaló con el pulgar a la rubia que iba a su lado—, lo vio en la plaza la semana pasada después de un concierto. —Sonrió con maldad y me dio en el codo para que no me escapara—. No llevaba puesta la camisa, y estaba a punto de liarse con una zorra.

Tina hizo un gesto de asentimiento para confirmarlo.

—Y en un almacén de trastos. Muy romántico…

Seguí mirando a algún punto, pero noté que se me helaba el cuerpo. La semana anterior tuvo unos cuantos conciertos que no fueron en el bar de Pete. Llegó muy tarde, porque tuvo que ayudar a recoger sus cosas. Podría haber… Negué con la cabeza. No, no después de todo por lo que… No me haría eso. Una voz insistente en mi cabeza dijo algo más: «Claro, como si tú no se lo hubieras hecho a Denny».

Hice caso omiso de esa voz y entrecerré los ojos al mirar a las dos cotillas.

—No visteis lo que creéis que habéis visto. Confío en él.

Tras decir aquello agité el brazo y me alejé.

Me siguieron sus risas.

—¡Oye! ¿Sabes que tener tu nombre tatuado en el pecho no quiere decir que no preste otras partes de su cuerpo?

Me volví hacia ella con la boca abierta. No había mucha gente que supiera lo del tatuaje de Kellan. Ya se mostraba mucho más reticente a quitarse la camiseta en los conciertos, como si no quisiera que la gente viera ese tatuaje. Para mí era muy importante que lo sintiera de ese modo. Era algo íntimo, algo entre nosotros dos. ¿Cómo lo sabían? ¿De verdad Tina lo había visto medio desnudo? No quería creérmelo, pero me lo imaginé con claridad, medio desnudo, jadeante por el deseo, con alguna zorra admiradora pegada a su boca. Luego me lo imaginé cerrando la puerta del almacén para hacerle todo tipo de cosas increíbles.

Noté que se me subía la bilis a la garganta mientras las miraba. Sólo se rieron en mi cara, y Tina me sonrió con un gesto falso de disculpa mientras Candy se encogía de hombros.

—Los hombres son así, Kiera —me dijo con una sonrisa dulce.

Me mordí el labio y me obligué a mí misma a caminar para alejarme de ellas, pero sin correr. Me mentían… Tenía que ser eso.

Cuando salí al aparcamiento, vi de inmediato el Chevelle negro reluciente de Kellan. También lo vi a él, y comprendí de inmediato por qué no me había esperado en la puerta principal en mi primer día de clases. Estaba rodeado por un grupo de cinco chicas. Estaba apoyado con actitud despreocupada en su coche mientras hablaba con ellas. Todas soltaban risitas al hablar, como si fueran niñas de trece años. Distinguí su pequeña sonrisa de satisfacción a pesar de lo lejos que me encontraba de la escena. Después del encuentro con Candy, aquello hizo que me hirviera la sangre.

Cerré los puños y caminé con paso decidido hacia él. Me esforcé por calmarme, pero creo que en realidad me enfurecía más y más con cada paso que daba. ¿Cuándo habían visto ese maldito tatuaje? ¿Acaso se iba exhibiendo? ¿Era demasiado ingenua al creer que lo nuestro era tan magnífico que él jamás lo estropearía? ¿Seguía siendo un tipo que se tiraba a la primera que encontraba?

Kellan giró la cabeza al reírse de algo que le había dicho una de aquellas descaradas y entonces me vio. Su sonrisa se ensanchó al ver que me acercaba, pero luego se apagó un poco al fijarse en la expresión de mi cara. Las chicas no se apartaron y tuve que abrirme paso entre ellas para llegar hasta él.

—Vámonos —le solté. No estaba de humor para aguantar ni un segundo más a sus admiradoras.

Hizo un gesto de asentimiento con el entrecejo fruncido mientras me abría la puerta del pasajero. Después de cerrarla, oí que se despedía de su séquito de adoradoras.

—Lo siento, pero tengo que irme. Encantado de conoceros.

Me llegó el coro de gemidos y lamentos cuando se dirigió a su lado del coche. Puse los ojos en blanco.

Kellan me miró con curiosidad mientras ponía en marcha el coche. El rugido del motor hizo juego con mi malhumor. Alzó una ceja y metió la marcha atrás. Me miró de reojo al mismo tiempo que vigilaba dónde estaban las chicas para no atropellarlas.

—¿Me quieres contar qué te ha pasado para que estés tan cabreada?

Apreté la mandíbula y miré fijamente las zorritas que le miraban a él. La mayoría apartaron los ojos cuando tropezaron con mi mirada, pero un par de ellas me respondieron sosteniéndola.

—La verdad es que no —murmuré.

Suspiró y me puso la mano en el muslo. Me pregunté de inmediato en qué otros sitios habría estado esa mano.

—Pero ¿lo harás? —Lo miré, e intenté mantener una expresión imperturbable, que no revelara mi estado de ánimo. Frunció el ceño—. Fuiste tú la que me dijo que debíamos hablarlo todo… y a mí me parece que eres tú la que necesita decir algo.

Gruñí y me crucé de brazos a la vez que deseaba no haberle dicho eso nunca.

—Este año me toca otra clase con Candy. Se ha esforzado por saludarme al terminar la clase.

Le observé con atención mientras él mantenía la mirada fija en la carretera por la que conducía. Entrecerró los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado, lo que resultó ser un gesto adorable de confusión.

—¿Candy?

Miré al cielo cuando no reconoció de inmediato el nombre. Claro, si tu librito de contactos tiene el grosor de las páginas amarillas, supongo que se tarda en repasarlo por completo.

Suspiré otra vez un segundo más tarde, pero la expresión de su mirada indicó en ese mismo momento que ya la había reconocido, y me miró un instante.

—Ah, Candy. —Torció el gesto, y luego se encogió de hombros—. ¿Qué… ha dicho?

Lo miré fijamente y apreté las manos sobre el pecho. Si no lo hubiera hecho, le habría dado una bofetada.

—Habló de un concierto que diste la semana pasada. Fue en Pioneer Square, ¿verdad?

Levantó un poco la mirada para hacer memoria, o quizás estaba utilizando la parte del cerebro que creaba mentiras con rapidez. Si miraba hacia arriba y a la izquierda, era una, y si era arriba y a la derecha, era la otra. Lo que ocurría era que no me acordaba cuál se correspondía a cada cosa.

—Sí, sí que lo dimos. —Inclinó la cabeza hacia mí—. ¿Estaba allí? No me saludó —añadió con rapidez, como si quisiera dejarme claro que no la había visto.

Entrecerré todavía más los ojos mientras le observaba. ¿Me había acostado la noche anterior con un hombre que practicaba sexo con muchas otras mujeres? Dios, me ponía enferma sólo pensarlo.

—No, pero una amiga suya te vio… en la parte de atrás.

Se lo dije con tono suspicaz, y me miró con expresión divertida antes de volver a centrarse en la carretera. Se encogió de hombros.

—Vale. —Me miró un momento y alzó una ceja—. ¿Y porque me haya visto una amiga suya pones esa cara agria?

Respiré hondo controlándome todo lo que pude y me resistí a golpearle de forma insensata.

—Porque dice que te vio hacer cosas… con alguien que no era yo.

Me miró y abrió los ojos como platos antes de dar un volantazo para echar el coche a un lado de la calle. Tuve que agarrarme a la puerta por la rapidez con la que movió el coche. Lo dejó aparcado y un poco subido a la acera antes de volverse hacia mí.

La expresión de su cara era tremendamente seria cuando se giró de nuevo a mirarme. Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas.

—No estoy haciendo nada con nadie más que contigo. Todo lo que te ha dicho es mentira, Kiera.

Levanté la barbilla, pero noté que se me saltaba una lágrima, que bajó por la mejilla.

—Sabía lo del tatuaje, Kellan.

Me puso una mano en la mejilla y me enjugó la lágrima.

—Pues lo vio en otro lugar, o alguien se lo ha dicho, porque no estoy haciendo el tonto por ahí. —Se quitó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia mí—. Sólo hago el tonto contigo. Sólo me desnudo contigo. Sólo hago el amor contigo, Kiera. —Se echó atrás y me miró directamente a los ojos—. Te elegí a ti. Te quiero a ti. No me interesa nadie más, ¿vale?

Asentí, y noté que me caían más lágrimas por las mejillas. Sentí que me decía la verdad. Eran unas palabras de apoyo, tranquilizadoras, como las que yo le decía a menudo. Odiaba que esa zorra celosa y conspiradora me hubiera hecho dudar de él. Si no hubiera tenido tan buenos argumentos, no lo habría hecho, pero Kellan tenía un largo y sórdido historial de malas decisiones en lo que se refería a las mujeres. No siempre me sentía tan especial como para ser capaz de detener esa clase de comportamiento.

Se inclinó sobre mí para besarme con ternura, y me tranquilicé al notar cómo volcaba todo su corazón en ese tierno gesto. Probé el sabor de la sal entre nosotros, e intenté dejar a un lado todas las dudas. Habíamos pasado por mucho. Había atisbado una parte de él, una vulnerabilidad, que sin duda alguna no había visto ninguna otra mujer. Estaba segura de que su corazón me pertenecía, y que no se arriesgaría a perderme por un estúpido deseo. No cuando podía satisfacerlo conmigo. No cuando podía llevarme a mi cama cada noche, y además, una cama que era completamente nueva y que me había comprado dos días antes.

Nuestros besos se volvieron cada vez más apasionados, y nuestros cuerpos se acercaron al mismo tiempo que se nos aceleraba la respiración. Quise recordarle lo que podía ser para él, y quise recordarle exactamente lo que teníamos juntos, una relación que ninguna admiradora ansiosa sería capaz de romper. Sabía que tenía un par de horas libres antes de entrar a trabajar, y un apartamento vacío, así que subí los labios hasta su oído.