24
Volver a intentarlo

Dejé a Kellan unos momentos de intimidad para que se recompusiera y después fui a buscarlo otra vez. Lo encontré en su habitación, mirando a la pared. No sabía qué estaba pensando ni lo que sentía. Tenía el rostro inexpresivo, sin rastro de emociones, y pensé que tal vez intentaba no sentir nada.

Me apoyé en el marco de su puerta y lo contemplé durante largo rato. Él no reaccionó ante mi presencia y siguió mirando a la pared. Conteniendo un suspiro, murmuré:

—¿Puedo pasar?

Él inhaló y me echó un vistazo. Afirmó con la cabeza y volvió a mirar a la pared. Al mirar en su misma dirección, me fijé en algo que no había visto antes. Había un círculo liso en la pared, que contrastaba con el resto, que era rugoso. Tenía el tamaño de un puño. Me mordí los labios, apenada ante la idea de que Kellan se hubiera hecho daño al darle un puñetazo a la pared. No había sucedido mientras yo estaba en la casa, así que tenía que haber sido antes… Quizá justo después de que murieran sus padres. Me senté a su lado en la cama y apoyé la cabeza en su hombro. Al principio no hizo nada, luego suspiró y se apoyó en mí.

—Siento haber sido tan duro, Kiera… Pero… No me presiones con esto, ¿vale?

Sabiendo que ésa era la razón de que lo hubiera mantenido en secreto desde el principio, asentí sobre su hombro.

—De acuerdo, Kellan.

Nos quedamos sentados en silencio durante varios minutos, apoyados el uno en el otro. Noté que su respiración se volvía regular por fin, después de mucho tiempo. Le puse la mano sobre el corazón, sólo para sentir los firmes latidos. Con los ojos cerrados, susurré:

—¿Cuánto tiempo tienes? ¿Hasta que tengas que irte?

Sabía que se había marchado de repente, sólo para darme una sorpresa, y también sabía que estaba muy ocupado con la preparación del nuevo disco, así que imaginaba que no podría estar mucho tiempo con él.

Me lo confirmó con un largo suspiro.

—Tengo que tomar un vuelo por la mañana. Bueno, dentro de unas horas.

Sentí que los ojos se me inundaban de lágrimas. Casi era más cruel tenerlo de vuelta para que volvieran a arrancarlo de mi lado al cabo de pocas horas. Sin embargo, no era así, porque necesitábamos ese momento; necesitábamos haber tenido esas conversaciones. Le agarré la camiseta con los dedos, con el deseo de que las cosas fueran distintas y pudiera quedarse conmigo.

—Ojalá no tuvieras que irte…

Levantó la cabeza de mi lado y lo miré de reojo. La sacudió con el ceño fruncido.

—¿De verdad quieres seguir estando conmigo? —preguntó en voz baja, como si temiera mi respuesta.

Me aparté de él para mirarlo a la cara, sorprendida.

—Por supuesto. —Le acaricié la mejilla—. Estoy enamorada de ti. ¡Cómo no voy a querer seguir estando contigo!

Sonrió cabizbajo.

—Sé que no soy fácil de querer… Pensaba que te habrías cansado de mí…

¿Estaba de broma? Lo miré a los ojos, abatidos, taciturnos, y me di cuenta del problema: Kellan no veía nada él que lo hiciera digno de ser amado. Y por qué iba a ser diferente teniendo en cuenta que las personas a las que más había querido no habían sido capaces de darle ni un poquito de amor. Pues, en realidad, estaba convencida de que quería a sus padres, a pesar de sus maldades. La familia podía representar el amor en su forma más cruel, porque nadie puede hacerte tanto daño como aquellos que te crearon.

Lo obligué a mirarme levantándole la cabeza y le dirigí una cálida sonrisa.

—Es muy fácil quererte, Kellan, no cuesta nada. —Él me devolvió una sonrisa como la mía, y después torcí el gesto, suspirando—. Lo difícil es… confiar en ti.

Él también suspiró, bajando la mirada.

—La hemos fastidiado, ¿eh?

—¿Qué quieres decir?

Volvió a mirarme y se encogió de hombros.

—Por cómo empezamos, las mentiras, las traiciones… Nos condenamos antes de empezar. —Resignado negó con la cabeza—. Nos queremos mucho… Pero no confiamos el uno en el otro.

Oírle decir mis miedos en voz alta me provocó un nudo en el estómago y que se me empañaran los ojos. ¿Era posible que pudiéramos estar juntos? Tal vez no deberíamos seguir intentándolo. El amor… no siempre era suficiente. Y, de hecho, ¿puede considerarse que el amor sin confianza sea amor en realidad? Quizá lo único que sentíamos era deseo, después de todo.

Mi respiración se volvió agitada al imaginar que no volvería a verlo, que todo se acababa en ese momento. No podíamos acabar así… No podíamos. Nos queríamos. No era sólo deseo. Lo amaba tanto que casi me hacía ponerme de rodillas. Lo rodeé con mis brazos mientras resollaba con dificultad.

—No me dejes —le rogué, cuando por fin recuperé el aliento para poder hablar.

Kellan me estrechó entre sus brazos con la misma intensidad. Con voz entrecortada, murmuró:

—No voy a hacerlo… Soy tuyo, Kiera, siempre que quieras tenerme.

Me liberé de su abrazo y apoyé las manos sobre su rostro.

—Para siempre, te quiero para siempre.

Me miró, y una lágrima se deslizó por su mejilla y entre mis dedos.

—Yo también, Kiera.

Acerqué mis labios a los suyos, en busca del amor que se escondía tras nuestra profunda conexión, que no sólo consistía en el fuego del deseo. Éste me embargó al instante, y creció en mi pecho hasta casi dolerme. Nos desnudamos en silencio, con el único sonido de nuestros labios y algún gimoteo ocasional.

Cuando me tumbó sobre sus sábanas, recorrió mi cuerpo con los ojos. No sentí el deseo que solía producirme su mirada. Todavía lo deseaba, intensamente, pero lo que hacía arder mi cuerpo y mi alma era la necesidad de conectar con él. De consolarlo. De demostrarle que había alguien en el mundo que se preocupaba por él. Quería entregarme a él de forma abierta y desnuda. Y quería que él hiciera lo mismo conmigo.

Le acaricié la mejilla, apremiándolo para que se colocara encima de mí. Nuestras miradas se encontraron mientras rodeaba su cuerpo con las piernas. Cuando se introdujo dentro de mí, despacio, los dos abrimos la boca, pero ninguno cerró los ojos. Escrutó mi rostro a la vez que empezábamos a movernos juntos en silencio. Sentí el escozor de las lágrimas cuando dije en voz baja:

—Te quiero, Kellan… Sólo te quiero a ti.

Se le enturbiaron los ojos y los cerró unos instantes. Al abrirlos, musitó:

—Y yo sólo te quiero a ti… Siempre te querré sólo a ti.

Bajó la cabeza para besarme, mientras nuestros cuerpos seguían su movimiento lento y constante. Cuando sentí que mi amor por él llegaba a la cima, le tomé la mano y la estrujé con fuerza. Él hizo lo mismo con la misma fuerza. Reduciendo el ritmo en lugar de aumentarlo, empecé a temblar ante la inminente descarga.

Kellan me tomó de la mejilla, respirando hondo mientras me daba un rápido beso.

—Te quiero. Dios mío, te quiero tanto…

Dejó escapar un breve jadeo mientras su cuerpo se retorcía de placer. Yo lo abracé con fuerza mientras me invadía un torrente de sensaciones. Balbuceé de forma incoherente que lo amaba más que a mi vida y me aferré a su cuerpo cuando el gozo inundó cada músculo de mi cuerpo, cada nervio, cada célula.

Nos desplomamos con un cosquilleo de felicidad. Kellan cambió de postura sin decir una palabra, y se acurrucó contra mi cuerpo. Me besó en el pelo y murmuró:

—Te prometo que no volveré a ocultarte nada más.

Asentí y le di otro beso, mientras los ojos volvían a empañárseme en lágrimas.

—Y yo también te prometo que tampoco te ocultaré nada.

Él asintió a su vez y nos abrazamos. Volveríamos a intentarlo. Era lo único que podíamos hacer.

Me desperté con lo que más me gustaba del mundo, una humeante taza de café prácticamente debajo de la nariz. Kellan estaba inclinado sobre mi lado de la cama, ofreciéndome la taza con una sonrisa feliz en la cara, y cambié de opinión respecto a lo que más me gustaba del mundo. Sonreí, haciendo caso omiso del café, y me acerqué a él.

—Hola —musité, rozando mis labios con los suyos.

—Buenos días —respondió.

Solté una risita al escuchar las palabras que tanto había echado de menos y después tomé la taza con cuidado.

—Eres un ángel —murmuré, mientras daba un sorbo.

Él se rió por lo bajo y me pasó la mano por el pelo.

—El café y tú…

Me puse roja mientras dejaba la taza a un lado. Miré su reloj, intentando despejarme, ya que no había dormido mucho la noche anterior.

—¿A qué hora sale tu vuelo?

Le devolví la mirada y su sonrisa se hizo más amplia.

—Tengo que irme pronto. —Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía el pelo un poco húmedo por las puntas después de la ducha, y de que ya llevaba la chaqueta puesta. Caray, supongo que estaba cansada de verdad. Ése es el efecto que producen las rupturas.

Me incorporé, tirando un poco de café de la taza.

—Pues voy a prepararme. Te acompañaré.

Kellan rescató la taza de mis manos nerviosas y la dejó sobre la mesilla. Entonces negó con la cabeza.

—No, quiero que te quedes aquí a descansar. —Fruncí el ceño y él sonrió—. Todas nuestras separaciones parecen largas y melodramáticas, como si no fuéramos a vernos otra vez. —Me acarició la mejilla con el nudillo—. Es como si… intentáramos saborear cada momento porque pensamos que podría ser el último.

Me mordí el labio y asentí, pues había pensado lo mismo. Kellan sonrió feliz al ver mi respuesta.

—Rompamos ese ciclo. —Respiró hondo y se sentó más derecho—. Adiós, cariño. Tengo que irme a trabajar.

Me encogí de hombros con una amplia sonrisa.

—Nos vemos.

Él se rió, sacudiendo la cabeza, y se agachó para besarme.

—Espérame con la cama caliente —murmuró sobre mi boca. Yo me reía como una niña cuando se apartó—. Te llamaré al aterrizar.

Dije que sí con la cabeza. En ese momento, sonó el teléfono que estaba en la chaqueta. Miré su bolsillo y enarqué una ceja. Kellan puso los ojos en blanco y suspiró. Lo sacó y miró el número.

—Será el mensaje matutino de mi padre. —Me miró alzando una ceja—. Habrá uno por la tarde y otro por la noche, estoy seguro.

Apagó el teléfono sin leerlo siquiera.

—¿Nunca los lees? —pregunté, con el ceño fruncido.

Respiró hondo por la nariz y volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo.

—No. Nunca los leo y nunca respondo. —Agachó la cabeza y me miró—. Por eso me asusté cuando lo hiciste tú. No quería que eso… lo animara. —Levantó la cabeza del todo—. Quiero que deje de hacerlo.

Tuve que morderme la lengua, pues quería llevarle la contraria, pero estaba segura de que Kellan no iba a dar su brazo a torcer, y de que se enfadaría si seguía insistiendo. Asentí, y se me escapó una pregunta en contra de mi voluntad.

—¿Qué piensa tu hermana sobre que no le hagas caso?

Kellan suspiró y se sentó en la cama junto a mí.

—Piensa que soy un cabezota. No entiende que a mí también me duele rechazarlo… —Dejó de hablar y volvió a sacar el teléfono del bolsillo—. Cada vez que hablo con ella me pide que le dé otra oportunidad.

—Chica lista —musité.

Kellan me oyó y alcé una ceja. No quería empezar a discutir, así que extendí la mano hacia el teléfono.

—¿Puedo leerlo? —Kellan entornó los ojos y enseguida puntualicé—: No responderé —me encogí de hombros—, pero creo que alguien debería leerlos, como mínimo.

Kellan se lo pensó un momento y después me entregó el teléfono lentamente. Me dieron ganas de saltar de alegría ante su muestra de confianza. Tal vez aún había esperanza para nosotros. Sin querer traicionar esa confianza, fui a su buzón de entrada con el teléfono en la mano y abrí el mensaje sin leer. Después lo sostuve en la mano, con los dedos lejos del teclado.

Leí el mensaje que Kellan se negaba a aceptar y las lágrimas afloraron en mis ojos.

«Habla conmigo hoy, por favor. Hay muchas cosas que quiero decirte».

Abrí otro mientras me mordía el labio.

«Sé que estás enfadado, pero no me rechaces, por favor».

Y otro.

«Puedo ser parte de tu vida, si me dejas. Llámame, por favor».

Miré unos cuantos más y todos eran parecidos —necesito hablar contigo; llámame, por favor; quiero explicarme—, e incluso había uno, casi al final, que decía: «Siento haberme marchado. Deja que te compense…, hijo».

Tuve que enjugarme una lágrima al leerlo. Era el mensaje de la mañana de Navidad. Si Kellan me hubiera dejado leerlo, nos habríamos evitado todos estos meses de mentiras y medias verdades, y las cosas entre él y yo no habrían sido tan difíciles.

Al ver mi reacción, Kellan murmuró:

—¿Qué…? ¿Qué decía?

Sacudí la cabeza y le devolví el teléfono, con un suspiro. Ni siquiera lo miró mientras se lo metía en el bolsillo.

—Sólo quiere que le des una oportunidad para explicarse. Quiere conocerte. —Apoyé la mano sobre su mejilla—. Se arrepiente de haberte abandonado.

Los ojos de Kellan se enturbiaron un poco y los cerró. Tragó saliva un par de veces y después se levantó.

—Tengo que irme.

Alcé la vista para observarlo: era temperamental, lleno de sentimientos y guapísimo, pero deseé que dejara entrar a su padre en su vida… algún día. Kellan estaba a mitad de camino de la puerta, aparentemente meditabundo, cuando lo llamé por su nombre. Se dio la vuelta para mirarme, tirada en su cama, desnuda bajo la ligera sábana con la que me había envuelto el torso, y sonrió feliz.

—Sólo quería desearte suerte en el final de la gira, y decirte… —Me mordí el labio y su sonrisa se hizo más amplia. Al ver su felicidad, incluso a pesar de su actual estado de confusión, solté una risita—. Que estaré aquí cuando vuelvas. —Moví los ojos para señalarle su casa.

Siguió mi mirada con los ojos y desplegó una sonrisa luminosa. Dio un paso al frente y me preguntó:

—¿Vas a venirte a vivir conmigo?

Asentí con la cabeza y me reí mientras me rodeaba las rodillas con los brazos. Lo había decidido más o menos cuando se fue, pero los acontecimientos recientes habían… confirmado mi decisión. Me miró sacudiendo la cabeza y entonces se quitó la chaqueta. Yo lo miré, confusa, mientras se deshacía de la camiseta y empezaba a desabrocharse los vaqueros.

—¿Qué estás haciendo? ¿No tenías que irte?

Me sonrió de oreja a oreja, subiendo al borde de la cama, y me hizo tumbarme cubriendo mi cuerpo con el suyo.

—Tengo cinco minutos.

Me tapó la boca con un beso mientras yo me reía bajo sus labios.

—¿Cinco? —pregunté sin aliento mientras sus dedos exploraban mi cuerpo.

Tiró los zapatos al suelo y musitó:

—De acuerdo, que sean quince.

Se quitó los vaqueros y se metió bajo las sábanas conmigo. Solté una risita mientras su cuerpo duro y cálido chocaba contra el mío. Y aquella mañana nos resarcimos del silencio de la noche anterior.

Acabó yéndose a toda prisa casi media hora más tarde, pero mereció la pena.

Después de que se fuera, me quedé en su cama durante no sé cuánto tiempo. Me estiré encima de ella, imaginando dónde dejaría mis cosas, cuando oí el teléfono sonar en la planta baja. Recordé que me había dejado el mío en casa, y pensé que tal vez Kellan habría aterrizado ya y quería decirme que estaba bien.

Me envolví con la sábana como si fuera un burrito y bajé deprisa hasta la cocina. Respondí casi sin resuello, esperando haber llegado a tiempo.

—¿Hola? —jadeé.

—Kiera… ¿Estás bien?

Mi corazón se enterneció al oír ese acento familiar, y sonreí.

—Hola, Denny. Sí, estoy bien.

Hubo una larga pausa.

—¿Estás segura?

Suspiré, recordando mi beso de despedida con Kellan.

—Sí, segura.

Se le escapó una breve risa y me imaginé que estaría moviendo la cabeza de un lado a otro. Denny estaría pensando, otra vez, que se alegraba de que su relación no fuera tan complicada. A veces yo misma deseaba que tampoco lo fuera; había momentos en los que la abrasadora pasión de nuestra relación nos quemaba a ambos. Pero no cambiaría nuestro amor por nada del mundo. Ya había tenido una relación cómoda y sólida, y no había sido suficiente. Con complicaciones o sin ellas, Kellan y yo nos necesitábamos.

Mientras Denny reía entre dientes, yo suspiré, añadiendo:

—Kellan y yo tuvimos la oportunidad de hablar de todo anoche… Fue una buena conversación. Estamos… juntos otra vez, sin más secretos.

—Bien, me alegro de oírlo. También estoy un poco sorprendido. Casi me sentí como si te dejara en mitad de una zona de guerra. —Volvió a reírse y me imaginé cómo se pasaba la mano por el mentón—. Estaba bastante preocupado por ti esta mañana, sobre todo porque no habías respondido a mis mensajes. Entonces pensé que te habrías dejado el teléfono en casa, y se me ocurrió probar ahí.

—Ah, sí, creo que ayer me fui con un poco de prisa… —Hice una breve pausa para morderme el labio—. Oye, Denny, muchas gracias por apoyarme. Significa mucho para mí. Te agradezco que sigas… preocupándote por mí. Después de todo lo que ha pasado, sigues haciéndolo.

Oí un suave suspiro.

—Siempre me preocuparé por ti, Kiera. Tal vez ya no estemos juntos, pero puedes llamarme cuando lo necesites… ¿de acuerdo?

Sonreí, enredándome el cable del teléfono en el dedo.

—Sí… Lo mismo digo, Denny. Puedes llamarme cuando quieras.

—Lo sé. —Su voz, tan cálida y reconfortante, sonaba completamente tranquila. Estaba bien de verdad. Ambos lo estábamos. La voz de Denny se tornó inquisitiva al preguntar:

—¿Está Kellan ahí? A lo mejor debería hablar con él, ahora que las cosas están más calmadas.

Negué con la cabeza, soltando un leve suspiro.

—No, se fue esta mañana temprano. Tenía que tomar un avión.

Denny respiró con cierto alivio. Quizá no estaba seguro de que Kellan se hubiera calmado del todo, por lo menos no con él. Seguramente pensaba que le gritaría si hablaba con él. Era bastante valiente por haberse atrevido a llamar.

—Un viaje corto —musitó.

Asentí.

—Sí, es un hombre ocupado.

Sonreí al decirlo, pensando en todas las futuras aventuras de la vida de Kellan, que tal vez podríamos disfrutar juntos.

Al oír la felicidad en mi voz, Denny me preguntó con acento marcado:

—¿Seguro que estáis bien? ¿Después de una sola conversación?

Hice una pausa, pensativa.

—Va a hacer falta más que una conversación, pero estamos hablando y no vamos a dejar de hacerlo. Los dos queremos estar juntos, y vamos a pelear por ello.

Aunque Denny no podía verlo, apreté la mandíbula y levanté la barbilla como gesto de afirmación, llena de esperanza. Él emitió un sonido de admiración, y me lo imaginé sonriendo y sacudiendo la cabeza.

—Has cambiado… Has madurado. —Se rió en voz baja, y supe que estaría esbozando su personal sonrisa cándida—. La madurez te sienta bien.

Fruncí los labios, deseando que estuviera a mi lado para poder darle un beso como agradecimiento a su comentario, y después me reí yo también, pensando que tal vez no era tan madura después de todo.

—Sí, bueno, voy a tener que irme si quiero llegar a clase a tiempo. —Solté un suspiro melodramático, recordando que tenía obligaciones y que no podía quedarme todo el día relajándome en la cama de Kellan, por mucho que quisiera hacerlo—. Hay quien todavía tiene que graduarse.

Sonreí de oreja a oreja por estar tan cerca de liberarme de las presiones y el estrés de la vida estudiantil. Eso sólo me dejaba con las presiones de lo que iba a hacer el resto de mi vida… Pero, como todos los estudiantes, ya me encargaría de eso más adelante.

Denny expresó su acuerdo con una risa y me deseó suerte.

Nos despedimos y colgué el teléfono. Después de una larga ducha caliente, me vestí con algo de ropa que había dejado en casa de Kellan. Al meter las manos en los bolsillos de los vaqueros, noté que había algo en el fondo de uno de ellos. Sacudí la cabeza y saqué un diminuto pedazo de papel de una libreta. Era la última de las notas, escrita en la sorprendentemente clara letra de Kellan:

«Hoy, recuerda que te quiero».

Me volví a meter el papel en el bolsillo, sonriendo como una idiota, y seguí preparándome para ir a clase.

Habían pasado tantas cosas en las últimas horas que algo tan mundano como ir a clase de escritura me resultó extraño. Se había desvelado el secreto de la vuelta de Denny y el del padre biológico de Kellan. Iba a intentar confiar en él, a pesar de la multitud de golfas que lo rodeaban, y él confiaría en que sólo sería amiga de Denny.

Para nosotros era un cambio espectacular, y un gran paso en la dirección correcta. Tal vez fuera demasiado pronto, pero me sentía optimista respecto al futuro. No, en realidad me sentía estupendamente.

Llegué hasta la puerta dando saltitos, me detuve y tomé las llaves del Chevelle. Kellan las había dejado en la mesita con forma de media luna que solíamos utilizar para dejar las llaves de los distintos coches cuando todos vivíamos ahí juntos, hacía tanto tiempo.

Como no me había traído la tarea de clase a casa de Kellan, cerré con llave, arranqué su coche y me dirigí de vuelta a mi propia casa. Bueno, mi casa por el momento. Tendría que decirle a mi hermana que pronto iba a tener una habitación libre para el bebé. No sabía si eso le facilitaría la decisión de quedarse con él o no. Tendría más espacio, pero estaría sola, bueno, más o menos, porque nunca la dejaría sola de verdad.

Estaba en la cocina cuando abrí la puerta. Se había armado de valor y estaba volviendo a leer el libro sobre el embarazo. Esa parte no debía de dar mucho miedo, porque sonreía un poquito con una mano sobre el vientre.

Acostumbrada a verla amanecer más temprano, ya que había empezado a acostarse a horas más respetables, le lancé una sonrisa.

—Hola, hermanita.

Ella alzó la vista desde su libro, con lágrimas en los ojos.

—Hola, Kiera. ¿Sabías que la niña ya tiene el tamaño de una uva, y que ya le están creciendo los dedos de las manos y los pies?

Me acerqué a mirar el libro que estaba leyendo, conteniendo una sonrisa.

—¿Niña? —pregunté de forma casual.

Sacudió su cabellera y me miró enarcando una ceja.

—Sí, voy a tener una niña. —Afirmó con la cabeza—. Ni loca voy a traer otro Griffin al mundo.

No oculté la sonrisa, pues me divertía que pensara que tenía algo que opinar al respecto. Sin embargo, esperaba que tuviera razón. También me alegró el convencimiento con el que había pronunciado esas palabras. Había dicho que iba a tener una niña. Había personalizado su embarazo como nunca lo había hecho. Se estaba encariñando del bebé que crecía en su vientre. Eso era algo bueno, sin ninguna duda.

Sin decir nada que pudiera influir en ella en un sentido o en otro, fui a recoger mi bolso de la mesa del comedor. Sentí cómo me observaba y supe que tenía una sonrisa sentimental en mi rostro. Estaba más feliz con mi relación con Kellan de lo que lo había estado en mucho tiempo.

Anna dejó el libro a un lado y se cruzó de brazos sobre el pecho, que cada vez era más grande.

—¿Acabas de llegar a casa? ¿Dónde estuviste anoche?

Frunció los ojos al decirlo, como si estuviera segura de que había estado con Denny.

Sonreí, pensando en los brazos entre los que había estado, y me encogí de hombros.

—Me quedé en casa de Kellan.

Ella parpadeó perpleja.

—Ah… ¿Tú sola?

Mi sonrisa se hizo más amplia y negué con la cabeza.

—No…

Bajé la voz, recordando los dedos de Kellan sobre mi cuerpo, sus labios sobre mi garganta. Anna dio por sentado que mi expresión satisfecha significaba una cosa, y me soltó un capirotazo.

—Maldita sea, Kiera. Te has enrollado con Denny, ¿verdad?

Me froté el cráneo, fruncí el ceño y pensé en pegarle yo también. El bebé que había en su vientre fue lo único que me contuvo.

—No, no lo he hecho, muchas gracias. —Mientras me miraba con mala cara y un mohín perfecto en sus labios carnosos, puse los ojos en blanco y aclaré—: Kellan vino anoche para darme una sorpresa. He pasado la noche con él.

Me sonrojé después de decirlo, por el recuerdo fresco de nuestra apasionada noche. Anna volvió a parpadear.

—Oh… ¡Vaya! —Me dio un abrazo—. Qué alivio. Te mataría si volvieras a meterte en otro triángulo amoroso. —Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza—. Especialmente si fuera el mismo triángulo amoroso. —Lanzó una sonrisa sardónica y apostilló—: Si vas a ser una idiota, por lo menos diversifica.

Entonces sí que le pegué, pero sólo en el brazo.

Al pensar en Kellan, y en todo lo que había pasado entre nosotros, sentí que el calor me invadía las mejillas. Había una parte de la noche anterior que no le iba a gustar nada a Anna, algo que no quería haberle contado a Kellan, pero que tuve que explicarle para defenderme.

Me mordí el labio mientras ella arrugaba las cejas.

—¿Qué? —preguntó con precaución.

—No te enfades…

Se enfadó en el acto. Lanzó las manos al aire, chillando.

—¡Se lo has dicho! Kellan es el mejor amigo de Griffin, ¿y tú se lo has dicho? ¡Kiera!

Me aparté un poco de ella, amedrentada por su tono duro, y también arrugué las cejas.

—¿Kellan es el mejor amigo de Griffin? ¿En serio?

Kellan era… tolerante con su bajista, en el mejor de los casos.

Anna enterró la cabeza entre las manos.

—Maldita sea, Kiera, me lo prometiste.

Apoyé una mano sobre su hombro, sintiéndome culpable.

—Lo siento, tuve que hacerlo.

Me fulminó con la mirada entre los dedos.

—¿Tuviste que hacerlo?

Suspiré y retiré la mano de su cuerpo.

—Kellan encontró la bolsa con las pruebas… —Fruncí el ceño al recordar su cara cuando rompió conmigo—. Pensó que era yo quien estaba embarazada…

Anna abandonó su actitud furiosa al instante, tapándose la boca mientras ahogaba un grito.

—Dios, Kiera… Lo siento. No pensé… Lo siento mucho. —Esbocé una débil sonrisa y me tocó el hombro, sólo con preocupación en el rostro—. ¿Estáis bien? ¿Seguís estando… juntos? —susurró.

Afirmé con la cabeza, recordando su expresión al despedirnos.

—Sí… Hablamos de todo.

Hablamos, nos acusamos, nos gritamos, hicimos el amor.

Ella sonrió, suspirando de alivio.

—Bien, no soportaría pensar que yo… —Su semblante se endureció al recordar su situación—. No le dirá nada a Griffin, ¿verdad? Le dijiste que no lo hiciera, ¿no?

Ladeé la cabeza, intentando recordar si le había pedido a Kellan que no le contara nada al futuro padre.

—Bueno, fue todo un poco intenso y creo que en realidad no…

Volvió a agarrarme del hombro.

—¿Kiera?

Sacudí la cabeza, frunciendo el ceño ante su cambiante humor.

—Le dije que estabas pensando en darlo en adopción, así que estoy segura de que no le mencionará nada a Griffin hasta que te decidas.

Se quedó con la boca abierta y apoyó una mano sobre su barriga de forma inconsciente.

—¿Le dijiste que estaba pensando en abandonarla? ¿Por qué lo hiciste?

Sorprendida ante su reacción, dije:

—Necesitaba saber por qué no le había dicho nada sobre el embarazo desde el principio. —Sacudí la cabeza—. Había demasiada tensión entre nosotros y no podía mentir. Lo siento, tuve que decirle la verdad.

Ella asintió y después se sentó en una silla junto a la mesa.

Enseguida empezaron a llenársele los ojos de lágrimas.

—Entonces Kellan debe de pensar que soy horrible, ¿verdad? Por entregar a mi bebé…

Tragó saliva, sofocando un sollozo, y yo me agaché delante de ella. La tomé de las manos y negué con la cabeza.

—No, claro que no. Kellan lo entiende.

No estaba segura de si lo entendía o no, pero no podía decirle otra cosa a Anna, que estaba a punto de tener un ataque de nervios.

Asintió unas cuantas veces mientras las lágrimas le resbalaban por el rostro. Entonces volvió a cambiar de humor. Sucedió tan deprisa que casi me hice una contractura. Se puso en pie con una expresión feroz.

—¡Tienes que llamar a Kellan y hacer que mantenga la boca cerrada!

Su rapidez me hizo perder el equilibrio. Desde mi nuevo asiento en el suelo, miré hacia arriba y dije:

—¿Qué?

Anna se puso a rebuscar entre mi bolso y sacó el teléfono. Entonces me lo dio.

—¡Llámale! ¡Haz lo que sea necesario! —Señaló mi cuerpo con el dedo—. Haz esos gemiditos y jadeos que oigo a través de la pared todo el tiempo, ¡haz lo que tengas que hacer! —Me señaló de nuevo, puntualizando—: ¡Pero que mantenga la boca cerrada!

Me quedé boquiabierta. ¡Dios mío! ¿Habría oído nuestras conversaciones de sexo telefónico? Cielos, iba a ser tan feliz cuando me fuera de aquí. Abrí el teléfono y marqué el número de Kellan. Sonó unas cuantas veces y, entonces, saltó el contestador:

—Hola, soy Kellan. Lo más probable es que esté en el escenario o enrollándome con mi novia. Deja un mensaje y me pondré en contacto contigo… si me apetece.

Sonreí al escuchar el mensaje que tantas veces le había insistido en que cambiara.

—Hola, Kellan, soy yo. Hum, Anna tiene miedo de que le digas algo a Griffin… —Ella me miró furiosa y farfullé—: Llámame, ¿vale?

Colgué el teléfono sacudiendo la cabeza.

—Está de viaje. Seguramente esté volando, o a punto de aterrizar en algún lugar.

Ella suspiró malhumorada y yo me levanté, preguntándome si debía consolarla o salir corriendo de allí. Pensé que su estado de ánimo ya no podía variar mucho más en el mismo día, y me arriesgué a contarle las buenas noticias. Recogí el bolso, puesto que tenía que irme a clase de verdad, y empecé a alejarme de ella.

—Volveré a intentarlo más tarde, ¿de acuerdo? —Anna afirmó con la cabeza, volviendo a cruzarse de brazos. Sabía que era ahora o nunca, así que añadí—: Creo que debo decírtelo para que tengas mucho tiempo para hacer los preparativos… Voy a volver a vivir con Kellan.

Esperé lo suficiente para ver cómo abría la boca y entonces agarré la puerta y huí a toda prisa. Creí oír sus maldiciones mientras corría por el pasillo.

Kellan me devolvió la llamada justo cuando dejaba su coche en el aparcamiento de la universidad. Al ver a mis compañeros ir y venir, de camino a una clase u otra, no pude evitar preguntarme si sus vidas serían tan intensas como la mía. Una ligera llovizna de abril golpeó el parabrisas, formando círculos que se fundían en largos riachuelos. Las flores se abrían en los arcenes que divisaba desde la soledad de mi coche, extendiendo sus pétalos para dar la bienvenida a la humedad. Cuando llegué aquí por primera vez, odiaba la lluvia y prefería el calor y la sequedad, pero tenía tantos buenos recuerdos empapados en lluvia que había llegado a amarla, igual que el resto de la gente de la ciudad.

Por el teléfono, la cálida risa de Kellan inundó el ambiente. Su sonido, combinado con el leve tintineo de la lluvia sobre el techo, me trajo una imagen a la mente: Kellan mojado, con el pelo pegado alrededor de los ojos, y las gotas le recorrían los labios…

—Hola, acabo de aterrizar. ¿Ya me echas de menos?

Su imagen de un erotismo electrizante me hizo reír con voz ronca.

—Siempre.

—¿Has dicho que tu hermana estaba asustada?

Suspiré, mesándome los cabellos.

—Sí, teme que Griffin se entere… antes de estar preparada para contárselo.

Kellan también suspiró.

—No voy a decírselo… No soy quién para desvelar su secreto.

Sonreí, porque eso también significaba que entendía que no se lo hubiera dicho.

—Bueno, creo que va a decírselo, y creo que se va a quedar con el bebé… O mejor dicho, con ella, porque está convencida de que será una niña.

Kellan se rió entre dientes.

—Esperemos que sí. Creo que lo mejor que le podría pasar a Griffin es tener que cuidar de una niña pequeña.

—¿Te gustaría tener una niña algún día? —pregunté, y justo después me puse roja. No pretendía preguntarle por el tema de los niños todavía. Paso a paso, Kiera.

Él se quedó callado un momento y luego respondió:

—Sí… Una niña o un niño estaría bien… Pero sí, quiero tener hijos.

Me entró la risa tonta.

—Yo también —murmuré. Se hizo un silencio cómodo entre ambos, y suspiré al recordar que tenía que entrar a clase—. Tengo que irme… ¿Estamos bien?

Kellan me obsequió con una suave risa.

—¿No te he convencido antes de irme? ¿En serio? Porque parecías… convencida. —Sentí que el rubor invadía mis mejillas a la vez que los ecos de mi… convencimiento… resonaban en mi cabeza. Antes de que pudiera contestar, Kellan dijo—: Sí, Kiera… Creo que estamos mejor que nunca.

Incliné la cabeza hacia un lado y sonreí.

—¿Aunque Denny haya vuelto?

Me mordí el labio, lamentando tener que mencionarlo, pero segura de tener que hacerlo. No podíamos evitar las conversaciones difíciles. Y Denny tenía que dejar de ser un tema de conversación difícil.

Kellan exhaló un suspiro, pero sonó lleno de satisfacción.

—Sí, incluso aunque Denny haya vuelto. No sé por qué, Kiera, pero Denny ya no me preocupa en absoluto. Tal vez…, tal vez confío en ti de verdad.

Respiré al sentir cómo me quitaba un peso de encima.

—Me alegro mucho de oír eso, Kellan, porque no hay nada de lo que preocuparse. Nadie, nadie en absoluto, puede compararse contigo, Kellan. No te llegan ni a la suela de los zapatos.

Dejó escapar un gemido.

—Cuando dices esas cosas, haces que quiera volver a estar en la cama contigo.

Solté una risita y volví a sonrojarme, pero por un buen motivo.

Él se rió entre dientes y dijo:

—Yo siento lo mismo, Kiera. Para mí, no hay nadie que pueda compararse contigo… Nadie.

Cerré los ojos, emocionada más allá de toda duda por sus palabras, por su amor.

—Te quiero. Nos vemos en unas semanas.

—De acuerdo. Yo también te quiero.