21
Esperanza

Las semanas siguientes giraron en torno a mi hermana. Pasamos mis vacaciones de primavera refugiadas en el apartamento; yo intentaba convencerla de que fuera a visitar al médico, mientras ella me decía que no, vomitaba en el baño y después se iba a llorar a la cama durante horas.

Me sentaba con ella y le acariciaba el pelo. Le enseñaba el calendario de Hooters que estaba colgado en la pared, le decía lo guapa que era y que ése era su mes para brillar. Ya había llegado abril, y su preciosa cara ilustraba con orgullo ese mes para que pudiera verla todo el mundo. Ella, sin embargo, se quejaba de que ya se sentía hinchada y gorda, y de que el uniforme, ya de por sí ajustado, le quedaba más apretado cada día, así que acabó arrancando el calendario y guardándolo en la mesita de noche.

A diario esperaba que su trabajo no influyera en la decisión de quedarse con el bebé o no. En su restaurante tenía un estatus especial, al ser la única chica que había conseguido participar en el calendario. No estaba segura de que la dejaran seguir siendo camarera cuando empezara a notársele. Es decir, nunca había visto a una chica embarazada vestida con la camiseta ajustada y unos pantalones supercortos y apretados. No obstante, sabía que legalmente tenía sus derechos, y si se le ocurría poner su trabajo como excusa para interrumpir el embarazo, pensaba bombardearla con una lista de ellos.

Sabía que tenía que ir con pies de plomo con ella, así que, como sabía lo estresada que estaba ya, procuraba no hacer nada que pudiera hacerla saltar. Aunque era difícil. No podía culparla, estaba en una situación que daba miedo, era abrumadora, y, además, todos los días se enfrentaba a oleadas de hormonas que alteraban su ánimo. Aun así, le respondí bruscamente cuando me recriminó groseramente que el olor del café le daba ganas de vomitar y que tenía que dejar de prepararlo en casa.

Cuando le respondí a gritos, se echó a llorar, e instantáneamente me sentí mal y dejé de hacer café por las mañanas. Supuse que podría soportar unos cuantos días sin café, sobre todo si con eso ayudaba a convencerla de que podía ser madre. Y yo sabía que podía. Bajo esa fachada de chica despreocupada y pizpireta había una mujer con mucho amor que dar. Tal vez no hubiera encontrado al hombre adecuado para compartirlo, pero sabía que estaba ahí.

Incluso la invité a otro de los cursos de arte de seis semanas de Jenny. No tenía ni idea de por qué seguía apuntándome con ella. Supongo que por pena, pues aún me sentía mal por todo el asunto del viaje a Boise.

Anna vino conmigo a regañadientes, y se mostró enfurruñada y taciturna durante todo el tiempo que estuvo sentada a mi lado. Jenny enarcó una ceja al ver de ese humor a la chica que normalmente era jovial y feliz, pero no le preguntó nada. Quizá se imaginó por sí sola que Griffin se había comportado como un imbécil con ella. Y… definitivamente así había sido, aunque todavía no estaba al tanto de los detalles.

Nadie lo estaba. Anna seguía sin dejar que se lo contara a nadie, ni siquiera a Denny, que había reparado en su extraño comportamiento de inmediato. Probablemente porque había venido a recogerme para ir al cine, y ella no le había echado una mirada de odio. Apenas se había fijado en él y sólo había murmurado:

—Pasadlo bien. Al menos una de nosotras debería…

No dejaba de decir cosas así, como si acabaran de informarle de que padecía una enfermedad fatal y que sólo le quedaban nueve meses de vida. Le dije en multitud de ocasiones que tenía mucho apoyo y que podría seguir teniendo una vida después del niño, pero estaba bastante segura de que no me creía. No obstante, ella seguía embarazada, de siete semanas según los cálculos. Crucé los dedos con la esperanza de poder tener en mis brazos a mi sobrino o sobrina a finales de noviembre.

Con mal aspecto, Anna observó al profesor explicar el objeto de la lección de hoy. Entonces gruñó en voz alta cuando vio de qué se trataba. Ese día íbamos a pintar retratos, pero no de cualquier persona… sino de niños.

Puse los ojos en blanco y maldije nuestra mala suerte, mientras deseaba que hubiera sido un día de pintura abstracta. Anna pareció estar de acuerdo conmigo y se levantó ligeramente de su banqueta, como si fuera a marcharse.

Con el pelo recogido en una cola de caballo perfecta que le caía por la espalda, Kate ladeó la cabeza y le preguntó:

—¿Estás bien? Tienes mala cara.

Anna abrió los ojos de par en par, pero se sentó y cogió el lápiz. Cuando dos niños de diez años monísimos se sentaron para ser nuestros modelos esa tarde, suspiró y murmuró:

—Sí, estoy perfectamente.

Me tomé un segundo para al menos agradecer al universo que el modelo no fuera un bebé dormido. Eso podría haber llevado a Anna al límite.

Jenny ya estaba ocupada trabajando en su proyecto cuando el resto de nosotras finalmente empezó. Suspiré al verla dibujar con mano firme y sin errores la forma básica de una cabeza humana. La mía se parecía a la de un señor Potato. Seguía sin pillar el truco al realismo… y ésa era mi enésima clase.

Jenny me sonrió cuando yo suspiré resignada.

—Ya lo conseguirás, Kiera —dijo con dulzura, cualquier rastro de rencor entre nosotras había desaparecido.

Jenny tenía la virtud de no poder estar enfadada mucho tiempo. Además, había ido a ver a Evan mientras yo había estado de vacaciones. Me había llamado para ir a Texas con ella y Rachel, pero yo había tenido que quedarme con Anna, y asegurarme de que no hacía nada estúpido, y mi hermana, además, no quería ver a Griffin todavía. Aunque odiaba no poder pasar una semana con Kellan, le había dicho a Jenny que no. No creo que Jenny comprendiera por qué, pero cualquier resentimiento que hubiera tenido hacia mí había desaparecido cuando volvió.

Volví a suspirar, borré parte de la línea que acababa de dibujar.

—No sé por qué sigo viniendo a estas clases contigo. Nunca seré buena en esto. —Jenny soltó una risita, y me uní a ella—. Sólo intento encontrar cierta armonía.

Riéndose, Jenny señaló mi lamentable dibujo.

—Bueno, pues creo que necesitas más práctica, porque no veo mucha armonía ahí.

Le di una palmadita en el hombro, y después observé asombrada cómo ella seguía plasmando con gran realismo a aquellos dos modelos en el papel. A mí se me daba fatal, y a Kate no, pero Jenny… era extraordinaria.

Cuando acabó la clase, había conseguido dibujar algo que podría pasar por un mamífero. Aunque era mejor que el de mi hermana… que había dibujado un monigote. El de Kate estaba bien, algo desproporcionado, pero bien. El de Jenny me dejó sin aliento. Había decidido no dibujar los modelos que nos habían propuesto. Bueno, quizá sí los había dibujado, pero había preferido dibujarlos como bebés.

No estaba segura de si Jenny estaba teniendo un momento «Estoy enamorada de mi novio y quiero tener hijos con él algún día», o si quizás inconscientemente se había olido algo, pero los bebés en los que había convertido a los modelos eran perfectos. Casi reales.

—Vaya, Jenny, qué bien. —Fue todo lo que pude decir.

El ruido de un roce al otro lado me hizo volver a centrarme en Anna. Había apartado el taburete del caballete y miraba el dibujo de Jenny boquiabierta. Se puso una mano en el vientre, mientras los ojos se le humedecían lentamente.

Le puse la mano en el muslo derecho y Jenny preguntó:

—¿Estás bien, Anna?

Mi hermana asintió, sin mirar a la artista.

—Sí, es que… está muy bien, Jenny.

La rubia se volvió con alegría a mirar la cara de asombro de Anna.

—¡Gracias! Me alegra que te guste tanto. ¿Lo quieres?

Anna finalmente la miró, con una mirada cada vez más apesadumbrada.

—¿Me lo darías?

Jenny se encogió de hombros, y lo arrancó del bloc.

—Sí, simplemente estaba haciendo el tonto. —Lo enrolló y se lo entregó a Anna—. Toma, puesto que te conmueve tanto, deberías quedártelo.

Anna lo cogió con dedos temblorosos. Pensaba que iba a romper a llorar, víctima de la histeria y de su caos hormonal, pero consiguió controlarse y le sonrió.

—Gracias, lo cierto es que me gusta mucho.

Me acerqué a mi hermana y le pregunté discretamente si estaba bien.

Ella asintió.

—Sí.

Mirándome directamente a los hombros, señaló con el pulgar a su espalda.

—No estoy de humor. Creo que me vuelvo a casa a descansar.

Asentí y le di una palmadita en el hombro. Cuando se fue, Kate juntó las cejas, la confusión se leía claramente en sus ojos color topacio.

—Oye… ¿Tu hermana… está bien?

Sin poder dejar de pensar en la mirada de Anna al ver los bebés dibujados por Jenny, sonreí.

—Sí, sí, seguro que estará bien.

Como la mayoría de nosotros no tenía que trabajar hasta más tarde, fuimos a una de mis cafeterías favoritas. Al prohibirme Anna hacer el café en casa, había empezado a ir fuera a tomármelo. Era mucho más caro, pero era estudiante a tiempo completo con un trabajo a jornada completa. Lista o no, necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir.

Kate, Jenny y yo nos sentamos en un reservado al final, puesto que pensábamos quedarnos allí durante un rato. Rachel se unió a nosotras después de que Jenny le enviara un mensaje, y nuestra fiestecita de cuatro rápidamente se convirtió en una sesión de cotilleo sobre chicos. Kate estaba especialmente interesada y quería saberlo todo de nuestras relaciones, ya que ella no tenía ninguna.

Me mordí el labio y pensé en la mía. Pensé en Kellan y en lo que me estaría escondiendo. Había estado a punto de decírmelo un par de veces, y esa última vez, justo antes de nuestra sesión íntima por teléfono, se había quedado sin palabras.

Sus palabras volvían a mi pensamiento, mientras Rachel admitía en voz baja que Matt besaba muy bien.

«Santo cielo, esto es difícil…»

Las palabras de Kellan se mezclaron con el aviso de Denny en mi cabeza y se me formó un nudo en el estómago.

«Si crees que te engaña, Kiera… probablemente tengas razón…»

Ahora que, por fin, tenía oportunidad de pensar en ello y dejar en la recámara el estrés por mi hermana durante un rato, sopesé todas las conversaciones que había tenido con Kellan recientemente. Aunque siempre parecía encantado de hablar conmigo, anhelante y ansioso por excitarme…, también parecía acusar cierto desgaste y cansancio, como si soportara un gran peso sobre sus hombros.

No sabía a qué se debía, pero tenía la corazonada de que no era nada bueno, de que se había enamorado de otra persona y no sabía cómo decírmelo. Comprendía cómo podía haber pasado… Al fin y al cabo me había pasado a mí, pero me estaba matando que alargara el asunto, que se tomara su tiempo para romperme el corazón. Sin embargo, igual que Denny debía de haber pensado en algún momento, prefería que me lo contaba… prefería saberlo que estar siempre con la duda.

Empecé a caer en un pozo de desesperación sin remedio, y sólo pude quedarme mirando mi café con leche e ignoré las conversaciones que se desarrollaban a mi alrededor. Sentí que alguien apoyaba la mejilla en mi hombro y eso me devolvió al presente. Apoyando la cabeza en mí, Jenny me preguntó:

—¿Estás bien? Tienes el mismo aspecto que tu hermana.

Miré a Rachel y a Kate, que estaban inmersas en una conversación sobre con quién podía quedar Kate. Me giré a mirar a Jenny, fruncí la boca y pensé que podía comentarle algo. Acababa de ver a los chicos. ¿Habría notado alguna cosa? ¿Le habría dicho algo Evan?

La curiosidad fue superior a mí y finalmente pregunté:

—Cuando estuviste de visita con los chicos… ¿Cómo viste a Kellan?

Jenny parpadeó; claramente no esperaba mi pregunta.

—Pues, bien, creo. ¿Por qué?

Cabizbaja, me encogí de hombros.

—No sé. Es que tengo la sensación de que… quiere decirme algo.

—¿No estarás desviando tus propios sentimientos de culpabilidad? —La miré de soslayo y ella enarcó una ceja rubia—. Bueno, ya sabes, al fin y al cabo, tú no le has dicho que Denny estaba en la ciudad… ¿no? —Sacudiendo la cabeza, añadió—: Supongo que no sabe nada sobre cuánto tiempo pasáis juntos los dos solos.

—No, no le he contado nada, pero lo haré… —Se me humedecieron los ojos y la mueca de desaprobación de Jenny se desvaneció—. Primero necesito saber qué me oculta él —susurré.

El gesto de la cara de Jenny se suavizó y me rodeó con un brazo.

—Oye, Kiera, no pasa nada. Es decir, no noté nada sospechoso, y Evan me habría dicho algo si Kellan no… estuviera portándose bien.

Tragué saliva, y me sequé los ojos discretamente. Comprobé de reojo que las otras dos chicas seguían inmersas en su conversación, y murmuré:

—A Kellan se le da bien esconder cosas cuando le conviene… Evan no tenía ni idea de lo nuestro, ¿te acuerdas?

Con un suspiro, Jenny me acercó a su hombro.

—Sí, pero sé que Kellan te quiere demasiado… como para engañarte. —Lo dijo en voz baja, pero a mí me dio la impresión de que sus palabras retumbaron en la habitación.

Me encogí avergonzada, y tuve que volver a tragarme las lágrimas. Lo último que quería era derrumbarme delante de Kate y Rachel. No quería discutir ese tema en una mesa llena de gente. En realidad, quería desterrar esos pensamientos a la esquina más recóndita del cerebro donde nunca más pudiera volver a pensar en ello… Eso sería maravilloso.

Para intentar animarme, Jenny se atrevió a decir:

—Además, sólo lo vi hablando por teléfono contigo. ¿Haría algo así si te estuviera engañando?

Me quedé lívida.

—¿Hablaba por teléfono? ¿Mucho?

Con el ceño fruncido, asintió.

—Sí, contigo, ¿no?

Negué lentamente con la cabeza. La semana que Jenny y Rachel habían visitado a los chicos, mi hermana estaba hecha un desastre, así que apenas había tenido tiempo de hablar por teléfono, y, mucho menos, de tener largas conversaciones con Kellan. De hecho, sólo había podido hablar con él entrada la noche, después de que Anna se durmiera exhausta. Seguro que Jenny ya estaba dormida a esas horas, así que cuando Jenny lo había visto al teléfono no hablaba conmigo…

La agarré del brazo y me acerqué mucho a ella.

—¿Y de qué hablaba? ¿Sonaba… feliz, enamorado?

Se me quebró la voz con esa palabra y a Jenny incluso le brillaron sus ojos claros. Mientras movía de un lado a otro la cabeza, murmuró:

—Pensaba que estaba hablando contigo…

Casi presa de la histeria, le apreté el brazo:

—¿Qué decía?

Tragó saliva, volvió la cabeza para intentar recordar:

—No… No prestaba atención. —Volvió a tragar saliva, en esta ocasión con los ojos rebosantes de lágrimas de compasión—. Pero se reía. Parecía… bueno, feliz.

Como sentía que iba a empezar a hiperventilar, me levanté. Jenny quiso seguirme, pero la detuve con un gesto.

—Dame sólo… un minuto.

Me apresuré a entrar en el lavabo, con la esperanza de que Jenny y las demás no me vieran derrumbarme. Mi amiga acababa de confirmarme prácticamente mi mayor miedo. Kellan tenía una relación con otra, alguien que lo hacía reír. Y estaba segura de que sería preciosa…

Me tapé la mano con la boca para ahogar los sollozos, mientras me dejaba caer con la espalda pegada contra la fría pared de baldosas. Me abandoné por completo y dejé caer la cabeza entre las manos. ¿Cómo podía hacerme eso a mí? ¿Era una venganza por todas las veces que le había hecho daño? ¿Estaba el universo ensañándose conmigo por haber sido tan mala con Denny? ¿O Kellan era simplemente el adicto al sexo que Candy había descrito, y no podía evitarlo?

Quizás se había dado cuenta de que no podía estar meses sin acostarse con una mujer y había cedido. Ocurría todo el tiempo, así que no sé por qué me sorprendía. Quizá porque esperaba más de él o porque había esperado demasiado.

Sollozando incontrolablemente, dejé que todas mis dudas se transformaran en lágrimas.

—¿Kiera? ¿Estás bien?

Levanté la mirada y vi a una chica rubia en el umbral que me miraba desconcertada. No era la rubia que esperaba, sin embargo. No era Jenny… Era mi amiga de la universidad, Cheyenne. Me sequé los ojos, y rápidamente murmuré:

—No pasa nada.

Empecé a levantarme, y ella acudió a ayudarme.

—¿Estás segura? Pareces estar hecha polvo. —Abrió mucho los ojos—. ¿Ha ocurrido algo malo? ¿Va todo bien?

Me sentía un poco incómoda porque Cheyenne y yo teníamos básicamente una relación académica, así que hice un esfuerzo por recomponerme e insistí.

—No, no pasa nada. Estoy bien.

Echó los hombros hacia atrás y me miró a los ojos.

—Algo ha pasado, así que no me digas que estás bien. —Con un gesto más dulce, dijo—: Sé que no hace mucho que nos conocemos, Kiera, pero puedes contarme lo que sea.

Su gesto me hizo sonreír, y aliviada por la calidez de su tenue acento, me apoyé en la pared y me sequé los ojos.

—Es sólo que… Bueno, creo que Kellan se está viendo con otra persona.

Oírme pronunciar esas palabras en voz alta, admitir mi miedo ante alguien fue como si me abrieran en canal. La primera reacción de Cheyenne fue abrazarme.

—Oh, vaya, Kiera, lo siento mucho. —Se apartó un poco para poder mirarme, con un gesto cálido y cercano—. Sé que te gustaba de verdad, ¿estás segura?

Me encogí de hombros y suspiré.

—No, no estoy segura de nada ahora mismo… excepto de que los hombres dan asco.

Resoplé y sonreí un poco, pero Cheyenne torció la boca.

Retrocedió y se pasó los dedos por el pelo. Casi parecía nerviosa y la miré con un gesto de duda. Tragó saliva y miró el baño vacío en el que estábamos.

—Puede que suene idiota, pero creo que eres realmente genial, lista y divertida, y sé que te van los chicos, pero me preguntaba si…

Se me abrieron los ojos como platos mientras la escuchaba. ¿Intentaba decirme que le gustaba? ¿Quizá no estaba tan equivocada de pensar que tenía cierto interés en mí? Mientras sopesaba cómo rechazarla con cuidado, pues no tenía ninguna experiencia en ese tipo de relaciones, di un paso adelante.

—Eh, Cheyenne, me caes muy bien, y me gustas… —Evidentemente se emocionó, pero yo no pude evitar tartamudear mientras pensaba cómo cambiar lo que había estado a punto de decir—. No, es decir, sí, bueno, no de ese modo, a ver, claro, me gustas…

Aunque mis explicaciones dejaban patente lo perdida que estaba, a Cheyenne no pareció importarle. Le había dicho que me gustaba, y eso le bastó. Así que, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo:

—¡Sí, a mí también me gustas!

Y sin más dilación me agarró la cara con las manos. No supe reaccionar. Nadie te da clases sobre qué hacer en ese tipo de situaciones, pero no iría mal.

Se acercó a mí y presionó los labios con fuerza mientras se me acercaba cada vez más. Tuve el tiempo justo para pensar «Vaya esto es diferente», antes de apartarla de un empujón. Se quedó boquiabierta, mirándome perpleja. Me di cuenta de que estaba muy avergonzada, pero no podía hacer nada excepto intentar comprenderla. Encajar el rechazo no era sencillo.

Se alejó de mí, balbuceando:

—Lo siento, oh cielos, lo siento. Pensé que tú… bueno, lo siento mucho.

No pude evitar resoplar al ver que ni siquiera podía tener una relación normal con las personas de mi propio sexo, así que sacudí la cabeza.

—No, soy yo quien lo siente. No quería hacerte pensar… —Respiré hondo y opté por ser rotundamente sincera—. No me atraen las chicas, Cheyenne. No pretendo ofenderte, pero es que me gustan los hombres… incluso los que andan por ahí flirteando con otras.

Suspiré con tristeza cuando se puso muy colorada.

—Por supuesto, ya lo sabía… De verdad que sí. Tienes novio y lo quieres. Simplemente me he dejado llevar por el momento… Y lo cierto es que ya hace un tiempo que me gustas… —Cerró los ojos y dejó caer hacia atrás la cabeza—. Oh Dios, pero qué idiota soy.

Me di cuenta de lo parecidas que éramos, y me eché a reír, mientras negaba con la cabeza.

—No, no lo eres, y no pasa nada, Cheyenne… de verdad.

Con un gemido, volvió a mirarme.

—Bueno, supongo que no querrás volver a verme nunca más.

Parpadeé extrañada.

—¿Por qué crees eso?

Señaló bruscamente con las manos el sitio en el que habíamos tenido nuestro momento especial.

—Porque me aproveché de la situación. —Sonrió con tristeza—. Porque me gustas.

Bajé la mirada y volví a negar con la cabeza.

—Que no te quepa ninguna duda de que quiero seguir viéndote —dije levantando la mirada—, pero como amiga y compañera, eso es todo lo que puedo ofrecerte… Lo siento.

Se le humedecieron los ojos, pero sonrió.

—Lo sé. Siempre he sabido que las cosas eran así. Supongo que simplemente tenía la esperanza de…

Asentí, sin saber qué más decir. Tras haber pasado suficiente vergüenza por un día, agarró el pomo de la puerta.

—Bueno, creo que debería irme.

Abrió la puerta y me dijo con una ceja levantada.

—Sigue en pie lo de estudiar juntas la semana que viene, ¿no?

Conteniendo un suspiro, sonreí.

—Sí, claro.

Sabía que, a partir de ese momento, tendría que ir con más cuidado con ella, no quería hacerle daño en modo alguno. Además, sabía por experiencia que no puedes elegir de quién te enamoras.

Mientras se alejaba, pensé que el encuentro había tenido una consecuencia positiva: me había sacado de mi momento de agonía, eso desde luego. Y ahora podía tachar «Que me bese una chica» de mi lista de cosas que hacer antes de morir.

Seguía desconcertada cuando volví a casa después de mi turno en el bar. No había mencionado el incidente del beso a mis amigas al volver a la mesa, y, en realidad, cuando volví, sólo les importaba saber por qué me había ido. Jenny no les había dicho nada sobre nuestra conversación y le di las gracias por ello.

Me preguntaba si Cheyenne sería un problema en la facultad a partir de entonces, la sustituta de Candy, ahora que nuestros caminos por fin se habían separado. De hecho, lo último que había oído era que Candy se había quedado embarazada. Parecía una epidemia esos días.

Me reafirmé en mi idea cuando abrí la puerta de mi dormitorio y me encontré a una chica embarazada sentada en mi cama. Sorprendida de que Anna siguiera despierta a esas horas, cuando últimamente había empezado a irse a la cama bastante pronto, me senté a su lado.

Con cara triste pero serena, me miró.

—He tomado una decisión.

—¿Y? —Aguanté la respiración, esperando su respuesta.

Me miró a la cara durante unos segundos que parecieron años. Con una media sonrisa, finalmente me dijo:

—No sé si me quedaré al bebé o no… pero no lo mataré. —Se encorvó y se miró las manos que tenía sobre el regazo—. No puedo —susurró, mientras posaba una mano sobre el abdomen.

Se me humedecieron los ojos, y me lancé a abrazarla.

—Estoy muy contenta, Anna.

Asintió mientras me devolvía el abrazo; yo le acaricié el pelo suavemente, como solía hacer mamá cuando éramos pequeñas y estábamos asustadas.

—Todo irá bien, Anna. Estoy aquí. Te ayudaré.

Me sonrió cuando la aparté.

—Tengo cita con el médico la semana que viene. ¿Vendrás conmigo?

Asentí y volví a abrazarla.

—Pues claro, claro que iré contigo. —Me aparté un poco y levanté las cejas—. ¿Puedo decírselo ya a alguien? ¿A Kellan? ¿O a Jenny?

Anna inmediatamente sacudió la cabeza.

—No, todavía no. —La miré con el ceño fruncido y ella suspiró, mientras se dejaba caer—. Mira, no sé si quiero criar a este bebé, Kiera, y, ahora mismo, no quiero tener a un millón de personas dispuestas a darme su opinión.

Me miró con un brillo de determinación en sus ojos verde jade.

—Quiero que sea una decisión exclusivamente mía, y quiero tomarla antes de que el mundo me condene por ella.

Mientras suspiraba, le acaricié el pelo.

—Sí, bien… No diré nada. —Ella permaneció en silencio un momento y añadí—: ¿No crees que Griffin debería saberlo? ¿No crees que tiene derecho?

Se quedó observando fijamente las manos, incapaz de mirarme a mí.

—Sé que no lo aprobarás, Kiera, pero si decido darlo en adopción… —hizo una pausa y me miró—, Griffin nunca sabrá que es el padre. Nunca lo admitiré y lo negaré si alguien dice lo contrario.

Al ver su mirada decidida, sacudí la cabeza.

—¿Por qué, Anna? ¿Por qué no quieres que lo sepa?

Apartó la mirada y se encogió de hombros.

—Es mi última palabra, Kiera. —Volvió a levantar la mirada y se encogió de hombros—. Si me lo quedo… se lo diré, ¿te parece bien?

Asentí, con la esperanza de poder convencerla más adelante. Dejando a un lado lo que pudiera pensar de Griffin, tenía derecho a saber que tenía un hijo o una hija en el mundo. No estaba segura de cómo reaccionaría a la noticia, pero había que decírselo.

Me temo que Anna intuyó lo que pensaba por mi mirada, porque frunció los ojos.

—Lo digo en serio, Kiera. No se lo puedes decir a nadie.

Suspirando, me encogí de hombros.

—No lo haré… Te lo prometo.

Satisfecha con esas palabras, se levantó y me dejó sola en la habitación; la cabeza me daba vueltas por el drama que parecía gravitar a mi alrededor, como si fuera un planeta lleno de dolor, que atrajera el desasosiego a mi órbita.

No obstante, el humor de mi hermana mejoró un poco, así que el estrés en casa también disminuyó. La semana siguiente me reuní con Cheyenne y la invité a trabajar juntas en nuestros proyectos. Ella asistía a clases de poesía avanzada en su último cuatrimestre, y yo, a otras de redacción avanzada. Era duro y, además de mis otras clases, también trabajaba en conseguir tres cartas de recomendación y vérmelas con un ejemplo de escritura crítica para graduarme.

Aunque disfrutaba de la universidad, estaba muy cansada y lista para que se acabara dentro de mes y medio.

Igualmente desbordada por su propia carga de trabajo, Cheyenne entendía mi dolor. Nos reíamos por el trabajo de poesía que había tenido que presentar el cuatrimestre previo, y, que, en realidad, apenas podía considerarse un trabajo de nivel universitario. Sentada delante de mí en mi desvencijada mesa plegable, con los libros y papeles esparcidos ante nosotras, Cheyenne suspiró y yo me incliné hacia atrás en la silla.

Empecé a trabajar en mi artículo cuando ella me preguntó:

—Oye… Perdona por besarte la semana pasada.

Mirándola de reojo, mientras sentía que se me ponían coloradas las mejillas, sacudí la cabeza.

—No te preocupes.

Se mordió el labio y bajó la mirada para volver a sus propias tareas.

—Sí, bueno, gracias por no asustarte y por no dejar de hablarme… Habría sido un auténtico asco.

Me reí por su comentario, después negué con la cabeza.

—Yo he hecho muchas cosas impulsivas que he lamentado después… —Suspiré—. Lo entiendo, de vedad, y nunca te haría sentir mal por algo semejante.

—¿Tú? ¿Impulsiva? —Soltó una risita—. Y que lo digas.

Le lancé un lápiz, y torcí el gesto por su cara de diversión. De algún modo me recordaba a la de Kellan.

Mi hermana entró en la habitación un par de segundos después, vestida con pantalones de chándal y una camiseta holgada. No había engordado todavía, pero intentaba ocultar la barriguita que ya tenía. No tenía ni idea de qué explicaciones iba a dar en el trabajo cuando fuera creciéndole la tripa. Su plan por el momento era que la vieran comiendo constantemente, para poder decir que el aumento de peso se debía a comer demasiado. Sí, eso podía funcionar… al menos durante los primeros meses.

Estaba chupando una piruleta, que yo sabía que había encontrado en una tienda llamada «Pregger Pop» y que supuestamente aliviaba las náuseas. Me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Alguien te ha besado, Kiera? Oh, se lo pienso decir a Kellan. —La miré furiosa, diciéndole sin palabras que no debía decir ni una palabra; ella se sonrojó, y dijo rápidamente—: Bueno, o no.

Cheyenne empezaba a parecer algo incómoda y lancé una mirada de reproche a mi hermana, deseando que pudiera tener un poco más de tacto. La pobre chica ya se sentía suficientemente mal, no necesitaba que Anna metiera el dedo en la llaga.

Con aspecto de estar realmente arrepentida, Anna apoyó una mano sobre el hombro de Cheyenne.

—Oye, no te preocupes tanto… todo el mundo besa a Kiera.

Di un manotazo a Anna en el brazo, pero Cheyenne se rió y respondió con picardía:

—No me extraña, es toda una monada.

Ambas empezaron a reírse mientras yo sacudía la cabeza. ¿Ahora resultaba que el pasatiempo favorito de todo el mundo era avergonzarme? Anna se acercó y me dio un beso en la cabeza al ver la expresión de mi cara. Aunque estaba feliz de que recuperara el buen humor, no me emocionaba volver a ser el objeto de sus bromas.

Me sonrió y entonces se puso más seria.

—Oye, es hora de ir a lo… mío.

Se encogió de hombros, sabía a qué se refería: la primera cita con el médico. Respiré hondo, asentí y empecé a recoger mis cosas. Cheyenne pilló la indirecta y empezó a recoger las suyas también. Nos acompañó al aparcamiento, y sonrió cuando abrí el coche de Kellan.

—El coche es genial… Nos vemos, Kiera —dijo arrastrando las palabras.

Sonreí por su comentario y me despedí con un gesto de la cabeza. Sí, el coche era llamativo y era divertido de conducir también. Nunca se lo diría a Kellan, pero lo había cogido para dar unas cuantas vueltas.

Anna permaneció callada durante el trayecto, jugueteando con la cremallera de su chaqueta fina. Le sonreí para intentar tranquilizarla, y en cierto modo me recordaba a cómo estaba y me sentía cuando ella misma me llevó contra mi voluntad a ver a Kellan un año antes. Había estado muy nerviosa esa noche, la noche en la que habíamos vuelto a estar juntos, por no saber si querría verme o si podría verlo yo, pero todo aquello había acabado bien, y estaba segura de que esto también acabaría igual.

Cuando llegamos a la consulta del doctor, Anna soltó un largo y vacilante suspiro. Le puse la mano en el hombro.

—Anna, tranquila, estoy aquí.

Me sonrió y asintió.

—Está bien, hagámoslo.

«Hacerlo» resultó ser un poco aburrido. Principalmente consistía en esperar y rellenar papeles. Anna parecía incómoda al ver a las otras mujeres embarazadas de la sala de espera, y prefirió concentrarse en su ejemplar de la revista Cosmo. Miré todas las barrigas que me rodeaban e intenté imaginar a mi hermana así, o incluso a mí. La vida ya era suficientemente caótica, así que era difícil imaginar tener un bebé en medio de todo eso. Me sentí más unida a ella, y le tomé la mano mientras esperábamos.

Una vez que entramos, tuvimos que esperar un poco más. Anna miraba horrorizada el póster de un bebé dentro de un útero, colgado de una pared

—Oh, Dios mío, Kiera, ¡mira qué grande que es! —Se volvió para mirarme, con sus preciosos ojos abiertos a más no poder—. ¿Cómo demonios va a salir esa cabeza por este agujero?

Señaló su propio vientre y yo le hice un gesto para que moderara el tono.

—No sé, Anna, pero las mujeres lo hacen todos los días, así que debe funcionar… de algún modo.

Cerró los ojos y se apoyó contra mi hombro.

—Sí, y será como una puta tortura.

Chocó levemente el hombro con el mío y fruncí los labios.

—¿No crees que podrías moderar tu lenguaje un poco? Llevas a un embrión impresionable dentro de ti, después de todo.

Puso los ojos en blanco.

—No puede oírme, no tiene orejas todavía. —Abrió los ojos un poco—. ¿O sí? —Mirando a su estómago, murmuró—: Lo siento, pequeño, mami es una bocazas.

Contuve una sonrisa de alegría porque se hubiera referido a sí misma como mami. Nunca lo había hecho antes. Aunque, prudentemente, no hice ningún comentario al respecto. Anna estaba ya en un estado suficientemente frágil.

Salté de la camilla cuando el doctor entró y Anna inmediatamente me agarró la mano, para obligarme a que me quedara a su lado. Le hicieron docenas de preguntas, y acercó una máquina que parecía un instrumento de una cámara de torturas… o de un sex shop. Anna miró al doctor con curiosidad.

—Eh, ¿cómo se usa eso?

El doctor levantó un instrumento con forma fálica conectado a un ordenador portátil.

—Es demasiado pronto para hacerte una ecografía tradicional, así que te la haremos por vía vaginal. —Sonrió mientras preparaba la máquina—. ¿Lista para ver el latido del corazón de tu bebé?

Anna se apoyó en los codos, arrugando el papel que forraba la camilla.

—¿Lo ves?

El doctor asintió y, curiosa, Anna le dejó hacer lo necesario con la extraña máquina. Momentos después, mi hermana tuvo ante ella la primera imagen de su hijo. Rodeado de un mar negro, una pequeña mancha gris palpitaba repetidamente, como si dijera hola en código Morse. Anna se quedó boquiabierta.

—¿Eso es el…?

El doctor asintió, y señaló la mancha que podíamos ver claramente.

—Sí, eso es el corazón, fuerte y constante… Perfectamente normal.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y Anna me estrechó la mano. Cuando bajé la mirada, vi que tenía una mano en el estómago y que estaba llorando.

—Oh, Dios mío, Kiera… —Volvió a mirar con los ojos abiertos de par en par—. ¡Hay algo vivo dentro de mí!

Me reí con su respuesta y le di un rápido abrazo.

—Sí, lo sé, Anna. —Me agaché para darle un beso en la cabeza—. Y será precioso, como su madre.

Se rió y una lágrima le rodó por la mejilla. Creo que fue la primera lágrima de felicidad de Anna que había visto últimamente. Y me dio esperanzas.