Después de que Denny se fuera, me fui a la cama con la nota agarrada entre los dedos. Sabía que Kellan me la había escrito en otoño, antes de que las cosas cambiaran entre nosotros, pero logró reconfortarme. Incluso entonces, ya había imaginado que algo podía distanciarnos mientras él estaba de viaje. Lo sabía, y me había rogado por anticipado que no lo abandonara. Y yo no quería hacerlo. Lo amaba. Deseaba la vida que él había descrito en la nota, pero también necesitaba confiar en él.
El teléfono sonó junto a mi cama a primera hora de la mañana siguiente. Seguía agarrando la nota con los dedos ya entumecidos y a tientas conseguí descolgar el ruidoso aparato antes de que saltara el contestador automático.
Me respondió una voz llena de calidez.
—Feliz aniversario.
Sonreí y me puse boca arriba, con la imagen de los ojos azul oscuro que iban con la voz en mi cabeza.
—Kellan, no tienes que decírmelo cada vez que llames.
Soltó un suspiro, un sonido tenue que casi pasó desapercibido por el chirrido de un colchón.
—Lo sé, pero sigo sintiéndome muy mal por habérmelo perdido, por no haber podido coger un vuelo hasta donde estabas. Un año juntos es algo importante, y de verdad quería verte…, pero cada día tenemos cosas nuevas que hacer…
Apreté los labios. Ya me había dicho antes que habían surgido nuevas tareas relacionadas con el disco. Justo cuando pensaba que podría escaparse, la compañía de discos aparecía con un nuevo impreso que tenía que firmar o algún añadido al contrato. También querían aprobar formalmente cada canción antes de dar el visto bueno para la grabación. A Kellan no le emocionaba que una empresa tuviera la última palabra sobre su música, pero grabar un álbum era caro, y el estudio tenía que asegurarse de que conseguían los mayores beneficios con su inversión. Económicamente, tenía sentido, pero también hacía mucho más difícil el proceso de grabación. Especialmente porque querían tener aprobadas todas las canciones antes de que el grupo se trasladara a Los Ángeles en mayo, por lo que ni Kellan ni los demás tenían un margen de tiempo muy amplio.
Entendía su situación… pero de verdad me habría gustado pasar mi aniversario con mi novio, no con una botella de Nyquil.
—Tenías buenas razones, Kellan. Además, me encontraba bastante mal, y te acordaste de enviarme flores.
Sonreí al acordarme de ellas, pues las había colocado en la otra habitación, pero Kellan volvió a suspirar.
—Sí, bueno, flores que no recibiste a tiempo. Me supo fatal, estaba seguro de que te encontraría en el local de Pete un sábado por la noche.
Entonces fui yo la que suspiró.
—Está bien, Kellan, no le des tanta importancia.
—Es que para mí la tiene, Kiera. Siento mucho que las cosas salieran así. Pienso compensártelo, en cuanto pueda… Te lo prometo.
Me puse de lado y apoyé la cabeza en el hombro. Se hizo un momento de silencio entre él y yo. Un momento que empezó a llenarse de tensión, mientras me daba cuenta de el muro de ladrillos que nos separaba, tanto físicos, como emocionales. Apretando la mano en la que sujetaba el papel, susurré:
—Ayer por la noche encontré tu última carta, la que estaba en el sofá.
Silencio, volví a oír el chirrido de un colchón mientras se acomodaba.
—Ah sí… ¿Y?
Percibí inseguridad en su voz, como si pensara que tal vez había ido demasiado lejos al admitir abiertamente que quería casarse conmigo. Tal vez pensaba que yo no quería lo mismo, o que incluso esperaba casarme con Denny algún día, puesto que ése había sido nuestro plan no oficial.
—¿De verdad crees que tenemos futuro?
—Sí, claro que sí, Kiera… Siempre. ¿Y… tú?
—Sí.
Cuando recordé los miedos que había confesado a Denny la noche anterior, miedos a los que él había dado pábulo con su silencio, una idea empezó a matizar mi respuesta. Dado que en mi mente sólo podía oír «Si crees que te está engañando, probablemente sea así», rápidamente respondí:
—Tal vez… algún día.
Mientras daba tiempo a Kellan para que asumiera mi tibia respuesta, el silencio incómodo al teléfono se hizo aun mayor. Como odiaba la tensión que noté en el estómago, susurré:
—Te echo de menos.
Su respuesta fue inmediata.
—Yo también te echo de menos. Sé que nos vimos hace sólo un par de semanas, pero no fue suficiente, ni de lejos… De verdad, te echo muchísimo de menos.
Al oír la melancolía de su voz, junté las cejas y apreté los labios:
—¿Kellan? ¿Estás… bien?
El corazón me iba cada vez más rápido mientras esperaba su respuesta. Aunque sólo hizo una pausa durante unos segundos, a mí me pareció una eternidad.
—Sí… pero estoy exhausto. No me había dado cuenta de lo… agotador que sería esto. Siempre en la carretera, siempre lejos de casa, siempre teniendo que tratar con… gente. Sé que es pronto para ti y probablemente querrás volver a dormir, pero ¿puedes quedarte al teléfono un poquito más? Necesito… sólo quiero escuchar tu respiración durante un rato.
Mis sentimientos hacia él fueron más fuertes, deseé poder rodearlo con mis brazos, estrecharlo entre ellos con fuerza… Besarlo.
—No tengo que hacer nada más importante que estar aquí contigo, Kellan.
Oí unos crujidos mientras soltaba el aire satisfecho.
—Bien, te quiero, Kiera. Me parece que ha pasado una eternidad desde que te abracé, desde que hice el amor contigo.
Me sonrojé ligeramente, después recordé que sí había pasado bastante tiempo… desde Nochebuena concretamente.
—Sí, ha sido una eternidad, Kellan.
Esperando y rogando porque mi última vez hubiera sido también la suya, tragué saliva. En medio del silencio, oí otro chirrido de un colchón.
—¿Dónde estás? —le pregunté, con el vello de punta al pensar que estaba llamando desde una habitación de hotel, y no precisamente la suya.
Soltó un ruido sensual de satisfacción.
—En el autocar, en el dormitorio trasero. Todos los chicos se han ido, así que me he colado en la cama de Griffin. —Soltó una carcajada—. No podía pasar ni un momento más en esa litera minúscula.
Al imaginármelo en un sitio en el que Griffin hacía… bueno, las cosas que solía hacer, no pude evitar una mueca. Después, al imaginármelo adormilado, tumbado en una cama, sonreí. Sentí un cosquilleo de deseo y le susurré:
—Entonces… ¿Estás solo? ¿Completamente solo?
—Sí… ¿Por qué?
Dejé caer la carta sobre la cama, me cubrí los ojos con las manos. Santo cielo, no podía pedirle que intimáramos por teléfono, simplemente no podía; pero cada vez nos alejábamos más… lo sentía. Y quizás un momento de reconexión era exactamente lo que necesitábamos en ese momento.
Aunque me avergonzaba por estar asustada, dije en un tono agudo:
—Quiero… ¿Estarías dispuesto a…?
Se me secó la boca y no pude acabar la frase. Kellan me preguntó lentamente:
—¿Qué ocurre, Kiera?
Cerrando con fuerza los ojos, me tumbé de espaldas y fingí ser Anna. Ella no tenía problemas en pedirle a Griffin que tuvieran sexo por teléfono. Oh, Dios mío, de verdad deseaba no haber tenido esa idea. Suspirando, me obligué a pronunciar esas palabras.
—Siento que vamos a la deriva, que nos alejamos, Kellan, y yo sólo quiero sentirme más cerca de ti…
Kellan me cortó.
—Lo siento, Kiera. Me siento culpable. Es que… Creo que debería… Deberíamos hablar sobre… Ah, esto es muy difícil…
Se me humedecieron los ojos, pero me negué. No, no quería que me rompiera el corazón en ese momento. Quería que me hiciera sentir mejor. Quería que me hiciera sentir que estábamos en completa sintonía, completamente enamorados y unidos. Quería sentirme adorada de nuevo, aunque sólo fuera durante un momento.
—No, no, Kellan. Lo que ahora me apetece no es hablar contigo, sólo quiero que me hagas sentir bien…
Su lado de la línea se quedó en silencio. Después, respondió:
—Kiera, me estás pidiendo que… ¿quieres que te haga el amor?
Gemí ligeramente mientras sus palabras me recorrían el cuerpo. Sabía que estaba usando el sexo como diversión, como hacía a veces. Era muy consciente de que estaba dejando de lado nuestros problemas, y también sabía que si lo presionaba en ese momento, de verdad lo presionaba, probablemente conseguiría que se sincerara conmigo. Pero… No estaba lista para oír sus pecados. Y había pasado mucho tiempo… tanto… Si simplemente pudiéramos fingir…
—Sí —susurré con una voz áspera—, hazme sentirlo, Kellan… Hazme sentir como si fuera tu mujer…
—Oh, Dios mío, Kiera… Te deseo tantísimo…
Me acaricié el cuerpo, todos los sitios que a él el gustaba tocarme. Mi aliento se aceleró y susurré:
—No sé qué debo hacer, Kellan.
Me gimió al oído, y ese sonido hizo que todo mi cuerpo suspirara por él. Con los ojos cerrados con fuerza, no me costó imaginar que mi mano era la suya. Especialmente con su voz en mi oído, guiándome.
—Quítate la camiseta, cariño. Necesito lamerte tus bonitos pechos…
Pasó media hora más antes de que finalmente me dejara tener la explosión que mi cuerpo había anhelado. Me había mantenido al límite, atormentándome, diciéndome exactamente adónde ir, qué tocar. Y siempre me decía que lo estaba haciendo él, así que no me sentía estúpida, ni cohibida. No obstante, dejó de importarme unos quince minutos antes. Y, en realidad, dejó de importarme en absoluto cuando él empezó a tocarse a sí mismo. Y su voz cuando se corrió… Dios, todavía resonaba en mis oídos.
Buscando a tientas el teléfono, tardé un minuto en darme cuenta de que estaba hablando conmigo.
—Hola, ¿sigues ahí?
Soltó una risita y noté que la vergüenza volvía a poder conmigo. No obstante, conseguir mantenerla a raya.
—Sí, lo siento. —Yo también me reí—. Me he distraído un poco.
Soltó un gemido de satisfacción a mi oído: un sonido delicioso.
—Sí, lo sé. Vaya, ha sido increíble, Kiera… Has estado increíble.
Como no sentía que hubiera hecho nada especial, murmuré:
—¿Estás seguro? Porque ha sido la primera vez que hago algo así…
Él suspiró y se rió.
—Bueno, teniendo en cuenta que no me he corrido con tanta intensidad yo solo desde hace mucho… sí, ha sido perfecto. Y para mí también ha sido la primera vez.
Me sorprendió tanto que me senté en la cama.
—¿Nunca habías practicado sexo por teléfono antes?
Me puse colorada al darme cuenta de la soltura con la que se lo había preguntado.
—No… ¿por qué te sorprendes tanto?
Apreté los labios al recordar las ardientes palabras que había usado para avivar el deseo de mi cuerpo, y recordarme qué hacer para sentirme bien. De hecho, le había salido de forma tan natural que podría haber parecido que se dedicaba profesionalmente a ello. Quizá ser una persona de mente abierta tuviera también sus aspectos positivos.
—Porque has estado genial.
—Genial, ¿de verdad?
No acabó lo que iba a decir, y en lugar de eso soltó un juramento.
Enarqué las cejas.
—¿Kellan? ¿Va todo bien?
Sonaba como si se moviera a toda prisa, y murmuró:
—Sí… es que… los chicos acaban de volver. Tengo que ir… a limpiarme. Lo siento.
Se me ruborizaron las mejillas al imaginarme la pinta que tendría en ese momento. Me envolví el cuerpo desnudo con las sábanas: sólo pensar en que alguien me encontrara así me hacía ponerme colorada.
—Ah, vale, te quiero.
Entre risas, me dijo que él también me quería, después colgamos. Dejé el teléfono en la mesita de noche y me estiré bajo las sábanas, mientras recordaba cómo gemía mi nombre. Durante todo ese tiempo, me sentí completamente feliz y relajada, con la esperanza de que esa sensación durara bastante.
Sorprendentemente, así fue,. Me sentía en el séptimo cielo y como flotando conforme pasaban los días. Cheyenne se dio cuenta y me preguntó si tenía algo que ver con la rosa con la que jugueteaba en clase de poesía. Sonreí animada a la chica y le dije que sí. No tenía ni idea de cómo Kellan había conseguido apañárselas, pero cada día desde nuestra conversación caliente por teléfono, se me acercaban completos extraños y me daban una sola rosa roja. En ocasiones ocurría allí mismo, en la escuela, y otras veces, en el trabajo. Una vez incluso en Starbucks. Era casi como si Kellan quisiera asegurarse de que no me perdía otra vez.
El mismo miércoles después de nuestra llamada de teléfono ya tenía un jarrón con catorce rosas en casa. Si seguía a ese ritmo, tendría que comprar más jarrones. Y probablemente tendría que mudarme. Mi hermana últimamente estaba de muy mal humor y ponía los ojos en blanco con cada gesto romántico de Kellan. Incluso me había soltado que el apartamento apestaba por culpa de las flores. ¿En serio? ¿Cómo podía ser posible?
Intenté no presumir, puesto que parecía bastante irritada porque Griffin no daba señales de vida… en absoluto, pero esperaba que su buen humor mejorara pronto. ¿Tal vez si no lo hacía, podría ir a tomar algo con Denny?
Por fin había encontrado un sitio donde instalarse y era… impresionante. Se trataba de una casa en una zona residencial apartada en Queen Anne Hill. Las casas de allí eran muy bonitas, y Denny tenía unas vistas geniales de la ciudad. Me quedé boquiabierta cuando me enseñó el sitio.
Después de clase, ese día, pensaba ir con él a elegir muebles. Tenía buen ojo para la decoración, puesto que eso estaba muy relacionado con el marketing. Creo que sólo me había invitado para asegurarse de que yo estaba bien.
No había dicho nada sobre mi mejoría desde la noche en que lloré en sus brazos, la noche en que él había encontrado la carta de amor de Kellan, pero me observaba como un pequeño halcón, a la espera de que alguien volviera a quebrarme de nuevo. Me sentía mal por haber cedido ante él, por haber admitido mis miedos, así que para compensarlo exageraba mi alegría, aunque pareciera forzada. En consecuencia, me llamaba mucho, y me invitaba mucho a salir.
No me importaba. Disfrutaba pasando el tiempo con Denny… Siempre lo había hecho.
Como el cuatrimestre de invierno se acababa, aquél era el último día de mi clase de poesía. Abracé a Cheyenne y le di las gracias por ayudarme a aprobarla. Estaba segura de que no habría podido acostumbrarme a las florituras del lenguaje sin su ayuda.
—No tienes de qué preocuparte, Kiera. ¿Crees que en el próximo cuatrimestre, podremos seguir juntas y estudiando mientras tomamos un café?
Como sabía que mi cuatrimestre de primavera era igual de difícil que el último, solté un largo suspiro.
—Sí, por supuesto.
Mientras decía adiós a la exuberante rubia, me dedicó una cálida sonrisa. Era una sonrisa extremadamente cariñosa, que me hizo torcer el gesto. Esa sonrisa me había parecido quizá demasiado… afectuosa.
Mientras me despedía de otras personas a las que había conocido en clase, esperé, para mis adentros, que Cheyenne no se hubiera entusiasmado demasiado conmigo. No estaba segura de si le iban más los chicos o las chicas, porque no es un tema que salga habitualmente en una conversación casual. No obstante, cuando hablábamos sobre Kellan, a menudo mencionaba a un ex que había tenido hacía años en el instituto. Estaba bastante segura de que se refería a un chico. En modo alguno querría herir a otra persona en mi vida.
No obstante, tal vez estaba dándole demasiadas vueltas al asunto. Cheyenne era amiga de todo el mundo en clase. Y yo no era exactamente una belleza como para caerse de espaldas, por la que todo el mundo suspirara. No, ése era Kellan… Yo no.
Mientras me reía de mí misma, me dirigí al aparcamiento donde Denny iba a recogerme. Como sabía que íbamos a ir de compras, había dejado a la «nena» de Kellan aparcada a salvo en mi plaza de aparcamiento, y había dado instrucciones concretas a mi hermana de que no se la llevara a dar un paseo. Malhumorada y cansada, se limitó a encogerse de hombros y murmuró:
—Vale, vale.
Denny me hizo un gesto con la cabeza mientras salía de su coche.
—¿De que te ríes?
Caí en la cuenta de que seguía pareciéndome ridícula la idea de que una persona estuviera enamorada de mí, y meneé la cabeza.
—Me acabo de dar cuenta de que me doy demasiada importancia.
Apretando los labios, Denny sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco. Era una expresión adorable y sonreí burlona.
—Claro, tu autoestima es tan… irritante. —Me dedicó una sonrisa encantadora y sincera—. Deberías trabajar en tu modestia.
Le di una palmada en el hombro, y me reí mientras abría la puerta de su coche. Cuando me senté en el lujoso asiento color crema, anhelando ya la comodidad de la calefacción, lo miré mientras ocupaba su asiento en el lado del conductor. Se fijó en la flor que llevaba en la mano cuando arrancó el coche.
—¿Es de Kellan?
Me miró con una de sus cejas morenas enarcadas mientras yo dejaba la flor en el salpicadero.
—Sí —dije, sin mucha convicción.
—Entonces… ¿Va todo bien entre vosotros?
Al notar la preocupación en su pregunta, me volví a mirarlo; no apartaba los ojos oscuros de la carretera ni un momento.
—Supongo que sí, bueno, a ver, no hemos hablado todavía, pero siento como si estuviéramos más cerca el uno del otro.
Sin mirarme, Denny dijo:
—Pero no habéis hablado todavía, así que, en realidad, nada ha cambiado.
Suspiré y me giré a mirar por la ventana.
—No, supongo que tienes razón, pero la verdad, Denny, no me apetece hablar del tema.
Suspiró levemente, y entonces dijo suavemente:
—Como quieras, Kiera. Es tu relación, no la mía.
Volví a mirarlo y sacudí la cabeza.
—Y hablando de la tuya… ¿Sabes algo del traslado de Abby?
La alegría en su rostro era evidente cuando se volvió a mirarme.
—Sí, acabará pronto su trabajo, así que cree que podrá estar aquí a finales de abril.
Los ojos de Denny se llenaron de un cariño que sólo estaba acostumbrada a ver cuando hablaba de mí. Me dolió un poco que ahora ese cariño fuera para otra mujer, pero de un modo extraño también hizo que me sintiera bien. Denny era una parte de mi vida y le tenía cariño. Quería que fuera feliz, y ella parecía darle esa felicidad. Le puse la mano en la rodilla, y le dediqué una sonrisa tenue.
—Me alegro, Denny, estoy segura de que la has echado de menos.
De inmediato me pregunté si habría tenido conversaciones calientes por teléfono con ella, y entonces pensé que probablemente, no. No era el estilo de Denny. Aunque tampoco era mi estilo… Y lo había hecho. Si Abby se parecía en algún aspecto a Kellan, supuse que podría haberle abierto la mente a todo tipo de cosas nuevas. En algunos aspectos, Denny y yo éramos demasiado parecidos. Nos iba bien estar con personas que fueran distintas a nosotros. Los opuestos se atraen al fin y al cabo.
Denny miró la mano que aún tenía sobre la rodilla, y después levantó la suya hacia mí. Me echó una mirada rápida, pero minuciosamente apartó la pierna. Comprendí el mensaje e inmediatamente la aparté. Algunas cosas resultaban demasiado familiares. Y ciertas líneas no debían cruzarse. Al ser tan parecidos, ambos lo comprendíamos.
Después de entrar en cada una de las tiendas de muebles del centro, finalmente elegimos los muebles perfectos para el salón y el comedor. Incluso conseguimos elegir los del dormitorio. Y sí, elegir una cama con tu ex novio, sabiendo que la usará con su novia actual… es raro.
Ninguno de los dos pudo evitar una expresión incómoda cuando el vendedor nos obligó a sentarnos a la vez en el colchón. De repente, estábamos tumbados de espaldas, y al darnos cuenta de la extraña situación en la que nos encontrábamos, nos miramos a la vez y nos echamos reír. Era tan absurdo que resultaba divertido.
Mientras me reía sobre ese colchón cubierto de plástico con Denny, no pude evitar preguntarme qué diría Kellan si supiera dónde estaba y qué estaba haciendo. Si pudiera vernos, ver cómo entre nosotros ya sólo quedaba una amistad, tal vez le pareciera bien. Pero no me convencía la idea de decírselo por teléfono… sin ningún apoyo visual, simplemente porque sonaba mal, y, sobre todo, porque ya hacía unos meses que Denny había vuelto a la ciudad. Cuanto más tiempo pasaba, más difícil me resultaba explicárselo.
Después de decidirnos por un colchón doble relativamente firme, elegimos los muebles a juego. Eran preciosos y tenía la certeza de que a Abby le encantaría la cama con cabezal ondulado, que recordaba a un trineo, por la que se había decidido. Mientras pasaba la mano por el respaldo, Denny me habló de que Abby tenía la fantasía de ir en trineo en pleno invierno; acurrucarse bajo unas mantas pesadas, mientras un par de preciosos caballos tiraban del trineo a través de montañas de prístina nieve, al tiempo que ligeros copos de nieve caían sobre su cabello: a mí también me sonaba bastante genial. Esperaba que ella sintiera lo mismo cuando viera la cama… y tener esa idea también era algo extraño.
Empezaba a hacerse tarde cuando por fin volví a mi apartamento. Después de hacer todos los trámites para que le enviaran todas las cosas nuevas, Denny me había llevado a cenar para celebrarlo. Su único tema de conversación había sido Abby, y lo emocionado que estaba por enseñarle su casa nueva.
Yo había sonreído educadamente, satisfecha porque él fuera feliz, pero no pude evitar sentir un pequeño escalofrío cuando hablaba de su casa como la de ellos. No me molestó tanto como había pensado que lo haría. Probablemente porque Kellan hablaba de su casa como de «nuestra casa», y eso siempre me hacía sonreír. Quería que Abby tuviera la misma sensación, aun sin conocerla.
Cuando entré por la puerta, sin embargo, esa noche, en torno a las diez de la noche, me sorprendió encontrar a mi hermana yendo de un lado a otro del comedor. Para empezar nunca se disgustaba lo suficiente como para caminar de un lado a otro, y, además, estaba bastante segura de que le tocaba trabajar.
Dejé el bolso en la mesa e iba a preguntarle por qué no estaba en Hooters, pero ni siquiera me dejó pronunciar la primera palabra. Se giró hacia mí, con las manos en las caderas, y me soltó:
—¡Por fin llegas! ¿Dónde has estado? He debido de llamarte cien veces.
Miré hacia mi bolso y me di cuenta de que mi teléfono debía de haberse descargado. Esperé que Kellan no hubiera intentado llamarme.
—Eh… bueno, he salido con Denny, ¿por qué?
Cuando me volví hacia ella me estaba fulminando con la mirada.
—No entiendo por qué sales con él. —Empecé a defenderlo cuando sacudió la cabeza y levantó las manos para interrumpirme—. Mira, en realidad Denny y tú me importáis un comino. —Se puso a mi lado, me cogió de los antebrazos y con los ojos abiertos como platos me gritó fuera de sí—. Me he retrasado, Kiera.
Fruncí el ceño y sacudí la cabeza.
—Bueno, tranquila, el Honda está aquí… ¿Qué problema había para que no pudieras ir a trabajar?
Seguí sacudiendo la cabeza, confusa. Anna y yo no nos habíamos peleado por el coche desde que Kellan me dejó el Chevelle para mí. Y en realidad, también estaba allí, si realmente tenía que irse con tanta urgencia.
Dejando caer la cabeza, me soltó un gruñido de exasperación.
—Por Dios, Kiera, ¡no me refiero a ese tipo de retraso! —Volvió a levantar la cabeza, mientras sus ojos se abrían de par en par. Con voz temblorosa, lentamente repitió—. Ten-go un re-tra-so.
Se miró el estómago y a mí se me abrieron los ojos como platos.
—¡Oh, Dios mío, estás embarazada!
Me hizo callar y miró su alrededor, el apartamento estaba completamente vacío. Y como si no quisiera que las pelusas nos oyeran, murmuró:
—No lo sé… ahora mismo estoy flipando.
El impacto me había dejado boquiabierta, pero la acribillé con todas las preguntas que se me pasaron por la cabeza.
—¿De cuánto es el retraso? ¿Cuándo tuviste el periodo por última vez? ¿De cuántos meses puedes estar? ¿Quién fue el último chico con el que estuviste? —Hice una pausa, y enarqué una ceja—. ¿Sabes quién es el padre?
Mirándome con rabia, me soltó los brazos y empezó a pegarme.
—¡Sí! ¡Claro que sé quién es el padre… zorra!
Para intentar esquivar sus golpes, di un paso atrás.
—Anna, lo siento, por Dios. —Después de conseguir apartarme lo suficiente, levanté las manos—. No me mates por decirte eso, pero no siempre sales con el mismo chico.
Empezó a temblarle el labio inferior y sus ojos de color verde perfectos se le llenaron de lágrimas. Dejó caer la cabeza en las manos y empezó a llorar. Como me sentía mal, rápidamente la abracé con fuerza. Entre sollozos conseguí entender:
—Tienes razón…, pero últimamente sólo he estado con uno… y, oh, Dios mío, Kiera… —Me miró con gesto de desolación—. Es de Griffin…
En ese momento, se me cayó el alma a los pies.
—Oh, santo cielo, temía que dijeras eso…
Si había una persona en la Tierra que nunca debería procrear era Griffin, pero lo había hecho, y ahora mi hermana posiblemente llevaba dentro su semilla.
Agarrándola de los brazos, cogí mi bolso y la empujé hacia la puerta.
—Vamos tienes que hacerte una prueba.
Sorprendentemente, se liberó de un tirón. Se limitaba a decir que no con la cabeza mientras la miraba, realmente aterrorizada.
—No puedo.
Pasándole la mano por el brazo con tanta delicadeza como pude, le susurré:
—Tienes que saberlo, Anna. Sea cual sea el resultado.
Seguía asustada, pero no discutió conmigo, así que con delicadeza la empujé hacia delante. Me sentía como si intentara domar a una mula salvaje que me iba a dar una coz o a salir huyendo ante cualquier movimiento repentino o sonido agudo, pero finalmente conseguí meter a una aterrada Anna en el coche de Kellan.
Sin embargo, cuando encendí el motor, abrió la puerta y salió corriendo. Por la ventanilla, con una mueca en los labios, sacudí la cabeza.
—Vuelve al coche, Anna.
Cerró la portezuela de un golpe y negó con la cabeza.
—Hazlo tú, yo esperaré arriba.
Suspirando por su reticencia a encarar los hechos que tenía delante de las narices, asentí y salí por fin del aparcamiento. Con un poco de suerte, seguiría en casa a mi regreso. Anna sabía bien cómo evitar la responsabilidad. No tenía ni idea de qué haría si el palito se volvía azul.
En la farmacia, cogí una prueba de cada una de las que había, y dos de las que detectaban el embarazo de forma precoz. Si se había quedado embarazada de Griffin, tendría que haber ocurrido en Boise, así que sólo habrían pasado unas pocas semanas. Creía que podía ser demasiado pronto para detectar un positivo, pero no era ninguna experta en el tema, así que esperaría a ver qué decían las pruebas.
Deseando que mi hermana hubiera venido conmigo y que la persona de la caja fuera una chica esa noche, y no un tipo de veintitantos años, dejé mi cesto lleno de pruebas de embarazo y murmuré: «Son para mi hermana».
El hombre me sonrió con sorna, pero no dijo nada. Estaba segura de que creía que estaba mintiendo. Me invadió la extraña sensación de estar haciendo algo indebido. Yo llevaba una chaqueta holgada. No me lo explicaba muy bien, pero comprar pruebas de embarazo era muy parecido a comprar condones. Era como llevar un cartel de luces de neón que anunciara: «¡Tengo relaciones sexuales!» Bueno, o eso supuse, que las pruebas no dejarían lugar a dudas de que tenía relaciones sexuales. Esperaba no encontrarme con ningún conocido.
Por suerte, no lo hice, y salí de allí con las mejillas sonrojadas y la mayoría de mi orgullo intacto. Cuando volví al apartamento, mi hermana seguía allí. De hecho, estaba acurrucada en el sofá bajo una manta, y temblaba como si acabara de ver una película de terror. Suspiré y le entregué la bolsa de papel. No hizo ademán de cogerla. En lugar de eso, volvió a taparse la cara con las manos y se echó a llorar de nuevo.
Me puse de rodillas, procurando dejar la bolsa detrás de mí, donde no pudiera verla, y le recogí el pelo detrás de las orejas.
—Eh, ya verás como todo irá bien, hermanita. —Con un tono que pretendía ser esperanzador, añadí—: Oye, probablemente sea una falsa alarma. ¿No tomas la píldora?
Yo había empezado a tomarla diligentemente desde que Denny y yo habíamos comenzado a ir en serio. Simplemente había supuesto que Anna hacía lo mismo.
Me miró con un gesto de desolación.
—La mayoría de los días…
Tuve que morderme la lengua para no echarle un rapapolvo. No puedes pasearte por ahí de juerga en juerga sin tener ningún cuidado; pero estaba fuera de sí, y lo último que necesitaba era que yo le soltara un discurso. Procuré sonreír y le di una palmadita en la pierna.
—¿Quieres que te ayude?
Puso los ojos en blanco, buscó con la mirada la bolsa que escondía a mi espalda.
—No, gracias, sé hacer pis yo solita.
Con un suspiro, me limité a mirar cómo se levantaba, cogía la bolsa y salía corriendo de la habitación. Intenté imaginarme a la chica ligera de cascos y de espíritu libre embarazada… pero no podía.
Salió del baño un par de minutos después, con cinco bastoncitos en una mano. Los miraba horrorizada, como si fueran a empezar a llamarla mami en cualquier momento.
—Vale, ¿y ahora qué?
Me acerqué a ella, y miré los bastoncitos húmedos… estaban blancos.
—Bueno, supongo que tienes que esperar unos pocos minutos, Anna.
Me miró con las mejillas coloradas.
—¿Tengo que esperar? ¿Tengo que quedarme aquí sentada y esperar a ver si mi vida se ha acabado o no?
—Anna, tu vida no tiene por qué haberse acabado por estar em…
Me puso un dedo en la boca para hacerme callar.
—No digas esa palabra. Da mala suerte.
La miré con escepticismo y con la esperanza de que se hubiera lavado el dedo, pero no hice ningún comentario sobre su ridícula superstición.
Pasándose la mano continuamente por el pelo, Anna seguía mirando los bastoncitos que tenía en la palma.
—Necesito un trago —murmuró ella.
Empezó a girar el cuerpo, como si se fuera a la cocina. La agarré del brazo.
—Anna, no puedes beber, no si estás emba… —me fulminó con la mirada cuando estaba a punto de pronunciar la temida palabra de nuevo y rápidamente cambié lo que iba a decir—, si hay un niño en camino.
Sonreí con el giro de mi frase; Anna torció el gesto.
—¡Maldito sea! Esto ya da asco.
Le quité a la fuerza los bastoncillos, la obligué a sentarse en el sofá, lejos de ellos. No apartaba la mirada de mi mano. Casi parecía que la estuvieran haciendo entrar en trance, como el encantador de serpientes de un circo. Ojalá hubiera podido hacerlo, ya que cada diez segundos me preguntaba.
—¿Algo?
Le lanzaba una mirada asesina y respondía con un «No, ten paciencia».
En torno a la décima vez que me preguntó, volví a fulminarla con la mirada y me di cuenta de algo. Al no responder inmediatamente, Anna se levantó. Le puse la mano en la espalda, mientras intentaba recordar si, con esa marca particular, dos rayas, era algo bueno… porque definitivamente estaba viendo dos.
—¿Y bien? ¿Cuál es el veredicto? —me preguntó agitada mientras me cogía la mano con la que la mantenía alejada.
—Todavía no lo sé, Anna.
Fruncí los ojos con la esperanza de recordar mal las instrucciones, busqué el prospecto que explicaba en lenguaje llano tu destino. Mientras las palabras cobraban vida ante mis ojos, tuve que contener el llanto.
Mi hermana estaba casi frenética de preocupación cuando la miré. Tan claramente como pude, susurré:
—Estás embarazada… Son positivos.
Se le abrieron los ojos de par en par e intentó contenerse. Soltándole el brazo, me preguntó en voz baja
—¿Todos?
Parecía creer que si alguno daba negativo contrarrestaría a los demás. Volví a mirarlos y después se los enseñé. Todos los que no usaban palabras eran similares: dos rayas, una raya y un signo positivo, en otro incluso aparecía una cara sonriente. Si a todo ello, le sumabas uno en el que se leía EMBARAZADA, sólo podía sacarse una conclusión.
Asentí y sonreí con tristeza.
—Todos. Felicidades, Anna, vas a tener un bebé.
Empezó a sollozar… y no de felicidad.
Cuando se recompuso un poco, parecía convencida de que podía cambiar el resultado de las pruebas.
—¡No!
Cogió los bastoncitos y volvió al baño. De camino, gritó:
—¡Ni de puta coña! Están mal. ¡NO estoy embarazada!
Con cautela, fui detrás de aquella mujer enfadada con su destino, con la intención de ayudarla sin que me arrancara la cabeza. Después de cerrar de golpe la puerta del baño, tímidamente llamé:
—¿Anna? ¿Qué estás haciendo?
Con la voz temblándole de miedo y rabia, gritó:
—¡Voy a hacer el resto! ¡Porque tienen que estar mal! ¡Es imposible que ese imbécil me haya preñado! ¡Imposible!
Suspiré, pero no le dije que era perfectamente factible. Aunque Griffin podía ser un idiota, sus espermatozoides aún sabían nadar… Al parecer. Entonces, con mucha calma, le pregunté:
—¿Estás segura de que es de Griffin?
Me arrepentí inmediatamente después de hacerlo, porque sabía que aquella mujer visceral arremetería contra mí por llamarla puta por segunda vez. La puerta crujió y los dos ojos esmeralda brillaron al clavarse en mí.
—Sí… Estoy segura.
Volvió a desaparecer con un portazo y cerré los ojos con fuerza.
—Vale, sólo quería comprobar que todo iba bien…
Después de un rato de silencio, lentamente abrí la puerta. Anna había dejado todas las pruebas en el lavamanos. Eran todos de diferentes colores y estilos, en la ventanita del resultado, aparecían varios tipos de palabras o símbolos, pero el resultado era el mismo en todos.
Una docena de pruebas diferentes lo habían confirmado: Anna estaba embarazada.
Volvió a mirarme, con los ojos llenos de lágrimas, la rabia se debilitaba.
—¿Y ahora qué hago, Kiera?
Entré en la habitación y abracé a aquella mujer perdida. Parecía completamente derrotada, y nunca había visto a mi hermana así. Solía aceptar lo que la vida le ofrecía, yendo de un sitio a otro, de hombre en hombre, de trabajo en trabajo, pero un niño era una responsabilidad permanente de la que no podría escabullirse.
—Estoy segura de que lo harás bien, Anna, y yo te ayudaré en todo lo que pueda.
Me detuve a mirarla y se separó de mí, dando un paso atrás en la pequeña habitación. Sacudiendo la cabeza, balbuceó:
—No, no puedo hacerlo, Kiera. Yo no soy tú. No soy responsable, ni fiable, ni siquiera lista. —Levantó las manos exasperada—. Joder, pero si trabajo en Hooters. Lo único que tengo es un pelo bonito y un buen par de tetas. ¿Qué demonios puedo ofrecer a un niño?
Respiré hondo y le puse la mano en el hombro.
—Lo harás mejor de lo que crees, y te conozco: querrás muchísimo a ese bebé. ¿Y, además, qué otra cosa necesita un bebé aparte de amor?
Mientras le rodaban lágrimas por las mejillas, volvió a decir que no con la cabeza.
—No puedo hacerlo… No quiero. No quiero hijos. Nunca he querido hijos. —Volvió a pasarse las manos por el pelo, mientras se lamentaba—. Oh, Dios…¡Papá! Me va a matar. Y mamá nunca volverá a mirarme igual.
Sorbiéndose los mocos, se tapó la cara durante un segundo y le di una palmadita en el hombro.
—Acabarán… acabarán aceptándolo, Anna. Serán unos abuelos orgullosos, y tú y Griffin…
Dejó caer los brazos y se quedó boquiabierta.
—Griffin… Santo cielo. ¡Griffin va a ser padre!
Lo dijo como si acabara de darse cuenta de cuál era su papel en todo aquello.
Le froté el brazo para demostrarle que contaba con mi apoyo.
—Sí, así funciona, Anna.
Sacudía la cabeza sin dar crédito a lo que ocurría, y dijo:
—Griffin no puede ser padre, Kiera. Es imposible. —Señaló la ventana del baño, en dirección a nuestros chicos, que estaban a kilómetros y kilómetros de distancia—. ¡Echa el humo de los porros de marihuana a la cara de un cachorro, Kiera! ¿Te lo imaginas con un niño?
Me estremecí. No, ni en un millón de años. Intenté mantener una sonrisa tranquilizadora, pero Anna se dio cuenta de lo que escondía mi expresión. En un intento de tranquilizarla, dije:
—Bueno, me tienes a mí, a Kellan, y a Evan, y sobre todo a Matt, porque es familia. Ellos… harán que Griffin se comporte.
Respirando hondo, bajó la tapa del inodoro y se sentó en él.
—Griffin… Pensará que lo he hecho a propósito, como esas fans de las que les avisaban en el contrato. —Me miró, con nuevas lágrimas en los ojos—. Nunca querrá volver a estar conmigo otra vez.
Ahora también llorando, sacudí la cabeza.
—Anna, él no…
Pero cerré la boca. No, Anna estaba en lo cierto. Eso era exactamente lo que pensaría. Sacudiendo la cabeza, me encogí de hombros.
—Lo siento.
Me obligué a tragarme las lágrimas que estaban a punto de brotarme de los ojos, conforme el sentimiento de empatía me inundaba. Fuera como fuera la relación entre ella y Griffin, estaba claro que a Anna le gustaba de verdad, tal vez incluso le tenía afecto. Aunque tuviera mis dudas sobre qué los unía, sabía que ahora todo se había acabado, y sabía lo mucho que dolía el final de una relación.
Al verme luchar contra mis emociones, Anna de repente se levantó.
—Me estoy poniendo enferma… —Me acerqué para abrazarla, pensando que se refería a un malestar emocional, pero me detuvo con una mano y se llevó la otra a la boca—. No, lo digo en serio, me encuentro mal y voy a vomitar.
Se dio la vuelta, levantó la tapa del lavabo y vomitó de inmediato. Mientras le sujetaba el pelo, le acaricié el hombro; dejó reposar la cabeza sobre el brazo. Resopló unas cuantas veces, su respiración seguía agitada, después su ira pareció volver a resurgir.
Se levantó de un golpe y se limpió la boca con una toalla. Mientras recitaba todas las palabras de ánimo que se me ocurrían, agarró la bolsa de papel de la farmacia y metió todas las pruebas dentro. La estrujó y salió corriendo del baño.
Con curiosidad por saber qué camino iba a seguir Anna, que siempre había sido muy emotiva, la seguí por la casa. Me extrañó que entrara en mi habitación.
—Anna, ¿qué estás haciendo?
Abrió uno de los cajones de mi cómoda, metió la bolsa dentro y lo cerró. Con furia se volvió a mirarme:
—No, esto no está ocurriendo. Tiene que ser algún sueño extraño del que me despertaré en cualquier momento.
Boquiabierta, señalé la bolsa que había dejado en el cajón.
—No estás soñando, Anna. Ha ocurrido, y ahora tienes que hacer frente a la situación.
Me miró de forma inexpresiva mientras empezaba a salir de la habitación.
—No sé de qué estás hablando, Kiera.
La agarré de los hombros, cuando pasó junto a mí. No me miró.
—No puedes desear que esto desaparezca sin más, Anna. Va a ocurrir tanto si quieres reconocerlo como si no.
Con una cara que no reflejaba ninguna emoción, finalmente se giró a mirarme.
—No, Kiera… No tiene por qué pasar.
Se me heló la sangre de la cabeza a los pies. ¿Quería decir…? No podía creer que mi hermana contemplara esa opción. Sabía que estaba conmocionada, sabía que estaba consternada, pero… no podía creer que ni siquiera considerara… interrumpir el embarazo.
—Anna… no puedes…
Se apartó de mí bruscamente, y volví a ver algo de emoción en sus rasgos.
—No lo sé todavía, Kiera, vale. Sólo… necesito dejar reposar esto durante algunos días, ¿vale?
Asentí y tragué saliva. Reflexionar podía venirle bien. Cabizbaja, empezó a salir de mi habitación. En la puerta, se detuvo y se volvió a mirar.
—No se lo cuentes a nadie, Kiera, ¿vale? Ni a mamá, ni a papá, ni a Jenny, ni a Kellan, ni a Denny… a nadie.
Suspiré y di un paso hacia ella.
—Anna, no tienes que hacer esto sola.
Sin embargo, ella se limitó a negar con la cabeza y extendió una mano para detenerme.
—No, por favor. Si decido abor… Si decido poner fin a todo esto, no quiero que nadie lo sepa nunca. Nunca jamás. ¿Podrás hacerme ese favor? Yo no le he dicho nada a Kellan sobre tu secretito. Y te cubrí totalmente cuando estuviste en el hospital después de todo el problema con Denny y Kellan, incluso me inventé una historia estúpida sobre que tenías apendicitis cuando papá recibió la factura… Me lo debes.
Su voz temblorosa traicionaba lo mucho que aquello la consumía. Sabía que mi hermana no era una persona fría que podía poner fin a una vida en un abrir y cerrar de ojos, pero sabía que la idea de traer a un bebé al mundo la asustaba más que nada, y más aún con su extraña situación con Griffin. Con la esperanza de que se abriese a mí si le daba espacio y silencio, asentí.
—De acuerdo, te lo prometo. No diré ni una palabra… a nadie.
Ella asintió y dio media vuelta para irse.
—Pero tienes que avisarme… de lo que decidas hacer. —Ahora las lágrimas surcaban mi rostro y meneé la cabeza—. Si decides no quedártelo… dímelo antes… no después, ¿vale?
Se le humedecieron los ojos y volvió a echarse a llorar; las lágrimas seguían rodándole por las mejillas manchadas. Tiré de ella para abrazarla y añadí:
—Lo que está ahí es mi sobrina o mi sobrino. Como mínimo, tienes que darme una última oportunidad para hablarlo. Y si yo no puedo… Tienes que dejarme ir contigo… para sujetarte la mano.
Cuando me aparté, las lágrimas inundaban todo su rostro, e intentaba reprimir los sollozos. Yo tenía la cara tan mojada como la suya cuando le puse las manos en las mejillas.
—Te quiero, Anna. Sé que tomarás la mejor decisión.
Asintió, se dio media vuelta y se marchó.