Kellan se quedó conmigo cinco días más. Estuvimos juntos tanto tiempo, que parecieron cinco meses. Durante esos días, le enseñé todas las vistas de mi ciudad natal. Mi antigua escuela, la calle del barrio donde solíamos jugar los niños, la cafetería donde almorzaba todos los días en mi último año de secundaria… Kellan actuaba como si estuviera en Disneylandia, mostrando un genuino interés por conocer los lugares entre los que yo había crecido.
Sin embargo, me abstuve de mostrarle los lugares importantes de mi relación con Denny. Como el restaurante donde fuimos en nuestra primera cita, el quiosco de café donde nos encontrábamos todos los días antes de clase, y la librería donde pasábamos el rato los domingos por la mañana.
Aunque no se lo dije, había tantas cosas de la ciudad que me recordaban a él que a veces resultaba abrumador. Ahí fue donde ambos nos habíamos hecho adultos. Aquellos lugares llenos de recuerdos me hicieron pensar en Denny, pero procuré apartarlo de mi mente.
Ya hablaría con mi viejo amigo más adelante. En ese momento, toda mi atención era para mi novio, el chico que acababa de entregarme su corazón en un anillo de plata. Especialmente porque no sabía cuándo volvería a verlo después de esos cinco días.
Y después de esos cinco días, ya no me parecía que hubieran pasado cinco meses. De repente me parecieron cinco segundos. En el aeropuerto, estuve a su lado hasta el último momento, sintiendo el peso de la separación en el alma. Mi madre tenía razón en algo respecto a nuestra relación: era difícil. Resultaba muy duro imaginarlo viajando a sitios desconocidos, con gente desconocida. Hacía falta mucha fuerza para soportar el peso de esa carga. Y yo necesitaba esa fuerza desesperadamente. A mí me gustaba la estabilidad, y la vida de Kellan carecía de ella. Ahora estaba en constante movimiento, transitando por un sendero tan cambiante como el clima. Pensarlo hacía que se me formara un nudo en el estómago.
Cuando llegó el momento, Kellan se dio la vuelta para mirarme, con la mochila al hombro. Apoyó la frente sobre la mía, mirándome con ojos llenos de emoción.
—Esto no es una despedida —musitó.
Yo asentí, mordiéndome los labios mientras se me nublaba la vista.
—Voy a echarte de menos.
Asintió con un suave suspiro.
—Yo a ti más.
Sacudí la cabeza y me reí un poco.
—Eso no es cierto. Siempre es peor para el que se queda atrás… Es un hecho.
Él se apartó y apoyó las manos en mis mejillas.
—No voy a abandonarte. Nunca lo haré.
Tragué saliva y apoyé mis manos sobre las suyas.
—Lo sé —dije en voz baja, deseando que sus palabras fueran un hecho.
Escudriñó mis ojos durante un largo rato y después se inclinó para besarme. Fue el acto físico más suave, dulce y tierno que habíamos compartido. Deseé que no acabara nunca. De repente quise estar en uno de esos concursos de besos, donde la pareja que más se besaba ganaba algún extravagante premio, y prolongar el momento durante días.
Sin embargo, eso no era posible y finalmente el momento pasó. Se apartó de mi lado despacio, sin ganas. Respiró hondo y me enjugó las lágrimas, mordiéndose el labio; ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando. Me rodeó en un cálido abrazo, diciéndome al oído:
—Te quiero a ti y sólo a ti…, te lo prometo.
Sonreí mientras nos separábamos y le acaricié la cara con la punta de los dedos.
—Yo también te lo prometo —mascullé.
Me dirigió una sonrisa deslumbrante y se apartó. Después me tomó la mano y la besó. Entonces se tuvo que ir, y yo tuve que dejarlo marchar. Se me partió el corazón al verlo alejarse de mí. Sin embargo, en aquel momento bajé la mirada por su cuerpo, y la voz de la vecina de Matt resonó en mi mente. Sacudí la cabeza, divertida. La descarada señora tenía razón…, Kellan tenía un muy buen culo.
Anna y yo pasamos la Nochevieja en Ohio: ella salió con un grupo de viejos amigos, y yo me quedé en casa con mis padres. Estuvimos jugando a un juego de mesa mientras imaginaba a Kellan dejándose la piel en algún escenario… Hacía una eternidad que no lo oía cantar… Eso también lo echaba de menos.
El día de Año Nuevo, Anna y yo volvimos a subir a un avión para regresar a casa. Nuestros padres nos despidieron en el aeropuerto. Mi madre nos abrazó entre sollozos, y mi padre nos repetía que podíamos volver cuando quisiéramos y todo el tiempo que quisiéramos. Incluso me dijo que Kellan podía visitarnos otra vez, ya que había sido honrado y había obedecido las normas de la casa.
No le dije que rompimos sus normas la primera noche. Tampoco mencioné que, la noche siguiente, bajé las escaleras en silencio para tumbarme con Kellan en el sofá forrado de plástico. Técnicamente, no rompíamos ninguna norma, pues la única imposición de mi padre fue que Kellan no subiera a mi habitación. No dijo nada acerca de que yo bajara de ella.
Tampoco se lo mencioné a mi madre, puesto que nos habíamos desplomado sobre el sofá un par de veces, cosa que nos había pedido específicamente que no hiciéramos, pero yo no podía evitarlo. A veces perdía el sentido común cuando Kellan me tocaba. De acuerdo, en realidad lo perdía casi siempre.
El corazón me dio un pequeño vuelco cuando el avión aterrizó en la costa oeste. Por lo menos en Ohio estaba más cerca de Kellan, que seguía con la gira por la costa este. Ahora que había vuelto a casa, el país me parecía más grande que nunca. Maldije su enorme tamaño.
Al llegar esa noche al bar de Pete, ya que mis vacaciones laborales habían terminado, alguien se me abalanzó al instante. Me rodeó con sus brazos una bonita y descocada rubia.
—¡Kiera! ¡Has vuelto! —Jenny se retiró y me dirigió una radiante sonrisa—. Te hemos extrañado mucho.
Sonreí y la abracé, confortada por su caluroso recibimiento.
—Yo también a vosotras.
Al separarnos, atrajo mi atención un brillo en su cuello. Toqué el colgante que pendía sobre su piel, un corazón de oro con un diamante flotando en el centro, y sonreí.
—Es precioso. ¿Es de Evan?
Jenny lo tomó entre sus manos y se rió.
—Sí. —Señaló la guitarra de plata que siempre llevaba yo entre los pliegues de la ropa—. Parece que vamos a juego.
Volví a asentir, sonriendo, y acaricié el contorno de la guitarra bajo mi camisa. Jenny hizo un rápido gesto hacia el anillo que le mostraba sin darme cuenta. Me sonrió con complicidad y preguntó:
—¿De Kellan?
Como estaba claro que ya lo sabía, bajé la mirada hacia el anillo y afirmé con la cabeza. Ella me tomó la mano para examinarlo más de cerca. Sacudió la cabeza y dijo:
—Sí, Evan me habló de ellos. Estaba con Kellan cuando los escogió. —Volvió a posar en mí sus alegres ojos azules—. Kellan también tiene uno, ¿no?
Afirmé de nuevo y toqué el elegante anillo que portaba en el dedo.
—Sí, el suyo es sólo de plata. Es sencillo y le queda bien… Es muy bonito.
Mi voz sonó un poco soñadora y Jenny me sonrió, soltando mi mano.
—Ese chico nunca dejará de sorprenderme —dijo con tono calmado—. Sinceramente, jamás creí que pudiera comprometerse tanto con alguien. —Se encogió de hombros y me dio otro abrazo—. Y me alegro de que ese alguien seas tú. —Comenzó a retroceder a la vez que sacudía la cabeza y ponía los ojos en blanco—. Yo me pegaría un tiro si mi novio hubiera estado con tantas chicas. —Soltó una carcajada burlona; después pareció darse cuenta de lo que había dicho y se detuvo—. No quería decir eso… Ya sabes…, él… Algunas…
Suspiró mientras se encogía de hombros, visiblemente avergonzada. Me obligué a lanzar una carcajada y también me encogí de hombros.
—Lo sé. Sé cómo era. No pasa nada, Jenny. No te preocupes.
Ella se relajó un poco y soltó una rápida disculpa antes de irse correteando a trabajar. Yo respiré hondo y lo dejé estar. Sus antiguos ligues no eran ningún secreto. Casi parecía que hicieran reuniones semanales para comparar experiencias. «¡A ti también te lo hizo! ¡Qué suerte tenemos!»
Sonreí para mis adentros, imaginando a Rita como la presidenta del club y a Candy como la vicepresidenta. Rain podía ser la tesorera… La chica del taller mecánico, la secretaria. Puse los ojos en blanco mientras me dirigía al cuarto del personal para prepararme. Había sido demasiado fácil adjudicar esos puestos del club imaginario.
Antes de que me diera cuenta, estaba inmersa en mi antigua rutina. Volvieron a empezar las clases y todas las asignaturas del trimestre eran nuevas. Siguiendo con mi especialidad de inglés, las clases consistían en mucha literatura… y ejercicios. Me había inscrito en una asignatura que sabía que sería tan estimulante como la de Crítica Literaria, Redacción de Textos Expositivos. Además, mi consejera me había recomendado una asignatura de Didáctica Literaria. Me dijo que aprender a enseñar también era una buena forma de aprender. Estuve de acuerdo, aunque la idea de dar clase en un aula llena de gente me daba pánico, pero si tuviera que hacerlo, lo haría. Si Kellan había superado sus dificultades en la vida, yo también podía superar mis tribulaciones, mucho más triviales.
Por el lado bueno, ahora tenía libres las tardes de los viernes. Sí, iba a pasar la mayoría de ellos estudiando, pero un lado bueno es un lado bueno. Además, por fin había acabado mi clase de ética. Y eso significaba no ver más a Candy. Por lo visto no estaba especializándose en Literatura, porque no apareció por ninguna de mis nuevas clases.
Sin embargo, Cheyenne sí lo hizo. Tan extrovertida como siempre, se colgó de mi brazo nada más aparecer en clase de poesía. Me preguntó brevemente sobre mi estrella del rock y me habló largo y tendido de lo que había hecho durante sus vacaciones. Yo la escuché con ganas, contenta de tener una vida y otras relaciones aparte de Kellan, de no concentrarme sólo en él, por una vez. No quería basar toda mi felicidad en una única cosa, tal y como mi madre temía de Anna. Eso no significaba que Kellan no fuera mi mayor alegría, porque lo era, pero había otras fuentes de felicidad que también me daban fuerzas.
Una gélida mañana de febrero, después de la clase de poesía, Cheyenne y yo decidimos escabullirnos para tomar un merecido café, mientras pensaba que ese trimestre iba a ser el mejor hasta la fecha, y el más difícil. El profesor había explicado cómo las distintas interpretaciones de cada lector podían alterar totalmente el significado de una obra. A mí me costaba un poco seguir su florido discurso, pero Cheyenne tenía mucha intuición en la materia.
Escuché su aclaración de nuestro último ejercicio, embelesada. Por fin empezaba a atar cabos. Así terminé chocándome con otra persona mientras caminaba. Nunca me había pasado eso de tropezarme con nadie, y me puse colorada. Cheyenne se rió por lo bajo de mi torpeza, mientras me apresuraba a disculparme ante el desconocido al que casi había atropellado.
Éste retrocedió un paso, mientras intentaba recomponerse, y ambos nos miramos a los ojos al mismo tiempo, entre disculpas vacilantes.
—Lo sien…
No fui capaz de acabar la frase al ver ese cálido par de ojos castaños. Unos ojos castaños que había pensado que no volvería a ver. Sintiéndome palidecer, musité:
—¿Denny?
Él tomó aire y lo contuvo un segundo antes de soltarlo precipitadamente. Esbozó una suave sonrisa y dijo en tono tranquilo:
—Hola, Kiera.
Me dolió un poco el estómago cuando dijo mi nombre con su acento sinuoso. Lo miré muda de asombro. Denny Harris. Tenía el mismo aspecto que la última vez que lo había visto, hacía más de un año. El mismo, pero también diferente. Tenía el pelo castaño más largo que antes, peinado hacia atrás de una manera que le hacía parecer más mayor. También le había crecido la pelusilla de la mandíbula. No es que llegara a ser barba, pero sí la llevaba más larga que antes. También le hacía parecer mayor. En realidad, parecía mayor en todo, desde su ropa cara hasta su postura más erguida. Casi era como si hubiera partido de Seattle siendo un niño, y hubiera regresado como un hombre.
—Tienes buen aspecto —dije al fin, con la boca muy seca.
Sonrió inseguro, mientras me miraba de arriba abajo.
—Tú también.
La tensión aumentó mientras nos mirábamos fijamente. Cheyenne se estaría sintiendo incómoda; yo, desde luego, lo estaba. No esperaba tropezarme con mi ex por la calle, tal y como había sucedido.
Ella me apoyó la mano en el hombro y murmuró:
—Tengo que irme… Hasta luego, Kiera.
Asentí con la cabeza, sin apartar los ojos de Denny ni un momento. La gente iba y venía a nuestro alrededor por la helada acera, pero yo no me fijaba en ellos. Sólo podía concentrarme en el hecho imposible de que Denny estuviera ante mí. Tras otra larga pausa, cuando él comenzó a mirar a los lados, como si no supiera qué decir, farfullé:
—¿Has vuelto… a Seattle?
Me miró, con una sonrisa en su rostro, y me sentí como una estúpida. Pues claro que había vuelto…, lo tenía delante. Sacudí la cabeza y apostillé:
—Es decir, ¿por qué has vuelto? —Cerré los ojos, dándome cuenta de lo bruscas y atropelladas que sonaron mis palabras. Respiré hondo antes de volver a hablar. Abrí los ojos de nuevo y dije en voz baja—: Me alegro de verte.
Él se pasó la mano por el pelo y se mordió el labio antes de contestar:
—Yo también me alegro de verte.
Lo miré atónita, con un único pensamiento dando vueltas por mi cabeza. Bueno, en realidad, era el segundo, después del primero que ya le había preguntado tan poco educadamente. Pensando que éste no era tan ofensivo, me permití preguntarle por él.
—¿Por qué no me has dicho que venías?
Los vuelos de once horas no eran una cosa que se hiciera de repente, y Denny y yo hablábamos de vez en cuando, aunque la última vez había sido en noviembre, cuando Kellan se fue.
Denny miró hacia la calle y después hacia la cafetería a la que nos dirigíamos Cheyenne y yo. La señaló con la mano.
—¿Quieres entrar? Y hablar en algún lugar… donde haga menos frío.
Tembló y yo esbocé una sonrisa, porque sabía que estaba acostumbrado a temperaturas más cálidas, sobre todo en esa época del año.
Asentí y caminamos en silencio hasta el local. Al ir a su lado, una pequeña parte de mí quiso tomarlo de la mano. Era extraño que siguiera pensando eso después de tanto tiempo, pero ese sentimiento seguía dentro de mí, en algún lugar. A pesar de ello, no lo hice. Le había prometido a Kellan que le sería fiel, una promesa que lucía alrededor del dedo. No pensaba romperla.
Denny se detuvo a sostener la puerta para dejarme entrar, como el caballero que era. Le lancé una sonrisa, dándole las gracias, y él desvió la mirada, con un ligero rubor que destacaba sobre el rostro bronceado. Eso me confirmó que yo no era la única que conservaba una leve atracción, pero sabía que él tampoco haría nada al respecto. Cuando estaba con alguien, era leal, y ahora estaba con Abby. Mientras pedíamos las bebidas, me pregunté si ella también estaría en la ciudad.
Pedí un café con leche, y Denny, un té. Era una sensación tan familiar que tuve que sonreír. Sentados en un tranquilo reservado, bebimos un sorbo de nuestras humeantes tazas en silencio. Yo fui la primera en romperlo.
—¿Quieres que te devuelva el coche?
Me estremecí por haber dicho eso a bocajarro, y porque Anna había decorado su coche de forma tan femenina que él tampoco lo habría aceptado de todas formas. Denny sonrió y negó con la cabeza.
—No, la empresa me ha dejado uno. Puedes quedártelo. —Él ladeó la cabeza con una cordial sonrisa antes de dar otro sorbo a su té.
Me aclaré la garganta, apartándome un poco de pelo detrás de las orejas.
—¿La empresa? Entonces, ¿estás aquí por trabajo?
Denny asintió, sin levantar los ojos.
—Sí, están en expansión, abriendo franquicias en Estados Unidos, aquí en Seattle. —Se encogió de hombros—. Puesto que conozco la zona y tengo muchos contactos, me han asignado a mí en concreto este trabajo. —Alzó la vista y me miró—. Dirigiré la oficina de aquí.
La sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios mientras yo me quedaba boquiabierta. Tan joven, aún a varios años de los treinta, ¿y ya iba a ser el jefe? Siempre supe que era muy inteligente, pero… caray.
—Dios mío, Denny, eso es… increíble. Enhorabuena.
Su sonrisa se hizo más amplia.
—Gracias.
Sacudí la cabeza, asombrada todavía, y dije en voz baja:
—Abby debe de estar muy orgullosa de ti. ¿Está aquí?
Miré a mi alrededor como si fuera a aparecer a nuestro lado en cualquier momento.
Denny emitió un leve suspiro y volví a observarlo. Negó con la cabeza, mientras miraba su taza con nostalgia.
—No…, sigue en Australia.
Le apoyé una mano sobre el hombro, reconociendo el dolor de su rostro. Aunque no quería, sentí algo durante ese breve contacto. Algo cálido y familiar, algo que me recordó a la sensación de ser abrazada, consolada, amada. Aparté los dedos cuando él levantó los ojos, reflejando el mismo recuerdo que yo. En un susurro, le dije:
—Siento que lo vuestro no funcionara.
Él arrugó las cejas y meneó la cabeza.
—No, seguimos juntos. Ella… no ha podido venir todavía. —Frunció el ceño y miró hacia la puerta—. Trabajamos para la misma empresa, y no quieren apartarla de su actual trabajo. Tiene que terminar con el cliente antes de venir aquí. Es un trabajo largo…, pueden pasar meses hasta que acabe. —Me miró de nuevo—. ¿Por qué suponías que hemos roto?
Me quedé paralizada, sin saber qué responder a eso. Lo cierto es que había supuesto que lo habían obligado a escoger entre una chica y el trabajo de sus sueños. Di por hecho que había escogido el trabajo, otra vez. Torció un poco el gesto, escrutándome el rostro.
—Porque acepté el trabajo en Tucson, ¿verdad?
Me encogí de hombros, sin querer decirlo. Él suspiró y extendió la mano a través de la mesa para tocar la mía.
—Sabes que siento aquello, Kiera. Creo… creo que es lo único de lo que me arrepiento contigo. —Levanté la mirada de nuestras manos unidas para clavar los ojos en él, que esbozó una pequeña sonrisa—. Bueno, de eso y de… —Hice un gesto con la cabeza y me encogí, sin querer recordarlo yo tampoco—. Pero cuando lo de Tucson…, debí haberte llamado. Tenía que haber hablado contigo primero, antes de… aceptarlo.
Me mordí el labio, para procurar no romper a llorar. Ya había llorado bastante por mi historia con Denny. Me acarició la mano con el pulgar mientras me escrutaba el rostro, con una expresión de sincera disculpa en sus profundos ojos. Consciente de que yo tenía muchas más cosas por las que disculparme que él, sonreí para reconfortarlo.
—No pasa nada, Denny. Ya no tienes que sentirte mal por eso.
Él asintió, pero no pareció menos arrepentido. Lo miré a los ojos, asombrándome de nuevo por lo extraño que resultaba verlo aquí, en mi ciudad, casi a las puertas de mi casa. Sacudí la cabeza y le repetí mi pregunta:
—¿Por qué no me has dicho que venías?
Denny miró hacia otro lado, sin responder. Noté que apretaba la mandíbula bajo el pelo más largo, y supuse qué era lo que no quería decirme.
—Esperabas no tener que verme. Esperabas que la ciudad fuera lo bastante grande como para no tener que encontrarnos. —Él volvió a mirarme y lanzó un suspiro. Sacudí la cabeza—. ¿No es cierto?
Bajó la vista hacia nuestras manos, encogiéndose de hombros. Mientras le preguntaba, en algún momento había entrelazado mis manos con las suyas y ambos nos las tomábamos sobre la mesa. Yo no las aparté. Él tampoco lo hizo. Por el contrario, negó con la cabeza y dijo en voz muy baja:
—Hablar contigo por teléfono es una cosa, pero no… no sabía si podría soportar verte. —Me miró con los ojos vidriosos—. Eres tan…
Suspiró, mientras atisbaba mi rostro, y no terminó su frase.
Tragó saliva y volvió a bajar la mirada.
—Esperaba poder volver en secreto y mantener nuestra amistad a distancia. Quería evitar cualquier… confusión.
Suspiró otra vez y le solté la mano al fin, devolviéndosela con una palmadita.
—No hay ninguna confusión, Denny. —Él alzó los ojos para mirarme y yo le dirigí una sonrisa—. Estás con Abby y eres feliz con ella, ¿no? —Asintió con una leve sonrisa. Asentí también, ignorando la punzada de dolor que me sacudió—. Y yo soy feliz con Kellan.
Noté que se le crispaba el rostro apenas un segundo, fue tan breve que no lo habría visto de no haberlo esperado. Apartando de mí el remordimiento que comenzaba a embargarme, sonreí meneando la cabeza.
—Entonces, si ambos somos felices, no hay razón para temer una amistad cara a cara. —Suspiré y ladeé la cabeza, con los ojos húmedos—. Y yo he echado mucho de menos… nuestra amistad.
Él volvió a extender el brazo a través de la mesa para tomarme la mano, con los ojos aun más vidriosos.
—Yo también, Kiera.
Se apartó, soltando una risita, y se pasó la mano por el pelo. Yo también me reí un poco, reponiéndome de la emoción. Habíamos sido amigos demasiado tiempo como para permitir que la vergüenza alterara nuestra relación para siempre. Si él iba a pasar un tiempo en Seattle, encontraríamos una manera de superarlo.
Sonriendo, me tomé el café y bebí un largo trago. Denny hizo lo mismo, mientras miraba de soslayo el anillo que llevaba en el dedo. Sin embargo, no mostró ninguna reacción, así que no supe si había descifrado su significado. Mucha gente lucía anillos en la mano derecha. No siempre se trataba de una cuestión simbólica. Tampoco pretendía contárselo. Seguramente se reiría con humor negro porque Kellan tuviera que reforzar nuestra fidelidad con un objeto. Al mirar su regalo a través de los ojos de Denny, nuestro tierno intercambio me pareció un poco… patético.
Me asaltó un pensamiento que me hizo fruncir el ceño. No podía dejar que Kellan supiera que Denny estaba en Seattle, no mientras él se encontrara estuviera a miles de kilómetros de distancia. Se volvería loco. Lo dejaría todo para venir hasta aquí. Era amigo de Denny, casi un hermano, pero había demasiadas dudas entre nosotros… Nuestros anillos eran la prueba de ello. Y Denny era el único hombre sobre la faz de la Tierra con el que le había sido infiel.
En realidad, las cosas no fueron así; en teoría, le fui infiel a Denny, no a Kellan. Pero hice el amor con Kellan, le dije que era suya… y después me acosté con Denny una última vez. Kellan lo sabía… y le reconcomía por dentro. Denny era la única persona con la que no se atrevería a dejarme sola. No podía permitir que mandara sus sueños al traste por culpa de un miedo infundado. Y nunca volvería a traicionarlo así. Jamás. Ni aunque se fuera con otra y lo odiara. Rompería con él antes de dejar que me tocara otro hombre. No volvería a ser una puta. No sería capaz de vivir con ello.
Además, eso no iba a suceder. Denny y yo ya habíamos dejado atrás esa fase de nuestra relación, y Kellan no tenía nada de lo que preocuparse, pero iba a ser imposible convencerlo de ello. Me vigilaría celosamente como un animal, marcando su territorio para ahuyentar al resto de machos. Kellan no estaba dispuesto a compartir…, me lo había dicho él mismo.
Tal vez percatándose de la expresión de mi cara, Denny preguntó con todo quedo:
—¿Va todo bien?
Relajé el rostro, sacudiendo la cabeza.
—Sí, sólo estaba pensando…
Me mordí el labio, preguntándome si debía confesarle mis miedos. También le parecerían graciosos. Decidí enfocarlo por otro lado, por lo que me encogí de hombros y pregunté:
—¿A Abby le parece bien que estés aquí… conmigo?
Denny negó con la cabeza al instante, retirándose la taza de la cara.
—No estoy aquí contigo.
Me sonrojé y miré hacia abajo, sorprendida ante la brutal sinceridad de sus palabras. Estaba acostumbrada a las flores y a la poesía. Estaba acostumbrada a frases cursis en las que me decía cuánto me amaba. Él soltó un soplido.
—Eso ha sonado mal. Quiero decir… que, de hecho, he venido a trabajar. —Levanté la mirada hacia él, y se encogió de hombros—. Abby sabe lo que pasó entre tú y yo. Sabe que nunca volvería contigo, Kiera.
Sostuvo mi mirada, sin retractarse de su fría y sincera declaración. Sentí cómo me temblaba el labio en un estallido de emociones inconexas. Me acababa de decir de manera directa lo mismo que yo pensaba. No es que fuera una gran revelación, pero aun así…, escucharlo tan claramente… Sí, me dolió.
Sacudió la cabeza, arrugando la frente.
—Siento que suene tan… crudo. —Al fin apartó la mirada y miró la taza que se enfriaba entre sus manos—. La verdad puede ser muy cruda. —Fijó de nuevo sus ojos en mí, y cuando habló lo hizo con un marcado acento cargado de emoción—. Pero quiero seguir siendo tu amigo. Sigues siendo importante para mí.
Asentí, enjugándome una lágrima.
—Puedes ser sincero conmigo, Denny. —Me reí casi en un suspiro—. Yo también estaba pensando más o menos lo mismo que tú. —Él ladeó la cabeza, frunciendo sus oscuras cejas, y me eché a reír otra vez—. Que Kellan no tenía nada que temer, porque tú y yo no vamos a volver a… repetir aquello.
Denny se rió y negó con la cabeza. Levantó su taza y la acercó hacia mí.
—¿Brindamos por no volver a acostarnos juntos? —bromeó, con un brillo en la mirada.
Sonreí al verlo esbozar su sonrisa inocente, que tanto me gustaba, y choqué su taza con la mía.
—Por no volver a acostarnos.
Él arqueó una ceja y rápidamente agregué:
—Juntos, me refiero.
Soltó una carcajada sincera y bebió un sorbo de té mientras yo me terminaba el café de un trago. Qué tonta era. Él se acomodó en su asiento entre risas. Me alegré de ver que la tensión iba desapareciendo. Pensé que nunca podría ser sólo amiga de Kellan —de hecho, no pudimos ser sólo amigos ni cuando éramos amigos—, pero con Denny… me sentía tan cómoda que podíamos volver a serlo con facilidad.
Mientras sonreía para sí, yo torcí el gesto al pensar de nuevo en Kellan. Dejé la taza sobre la mesa y me aclaré la garganta. Denny me miró.
—Ejem, esto te va a sonar mal, pero, si hablas con Kellan en algún momento…, ¿podrías no decirle que estás aquí?
Él suspiró, encorvando los hombros.
—Kiera…
Sacudí la cabeza, interrumpiendo su protesta.
—Por favor. ¿No podrías… olvidar mencionarlo?
Denny se apoyó sobre la mesa, soltando otro suspiro.
—Kiera, no quiero decirte cómo tienes que llevar tu relación con él, pero… no durará si empiezas a mentirle.
Negué con la cabeza y también me apoyé sobre la mesa.
—No voy a mentir… Es sólo que no quiero decírselo todavía.
Denny me miró con gesto adusto, como si no viera diferencia alguna. De acuerdo, sabía que era tergiversar la verdad, pero a Kellan no le iba a gustar nada que Denny estuviera tan cerca de mí mientras él estaba fuera. Era una situación demasiado similar a la manera en la que él y yo habíamos empezado.
Coloqué la mano encima de la de Denny y volví a sacudir la cabeza.
—Sé que es algo importante, y terminaré diciéndoselo. —Me detuve para soltar aire—. Pero necesito pensar en cómo decírselo… sin asustarlo.
Denny me miró un rato y finalmente se apiadó de mí.
—De acuerdo, no se lo diré… Pero tampoco le mentiré. Si me lo pregunta, le diré la verdad. —Comencé a afirmar con la cabeza cuando él arqueó las cejas—. Se lo explicaré todo, incluida esta conversación.
Tragué saliva y asentí:
—Está bien… No hará falta llegar a eso. Yo se lo diré.
Él suspiró, meneando la cabeza mientras miraba por la ventana.
—Más te vale… No me apetece que dé rienda suelta a sus frustraciones conmigo.
Se mordió el labio mientras bajaba el tono de voz. Me estremecí. Eso era exactamente lo que Denny había hecho con Kellan la noche en que le dio una brutal paliza. Tomé su mano entre las mías y mascullé:
—Gracias, Denny.
Él asintió y fijó de nuevo sus ojos en mí. Cambiando de tema, le pregunté por su nuevo trabajo y se animó al instante, y fue igual que hacía años, cuando me contaba algo que lo emocionaba mucho. Llevaba casi un mes en la ciudad, desde comienzos de año, viviendo en un hotel de cuatro estrellas hasta que encontrara un apartamento para alquilar.
—¿Por qué no te quedas en casa de Kellan? —pregunté sin pensar.
Me miró de una forma curiosa y negó con la cabeza.
—No, no creo que sea buena idea.
Me encogí un poco y asentí. No, la verdad era que no. Allí había demasiados fantasmas incluso para mí, y para Denny, a quien una situación horrible le había explotado en la cara sin previo aviso… sería aun peor. No le culparía si jamás quisiera volver a entrar en casa de Kellan. Había sido una pregunta tonta. Supongo que pretendía ser práctica, como Denny solía ser, dado que el apartamento de Kellan estaba vacío en ese momento. Vacío y esperando paciente el regreso de su dueño, igual que yo.
Después de contarme las campañas en las que había trabajado, incluida una de un producto de higiene femenina de la que apenas podía hablar sin que se le escapara la risa, terminé por fijarme en el reloj que había a sus espaldas.
—Mierda, voy a llegar tarde.
Denny le echó un vistazo al reloj en el que yo clavaba la vista y arrugó la cara. Adoptó una expresión encantadora y yo me eché a reír antes de recordar la verdadera razón por la que tenía que irme. Me levanté y recogí la mochila y la chaqueta.
—Hemos hablado más tiempo del que creía. Voy a llegar tarde al trabajo.
Denny asintió, se levantó y también tomó su abrigo.
Mientras me ponía la chaqueta, me detuve y volví la cabeza en dirección a la puerta.
—¿Quieres venir conmigo? —Encogiéndome de hombros, añadí—: Como en los viejos tiempos.
Él me miró, se encogió de hombros y volvió a esbozar su sonrisa inocente.
—Claro…, ¿por qué no?
Denny me llevó al trabajo en su coche de empresa, negro, reluciente y de aspecto caro. Me alegraba saber que las cosas le iban bien; siempre supe que sería así. Cualquier cosa que emprendiera, la haría bien, de eso estaba segura. Además, el hecho de que fuera jefe a su edad, era señal de que ya estaba alcanzando el éxito.
Lo observé aparcar junto a la plaza que Kellan tenía reservada extraoficialmente. Se quedó mirando el Chevelle con el ceño fruncido, preguntándose tal vez dónde estaría su Honda. En algún momento tendría que decirle que Anna se había apropiado del coche. Esperaba que no se molestara mucho por ello.
Sin embargo, no dijo nada mientras esperaba a que saliera junto a su deportivo. Era tan raro verlo ahí, como si me hubiera caído por un agujero en el tiempo, viajando a través de él hasta el pasado. Las cosas eran distintas, pero también iguales. Me puse a su lado, él se dio la vuelta, y nos dirigimos hacia la puerta. Durante una fracción de segundo, sentí nostalgia porque no me diera la mano. En realidad, no es que lo deseara ni que lo necesitara, sino más bien que había esperado que lo hiciera.
Después de pasar tanto tiempo con alguien, aprendías a anticipar sus acciones. En el pasado, Denny me habría dado la mano con una sonrisa para entrar juntos. El que no lo hiciera me desconcertó, y al instante recordé que no estaba reviviendo el pasado.
Me di cuenta del fallo de mi improvisado plan cuando Denny atravesó las puertas conmigo y todos nos miraron boquiabiertos. Rita, Kate, todos los habituales del bar… Incluso Jenny parecía turbada. Muchos no sabían lo del triángulo entre Denny, Kellan y yo, pero sí sabían que Denny era mi ex, y Kellan mi actual pareja.
La conveniente aparición de Denny mientras Kellan estaba fuera bastó para que estallara una ola de cotilleos sobre el tema. Las expresiones de algunos daban a entender que lo que les parecía más extraño era el hecho de que estuviéramos juntos. Seguramente iba a tener que tener la conversación de «no se lo digas a Kellan» otra vez. De momento. Antes necesitaba un poco de tiempo para elaborar un plan y que Kellan no reaccionara de forma exagerada.
Denny se inclinó a mi lado para susurrarme:
—¿Soy yo, o todo el mundo nos mira?
Suspiré y puse los ojos en blanco, devolviéndole la mirada.
—No eres tú… Supongo que no ha pasado gran cosa por aquí últimamente. —Me reí—. Ahora somos la comidilla de la ciudad.
Me miró con una sonrisa sardónica.
—Estupendo, y yo que pensaba que esto iba a ser incómodo.
Solté una risa nerviosa y le indiqué que se sentara donde quisiera. Para mi sorpresa, escogió la mesa de la banda, tal vez de forma inconsciente, puesto que siempre se había sentado ahí.
Lo observé un instante antes de dirigirme a la habitación del personal para dejar mis cosas. Estuve a punto de sufrir la segunda colisión del día cuando Jenny me salió al paso. La esquivé en el último momento, sobresaltada. Odiaba chocarme con la gente.
Jenny miró hacia Denny con expresión huraña. Después se inclinó sobre mí. En voz muy baja, como si temiera que pudiera oírnos desde el otro lado de la sala, me dijo:
—¿Qué estás haciendo, Kiera?
La miré a la cara, empezando a irritarme de verdad. ¿Es que nadie creía que fuera capaz de ser amiga de un chico?
—Pues pensaba comenzar mi turno, puesto que ya llego un poco tarde.
Intenté seguir hacia la habitación, pero Jenny me agarró del brazo.
—No, pregunto qué haces con él.
Me volví para mirar a Denny. Estaba con los codos sobre la mesa, mirando el bar y supongo que asimilando la sensación de estar de vuelta. Tal vez había extrañado el lugar. Al ver a su amigo, Sam empezó a acercarse a él. Escuché su estridente saludo mientras me dirigía a Jenny otra vez.
—Me he encontrado con un viejo amigo que ha vuelto a la ciudad. Lo he invitado a comer porque lo echaba de menos. —Despegué sus dedos de mi brazo con cuidado y apostillé—: ¿Hay algún problema?
Sabía que lo había…, igual que Jenny. Ella sacudió la cabeza, musitando:
—No es un simple amigo, Kiera. Es tu ex novio, el ex novio al que Kellan y tú…
Ella suspiró y yo me mordí la lengua para contener mi respuesta. Sí, sabía perfectamente lo que le habíamos hecho. No necesitaba que nadie me lo explicara. Jenny le echó un vistazo rápido a mi anillo de prometida y cambió de idea respecto a lo que iba a decir.
—¿Sabe Kellan que está aquí? ¿Vas a seguir… viéndole… mientras Kellan está de gira?
Ladeé la cabeza, planteándome si no me estaría preguntando si pensaba volver a enrollarme con dos tíos a la vez. Sacudí la cabeza con un poco más de brusquedad de la necesaria y le espeté:
—¡No!
Ella se encogió un poco ante mi reacción y yo expulsé el aire de mis pulmones para relajarme. Después la rodeé con el brazo y comencé a caminar con ella hacia la habitación.
Jenny fue tranquilizándose con mi abrazo y, entonces, le dije, con la voz más serena:
—Sí, es posible que lo vea unas cuantas veces mientras esté en la ciudad. —Ella enarcó una ceja y añadí—: No, no estoy «viéndolo» en ese sentido. —Eché una mirada rápida al anillo que rodeaba mi dedo y sonreí—. Soy de Kellan… y eso no va a cambiar; pero Denny es mi amigo, y no voy a hacer como si no estuviera.
Cuando llegamos al pasillo, Jenny asintió con aire contemplativo. Yo hice un gesto de negación y dije:
—No pienso repetir una conducta que… ya sé cómo acaba. —Se me escapó un suspiro y bajé la cabeza—. He aprendido la lección, Jenny. Ya no soy esa persona.
Ella me dio una palmadita en la espalda cuando nos detuvimos delante de la habitación.
—Lo sé, Kiera. Creo que simplemente no querría verte estropear algo bueno. —Se agachó para buscar mi mirada—. Y que Kellan y tú estéis juntos es algo bueno.
Sonreí y asentí con la cabeza. Cuando me dio un rápido abrazo y estaba a punto de irse, la agarré del codo.
—Cuando hables con Evan…, ¿te importaría no decirle que Denny está aquí?
Ella encorvó los hombros y me miró con la misma expresión con la que Denny me había mirado antes.
—Kiera…
Negué con la cabeza.
—Kellan no lo entendería. No podrá creer que no vaya a pasar nada. Dejará la gira y volverá a casa. Se quedará a mi lado hasta que termine las clases en la universidad o hasta que Denny se marche. —Sacudí despacio la cabeza—. Lo dejaría todo, Jenny. Incluso sus sueños…, y los de Evan.
Jenny sostuvo mi mirada y emitió un suspiro.
—¿Vas a decírselo?
Asentí.
—Sí…, en cuanto sepa cómo hacerlo.
Ella cerró los ojos y meneó la cabeza. Cuando los abrió, parecía resignada… e irritada.
—Odio mentir, Kiera, sobre todo a Evan.
Le solté el codo y miré al suelo. Yo también odiaba mentir, pero a veces había que maquillar un poco la realidad para proteger a los demás. Como Denny había dicho, la verdad puede ser cruda. Es mejor no hacer daño a nadie, si se puede evitar.
—Lo sé, Jenny. —Le lancé una mirada furtiva—. Pero si es posible, no lo menciones.
Torció el gesto, pero accedió. Se marchó sacudiendo levemente la cabeza. Yo le di las gracias, pero ella no miró atrás. Suspiré, detestando incluso esa pequeña mentira. Sin embargo, por el momento, era una mentira necesaria.