M​I​R​A​M​I​R​A​A​H​I​V​I​E​N​E​U​N​A​A​M​I​G​A​L​A​A​M​I​G​A​J​U​G​A​R​A​C​O​N​J​A​N​E​J​U​G​A​R​A​N​A​U​N​B​U​E​N​J​U​E​G​O​J​U​E​G​A​J​A​N​E​J​U​E

¿Cuántas veces por minuto vas a mirarte en ese espejo?

Hace mucho rato que no me miro.

Lo has hecho.

¿Y qué? Puedo mirarme si me da la gana.

No digo que no puedas. Sólo que no sé por qué has de mirarte a cada momento. No se irán a ninguna parte.

Ya lo sé. Es que me gusta mirar.

¿Tienes miedo de que se marchen?

Claro que no. ¿Cómo podrían marcharse?

Los otros se marcharon.

No, no se marcharon. Cambiaron.

Marcharse. Cambiar. ¿Cuál es la diferencia?

Hay mucha diferencia. El señor Soaphead dijo que durarían para siempre.

¿Por los siglos de los siglos amén?

Sí, si te interesa saberlo.

No necesitas hacerte la sabidilla cuando hables conmigo.

No me hago la sabidilla. Has empezado tú.

Yo sólo quería hacer algo que no fuera estar siempre viendo cómo te miras al espejo.

Es porque tienes celos.

Ni celos ni nada.

Sí los tienes. Querrías unos ojos como los míos.

Ja ja. ¿Qué parecería yo con unos ojos azules?

Poca cosa.

Si vas a seguir así, prefiero marcharme y estar sola.

No. No te marches. ¿Qué te gustaría hacer?

Podríamos salir a jugar, supongo.

Pero hace demasiado calor.

Llévate el espejo. Guárdatelo en el bolsillo, y puedes sacarlo y mirarte paseando por la calle.

¡Oye! Nunca se me habría ocurrido que fueras tan celosa.

¡Oh, vamos!

Lo eres.

¿Soy qué?

Celosa.

De acuerdo, soy celosa.

Ya ves, te lo decía.

No, lo digo yo.

¿Son bonitos de verdad?

Sí. Muy bonitos.

¿Sólo «muy bonitos»?

Realmente, sinceramente muy bonitos.

¿Realmente, sinceramente, azuladamente bonitos?

Oh, Dios mío, estás loca.

¡No!

No lo he dicho en ese sentido.

Bueno, ¿en qué sentido, entonces?

Vámonos. Aquí sí que hace calor.

Espera un momento. No encuentro los zapatos.

Míralos, ahí.

Oh, gracias.

¿Tienes el espejo?

Sí, muy amable.

Bueno, pues vámonos ya… ¡Uuuf!

¿Qué pasa?

El sol brilla demasiado. Me molesta en los ojos.

A mí no. Ni siquiera pestañeo. Fíjate. Puedo mirar el sol de hito en hito.

No hagas eso.

¿Por qué no? No me molesta. No necesito ni pestañear.

Pestañea de todos modos, por si acaso. Me haces sentir rara mirando el sol de esa manera.

¿Cómo de rara?

Oh, no lo sé.

Sí, sí que lo sabes. ¿Por qué rara?

Te digo que no lo sé.

¿Por qué no me miras cuando lo dices? Bajas la mirada como la señora Breedlove.

¿La señora Breedlove baja la mirada delante de ti?

Sí, ahora lo hace. Desde que tengo los ojos azules, constantemente aparta la mirada de mí. ¿Te parece que también ella puede estar celosa?

Seguramente. Son muy bonitos, ya sabes.

Sí, lo sé. Fue realmente un buen trabajo. Todo el mundo está celoso. Cada vez que miro a alguien, la otra persona desvía la vista.

¿Es por ello que nadie te ha dicho lo bonitos que son?

Seguro que es por eso. ¿Imaginas? ¿Que algo así le ocurra a una persona, y que nadie, pero nadie, diga una palabra? Todos intentan disimular, fingen que no los ven. ¿No es ridículo…? Dime, ¿no es ridículo?

Sí.

Tú eres la única persona que me dice lo bonitos que son.

Sí.

Eres una auténtica amiga. Siento haberme picado contigo hace un instante. Me refiero a haber dicho que estás celosa y todo eso.

Olvídalo.

No, de verdad. Eres la mejor amiga que tengo en el mundo. ¿Por qué no te habré conocido antes?

Antes no me necesitabas.

¿No te necesitaba?

Quiero decir… que antes estabas siempre muy triste. Supongo que ni te enteraste de que existía.

Creo que tienes razón. Y era demasiado solitaria para tener amigas. Y tú estabas justamente allí. Justo delante de mis ojos.

No, encanto. Justo detrás de tus ojos.

¿Qué?

¿Qué piensa Maureen de tus ojos?

No ha dicho una palabra. ¿Te ha dicho algo a ti?

No. Nada.

¿A ti te gusta Maureen?

Oh, es pasable. Para ser una chica medio blanca, me refiero.

Sí, te entiendo. Pero ¿te gustaría ser amiga suya? O sea, ¿te gustaría ir por ahí con ella y esas cosas?

No.

A mí tampoco. Pero cuidado que tiene mucho éxito.

¿Quién quiere tener éxito?

Yo no.

Yo tampoco.

De todos modos no podrías tenerlo. Ni siquiera vas a la escuela.

Ni tú.

Ya lo sé. Pero antes iba.

¿Por qué dejaste de ir?

Me obligaron.

¿Quién te obligó?

No lo sé. Fue después del primer día que fui a la escuela con mis ojos azules. Al día siguiente, bueno, llamaron a la señora Breedlove para que se me llevara. No he vuelto más. Pero no me importa.

¿No?

No, no me importa. Están llenos de prejuicios, eso es todo.

Si, vaya si están llenos de prejuicios.

Sólo porque tengo los ojos azules, más azules que los suyos.

Exactamente.

Son más azules, ¿verdad?

Oh, sí. Mucho más azules.

¿Más azules que los de Joanna?

Mucho más azules que los de Joanna.

¿Y más azules que los de Michelena?

Mucho más azules que los de Michelena.

Eso pensaba. ¿Te ha dicho algo Michelena sobre mis ojos?

No. Nada.

¿Y tú le has dicho algo a ella?

No.

¿Cómo es?

¿Cómo es qué?

¿Cómo es que no has hablado de esto con nadie?

Lo hablo contigo.

Aparte de mí.

No me gusta nadie excepto tú.

¿Dónde vives?

Ya te lo dije una vez.

¿Cómo se llama tu madre?

¿Por qué te entrometes tanto en mis cosas?

Porque me extrañan. Tú no hablas con nadie. No vas a la escuela. Y nadie habla contigo.

¿Cómo sabes que nadie habla conmigo?

Porque no. Cuando estamos juntas en casa, incluso la señora Breedlove no te dice nada. Nunca. Algunas veces me pregunto si te ve.

¿Por qué no va a verme?

No lo sé. Casi tropieza contigo si se mueve.

Quizá no se siente del todo bien desde que Cholly se marchó.

Oh, sí. Puede que tengas razón.

Probablemente le echa de menos.

Pues no me explico por qué. Todo lo que él hacía era emborracharse y pegarle.

Bueno, ya sabes cómo son las personas mayores.

Sí. No. ¿Cómo son?

En fin, a pesar de todo puede que ella lo quisiera.

¿A ÉL?

Claro. ¿Por qué no? Fuera como fuese, aunque no le quisiera, seguramente le dejaba que se lo hiciera.

Eso no es nada.

¿Cómo lo sabes?

Yo les veía siempre. A ella no le gustaba.

Entonces, ¿por qué le dejaba?

Porque él la obligaba.

¿Cómo puede alguien obligarte a hacer algo así?

Es fácil.

¿Oh, sí? ¿Cómo de fácil?

Te obligan, simplemente, y ya está.

Supongo que será así. Y que Cholly podría obligar a cualquiera a hacer lo que fuese.

No, no podría.

A ti te obligó, ¿no?

¡Cállate!

Es broma.

¡Cállate!

Está bien, está bien.

Sólo lo probó, ¿entiendes? No hizo nada. ¿Me oyes?

Me callo.

Mejor. No me gusta esta clase de conversación.

He dicho que ya me callo.

Siempre hablas de porquerías. ¿Quién te ha contado esas cosas, además?

No me acuerdo.

¿Sammy?

No, tú.

Yo no he sido.

Sí, tú. Dijiste que intentó hacértelo cuando estabas durmiendo en el sofá.

¡Fíjate! Ni siquiera sabes de lo que hablas. Fue mientras fregaba platos.

Oh, sí. Platos.

Sola. En la cocina.

Bueno, me alegro de que no le dejaras.

Sí.

¿Le dejaste?

¿Le dejé qué?

Pues eso.

¿Estás loca?

Sospecho que sí.

Seguro que lo estás.

De todos modos…

Bien. Sigue. ¿De todos modos qué?

Me pregunto cómo debe ser.

Horrible.

¿De veras?

Sí. Horrible.

Entonces, ¿por qué no se lo contaste a la señora Breedlove?

¡Claro que se lo conté!

No me refiero a la primera vez. Me refiero a la segunda vez, cuando tú dormías en el sofá.

¡No dormía! ¡Estaba leyendo!

No es necesario que grites.

Tú no entiendes nada. Ella ni siquiera me creyó cuando se lo dije.

¿Y por eso no le hablaste de la segunda vez?

Tampoco me hubiera creído entonces.

Tienes razón. No servía de nada contárselo si no iba a creerte.

Eso es lo que procuro meterte en la cabezota.

Está bien, ahora lo entiendo. O casi.

¿Por qué «o casi»?

Hoy estás realmente difícil.

Porque tú no paras de decirme cosas perversas y con mala intención. Creí que eras mi amiga.

Lo soy. Lo soy.

Pues entonces déjame en paz con Cholly.

De acuerdo.

No hay nada más que decir de él, por otra parte. Se ha marchado.

Sí. En buena hora.

Sí. En buena hora.

Y Sammy también se ha marchado.

Y Sammy también.

Por lo tanto, es inútil hablar de ello. Quiero decir de ellos.

Completamente inútil.

Ahora todo ha terminado.

Sí.

Y tú no has de temer que Cholly vuelva a ti cualquier día.

No.

Aquello fue horrible, ¿cierto?

Sí.

¿También la segunda vez?

Sí.

¿De veras? ¿La segunda vez también?

¡Déjame en paz! Será mejor que me dejes sola.

¿No se te puede gastar una broma? Sólo quería pasar el rato.

No me gusta hablar de porquerías.

A mí tampoco. Hablemos de otras cosas.

¿De qué? ¿De qué vamos a hablar?

De tus ojos, por ejemplo.

Oh, sí. Mis ojos. Mis ojos azules. Deja que me mire otra vez.

Fíjate en lo bonitos que son.

Sí. Cada vez que los miro son más bonitos.

Son los más bonitos que he visto.

¿De verdad?

Oh, sí.

¿Más bonitos que el cielo?

Oh, sí. Mucho más bonitos que el cielo.

¿Más bonitos que los del libro de cuentos de Alice y Jerry?

Oh, sí. Mucho más bonitos que los ojos del libro de Alice y Jerry.

¿Y más bonitos que los de Joanna?

Oh, sí. Y más azules.

¿Más azules que los de Michelena?

Sí.

¿Estás segura?

Claro que estoy segura.

No pareces muy segura.

Bueno, pues estoy segura. Solamente…

¿Solamente qué?

Oh, nada. Pensaba sólo en una señora que vi ayer. Sus ojos sí eran azules. Pero no. No más azules que los tuyos.

¿Estás segura?

Sí. Ahora me acuerdo. Los tuyos son más azules.

Me alegro.

Yo también. Me fastidiaría saber que por ahí anda alguien con unos ojos más azules que los tuyos. Pero seguro que no. Por estos alrededores, no.

La verdad es que no lo sabes. No has visto a todas las personas que viven aquí.

No, a todas probablemente no.

Así que puede haber alguna, ¿no?

Es difícil.

Pero quizá sí. Quizá. Tú has dicho «por estos alrededores». Nadie «por estos alrededores» tiene probablemente los ojos más azules. Pero ¿y en algún otro sitio? Incluso si mis ojos son más azules que los de Joanna y más azules que los de Michelena y más azules que los de esa señora que viste, supón que hay alguien en alguna parte, lejos, con ojos más azules que los míos.

No seas tonta.

Podría ser, ¿no? ¿No podría haber otra persona?

Es difícil.

Pero suponlo. Piensa en muy lejos. En Cincinnati, digamos, ¿hay alguien cuyos ojos son más azules que los míos? Supón que allí hay dos personas con los ojos más azules.

¿Y qué? Tú pediste unos ojos azules. Tienes los ojos azules.

Debería habérmelos hecho más azules.

¿Quién?

El señor Soaphead.

¿Le dijiste de qué tono de azul los querías?

No. Lo olvidé.

Oh. Bien.

Mira. Mira allá. Aquella chica. Mírale los ojos. ¿Son más azules que los míos?

No. Creo que no.

¿Los has mirado bien?

Sí.

Ahí viene otra. Mírale los suyos. Fíjate en si son más azules.

Oye, basta de bobadas. No voy a estar mirando los ojos de todos los que pasan.

Tienes que hacerlo.

Ni hablar.

Por favor. Si hay alguien con ojos más azules que los míos, entonces quizás hay alguien con los ojos más azules del mundo. Los más azules del mundo entero.

Pues sería una lástima, ¿no?

Por favor, ayúdame a buscar.

No.

Pero supón que mis ojos no son lo bastante azules.

¿Lo bastante para qué?

Lo bastante azules para… No lo sé. Lo bastante azules para algo. Lo bastante azules… ¡para ti!

No voy a jugar más contigo.

Oh. No te marches.

Sí, me marcho.

¿Por qué? ¿Te has enfadado?

Sí.

¿Porque mis ojos no son lo bastante azules? ¿Porque no tengo los ojos más azules del mundo?

No. Porque te comportas como una tonta.

No te vayas. No me dejes. ¿Volverás si los consigo?

¿Qué has de conseguir?

Los ojos más azules del mundo. ¿Volverás entonces?

Por supuesto que volveré. Sólo me marcho por un ratito.

¿Lo prometes?

Claro que sí. Volveré. Me tendrás justo delante de tus ojos.

Esto fue, pues, lo que pasó.

Una niña negra suspira por los ojos de una niña blanca, y el horror que hay en el fondo de sus anhelos sólo lo supera la malignidad de su satisfacción.

La veíamos de vez en cuando, Frieda y yo, después de que el bebé naciera prematuramente y muriese. Después del chismorreo y la lenta oscilación de las cabezas. Era una visión muy triste. Las personas adultas desviaban la mirada; los niños, los que no se asustaban de ella, reían abiertamente.

El daño causado fue total. Ella pasaba los días, sus días de verga y zarcillo, caminando de acá para allá, de acá para allá, moviendo bruscamente la cabeza al compás de un tambor tan distante que sólo sus oídos podían captarlo. Doblados los codos, las manos en los hombros, agitaba los brazos en su eterno, grotescamente fútil esfuerzo por volar. Batiendo el aire, un pájaro alado pero incapaz de alzarse del suelo, entregado al vacío azul que no podía alcanzar —que ni siquiera podía ver—, pero que colmaba los valles de su mente.

Nosotras intentábamos verla sin mirarla, y nunca, nunca, nos acercábamos. No porque ella fuera absurda, o repulsiva, o porque nos atemorizase, sino porque la habíamos abandonado. Nuestras flores no crecieron nunca. Yo estaba convencida de que Frieda tenía razón, de que las había plantado a demasiada profundidad. ¿Cómo pude haber sido tan torpe? Así que eludimos a Pecola Breedlove. Para siempre.

Y los años se plegaron como pañuelos de bolsillo. Sammy se marchó hace tiempo de la ciudad; Cholly murió en la cárcel; la señora Breedlove todavía hace faenas domésticas. Y Pecola está en algún rincón de aquella casita marrón a la que ella y su madre se trasladaron, en un extremo de la ciudad, donde una puede verla incluso ahora, de tarde en tarde. Los movimientos de pájaro se han desgastado hasta reducirse a un mecánico escarbar y recoger mientras sigue su camino entre viejos neumáticos y girasoles, entre botellas vacías de Coke y matas de algodoncillos, en medio de los desechos y la belleza de este mundo, dos cosas que ella misma era. Todos nuestros desechos, que volcamos sobre ella y que ella absorbió. Y toda nuestra belleza, que primero fue suya y que ella nos entregó después. Todos nosotros —todos cuantos la conocimos— nos sentimos más sanos tras habernos depurado en ella. Éramos muy hermosos cuando nos erguíamos a horcajadas sobre su fealdad. Su sencillez nos decoraba, su culpa nos santificaba, su dolor nos hacía resplandecer de bienestar, su torpeza nos hacía creer que teníamos sentido del humor. Su incapacidad para expresarse producía en nosotros la ilusión de que éramos elocuentes. Su pobreza preservaba nuestra magnanimidad de ricos. Incluso sus sueños visionarios los utilizábamos para silenciar nuestras propias pesadillas. Y ella nos lo consentía, y con ello se ganaba nuestro desprecio. Nosotros pulíamos sobre ella nuestros egos, almohadillábamos nuestro carácter con sus flaquezas y nos abríamos desmesuradamente a la fantasía de nuestra solidez.

Y fantasía era, porque no éramos fuertes, sólo agresivos; no éramos libres, sólo licenciosos; no éramos compasivos, éramos corteses; no éramos buenos, pero nos portábamos bien. Nos exponíamos a la muerte para calificarnos a nosotros mismos de bravos, y nos ocultábamos ante la vida como ladrones. Sustituíamos los buenos principios por el intelecto; cambiábamos de hábitos para simular madurez; reordenábamos mentiras y lo llamábamos verdad, y en el nuevo diseño de una idea vieja veíamos la Revelación y la Palabra.

Ella, no obstante, dio el paso hacia la locura, una locura que la protegió de nosotros simplemente porque al final nos aburrió.

Oh, algunos de nosotros la «amaron». Línea Maginot. Y Cholly la amaba. Estoy segura. Él, en todo caso, fue la única persona que la amó lo suficiente para tocarla, para envolverla, para darle algo de sí mismo. Pero su toque fue fatal, y aquel algo que le dio llenó con muerte la matriz de su agonía. El amor no es nunca mejor que el amante. La gente inicua ama inicuamente, los violentos aman violentamente, las personas débiles aman débilmente, las estúpidas aman estúpidamente, pero el amor de un hombre libre nunca es seguro. El ser amado nunca se ve recompensado. Sólo el amante posee su don de amor. El ser amado es arrancado de sus raíces, neutralizado, congelado en el brillo de la mirada que el amante tiene vuelta hacia su propio interior.

Y ahora, cuando la vemos hurgando entre los desperdicios, ¿qué busca? ¿Lo que nosotros asesinamos? Yo voy diciendo que no planté las semillas a demasiada profundidad, digo que la culpa era del suelo, de la tierra de nuestra ciudad. Hoy pienso incluso que la tierra de todo el condado fue aquel año hostil a las caléndulas. Este suelo es malo para cierta clase de flores. No nutre ciertas simientes, no rinde determinados frutos, y cuando la tierra mata por propia voluntad, nosotros nos conformamos y decimos que la víctima no tenía derecho a vivir. Nos equivocamos, por supuesto, pero no importa. Ya es demasiado tarde. O al menos en el extrarradio de mi ciudad, entre los desechos urbanos y los girasoles, sí es demasiado, demasiado, demasiado tarde.