23

—Por ahí sale un grano en el culo patológico —dijo Rodriguez.

Examinó los rostros de las personas que estaban sentadas a la mesa, en busca de alguien que apreciara su ingenio, pero sólo las perennes sonrisas de los gemelos Cruise se acercaron a proporcionar algo semejante. Kline puso fin al silencio pidiendo a Hardwick que continuara la narración de la escena del crimen en la que estaba inmerso antes de que hubiera aparecido el forense.

—Exactamente lo que estaba pensando, Sheridan —intervino Rodriguez—. Hardwick, sigue donde lo has dejado y cíñete a los hechos clave. —La advertencia insinuaba que eso no era algo que Hardwick hiciera normalmente.

Gurney reparó en lo previsible que eran las actitudes del capitán: hostil con Hardwick, adulador con Kline, presuntuoso en general.

Hardwick habló con rapidez.

—El rastro más visible del asesino era un conjunto de huellas de pisadas que entraban por la puerta principal, atravesaban la zona de aparcamiento, rodeaban el granero por detrás, donde se interrumpían ante una silla de playa…

—¿En la nieve? —preguntó Kline.

—Exacto. Se encontraron colillas de cigarrillo en el suelo delante de la silla.

—Siete —dijo la pelirroja del portátil.

—Siete —repitió Hardwick—. Las huellas continuaban desde la silla…

—Discúlpeme, detective, pero ¿los Mellery tienen sillas de camping en la nieve? —preguntó Kline.

—No, señor. Parece que el asesino se trajo la silla.

—¿Se la trajo?

Hardwick se encogió de hombros.

Kline negó con la cabeza.

—Lamento interrumpir. Adelante.

—No lo lamentes, Sheridan. Pregúntale lo que quieras. Mucho de este material tampoco tiene sentido para mí —dijo Rodriguez, con una expresión que le atribuía la carencia de sentido a Hardwick.

—Las huellas de pisadas siguen desde la silla hasta el lugar de encuentro con la víctima.

—¿Se refiere al lugar donde mataron a Mellery, señor? —preguntó Kline.

—Sí, señor. Y desde allí pasan por una abertura en el seto, recorren el prado y se adentran en el bosque, donde finalmente terminan a casi un kilómetro de la casa.

—¿Qué quiere decir «terminan»?

—Se detienen. No van más allá. Hay una pequeña zona donde la nieve está pisada, como si el individuo se quedara allí un buen rato, pero no hay más huellas, ni de salida ni de llegada de ese lugar. Como ha oído hace un rato, las botas que dejaron las huellas se encontraron colgadas de un árbol cercano, sin ninguna señal de lo que había ocurrido al individuo que las llevaba.

Gurney estaba observando la cara de Kline y vio en ella una combinación de desconcierto ante el enigma y la sorpresa por esta incapacidad de ver cualquier solución. Hardwick estaba abriendo la boca para continuar cuando la pelirroja habló otra vez con una voz pausada y sin inflexiones, una voz perfectamente situada a medio camino de lo masculino y lo femenino.

—En este punto deberíamos decir que el dibujo de las suelas de las botas coincide con las huellas en la nieve. El laboratorio determinará si las huellas son suyas.

—¿Puede ser tan definitivo con las huellas dejadas en la nieve? —preguntó Kline.

—Ah, sí —dijo con su primer atisbo de entusiasmo—. Las huellas en la nieve son las mejores de todas. La nieve comprimida puede capturar detalles demasiado finos para ser percibidos a simple vista. Nunca mate a nadie en la nieve.

—Lo recordaré —dijo Kline—. Lamento otra vez interrumpir, detective. Por favor, continúe.

—Éste podría ser un buen momento para informar sobre las pruebas recogidas hasta ahora. ¿Le parece bien, capitán?

Una vez más, a Gurney, el tono de Hardwick le sonó como una sutil falta de respeto.

—Me gustaría disponer de algunos datos —dijo Rodriguez.

—Un momento, que abro el archivo —dijo la pelirroja, pulsando unas pocas teclas en su ordenador—. ¿Quiere los elementos en algún orden en especial?

—¿Qué tal por orden de importancia?

Sin mostrar ninguna reacción al tono condescendiente del capitán, la mujer empezó a leer de la pantalla del ordenador.

—Elemento probatorio número uno: una silla de playa, hecha de tubos de aluminio ligero con tejido de plástico. El examen inicial de materiales extraños descubrió unos pocos milímetros de Tyvek atrapado en el pliegue entre el asiento y el apoyabrazos.

—¿Se refiere al material con el que aíslan las casas? —preguntó Kline.

—Es una barrera antihumedad que se aplica sobre planchas de conglomerado, pero también en otros productos, en especial en monos de pintor. Ése fue el único material extraño descubierto, el único indicador de que se había usado la silla.

—¿Ni huellas, ni pelo, ni sudor, ni saliva, ni abrasiones, nada de nada? —preguntó Rodriguez, como si sospechara que su gente no había mirado lo bastante bien.

—Ni huellas, ni pelo, ni sudor, ni saliva, ni abrasiones, pero yo no diría nada de nada —respondió ella, que pareció dejar que el tono de la pregunta del capitán pasara sin tocarla, como el puñetazo de un borracho—. La mitad de la tela de la silla ha sido sustituida, todas las tiras horizontales.

—Pero has dicho que nunca se había usado.

—No hay ninguna señal de uso, pero las cinchas sin duda han sido sustituidas.

—¿Qué posible razón puede haber para eso?

Gurney estuvo tentado de ofrecer una explicación, pero Hardwick la expresó en palabras antes.

—Ella ha dicho que todas las cinchas eran blancas. Esa clase de silla normalmente tiene dos colores de cinchas entrelazadas para crear un patrón: azul y blanco, verde y blanco, algo así. Quizá no quería ningún color.

Rodriguez mascó la idea como si fuera un chicle rancio.

—Adelante, sargento Wigg. Tenemos mucho que hacer antes de comer.

—Elemento número dos: siete colillas de cigarrillos de la marca Marlboro, también sin rastros humanos.

Kline se inclinó hacia delante.

—¿No hay rastros de saliva? ¿No hay huellas dactilares parciales? ¿Ni siquiera aceite de piel?

—Nada.

—¿No es extraño?

—Extremadamente. Elemento número tres: una botella de whisky rota, incompleta, marca Four Roses.

—¿Incompleta?

—Aproximadamente la mitad de la botella estaba de una sola pieza. Eso y todos los restos recuperados suman algo menos de dos tercios de una botella completa.

—¿No hay huellas? —preguntó Rodriguez.

—No hay huellas; en realidad no es una sorpresa, considerando la ausencia de huellas en la silla y los cigarrillos. Había una sustancia presente, además de la sangre de la víctima: una minúscula huella de detergente en una fisura a lo largo del borde roto del cristal.

—¿Qué significa? —preguntó Rodriguez.

—La presencia del detergente y la ausencia de una porción de la botella sugiere que la rompieron en algún otro sitio y la lavaron antes de llevarla a la escena.

—Entonces, ¿ese alocado apuñalamiento fue tan premeditado como el disparo?

—Eso parece. ¿Continúo?

—Por favor —dijo Rodriguez, haciendo que la palabra sonara ruda.

—Elemento número cuatro: la vestimenta de la víctima, incluida ropa interior, bata y mocasines, todo manchado con su propia sangre. Tres cabellos extraños hallados en la bata, posiblemente de la mujer de la víctima, aún sin identificar. Elemento número cinco: muestras de sangre recogidas del suelo que había alrededor del cadáver. Se están llevando a cabo las pruebas: hasta el momento todas las muestras coinciden con la sangre de la víctima. Elemento número seis: trozos de cristal roto tomados de la losa de debajo del cuello de la víctima. Esto es coherente con el hallazgo de la autopsia inicial: cuatro heridas de punción de la botella de cristal atravesaron el cuello de delante atrás, y la víctima estaba en el suelo en el momento del acuchillamiento.

Kline tenía los ojos entrecerrados, como un hombre que conduce de cara al sol.

—Me está dando la impresión de que alguien ha cometido un crimen extremadamente violento, un crimen que implica disparar, apuñalar (más de una docena de heridas profundas, algunas causadas con gran fuerza) y, aun así, el asesino consiguió hacer todo esto sin dejar ni un solo rastro, no intencionado, de sí mismo.

Uno de los gemelos Cruise habló por primera vez, en una voz sorprendentemente aguda en relación con su aspecto de hombre.

—¿Qué ocurre con la silla de playa, la botella, las huellas de pisadas, las botas?

El rostro de Kline se retorció con impaciencia.

—He dicho rastros no intencionados. Esas cosas las dejó allí a propósito.

El joven se encogió de hombros como si fuera un truco de sofistería.

—El elemento número siete se divide en subcategorías —dijo la sargento sin género Wigg (aunque tal vez no sin sexo, observó Gurney, notando los interesantes ojos y la boca finamente esculpida)—. El artículo número siete incluye comunicaciones recibidas por la víctima que podrían ser relevantes para el crimen, incluida la nota final hallada en el cadáver.

—He hecho copias de todas ellas —anunció Rodriguez—. Las entregaré en el momento apropiado.

—¿Qué están buscando en ellas? —le preguntó Kline a Wigg.

—Huellas dactilares, hendiduras en el papel…

—¿Como impresiones de un cuaderno?

—Correcto. También estamos haciendo un test de identificación de tinta en las cartas manuscritas y un segundo test de identificación de impresión en la carta que se generó con un procesador de textos: la última recibida antes del asesinato.

—También tenemos expertos examinando la caligrafía, el vocabulario y la sintaxis —intervino Hardwick—, y estamos consiguiendo un análisis de huella de sonido de la conversación telefónica grabada por la víctima. Wigg ya tiene una impresión preliminar, y la revisaremos hoy mismo.

—También examinaremos las botas que se han encontrado hoy, en cuanto lleguen al laboratorio. Es todo por ahora —concluyó Wigg, que pulsó una tecla de su ordenador—. ¿Alguna pregunta?

—Yo tengo una —dijo Rodriguez—. Como hemos discutido presentar estos indicios en orden de importancia, me estaba preguntando por qué has puesto la silla en primer lugar.

—Sólo es una corazonada, señor. No podemos saber cómo encaja todo hasta que encaje. En este momento es difícil decir qué pieza del puzle…

—Pero has puesto la silla plegable en primer lugar —la interrumpió Rodriguez—. ¿Por qué?

—Parecía ilustrar el rasgo más asombroso del caso.

—¿Qué significa eso?

—La planificación —dijo Wigg con suavidad.

Gurney pensó que tenía la habilidad de responder al interrogatorio del capitán como si se tratara de una serie de preguntas objetivas hechas sobre papel, sin hacer caso de las expresiones faciales arrogantes ni de las entonaciones insultantes. Había una curiosa pureza en esa carencia de implicación emocional, en esa inmunidad a la provocación mezquina. Y captaba la atención de la gente. Gurney se fijó en que todos los presentes, salvo Rodriguez, estaban inconscientemente inclinados hacia delante.

—No sólo la planificación —continuó ella—, sino lo extraño de ella. Llevar una silla plegable a un asesinato. Fumarse siete cigarrillos sin tocarlos ni con los dedos ni con los labios. Romper una botella, lavarla y llevarla a la escena para apuñalar con ella un cadáver. Por no mencionar las pisadas imposibles y cómo el autor del crimen desapareció en el bosque. Es como si el hombre fuera una especie de genio del crimen. No es sólo una silla de playa, sino una silla con la mitad de las cinchas retiradas y sustituidas. ¿Por qué? ¿Porque lo quería todo blanco? ¿Porque sería menos visible en la nieve? ¿Porque sería menos visible contra el traje de pintor de Tyvek que probablemente llevaba? Pero si era una cuestión de visibilidad, ¿por qué se sentó en una silla de playa a fumar cigarrillos? No estoy segura de por qué, pero no me sorprendería que la silla resultara ser clave para desenredar todo esto.

Rodriguez negó con la cabeza.

—La clave para resolver este crimen será la disciplina policial, el procedimiento y la comunicación.

—Apuesto por la silla —susurró Hardwick, guiñando un ojo a Wigg.

El comentario tuvo efecto en el rostro del capitán, pero antes de que éste pudiera hablar se abrió la puerta de la sala de conferencias y entró un hombre que sostenía un disco de ordenador brillante.

—¿Qué es? —soltó Rodriguez.

—Me ha dicho que le traiga cualquier resultado de huellas dactilares en cuanto lo tuviera, señor.

—¿Y?

—Los tenemos —dijo, sosteniendo el disco—. Será mejor que echen un vistazo. Quizá la sargento Wigg podría…

Extendió el disco tentativamente hacia el portátil de Wigg. Ella lo insertó y pulsó un par de teclas.

—Interesante —dijo.

—Prekowski, ¿te importaría explicar qué tenemos aquí?

—Krepowski, señor.

—¿Qué?

—Me llamo Krepowski.

—Bueno, bien. Ahora, ¿puedes hacer el favor de contarnos si han encontrado alguna huella?

El hombre se aclaró la garganta.

—Bueno, sí y no —dijo.

Rodriguez suspiró.

—¿Quieres decir que son demasiado borrosas para ser útiles?

—Son mucho más que borrosas —dijo el hombre—. De hecho, no son huellas.

—Bueno, ¿qué son?

—Supongo que podríamos llamarlas manchas. Parece que el tipo usó las yemas de los dedos para escribir, usando el aceite de la piel de sus dedos como si fuera tinta invisible.

—¿Para escribir? ¿Escribir qué?

—Mensajes de una sola palabra. Uno en la parte de atrás de cada uno de los poemas que envió a la víctima. Una vez que logramos químicamente que las palabras fueran visibles, las fotografiamos y copiamos las imágenes en el disco. Se ve muy claro en pantalla.

Con un leve rastro de diversión en los labios, la sargento Wigg rotó lentamente su portátil hasta que la pantalla quedó directamente frente a Rodriguez. Había tres hojas de papel en la foto, colocadas una junto a la otra: eran las caras de atrás de las hojas en las que se habían escrito los tres poemas, ordenados en la secuencia en que se había recibido. En cada una de las tres hojas había una única palabra con letras manchadas mayúsculas.

POLI NECIO VIL