[1] Se refiere a Fernando de Borbón, que fue rey de las Dos Sicilias de 1830 a 1859 ininterrumpidamente, excepto durante la Revolución de 1848. Le sucedió en el trono su hijo, Francisco II, de 1859 a 1860. A partir de 1862 reinó Víctor Manuel II, de la casa de los Saboya. (N. del T.) <<
[2] Eso significa que quien hirió a Severino y a Fazio, el único de los doce agresores que no fue identificado, no sabía que los apuñalamientos eran gratuitos, al azar: creía que atacaba a un miembro del partido «italiano», el partido antiborbónico, y que también las demás personas a las que el jefe había ordenado agredir eran enemigos de la causa. Es quizá lo que él suponía, porque en sus declaraciones D’Angelo no dijo que lo hubieran engañado a ese respecto. Y, además, pocos criminales a sueldo creerían en aquel momento que el que los mandaba matar o herir no lo hiciera movido por la venganza, el amor o el dinero. La «estrategia de la tensión» la estaban inventando entonces. (N. del A.) <<
[3] Nadie con un mínimo de sentido común dudó de que el responsable de aquellos apuñalamientos era el partido borbónico. El 17 de octubre de 1862, Mariano Stabile escribía a Michele Amari: «No cesan de practicarse detenciones, pero aún no se sabe nada positivo que lleve a descubrir y castigar a los asesinos que, la misma tarde y a la misma hora, en varios puntos de la ciudad, atentaron contra la vida de personas sin color ni adscripción política alguna. Para mí todo lo planeó el partido borbónico-clerical, pues se trataba de asesinar a gente para sembrar el terror y decir luego que la culpa era del mal gobierno actual…». Nótese que pese a la detención de los doce apuñaladores, Stabile no veía nada positivo en la acción de la policía ni de la magistratura mientras los instigadores siguieran libres. (N. del A.) <<
[4] El 2 de octubre el teniente general Filippo Brignone decretaba: «Artículo primero: Se ordena el desarme inmediato y general en la provincia de Palermo y en el resto de las provincias de la isla. Solamente quedan eximidos los agentes de la fuerza pública, los miembros de la guardia nacional en acto de servicio, los cónsules y los agentes consulares. Artículo segundo: Los que posean un arma, sea cual sea, deberán entregarla en el plazo de tres días a partir de la publicación del presente decreto en las sedes locales de la policía nacional. Artículo tercero: Queda prohibida la exposición y venta de cualquier clase de arma ofensiva; los vendedores quedan igualmente sujetos a la entrega prescrita en el artículo anterior. Artículo cuarto: Aquellos que no cumplan con lo dispuesto en el presente decreto serán arrestados, castigados con todo el peso de la ley y, según los casos, fusilados». Fusilamientos hubo, y no de delincuentes, por cierto. (N. del A.) <<
[5] Mino Maccari (1898-1989), pintor, grabador y dibujante italiano cuya obra se caracteriza por una cáustica sátira social y política y a quien se ha comparado con Grosz. (N. del T.) <<
[6] El príncipe figuraba también en todos los comités de beneficencia (orfanatos, hospicios, agrupaciones de panificación gratuita para pobres) y de ayuda social (el comité contra la mendicidad, por ejemplo). No amparaba menos las bellas artes (repartía premios) y las ciencias (donó al gabinete de anatomía patológica «un lujoso local lleno de valiosos instrumentos de química, cuyo precio supera los tres mil francos»). (N. del A.) <<
[7] Esto no podía dejar de alegrar al Giornale Officiale di Sicilia (sobre cuya postura política y lenguaje pueden leerse sabrosísimas observaciones en El fin de un reino, de Raffaele de Cesare): «Parece ser que la organización se extendía por toda la isla y pretendía promover un movimiento borbónico y mazziniano». (N. del A.) <<
[8] El Partido de Acción fue creado en 1853 por Mazzini y en 1959 cobró nuevo impulso gracias a la influencia de Garibaldi. Propugnaba un programa republicano e insurreccional que tenía por fin liberar Italia de los Borbones y del poder papal. (N. del T.) <<
[9] Aparte de que las informaciones de Raeli eran de primera mano —siendo él mismo miembro del comité presidido por Ulloa en el que el Ministerio había delegado los asuntos de Sicilia—, estaban también escrupulosamente documentadas: con su primer informe, por ejemplo, adjuntaba órdenes firmadas por Ulloa, cartas que le habían dirigido y la clave para leerlas, y con el resto, cartas que recibía de Roma. Por cierto que, aunque dice muchas veces que consagra su vida al servicio del rey de Italia, no por ello pide menos dinero. Lo necesitaba, lo pedía, lo reclamaba. Imaginamos que era uno de esos hijos segundones de familia acaudalada y medio noble que vivían de la avara renta que les legó el padre o les concedía el primogénito, una renta que ellos, resentidos y desdeñosos, además de temperamentales, gastaban enseguida, lo que los hacía luego endeudarse todo el año; no tenían oficio ni beneficio, como suele decirse, y solían optar por el ejército o la Iglesia. Un ejemplo es Michele Palmieri di Micciché, que tuvo la suerte de conocer a Stendhal y fue por eso minuciosamente biografiado y psicoanalizado (véanse los ensayos de Pierre Martino, Dominique Fernandez, Massimo Colesanti, Claude Ambroise, así como el voluminoso tomo de Nicola Cinnella, Michele Palmieri di Micciché, publicado este año [1976] por Sellerio, Palermo). Sólo que Palmieri escribió dos tomos de vividísimas memorias y nunca, creemos, se habría rebajado a hacerlo para la policía, por una idea del honor a la que siempre trató de ser fiel, aunque no lo consiguiera en todo. (N. del A.) <<
[10] Raeli tenía mucho miedo, temía por él y también por su mujer, a la que había dejado en Roma (en sus cartas, los «amigos» de Roma le hablaban a menudo de ella casi como de un rehén). «Piense que en Roma», escribe Raeli a Celestino Bianchi, «nos las vemos con gente y curas que llevan toda la vida desconfiando y sospechando.» Eso mismo podríamos decirle hoy a algún que otro amigo político. (N. del A.) <<
[11] A nuestro juicio Carnemolla cumplió —al menos en un principio— la misión que el comité le había encomendado. Dejando aparte la cuestión, por otro lado insoluble, de su conversión al borbonismo (aunque tampoco pueda extrañarnos que un «feroz autonomista», en un momento en que las esperanzas autonomistas estaban bajo mínimos, se pasara por resentimiento al partido borbónico, el más contrario a la unidad), la razón por la que creemos que no incumplió es otra. Como Raeli refiere, él estaba en Roma por asuntos privados cuando Garibaldi conquistaba Sicilia. ¿Cuáles eran esos asuntos privados? Carnemolla fue nombrado arcipreste de Scicli en 1845 (en 1846 según otro cronista local) y destituido del cargo en 1859. Apeló la destitución y, como tenía que decidir la Santa Sede, se trasladó a Roma para seguir de cerca el recurso. Y al cabo de un año largo volvía a Scicli con la causa ganada. Sospechamos que aquella sentencia favorable (y tan favorable, si ya su nombramiento fue, como narra el cronista de Scicli, clérigo que sabe por eso mismo de lo que habla, un abuso del obispo de Siracusa) fue un premio por su conversión política. ¿Qué interés podía tener, pues, en arriesgar aquellas amistades y asideros que tanto le había costado hacerse durante su larga estancia en Roma? Si hubiera traicionado al comité —perjudicando a muchos sacerdotes y hasta a un cardenal— habría sido castigado de inmediato, su pasividad habría decepcionado y su vida de arcipreste en medio de un clero hostil y borbónico, bajo una autoridad íntegramente legitimista y reaccionaria, no habría sido fácil, como en realidad lo fue hasta los setenta y seis años. (En su tumba se lee: «Aquí yacen los restos mortales del arcipreste Giuseppe Carnemolla. Por su agudeza de ingenio y mucha doctrina brilló en las disciplinas civiles no menos que en las canónicas. Discípulo de santo Tomás de Aquino, impartió así desde púlpito como desde altar el Sagrado Ministerio y dejó de su persona un duradero recuerdo»; «un duradero recuerdo», dice la inscripción, y con razón: ahora estamos recordándolo.) Y no olvidemos que a raíz de su probable estancia en Palermo se desarrolló un importante movimiento filoborbónico entre los benedictinos de Monreale, seguramente por exhortación del cardenal D’Andrea, que Carnemolla se encargaría de transmitirles.
Pero como todo en este asunto tiene dos caras (y más de dos), nos preguntamos: si Carnemolla cumplió su cometido —al menos en un primer momento—, ¿por qué el Ministerio del Interior y la policía pasaron por alto el informe de Raeli y permitieron que lo hiciera? La respuesta —quizá la clave, la circunstancia que lo explica todo— podría ser la siguiente: porque el Estado italiano estaba a tal punto imbuido de borbonismo efectivo que, por simpatía, por afinidad, dejaba pasar el nominal. Que esta respuesta no es gratuita o dada a posteriori lo demuestra, por ejemplo, lo que desde Turín le escribía Michele Amari a Ubaldino Peruzzi el 20 de enero de 1863: «Hace una semana que recibo de Sicilia cartas gravísimas. No las escriben ni autonomistas, ni rojos, ni arribistas ni gente sin criterio… Al parecer borbónicos y clericales se insolentan, protegidos de hecho por nuestro gobierno. Los alcaldes y las fuerzas vivas de las rebeldes poblaciones de montaña que rodean Palermo son agentes borbónicos. Unos regímenes que se han sucedido muy rápidamente, y esas ideas de la gente del sur de un gobierno antiguo y estable, han hecho que simpaticen con los borbónicos…». Lo de saberlo a posteriori nos sirve acaso para no extrañarnos: ¿no hemos visto de hecho al gobierno de la República italiana salida del antifascismo proteger a los fascistas y simpatizar con ellos? (N. del A.) <<
[12] Los días 28 y 29 de mayo de 1863 se reunía la acusación en el Tribunal de Apelación para oír el informe de Giacosa «sobre los delitos y los detenidos de marzo pasado» y decidir si mandar a juicio o no a los acusados. Los cinco miembros de la acusación decidieron procesar a Russo y a Daddi, y dejar libres a los demás «por falta de indicios suficientes de culpabilidad». La tarde del mismo día 29, a bordo del vapor italiano Campidoglio, Giacosa abandonaba Palermo. (N. del A.) <<
[13] Rosso Malpelo, «pelirrojo», es el nombre de uno de los personajes verguianos, arquetipo siciliano por excelencia, que da nombre a una de sus novelas. (N. del T.) <<