Los libros de ciencias naturales insisten en predicar que el verano termina el veintidós de septiembre. Todo el mundo sabe que se equivocan. El verano termina con las primeras lluvias de final de agosto. La prometida tormenta iba a llegar puntual, como los recién enamorados. Una nube tan negra como inquietante se expandía por aquella tarde de lunes como una plaga bendita. Y en el corazón de los nativos de aquella costa tan seca, algo les decía que la vida continuaba, que el agua de aquella nube gris y perfecta enjuagaría los campos, limpiaría los tejados y arrastraría algún mal recuerdo. Un trueno rompió el cielo con la fuerza de un dios y aquella nube tan terrible abrió sus entrañas y comenzó el diluvio. Duró apenas treinta minutos. La Alquería Julieta también recibió el agua con denuedo. Las tres salieron al porche para ver llover. Parecía que querían asegurarse de que todo quedaba limpio y húmedo, como si ellas pudiesen reconducir las nubes en caso contrario. Pocas cosas pueden relajar tanto como ver caer la lluvia, sobre todo si lo hace con el hambre con que se presenta una tormenta de verano.
Apenas caía ya un leve gotear y ellas continuaban en silencio, absortas. El teléfono de la cocina las arrancó de aquel estado hipnótico. Fue Enda Efe quién acudió en busca del auricular. Volvió a los pocos segundos a la terraza.
—Es Joaquim —dijo.
Noelia reaccionó y se dirigió hacia adentro.
—No es para ti —Efe parecía disfrutar con aquello—. Quiere hablar con Enda.
Las dos mujeres se miraron. Noelia sintió celos, no los había dejado de sentir desde el primer minuto en que conoció a aquella mujer, pero ahora se sorprendió de que Joaquim tuviese algo que ver también con aquel sentimiento. Quizá fruto de la desesperación y por evitar la soledad, había fantaseado en alguna ocasión con que aquel hombre al que se empeñaba en menoscabar tomase partido en aquella familia.
—¿Hola? —preguntó Enda.
—Hola, Enda. ¿Qué tal?
—Muy bien. Estábamos viendo llover. Ha habido una buena tormenta.
—¿Sí? Aquí en la ciudad se ha puesto un poco negro pero al final no ha sido nada.
—Nice.
Se habían agotado los cartuchos de fogueo. Había que empezar a disparar de verdad.
—¿Qué te parece si paso a buscarte en una hora y salimos a tomar algo? Podríamos cenar por la playa, ¿conoces Casa Miquel?
—Sí, lo conozco. De acuerdo. Nos vemos en una hora, entonces.
Cuando Enda volvió ni siquiera se habían movido del sitio.
—¿Y bien? —preguntó Noelia.
—Quiere que vayamos a cenar —respondió Enda aún asombrada—. Me ha invitado a salir.
—Pues que no se te escape —es un buen tipo.
—¿Vas a salir con Joaquim? —preguntó Enda Efe arrugando las facciones—. Pero si es como de la familia.
—Por eso mismo —dijo Noelia, aunque ninguna de las otras dos entendió muy bien el porqué.