SEIS

[7 de marzo de 2008]

Noelia Fabregat asentía con la cabeza pero no acababa de atender a lo que le decían. Se podía pensar que se encontraba en estado de shock por la reciente muerte de su marido, pero la verdad era que simplemente había dejado de prestar atención a las cosas que consideraba poco importantes. Y una de esas cosas era, sin duda, una reunión con el notario y el abogado de su esposo para comenzar las gestiones de la herencia. Leer el testamento y firmar un par de papeles no debía de prolongarse demasiado. Notó una mano que buscaba la suya y por instinto la apretó. Era su hija, su niña, que dejó de serlo de repente ocho días antes. Había intentado vestirse acorde con la ocasión y sólo había conseguido disfrazarse. En aquel momento sintió mucha pena por ella. Allí, convertida en una bisoña mujercita de dieciséis años, nunca volvería a ver a su padre. ¿Podría ella compensar aquella pérdida? Apenas había ejercido como madre, menos aún podría hacerlo por partida doble. Miró a aquella desconocida que tenía sus mismas orejas y se dio cuenta, por primera vez desde que nació, de que le daba miedo tener a alguien a su cargo a quien cuidar. Noelia sólo la había parido y su marido se había encargado de ella desde el primer día. No sabía nada de ella. ¿Era virgen? Lo cierto es que ni había pensado en ello hasta entonces.

—Noelia, ¿estás bien? Podemos dejarlo si quieres.

Era la voz de Joaquim Ortells, el abogado de su marido.

—Estoy bien… —hizo una pausa con los ojos cerrados—. Continúa.

—Bien, hemos querido reunirnos con la mayor celeridad —estar ante el notario le hacía elevar el tono y hablar como en una vista— porque las circunstancias nos obligan a comenzar los trámites de inmediato. Puede costar algún tiempo poder cumplir la voluntad de Artur. Hay algo que debes saber cuanto antes.

Joaquim Ortells era más que un abogado. Artur solía llamarle ante cualquier imprevisto; una multa de tráfico o que faltase vino durante una barbacoa. Había sido casi uno más de la familia pero no era el abogado del matrimonio, lo era tan sólo de Artur, y Noelia lo sabía.

—Hay un requisito que debemos cumplir antes de leer el testamento y otorgar las últimas voluntades. Era el deseo de Artur que estuviesen presentes todos los herederos —Joaquim miró a madre e hija para tantear su reacción y prosiguió—. Falta una persona.

Noelia cambió la expresión de su cara. Su cabello oscuro caía como una noche sobre su frente. Tez morena, como mucha gente de la costa valenciana, testimonio de la presencia árabe durante siete siglos; los ojos, almendrados y marrones.

—¿Qué quieres decir con que falta una persona?

—No te preocupes, está todo atado —dijo el abogado—. Artur hizo su propia partición de la herencia y detalló lo que os correspondía a cada una. Lo que ocurre es que eso no es todo, hay algo más que debes saber. Hay otra persona en el testamento. Su parte no es muy significativa, se trataría casi de un valor sentimental. Aunque no nos engañemos —añadió mirando al notario—, también vale lo suyo.

Noelia mostró sus fauces en aquel momento.

—¿Me puedes explicar de qué coño estás hablando?

El notario intervino. El timbre de voz de aquel hombre, con un traje de dos mil euros arrugado por todas partes, resonó en el despacho de un modo que parecía construido a medida para ello.

—Señora, su marido era un caballero. Los derechos de su obra son para usted y la mayoría de sus bienes son para la niña —al decirlo miró a la hija y no vio a ninguna niña—, el dinero de las cuentas se reparte de forma más o menos natural. Todo esto es a grandes rasgos, ya le advierto que la lectura no se hará por el momento. Pero hay algo que su marido quiso dejar a otra persona y era su deseo no adjudicar el reparto hasta que no estuvieran todos presentes. En el documento, Artur insiste en que tienen que estar todos juntos en mi despacho.

Noelia miró a Joaquim.

—¿Quién es esa persona? ¿Va a venir? —estaba nerviosa. Artur hubiese sonreído para relajarla, pero Artur ya no estaba.

La niña miraba aquel juego de mayores desde una distancia de miles de kilómetros. Lo único que le importaba en aquel momento era coger el móvil y mirar los mensajes de texto.

—Todavía no hemos localizado a esa persona —titubeó Joaquim—. Pero ya estamos sobre la pista.

—¿Sobre la pista? —Noelia alzó el tono—. ¿A qué coño estáis jugando? ¿Cómo pudiste permitirle a Artur estas tonterías?

Joaquim se levantó de la silla e intervino en un timbre de voz que procuró sonara convincente y seco, como sus labios en aquel momento.

—¡Escúchame, Noelia! Sabemos que estás en un momento delicado, y créeme, estoy aquí para lo que necesites, pero no juzgues a Artur hasta que sepas toda la historia. Le dio muchas vueltas a este asunto, y pensaba en ti en todo momento, no quería causarte dolor. Al final, tomó una decisión que todos debemos respetar.

—Lo siento —Noelia bajó la mirada—, acabemos pronto con esto. ¿Qué viene ahora? ¿Dónde está esa persona?

—No lo sabemos todavía. Artur nos dio un plazo de seis meses para encontrarla y hacer lectura del testamento. Si no lo hacemos en ese plazo de tiempo hay una segunda opción de reparto en que sólo estáis tú y… —dudó un poco pero al final lo dijo— la niña.

—¿Encontrarla? ¿Es una mujer? —Noelia miró a su hija y se dio cuenta de que podía seguir hablando sin tapujos—. ¿Tenía una amante?

—No —sentenció Joaquim—. Nada de eso. Nunca te fue infiel, que yo sepa.

La mujer caviló un segundo.

—¿Otra hija? ¿Tenía otra hija, Joaquim?

El abogado cerró la carpeta y se levantó. Quería dar por terminada la reunión.

—No puedo darte ningún detalle. Lo sabrás todo en su debido momento, cuando la encontremos.

—¿Y si no lo hacéis? ¿Crees que podré dudar de Artur el resto de mi vida?

—Lo haremos. Encontraremos a esa persona y leeremos el testamento. Confía en mí…, confiad en mí —se corrigió mirando a la niña.