NUEVE POEMAS A UNA MUJER, QUE HIZO DE SU NOMBRE LLUVIA
I
Felisa, las palomas que comen en mi mano
son de ese ensueño que erosiona el verano
y que destruye mi cabeza, mi cabeza de anciano
que se arrodilla ante el ser amarillo.
II
Felisa, el falo que nos convoca
a esta dulce tumefacción de mi boca
no es sino una torre que invoca
el palacio de mi soledad
Felisa
ponte la negra boca
verás una paloma en mi frente
y el horror de mi soledad
III
Felisa, el mineral gastado
que disuelve el secreto de los hechos
es como un príncipe que en la noche explicara
cómo rompe el mar en el acantilado:
al aire trenzado suben
las curvas de los leones.
IV
Felisa, una serpiente
es el falo que nos convoca
de pie una sonrisa marchita
de rodillas ante el dolor.
V
LA ROSA DE MALLARMÉ
Contra el fuego de mi mano
está el latir de mi honda boca
contra el fuego está la rosa
cayendo de mi honda boca.
Que el suplicio de no sentir
dibuje en el aire la boca
de la saliva y el poema
y perdida, a los pies del poema
la obsesión de la existencia.
Qué será el fuego sino una boca.
VI
Con tus labios si tú quieres
mordiendo el poema como una rosa
infiel a su belleza de horror
sin que toque el papel blanco
este amor que no se dice.
VII
Dibuja el tedio una paloma marchita
volando hacia el fin que el papel precipita
como el cántaro fiel que a su fin invita
en el aroma de la luna sobre el que vuela
el barco de Nunca Jamás.
VIII
La campana de la garganta
da las doce si tú quieres
como una flor en el vientre
cayendo frente al dolor.
IX
Que el ladrido de un perro en el aire convoca
a no abrir sino una boca
en el aire de blanco horror.
Qué es el aire sino un temblor
que a la rosa convoca, el aire
en que no estamos los dos.