CAMINO DE AQABA

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Jueves, 20 de julio de 2006. 21.34

Andrea llegó hasta el H3 con la rueda pinchada más cansada que nunca en su vida. Localizó el gato justo donde Fowler había dicho que estaría, y mentalmente rezó una oración por el pobre sacerdote muerto.

Seguro que está en el cielo. Si es que existe. Si es que existes, Dios. Ya que estás ahí, por qué no mandas a un par de ángeles a echarme una mano, ¿eh?

No apareció nadie, así que Andrea tuvo que hacer el trabajo por sí misma. Cuando terminó se despidió de Doc, enterrada a menos de dos metros del coche. La despedida fue muy larga, y Andrea fue brevemente consciente de haber chillado y llorado en varias ocasiones. Estaba en el borde —quién sabe si dentro o fuera— de una crisis nerviosa por los acontecimientos de las últimas horas.

La luna comenzaba a brillar iluminando las dunas con su luz de plata azulada cuando Andrea reunió la suficiente presencia de ánimo para decir adiós a Chedva y subir de nuevo al H3. Mareada entró en la cabina, cerró la puerta y encendió el aire acondicionado. La sensación del frío extremo tocando su piel sudada y pegajosa fue deliciosa, pero no se permitió más que un par de minutos de ese placer. El depósito de combustible apenas rebasaba un cuarto de su capacidad, así que lo necesitaría todo para alcanzar la carretera.

Si me hubiese fijado en este detalle cuando subimos esta mañana al coche, hubiera entendido el auténtico propósito del viaje. Tal vez entonces Chedva aún seguiría viva, se lamentó Andrea amargamente.

Sacudió la cabeza con fuerza. Tenía que concentrarse en la conducción. Con un poco de suerte alcanzaría la carretera y un pueblo con gasolinera antes de la medianoche. Si no, tendría que andar. Lo importante era alcanzar un ordenador con conexión a Internet lo antes posible.

Tenía una historia que contar.