HUQAN

Comenzó alabando el nombre de Alá el sabio, el santo, el misericordioso, el que le daría la victoria frente a sus enemigos. Lo hizo postrado en el suelo, sin más vestidura que una túnica blanca cubriendo su cuerpo. Frente a él había una palangana con agua.

Para estar seguro de que el agua alcanzase la piel bajo el metal, se quitó un anillo de oro blanco, regalo de su hermandad con la fecha en la que había terminado los estudios. Después se lavó ambas manos hasta las muñecas, poniendo énfasis en la piel entre los dedos.

Ahuecó la mano derecha, la que nunca bajo ningún concepto permitía que tomase contacto con sus partes íntimas, y tomó un poco de agua. Se enjuagó la boca con el líquido tres veces, fuertemente.

Volvió a recoger agua en el hueco de la mano derecha, se la llevó hasta la nariz y aspiró fuertemente para limpiar las fosas nasales. Repitió tres veces la operación. Con la mano izquierda limpió los pasajes de agua, arena y mucosidad.

Usando de nuevo la mano izquierda, humedeció las puntas de sus dedos y se limpió la punta de la nariz.

Levantó la mano derecha y la sostuvo enfrente de su cara. Volvió a bajarla para sumergirla en la palangana, y lavó su cara desde la oreja derecha a la oreja izquierda, por tres veces.

Luego desde la frente a la garganta, tres veces más.

Se quitó el reloj y se lavó ambos antebrazos, primero el derecho y luego el izquierdo, con movimientos firmes, de la muñeca al codo.

Empapando las palmas de las manos, frotó su cabeza desde la frente a la nuca.

Paso las puntas mojadas de los índices en el pabellón auditivo y dentro de ambos oídos. Luego los pulgares detrás de las orejas y los lóbulos.

Finalmente se lavó ambos pies hasta los tobillos, comenzando con el pie derecho e insistiendo más entre los dedos de los pies.

—Ash hadu an la ilaha illa Allah wahdahu la shariika lahu wa anna Muhammadan’abduhu wa rasuluh —recitó con fervor, resaltando el centro de su fe: que no hay más dios que Alá, que no tiene iguales, y que Mahoma es su sirviente y mensajero.

Así terminaba el ritual de la ablución. Así comenzaba su vida como guerrero de la jihad a cara descubierta. Ahora estaba preparado para matar y morir a mayor gloria de Alá.

Aferró la pistola, permitiéndose una breve sonrisa. Ya oía los motores del avión. Era hora de dar la señal.

Luego, con gesto solemne, Russell salió de la tienda.