INSTITUTO METEOROLÓGICO AL-QÃHIRA

El Cairo, Egipto

Jueves, 20 de julio de 2006. 09.56

Aún no eran las diez y la camisa blanca del funcionario del IMAQ mostraba unos profundos cercos de sudor que estaban a punto de unirse bajo su corbata. Llevaba toda la mañana al teléfono haciendo un trabajo que normalmente correspondería a otro, pero a aquellas alturas del verano todo el mundo que era alguien estaba en Sharm-El-Sheik fingiendo ser un experto buceador.

Sin embargo aquella tarea no podía ser pospuesta. La fiera que andaba suelta era demasiado peligrosa.

Por trigésima cuarta vez desde que había confirmado las lecturas de sus dispositivos, el funcionario descolgó el auricular y llamó a otro de los puntos afectados.

—Práctico de Aqaba.

Salaam aleikum, soy Jawar Ibn Dawud, del Instituto Meteorológico Al-Qahira.

Aleikum Salaam. Jawar, soy Najjar —aunque los dos hombres no se habían visto nunca, habían hablado por teléfono una docena de veces—. ¿Puedes llamar dentro de unos minutos? Tengo una mañana liada.

—Escucha, esto es importante. Esta madrugada hemos detectado una masa de aire caliente como el infierno que va en vuestra dirección.

—Un simún, ¿eh? ¿Pasará por aquí? Mierda, tengo que llamar a mi mujer para que quite la ropa del tendedero.

—Será mejor que dejes de bromear. Este es uno de los más grandes que he visto nunca. Los gráficos se salen de la escala. Es muy, muy peligroso.

El funcionario casi pudo escuchar al práctico del puerto tragando saliva al otro lado del teléfono. Como todos los jordanos había aprendido a respetar y temer al simún, el viento mata hombres. Una tormenta de arena de movimientos circulares, que viajaba a 160 kilómetros por hora con vientos a 56 grados de temperatura. Los que tenían la desgracia de que un simún con toda su fuerza los cogiese a campo abierto morían instantáneamente de un paro cardíaco provocado por el golpe de calor. El súbito descenso de la humedad de sus cuerpos dejaba carcasas vacías y secas en el lugar donde minutos antes había un ser humano. Por suerte las modernas técnicas de detección permitían alertar a la población civil con algo de tiempo cuando el fenómeno se producía.

—Vaya. ¿Tienes un vector? —dijo el práctico, con la preocupación ahora sí patente en la voz.

—Salió del Sinaí hace unas horas. Creo que en Aqaba os tocará de refilón. Se alimentará de las corrientes de convención y explotará como una bomba en vuestro desierto Central. Tienes que hacer llamadas y que la gente haga llamadas.

—Ya sé cómo funciona la cadena, Jawar, gracias.

—Tú procura que hasta la noche nadie salga en barco, ¿vale? De lo contrario tendrás que recoger un montón de momias por la mañana.

Con disgusto, el funcionario colgó el teléfono.