KAYN TOWER

Nueva York

Miércoles, 19 de julio de 2006. 23.41

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El ordenador encontró la clave exactamente en dos minutos y cuarenta y tres segundos, lo cual fue una gran suerte porque Albert había calculado mal el tiempo de respuesta de los vigilantes y la puerta del fondo ya se estaba abriendo, casi al mismo tiempo que la del ascensor.

—¡Quietos!

Dos de los vigilantes y un oficial de la policía irrumpieron en el pasillo con las armas preparadas y cara de pocos amigos. Albert y Orville se arrojaron dentro del ascensor. Hubo un ruido de pies que corrían sobre la moqueta e incluso una mano estuvo a punto de introducirse en el hueco entre la puerta y la célula fotoeléctrica, pero falló por unos centímetros.

La puerta se cerró con un leve chasquido. Aunque algo amortiguadas, las voces de sus perseguidores les llegaban sin embargo con toda claridad.

—¿¡Cómo se abre esto!?

—No irán muy lejos, agente. Ese ascensor sólo se pone en marcha con una llave especial. Nadie puede hacerlo funcionar sin ella.

—Activen ese protocolo de emergencia del que me habló.

—Sí, señor. Ya lo verá. Será como pescar en una lata de sardinas.

Orville, con el corazón repiqueteándole en el pecho como un martillo neumático, se volvió hacia Albert con voz histérica.

—¡Van a cogernos, joder!

Pero el sacerdote estaba sonriendo.

—¿Qué demonios te pasa? ¡Piensa algo! —insistió Orville.

—Ya lo hice. Cuando esta mañana entramos en el sistema de la Kayn Tower nos fue imposible acceder a la subrutina del ordenador que abre las puertas de este ascensor.

—Era puñeteramente imposible —se lamentó Orville, a quien no le gustaba nada perder, y con aquel maldito firewall había perdido estrepitosamente.

—Puede que seas un buen espía y que domines algunos trucos… pero todavía te falta algo esencial para ser un buen hacker: pensamiento lateral —dijo Albert cruzando los brazos tras la cabeza y relajándose como si estuviera en el salón de su casa—. Usar ventanas cuando se atrancan las puertas. O en este caso, intercambiar la subrutina de posición del ascensor. Un paso sencillo que no estaba bloqueado. Ahora el ordenador piensa que el ascensor está en el piso 39 en vez de en el 38.

—¿Y? —dijo Orville, un poco molesto ante el pavoneo del sacerdote, pero expectante.

—Pues que, amigo mío, los protocolos de emergencia de esta ciudad están obligados a hacer descender todos los ascensores a la última planta disponible y abrir las puertas después.

En ese instante, con una ligera sacudida, el ascensor comenzó a ascender, ante los asombrados gritos de los vigilantes de fuera.

—Arriba es abajo y abajo es arriba —dijo Orville, aplaudiendo en mitad de una nube desinfectante con olor a menta—. Un genio. Eres un genio.