ARCHIVO MP3 RECUPERADO DE LA GRABADORA
DE ANDREA OTERO POR LA POLICÍA JORDANA DEL DESIERTO
TRAS LA DEBACLE DE LA EXPEDICIÓN MOISÉS
(…)
PREGUNTA: Debo agradecerle su tiempo y su paciencia, señor Kayn. Está siendo una jornada agotadora. Aprecio especialmente que me haya detallado episodios de su vida tan dolorosos como su huida de Alemania o su llegada a los Estados Unidos. Esos pasajes arrojan una gran profundidad humana sobre su figura.
RESPUESTA: Querida niña, no es nada propio de usted dar tantos rodeos antes de preguntar algo.
Ya, últimamente todos me dan consejos sobre cómo hacer mi trabajo. Me encanta.
Lo siento, continúe, por favor.
Señor Kayn, entiendo que el origen de su enfermedad, su agorafobia, se halla enraizado en los hechos tan dolorosos de su infancia.
Eso creen los médicos.
Hagamos un breve resumen, me será más fácil luego introducir cortes para radio. Usted vivió al cuidado del rabino Menachem Ben-Schlomo hasta alcanzar la mayoría de edad.
Correcto. El rabino fue como un padre para mí. Me daba de su plato aunque él pasase hambre. Consiguió orientar mi vida y que encontrase la fuerza necesaria para vencer mi miedo y mi trauma. Le llevó más de cuatro años conseguir que yo fuese capaz de salir a la calle y relacionarme con otras personas.
Fue todo un logro. Un niño que no era capaz de mirar a otra persona a la cara sin sufrir ataques de pánico irracional se convirtió primero en uno de los mayores ingenieros del mundo.
Un logro de la fe y del amor del rabino Ben-Shlomo. Doy gracias al Misericordioso por ponerme en manos de un hombre tan grande.
Luego en multimillonario, y finalmente en filántropo.
Prefiero no tocar el último punto. No me siento muy cómodo hablando de mis obras de caridad. Siempre siento que nada es suficiente.
Volvamos a la pregunta anterior. ¿Cuándo se dio cuenta de que podía llevar una vida normal?
Nunca. He luchado toda mi vida contra esta disfuncionalidad, querida mía. Hay días buenos y días malos.
Ha llevado sus negocios con mano de hierro y está entre los 50 primeros de Fortune. Supongo que ha habido más días buenos que malos. Incluso se casó y tuvo un hijo.
Supone bien. De mi vida familiar prefiero no hablar.
Su mujer se marchó y ahora vive en Israel, dedicada a la pintura.
Unos cuadros muy buenos, se lo garantizo.
¿Qué hay de Isaac?
Él… era grande. Muy grande.
Señor Kayn, puedo imaginar lo difícil que le resulta hablar de su hijo, pero es un punto importante y no voy a renunciar a ello. Y menos viendo esa mirada en su cara. Usted lo amaba mucho.
¿Sabe cómo murió?
Sé que fue una de las víctimas de los atentados de las Torres Gemelas. Y por las… catorce, casi quince horas de entrevistas que llevamos deduzco que su desaparición fue el detonante de la regresión profunda de su enfermedad.
Voy a pedirle a Jacob que entre. Quiero que usted se marche.
Señor Kayn, creo que usted quiere hablar, necesita hablar. No voy a importunarle con aforismos de psicología barata. Haga lo que crea oportuno.
Apague la grabadora, mi niña. Quiero pensar.
Señor Kayn, gracias por reanudar la entrevista. Cuando quiera.
Isaac era todo. Era alto y delgado, muy guapo. Mire su foto.
Me gusta la sonrisa.
Creo que le hubiese caído muy bien. Él era un poco como usted, prefería pedir perdón antes que permiso. Tenía la fuerza y la energía de un reactor nuclear. Y se ganaba todo lo que conseguía.
Con todos mis respetos, señor, es complicado aceptar una afirmación como ésa sobre alguien que nació para heredar una fortuna de once cifras.
¿Qué va a decir un padre? El propio Altísimo le dijo al profeta David que «sería su hijo para siempre». Ante una muestra de amor semejante mis palabras… Ah, pero ya veo que usted sólo me provocaba.
Discúlpeme.
Al contrario. Isaac tenía grandes defectos, pero entre ellos no se contaba la complacencia. No le importaba contradecir mis deseos. Se marchó a estudiar a Oxford sólo para poder estar en una Universidad a la que yo no hubiese hecho donaciones.
¿Allí conoció al señor Russell, verdad?
Iban juntos a clase de Macroeconomía y me lo recomendó mucho al acabar la carrera. Con el tiempo Jacob se convirtió en mi mano derecha.
El puesto que usted hubiese deseado para Isaac.
El que nunca hubiese aceptado. Cuando era pequeño… (sollozo ahogado).
Continuamos con la entrevista.
Gracias. Perdone que me haya emocionado al recordarlo. Era sólo un niño, no debería tener más de 11 años. Un día llegó a casa con un perro que había recogido en la calle. Yo me enfadé muchísimo. No me gustan los animales. ¿Le gustan los perros, querida?
Mucho.
Bueno, debería haber visto a aquel. Era un mestizo feo, mugriento y tenía sólo tres patas. Debía de llevar años vagabundeando. Lo más sensato que se podía hacer con aquel animal era llevarlo al veterinario para que acabase con su sufrimiento. Se lo dije. Él me miró muy serio y me dijo: «A ti también te recogieron de la calle, papá. ¿Crees que el rabino debía haber acabado con tu sufrimiento?».
¡Vaya!
Sentí una bofetada interior, de miedo y de orgullo. ¡Aquel niño era mi hijo! Le di permiso para quedarse con el animal si él se hacía responsable, y vaya si lo fue. El perro vivió cuatro años más.
Creo entender ya a qué se refería antes.
Desde muy pequeño fue consciente de que no quería vivir una vida a mi sombra. En… su último día fue a una entrevista de trabajo en Cantor Fitzgerald. Estaba en el piso 104 de la Torre Norte.
¿Quiere que paremos un rato?
Nishtgedeiget[29]. Estoy bien, querida. Isaac me llamó aquel martes. Yo estaba viendo lo que ocurría en la CNN. No había hablado con él en todo el fin de semana. No me imaginaba dónde podría estar.
Tenga un poco de agua.
Descolgué el teléfono. El dijo: «Papá, estoy en el World Trade Center. Ha explotado una bomba. Tengo mucho miedo». Yo me puse de pie, estaba muy asustado. Creo que le grité. No recuerdo lo que le dije. Él me dijo: «Llevo intentando llamarte casi diez minutos, la red está saturada. Papá, te quiero». Le dije que se quedase tranquilo, que llamaría a las autoridades. Que lo sacaríamos de allí. «No se puede bajar, papá. El piso se ha hundido y el fuego está subiendo. Hace mucho calor. Quiero que…» Y eso fue todo. Tenía veinticuatro años.
(Una larga pausa)
Miré el auricular sin comprender nada, acariciándolo con las yemas de los dedos. La comunicación se había cortado. Creo que mi cerebro se cortocircuito en aquel momento. El resto del día se ha borrado por completo de mi cabeza.
No supo más de él.
Bendito sea el Nombre, ojalá hubiera sido así. Al día siguiente abrí los periódicos, buscando noticias de supervivientes. Entonces vi su foto. Estaba allí, suspendido, ingrávido, libre. Había saltado.
Oh. Oh, Dios mío. Lo siento, señor Kayn.
Yo no. Las llamas y el calor eran insufribles. Él tuvo que ser capaz de romper las ventanas y elegir su destino. Puede que su destino fuese morir, pero nadie le dijo cómo. Él abrazó su suerte como un hombre. Murió fuerte, volando, dueño de diez segundos de aire. Se acabaron los planes que había hecho para él durante largos años.
Dios santo, es terrible.
Todo esto hubiera sido para él. Todo.