CARTA DE JOSEF COHEN A SU HIJO YUDEL
En Viena, martes 9 de febrero de 1943
Querido Yudel:
Escribo estas líneas apresuradas con la esperanza de que el cariño y el amor que sentimos por ti rellene los huecos que dejen la urgencia y la inexperiencia del corresponsal. No he sido nunca dado a efusiones, bien lo sabe tu madre. Desde que naciste, la forzada intimidad de la jaula en la que nos encerró la guerra me ha desgastado el corazón. Me entristece no haberte visto nunca jugar al sol, y ya nunca lo veré. El Eterno nos ha forjado en el crisol de una dura prueba, y no hemos dado la talla. Queda para ti cumplir aquello de lo que nosotros no hemos sido capaces.
Dentro de unos minutos marcharemos en busca de tu hermano, y no vamos a volver nunca. Tu madre no atiende a razones y no puedo dejarla ir sola. Camino a una muerte segura, soy consciente. Cuando leas esta carta tendrás doce años. Te preguntarás qué locura posee a tus padres para marchar así, en brazos del enemigo. ¿Por qué lo hacemos? Parte del motivo de esta carta es entender yo mismo la respuesta a esa pregunta. Cuando crezcas sabrás que hay empresas que es necesario acometer, aun a sabiendas de que el resultado será adverso.
El tiempo apremia y he de contarte algo muy importante. Desde hace siglos los miembros de nuestra, familia han estado dedicados a la custodia de un objeto sagrado. Se trata de la vela que te acompañó el día de tu nacimiento. Por circunstancias terribles, es lo único que nos queda hoy que tenga, un cierto valor intrínseco, y por eso tu madre me obliga a ponerla en juego para intentar rescatar a tu hermano.
Será un sacrificio tan inútil como el de nuestras vidas. No me importa. No lo haría si no quedases tú detrás, y en ti confío. Me gustaría explicarte la razón que hace esta vela tan especial, pero la desconozco. Sólo sé que guardarla incólume era mi misión, una misión que se ha transmitido de padres a hijos desde hace muchas generaciones, y en la que he fallado como en todo en la vida.
Busca la vela, Yudel. Se la entregaremos al médico que retiene a tu hermano en el Kinderspital AM Spiegelgrund. Si al menos sirviese para comprar la libertad de tu hermano, buscadla juntos. Si no, ruego al Nombre que te mantenga a salvo y que cuando leas esto la guerra por fin haya terminado.
Hay algo más. Poco queda de la vasta herencia que os correspondía a Elan y a ti. Las fábricas de tu familia están en poder de los nazis. Las cuentas corrientes que poseíamos en los bancos de Austria hace tiempo que fueron intervenidas. Nuestros pisos ardieron en la ReichsKristallnacht. Pero por suerte podemos dejarte algo. Siempre hemos conservado un fondo familiar para los imprevistos en un banco de Suiza. La fuimos engordando poco a poco, con viajes cada dos o tres meses, a veces llevando sólo unos cientos de francos. ¡Tu madre y yo apreciábamos tanto aquellas escapadas de fin de semana! No es una gran fortuna, apenas cincuenta mil francos, pero servirá para que puedas estudiar y te establezcas como y donde quieras. El dinero está depositado en una cuenta numerada, del Crédit Suisse, la 336923348927R, bajo mi nombre. El director te solicitará una contraseña. Es «Perpignan».
Nada más. Recita cada día tus bendiciones, no te apartes de la luz de la Torah y honra a tu casa y a tu pueblo.
Bendito sea el Eterno, aquel que es nuestro Único Dios, Presencia Universal, Juez Auténtico. A Él me encomiendo y te encomiendo. ¡Que Él te guarde!
Tuyo,
Josef Cohen