L0WER EAST SIDE

Nueva York

Diciembre de 1943

Yudel tenía tanta hambre que apenas sentía el resto de su cuerpo. Sólo era consciente de arrastrar su encogido estómago a través de las calles de Manhattan. Buscaba refugio en los portales y en los callejones, pero nunca conseguía quedarse demasiado tiempo en un sitio. Enseguida un ruido, una luz o una voz lo asustaban y corría, aferrando el maltrecho hato de ropa que constituía su única posesión en el mundo. Salvo en el intervalo de Estambul, no había conocido más hogar que los vientres seguros del zulo y la bodega del barco. La desquiciada, bulliciosa, iluminada Nueva York era para Yudel un bosque tenebroso. Bebió en fuentes y en desagües. Un mendigo borracho le arañó las piernas al pasar. Un policía lo llamó desde una esquina. Su uniforme le recordó al del monstruo con linterna que los buscaba en el portal del juez Rath. Huyó.

Caía la tarde del tercer día tras su desembarco cuando el niño se desplomó, rendido, sobre las inmundicias de un callejón de Broome Street. Sobre su cabeza, los tenement[27] bullían de gritos, ruido de cacharros, discusiones, batallas sexuales, vida. Yudel se desmayó unos minutos. Recobró el sentido sintiendo que algo le corría por la cara. Supo lo que era antes de abrir los ojos asqueado. La rata no le hizo el menor caso. Se dirigía a un cubo de basura volcado, donde había olisqueado un pedazo de pan reseco. Era un trozo grueso, demasiado para que la rata saliese corriendo con él. Lo royó con dientes apresurados.

Yudel se arrastró como pudo hasta el cubo. Con dedos vacilantes agarró una lata y la arrojó contra el roedor. Falló. La rata le miró inexpresiva, los dientes hincados aún en el mendrugo. El niño agarró a tientas el mango partido de un paraguas. Hizo ademán de lanzarlo contra la rata y ésta se dio por vencida y se escurrió en busca de restos más fáciles.

El pequeño le echó mano al mendrugo. Abrió la boca para morderlo con avidez, pero la cerró y depositó el pan de nuevo sobre su regazo. Sacó un harapo irreconocible de la mochila y cubrió su cabeza y bendijo al Señor por el regalo del pan.

—Baruch Atah Adonai, Eloheynu Melech haolam, ha motzee lechem min haaretz[28].

En el callejón, una puerta se había abierto hacía un par de minutos. Un viejo rabino, inadvertido por Yudel, había presenciado el duelo con la rata. Cuando escuchó la bendición del pan de boca de aquel chiquillo famélico, una lágrima rodó por su rostro. Jamás había visto nada igual. En aquella fe no había desesperación ni dudas.

El rabino siguió mirando al niño durante un buen rato. Su sinagoga era muy pobre. Apenas lograba reunir suficientes recursos para mantenerla abierta, al límite de la lógica. Por eso ni siquiera él entendió muy bien su decisión.

Yudel se había quedado dormido entre los restos pútridos de comida y basura. No se despertó cuando el rabino lo alzó en brazos, con cuidado, y lo llevó al interior de la sinagoga.

La vieja estufa mantendrá el frío fuera aún algunas noches. Luego ya veremos, se dijo el rabino.

Mientras sacaba al niño las ropas mugrientas y lo arropaba con su única manta, el rabino encontró la tarjeta verde azulada que le habían entregado en la Isla de Ellis, en la que lo identificaban como Raymond Kayn, con familia en Manhattan. También un sobre en el que se leía, en hebreo:

Para mi hijo, Yudel Cohen

no leer hasta tu bar mitzvah

Noviembre de 1951

El rabino rasgó el sobre, creyendo acertadamente que lo ayudaría a determinar el origen del muchacho. Lo que leyó lo dejó asombrado y confundido, pero le reafirmó en su convicción de que el mismo Piadoso había guiado los pasos de aquel niño hasta su puerta.

Afuera, la nieve comenzó a caer en grandes copos.