LA EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Miércoles, 19 de julio de 2006. 19.01

Andrea hizo una nueva foto de Pappas arrodillado frente al muro de piedra. La cara le quedaba ensombrecida, pero el robot se veía perfectamente.

Casi mejor, David… no es que seas una belleza precisamente, se dijo Andrea, maliciosa. Tendría tiempo en pocas horas de lamentar ese pensamiento, pero en aquel momento nada había más cerca de la verdad. Aquel artilugio era una maravilla.

—Stowe lo llamó ATER: Annoying Terrain Explorer Robot[26], pero nosotros lo llamamos Freddie.

—¿Por algo en especial?

—Lo hacíamos por joder a Stowe. Era un capullo arrogante, eso es todo —dijo David, y Andrea se sorprendió ante la explosión de rabia contenida del tímido arqueólogo.

Freddie era un desarrollo de Stowe Erling, quien por desgracia no estaría allí en el estreno de su robot. Consistía en un sistema capaz de introducir una cámara móvil y controlada a distancia en lugares a los que el ser humano no podía acceder sin peligro. Para salvar obstáculos, Freddie estaba dotado de dos pares de cadenas similares a las de un tanque. Era capaz de comprimirse verticalmente y de sumergirse en agua durante diez minutos sin sufrir daños. Erling había copiado la idea de un grupo de arqueólogos de Boston y lo había recreado junto con varios ingenieros del Massachusetts Institute of Technology, que le habían demandado por largarse con el prototipo a esa misión, algo que a Stowe poco podía importarle ya.

—Lo introduciremos por la abertura y obtendremos imágenes del interior de la grieta —dijo David—. De ese modo sabremos si es seguro derribar el muro sin destruir lo que hay al otro lado.

—¿Cómo será capaz de ver el robot?

—Freddie está equipado con lentes de visión nocturna. La zona central de su armadura emite un rayo de luz infrarroja que sólo su lente puede percibir. La calidad no es muy buena, pero creo que será suficiente. Lo único que tenemos que evitar es que se atasque o vuelque. Si vuelca… se acabó.

Los primeros metros fueron los más sencillos. El tramo inicial, aunque muy estrecho, dejaba a Freddie suficiente espacio para entrar. Salvar el desnivel de la pared con el suelo fue algo más difícil. Encontraron un terreno irregular, lleno de piedras sueltas. Por suerte el robot podía mover sus cadenas individualmente, lo cual le permitía salvar escollos que no fueran muy grandes.

—Dos tercios más a la izquierda —dijo David pegado a la pantalla de control, en la que se veía poco más que un campo de piedras en blanco y negro. Tommy Eichberg manejaba los controles por decisión de David, ya que tenía un pulso excelente en sus dedos rechonchos. Cada cadena se movía con una pequeña rueda en un mando de control conectado a Freddie por dos gruesos cables que también servían para proporcionarle energía o para intentar recuperarlo tirando de él hacia atrás en caso de que algo fuese mal.

—Ya casi está. ¡Uufff!

La pantalla osciló peligrosamente, y por un instante el aparato estuvo a punto de volcar.

—¡Ten más cuidado, Tommy, joder! —gritó David.

—Eh, cálmate, muchachito. Estas ruedas son más sensibles que el clítoris de una monja. Disculpe mi lenguaje, señorita —dijo volviéndose hacia Andrea—. Tengo lengua del Bronx.

—No debe preocuparse. Yo tengo oídos de Harlem —dijo la joven, siguiéndole la broma.

—Tienes que estabilizarlo un poco más.

—Ya lo intento. ¡Ya lo intento!

Otro ligero giro a los mandos y el robot salvó el desnivel de la piedra.

—¿Alguna idea de cuánta distancia ha recorrido Freddie? —dijo Andrea.

—Unos dos metros y medio tras el muro —le respondió David, secándose el sudor que le resbalaba por la frente. Cada vez hacía más calor allí dentro debido a los generadores y los focos.

—Y tiene… ¡Espera!

—¿Qué ocurre?

—Creo que he visto algo.

—¿Estás segura? No es fácil dar la vuelta con esto.

—Tommy, vaya a la izquierda, por favor.

Eichberg miró a Pappas, quien asintió. Lentamente la pantalla comenzó a moverse, revelando un contorno circular oscuro.

—Un poco hacia atrás.

Dos triángulos de bordes finos, uno junto al otro.

Una fila de pequeños cuadrados apiñados.

—Un poco más.

Finalmente la geometría se transformó en algo reconocible.

—Oh, Señor. Es una calavera.

Andrea miró a Pappas con gesto de triunfo.

—Ahí tienes la respuesta: así consiguieron cerrar su muro por dentro, David.

El arqueólogo no la escuchaba. Miraba la pantalla muy de cerca murmurando en voz baja. Sus dos manos sujetaban la pantalla con la desesperación de un vidente loco frente a su bola de cristal. Una gota de sudor cayó de la nariz grasienta del joven y resbaló sobre la cuenca de la calavera y el lugar donde habría estado la mejilla del muerto.

Igual que una lágrima, pensó Andrea.

—¡Rápido, Tommy! ¡Rodéela y vaya más lejos! —dijo Pappas, y su voz cada vez era menos reconocible para Andrea—. ¡Hacia la izquierda!

—Tranquilo, chico. Vamos a hacer las cosas despacio. Creo que hay un…

—¡Déjelo, lo haré yo mismo! —dijo David, abalanzándose sobre el cuadro de mandos.

—Pero ¿qué haces? —se enfadó Eichberg—. ¡Suéltalo, joder!

Eichberg y él forcejearon durante un par de segundos por el mando, accionando las ruedas en el proceso. La cara de David estaba roja como la grana y las cerdas del bigote de Eichberg subían y bajaban por la furiosa respiración de su dueño.

—¡Cuidado! —gritó Andrea, mirando la pantalla, que de nuevo se agitó locamente. Y de repente ya no se movió más.

Eichberg soltó el mando de repente, y David cayó hacia atrás, haciéndose un corte en la sien con el borde del monitor. Pero en ese momento le preocupaba mucho más lo que se veía en él que el daño que le había hecho en la cabeza.

—Es lo que trataba de decirte, chico. Había un desnivel.

—Mierda. ¿Por qué no lo has soltado? Ahora ha volcado. ¡Volcado!

—Cállate. Tú la has jodido con tus prisas.

Andrea los mandó callar de un grito.

—¡Dejen de discutir! No está del todo sobre un costado, fíjense —dijo señalando la pantalla.

Los dos se acercaron a regañadientes. Brian Hanley, que había ido a buscar algunos repuestos fuera y se estaba descolgando haciendo rapel mientras la breve pelea, se acercó también.

—Esto tiene arreglo —dijo tras estudiar la pantalla un rato—. Si damos todos a la vez un tirón del cable podría volver a colocarse sobre las cadenas. Si tiramos suave sólo conseguiríamos arrastrarlo hasta que se atascara. Tiene que ser fuerte y seco, como un latigazo.

—No servirá de nada —dijo Pappas—. Arrancaríamos el cable.

—No se pierde nada por probar, ¿verdad?

Todos se pusieron en posición, agarrando el cable con ambas manos, lo más cerca posible del agujero. Hanley tiró del cable hasta que estuvo casi tirante pero no del todo.

—A mi señal. Una, dos, ¡tres!

Los cuatro tiraron a la vez.

El cable pasó de repente a estar demasiado suelto en sus manos.

—Mierda. Lo hemos arrancado.

Hanley tiró de él hasta que consiguió sacarlo del todo.

—Pues sí que… joder, lo siento, Pappas.

Pero el joven arqueólogo no prestaba atención a nada de lo que estaba ocurriendo. Por un instante se había girado, exasperado, dispuesto a emprenderla a golpes con lo primero que encontrase. Alzó una llave de tubo para emprenderla a golpes con el monitor —tal vez una venganza atrasada por el golpe de dos minutos atrás— cuando su vista se quedó clavada en la pantalla.

Andrea se acercó curiosa, y entonces comprendió.

No.

No puedo creerlo.

Porque en realidad no lo he creído nunca, ¿verdad? Nunca creí que fuera posible que existieras.

La grabación se había quedado congelada en el último fotograma que había captado el robot. Un fotograma en el que se había vuelto a poner sobre sus cadenas antes de soltarse el cable. Libre su campo de visión de la obstrucción de la calavera, la imagen mostraba un destello que Andrea tardó en asimilar hasta que comprendió que era un exceso de luz infrarroja rebotando sobre una superficie metálica. La joven creyó distinguir el borde irregular de lo que sin duda parecía una caja grande. En lo alto se entreveía una figura, pero Andrea no podía estar segura.

Quien sí estaba seguro era Pappas, que murmuraba con la mirada perdida.

—Está ahí, profesor. La he encontrado. La he encontrado para usted…

Andrea se volvió hacia el profesor y disparó sin pensar con su cámara, ansiosa de captar su primera impresión de sorpresa y alegría, la recompensa a toda una vida de búsqueda, dedicación y aislamiento emocional. Lanzó tres instantáneas antes de mirar realmente.

En aquellos ojos no había nada, de aquella boca sólo surgía un reguero de sangre que se apelmazaba sobre la barba.

Brian se acercó corriendo.

—Mierda. Hay que sacarlo de aquí. No respira.