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El viejo, de rodillas junto al inodoro de plástico de la tienda, reprimió una arcada, mientras el ayudante intentaba en vano ofrecerle un vaso de agua. Finalmente consiguió contener el vómito. Odiaba vomitar, odiaba esa sensación relajante y agotadora de expulsar todo lo malo que corroe por dentro. Un fiel reflejo de cómo era su alma.
—No sabes lo que me ha costado, Jacob. No te haces una idea, esa rechielesnitseh[20]… hablar con ella, verme tan expuesto. No puedo soportarlo más. Quiere hacer otra sesión.
—Me temo que tendrá que aguantar un poco más, señor.
El viejo miró con anhelo el mueble bar al otro extremo de la estancia, temblando ligeramente. El ayudante, que había seguido la dirección de su mirada, le dedicó una dura mirada y el viejo apartó la vista con un suspiro.
—Qué contradictorios somos los seres humanos, Jacob. Llegamos a disfrutar lo que más odiamos. Contarle mi vida a una desconocida me alivió mucho de mi carga, me sentí por un momento conectado con el mundo. Planeaba engañar, mezclar mentiras con verdades, tal vez. Pero en lugar de eso se lo he contado todo.
—Lo ha hecho porque sabía que no era una entrevista real. Que ella no podrá publicarlo.
—Tal vez. O tal vez necesitase contarlo. ¿Crees que ella sospecha algo?
—No lo creo, señor. En cualquier caso, casi hemos llegado al final.
—Es muy inteligente, Jacob. Vigílala de cerca. Puede que sea más que una mera comparsa en todo este asunto.