HUQUAN

El imam tenía razón.

Le había prometido que la jihad entraría en su alma y en su corazón. Le había prevenido contra los que les llamaban radicales, a los que llamaba musulmanes blandos.

—No ha de asustarte cómo se sientan otros musulmanes hacia lo que hacemos. Simplemente Dios no los preparó para la tarea, no templó su alma y su corazón en el fuego que nos consume. Déjalos que piensen que el Islam es una religión de paz. Eso nos ayuda. Debilita las defensas del enemigo, crea agujeros por los que nosotros podemos entrar. Grietas.

Él lo sentía. Sentía gritar en su interior lo que en labios de otro era murmullo.

Lo sintió la primera vez que se le requirió para llevar el manto de la jihad. A él, alguien especial con condicionantes especiales. Ganarse el respeto de sus hermanos no había sido sencillo, jamás había pisado un campo de Afganistán ni del Líbano. No había seguido el camino ortodoxo, y sin embargo la Palabra se había entretejido con la médula espinal de su ser como una enredadera en un árbol aún joven.

Ocurrió a las afueras de la ciudad, en un almacén. Unos hermanos retenían a otro que había dejado que las prioridades del mundo exterior interfiriesen con los dictados de Dios.

El imam le había dicho que tendría que mostrarse firme. Mostrarse digno. Que todos los ojos estarían pendientes de él.

Camino del almacén compró una jeringuilla y dobló ligeramente la punta contra la puerta de su coche. Se suponía que tenía que entrar y dialogar con el traidor. Con el que quería abrazar la comodidad de la vida que ellos estaban llamados a erradicar. Convencerle de su error.

Atado de pies y manos en una silla, completamente desnudo, la receptividad estaba garantizada.

En lugar de eso entró en el almacén, fue directamente hasta él y le clavó en el ojo la jeringuilla que había comprado de camino al lugar. Ignorando sus gritos, tiró hacia fuera, lacerando el ojo terriblemente. Luego la clavó en el otro.

Antes de cinco minutos, el traidor suplicaba que le matasen, y Huqan sonrió. Había dejado claro su mensaje. Fuera sólo esperaba el dolor y el deseo de morir.

Huqan. Jeringuilla.

Aquel día se ganó a pulso su sobrenombre.