LA EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Viernes, 14 de julio de 2006. 15.42

Repítame una vez más por qué lo hago, padre.

Porque quiere saber la verdad, la verdad de lo que está pasando aquí, la verdad de por qué la han llamado a usted a hacer este trabajo cuando Kayn podría haber encontrado a mil periodistas mejores y más famosos sin salir de Nueva York.

La conversación seguía resonando en los oídos de Andrea. Aquella pregunta era la misma que una Tenue Vocecilla llevaba haciéndole en el fondo de su cabeza desde hacía muchos días. Había sido ahogada por la Filarmónica del Orgullo al completo, acompañados del señor Facturas de la Visa, barítono, y la señorita Fama a Cualquier Precio, soprano. Pero las palabras de Fowler le habían conferido a Tenue Vocecilla un puesto en el centro del escenario.

Andrea sacudió la cabeza, intentando concentrarse en lo que tenía que hacer. El plan era aprovechar el cambio de guardia, cuando de los hombres de Dekker sólo tres estaban fuera de la tienda, en sus puestos de vigía. El resto intentaba descansar un poco, echar una siesta o jugar a las cartas.

—Ahí intervendrá usted —le había dicho Fowler—. A mi señal, métase debajo de la tienda.

—¿Entre la madera y la arena? ¿Está loco?

—Hay espacio suficiente. Tendrá que reptar unos cincuenta centímetros hasta el cuadro eléctrico. El cable de color naranja es el empalme entre el generador y la tienda. Sáquelo rápido, conéctelo a este extremo de mi cable y el otro extremo a la conexión del cuadro eléctrico. Después apriete este botón a intervalos de quince segundos durante tres minutos. Luego se larga de allí.

—¿Qué se supone que ocurrirá?

—Nada demasiado tecnológico. Producirá una ligera caída de tensión en la corriente sin llegar a cortarla del todo. El escáner de frecuencias sólo se apagará dos veces. Una cuando usted empalme el cable. La segunda cuando lo retire.

—¿Y el resto del tiempo?

—Estará en estado de iniciarse. Como un ordenador mientras carga el sistema operativo. Mientras no miren debajo de la tienda, no habrá problema.

Sólo que sí lo había.

El calor.

Arrastrarse bajo la tienda cuando Fowler dio la señal fue fácil. Se agachó, fingió atarse la bota, miró a su alrededor y rodó debajo de la plataforma de madera. Fue como sumergirse en un enorme pedazo de mantequilla caliente. El aire allí estaba enrarecido por el calor acumulado del día, la arena y el grupo electrógeno situado junto a la tienda, cuyos ventiladores despedían progresivas bofetadas ardientes que se colaban en el hueco donde se encontraba Andrea.

Llegó bajo el cuadro eléctrico enseguida, notando la cara y los brazos abrasados. Sacó el interruptor de Fowler, lo preparó en la mano derecha y con la izquierda dio un fuerte tirón del cable naranja. Lo colocó en el extremo de Fowler, empalmó el otro y esperó.

Maldito reloj mentiroso. Dice que han pasado doce segundos y parecen doce minutos. Dios, qué calor.

Trece, catorce, quince.

Apretó el interruptor.

Por encima de ella, las voces de los soldados cambiaron de tono.

Parece que lo han notado. Espero que no le den importancia.

Aguzó el oído para poder enterarse de la conversación. Comenzó como una manera de distraerse del calor y evitar desmayarse. Aquella mañana no había bebido suficiente y lo estaba pagando. Notaba los labios secos, la garganta rasposa y un ligero mareo.

Pero treinta segundos después, Andrea comenzó a aterrorizarse ante lo que estaba oyendo, hasta el punto que no se dio cuenta de que los tres minutos habían pasado, y ella continuó allí, apretando el botón del interruptor cada 15 segundos, luchando contra la sensación de desmayo que estaba a punto de vencerla.