LA EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Viernes, 14 de julio de 2006. 02.33

La primera parte del plan era despertarse a tiempo. A partir de ahí todo fue un desastre.

Andrea se había colocado el reloj de pulsera entre la alarma y la cabeza, con la alarma puesta a las dos y media de la madrugada. Debía encontrarse con Fowler en el cuadrante 14B, donde ella había estado trabajando cuando le contó al sacerdote lo del extraño desconocido.

Todo cuanto sabía la joven era que el sacerdote necesitaba su ayuda para anular el escáner de frecuencias de Dekker, pero no le había dicho ni dónde estaba ni cómo pensaba hacerlo.

Para asegurarse de que no faltase a la cita, el sacerdote le había dejado su propio reloj, ya que el de la periodista no tenía despertador. Era un tosco MTM negro con banda de velero y aspecto de tener casi tantos años como Andrea. En la caja del reloj había una inscripción grabada: «That others may live».

Para que otros vivan. ¿Qué clase de persona lleva un reloj como éste? Un cura no, desde luego. Los curas llevan relojes Casio de veinte euros, como mucho un Lotus de los más baratos y correa de imitación de piel. Nada con tanta personalidad, cavilaba Andrea antes de dormirse. Cuando la alarma sonó, Andrea tuvo buen cuidado de apagarla enseguida y de llevar el aparato consigo, por dos razones. Fowler le había dejado muy claro lo que le pasaría a Andrea si lo perdía. Y además la esfera del reloj llevaba integrada una pequeña linterna LED, que le haría mucha falta para poder recorrer el cañón sin tropezar con una de las cordadas de los cuadrantes y partirse el cráneo con una piedra.

Mientras buscaba a tientas la ropa, Andrea escuchaba atentamente para saber si la alarma del reloj había despertado a alguien, pero los inconfundibles ronquidos de Kyra Larsen tranquilizaron a la periodista. Decidió ponerse fuera las botas para hacer menos ruido y comenzó a caminar hasta la puerta. Pero su proverbial torpeza le jugó una mala pasada y el reloj se le cayó.

La joven intentó controlar sus nervios y recordar cómo era la configuración de la enfermería. Al fondo se situaban dos camillas, una mesa y el instrumental médico. Las tres ocupantes dormían cerca de la entrada, en colchonetas autohinchables y sacos de dormir. Andrea en el medio, Larsen a la izquierda y Harel al otro lado.

Usando los ronquidos de Kyra como indicador, comenzó a palpar el suelo. Identificó el borde de su propia colchoneta. Un poco más lejos, lo que con toda probabilidad eran los calcetines usados de la ayudante de Forrester. Con una mueca de asco se frotó la mano en los fondillos del pantalón. Buscó a tientas por encima de su propio colchón. Un poco más lejos. Aquello era el colchón de Harel.

Que estaba vacío.

Sorprendida, Andrea sacó el mechero del bolsillo y se arriesgó a encenderlo, interponiendo su cuerpo entre la llama y Larsen. Harel no aparecía por ninguna parte. Y Fowler le había dicho que no contase nada a la doctora acerca de lo que pretendían hacer.

La periodista no dedicó más tiempo a pensar en ello. Recogió el reloj, que estaba entre ambas colchonetas, y salió de la tienda. El campamento estaba silencioso como el inquilino de un cementerio, pero Andrea se alegró de que la enfermería estuviese cerca de la pared noroeste del cañón, así evitaría cruces indeseables si alguien iba o venía de los retretes.

Seguro que ahí es donde está Harel. No comprendo por qué no podemos contarle lo que vamos a hacer si ella ya conoce la existencia del teléfono satélite del cura. Estos dos se traen un lío muy extraño.

En ese momento comenzó a sonar la bocina de aire comprimido del profesor. Andrea se quedó congelada en el sitio, el miedo rascándole las tripas como una cobra en un balón de fútbol. Al principio creyó que Forrester la había descubierto, hasta que se dio cuenta de que la bocina debía de estar lejos. El ruido llegaba amortiguado y multiplicado, rebotado por todo el cañón, pero sin demasiada fuerza.

Sonó dos veces. Luego se paró.

Después comenzó a sonar de forma ininterrumpida.

Eso es un grito de auxilio. Me juego el cuello.

Andrea dudó a quién avisar. Encontrándose Harel ausente, y Fowler esperándola en el 14B, la mejor opción era Tommy. La tienda del personal de servicio era la de al lado. Ayudándose de la linterna del reloj, Andrea encontró la cremallera de entrada e irrumpió dentro.

—Tommy. Tommy, ¿está usted aquí?

Media docena de cabezas brotaron de los sacos de dormir.

—¡Son las dos de la mañana, por Dios! —dijo un despeinado Brian Hanley, frotándose los ojos.

—Despierte a Tommy. Creo que el profesor tiene un problema.

Pero Tommy ya se incorporaba en el saco.

—¿Qué ocurre?

—Es la bocina del profesor. No para de sonar.

—No oigo nada.

—Salgan conmigo. Debe de estar al fondo del cañón.

—Dentro de un momento.

—¿Qué espera, a Hanukah[10]?

—No, espero que se dé la vuelta. Estoy desnudo.

Andrea salió de la tienda, murmurando una disculpa. Afuera el sonido continuaba, cada vez más débil. La carga de aire comprimido de la bocina debía de estar acabándose.

Tommy se unió a ella, seguido por el resto de ocupantes de la tienda.

—Vete a mirar en la tienda del profesor, Robert —dijo Tommy, señalando al esquelético operador de perforadora—. Y tú, Brian, ve a avisar a los soldados.

Esto último era innecesario. Dekker, Maloney, Torres y Jackson ya se acercaban a ellos. Con poca ropa, pero con las ametralladoras listas.

—¿Qué cojones pasa aquí? —dijo Dekker. Llevaba un walkie-talkie en la enorme y áspera manaza—. Mis chicos dicen que hay alguien al fondo del cañón armando un follón tremendo.

—La señorita Otero cree que el profesor tiene problemas. ¿Qué hay de sus vigías? —dijo Tommy.

—La zona está en un ángulo muerto. Waaka está buscando una posición mejor.

—Buenas noches. ¿Qué ocurre? El señor Kayn intenta dormir —dijo Russell, uniéndose al grupo con el pelo algo revuelto y ataviado en un pijama de seda color canela—. Creo que sería…

Dekker le interrumpió con un gesto. El walkie crepitaba, y la voz pastosa de Waaka surgía del altavoz.

—Comandante, tengo visibilidad. Identifico a Forrester y un cuerpo caído en el suelo. Cambio.

—¿Qué hace el profesor, Nido 1?

—Está quieto, de rodillas, inclinado sobre el cuerpo. Cambio.

—Recibido, Nido 1. Permanezca en ese lugar y denos cobertura. Nidos 2 y 3, extremen las precauciones. Si un ratón se tira un pedo, quiero saberlo.

Dekker cortó la comunicación y se puso a dar órdenes. En los breves instantes que había durado su charla con Waaka todo el campamento se había puesto en pie. Tommy Eichberg encendió unos potentes focos halógenos que crearon enormes sombras en las paredes del cañón.

Andrea, mientras, se había quedado un poco retrasada del círculo de gente que rodeaba a Dekker. Una mirada por encima del hombro le permitió ver a Fowler aparecer caminando por detrás de la enfermería, completamente vestido. Dio un rodeo y se colocó detrás de la periodista.

—No diga nada. Hablaremos luego.

—¿Dónde está Harel?

Fowler miró a Andrea, enarcando las cejas.

No tiene ni la menor idea.

De pronto una sospecha se abrió en la mente de Andrea y se giró hacia Dekker, pero Fowler la retuvo por el brazo. Tras intercambiar unas palabras con Russell, el enorme sudafricano había tomado una decisión. Dejó a Maloney al cuidado del campamento y se dirigió junto con Torres y Jackson hacia el cuadrante 22K.

—¡Déjeme padre! ¡Ha dicho que había un cuerpo! —dijo Andrea, intentando soltarse.

—Espere.

—¡Podría ser ella!

—Espere.

Mientras, Russell alzó los brazos y se dirigió al grupo.

—Por favor. Por favor. Sé que estamos todos muy nerviosos, pero corriendo de un lado para otro no ayudarán a nadie. De acuerdo, miren todos a su alrededor y díganme si falta alguno. ¿Señor Eichberg, y Brian?

—Está ahí detrás, cargando el grupo electrógeno. El nivel de gasolina está bajo.

—¿Señor Pappas?

—Todos menos Stowe Erling, señor —la entrecortada voz del ayudante dejaba a las claras su nerviosismo—. Estaba haciendo una retrospección del cuadrante 22K. Los encabezados de datos estaban mal procesados.

—¿Señora Harel?

—La doctora no está, señor Russell —dijo Kyra Larsen.

—¿Cómo? ¿Alguna idea de dónde puede encontrarse? —dijo Russell, sorprendido.

—¿Encontrarse quién? —dijo una voz a espaldas de Andrea. La periodista se dio la vuelta con el alivio pintado en el rostro. Harel se encontraba allí de pie, con los ojos enrojecidos y vestida tan sólo con unas botas y una camiseta larga de color rojo que le llegaba por las rodillas—. Tendrán que perdonarme, pero hoy tomé una pastilla para dormir y aún estoy grogui. ¿Qué ha ocurrido?

Mientras Russell ponía al corriente a la doctora, Andrea hizo frente a sentimientos encontrados. Aunque estaba más tranquila sabiendo que Harel estaba bien, no alcanzaba a imaginarse dónde se había metido durante todo aquel tiempo.

Y no soy la única, pensó Andrea, observando a su otra compañera de tienda. La arqueóloga no le quitaba la vista de encima a Harel.

Larsen sospecha de la doctora y mucho. Seguro que se dio cuenta de que no estaba en su colchón hace unos minutos. Si las miradas fueran rayos láser, Doc tendría un agujero en la espalda del tamaño de una pizza mediana. Aquí va a haber problemas.