A BORDO DE LA BEHEMOT
Navegando por el golfo de Aqaba, mar Rojo
Miércoles, 12 de julio de 2006. 09.47
Andrea despertó en la enfermería de la nave, un lugar espacioso con un par de camas, varios armarios de cristal y un escritorio. Una preocupada doctora Harel le había obligado a quedarse allí la noche anterior. La médica no debía de haber dormido demasiado, ya que cuando Andrea abrió los ojos la vio de espaldas, sentada a su escritorio. Leía un libro y daba pequeños sorbos a una taza de café. Andrea bostezó ruidosamente.
—Buenos días, Andrea. Se está perdiendo mi bonito país.
Andrea se levantó de la cama frotándose los ojos. Una cafetera de goteo sobre la mesa era todo lo que alcanzaba a distinguir. La doctora la observó divertida mientras la cafeína empezaba a obrar su mágico efecto sobre el cuerpo de la periodista.
—¿Su bonito país? —dijo Andrea en cuanto fue capaz de articular palabra—. ¿Es que estamos en Israel?
—Técnicamente estamos en aguas de Jordania. Salgamos y se lo mostraré.
Cuando salieron de la enfermería, cuya puerta estaba junto al costado de babor, Andrea alzó el rostro al sol de la mañana. Sería un día caluroso. La joven respiró a gusto y se estiró en su pijama, abriendo mucho los brazos. La doctora Harel, acodada en la borda, se mofó de la periodista.
—Tenga cuidado, no se vaya a caer.
Andrea se estremeció, dándose cuenta de la suerte que tenía de estar viva. La noche anterior, con la agitación del rescate y la vergüenza que había pasado al mentir diciendo que se había caído no dejaron resquicio para el miedo. Pero en ese momento, a la luz del día, el ruido de las hélices y la fría negrura del agua pasaron por su recuerdo como un viento oscuro. Intentó centrar su mente en la hermosura del paisaje que tenía delante.
La Behemot se acercaba pausadamente a los muelles, precedida por la pequeña nave del práctico del puerto de Aqaba. Harel señaló hacia la proa del barco.
—Eso es Aqaba, Jordania. Y aquello es Eilat, Israel. Observe como las dos ciudades forman un espejo.
—Es hermoso, cierto. Aunque no lo más bonito que hay por aquí.
Doc se ruborizó ligeramente y apartó la mirada.
—A nivel del agua no se aprecia —Harel siguió hablando atropelladamente—, pero si hubiésemos venido en avión vería como el golfo forma una costa cuadrada. La esquina este está ocupada por Aqaba y la oeste por Eilat.
—Ahora que lo menciona, ¿por qué no hemos venido en avión?
—Porque esto no es oficialmente una excavación arqueológica. El señor Kayn quiere recuperar el Arca y llevarla a Estados Unidos. Jordania no estaría de acuerdo con eso bajo ningún concepto. Así que parte de nuestra cobertura como buscadores de fosfatos es venir por mar, como los demás. En Aqaba se embarcan a diario cientos de toneladas de fosfatos con destino a todo el mundo. Nosotros sólo somos un humilde equipo de prospección. Y además traemos nuestros propios vehículos en la bodega.
Andrea asintió pensativa y se recreó en la placidez de la costa. Miró hacia Eilat. Una nube de embarcaciones de recreo flotaba alrededor de ella, como palomas blancas alrededor de un nido verde.
—Nunca he estado en Israel.
—Debe ir —dijo Harel sonriendo con tristeza—. Es una tierra hermosa. Un vergel arrancado al desierto. De arena y de sangre.
La periodista observó a Harel detenidamente. El pelo ensortijado y la tez morena de la doctora eran aún más bellos bajo aquella luz, como si los pequeños defectos presentes en cualquier rostro se difuminasen a la vista de su patria.
—Creo que sé a lo que se refiere, Doc.
Andrea sacó un arrugado paquete de Camel del bolsillo del pijama y encendió uno.
—No debería haberse dormido con él.
—Tampoco debería fumar, ni beber, ni apuntarme a expediciones amenazadas por terroristas.
—Creo que tenemos más cosas en común de las que parece.
Andrea se quedó mirando a Harel, intentando descifrar su último comentario. La doctora adelantó la mano y le tomó un cigarro del paquete.
—Vaya, Doc. No sabe la alegría que me da.
—¿Por?
—Me encanta ver a médicos que fumen. Adoro ver grietas en sus armaduras de autocomplacencia.
Harel soltó una carcajada.
—Usted me gusta. Por eso me resulta tan jodido verla en esta situación.
—¿Qué situación? —dijo Andrea alzando una ceja.
—Hablo del atentado que sufrió ayer.
La periodista se quedó con el cigarro a mitad de camino de la boca abierta.
—¿Quién le ha dicho eso?
—Fowler.
—¿Lo sabe más gente?
—No. Pero me alegro de que me lo haya contado.
—Voy a matarle —dijo Andrea aplastando el cigarro en la borda—. ¿Sabe la vergüenza que he pasado, cómo me miraban todos ayer…?
—Sé que él le pidió que no se lo dijera a nadie, pero créame, en mi caso es un poco diferente.
—… ¡Fíjate en esa idiota, ni siquiera sabe mantener el equilibrio!
—Bueno, no es algo que no haya estado a punto de pasarle de verdad, ¿se acuerda?
Andrea se azoró al recordar cómo el día anterior Harel había tenido que agarrarla por la camiseta cuando el BA-609 estaba a punto de aterrizar.
—No se preocupe —siguió Harel—. Fowler me lo ha contado con un propósito.
—Que sólo él conoce. Desconfío de él, Doc. Nos encontramos hace tiempo…
—Y también le salvó la vida.
—Veo que también sabe eso. Dicho sea de paso me pregunto cómo fue capaz de sacarme del agua.
—El padre Fowler fue oficial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos hace tiempo. Formaba parte de un grupo de élite llamado Pararescatadores.
—Oí hablar de ellos hace un tiempo. Son gente que busca a soldados desaparecidos, ¿verdad?
Harel asintió.
—Creo que le ha cogido a usted cariño, Andrea. Le recuerda usted a alguien.
Andrea se quedó mirándola, pensativa. Allí había una conexión que ella se estaba perdiendo, y estaba decidida a averiguar de qué se trataba. Cada vez estaba más convencida de que su reportaje sobre la búsqueda de una reliquia antigua o su entrevista a uno de los multimillonarios más esquivos del mundo eran sólo pequeñas desviaciones del tema principal. Y para colmo la habían arrojado de un barco en marcha.
Que me cuelguen si tengo la menor idea de lo que está pasando aquí. Pero la clave está en Fowler y Harel… y cuánto estén dispuestos a contarme, pensó la periodista.
—Parece que sabe mucho de él.
—Bueno, el padre Fowler viaja mucho.
—Será mejor que concrete un poco, Doc. El mundo es enorme.
—No en el que él se mueve. Él conoció a mi padre, ¿sabe?
—Era un hombre extraordinario —dijo el padre Fowler.
Ambas se volvieron, sorprendidas. El sacerdote estaba detrás de ellas.
—¿Lleva ahí mucho rato? —preguntó Andrea. Una pregunta estúpida que sólo le indica a quien se la haces que has dicho algo que no quieres que sepa. Pero el padre Fowler ignoró la pregunta. Traía un aire muy serio en el rostro.
—Tenemos una tarea urgente que hacer.