Hundiéndose en el mar Rojo

Martes, 11 de julio de 2006. 21.43

Lo primero que sintió Andrea fue un frío intenso que le acuchilló las extremidades. Agitó los brazos en todas direcciones, intentando volver a la superficie. Tardó casi dos segundos en darse cuenta de que no sabía hacia dónde nadar. El poco aire que había en sus pulmones se estaba acabando. Espiró con cuidado, para ver la dirección que tomaban las burbujas, pero no lo consiguió. La oscuridad era total. Las fuerzas la abandonaban. Sus pulmones le golpeaban el pecho desde dentro en oleadas ardientes, intentando activar el reflejo de respirar. Andrea sabía que si tragaba agua estaba muerta. Apretó los dientes de manera casi irracional, decidida a no abrir la boca, intentando pensar.

Joder. No puede. Así no. No puede acabar así.

Movió de nuevo los brazos, confiando en estar nadando hacia arriba, cuando una fuerza irresistible la arrastró.

De pronto su cara encontró aire y aspiró con ansia primitiva y ruidosa. Alguien la agarraba por la espalda. Andrea intentó darse la vuelta.

—Tranquila. Respire despacio —el padre Fowler estaba gritándole al oído para hacerse oír. El aire estaba lleno del estruendo de las hélices. Andrea vio con espanto cómo la corriente los iba acercando peligrosamente a la popa del barco—. ¡Escúcheme! No se gire aún o moriremos los dos. Descanse. Quítese los zapatos. Mueva las piernas despacio. Dentro de quince segundos estaremos en el ángulo muerto de la corriente de las hélices. Entonces la soltaré. ¡Nade con todas sus fuerzas!

La joven se quitó las zapatillas empujando con las puntas de los pies. Miraba fijamente la muerte en forma de espuma grisácea y pulsante que los iba succionando lentamente. Apenas estaban a doce metros de la hélice. Reprimió el impulso de zafarse y nadar en dirección contraria. Los tímpanos le zumbaban, y los quince segundos le parecieron una eternidad.

—¡Ahora! —gritó Fowler.

Andrea sintió que la succión se detenía. Nadó en dirección contraria a las hélices, alejándose del estruendo infernal. Les llevó casi dos minutos, hasta que el sacerdote, que la había seguido de cerca, la sujetó de un brazo.

—Ya estamos.

La joven volvió la vista hacia la fragata. Se había alejado bastante de ellos, y ahora podían ver uno de sus costados, iluminado por varios focos que apuntaban al agua. Habían empezado a buscarles.

—Joder —a Andrea le fallaron las fuerzas en aquel momento. Apenas lograba mantenerse a flote y se hundió durante un segundo. Fowler la sostuvo antes de que se fuese al fondo.

—Tranquila. Déjeme que la sujete como antes.

—Joder —repitió Andrea, escupiendo agua, mientras el sacerdote se colocaba a su espalda y la sostenía en la clásica postura de rescate.

De pronto una luz cegó completamente a la joven. Los potentes focos de la Behemot los habían encontrado. La fragata se acercaba ya y se colocaba al pairo de su posición. Los marineros gritaban nerviosos en las bordas, los señalaban con el dedo. Dos de ellos les arrojaron salvavidas. Andrea estaba agotada, helada de frío ahora que la adrenalina y el miedo iban remitiendo.

Los marineros les lanzaron un cabo. Fowler comenzó a atarlo por debajo de los brazos de Andrea, rodeándole el pecho.

—¿Qué diantres estaba haciendo para caerse por la borda? —dijo el sacerdote mientras comenzaban a izarla a bordo.

—No me he caído, padre. Me han tirado.